Nuestros «agentes sociales»

Mención que pone en inmediato estado de alerta al más pintado. Siempre que en los medios hablan de “agentes sociales”, el sismógrafo íntimo de los temores que todos llevamos encima se activa y empieza la línea continua a desbocarse en frenéticos altibajos. Los tales nunca aparecen en escena para nada bueno y todo cuanto hacen y dicen es para dejar a la resistencia con el culo al aire y a los pies de los caballos.

Lo mismo los sindicatos que la patronal. Tanto monta… Y uno entiende, por lo que hace a Cataluña, que cuando nos hablan de “agentes sociales” no se refieren a personas que actúan, incluso a veces se les denomina “actores sociales”, es decir, aquellos individuos que obran o tienen virtud de obrar y que de sus obras se derivan efectos para los demás. Aquí la acepción invocada nos acerca más a los agentes “dobles” y “provocadores”, de tal suerte que “nuestros” agentes sociales se mueven por intereses de bandería, supeditados a una parte que siempre es la misma, el nacionalismo, y al que lustran los zapatos a lengüetazos primorosamente. No falla.

En el caso de las patronales catalanas podríamos repetir el manido refrán “vuelve la burra al trigo”. Es nuestro fatalismo empresarial. Se pasaron la vida en tiempo de saludo financiando alegremente el tejido asociativo afín al nacionalismo durante la era Pujol. Era que traería consigo la ponzoñosa larva del radicalismo excluyente en las siguientes generaciones, acabando con el llamado “modelo pactista”. Deriva que desembocó en la puesta en marcha del “Procés” golpista que ahora bendice, borrón y cuenta nueva, el felón de Pedro “Pinganillo” Sánchez para aferrarse a la poltrona monclovita. Cabe recordar que entonces, octubre de 2017, e incluso antes, muchas empresas catalanas aterrorizadas por la deriva de los acontecimientos pusieron pies en polvorosa: “¡Esto se nos ha ido de las manos!”. El monstruo que cebaron, se los comía por los pies. Se largaron por miles, cambiando su razón social al atisbo de los negros nubarrones que se cernían sobre sus saldos bancarios… que si la unilateralidad y sus consecuencias fiscales y arancelarias, la inseguridad jurídica o el traumático abandono de la UE.

Pues poco o nada aprendieron del tumulto y ya están las patronales autóctonas haciéndole ojitos a la humillante Ley de Amnistía perpetrada por el PSOE que obtendrá, nihil obstat, la previsible sanción de un Tribunal (anti-) Constitucional “pumpidiano” entregado a las doctrinas “habilitantes” propias de las más zafias dictaduras bolivarianas. Y en aras, mira tú, de la “convivencia”, que es la palabra clave del invento. La misma “convivencia” que saltó por los aires gracias a la interesada “connivencia” durante décadas del empresariado catalán con ese nacionalismo que atizaron para obtener prebendas y ventajas de los sucesivos gobiernos centrales. El último en sumarse a esa vergonzosa deserción ha sido un tal Antonio Cañete, tal cual, presidente de PIMEC, la pequeña y mediana empresa de Cataluña, y a quien, desde hoy, le deseo lo peor de todo corazón.

Un bochorno insoportable sentimos quienes acudimos a aquella gigamanifestación (octubre 2017) en Barcelona, gracias Majestad, contra el golpe separatista al recordar que Josep Borrell tomó la palabra. No aprendemos nunca. Y ya nos avisó a todos quienes clamamos entonces presidio para ese chiflado incendiario de Puigdemont, fugado en el maletero de un coche: “¡Esto no es un circo romano!”. Puigdemont, el hombre en cuyas manos está hoy el futuro de España. A esto hemos llegado. Quiso decir Borrell, con Iceta e Illa muy cerca del estrado, que antes o después nos traicionaría. En misa y repicando. Pero nunca pensamos que el viraje sería tan rápido y tan abrupto, y tan insondable y profundo el desasosiego que nos instilaría en las almas Pedro Sánchez, que es oficialmente ya, y sin la menor discusión, el mayor traidor de nuestra historia contemporánea, sobrepujando a Zapatero y a Rajoy, éste último por desidia y pereza.

El empresariado catalán en su conjunto, cuando menos a través de sus órganos colegiados, honrosas excepciones al margen, se ha convertido por sobrados méritos en una de las palancas (argot futbolístico) más activas de la ingobernabilidad de España, en uno de sus conjurados enemigos y un “agente” fundamental en el acoso a las instituciones nacionales. El empresariado catalán no cree, pues, en la democracia, en la separación de poderes, en el Estado de Derecho, en aquella divisa que más o menos dice “que nadie, por muy poderoso que sea, está por encima de la ley”. Y volverá a financiar el separatismo en aras de la mal llamada “cohesión social” y temblará cobardemente como gacela asustadiza en cuanto su engendro otra vez emprenda una nueva aventura rupturista, y muchos de los que se quedaron, harán las maletas y seguirán la senda trazada por miles de empresarios que, en buena parte, ya no han de regresar.

Por otro lado, la deserción del empresariado “oficialista” nos anima en adelante a los resistentes a eliminar de nuestro argumentario sus cuitas y porfías, sus temores y quejas. Comoquiera que son partidarios de subir y bajar al mismo tiempo, de una cosa y la contraria, nos liberan de tener en consideración sus intereses. Dicho a la pata la llana, que se jodan y los cosan a impuestos.

De los otros “agentes sociales”, los autodenominados “sindicatos de clase” (“¿Qué clase de sindicatos?”), no cabía esperar cosa distinta. En su caso prima mucho más, a pesar de lo que se diga, el vector ideológico y doctrinario, enfeudados como están a toda la morralla woke de la progresía mundial, a su acomplejamiento ante los nacionalismos periféricos e identitarios y a su odio visceral a la idea de España como sujeto político, que la fruslería ésa que invocan algunos de sus detractores acerca del pavor de sus mandos y cuadros a la “pérdida de subvenciones”. Quía. Jamás se las quitarán… y por eso su indecencia es indescriptible, pues no tienen la menor necesidad de mover el rabo apuntándose a ese bodrio “amnistiforme”. Verdadera angustia, y un caótico desarreglo de bandullos y órganos vitales inspira a las personas decentes la sola visualización en los noticieros de las caras, espejos del alma, de ese fámulo de Josep Maria Àlvarez (antes José María Álvarez) envuelto en su pañoleta palestina, chamullando un catalán muy deficiente, o del máximo gerifalte de CC.OO en Cataluña, un tal Pacheco… que es la definición facial perfecta (una imagen vale más que mil palabras) de la insaciable glotonería del zampabollos.

La trayectoria de los sindicatos mayoritarios en Cataluña es sobradamente conocida. Nunca han perdido ocasión de defender con entusiasmo esa ofuscación mental, liberticida y antipedagógica de la inmersión obligatoria en la escuela pública. Ni un pero, ni una discrepancia, muy al contrario, sujetando la pancarta primeros que nadie. Una de sus últimas proezas ha consistido en ofrendar atada de pies y manos en los altares de Moloch, esa máquina diabólica de picar carne humana que es el nacionalismo catalán, a una monísima enfermera gaditana que a poco nos la fusilan al amanecer. Cómo no, el instructor del expediente disciplinario, un fanático separatista afiliado a UGT.

