Dos tontos muy tontos

También los tontos hacen carrera. ¡Sí, se puede! Y los hay que se forran que es un contento. Quien no lo crea, ahí tiene a Jim Carrey y Jeff Daniels en “Dos tontos muy tontos” (Dumb & Dumber), película noventera de humor grueso dirigida por los hermanos Farrelly, los mismos de “Algo pasa con Mary” que contaba en su reparto con Ben Stiller, un cómico muy estimable, y Cameron Díaz, que luce en la cinta unas piernas quilométricas en aquella secuencia en la que estilosamente maneja un palo de golf.

Pero en esta tractorada le hacemos los honores a dos tontos auténticos y autóctonos, con dinero ambos, de ello presumen, pa’ asar una vaca, como decía la madre de uno de los trincones socialistas encausados por el escándalo de los ERE de Andalucía, un tal Juan Lanzas, si no recuerdo mal. Me refiero a un vasco y un catalán: Ibai Llanos y Gerard Piqué. El primero es algo así como yutuber e influencer, si de ese modo se transcriben ambos conceptos. Quiere decirse que el fulano larga sus melonadas a través de internet y un montón de adeptos aplauden y siguen sus consignas a rajatabla. Cuantos más seguidores tiene, más billetes se mete el andoba en el bolsillo. El mayor mérito del segundo es, sin duda, haber desposado a Shakira, la bellísima cantante colombiana, cuyo movimiento de caderas ha cautivado a millones de espectadores en todo el mundo.

Los tontos siempre sucumben (o sucumbimos, por ser más inclusivo) a la tentación de opinar sobre casi cualquier cosa, estén o no documentados, y por esa razón se les acaba pillando. Son incapaces de poner en práctica aquel sabio y antiguo consejo, “en boca cerrada no entran moscas”, aunque sólo sea por mejor disimular su estupidez. Y, claro es, enseñan la patita o se les ve el plumero, que lo mismo da. Pues van ambos y salen a dúo a defender las “bondades” sin cuento de esa boñiga infecta y liberticida que es la inmersión obligatoria en lengua co-oficial. Y Llanos, el bilbaíno, afecto a las bilbainadas, dice que no hay problema lingüístico en Cataluña.

El interfecto ha vivido, por lo que dice, unos 10 años entre nosotros y “jamás tuvo problemas por hablar en castellano” (entendiendo que se refiere al español). Y vuelve la burra al trigo. Es esa capacidad escapista que tienen los tontos muy tontos para hablar de melones, su fruta favorita, cuando les hablas de sandías. Que no, que no se trata de tener problemas en la calle por hablar en francés, urdu o burmeso. Si no de escolarizar a los niños en la lengua oficial que a bien tengan elegir los padres. No es tan difícil de entender, siquiera para un tonto muy tonto. Que a nadie le ocupan los problemas que Ibai Llanos tenga o no en la puta calle por rascarse el trasero o por hablar en español o en uro-finés. Que no es eso. Lo “diremos” en negrita para que el interfecto lo vea mejor: que no es eso, pedazo de atún.

 Y aliñan la ensalada con todas las manidas ideas-fuerza de la ya conocida cantinela: que el español no está en peligro. Y cómo lo iba a estar si es una de las principales lenguas que en el mundo son. O que en las escuelas catalanas se aprende el español… claro que de esa manera y estrictamente durante las horas consignadas a la asignatura, dos por semana, y si es que se imparte en español, pues se sabe, por cientos de testimonios, que a menudo se da en catalán. Sólo les faltó añadir que, además, se habla libremente el español en las discotecas, por vía telefónica cuando se hace un pedido a Tele-Pizza, en los bares de alterne y cuando los jovenzuelos más revoltosos acuden a su camello de confianza para pillar marihuana, pastillas de colorines u otras sustancias estupefacientes. 

En efecto, no hay problema alguno con la lengua en la calle, pero otra cosa muy distinta es en las escuelas, sobre todo en las públicas, en los comercios (pues multan a sus propietarios si no los rotulan siguiendo las pautas lingüísticas establecidas por el gobierno regional) o en las relaciones del ciudadano con la administración local. Y se deduce de todo ello, tirando por elevación, que tampoco hay violaciones, arrea, pues Ibai Llanos, que sepamos, no fue violado en la calle mientras tuvimos el incomparable privilegio de disfrutar de su vecindad. Por la misma regla de tres, si él no tuvo semejante problema, manteniendo intacta la vía rectal, está claro que el problema no existe y que eso de las violaciones son intoxicaciones interesadas de gentes sin escrúpulos interesadas en malmeter.

El bueno de Ibai confiesa días después que padece una gravísima dolencia óptica, una ceguera parcial del 70% en uno de sus ojos. Esa patología, lo aclaro en este punto, nada tiene que ver con la percepción alterada de la realidad del afamado “influencer” (o sea, del “influyente”). Tampoco es, necesariamente, cosa de la ingesta desmesurada de narcóticos. La explicación es más sencilla, sucede que Ibai Llanos (y también Gerard Piqué), con relación a este desparrame lingüístico-localista que arrastramos en España y que impide que nuestro país sea una democracia plena, desbarra y dice bobadas propias de un tontaco eminente.

Burla burlando, y por simetría, Piqué habría podido complementar esas declaraciones afirmando campanudamente que en Bilbao no hay problemas por hablar en español. Lo que es rigurosamente cierto. En efecto, el vascuence que se habla en Bilbao (y en las gradas de San Mamés) es fácilmente comprensible, pues es tan parecido al español que… es español en realidad. Y un servidor ha tenido ocasión de comprobarlo in situ. En Bilbao es imposible que “se pierda el vascuence”, que es uno de los argumentos utilizados (lo mismo con el catalán que con el gallego) por todos los partidarios de la coacción “inmersionista” en lenguas co-oficiales. Y es imposible, digo, porque no se puede perder lo que jamás se tuvo. Desde que se fundó Bilbao en el año 1300 por el Adelantado Mayor de Castilla y Señor de Vizcaya, Diego López de Haro, en la villa siempre se habló en castellano (hoy español). Y se mantiene la costumbre.

Durante un par de días que anduve por la ciudad, al margen de los “estesmicasco (eskerrik asko)” y los “abur” de rigor que te largan los camareros cuando has abonado la consumición, sólo me topé con una abuelita que llevaba a su nieto en brazos y al que decía monerías, supongo, en vascuence. Y ni una palabra más, y me crucé con miles de personas por las calles, las Siete de la parte vieja, del teatro Arriaga en adelante, y por las anchurosas avenidas del Ensanche (López de Haro, plaza de Moyúa y Elcano -escrito correctamente, con «c» entre la ele y la a, y no como en Barcelona, donde en la placa figura en su lugar la letra k, «k» de «tontakos»-).

Piqué, en su tontícula comparecencia “inmersionista” junto a Llanos aspira a hacerse perdonar por su gente aquellas declaraciones de unas semanas atrás alabando el dinamismo económico y el respirable aire a libertad imperantes en Madrid. Que cualquiera que tenga ojos en la cara comprobará de primera mano si se da un garbeo por la corte y villa. Como hice yo durante el pasado puente de la Purísima, donde viví las navidades con tres semanas de antelación, de animadísima que estaba. Nuestros particularistas cejijuntos se rasgaron las vestiduras por lo que consideraron una traición. “Este Piqué “ayusófilo” y felón”, lloraban desconsoladamente, “no es ese Pique nuestro que se hacía selfis sonriente con su hijo a cuestas en aquellas nutridas manifestaciones separatistas convocadas tiempo ha”. Defender la inmersión, Piqué lo sabe, es un valor seguro que te reconcilia con lo más granado del aldeanismo palurdo.

Y la guinda del pastel: no hay dos sin tres. Y al duunvirato se une, mirada altiva, sereno continente, el gran intérprete melódico Sergio Dalma. Bailar pegados, es bailar, igual que baila el mar. El catalán es el idioma que se perdería en caso de derogarse esa castaña pilonga de la inmersión obligatoria en la escuela pública. Es lo que sostiene el “Claudio Baglioni” de la populosa y lanera villa de Sabadell. Quiere decirse que, para el cantante, la lengua española está fenomenal para sus canciones, discos y conciertos. En definitiva, para ganarse la vida muy dignamente, con gran éxito de crítica y público, pero, mira tú por dónde, no para la escuela. Ahí no pinta nada. Y que, para que no se “pierda” el catalán, difícil de creer con los millones que llevamos invertidos en la materia, en sus carnes se han de joder aquellos padres que pretenden escolarizar a sus hijos en español. Si es que son unos indeseables, vaya ocurrencia… ¡Escolarizar a sus criaturas en esa lengua infecta!… Poco castigo sería quitarles la patria potestad a esos salvajes, tal y como propuso la finada Muriel Casals (“Òdium Cultural”). Que el Señor la tenga en su gloria.

Esa milonga infumable le saldrá gratis a Sergio Dalma. Comoquiera que este tipo de declaraciones jamás trasciende las coordenadas locales, en el resto de España, a) no se enterarán y b), de enterarse, a la mayoría le importaría un bledo, pues nuestra conciencia nacional está bajo cero. De modo que cerrará bolos tan ricamente lo mismo en Cartagena que en Linares. Y, al mismo tiempo, hay radica la oportunidad de su estrategia comercial, se garantizará actuaciones en no pocas localidades catalanas, aunque en su repertorio domine la lengua española… “sí, es cierto, canta en la lengua del opresor, pero está a favor de la inmersión obligatoria en la escuela… ergo… es de los nuestros”. Bailar forrados es bailar/ cantando en español…

Ibai Llanos y Gerard Piqué protagonizarán, corregida y aumentada, la tonticomedia Dos tontos muy tontos. “Es el papel de nuestras vidas, lo vamos a clavar”, manifestaron ante los medios entre muecas y cuchufletas. La banda sonora correrá a cargo de Sergio Dalma: Ballar plegats és ballar

«Feijotada» en pelotas: 21 días y 500 noches

Tiempo ha, era ante-pandemia, echaban por la tele un programa en que dos concursantes, un nene y una nena, parejas binarias (¡Qué atraso!), se conjuraban para superar el reto de sobrevivir en pelotas en medio de la jungla allá donde Cristo perdió el gorro. Pasaban más hambre que un maestrescuela, les daban brotes psicóticos, vomiteras y les comían a picaduras hormigas insidiosas, mosquitos chupasangre y otros bichejos de la poblada insectofauna lugareña. La productora “pixelaba” los senos de las señoritas y las partes pudendas de ambos robinsones, de modo que sólo el sufrimiento por el escaso alimento disponible (gusanos y otras exquisiteces) y las riñas que surgían al paso de los días, suscitaban el interés del espectador, que no el voyeurismo erotómano de la desnudez. La aventuraba duraba, si no abandonaban antes, 21 días exactamente.

