“No me toques la trompa”. Es lo que dice un elefante cabreado. Expresión paquiderma que equivale a nuestro “no me toques los pelendengues”. Cuando un elefante barrita enojado a pleno pulmón, lo que menos apetece es que un insolente le toque su inmensa probóscide, pues es suya, sólo suya y de nadie más. Además, esos grandes mamíferos disfrutan, dicen, de una memoria prodigiosa, así que te la guardará. Y pusieron de moda, allá por los años 70, un tipo de pantalones ceñidos y de pata ancha que, como nadie, lucían Los Chichos en sus recitales, reyes indiscutibles de la rumba taleguera.
Joan Baldoví, de Compromís-BLOC, coalición de ultranacionalistas y “oltraizquierdistas” valencianos, dóciles palanganeros del separatismo catalán, y que forma parte del gobierno regional junto al autodenominado PSPV (Partit Socialista del Pais Valencià), ha respaldado públicamente el despido de la profesora de música Encarnación Grau, una virtuosa de la trompa (instrumento) de 62 años de edad y 35 de docencia, al no acreditar ésta la titulación exigida de competencia en “valenciano”. El interfecto, que no ha sido llamado por el Señor por los caminos de la crítica musical, ha efectuado la siguiente “deposición” oral: “(la despedida)… Podría haber aprendido el idioma de su tierra en todos estos años”. Sucede que doña Encarna, natural de Játiva, habla a la perfección, y desde niña, eso que el zote de Baldoví llama “valenciano”. Vamos, que a juicio de esa suerte de inquisidor lingüístico la profesora de música, a contrapelo de su apellido incontestable, no dispone del “grado” requerido.
Baldoví es uno de esos progres resbaladizos de “talante dialogante” que dan un perfil bonancible en las entrevistas, como de sonriente ex seminarista, de los que causan furor en las cadenas TV más “progres” e idiotizadoras, por lo común babeantes ante los politicastros antiespañoles que acaudillan los palurdos nacionalismos periféricos. A esas animadas tertulias acuden siempre en calidad de prestigiosos invitados y siempre dicen “en este país” por no mentar a la bicha. Una réplica, Baldoví, de la función reservada en tiempos a Pilar Rahola… antes de que la televisiva musa del separatismo se transformara en una erinia altitonante (y «altitontante»), malhumorada e irascible, imbuida de un visceral odio a España.
La Sanidad pública en Baleares está sumida, es sabido, en una profunda crisis por ajustes a la baja en la plantilla. Faltan oncólogos y enfermeros (véase la tractorada «People from Ibiza»). Uno de los problemas que denuncian los afectados son las exigencias lingüísticas (acreditación de conocimientos académicos de lengua catalana) que impone de manera draconiana el gobierno regional dirigido por la socialista Francina Armengol. Con todo, esa exigencia no es extensible, la llamada “ley del embudo”, a algunos cargos de su propio gobierno, sea el caso del director de IB3, canal autonómico de TV. Quiere decirse que si el eminente cardiólogo que le trata a usted, por bueno que sea en su especialidad, no presenta la titulación lingüística (im) pertinente, ya puede ir haciendo las maletas y abrir consulta en Calasparra, porque lo que es en Mahón y Palma no ejercerá su profesión.
Pues el gobierno valenciano va y le da una vuelta de tuerca al feo asunto de las barreras idiomáticas que impiden la libre movilidad de los ciudadanos españoles por el territorio nacional. Unas barreras metafóricas, por así decir, pero que causan, en definitiva, parecido efecto al de los muros levantados a ladrillos y concertinas para contener los flujos migratorios. Y Baldoví, el mismo que bailotea sobre una tarima (sin chispa de gracia… véase el aterrador documento gráfico en los «interneles») junto a su compañera de partido Mónica Oltra, a juicio como presunta encubridora de los continuados abusos sexuales de su ex marido a menores tuteladas (parece un sarcasmo, pero no lo es), en un repugnante acto de desagravio a la interfecta, da un paso de la danza a la música y cuela, entre trompas, címbalos y clavicordios, su mal digerido revanchismo ideológico convirtiendo otra vez una lengua co-oficial en una herramienta de dominio y poder. En un artefacto antipático, castrador, inquisitorial, restrictivo y liberticida. De modo, che, nano, que es más importante el titulín de valenciano en la clase de trompa de la señora Grau, que la trompa misma y que la pericia de la profesora con el citado instrumento. Una estupidez enorme, desaforada, manicomial… grande como la trompa (vinolenta) de un general.