Por lo que hace a los sindicatos de marras, sólo queda urgir a los resistentes que pagan cuota en esas organizaciones, a que entiendan que en la vida, en ocasiones, uno puede quedar indefenso o desprotegido, sí, pero libre de según qué servidumbres, y a fin de cuentas siempre hay una alternativa a mano que nos puede hacer buen servicio. Nada como darse el gustazo de romper con esas siglas envilecidas. La dignidad tiene un precio y es a veces asequible, unos pocos euros mensuales, y además ayuda a conciliar el sueño. Nuestros “agentes sociales” hostiles, pues, a media sociedad catalana… más o menos, pues PSC y PSOE se pasan ya a calzón quitado al bloque «procesual».

Todos juntos dan más miedo que los espantosos cenobitas de Hellraiser. Mi favorito es Pacheco (CC.OO), prototipo de cebón “asimilado” a lo “Gunga Din Montilla” y, por cierto, muy favorecido en la instantánea. Cuadrito inferior izquierdo.

Escupiré sobre vuestra tumba

La profanación de la tumba de Fernando Buesa tiene, en mi opinión, un carácter prácticamente “institucional”. Buesa fue asesinado por ETA de un bombazo en el año 2.000. También mataron a su escolta, Díez Elorza, agente de la Ertzaintza. La lápida de la tumba, en el cementerio de Santa Isabel de Vitoria, amaneció días atrás ensuciada con pintura negra y excrementos humanos. Los concejales del ayuntamiento, excluidos los de Bildu (Herri Batasuna), condenaron ese alarde fecal, basuriento y cochambroso con hechuras de rito satanista.

Si se ha producido una condena del pleno consistorial, y por lo tanto una “condena institucional”… ¿Por qué aludo al mismo tiempo al carácter “prácticamente institucional” de semejante atentado contra la memoria de la víctima? Son varias las razones. Una de ellas es que en el cuerpo político que da vida a esas instituciones está representado, y no con un papel secundario, el brazo político de los terroristas, que lo sigue siendo (brazo político) aunque en la actualidad no se cometan atentados mortales. Pues Bildu (HB) defiende a toque de corneta y en su totalidad la trayectoria siniestra de ETA, es decir, su legado sangriento, incorpora a etarras confesos en sus listas electorales, empezando por Arnaldo Otegui (con mayor historial delictivo a sus espaldas del conocido hasta ahora, véase la portada de “El Mundo”, 16/10/2023) y aún hoy rinde honores a los terroristas que han cumplido condena, recibidos en casa como auténticos héroes: los famosos “ongi etorri”. Se trataría, cuando menos, de un pro-terrorismo retrospectivo. Quiere ello decir que tanto quienes condenan la nauseabunda profanación, como quienes no lo hacen por afinidad a los autores (lo mismo del atentado mortal en su día, que de la inmundicia presente) integran por igual la urdimbre institucional de aquella región. Y no actúan como compartimentos estancos, si no que se coaligan unos con otros y otros con unos en franca camaradería. Me explico, cuando los “buenos”, dicho así muy laxamente, compadrean con los malos, puede que los malos ya no lo sean tanto, pero los buenos, miau, ya lo son menos.

Bildu, o sea, HB, es un partido con el que se pacta, al que se busca, seduce y requiebra. Se le ofrecen cosas. Se reúnen con sus dirigentes, se fotografían juntos, se les invita a importantes eventos e incluso se brinda con ellos. Bildu, o sea HB, es institucional, y podría no serlo (sentencia en su día del Tribunal Supremo), pero hoy lo es porque así lo han decidido muchos. Goza incluso del marchamo de “partido de Estado”. No en vano, el nuevo Delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, alardeó públicamente (junio de 2023) de los miles de vidas de ciudadanos españoles que los diputados “bildutarras” ayudaron a salvar votando a favor de los decretos de alarma y confinamiento impuestos por el gobierno de Pedro “Pinganillo” Sánchez con motivo de la pandemia coronavírica. Decretos, por otra parte, declarados anticonstitucionales por la mayoría anterior a la era “Pumpido”, el de la toga “polvorienta”. Tanto eran el afán del interfecto (Francisco Martín) por halagar el oído de los diputados pro-etarras, y circuir a lengüetazos el perímetro de sus respectivos orificios anales, que en su lacayuno entusiasmo falseó el sentido del voto real, pues aquéllos, no me fastidies, votaron en contra. Uno se imagina, si no el enojo, sí el desconcierto y la estupefacción que semejante discurso habrá causado entre sus socios de investidura, respondido con esa sardónica risa de calavera repelada (y encapuchada) que entrechoca sus mandíbulas: “¿Nosotros salvando a miles de españolazos?… ¿Nosotros… que los hemos quemado vivos lo mismo en la Casa del Pueblo de Portugalete que en el aparcamiento del Hipercor de Barcelona?”.

Suma y sigue, un tal Nicolás García, asesor de cabecera de Yolanda Díaz, la actual “vice” en funciones, la misma que confunde el secador capsuliforme de la “pelu” con una escafandra de astronauta, es partidario acérrimo de la amnistía y considera que Otegui, alias “el Gordo”, no fue terrorista, quiá… que lo suyo era “disidencia política”, eso sí, pistola en mano. En Pamplona, hace apenas unos días, los socialistas agasajaron a Bildu (HB) con la presidencia de la Federación de Municipios: una suerte de anfictionía navarra. Con unos años de retraso, el PSOE (PSN y PSE, el partido de Buesa) se apunta al fin, adenda verbal, al pacto de Estella

La profanación del monumento funerario obedece al repliegue táctico de ETA. Ahora no es conveniente matar a los vivos, pero su gente sí puede conducir sus pulsiones “thánatos” hacia los muertos, atentando contra su memoria. Y Fernando Buesa está rodeado. Por un lado recibe el castigo de ultratumba de quienes le asesinaron (los profanadores) y, por otro, el de quienes tergiversan las opiniones en vida de la víctima para ajustarlas al momento presente y hacernos creer que Buesa fue asesinado por lo mismo que Pedro Sánchez defiende en la actualidad, y con él, nemine discrepante, todo el séquito de palmeros que componen la Ejecutiva del PSOE. Léase el artículo de Mikel Buesa en el que disecciona críticamente el montaje sesgado y descontextualizado de algunas de las manifestaciones de su hermano que fueron excretadas sinuosamente en un programa de La Sexta. La citada cadena, mediante ese mecanismo perverso, a quien blanquea en el fondo es a Pedro Sánchez, que se acerca a los amigos de los terroristas, socios preferentes, meneando el rabo como un chucho faldero.

La “blancura” en política es finita, y para blanquear a unos es preciso ensuciar a otros. Es de cajones: si toca blanquear a ETA y a Batasuna (Bildu), es preciso revisar lo que hicieron, quitar hierro a sus “disidencias activas” (que diría el asesor de la “vice”) y echar una mirada contemplativa y distendida sobre el pasado, con cierta benevolencia abacial. “Sólo la izquierda abertzale supo leer que la Constitución del 78 era papel mojado”, afirmó Pablo Iglesias en una herriko-taberna… un tipo, enlace en Madrid de las coordinadoras de presos, que también fue Vicepresidente del gobierno de España, para baldón de ésta. Quiere decir Pablo Iglesias que los atentados, sobre todo los perpetrados por centenares en los “años de plomo” (1978-1981), estaban fundamentados en una interpretación ajustada de la situación política de entonces. Es decir, que mataron con razón, y que las víctimas bien muertas y enterradas están.