Pues eso, 21 días, no en pelotas, pero hablando y viviendo exclusivamente en gallego, es la prodigiosa aventura que el gobierno de Feijóo (amigo de Celaá la llorada ministra, no porque haya finado, si no por las animaladas educativas perpetradas durante su mandato) ha propuesto a la juventud avecindada en aquellas parroquias. De modo que nuestro tractor se aventura por una vez lejos de Cataluña rumbo a Santiago de Compostela, pero no para abrazarse al apóstol y sí, en cambio, para darle un tirón de orejas al primer ministrín del brumoso reino de Breogán.

La campaña feijuna (feijocista o feijovita, como cada cual quiera adjetivarla, por no decir patarata “estúpida y palurda” directamente), se inspira en otras que hemos padecido en Cataluña. Aquí ya tenemos los deberes hechos. Recuérdese aquella de La Crida, década de los 80: “Volem viure plenament en català” (vivir solamente en catalán). Podría decirse que los catalanes llevamos a los gallegos unas cuantas décadas de ventaja. Cierto que en los últimos años, gracias a un voluntarioso Feijóo, nos ganan terreno a paso vivo y ya sentimos en la nuca el aliento del implacable perseguidor. No en vano el modelo “inmersionista” se copia por aquellos predios ya en tiempos de Fraga, pues, para nuestra desgracia, el acomplejamiento cobardón en España ante el nacionalismo periférico, centrífugo y disgregador, no es patrimonio exclusivo de la izquierda.

Para mí tengo que la inercia propia del disparatado modelo autonómico conlleva la instrumentalización de algunas diferencias de rango cultural o lingüístico, que no siempre aparejan necesariamente deslealtad a la nación… pero el hecho del marcaje territorial está en la lógica de la política cuanto más se circunscribe a unas coordenadas geográficas limitaditas, como ese chucho que sale de paseo y levanta la patita para dejar por doquier su mensaje olfativo: “aquí mando yo”. Y esa tentación le sobrevino a Fraga cuando dejó de ser el líder nacional de la derecha y acabó sus días como señor de pazos y queimadas, emulando a Pujol, el gran patriarca del catalanismo. Y en ese papel, heredado el virreinato, como nadie destaca Feijóo, o Feijoó, que nunca sabe uno dónde diantre poner el acento. Si una región, la que sea, dispone de un rasgo distinto a las demás, que nadie lo dude, será invocado hasta la exageración por el localismo de turno en aras de un trato de favor: “compréndalo usted, aquí es costumbre llevar las guías del bigote rizadas hacia arriba… luego, nos corresponde en justicia una mejor financiación y unas inversiones multimillonarias, es evidente”. 

 Aquella antañona campaña de La Crida, “Volem viure plenament en català”, ha sido recuperada hoy por entidades como ANC (Viggo Tontensen), Òdium Cultural y/o Plataforma per la Llengua, que son solidarias e intercambiables cabezas de la hidra de Lerna del separatismo. Y han llenado pirulís y farolas en Barcelona con pasquines de colorines invitando al paisanaje a hablar en catalán, una vez que ya es idioma coactivo y único en cuestiones institucionales, administrativas y escolares, en todos los demás ámbitos de la vida cotidiana. Aquéllos que interesan al libre albedrío del individuo, en la cafetería o en la discoteca, e incluso te instan a no cambiar de idioma, por ejemplo, ante residentes extranjeros y turistas. En la universidad hablas catalán… pero no lo haces cuando pides una cerveza en el bar de la esquina… ¿Por qué?… Ése es el busilis del mensaje: hablarlo siempre, también en la intimidad, como hacía, es sabido, don José María Aznar. Uno de los artefactos más espeluznantes creados al efecto, ya se ha insinuado en otras tractoradas, es decir, para penetrar a degüello y sin compasión en el día a día del personal, en particular entre los más jóvenes, es la emisión impuesta (“o te revocamos la licencia”) a través de todas las cadenas radiofónicas del calamitoso pop en catalán: una birria insufrible. 

Pues va el gobierno de la Junta (Xunta) y replica el modelo que los golpistas indultados de nuestro gobierno regional nos atizan de manera inmisericorde desde hace años. Y en “Ourense” y “A Coruña”, tal y como dicen en los pronósticos “meteo” de todas las idiotizadas cadenas generalistas de la tele, términos que sin duda se corresponden con Orense y La Coruña, tenemos a la muchachada, si quiere ganarse los puntos del concurso, elevando potencias “al caldeiro”, dándose “apertas” y “bicos” al “luscofusco”, cantando las canciones de “Os Resentidos” y sin perderse la programación cultural de “Telegaita”, que así llaman a su engendro autonómico por esas latitudes. O esa damisela que quiere experimentar la gravidez de la maternidad y reprende a su amante esposo con estas delicadas palabras: “sempre me follas e nunca me preñas”. Y de ese modo, sabemos al fin que “a romería de san Andrés, van dos e veñen tres”. Y tantas otras cosas.

Al hilo de las vivencias completas en gallego recuerdo una noticia, a mi juicio divertidísima, que pasó sin pena ni gloria (entre tanta melonada es comprensible), y eso que fue difundida, nada más y nada menos, que en un noticiero TV de Antena 3, el que dirige el periodista Vicente Vallés y que goza de notoria audiencia. Resulta que en el aeropuerto de Lavacolla (Santiago) se vivieron momentos de cierta tensión cuando muchos pasajeros querían embarcar rumbo al Reino Unido durante la pandemia. Se encontraron con la exigencia del gobierno británico de mostrar un test de antígenos reciente, se estuviera o no vacunado. Aunque en la página web de las autoridades de dicho país se especifica que las pruebas médicas han de estar forzosamente redactadas en inglés, francés o español, lo que tiene cierta lógica por tratarse de idiomas de gran difusión, muchos viajeros presentaban la documentación requerida, tachán, en gallego.

Y hay que entenderlo, en España toda la documentación tramitada por las autoridades competentes (“competentes” gracias al “desbarajuste competencial” propiciado por el fallido Estado de las autonomías) en aquellas regiones donde existe una lengua co-oficial, te la facilitan en esta última por defecto, salvo que quieras guerrear para que te la expidan en español. Y la verdad, muchas veces, por pereza, o porque das por supuesto que eso es lo normal o no caes en la cuenta de ello, descubres que en Gran Bretaña no saben gallego, ni catalán, ni vascuence, ni bable si me apuran, y no tienen ni tiempo ni ganas de aprenderlos o de destinar una partida presupuestaria para contratar intérpretes en las citadas lenguas que, por razones de diversa índole, así es la vida, no alcanzaron el estatus de “lingua franca” a escala planetaria. Hay que decirlo, duela mucho o poco, andan muy lejos (gallego, vascuence, catalán o calagurritano) de poder equipararse al “motu” como lenguas “diplomáticas”, que es el habla intertribal que permite entenderse entre sí a todas las pequeñas colectividades de caníbales dispersas por la frondosa jungla de Papúa-Nueva Guinea.

Ni que decir tiene que la restricción británica contrarió y de qué manera a los portavoces de la subvencionada “Asamblea Pola Normalización Lingüística”. Confieso que me chifla eso de “Pola”, que nada tiene que ver con otras “polas”, sean de Laviana o de Siero. El broche de oro fue cosa, días después, de la “mandamasa” de la Asamblea citada, o de un organismo similar, que campanudamente afirmó que “en Galicia, lo elegante es hablar en gallego”. Toma castaña. Es cuestión, parece, de “glamour”. E hicieronse eco de su estiloso mensaje las vacas lecheras que pacen en las verdinales y comunales praderías de la región que, desde entonces, mugen también en gallego.

Es sabido que Feijó (y así, a la brava, nos evitamos el lío con el acento) opta ahora a la presidencia del PP tras el lío mayúsculo que han montado fra-Casado y Egea para deshacerse de Ayuso (IDA, para las izquierdas y para el “fuego amigo”), y se postulará como candidato a la presidencia de la nación en las próximas elecciones generales. Aquellos que queremos que España sea un país normal, empezando por algo tan elemental y nuclear como que la enseñanza en lengua española esté garantizada en todo el territorio nacional (como sucede en otros países donde se hablan varias lenguas, sea el caso de Francia o Gran Bretaña), que no es mucho pedir, ya sabemos, pues, a qué atenernos con semejante candidato.

Y es que cuando los “nuestros”, por así decirlo (que no son ya los míos), hacen exactamente lo mismo que los otros, duele más. Los adversarios nunca te traicionan, nunca te venden… la traición es, pues, potestad de quienes se declaran a ti cercanos. Ha de saber Feijó que lo queremos todo y lo queremos ya. Que se acabaron para siempre esas migajas y vergonzosos apaños de las eras Wert y Méndez-Vigo. Que ya nadie se conforma con acudir a los tribunales y litigar contra toda la maquinaria administrativa para obtener un exiguo 25% de enseñanza en español. Y que cada palo aguante su vela. 21 días… y 500 noches.

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/santiago/2021/09/02/reino-unido-deja-tierra-pasajeros-presentan-test-antigenos-gallego/0003_202109S2C2991.htm

Feijó disfrazado de Joaquín Sabina interpretando su gran hit en gallego: “21 días y 500 noches”

San Carlos de la Rápita

Desde su fundación, a finales del siglo XVIII, San Carlos de la Rápita (Montsiá, provincia de Tarragona) se llamó San Carlos de la Rápita. Tal cual, pues la existencia del citado municipio se debe a la voluntad y deseo regios de Carlos III. Que un servidor no se inventa nada… lo ha leído en Dolça Catalunya con motivo del referéndum allí celebrado en octubre de 2021 por capricho del consistorio. Hacia esas coordenadas, tras las últimas escalas técnicas en Alpens y en L’ Espluga Calba, se dirige este tractor infatigable, a pesar de la carestía del combustible.

Cuentan las crónicas que Carlos III ordenó que se construyera un puerto en el delta del Ebro (alrededor de 1780) y junto al puerto una ciudad de nueva planta para alojar a los trabajadores: San Carlos de la Rápita. El nombre pervivió sin sobresaltos hasta la proclamación de la II República, mudando en La Ràpita dels Alfacs por eliminar del topónimo la doble referencia santoral y dinástica, es decir, al gusto del estúpido sectarismo del republicanismo español, con diferencia el más imbecilizado de toda Europa occidental. Nombre que estuvo en vigor, claro es, muy poco tiempo. Camino de un siglo después, el actual alcalde, de ERC, recoge el guante de aquella gansada (no son pocas las santas advocaciones en regímenes republicanos de todo el mundo, San Diego en Estados Unidos, Saint-Étienne en Francia o San Petersburgo en Rusia, entre otras), y decide someter a referéndum, chúpate ésa, la prístina denominación del municipio. Y todo porque, simple y llanamente, le sale de los cataplines.

Tan en sus dídimos estaba el operativo que el nombre propuesto al paisanaje para su refrendo en votación ya lo utilizaba tiempo atrás su equipo de gobierno en documentos oficiales: La Ràpita. Es decir, al andoba ése le encabrita el tradicional nombre de la población, lo cambia de facto por su gusto y convoca a los vecinos para que sancionen luego su genial propuesta en una suerte de butifarréndum localista, como otros tantos que hemos visto en estos últimos años a escala regional.