Hay algo obsceno, sucio (no tanto como un alegato a favor de la pederastia, razón Irene Montero, defendida, cosas veredes, por el portavoz de la Conferencia Episcopal), además de injusto y arbitrario, en todo ello, pues siempre se nos ha dicho que el de la música es el lenguaje universal por antonomasia. Un idioma que no necesita del traductor simultáneo, pinganillo a la oreja. Un código versátil y mudable de sonidos que trasmite emociones y aúna a personas de muy diferente origen y cultura. Es poco menos que un sacrilegio envilecer una clase de música y una dilatada trayectoria docente con semejante excusa. Un acto propio de un auténtico botarate, de un palurdo cejijunto como no hemos visto otro. Con todo, Baldoví, en su insondable estupidez, ha tenido la gallardía de dar la cara y largar esa vergonzante melonada para justificar un atropello de ese calibre. Los demás integrantes de la coalición de ese infecto gobierno regional, a decir verdad, son aún peores, pues promueven el despido o consienten y callan.
Ha sido noticia cuando una agencia astronáutica ha lanzado cohetes y satélites al espacio exterior. En previsión de un contacto hipotético, se nos ha dicho, con una civilización extraterrestre, llevan las naves aparatejos sofisticadísimos para emitir señales radioeléctricas a guisa de tarjeta de presentación planetaria. Y nunca falta en esos archivos de audio una pieza musical en la, acaso ilusoria esperanza, de que ese específico lenguaje, una de las más sutiles creaciones del alma humana, pueda servir para establecer un rudimento de comunicación entre distintas inteligencias. El angelical tañido de un arpa. La armonía de las esferas celestes. La Novena sinfonía de Beethoven, una misa barroca de Bach. Por qué no, una escogida interpretación de la señora Grau. Pero jamás una alocución parlamentaria, en valenciano, de ese cafre de Baldoví que odia la música con la intransigencia de los talibanes, bien que por diferentes motivos. O un artículo de ese cantamañanas de Eliseu Climent, vivales de profesión y “caza-subvenciones” número uno del pancatalanismo levantino. Un latoso mensaje de ambos animaría a nuestros interlocutores galácticos, de verdes trompetillas en la azotea, a hacernos una visita inamistosa.
Sostiene Baldoví, ya se ha dicho, que la señora Grau, virtuosa de la trompa represaliada por esa exasperante normativa lingüística, habría podido aprender “el idioma de su tierra”, refiriéndose a eso que llaman “valenciano”. Que, por cierto, habla desde niña. También es idioma de su tierra el español, que es el idioma familiar de muchos valencianos, tanto en las grandes capitales de la región como en algunas comarcas en las que es la lengua dominante desde hace siglos.
Esto va de gustos y de prioridades, de proyectos vitales, no puede ser de otro modo, de lo que cada quídam quiere o puede hacer con su vida. ¿Quién se ha creído que es ese prototipo de aldeano, a quien sólo falta vestir el desahogado blusón de hortelano ribereño de la Albufera, en plan “Cañas y barro”, para decir a nadie lo que tiene o no que aprender? ¿Y por qué no aprendió el andoba ése de Baldoví a tocar la trompa, habida cuenta que no es manco a la hora de tocar los cataplines a los demás… ni de encubrir a sus amiguitos de partido que, de tapadillo, tocan los genitales a las niñas “tuteladas”?

“Anda, el cornetín del pregonero de mi pueblo”, dijo Baldoví (Compromís), ese gran experto musical, al ver la trompa de la señora Grau.