Se trata, en definitiva, de una reciprocidad viciada e insana, pues para dignificar a los asesinos cuyos votos son necesarios (y después de sus votos habrá de mantenerse cierta complicidad legislativa) hay que denigrar a las víctimas. De lo contrario sería harto difícil “vender” la “normalización institucional” de quienes asesinaron por convicciones ideológicas, pues el tiro en la nuca integraba su programa político tanto como un congreso extraordinario, la confección de una lista electoral o una pegada de carteles. El premio por haber matado. Una vez más, y ya van unas cuantas, remitimos a la lectura del ensayo de Fernando Alonso: “La derrota del vencedor”. Quienes nunca mataron, no tienen premio. Quienes murieron, castigo duplicado.

Diréis cosas que nos helarán la sangre. La sentencia de la madre de Joseba Pagaza ha quedado para la Historia y habría que esculpirla en piedra para ilustración de venideras generaciones. Sobre el petroglifo desembarazarán sus tripas, indistintamente, los verdugos y sus simpatizantes, y también los socialistas de escalafón a las órdenes de “Pinganillo” Sánchez, pues aquéllos militantes suyos fueron, a sus ojos, asesinados por defender entonces una posición que hoy consideran equivocada. Son estorbos del pasado en el camino a la nueva investidura que es preciso arrinconar en la cuneta. Reliquias falsas y enmohecidas que no merecen veneración. Es casi una razón de “Partido” (mayúscula) marcar distancias con la trayectoria de Buesa, y su recuerdo, y una manera gráfica y efectista de desacralizar su memoria es ciscarse en su tumba.

Los muertos merecen un respeto, así sucede en el ecúmene de las culturas, donde la profanación de cadáveres y sepulcros, y de otros símbolos funerarios, se considera tabú, una práctica sacrílega, algo aborrecible e ignominioso. Ni los parias, los sudras más desharrapados, son susceptibles de escarnio y vituperio una vez muertos. Uno entiende que Bildu (Batasuna) no condene ese derroche de violencia excrementicia contra el difunto, pues sería como condenarse a sí mismo. Pero cuesta saber por qué diantre lo hace el PSE-PSOE, tan comprensivo hoy con los asesinos de antaño. Que nadie vea en ese vaciamiento de las tripas un acto transgresor, o cosa parecida, no hay paralelismo con el “Escupiré sobre vuestra tumba” de Boris Vian, un alegato gamberroide, nada extraño conociendo al autor, contra el segregacionismo racial en los estados del Sur. Aquí, tras la foto de “Pinganillo” Sánchez obsequioso y sonriente ante Merche Aizpurúa, la periodista abertzale (Egin) que señalaba objetivos a ETA, salta a la vista que la defecación ha sido una cosa regimental, casi oficial, prácticamente institucionalizada.

Pedro Sánchez con Merche Aizpurúa (Bildu/ Batasuna), sin pinganillo de por medio. “La performance artística en la tumba de la momia del Buesa ése de los cojones es sencillamente rompedora… qué texturas, qué colores, vanguardismo puro…”

PS.- Aunque también es un campeón, pero no al volante, el autor de «La derrota del vencedor» es Rogelio Alonso. Mil disculpas por el gazapo

«Gunga Din» Montilla

Años atrás acuñó un servidor la expresión sonderkommando Montilla para referirse al político, natural de Iznájar (Córdoba), que llegó a ser, aunque nadie entendió cómo, presidente de su comunidad de vecinos. También fue alcalde de la populosa villa de Cornellá de Llobregat durante muchos años, ministro de Industria (en un gabinete de Zapatero, correveidile y palanganero por antonomasia de las narcodictaduras bolivarianas), y presidente, arrea, de la Generalidad de Cataluña. Nunca tantos y tan principales cargos llegaron a menos y a más un hombre al que incógnitos méritos adornan.

Lo cierto es que esa denominación es injusta y por ello me retracto. Los sonderkommando eran prisioneros judíos en los campos de exterminio encargados de tareas realmente espantosas, tales como sacar en carretillas los cuerpos inertes, amontonados, de docenas de personas asesinadas de una tacada en las cámaras de gas, para su posterior traslado a los hornos crematorios. Una tarea horripilante inmersa en un siniestro proceso industrial de la muerte a gran escala. A esa gente no le quedaban más bemoles que cumplir tan abominable cometido, pues de negarse habrían ocupado vacante en la matanza y otros habrían acarreado sus despojos. Que a medio plazo les aguardaba el mismo fin que el de todas esas víctimas, es indudable, pero de ese modo, y a ese alto precio, prolongaban unos días la esperanza de la supervivencia en el infierno.

Salta a la vista, que emplear esa denominación con Montilla en su calidad de doméstico de un envilecido PSC al servicio del nacionalismo es una hipérbole cruel, pues los sonderkommando las pasaron canutas, es dudoso que aquellos que sobrevivieron al horror, si los hubo, pudieran en adelante llevar una vida normal, superar el trauma y conciliar el sueño asediados por pesadillas mortificantes, equiparables al más devastador delirium tremens que quepa imaginar. Ellos lo hicieron velis nolis, forzados por las circunstancias y, en cambio, Montilla pudo elegir, no estaba en absoluto condenado a degradarse. Habría llevado una vida holgada, y acaso digna, sin mutar en patético arlequín y “agradaor” del separatismo.  

Uno de los hitos más notables en la dilatada vida pública (entendida como cursus honorum) de José Montilla fue, sin duda, casar a mi abogado y amigo Antonio (el oxímoron perfecto -también “dentista” entraría en la misma categoría-). Recuerdo, y el señor letrado no me afeará la verídica anécdota, y no me reprochará esta inocua indiscreción, que al ver al burgomaestre de la muy noble y leal villa me acerqué al contrayente y, antes de que diera inicio la ceremonia, le comenté al oído, discretamente, sin que me copiara la dama que al punto contraería nupcias con tan apuesto galán: “¿Pero has visto quién te casa?”. Y no sin retranca, y sin perder los nervios, como interesa a un hombre de leyes curtido en pleitos innumerables, me contestó: “Si la cosa va mal, solicitaré la nulidad del matrimonio por incapacidad manifiesta del oficiante”. 