El balance de la pampirolada comicial no fue todo lo positivo que cabía esperar. Participaron, véase la crónica de Dolça Catalunya, unas 3.300 personas, admitidos por la patilla los votos de los mayores de dieciséis años, o lo que es lo mismo, alrededor de un 27% del censo. Magnitud que nos da una idea aproximada del fervor incontenible que la patochada despertó entre el paisanaje. De los votos emitidos, unos 2.250 siguieron lanarmente la consigna de la alcaldía. Proyectada esa cifra sobre la población total, cosechó un 15% de respaldo popular: una auténtica birria. Cabe decir que los votos afirmativos quedaron muy lejos, un millar menos, de los 3.279 obtenidos por la candidatura de ERC en las anteriores municipales, los mismos que permiten al interfecto blandir la vara de burgomaestre. Pero insuficientes para llegar a un aseado porcentaje de síes del 20%, mínimo indispensable que se había marcado ese fulano como objetivo para validar su luminosa ocurrencia. Por cierto, un índice bajísimo, pues para esas cuestiones que habrían de suscitar el interés de todo el pueblo, el porcentaje fijado habría de ser mucho mayor, qué sabe uno… qué menos que del 50%. En resumidas cuentas: no hubo quórum.

Así pues, a la ridícula mojiganga (referéndum gilipollas), se une el fracaso absoluto. ¿Sirvió el batacazo para una discreta rectificación y a otra cosa mariposa? Negativo. Mantenella y no enmendalla, aunque “enmendallas” fueron las bases de su propia convocatoria, pues el amigo y su alegre troupe se las saltaron a la torera y, a pesar del resultado adverso de las urnas, llevaron el cambio de nombre al pleno, donde disponen de mayoría, y, cacicada total, el municipio ha pasado finalmente a llamarse La Ràpita. Toma castaña. Podrían haberse ahorrado la pantomima de la consulta vecinal. Salta a la vista que deseaban notoriedad, la han conseguido, y se morían por ahormar su ridículo particular al clamoroso ridículo general en que anda sumida Cataluña en manos de toda esta caterva de palurdos personajillos que dicen amarla tanto y que la están dejando como un solar. Hay quienes ganan incluso cuando pierden.

El referéndum de San Carlos de la Rápita tiene la virtud de ilustrarnos sobre el modus operandi de aquellos para quienes los procedimientos característicos de la democracia no son un fin a proteger y preservar, a cuidar con mimo exquisito para no pervertir el sistema al que sirven, sino un recurso instrumental para imponer su voluntad. Aquellos para quienes la democracia se agota en una acepción angosta, disminuida, meramente utilitaria. Vale por representación escénica. Es éste, pues, un referéndum-piloto. Ya sabemos a las claras lo que son capaces de hacer, incluso con las normas que ellos mismos han establecido, si el resultado no acompaña.

Cabe preguntarse, sentado tan grosero precedente, de qué garantías andará provisto un referéndum de mayor fuste perpetrado por nuestro aborigenismo radical, una vez conocido su opinable respeto por las más elementales formalidades de la democracia… descontado el corolario de presumibles incidencias: urnas que llegan rebosantes de papeletas, y fuera de plazo, a los colegios electorales, frikis que votan y “revotan” en diferentes localidades, las tan recurrentes “caídas” del sistema informático y las reposiciones del mismo con el inevitable vuelco en el recuento, etc.

Que se tienten la ropa pusilánimes, cobardícolas, apaciguadores y otras especies cuando dan bola a la idea de una consulta pactada que satisfaga las “legítimas aspiraciones” del particularismo autóctono. Por aquello de que dejen de dar la murga de una p*** vez. Error, pues su pretensión será siempre repetir la función cuantas veces sea menester hasta que salga sí, lo mismo con una participación del 20 que del 30 por ciento. Y nunca faltarán excusas para precipitar la ruptura de un hipotético acuerdo sobre la periodicidad de la consulta… -uno por generación, o cada 50 años si hay peticionarios suficientes o cierto interés en ello-… si sobreviene un motivo que se considere novedoso o muy importante. Recuérdese que el SNP, los nacionalistas escoceses liderados por la señora Sturgeon (tras la defenestración de Alex Salmond), solicitaron un segundo referéndum poco después de concluir el recuento del que perdieron y antes incluso del fenómeno Brexit. Y, por supuesto, jamás convocar otro en sentido contrario aunque lo solicitara una amplia mayoría social. ¿Qué entiende el separatismo por referéndum? La respuesta es sencilla: San Carlos de la Rápita… municipio al que siempre, hasta la hora de la extremaunción, llamaré San Carlos de la Rápita. Punto final.   

 

«¡Pardiez! Primero me cuelgan un retrato de Stalin de la Puerta de Alcalá (mírala, mírala) y luego le cambian el nombre a San Carlos de la Rápita… de no creer». Carlos III está el pobre que fuma en pipa.

 

    

A «descomer» por gentileza del «dire»

Tomamos el camino de L’Espluga Calba, provincia de Lérida, a unos 10 kms de Las Borjas Blancas, cuna de ese psicópata “sediento de sangre” de Maciá, tal y como lo pintó Francesc Cambó en sus memorias (Alianza editorial). Y no muy lejos de Omells de Na Gaia, donde el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) estableció uno de sus campos de trabajo forzado durante la Guerra Civil para “acomodar” a los desafectos a la causa republicana… aquellos, claro es, que no fueron asesinados en las primeras horas de la contienda a manos de las diferentes facciones milicianas. Este modesto tractor recorre nuestros caminos y sendas que es un contento: Balaguer, Cunit, Tortosa, Besalú, Alpens muy recientemente, y ahora detiene sus ruedas estriadas en la comarca de Las Garrigas.

Con atinadas palabras y elegancia exquisita, Escuela de Todos, integrada también por la Asociación por la Tolerancia, va de suyo, remitió un “mailing” a todos los directores de centros escolares de nuestra región (de primaria y de bachillerato, que ahora llaman ESO). En la carta se solicita de los tales el cumplimiento, como así ha de ser en derecho y en una sociedad civilizada, de la disposición del TSJC sobre ese mínimo del 25% de horas lectivas en lengua española. Pero de asignaturas de verdad, de las troncales, nada de gimnasia o de modelar figuritas en arcilla.

Es obligación de todo funcionario público, por especial ejemplaridad ante la ciudadanía, acatar y cumplir las sentencias judiciales, le gusten o no… mayormente aquellas que interesan a su cometido específico. Causaría cierta conmoción entre los contribuyentes, sea el caso, que un alto funcionario, por rango que no estatura, del Cuerpo de Gestión del Ministerio de Hacienda incurriese en ilícito por reiterado fraude en sus propias tributaciones. Un Director de centro escolar que desoye una sentencia sobre una materia que le compete, proyecta sobre la comunidad una imagen de absoluta deslealtad del todo inconveniente para el ejercicio de su cargo.

Las respuestas recibidas de los “dires”, por lo que sé, no son demasiado esperanzadoras. Una amplísima mayoría del funcionariado concernido ha optado por el silencio. Ni mu. Entre quienes han dicho “esta boca es mía”, la negativa a someterse al dictado de los tribunales es aplastante, y entre ellos descuella, paladín invicto de la inmersión, el “dire” del instituto de L’ Espluga Calba. Ha sido escueto y conciso. No se ha andado por las ramas. “A cagar”, ha sentenciado el interfecto. Dicho así, sin tapujos, a la pata la llana. Para qué matices, sutilezas y medias tintas. Lo largó tal cual, como quien alivia las tripas de un buen arreón tras una digestión turbulenta.

Es algo más que un barrunto: el “dire” del “insti” de L’Espluga Calba hará carrera. Como aquella profesora que abofeteó a una niña por pintar en un mural de la escuela una banderita española (Miriam Ferrer, Font de l’Alba, Tarrasa). Lo dicho, el andoba ése da sus primeros pasos para hacerse a la vuelta de unos años con la cartera de ministrín (consejero) de Educación. El gobierno regional se ha propuesto reforzar la “línea Maginot” de la inmersión, la verdadera joya de la corona del régimen, el tabernáculo del templo, ahora que caen en cascada sentencias, aunque tibias (el traído y llevado 25%), contrarias a ese mayúsculo disparate de modelo educativo. Y si no le catapulta su escatológica respuesta, “a descomer”, por decirlo finamente, al codiciado cargo en el gabinete presidido en la actualidad por un tal Aragonés (artífice de la manida divisa “España nos roba” y nieto del último alcalde franquista de Pineda de Mar), que no se apure, que, solícito, el PSC le tentará para recibir ex cathedra su docta asesoría. No en vano, el pandémico Illa ha fichado a Irene Rigau (era “Artur Mas”) a guisa de áulica consejera para tan controvertido asunto. Cosas veredes.

Uno advierte, con cierta distancia sobre el objeto de estudio, como el mirmicólogo que observa los vaivenes de sus hormiguitas en un terrario, el destacado papel que juegan pequeños ideogramas y adminículos de nuestro acervo cultural, el simpático “cagatió”, ver tractorada reciente con escenario en Alpens, o el “caganer”, omnipresente en nuestros nacimientos navideños… esos vestigios anecdóticos de la civilización humana, cual sea una herramienta del período achelense (Paleolítico inferior), que nos informan del modo de vida de remotos grupos humanos y que en el caso de nuestro aborigenismo nos remiten a una cosmovisión definida por la fase deyectiva del metabolismo que es la fecalidad.

Instalados en una suerte de «fase anal del placer» disponemos de más bibelots concurrentes a esa tendencia, sean las “llufes” (o follones), unos muñequitos de papel que se colocan en la espalda de nuestra víctima, sin que lo advierta, para embromarla; inocentada típica del día en que celebramos el infanticidio herodiano. Solidario de ese artefacto folclórico es el nombre de uno de los grupos de música pop más aclamados por el separatismo, Els Pets, cuyo nombre es en sí toda una declaración de intenciones. Al contrario que los follones, Els Pets (“Los Pedos”) son desgraciadamente audibles para todo aquel que sintonice una radio-fórmula musical que emita en Cataluña, pues por mandato gubernativo están obligadas las empresas del sector a programar una cuota fijada de plomizas canciones en catalán. Cabe decir que, en caso de incumplimiento de la cuota impuesta, la renovación de la licencia radiofónica corre peligro (*).

Antonio Roig en su artículo titulado “Y el “caganer” se alivió sobre el 25%…”, publicado hace unos días en “Elcatalán.es”, que es una lección magistral de todo este desparrame porcentual a cuento de la sentencia del TSJC, cita a un personajillo del famoseo separatista  que huronea por las redes sociales y que se postula para apedrear la casa familiar del “niño de Canet”, que ya tiene ese ángel bendito nombre artístico si decide, de adulto, dedicarse a la rumba, a la copla o a la tauromaquia. Comoquiera que ese fulano, que obedece al nombre de Jaume Fábrega, comparece en sus edificantes disertaciones acompañado de bellas señoritas con los pechos al aire, advertimos que el boquimuelle aúna “liberticidio” y libertinaje en un mismo ”tuit”. Conforme a mi escala de valores, le perdono lo segundo, mas no lo primero. Es evidente que en el caso del distinguido señor Fábrega, la fecalidad se transmuta en fonación, pues en su caso la boca forma parte del aparato excretor y cada vez que la abre desembaraza las tripas perdiendo el control de los esfínteres.