La naturaleza servil, lacayuna, de Montilla casa mejor, propongo esta analogía cinematográfica, con Gunga Din, el aguador del regimiento británico, guerras coloniales del siglo XIX, que se bebía los vientos por ingresar en la milicia para lucir una casaca de tropa nativa y portar, no ya un odre de agua, si no un rifle al hombro. A tres oficiales les encomiendan la peligrosa misión de adentrarse en una comarca montañosa de la India para localizar la guarida de la secta criminal que idolatra a la diosa Kali. Cary Grant, Victor McLaglen y Douglas Faibanks, jr, menudo reparto. El papel de Gunga Din lo encarna Sam Jaffe, que se adelantó a Montilla en el casting. Lo de Sam Jaffe lo he consultado en FilmAffinity, pues nunca he sabido quién interpretó a nuestro héroe aborigen. Épica por un tubo, con mayúsculas, lo que ahora consideran morralla imperialista los fanatizados doctrinarios de la llamada izquierda “canceladora”, o sea, la hiperactiva inquisición progre. Ya saben, “La carga de la brigada ligera” en las colinas de Balaklava, inspirada en el poema de Tennyson: “Por el valle de la muerte cabalgaron los seiscientos”, “Tres lanceros bengalíes” de Henry Hathaway, “Beau Geste”, como la anterior con Gary Cooper como protagonista, el 7º de Caballería de Michigan al trote silbando las notas de “Gary Owen” o “La bandera”, de Duvivier, con Jean Gabin en el papel de “nadie en el Tercio sabía quién era aquel legionario…”. “Gunga Din” es un poema, cómo no, de Rudyard Kipling, autor de una de las mejores novelas de aventuras de todos los tiempos, “Kim”, execrada y odiada por todos aquellos que proclaman que la civilización occidental es lo peor que le ha pasado a la especie humana.   

Montilla se ha jactado de “defender nuestro idioma” gracias al liberticida modelo escolar “inmersivo”, refiriéndose con “nuestro” al catalán, para sorpresa de muchos tras demostrar una dicción propia de alguien que aprende entre regular y mal una lengua a una edad avanzada. Lo habla mucho peor que Rufián, el de ERC (pero mejor que cualquier diputado del PNV el vascuence).

Participó este verano junto a Aragonés, Junqueras y el fugado Puigdemont, también asomó la sotana por ahí el abad de Montserrat, en un acto de la autodenominada “Universitat Catalana d’ Estiu”, que es uno de los hitos veraniegos del separatismo más exaltado. Asistió, claro es, en calidad de alto representante de la mayordomía socialista subordinada al supremacismo aborigen. Vamos, lo que en “La loca historia del mundo” de Mel Brooks vendría a ser el garçon de pis o piss boy. Y, cómo no, poniendo su honra en holganza, que decían los clásicos, declaró hace unos días que era partidario entusiasta de la amnistía de marras, que va más allá del indulto, pues supone la extinción, no de la pena, si no del delito. Queriendo decir que el rey Felipe VI se extralimitó en sus funciones al convocarnos en defensa de la democracia, que los “piolines” (terminología empleada por Pedro “Pinganillo” Sánchez en el Congreso de los Diputados) cargaron brutalmente y de manera gratuita contra la peonada civil de la trama golpista y que se equivocaron los tribunales que juzgaron los hechos (y se equivocaron de medio a medio, cierto es, al tipificarlos como “sedición” tratándose en realidad de una rebelión como la copa de un pino). Montilla, rápido de reflejos, anduvo al quite de unas declaraciones anteriores de Iceta que solicitó para el prófugo, a futuro relapso (“lo volveremos a hacer”), un “final feliz”… copiando el bailongo ministro la fraseología publicitaria de ciertas casas de masajes regentadas por señoritas de origen asiático.  

Montilla es el Gunga Din por antonomasia del separatismo, el número uno, el paradigma. No obstante, ha de entenderse que el genuino Gunga Din es un personaje bonachón, simpático, risueño, que quiere servir, y lo hace pagando con su vida, a una buena causa, en tanto que Montilla se revuelca en el lodo para congraciarse con el régimen. Y, para hacerse perdonar su origen foráneo, adopta el purismo radical e intransigente del converso aborrecible. Es decir, para hacer el trabajo sucio que place a los malvados. Ha habido y hay otros fámulos del particularismo, auténticas escupideras receptivas a sus salivazos más copiosos, sea el caso del finado Pepe Rubianes, el del insufrible Justo Molinero (Radio TeleTaxi, “la muñeca chochona”), el de Josep Maria Álvarez (antes José María), el fámulo sindical de UGT, o el de rastreros personajillos de la farándula como Jorge Javier Vázquez, prototipo de charnego agradecido y zar rojo y sectario de la telebasura marujienta, José Corbacho, Santi Millán (tristísimos ambos, años atrás, por el ingreso en prisión de Junqueras), Jordi Évole, entrevistador de cámara de todos los terroristas de ETA) y el plúmbeo cantante Antonio Orozco.

Obtenido el perdón de los sonderkommando, habré de ganarme el de Gunga Din, pues… ¿Quién en su sano juicio querría servir de mote para tan anodino y subalterno personaje?

Sahib, aquí “Gunga Din Montilla” para lo que usted mande… lo mismo multar rótulos comerciales en español, que impedir a los alumnos estudiar en su lengua materna, siendo oficial, que suscribir amnistías anticonstitucionales y otras inadmisibles bellaquerías. Lustrarle las botas a lengüetazos corre por cuenta de la casa.

Berga: «Puta España y mierda para todos los hijos de puta que la defienden»

Nuestro tractor recala hoy en Berga, capital de comarca al norte de la provincia de Barcelona. Berga es poco menos que el Shangri-La pre-pirenaico del separatismo. En las elecciones municipales de mayo la fuerza más votada fue CUP (Candidatures d’Unitat Popular), un partido de extrema izquierda que simpatiza con la mal llamada “lucha armada”. Entendámonos, con el recurso al atentado terrorista como activo político. No en vano, uno de sus dirigentes más destacados, David Fernández, alcanzó cierta notoriedad años atrás por haber sido el chófer particular del etarra Arnaldo Otegui durante las visitas de éste a Cataluña. Y por blandir una sandalia sudada ante Rodrigo Rato en una comisión de investigación para la galería, completamente inútil, en el parlamento regional.

Cabe decir que en esa Cataluña nuestra agropecuaria y esencialista, Berga es el falso contrapunto de Ripoll (provincia de Gerona, aunque algún pillastre dirá que de “Figueras”, también en la misma provincia), donde la alcaldía se la quedó otra candidatura separatista de reciente fundación, AC (Aliança Catalana), de extrema derecha (escisión del FNC: «Front Nacional de Catalunya», avatar contemporáneo del antiguo y fascistoide «Estat Català» del chiflado Maciá, «l’ Avi»). Pareciera que en Berga son muy “progresistas” (todo lo progresista que puede ser el nacionalismo violento de CUP) y en Ripoll muy “conservadores”. Nada de eso, porque entre unos vecinos y otros no hay apenas diferencias. Obedecen al mismo patrón sociológico, sólo que en ambas localidades el marcador identitario, que es el fundamental por aquellas latitudes, lo encarnan coyunturalmente formaciones distintas. De ahí que ni una ni otra sean contrapunto de la contraria. En las pasadas generales, el bloque separatista compuesto por JxCAT, ERC y CUP (la lista AC no compareció en esos comicios) obtuvo resultados similares, un 41’2% en Berga y un 38’4% en Ripoll (*). El PSC se llevó el gato al agua con un 27’8% y un 34’6% respectivamente, pues la figura de Pedro Sánchez suscita moderada aceptación entre los separatistas más pragmáticos que ven en la ausencia total de valores del candidato, en su acomplejamiento ante los nacionalismos periféricos y en la debilidad de una hipotética reedición de su calamitoso gobierno, una oportunidad inmejorable para la consecución de sus objetivos.