El director de la escuela (o del instituto) de L’Espluga Calba pudo inclinarse por una fórmula equivalente, y muy nuestra, y de formato más aseado como “a pastar fang” (“a comer barro”), pero no, el hombre quería demostrar a la parroquia su absoluto desprecio por el fallo judicial, acaso por la impunidad que otorga al nacionalismo saberse a resguardo de la ley, pues cuando sus vedettes dan un golpe de estado desde las instituciones son, al cabo de muy pocas fechas, indultados por un gobierno de la nación rendido a los enemigos de ésta. Dejamos, pues, al “dire” en su gabinete de trabajo, ocupado a pleno rendimiento con su profusión de mocordos, tanto matéricos, al estilo pictórico de Tàpies, como intangibles o mentales. Y no está sólo, los padres inscritos en las fanatizadas asociaciones del entorno (Òdium, ANC, Som Escola, etc) han advertido que, en caso de cumplirse la polémica (e insuficiente) sentencia, retirarán a sus hijos de las escuelas. Libres son de hacerlo. Y más anchos quedarán los discentes (le copio la expresión a Antonio Roig, hontanar de sentido común, es decir, de sabiduría) que permanezcan en el aula.

¿El pensador de Rodin? Negativo. Es el “dire” del instituto de L’Espluga Calba meditando sobre la respuesta que dará al cuestionario de “Escuela de todos”. Mientras cavila, entre dientes canturrea: La merda de la muntanya no fa pudor/ encara que la remenis amb un bastó (“La mierda de la montaña no hiede, aunque la remuevas con un bastón”).

(*) Para conocer los intríngulis de la música pop en catalán, un fenómeno a estudiar por la psiquiatría social, acuda el lector al “electrochoque” titulado de igual manera, “Pop en catatán”, en el ensayo “Demens Catalonia” del autor de esta tractorada.

¿Nadie dispuesto a «matar», digo, a «morir» por Cataluña?

Héctor López Bofill, uno de los nacionalistas más recalcitrantes de toda nuestra abigarrada fauna aborigenista, profesor en la UPF (la Pompeu Fabra) y regidor de la facción Puigdemont, JxCAT, en el municipio de Altafulla, provincia de Tarragona, se lamenta amargamente en redes sociales de una carencia primordial en el campo separatista para lograr la deseada independencia: “no tenemos gente (se entiende que suficientemente valiente, patriota o concienciada) dispuesta a morir por Cataluña”.

Al llanto desgarrado del señor López se unen voces de la misma coral sinfónica en esa pulsión mortuoria, vector “thánatos”, que insisten en la necesidad de plantar muertos sobre la mesa… “si cal” (si es necesario), añaden. En efecto, pareciera que en un proceso como es la segregación de un territorio de la unidad nacional a la que pertenece, no es tal si no hay un vertido, aunque controlado, de sangre. Nos recuerda esa lacrimógena insistencia a aquella simpática viñeta en la que el general Alcázar suplica al intrépido reportero Tintín que le deje fusilar al menos a media docena de oficiales partidarios del general Tapioca para darle empaque al pronunciamiento. Y es que un golpe de Estado, sin unas cuantas descargas de fusilería ante el paredón, es un fraude, una auténtica birria que resta prestigio al espadón que lo capitanea. Alcázar conoce las tradiciones.

Sólo que las “edificantes” declaraciones del señor López son un truco, una estafa. Nadie muere por Cataluña, por su amada o por lo que sea, si no se expone primeramente a cometer algún tipo de acto cuya réplica o respuesta por terceras personas entrañe algún peligro. En el que el riesgo de la propia vida forme parte del cálculo de probabilidades. Nadie muere por depositar un ramo de flores ante la tumba del chiflado de Maciá, por acudir a una de las numerosas manifestaciones convocadas por el gobierno regional a través de sus terminales subvencionadas (Òdium, ANC -Viggo Tontensen-, UGT, CC.OO, etc) o por formar parte de un tramo de la Vía Catalana dándose la manita con el vecino a la altura de Calella de Palafrugell. La muerte, a priori, no anda al acecho en esas coordenadas.

Es, pues, difícil morir por Cataluña cuando las propuestas más arriesgadas auspiciadas por los dirigentes insurreccionales son delatar de manera anónima a un profesor universitario que imparte su clase en lengua española o chivarse (al estilo «Santiago Espot») a la Agència Catalana de Consum de que tal comerciante mantiene en español el rótulo de su establecimiento. No parece muy allá que te explote una mina antipersona debajo del culo en una de tan intrépidas acciones de comando o te alcance el fuego graneado de la artillería española. Eso y tributar directamente a la autodenominada “Hacienda Catalana”, que luego rinde cuentas a la agencia nacional: problemas con los “calerons” (dineros), los justos. Diríase que los golpistas catalanistas, aún al frente de las instituciones locales para vergüenza de todos, no alientan precisamente lo que podríamos llamar el heroísmo abnegado de las masas. Dimos cuenta en una tractorada anterior (véase “Gudari Gómez”) de una de las “ekintzas” (acciones) más arriesgadas de los separatistas nativos: Gómez Buch, de CUP, monitor de colonias en Olesa de Montserrat (o de Bonesvalls, que ahora no recuerdo), mandó a su casa a un niño con cajas destempladas por acudir a la reunión ataviado con una camiseta de la selección española de fútbol, y de ello presumió en las redes sociales. Todo un cruzado de la causa.

La acción emblemática de los golpistas fue el referéndum ilegal del 01-O de 2017 (versión mejorada del anterior, Artur Mas, 09-N de 2014). En aquella ocasión se produjeron algunos heridos durante las cargas policiales pasivamente presenciadas por los agentes de los Md’E destacados a los puntos de fraudulenta votación. Nos hablaron de miles de represaliados en las UCI’s de los hospitales (no hay constancia de que ninguno de ellos fuera reconfortado por Puigdemont y Junqueras acompañados de sus séquitos respectivos) y colgaron en las redes a los antidisturbios de la policía turca repartiendo leña y la cara ensangrentada de un chico en una protesta estudiantil acaecida tiempo ha en Lérida, entre otras lindezas y tergiversaciones. Roger Español, que toca en un grupo de ska, perdió un ojo de un pelotazo de goma tras lanzar vallas de contención a la Policía y a Marta Torrecillas, ERC, “le rompieron los dedos de la mano, uno a uno”, manifestó la interfecta (sólo faltó que le sacaran las uñas, como hacen a las disidentes en las cárceles cubanas), y, por si ello no bastara, añadió que le tocaron las tetas en el fragor de la batalla. Pura filfa. Quienes en aquellas fechas nos dieron la matraca con la cantinela “he visto cosas horribles en las redes” («a la gente le están dando de hostias», Gerard Piqué), aún no se han disculpado, ni lo harán, por pretender engañarnos, por estupidez o maldad, con noticias falsas.

Como no hay manera de que la Acorazada Brunete asome sus cañones giratorios y sus orugas metálicas por la Diagonal, pues tampoco el comando suicida nativo (véase “La vida de Brian”, de Monty Python) tiene ocasión de inmolarse a lo Jan Pallach ante los tanques soviéticos. Qué chasco.

De todo lo antedicho se sigue necesariamente que el discurso de López enmascara el sentido profundo de la homilía, de la palinodia que le larga al paisanaje afín. No se trata tanto de morir por Cataluña, sino de matar por ella, y quizá entonces, morir. Ése es el lógico y estricto orden de las cosas, de los acontecimientos invocados que no se atreve a formular claramente, pero que uno entiende… sin ser un lince. Morir por Cataluña en un control de carreteras, “Operación Jaula”, en un intercambio de disparos con la Guardia Civil, por ejemplo, tras la comisión de un atentado mortal contra uno de esos puercos de la Asociación por la Tolerancia o una zorra españolista de S’ha Acabat. Ése es el sentido último de las palabras de López. Morir como posible consecuencia, los gajes del oficio, de matar… de matar a uno de los estigmatizados enemigos de una Cataluña entendida como una comunidad monolítica que debe preservar su pureza de los efectos contaminadores de esos indeseables parásitos colonialistas. O de morir porque te confundiste al conectar los cables del artefacto explosivo que pensabas endosarle a un cabrón de las brigadas nocturnas que retiran simbología separatista de los espacios públicos.   

La metodología “López Bofill” ya está inventada. En julio de 1968, Francisco Javier Echevarrieta y su conmilitón Sarasqueta viajaban en coche cuando la Guardia Civil les dio el alto. Detuvieron la marcha y un agente comprobó la matrícula del vehículo. Echevarrieta, eufórico según su acompañante (iba el hombre de centraminas hasta el colodrillo, banzai, banzai, como un piloto kamikaze), se bajó del auto y le pegó un tiro en la cabeza al número Pardines. Fue el primer asesinato de ETA. Se dieron a la fuga y se refugiaron en Tolosa, en casa, cómo no, de un cura. Al cabo de unas horas, salieron de su escondite e inmediatamente fueron interceptados por la Benemérita. En el tiroteo, Echavarrieta fue abatido. Así nació el primer “mártir gudari”. La mendaz mitología etarra indica, nada que ver con lo sucedido, que Echevarrieta fue maniatado, fincado de hinojos y a sangre fría ejecutado. El relato exacto de los hechos se lo debe esta tractorada a la esclarecedora y didáctica participación de Jon Juaristi en el último ciclo de cine organizado por la Asociación por la Tolerancia.

Cabe decir que los mitólogos de ETA lanzaron su versión de los hechos desde la clandestinidad y con un limitado respaldo social entonces, básicamente en los seminarios, y que la misma fórmula, en cambio, la repite el señor López desde los aledaños del poder establecido hoy, y desde hace décadas, en Cataluña. López, y otros más, persiguen la aparición de “echevarrietas” indígenas que, en efecto, mueran por “ésa su Cataluña”, pero después de haber matado, claro es, y de ese modo auparlos a los altares de la patria. Para ello hay que vencer un obstáculo primero, y de no poca trascendencia, y es el de matar a otras personas, lo que no está muy bien visto en los tiempos que corren, razón por la que los enemigos seleccionados han de ser deshumanizados previamente y convertidos en “ratas” (judíos), “enemigos del pueblo” (mujiks), “cucarachas” (tutsis)… o “colonos”, “botiflers”, “malos catalanes” (catalanes no nacionalistas). Tras ese tratamiento cosmético, es más fácil apretar el gatillo.

Cuando ese proceso ha sido completado o se le ha dedicado la energía e intensidad suficientes (“gentes de ADN bastardeado”, Quim Torra, con el aplauso de SOS Racisme, “padres a los que habría que quitarles la patria potestad sobre sus hijos”, Muriel Casals, DEP, “individuos inadaptados”, Tortell Poltrona ante la alcaldesa Colau, “esos sarnosos”, Quim Masferrer, el de “El foraster”, programación de odio intensivo en TV3, etc), se crean las condiciones apropiadas, cala esa lluvia fina, gota a gota, para que de las sombras surjan esos gólems teledirigidos armados con pistolas y prontos a descerrajarle un tiro en la nuca a un semejante, que ya no lo es por obra y gracia del adoctrinamiento, del envenenamiento y de, Jon Juaristi dixit, “esas mentiras que nos contaron nuestros padres”. 