Asimismo, no es baladí señalar que una parte del electorado de CUP, por lo que hace al área metropolitana de Barcelona, donde no obtiene sus mejores resultados, a decir verdad, se recluta entre catalanes que tienen el español como lengua familiar, pues aducen los tales que dicha formación no es nacionalista en sentido estricto. Muy al contrario, prima en ellos su carácter ultraizquierdista y revolucionario, y además se trataría, en su percepción, de un partido internacionalista afín a la causa palestina, a los narco-estados bolivarianos y al régimen castrista. Cada cual tiene sus propias percepciones y no siempre es necesario masticar peyote para que sean del todo disparatadas.

En Berga, otrora villa de la barretina calada hasta las cejas y del trabuco naranjero, reciben al forastero murales de inspiración tremendista: puños cerrados y crispados, y llamamientos al combate con un fondo de banderas estrelladas… la epifanía martirial de la sangre. Ese arte urbano de (mal) gusto borroka que pretende trasladar al observador a las calles de Belfast durante la época de los “troubles”, sólo que en Berga uno de los bandos, el lealista pongamos por caso, no tiene traslación pictórica.

Y a esa suerte de cartelería/ iconografía panfletaria se ha apuntado el ayuntamiento de la villa con motivo de la instrucción dictada por la Junta Electoral de Zona para que el consistorio retire, por contravenir la neutralidad exigible en procesos electorales, la placa oficial que da fe de la adhesión de Berga a la independencia de Cataluña. Sólo que ha sorprendido, y de qué manera, el tono empleado por los munícipes en su airada reacción, ayuno de eso que algunos comentaristas, en particular los más bizcochables, llamaban el “tarannà” catalán (el talante), una fórmula que ha caído en desuso habida cuenta del radicalismo golpista y anti-democrático en que vive enrocado nuestro aborigenismo montaraz desde hace más de una década. En efecto, bajo un letrero municipal que informa del mercadillo semanal en sábado, otro glosa la maldad intrínseca de los agentes “imperialistas” de la Junta Electoral de marras y concluye de manera intempestiva y grandilocuente: Puta España y mierda para los hijos de puta que la defienden (en el original en catalán). Tal cual, letra a letra, sin omitir nada. Una pieza museística del brioso odio a España cultivado con esmero en nuestras comarcas de interior.

Berga ya nada tiene que ver con aquel legendario bastión de la carlistada que asistió en la ficción, junto a Morella, a las andanzas de Onofre de Dip, el vampiro condenado a expiar sus culpas por toda la eternidad en “Las historias naturales” de Juan Perucho, una novela deliciosa. En la misma medida que en la actual Gerona es irreconocible la ciudad sitiada por las tropas napoleónicas, imbuida de ardoroso patriotismo, en uno de los más vibrantes episodios nacionales de Pérez Galdós. Nostalgia de una Cataluña que fue y ya no es.

Los alrededores de Berga, al llegar el otoño (frondosas arboledas en las que la naturaleza vuelca su variada paleta de colores), se llenan de buscadores de setas: cesta de mimbre para que los hongos respiren, cachava y navaja de bolsillo. El níscalo es el trofeo más codiciado. Batallones enteros de recolectores de apariencia inofensiva huroneando entre brazadas de musgo y pinaza. Tras la caminata, nada como reponer fuerzas echando un trago al porrón y dando buena cuenta de una cumplida ración de “botifarra amb mongetes (aliñadas con aceite de oliva o vinagre, al gusto de cada cual)”. Pero, hete aquí, cuando se acogen a sagrado en sus casas, se opera la transformación y los forasteros, según sea su procedencia, ya no son bienvenidos. Nos remitimos al cartel que cierra esta tractorada. Cierto que Berga ha crecido mucho y mal y, fuera del centro histórico por donde discurre la famosa comparsa de la “Patum”, allá por el Corpus, no reúne atractivo suficiente para integrar la red de “Pueblos más bonitos de España”. Si los tuviera, apuesto sobre seguro si digo que el pleno municipal no acordaría presentarse a tan selecto club.

En un país normal, el ayuntamiento en cuestión sería intervenido inmediatamente por un Tribunal de Justicia a instancia de una Fiscalía mínimamente seria. Ya no sólo es puta España, a guisa de desahogo retórico, también lo son quienes la defienden, es decir, personas concretas, con nombres y apellidos y que, una vez identificadas, podrían componer los fatídicos asientos de una lista… negra, claro. En Berga se ha obrado el milagro, el equilibrio perfecto entre el mundo de la forma y el mundo de la idea: maneras sucias para sucias ideas. La más genuina definición y demostración de a qué nos referimos cuando hablamos del nacionalismo catalán… ése que siempre han cortejado lacayunamente los partidos mayoritarios para investir gobiernos.

(*) Si incluimos Sumar en el bloque separatista, hablaríamos de un 50’1% en Berga y de un 47’3% en Ripoll.

https://www.larazon.es/cataluna/bienvenida-visitantes-feudo-independentista-cup-berga-barcelona-puta-espana-mierda-todos-hijos-puta-que-defienden_2023072364bce01af7868800015febf7.html

Hola, caracola… soy el águila coronada de la “patum” de Berga. ¿Que dicen que Rubiales, el del pico, es un patán? Eso es que no conocen a mi alcalde y a su alegre troupe

Una violinista en el tejado

Meses atrás, la imbecilidad lingüística reinante en buena parte de España (y aquí la parte vale por el todo) le hizo una faena baja y sucia a una profesora de trompeta. Tras 35 años de magisterio, Encarna Grau, Játiva, tuvo que hacer las maletas al no acreditar el dominio suficiente de la lengua co-oficial exigido por aquellas latitudes, que lo mismo da sea valenciano, según unos, que catalán mal hablado, según otros. Joan Baldoví, de Compromís, fue el politicastro más beligerante de todos en esta lastimosa función. El mismo que bailaba torpe y zambombo sobre una tarima, espectáculo bochornoso, en solidaridad con Mónica Oltra tras dimitir la doña por los abusos probados de su marido (entonces lo era) a una menor tutelada… la misma chica que, siendo la denunciante, acudió a juicio esposada a prestar declaración. Usos y costumbres de la progresía más repulsiva. Encarna Grau, de trompeta sabía un rato, pero los “pronoms febles” (pronombres débiles), no eran su fuerte.

Hoy la misma imbecilidad lingüística, y particularista, además del ferviente deseo de impedir a toda costa, y a toda normativa sectaria y descerebrada, la igualdad efectiva en derechos civiles y políticos de todos los españoles, nos traslada a Galicia, territorio Feijóo, a la localidad coruñesa de Ames, no muy lejos de Chanchencho (véase tractorada anterior). Una profesora de violín, con 17 años a su espalda arrancando sublimes acordes al instrumento y triplicando en puntuación, 100 contra 35, a la segunda candidata a consolidar la plaza, ha sido excluida del concurso al no acreditar el nivel de gallego requerido. Nuestra heroína es de origen polaco, tan polaca como Vladislav Szpilman, el pianista que sobrevivió a los nazis, interpretado por Adrien Brody en la extraordinaria película dirigida por Roman Polanski.