López Bofill busca gente capaz de matar, digo, de morir por Cataluña. Es que yo ya estoy mayor para ir por ahí dando tumbos, pegando tiros y colocando bombas… que si el reuma, el lumbago y un fastidioso espolón en el pie… y, además, estoy muy liado dando clases en la UPF y con mi regiduría en Altafulla, dicen las malas lenguas que ha dicho el interfecto. A ver si se anima lo mejor de nuestra juventud… que si yo tuviera 20 años menos, empezaría por esos malditos bastardos de la Tolerancia. Pim, pam, pum.

El «cagatió» de Alpens

Alpens es una localidad de la provincia de Barcelona, comarca de Osona (Vich), que a su vez integra la subcomarca llamada del Lluçanés (esa Cataluña rural, interior, cinturón de la barretina calada hasta el colodrillo, repartida entre la ya citada de Osona y las del Ripollés y del Bages) y que siempre ha pretendido, hasta ahora sin éxito, la dignidad comarcal “propia”. En Alpens, Prats de Lluçanés, y otros municipios de la zona, aspiran, pues, a la plena “comarcalidad”.

En fiestas navideñas, es costumbre en Alpens plantar el famoso “cagatió” en la plaza mayor para deleite de los peques. Ya saben, un tronco tocado con barretina y que fuma en pipa. La costumbre ha sido extendida un tanto artificiosamente a toda la región, zonas urbanas incluidas, por aquello de mostrar un hecho cultural propio y distinto (el denominado “fet diferencial”) con relación al resto de España. La finalidad es clara: “somos diferentes de esos españolazos cagabandurrias de ADN bastardeado (aportación genetista de Quim Torra) al celebrar la Navidad”. Este simpático personaje arbóreo del folclore local tiene sus pares en otras regiones como el “olentzero”, carbonero del agro vascongado que regaña a los galopines que redactan su carta petitoria en español, o el “apalpador” del brumoso reino de Breogán, que en la negrura de la noche se acerca al niño durmiente y tras hacerle cosquillas en la barriguita, le deja un regalo… personaje del que nada más diré pues su “modus operandi” me genera cierta intranquilidad.

El niño que acude ante el “cagatió” le asesta varios golpes blandiendo un palitroque y de ese modo el dadivoso tronco deposita por su parte trasera, el paralelismo catabólico es fácilmente comprensible, los regalos codiciados. La singularidad del “cagatió” de Alpens es su atavío “procesual”, pues este año ha comparecido, como un rey de la Francia absolutista envuelto en su capa de armiño, cubierto por la bandera estrellada del separatismo.

Que los niños son el obscuro objeto de deseo de los catalanistas radicales es cosa sabida. Comparten parafilia, en cierto modo, con los pederastas. No pretenden abusarlos sexualmente, como principio general, aunque se han documentado casos entre sus filas, sea el conocido, pero no muy nombrado mediáticamente, de los benedictinos de Montserrat. Pero sí manosearlos mediante el moldeado de sus almas en la escuela, como da forma el escultor en su taller a un bloque de arcilla. En definitiva, el catalán no se toca, pero a los peques de la escolanía, sí.

Es ingente, y malamente admirable, el esfuerzo legislativo y normativo de los sucesivos gobiernos regionales, tripartitos o no, para forjar en las aulas promociones enteras de mozalbetes obedientes a las consignas particularistas. Nadie en el mundo gastó tanta energía, tiempo y dinero en cultivar un modelo educativo que reflejara las sectarias ambiciones de sus muñidores. El blindaje monolingüe en el ámbito educativo es el sanctasanctórum, la joya de la corona, del régimen autóctono: la línea electrificada que marca la frontera azul del Liang Shan Po aborigenista. Bien entendido que en Cataluña, con el billete del idioma camina de la mano el adoctrinamiento, pues forman dupla inseparable, simbiótica pareja de hermanos siameses. Junto a los contenidos académicos habituales, todos ellos en lengua catalana, lo mismo el teorema de Pitágoras que los nombres de las cordilleras, se deslizan las socorridas invectivas contra España, su Historia y sus gentes, para instalar en las porosas conciencias de los chicos la ilusión de la identidad distinta y distante, la lejanía emocional, cuando no el desprecio, el odio al enemigo secular por su incesante carrusel de supuestas agresiones, invasiones, ataques y dominaciones sangrientas contra nuestra irredenta patria de bolsillo.

He de admitir que en mis excursiones a lo largo y ancho de la geografía catalana (he visitado alrededor de 150 municipios, aún lejos de la marca establecida por el Molt Honorable Jordi Pujol i Soley, que en la década de los 60 del pasado siglo, a bordo de un SEAT 600, los visitó todos sin excepción, incluida la baronía de Sant Oïsme, 0 habitantes), nunca fui mejor recibido que en la mentada subcomarca. Concretamente en Sant Boi de Lluçanés, hotel Montcel, a unos 10 kms al sudoeste de Alpens. Un hotel verdaderamente tronado que era, al mismo tiempo y licenciado para ello por el gobierno regional, residencia geriátrica y casa de reposo para pacientes que requerían de una potente medicación ansiolítica.

Echamos la cuadrilla de amigos unas buenas excursiones por los alrededores y ahí pasamos la Noche de Difuntos, un lugar ambientado muy a propósito para la ocasión, con pasillos estrechos y oscuros, aparadores con inquietantes muñecas de porcelana, como exvotos de una ermita solitaria, sobre labores de encajes y puntillitas. Fue llamar a la puerta y recibirnos jovialmente un buen mozo, un niño grande, uno de los residentes, con una sonrisa de oreja a oreja y un saludo afectuoso hasta casi desencajársele la mandíbula: Holaaaaa, neeens!” (¡Holaaaaa, nenes!). Rondaría el infeliz, que Dios le bendiga, los 40 años y quería ser nuestro amiguito. Y nosotros, suyos. Recomendable, entre otras, una buena caminata, oh, el variado cromatismo de la masa forestal en otoño, saliendo del lugarejo llamado La Talaia, llaneando casi todo el recorrido y pasando junto a la ermita de San Roque, rumbo a Sobremunt, desde donde se divisa el altiplano de Aiats, que es una de las mejores balconadas naturales de Cataluña.

Nuestros indigenistas con alma de niño sueñan que el “cagatió” de Alpens, al recibir los bastonazos rituales, excreta, a guisa de regalo, la independencia. Atendiendo a ese peculiar complejo simbólico, la independencia sería una deposición, por así decir. Un mojón, dicho a la pata la llana. Con todo, la metáfora deyectiva es mucho más apropiada y descriptiva de la realidad política de lo que a primera vista parece. Hay algo casi profético en ella, a pesar de que no pocos sostienen que el peligro de la secesión a corto y medio plazo ha sido conjurado. En ello habría tenido que ver el errado cálculo de los promotores del golpe contra la legalidad constitucional que denominaron “proceso”.

La república catalana fue proclamada, sólo que duró la friolera de ocho segundos, para disgusto de sus más voluntariosos y furibundos partidarios. Pero las mudanzas de las investiduras gubernamentales más rocambolescas y la bochornosa y manicomial ejecutoria política del gobierno de la nación (“multinacional” como la Coca-Cola, en tiempos de Zapatero, y “multinivel” según su más indocumentado aprendiz), han trasladado curiosamente las expectativas, progresos y conchabanzas de los “sediciosos” a La Moncloa. Es allí, en Madrid, en la capital del reino, donde se juegan hoy las bazas del posibilismo separatista, que no en Waterloo, en la guarida del fugado Puigdemont. Y la timba no les va nada mal: ganan casi todas las manos, ya no por «cobardícola» incomparecencia de la banca (Rajoy), sino por sumisión y complicidad (Pedro Sánchez).

¿El componente profético aludido antes? El proceso acelerado de descomposición nacional (¿reversible?) auspiciado por el gobierno de coalición PSOE-Podemos, respaldado por todas las formaciones centrifugadoras, enemigas confesas de España, bien entendido que en el gabinete mismo hay ministros que comparten el ideario de sus socios, sea el caso del ministro de cuota de Colau, Castells, el de Universidades (pues hay ministerio para semejante capítulo), ya dimitido, pero sustituido por otro de la misma cuota y ganadería, Subirats (ex-PSC y votante “doble-sí” en todos los referendos organizados por las desleales autoridades de la región).

La descomposición de esta España nuestra más invertebrada que nunca, para desesperación de ultratumba de Ortega y Gasset, que se produce a buen ritmo entre los vasos leñosos del “cagatió”, no se trataría, por continuar la analogía metabólica, de un caso de necrosis celular o metástasis, sino de una mala y pesada digestión, con su correlato dispéptico de retornos, acideces y malolientes flatulencias. Qué horror. Pero así son las descomposiciones. Y cuando éstas afectan a un cuerpo social histórico, y con muchos siglos de existencia, es mejor no pensar en qué excesos, atropellos y convulsiones se traducirán esas disfunciones estomacales. Ítem más. La imbecilidad, a caballo de la descomposición nacional, se extiende como mancha de aceite y para poner broche de latón oriniento a esta tractorada tardonavideña, aquí va un ilustrativo ejemplo: en varios pueblos de Valencia y su región, los pajes reales, o mejor, municipales, no admiten cartas de los peques redactadas en español. Que la maldad y estupidez tienen firmemente asentado su campo en Cataluña, lo sabemos, pero no en régimen de monopolio:

https://www.eldebate.com/espana/20220105/espanol-reyes-magos-ayuntamientos-piden-ninos-cartas-sean-valenciano.html

Tió, cagatió, dona’m fort i torna Puigdemont! (¡Tió, cagatió, dame fuerte y regresa Puigdemont!)… cantan en Alpens la versión casta, inocentona, del gran éxito musical de Ian Dury: Hit me with your rhythm stick.

Matar niños en caliente. Legislar en frío

Insoportable. Siempre que atrapan a un desalmado que ha secuestrado a un niño para luego torturarlo, violarlo y asesinarlo, irrumpen en escena los “opinadores” progresistas para largar, con gesto abatido, la cantinela habitual: que no se “legisle en caliente”. Esa odiosa monserga de la que se deduce que es preferible legislar “en frío”. Pues no falla. Pasan unas semanas y se atenúa la indignación popular (la vida sigue, hay que volver a la rutina, pagar facturas, impuestos y encajar del mejor modo posible las ocurrencias de última hora de los gobiernos nacional, regional y municipal). El clamor inicial da paso a cierta serenidad y si alguien, ya en frío, con descenso térmico registrado en el estado de exaltación social, plantea la posibilidad de endurecer las penas para crímenes gravísimos por la vulnerabilidad e indefensión de las víctimas, sea el caso del secuestro, abusos sexuales inconcebibles y asesinato de niños, retornan a las tertulias televisadas y radiofónicas los cánticos seráficos en aras de la reinserción del delincuente… trastornado por una sociedad culpable y envilecedora. Que si tuvo una infancia difícil y le atizaron de pequeñito creándole un trauma irreparable y de imprevisibles consecuencias. Que si el mundo le hizo así, como a Jeanette, aquella baladista de mi infancia con cara de niña, tan dulce, tan almibarada.