Se infiere de la noticia que la decisión compete al consistorio, donde PSdG (PSOE) y BNG (pronúnciese be-ene-gé) obtuvieron mayoría absoluta, 11 concejales de 21 (legislatura anterior, que es la que interesa), y 13 tras las municipales de mayo. Pareciera que el gobierno regional del PP nada tiene que ver o hacer en este asunto, pero uno se teme que no es del todo así. En las generales estivales de hace unas semanas, el partido de Feijóo (¿”Feijoy”?) se ha impuesto claramente en Ames con un 40’5% de los votos escrutados. Quiere decirse que dicha localidad no vive de espaldas a la dinámica política reinante en la región. El “ambiente” posibilita tan absurda y arbitraria decisión de la alcaldía. El discurso lingüístico sectario y liberticida que la habilita, no desentona con el paisaje de fondo pergeñado, legislatura tras legislatura (y van unas cuantas), por el gobierno de Feijóo, candidato a la presidencia de España por el partido mayoritario de la derecha.

Cierto que la versión local de esa derecha no alienta un desencuentro litigioso o conflictivo con la idea de España, pero es decididamente galleguista desde hace mucho tiempo, ya con Fraga erigido en señor local, acaso con intención de bloquear la emergencia de una derecha regionalista o nacionalista que amenazara las mayorías absolutas o diera los gobiernos a la izquierda cambiando de bando. La cuestión es que ha sido el PP el partido que calcó para Galicia las coactivas políticas lingüísticas perpetradas en Cataluña. No tenemos noticia de la menor rectificación en esa materia desde que Feijóo gobierna el brumoso reino de Breogán, más bien al contrario, pues a sus órdenes tiene a una jefa del aparataje lingüístico, Alicia Padín se llama ese brollante hontanar de sabiduría, que saltó a la fama diciendo, pizca más o menos, que en Galicia “ninguna persona culta debería hablar la lengua española en público”. Una declaración perfectamente homologable a la de sus pares del catalanismo más bilioso y exaltado.

Los cacicatos particularistas la han tomado con la lengua, cosa que va de suyo, pues es una manera efectiva de marcar perfil, de enfatizar artificiosamente las diferencias entre regiones que refuerzan tendencias centrífugas y escenarios de bilateralidad con el gobierno de la nación. De ello sacamos algunas conclusiones elementales e indiscutibles, salvo que pretendamos auto-engañarnos: que en España las lenguas co-oficiales no son un mecanismo para fomentar el diálogo y el entendimiento, que el autonomismo propende a la fragmentación de la comunidad política y es un obstáculo real para alcanzar la igualdad legal efectiva entre ciudadanos y además favorece la impostura y la suplantación del Estado de Derecho por estadículos de bolsillo a la rebatiña, como esos buitres que se disputan a picotazos la carroña de una res muerta.

Y, con la lengua como excusa, la han tomado también con la Sanidad. Notorio es el caso de Baleares. Si bien es cierto que los gabinetes insulares del PP hicieron seguidismo del modelo coactivo lingüístico de Cataluña (época de Jaume Matas), no tenemos noticia de que entonces el conocimiento de la lengua co-oficial fuera un requisito para el desempeño de ciertas especialidades médicas, extremo al que se ha llegado con el gabinete saliente de Francina Armengol (PSIB-PSOE), prevaleciendo el artículo “salado” (“salat”) sobre las aptitudes quirúrgicas y oncológicas del personal. De tal suerte, que era posible que un paciente se topara en la mesa de operaciones con un matasanos que recitara de memoria “La vaca cega”, pero no distinguiera un bisturí de una llave inglesa. 

La fijación de los nacionalistas con la enseñanza de la música es algo extraordinario, pues se entiende que el musical es un código expresivo prácticamente universal que apela a las emociones, aunque no descarto que la sinfonía sea un fenómeno incomprensible para un bimin-kuskusmin de Papúa-Nueva Guinea e incluso horrísono a sus oídos. Es claro que la música clásica (orquestal) no se rige por los mismos criterios que la comunicación verbal y por ello habría de quedar al margen de estas milongas particularistas, aldeanas, microscópicas, ridículas y cansinas. Pero no es así, lo que demuestra que el nacionalismo esencialista, o de base identitaria, quiere abrazarlo todo y en ello guarda una cierta similitud con el diseño colectivista de las sociedades. Los agentes de la Stasi (“el escudo y la espada del partido”), por ejemplo, querían saber qué decía el paisanaje incluso en su alcoba, y por eso lo llenaban todo de micrófonos. Los nacionalistas quieren saber más que lo que dice, en qué idioma lo dice, incluso en qué idioma folla el personal. Y, cómo no, en qué idioma juegan los niños en el recreo… y por ello advierten ya sin disimulo a docentes y monitores de actividades extra-escolares que en lo sucesivo ejerzan de polizontes lingüísticos en el patio de la escuela: “Jugad en catalán u os requiso la pelota”. Algunos miserables se prestarán a ello de grado.

Es completamente antipoético, pero dad por cierto que si los nacionalistas “tomaran los cielos al asalto”, de la mano de sus más insignes palanganeros de la actual izquierda (anti) española, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Yolanda Díaz, sacarían la libretita de las amonestaciones para ver en qué idioma tañen el arpa los angelones, y les importaría un pimiento si interpretan la sublime y divinal música de las esferas celestes o una zafia pieza de charanga verbenera. Entre tanto, a nuestra profesora defenestrada por los galleguistas intolerantes no le queda otra que tocar el violín en el tejado.  

 

https://www.vozpopuli.com/espana/profesora-violin-nota-plaza-gallego-c1.html

Si la profesora da las clases de violín en español, dentro hay una metralleta, si las de en gallego, un Stradivarius

Chanchenchar

Una pieza ligera para refrescar este tórrido y tóntido veraneo post-electoral

Chanchenchar.- Infinitivo de la primera conjugación. Presente de indicativo: Yo chanchencho/ tú chanchenchas/ él chanchencha… (inclúyase el pronombre femenino “ella chanchencha” en aras del traído y llevado lenguaje inclusivo y, cómo no, el “elle chanchenche” para el tercer género)… / nosotros chanchenchamos, etc. El verbo “chanchenchar” alude al acto de pronunciar o escribir en lengua co-oficial los nombres de ciudades, ríos y otros accidentes geográficos, cuando el sujeto habla o escribe en lengua española, aun disponiendo ésta de fórmulas propias para designar esas mismas ciudades o accidentes geográficos. El “chanchencheo” entra de lleno en el fenómeno del “idiotismo toponímico” que guarda estrecha relación, en no pocos casos, con la idiotez o acomplejamiento del propio hablante ante los nacionalismos periféricos. La voz nace a raíz de las reiteradas crónicas periodísticas sobre las visitas del rey emérito a la muy noble y leal villa de Sangenjo (“Sanxenxo”, que da “Chanchencho” por similitud fonética).

Ejemplos de “chanchenchar”:

1.- He pasado las vacaciones en “Lleida”.

2.- “Ourense” es una provincia interior.

3.- Me ha gustado mucho la catedral de “Girona”.

4.- Anuncian precipitaciones en “A Coruña”.

5.- Los que chanchenchamos somos igual de tontos en “London” que en “Hondarribia”.