En otras palabras, la sociedad en su conjunto, mira tú por dónde, no puede, no debe perderse la oportunidad única, excepcional, de reinsertar a un montón de estiércol atrapado en el cuerpo de un hombre y muy capaz de separar a un niño de sus padres y de cortarle las orejitas con una sierra de marquetería o de sacarle los ojos con la cucharilla del café. De reconvertirle, con la supervisión de acreditados expertos en la psique y conducta humanas, en un miembro provechoso y ejemplar para la comunidad.

Para mí tengo que no hay miedo peor que el padecido por un niño que, arrebatado con añagazas a sus padres, camina en la noche y en el frío de la fría mano del monstruo que hará pedacitos su cuerpo. Que ese miedo es el miedo paradigmático, el miedo en estado puro, pues la víctima carece de todo tipo de referencias, de contrastes, de experiencias previas para entender su situación y vislumbrar qué le espera en esa cabaña destartalada en medio del bosque o en ese sótano sucio como un muladar y mal iluminado al que le llevan, y que en nada aliviará ese miedo desconocido y absoluto el apretujarse contra su mascota de peluche que aún conserva por el sádico capricho de su asesino. Un niño solo, con frío… “señor, quiero ir con mi mamá”… en el sombrío tabuco donde habitan los monstruos… los golpes, los cortes, abusos asquerosos e inconcebibles… gritos y llantos que no serán oídos, lágrimas que no serán enjugadas ni sanadas las heridas.

He compartido cháchara, mesa y mantel con esos progres, algunos de ellos buenos amigos, que, mientras dan cuenta de un aperitivo, con gran facundia y ese talante y esa elegancia en las formas que nadie como ellos cultivan, apelan al sosiego, a la calma, como distantes de las cuitas, porfías y flaquezas humanas, y con displicente ademán rechazan de plano el endurecimiento de condenas, la cadena perpetua revisable para crímenes que requieren especial consideración por su espantosa brutalidad. Que no, que no, que las penas impuestas no deben regirse por la cólera o el deseo de venganza, por la idea de “castigo”, que eso es muy antiguo, pues alimenta las más bajas pasiones e integra esa cultura del linchamiento que nos remite a una España en blanco y negro. Ahora no toca abrir ese melón, añaden con frutícola metáfora. Y, claro es… que la privación de libertad ha de servir para rehabilitar al reo. Y esto último no lo discute nadie en la mayoría de los casos. Pero los hay, delitos abominables, que siendo pocos estadísticamente, son demasiados para cualquier estómago más o menos sano.

A finales de octubre de este año, Álex, un niño de 9 años, fue salvajemente asesinado en Lardero, provincia de Logroño. Un preso en libertad condicional, con un truculento pasado, fue detenido como presunto autor del crimen. El monstruo pederasta, mediante engaño (“tengo un cachorrito en mi casa, ven a verlo”), convenció al niño para que le acompañara a su domicilio. Y allí, a sus anchas, sin que nadie le molestara, y tomándose su tiempo, le dio muerte.

En cierta ocasión, una persona a mí cercana me confesó que le horrorizó el tremebundo atentado islamista (que no “internacional”, Zapatero dixit) del 11-S en Nueva York contra las Torres Gemelas… “pero que de tener que pasar cosa semejante en algún sitio, estuvo bien que fuera en Estados Unidos”. Eso dijo probablemente animada de esa pueril fobia anti-yanqui que sacude a muchos “tontiprogres” europeos, especialmente cuando allí gobierna un presidente republicano. Comoquiera que jamás debemos desear que nada malo ocurra, y menos una catástrofe de esa magnitud, ni en USA ni en Pernambuco, entendí muy bien que en la estructura profunda del inconfesable pensamiento de mi interlocutor (o interlocutora) subyacía un cierto grado de satisfacción… “llevan su merecido”… acaso motivada por una percepción hostil a la política internacional de la gran potencia, o por cualesquiera otros de los considerandos que informan las fabulaciones hostiles contra ella de la progresía occidental.

Pues bien, recojo el guante de ese empozado razonamiento vertido al tiempo que su emisor (o emisora) le da un buchito, apenas se moja los labios, a un verdejo lisonjero al paladar en una reunión dominical de amigos (mañana soleada en un bonito local) y repito el argumento, pues no soy ningún angelito, ni tengo vocación de ursulina, ni soy mejor persona: ojalá no se repita jamás un crimen tan repugnante como el cometido en Lardero (que no Laredo) por la excarcelación temporal de un criminal abyecto que debería ser apartado de la sociedad de por vida, pero al que las autoridades penitenciarias, imbuidas de un buenismo realmente conmovedor, conceden graciosamente un permiso de “finde” o rebajan el cumplimiento de la pena al grado de la libertad condicionada.

Pero que si ha de suceder tamaña desgracia, no lo permita el cielo, que la próxima y, eso sí, la última víctima por los siglos de los siglos toque en algún grado de parentesco a uno de esos progres sabihondos a los que maldigo con toda mi alma… esos que se repanchingan como en un confortable sillón admirándose de su infinita superioridad moral. Que se horrorizan, ya no ante la cadena perpetua sin remisión, sino ante el mero cumplimiento íntegro de las penas para asesinos peligrosísimos, por su historial delictivo, contra criaturas indefensas. Pues no hay mejor escuela de vida que ésa, sufrir en propia carne el infortunio que no se desea a los demás. Y llorar sangre en cristales de picudas aristas, llorar piedras que erosionen y rasguen los lagrimales. Por asesinatos en caliente y legislaciones en frío. Y que cada palo aguante su vela y cada quisque sepa qué coño vota en frío o en caliente.

Que la legislación en caliente, o en frío, no acabará con estos sucesos horripilantes, es cierto, pero evitará que la alimaña cazada y a recaudo entre rejas repita sus hazañas. Que habrá otros monstruos y se darán otros casos de espeluzno… no hace falta ser un lince para verlo. Pues habrá que ir a por ellos, no queda otra. Mientras tanto sus tontos útiles, que no sus cómplices, que no digo eso, pretenderán imponernos sus amenidades y ensoñaciones de humanidades nuevas y sociedades felices por decreto donde no existirán los sociópatas y sólo tendremos que alargar la mano y agarrar del árbol la fruta madura para saciar el apetito. Ya hemos visto ese jodido fraude de película.

John Wayne Gacy, Pogo el payaso, uno de los asesinos en serie más sanguinarios de la Historia. En una fosa común, en el sótano de su casa, se hallaron restos de 30 niños. Gacy, de seguir con vida hoy, animaría al personal a defender a capa y espada la monserga de la “no legislación en caliente” (tampoco en frío), tan a propósito para la comisión de nuevas fechorías. Se confesaría gran admirador del ministro Grande Marlaska y de las políticas de reinserción (cursillos de ebanistería y de macramé) y de concesión de terceros grados que ha podido disfrutar recientemente uno de sus conmilitones en Lardero. “Mi colega (por el asesino de Lardero)”, habría dicho Gacy, “ha hecho un trabajo fino, fino, filipino, de mucha filicustancia”… parafraseando una rumba de Peret.

Tontos en todos los idiomas

Hay trabajo por delante para convertir el orvallu y los carbayones en una bicoca multimillonaria. El operativo ha echado a andar: el bable (un habla) ya es lengua oficial y será vehicular en la escuela, toma del frasco, gracias a los votos en el parlamento regional de PSOE, Podemos y de un diputado de Foro Asturias, ese partidillo localista y caciquil que se sacó de la manga Álvarez Cascos tras salir, años ha, enfurruñado del PP. Una vez más, como es tradición, se impone en una parte de España la amplitud de miras de una cosmovisión genuinamente universalista.

La hoja de ruta es clara. Siempre es la misma. Se precisa una Academia del Bable, generosamente presupuestada, que limpie, fije y dé esplendor al idioma (sic) para «amamandurriar» a unos cuantos lingüistas. Levas de profesores titulados para impartir la asignatura. Más adelante llegará el adoctrinamiento “astur”. Primero vendrá la “normalización” y con el tiempo la “inmersión obligatoria” en las aulas, que los promotores del proyecto eludirán para sus hijos, claro es, que serán malos pero no tontos, condenando a la depauperación académica y micro-particularista la educación pública en todo el Principado, de tal suerte que chicos de familias más modestas no se pierdan la inolvidable experiencia vital, en clase de matemáticas, de potenciar números al “calderu”, o cubo. O sea, preparándose concienzudamente para una promisoria vida profesional basada en la elaboración de cachopos, de riquísimas “fabes” con almejas, del mazacote graciosamente denominado “pantrucu” y en el pinturero escanciado de sidra. Así se conseguirá que las futuras promociones de alumnos asturianos, fuera de sus coordenadas geográficas habituales, paseen su aldeanismo por el resto del mundo como “pitu» (pollo) sin cabeza. Las barreras también funcionarán en sentido inverso y no habrá ser humano mínimamente cabal que se asiente en aquella provincia para que su prole adquiera exhaustivos conocimientos en esa lengua académicamente prestigiada a nivel mundial. ¿Quién, en su sano juicio, va a estudiar física cuántica en inglés, alemán o español, cuando tiene el bable tan a mano? De cajones.

Y junto a la devastación de la educación pública, asistiremos al sometimiento de la prensa al nuevo paradigma idiomático (ediciones en bable subvencionadas y repartidas gratuitamente en escuelas y en los trayectos ferroviarios del tren de vía estrecha, va de suyo, para “estrechas” mentes), requisito puntuable en la asignación de plazas médicas, tal cual sucede en Mallorca, y en las oposiciones al funcionariado local, rotulación de señales de tráfico y de comercios bajo pena de multa administrativa, oficinas de delación amparando denuncias anónimas, véase Cataluña, conforme al modelo inquisitorial de los malsines que señalaban a sospechosos “judaizantes”. Literatura subvencionada a base de escritores becados (prosa, verso, ensayo, historia local, etc). Que no falte el pop-astur en bable, como se promocionó el infumable pop en catalán a base de millonadas presupuestarias y a cuotas obligatorias de emisión a las empresas radiofónicas. Y todos esos ingredientes removidos a fuego lento en el puchero, aromas y hervores, darán un guiso donde no faltará un pretendido hecho diferencial aborigenista al acuno de la “santiña” de Covadonga, una fiscalidad distinta a la del común de los mortales que resuelva agravios pasados y la reclamación de derechos civiles y políticos particularizados que habrán de remontarse a tiempos del mismísimo don Pelayo y del rey Favila y su osito de compañía. Y no, la línea quebradiza que registra el sismógrafo no es un movimiento tectónico, ni la incesante erupción volcánica de La Palma, es Jovellanos, gijonés de cuna, modernizador del país, que del berrinche que lleva por culpa del aldeanismo ridículo del paisanaje, se agita y descoyunta bajo la lápida entre frenéticos temblores de ultratumba.