“Chanchenchadora” es la persona que chanchencha. Se trata de convertir el adjetivo en un oprobio, en un insulto, cuando menos en burla. Se puede ser tonto, idiota, lelo, gilí, huevón, paleto, palurdo, pues también chanchenchador en adelante, entrando con paso firme y honores en la muy amplia categoría de gente bobalicona, corta de entendimiento y sin sustancia. Tiempo atrás dedicamos en esta web una cariñosa entrada a la localidad de Chanchencho (provincia de Pontevedra) y en ella se remitía al lector a otra de parecido tenor titulada “Yirona, Llirona” en el ensayo “Demens Catalonia: breviario clínico del nacionalismo en 125 electrochoques” editado por la Asociación por la Tolerancia.

El busilis de la cuestión es ya sabido, aunque ignorado por un segmento considerable de la sociedad; el que, precisamente, conforman los chanchenchadores. Para no hacer el ridículo, pasar por un pedante (especialmente cuando pronunciamos topónimos extranjeros) o por un acomplejado ante progres y nacionalistas, el hablante debe usar la forma admitida en español cuando se refiere a una localidad sita en una región donde se habla otra lengua, además de la española. Ese acto es una cortesía y una deferencia hacia la ciudad en cuestión, que habría de halagar los oídos de los avecindados en la misma, pues quiere decirse que dicha ciudad es o ha sido lo suficientemente importante como para trascender el ámbito local y generar una forma en otro idioma. Viladecans, por ejemplo, así queda al hablar y escribir en español, se respeta la denominación autóctona, pues su trayectoria no ha dado para más, pero Gerona, por ser una capital importante (la romana Gerunda y escenario de una resistencia heroica frente al invasor napoleónico), es Gerona, que no Girona, cuando hablamos en español. Del mismo modo que en catalán decimos y escribimos Cadis (que no Cádiz) para de ese modo honrar a tan bella ciudad y, de paso, a los gaditanos. En cambio, no la hay para referirse a Sanlúcar de Barrameda, aun tratándose de un muy nombrado municipio. La vida es así: para unos no, para otros sí. Para Sangenjo, Lérida, Colonia y Londres, sí. Para Sant Feliu de Pallerols, Lippstadt o Plymouth, no. Pero si la hay, se ha de usar, so pena de pasar por un tonto de baba, es decir, por un chanchenchador.  

Sorprenderá a una inteligencia mediana dedicar espacio a una cuestión tan elemental, pero es necesario insistir en ello si lo que pretendemos es torcerle la mano al adoctrinamiento nacionalista. Sólo que no es una cuestión tan baladí como parece. Es decir, si no somos capaces de lo menos, decir Gerona por Girona cuando hablamos en español, cómo diantre seremos capaces de lo más, sea el caso de armar un discurso potente para abogar, en defensa de España y de la igualdad legal y efectiva de todos los españoles, en favor del regreso competencial de importantes materias (educación, salud, seguridad ciudadana, etc) a su único gestor que habría de ser, la experiencia lo ha demostrado, el gobierno de la nación. No en vano todos hemos asistido a la deslealtad notoria de algunos gabinetes autonómicos… deslealtad habilitada en esencia por el propio sistema que, más allá de un deseable grado de descentralización administrativa, propende a la controversia y al conflicto entre territorios y a la diferenciación de derechos civiles y políticos por intereses partidistas. Decía el finado Antonio Gala que él perdonaría los grandes errores, cuando ante una encrucijada incierta, una situación grave, toca decidirse por uno u otro camino, pero que las fruslerías, las meteduras de pata por una gansada, no tienen perdón. Observación atinada.

Hemos de repetir hasta la saciedad que aquellos que al hablar en español dicen “Lleida” en lugar de Lérida, son unos paletos más tontos que Abundio. Una vez y otra, hasta que de oírlo se les colapse el pabellón auditivo a los tales y queden corridos (de vergüenza, se decía antaño). Ni tregua, ni cuartel. “Lleida, Girona y A Coruña… lo dice todo el mundo”, te replican los chanchenchadores más recalcitrantes buscando abrigo en la reconfortante solidaridad del hato ovino. Mal de muchos. Hablando de errores, de chanchenchar se sale, si uno se lo propone, echando mano de voluntad, de persistencia y de coraje, como se sale de otras más dominantes dependencias.

Y no se trata de aplicar una terapia correctiva de tipo invasivo, colocando a los chanchenchadores electrodos en la lengua para someterlos a descargas de bajo voltaje cada vez que enuncien uno de los topónimos abominables. El itinerario pasa por orquestar una campaña de recogida de firmas en las redes. “¿Cómo dice?”. Muy sencillo. Del mismo modo que usted ha secundado con su firma la protección del bonobo culiverde o la inclusión de los implantes dentales en los tratamientos generalistas de la Seguridad Social, ahora se trata de instar a la RAE a que admita la voz “chanchenchar” con el significado descrito en el primer párrafo de esta tractorada. Bien sabido que el celo de la RAE en defensa de la lengua española aquende nuestras fronteras es, lamento decirlo, mejorable. Con asuntos como la liberticida inmersión obligatoria en lenguas co-oficiales, se ha lavado las manos cobardemente. En el uso de los topónimos en lengua española, nuestros académicos tampoco han destacado por su bravura. De cuantas academias de la lengua en el mundo son, la española es la más bizcochable de todas.

Hete aquí que, convertido “chanchenchar” en un asiento más de nuestro vocabulario, tendremos una herramienta a mano para abochornar a los chanchenchadores, pues éstos aún ignoran que lo son. No cabe duda que en la fonética del hallazgo hay algo de infamante y ridículo. El hablante que chanchencha (acción de chanchenchar) nos remite a aquel otro que “cantinflea”… el que, como Cantinflas, habla a tontas y locas, hace mil aspavientos y no se entiende nada de lo que dice”, y que ya ha sido incorporada, “cantinflear”, al léxico de nuestra lengua. Una vez el concepto reciba el nihil obstat podremos decirle con todas las de la ley a ese conocido que ofende nuestros castos oídos con un “Me voy este finde a Girona” aquello de: “¡Anda… pero si tú chanchenchas! No sabía que fueras un patético chanchenchador”. Chanchenchar entonces no será plato de gusto para nadie. No imagino que se promuevan, a despecho, carrozas de gentes en taparrabos para celebrar el día del “Orgullo Chanchenchador”. Más bien todo lo contrario. Serán objeto de mofa y befa. Integrarán reuniones de adictos anónimos y serán despreciados por sus compañeros. Se levantarán de la silla y dirán: “Me llamo Fulgencio Bermúdez… (y añadirá contrito)… y chanchencho desde que tengo uso de razón”. Los toxicómanos se apartarán de él escandalizados, con un rictus de asco esculpido en la cara: “Yo puedo compartir mi espacio con un yonqui o un pirómano arrepentido, pero jamás con un chanchenchador… no quiero saber nada de ese monstruo”.

Pasarán los años y aquellos que chanchencharon a mansalva en su cara de usted, “Girona y A Coruña” a todas horas, como si fueran presentadores de un noticiero TV, le dirán dándose poleo de puristas: “Yo jamás he chanchenchado… siempre dije Gerona y Lérida al hablar en español”. Nanay, hasta ayer mismo dijiste “A Coruña”. Y se lo recordaremos. Como aquellos que se inventaron una juventud levantisca y “corrieron delante de los grises” en los años del tardofranquismo cuando en realidad estaban ligando en la “boîte”, cubata en mano y fardando de cajetilla de rubio americano. No se hable más: a la RAE y a las redes… quienes sepan, pues los hay que sólo conocemos las de pescar, y no por haberlas manejado. Firme por el reconocimiento de la voz «chanchenchar». Concédase un capricho.   