Ítem más. El andaluz pide la vez. Y no es una coña marinera. La idea va tomando cuerpo. Aquí el que no tiene “lengua propia”, cierta o impostada, es gilipollas. El personal se ha dado cuenta del momio (Cataluña, Galicia, País Vasco, etc) que representa eso de tener un idioma distinto al común y todos quieren chupar ese caramelo deliciosamente envuelto. Una diputada, o senadora, de Adelante Andalucía, no Atrás, Adelante (escisión de Podemos o algo por el estilo), nos ilumina en nuestra ignorancia, rescatándonos de las tinieblas del error: “el andaluz es tan idioma como el vascuence”. Arrea. Es lo que sostiene Pilar González. Y nos comunica la representante de la soberanía nacional que ya hay lingüistas muy serios, no cabe duda, preparando una ortografía… pues lo que su señoría nos ofrece a la vista, dista, eso creo, de ser la versión gramatical definitiva del idioma. Llama poderosamente la atención una gran profusión de acentos circunflejos (“andalûh”). Aquí va la muestra perpetrada por la doña, escrita con trazo indeleble en las telemáticas líneas de un “tuit”:

El andalûh êh nuêttra lengua naturâh. Y no êh inferiôh a ninguna otra lengua del êttao. Lo ablamô çin complehô. Y temenô (doble sic) ademâh, linguîttâ andaluçê con propuêttâ pa una ortografía.

Arsa que toma y olé. El andaluz, para su homologación oficial, necesita, a no mucho tardar, de la ímproba tarea normalizadora de todo un Pompeu Fabra, pero tocado con sombrero cordobés. Sensacional, en el sentido de “manicomial”, como gustaba decir don José Pla. Todas esas amenidades para que los estudiantes asturianos y andaluces, a la vuelta de unos años, ya “inmersionados” en sus lenguas respectivas, escriban en español con la soltura y pericia de la que hace gala una de las hijas de Quim Torra, Carlota, en un mensaje difundido a través de las redes sociales, con motivo del juicio a Dolors Bassa, consejera que fue del gobierno regional por ERC y militante de UGT:

Gracias señoria no solo por haver me oido sinó por haverme escuchado

Para enmarcar. La feroz andanada de Carlota Torra contra la lengua española demuestra de manera irrefutable que aquella cantinela repetida una y mil veces por nacionalistas, y su mayordomía progre-palanganera, para ensalzar las bondades de la inmersión obligatoria era pura bazofia: “que el nivel en lengua española adquirido por los alumnos catalanes, dos horas semanales, no es inferior al de los escolares de otras regiones sin lengua co-oficial”. Que sucia y asquerosa mentira para consumo de malvados, de tontos de baba y de acomplejados ante el nacionalismo, sin cuajo y sin dignidad… esos individuos capaces de asistir impasibles al espectáculo deplorable de José Montilla y Manolo Chaves entendiéndose en una sesión del Senado con ayuda de traducción simultánea mediante pinganillo. Una escena bochornosa que provocaría el vómito copioso e intenso a un espíritu mínimamente ilustrado.

El “andalûh” y el bable. Chúpate ésa. ¿Quién da más? ¿No habrá olvidada y marchita en las alacenas de la rebotica alguna otra variante dialectal, jerigonza, habla o sociolecto, candidatos a idioma oficial y lengua vehicular en la escuela? ¿El cheli, el silbo gomero, el calasparrense reduplicado, el calagurritano palatal, el astigitano dulce o el pueril idioma de la “pe” (hopolapá, por hola)? Acabemos de una vez y saquemos todas esas hablillas del armario para establecer por siempre jamás nuestra abigarrada geografía multilingüe.

Cuando decimos que en esta España nuestra ya no cabe un tonto más, faltamos a la verdad por inmotivado optimismo, pues con una densidad demográfica media-baja de algo más de 90 habitantes por km2, hay sitio para nuevas y compactas hornadas de imbéciles. Recuerdo que en mi infancia la magnitud era de 69 habitantes. Quiere ello decir que en cada km2 hemos hecho un huequecito para 20 nuevas incorporaciones. Es cuestión de apretarse un poquito más.

De todo lo dicho se deduce dramáticamente que Jovellanos, Leopoldo Alas “Clarín” o Alejandro Casona, al tiempo que Góngora, Bécquer, los hermanos Machado (que no eran de Soria sino de Sevilla, recordatorio para el presidente Pedro Sánchez), Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Vicente Aleixandre, el indeseable de Alberti o García Lorca fueron unos redomados traidores a sus orígenes, pues bien pudieron componer poemas y relatos en su lengua propia, bable o “andalûh”, según el caso, y no en la lengua colonial del maldito opresor. Mucho tardan los furibundos iconoclastas de los más apartados irredentismos en derribar sus estatuas. Cosas veredes. Tontos en todos los idiomas.    

Claudio, mi “pitu” (pollo) favorito. Mi héroe las tenía tiesas con su vecino Bruno, un “perru” (perro… lo adivinaron). Montaban unos saraos fenomenales a porrazo limpio. Hoy esos dibujos no podrían emitirse en horario infantil por su violencia explícita. No es broma. 

Cunit: territorio «malsín»

Malsín: Cizañero, soplón. II Persona que denuncia, acusa o delata a alguien.

Esas son las dos acepciones que del término “malsín”, procedente del hebreo, da la versión on-line del diccionario de la RAE. Es un concepto, no muy honroso, con el que el lector que acuda al monumental ensayo de Julio Caro Baroja, “Los judíos en la España Moderna y Contemporánea (editorial Istmo)”, se topará a cada paso.

Expresión hoy en desuso, fue muy común en los siglos XVI a XVIII, para designar a aquellos que daban chivatazo anónimo a la autoridad inquisitorial de presuntos “judaizantes”, es decir, de personas cuya conversión al cristianismo, tras el decreto de expulsión, 1.492, no había sido sincera, sino un ardid para salvar el pellejo y que, a escondidas, continuaban practicando los ritos de la fe mosaica. No hace falta ser un lince para ver que un modelo de tal guisa amparaba al envidioso de la fortuna ajena, al rencoroso que no perdonaba un agravio o al intransigente furibundo… conductas, en definitiva, propias de una moralidad poco estimable, habida cuenta de los muy serios aprietos en que se ponía a la persona denunciada. Ni que decir tiene que en muchos casos el malsín (Caro Baroja, cual metódico ratón de biblioteca, da cuenta de ello huroneando entre miríadas de archivos) era también un judaizante que, mediante la delación, confiaba en salir indemne en su vida y hacienda de un proceso similar. Un mecanismo viciado que propiciaba una asfíctica atmosfera de terror y desconfianza.

Ese formidable ejército de delatores fue más tardíamente replicado en la antigua RDA, claro que por distinto motivo, aunque en el fondo el mecanismo es similar: señalar al “hereje”, en su caso, al opositor, presunto o cierto, del régimen comunista. Sergio Campos Cacho, autor del minucioso ensayo titulado “En el muro de Berlín” (editorial Espasa), revisando informes y expedientes como un loco, aporta un cómputo de paisanos reclutados por la Stasi para informar de sus vecinos sospechosos: los largos tentáculos del socialismo real. La nómina de confidentes ascendería (cito de memoria), a unos 190.000 para algo menos de 19 millones de habitantes. Un “malsín”, en cifras redondas, por cada 100 alemanes bajo la bota soviética. Una puta locura. Ítem más: si a los paisanos reclutados sumamos los agentes de carrera de la Stasi (el escudo y la espada del partido) y de otros órganos represores del régimen, la ratio baja de 50 habitantes por espía. Un “paraíso” a degustar con auténtica fruición por los amantes de las libertades.

La Stasi, sucesivamente liderada por eximios criminales como Wilhelm Zaisser y Erich Mielke, brigadistas en España, apunta Sergio Campos, reclutaba a sus informadores amateurs entre gente del común mediante el infalible procedimiento de explotar sus flaquezas y debilidades, proveerles de medios básicos para la subsistencia o garantizar estudios o atención médica a familiares a cambio de sus servicios, tal y como vemos en esa extraordinaria película titulada “La vida de los otros (Florian Henckel, 2006)”, citada en tractoradas anteriores.

Un tercer grupo de soplones, de malsines contemporáneos, es el que nos traslada a Cunit, localidad costera de la provincia de Tarragona. El periplo por esta Cataluña nuestra tiranizada por el nacionalismo nos llevó a Balaguer, Besalú, Tortosa y Vich, y a no mucho tardar nos acercará a San Carlos de La Rápita. A los malsines de Cunit, en cambio, no les mueve, para largar por la muy, ni salvar el pellejo, ni la codicia, ni la contraprestación por un episodio vital crítico. Nadie les tiene agarrados por las pelotas. Lo hacen por placer, porque les gusta… por amor al arte. A cambio de nada. Por esta razón, de todos, son los peores. Porque la delación anónima forma parte de su sociedad ideal, de su paraíso en la tierra. Es el mejor de los mundos posible, que quieren para sí y para sus hijos.

En efecto, en Cunit, municipio supuestamente turístico, el ayuntamiento regido por la dupla PSC-ERC (se alternan la vara consistorial cada dos años) rotula exclusivamente en catalán toda la información concerniente al uso y disfrute de la playa, conforme a los procedimientos habituales en la Cataluña paleta y cejijunta. La “info” en la lengua común y oficial, propia de muchos de sus residentes, brilla por su ausencia. Alguien dirá: “nada nuevo bajo el sol”. Sí, pero no todo el mundo se resigna a ese silenciamiento premeditado, que es ofensivo y además ilegal. El protagonista de este episodio, JGG, entendió que el menosprecio a la lengua española exigía una protesta cuando menos simbólica y pertrechado de un rotulador, y sin tachones, ni emborronamientos de por medio, y sin impedir la lectura de los paneles informativos, añadió al texto una escueta leyenda: “sólo en catalán es excluyente”. En eso, dar fe notarial de una evidencia, consistió su horrendo delito.

Hete aquí que a JGG le barran el paso dos voluntariosos malsines. Se encaran con él obviando las debidas presentaciones a las que obliga la urbanidad más elemental. Le afean su conducta y, sin que aquél dé su consentimiento, le tiran una foto, plano frontal, con un celular, violentando su derecho a la privacidad. Esa fotografía llega a la comisaría de la Policía Local antes que el propio JGG… pues hacia allí se encamina tras el incidente para inquirir si le asiste el derecho a denunciar a unos individuos no identificados y, en ningún caso, agentes del orden, por vedarle el paso en la vía pública y hacerle una fotografía sin su permiso. Nuestro héroe, por espacio de una hora, vive un episodio de tintes kafkianos. De un departamento a otro, de acá para allá y de allá para acá, como la falsa moneda. Fatigado, cariacontecido y sin ser oído, se regresa a su casa… y al cabo de unas semanas, encuentra en su domicilio, voilà, la notificación de un expediente administrativo contra él incoado y con multazo incluido. 

El expediente sancionador, al que un servidor ha tenido acceso, contiene un par de curiosidades dignas de mención. La primera es que se basa en el testimonio oral y gráfico aportado por dos sujetos desconocidos, mecanismo “malsín”, cuya identidad no figura en ningún apartado de la documentación compilada por el consistorio. Dos sujetos que, de facto, actúan como agentes del orden, figura rayana en la suplantación, teniendo su declaración, si la ha habido, valor de prueba de cargo. La otra, no menos llamativa, es que en los papelotes con membrete oficial remitidos a JGG se afirma que todo es cosa probada pues el interfecto, arrea, “reconoce la autoría de los hechos”… ¡¡¡Cuando ni siquiera se le ha tomado declaración!!!… En otras palabras, JGG no ha tenido ocasión, si ese fuera su gusto, de autoinculparse.

Los servicios jurídicos de Cunit, acaso por aquello de agilizar trámites burocráticos, ni cortos ni perezosos, van y “suplantan al acusado”, para entendernos, y no se conforman con declararle culpable de la falta, sino que proyectan dicha culpabilidad poniéndola en su boca… se la atribuyen al interesado mismo como si fuera un acto voluntario de su propio peculio, cuando el hombre aún no ha dicho esta boca es mía. Y se quedan tan anchos. ¿Qué hacemos con las garantías procesales? ¡A tomar por culo! ¿Para qué complicarse la vida? Y a revisar otro expediente, que el trabajo se amontona hasta el techo. Es decir, vuelta de tuerca al modelo acusatorio y condenatorio de Andrei Vyshinsky, Fiscal General de la URSS durante los tristemente célebres Procesos de Moscú. Uno: no se ha verificado si el acusado es el autor de los hechos… pero “podría haberlo sido”. Dos: ni se ha declarado culpable, pero “podría hacerlo mañana”. Chim-pún.

El busilis de la cuestión es la llamada “vandalización” de mobiliario y señalización urbanos, según los munícipes. Pintadas, escachifollamiento de contenedores, mil cosas que a diario vemos perpetradas por los cachorros más radicales del régimen soberanista, y a quienes esas verbenas salen gratis total: la llamada ley del embudo.

Nuevas promociones de chivatos vocacionales se modelan a diario en las madrasas nacionalistas (antes, escuelas) y ahora en las universidades. El gobierno regional habilita un buzón, o centralita telefónica, con el beneplácito de claustros y rectorados, ha sido reciente noticia, donde las levas venideras de polis lingüísticos podrán echar los dientes en el desempeño de sus funciones, los malsines del mañana, para denunciar a aquellos profesores que impartan sus clases en la pérfida y embrutecedora lengua española. Por el bien de la causa habrían de beneficiarse también de cursillos de fotografía para captar, qué menos, el perfil bueno del acusado indefenso.

Escudo de Cunit, municipio donde los chivatos vocacionales son bien recibidos

Otoño republicano

La historia del republicanismo en España es para llorar, de la risa en el caso de la Primera (cantonalismo y Cartagena en pie de guerra), y de terror en el de la Segunda. Esta última se estrenó sacando de la chistera un bandera tricolor como de república bananera que haría para Togo o para un microestado polinesio (véase la tractorada “Bandera-fake para la discordia incivil”), más falsa que un duro sevillano y que, por respeto a los republicanos de verdad de la buena, que alguno habrá, llamaremos en adelante “bandera segundorrepublicana”… que es la que llevan los liberados sindicales de UGT y CCOO a sus manifestaciones, menos a la convocada por la subida del recibo de la luz, de la que se han borrado los muy pillos, y la que jamás, por sectaria y extraña a nuestra Historia, ondean los aficionados que acuden a eventos deportivos para animar a la selección nacional.

De pensar en el advenimiento de la Tercera, a uno le entras temblores de agonía, entre otras cosas porque una de sus más conspicuas valedoras es la alcaldesa de Barcelona, Inmaculada Colau (Ada, sin hache, para los amigos). No en vano la interfecta nos regaló a los barceloneses una campaña institucional, gastando una pasta a trasmano del municipalismo, que pregonaba el siguiente mensaje: En una democracia hi sobra el rei (“En una democracia sobra el rey”). Divisa que se solapa con aquella otra de los partidarios de los golpistas que hemos visto, por alguna razón desconocida, pintada en los pasos de peatones: “els catalans no tenim rei” (los catalanes no tenemos rey), y que al poco repintaron al acuno de una perspectiva inclusiva de género (“els catalans i les catalanes no tenim rei”) para que todo estuviera conforme a los modismos actuales. 

Cierto que la campaña adornó farolas y marquesinas de buses metropolitanos en primavera, que es la estación más publicitaria del año (“la primavera de Praga”, “ya es primavera en El Corte Inglés”… o la presente “primavera republicana de Barcelona (*)”), pero nunca el otoño es malo si de lo que se trata es “de decapitar al Borbón”. En algunas localidades catalanas del cinturón de la “barretina calada” hasta el entrecejo, los CDR plantaron a tal efecto guillotinas de cartón-piedra… que nuestras brigadas limpiadoras de simbología “lazi” fueron desballestando de una en una.

Para mí tengo que la elección no fue casual, pues por lo común asociamos la primavera a los ciclos de renovación de la naturaleza, de la flora y de la fauna, aromas, colores, pajaritos piando y mariposas revoloteando, sonrisas, positividad a carretadas, y claro, esa eclosión bonancible de civilidad incontaminada que es la República. Sucede que el factor republicano para homologar una democracia es opinable. Son repúblicas China, Corea del Norte, Bielorrusia, Cuba, Venezuela o Irán, por ejemplo. Y alguna de ellas con valencia hereditaria, siendo la coreana la más evidente, pues la presidencia pasa de padres a hijos. O la catalanista en el exilio de Waterloo, ahora que Puigdemont ha sido nombrado por su consejo áulico presidente vitalicio de una república que duró la friolera de ocho segundos. Es decir, un presidente fugacísimo y fugado, pero blindado hasta que ponga pie y medio en el estribo.

Por otro lado hay naciones que se rigen por parámetros democráticos indiscutibles que tienen a un monarca constitucional como Jefe de Estado, sea el caso de Holanda, Suecia, Dinamarca o Bélgica (en cuyo territorio reside nuestro presidente vitalicio) y que a menudo se citan como paradigma de sociedades políticas a imitar. Pareciera, pues, que en Noruega o Gran Bretaña “no sobran los reyes”.

Verdad es que no todas las monarquías dan pábulo a la separación de poderes que integra forzosamente un régimen democrático, y que no pasarían la criba, como son las dinastías del Golfo Pérsico, y que hay repúblicas que cumplen sobradamente los requisitos, como Francia o Alemania. Todo ello demuestra que no es el hecho republicano en sí el que garantiza el grado de desarrollo democrático de una sociedad política, pues en el mundo son tantas las repúblicas democráticas como las que no. Sólo que esta casuística a la alcaldesa Colau le importa un pimiento, pues de lo que se trata en última instancia es de fracturar la sociedad y de generar ruido y polémica para aunar municipalismo a tensión institucional y fomentar entre los administrados el desapego a la idea de España y a sus símbolos.

Las primaverales sonrisas de Colau trocaron en lágrimas cuando dedicó su enésimo guiño a los separatistas (durante años la balconada municipal lució un pancartón a favor de los presos golpistas, que al final quedaron en sediciosos de bajo voltaje y, además, indultados) durante las pasadas fiestas del barrio de Gracia. El consistorio tuvo la feliz ocurrencia de encargarle el pregón nada más y nada menos que a Jordi Cuixart, uno de los líderes más destacados del republicanismo en su versión aborigenista, dando aquilatada muestra de su sectarismo, pues no se espera que el próximo corra por cuenta de la secretaria judicial que en aquella noche esperpéntica hubo de huir por el tejado de la Consejería de Economía y Hacienda del gobierno regional. O de los muchachos de S’ha Acabat, siempre vituperados y agredidos en la Universidad. En definitiva, la parroquia que asistió al evento, entregada a Cuixart, abucheó a la munícipe y ésta, pobrecita mía, rompió a llorar desconsoladamente, buá-buá. “No me ajuntan”.

Pero la venganza de Colau no se hizo esperar. Apenas un mes más tarde, tras la preceptiva mani del 11-S, los convocantes dieron una cifra de asistencia demencial, según es costumbre: 400.000 personas, lo que equivaldría a encajar a unos 9 o 10 fulanos por metro cuadrado en Vía Layetana, que fue la arteria por la que transcurrió. Hete aquí que la Guardia Urbana, a la órdenes de la llorona burgomaestre, rebajó la cifra ostensiblemente hasta 108.000, es decir, la cuarta parte pizca más o menos. ¿Dónde está la novedad? ¿Y en qué se advierte el cabreo de Colau? Pues en que nunca la Guardia Urbana desdijo a los organizadores en manifestaciones anteriores. O dio por buenos los cálculos de aquéllos o los maquilló muy someramente. De tal forma que cuando los primeros decían que 1.200.000 personas, los segundos replicaban que un millón. Que si eran 500.000, los dejaban muy aseadamente en 450.000, en una horquilla de entre el 80-90% de la cifra más optimista. Dicho de otro modo, la Guardia Urbana avalaba siempre el exageradísimo cómputo de manifestantes con una leve corrección a la baja. “Si lo dice la Guardia Urbana…”. Y con la prevención de no dar nunca de más, por el aquel de las formas. Efecto que sólo se ha conseguido una vez en la Historia de la Humanidad. Sucedió en Gerona, con Joaquim Nadal como alcalde, durante las manis celebradas en toda España contra la guerra de Irak. Los organizadores dijeron que 30.000 almas y la poli local subió la apuesta… ¡¡¡40.000!!! Pensemos, por aritmética proporción, que una mani en Gerona de 30.000 personas (sobre un censo de 100.000) valdría por una de unos 4 millones en Calcuta (sobre 15). Difícil de digerir.

Solo que en esta ocasión la vengativa alcaldesa estaba cabreada como una mona, “esos nenes malos me han hecho llorar”, y dio la consigna de hinchar la cifra (pues en realidad no eran más de 50.000, que no está nada mal, todo hay que decirlo), pero a enorme distancia de la aportada a los medios por la cansina troupe del particularismo autóctono. 400 frente a 108 (en miles), o sea, la cuarta parte. Colau se enjugó las lágrimas diciendo para sus adentros: “Chincha, rabiña…”. Y a todo esto la vida sigue igual: los catalanistas exaltados echan chispas porque un camarero les atiende en español, los gallos montan a las gallinas, los volcanes escupen lava y los hijos crecen y las madres envejecen.       

(*) En revisión y busca de editor la delirante sátira titulada El pangolín y la alcaldesa Babau que trata de la aprobación por decreto municipal de “la primavera permanente” y de la reedición calamitosa del “Fòrum de les cultures” para relanzar la deteriorada imagen de Barcelona, con la tribu caníbal de los bimin-kuskusmin (Papúa-Nueva Guinea) como invitados al manicomial y descacharrado evento.  

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