Hola amiguitos… a nosotros nos flipa chanchenchar… mola mazo decir “A Coruña” y “Lleida”… juega con nosotros a gilipollear topónimos, es lo más…

Santako

Esta tractorada, tras visitar diversas localidades catalanas (Besalú, Tortosa, Alpens, L’ Espluga Calba y otras), e incluso algunos destinos fuera de nuestras demarcaciones (sea la dedicada al aterrador duende Argitxo, chivato oficial del vascuence y aventajado alumno de la Stasi), tiene como escenario una populosa localidad de la conurbación metropolitana de Barcelona: Santa Coloma de Gramanet, abreviada Santako, con “k” de borroka, en esa jerga poligonera que goza hoy de cierta popularidad.

Hete aquí que en un Instituto de Santako le proponen el siguiente trabajo de campo al alumnado, como si los chicos fueran inspectores colmilludos del etno-lingüismo: barrer la ciudad en pos de cartas de bares y restaurantes (bar Trini y pizzería La Góndola) para comprobar in situ en qué idioma están redactadas. Ahí no acaba la felicísima ocurrencia: los muchachos, han de ofrecerse a los dueños de los establecimientos en que no figuran en el pizarrín las comandas en lengua catalana, a traducirlas a dicho idioma para que esos empresarios insensibles a su uso social lo incorporen de una vez al negocio. Ítem más, han de preguntarles si durante la pesquisa se han sentido “acosados”, entiéndase, molestos por el cuestionario que les han formulado. Nada se dice, por descontado, de traducirlas al español cuando están exclusivamente redactadas en catalán, que eso de la “bilingüización” se percibe como un acto de sumisión intolerable a la potencia colonial, tal y como sostiene nuestra amiga Julia Bacardit (con tractorada propia), la escritora ultranacionalista fichada por la agencia EFE para la corresponsalía en Bucarest.

Alguien podría pensar que esta iniciativa colisiona con el abnegado apostolado por la pureza lingüística que desarrollan los voluntarios de la asociación presidida por el delator máximo, Santiago Espot, del que, a Dios gracias, últimamente nada sabemos, el mismo que se vanaglorió en su día de haber denunciado a más de 3.000 locales ante la ACA (Agència Catalana de Consum) por incumplimiento de la sectaria y punitiva normativa regional sobre rotulaciones comerciales. Colisiona, decimos, en el sentido de pisarle el terreno y dejarle sin cometido, a guisa de ilícita competencia. Con esa actividad no se pretende otra cosa que “homologar” el espacio público de Santako, donde la difusión del catalán es menor que en Capolat o en Setcases, al de las comarcas del llamado cinturón de la “botifarra amb mongetes”. Es preciso, consideran los promotores de la deslumbrante idea, “civilizar” Santako, de tal suerte que esa roña de ciudad infestada de “xarnegos” piojosos deje de ser refractaria a la evangelización catalanista, y donde, por cierto, Gabriel Rufián ha fracasado estrepitosamente como candidato de ERC a la alcaldía.

Salta a la vista que la Cataluña oficial pretende que el ámbito escolar en todos sus niveles, en primaria, secundaria y enseñanza superior, sea la cantera fecunda que ha de nutrir en adelante las compactas falanges de activistas del particularismo localista. Ha de formar las nuevas levas que escenifiquen los próximos desafíos soberanistas, el relevo generacional de los CDR, y no hay mejor aprendizaje para sostener la conculcación de derechos que la intolerancia lingüística, que es la almendra del movimiento, su razón de ser, el tabernáculo del templo. Podrá retroceder temporalmente (y hasta nuevo aviso) la fuerza del vector más político del nacionalismo tras un “proceso” latoso y como en hibernación, pero la lengua será siempre el tesoro que defenderán hasta la muerte sus juramentados paladines. Causa a la que se suma de grado un partido titubeante como el PSC, es decir, guardando cierta distancia con el separatismo golpista, pero que, por hacerse perdonar esa tacha, y en aras de su redención, cierra filas (una transaccional) alrededor de la inmersión obligatoria en el sistema educativo. En esa materia, el PSC hace piña con los liberticidas.

El caso del instituto de Santako es un ejemplo palmario de la estrategia de los intolerantes. Se trata de trasladar a los centros educativos la última línea de defensa de la coacción lingüística. Y estas semanas afloran en la prensa crítica, como medusas en verano, planes específicos de esos consejos escolares que justan entre sí para dilucidar cuál de ellos es el campeón indiscutible de la exclusión y del sectarismo. La idea es que, si un día cambia el marco legal en detrimento de la imposición monolingüe, el adversario, para revertir efectivamente la situación, habrá de presentar batalla centro a centro, director a director. Y asistimos a todo tipo de apuestas, la última, la de un centro escolar de Sant Vicenç dels Horts que pretende impedir que el docente que imparte la asignatura de Lengua Española, al margen de su horario lectivo, acceda libremente a las aulas, como si fuera un apestado, persona non grata. La finalidad es restringir sus movimientos, medida incompatible con la legislación laboral y con los derechos fundamentales, para, de ese torticero modo, evitar que su presencia física interfiera en el desarrollo del “proyecto lingüístico” del que el centro se ha dotado. Se entiende que los alumnos, al ver al profe de Lengua Española, por automatismo, se dirigirán al docente en ese idioma: enorme y sangrante tragedia.  

Parecida disposición ha adoptado el Instituto Xaloc, de Sant Pere de Ribes, donde se insta a los monitores de actividades extraescolares a que empleen siempre la lengua catalana bajo amenaza de suspender la actividad, lo mismo la de balonvolea que la de natación, o un taller de papiroflexia. La suspensión de la actividad extinguiría, muy posiblemente, la relación contractual. Los ejemplos son numerosos. Estos dos son una muestra. Pero lo cierto es que el nacionalismo periférico excluyente (perdón por el pleonasmo) aprieta el acelerador por si en un futuro se producen cambios en el escenario político y un buen día se forma un gobierno nacional menos complaciente a sus demandas (*).

Dejan en retaguardia, por si acaso, un campo plagado de minas. Y, claro es, hay que desactivarlas una a una, tantas como centros de enseñanza obligatoria. La inmensa mayoría de directores obedecen al perfil de aquel de L’ Espluga Calba (provincia de Lérida) que ante la petición de la AEB de “cumplir con el 25% de asignaturas impartidas en español por sentencia del TSJC”, y que hoy nos sabe a poco, respondió con un escueto A la merda!” (¡“A la mierda!”), serán la réplica ultracatalanista de los voluntarios inasequibles al desaliento del capitán Ezquerra y de los franceses de la división Carlomagno que durante la batalla de Berlín defendieron a cara de perro el búnker de Hitler, cuando ya las SS habían rendido las armas. Consideremos que los cargos políticos de las diferentes consejerías del gobierno regional, dimitidos o cesados, son al punto trasladados a otros desempeños a cuenta del erario público o encuentran fácil acomodo en una de esas grandes empresas donde tienen mano o a las que en su día beneficiaron. Las llamadas “puertas giratorias”. Y que su plaza vacante en el gabinete lo ocupa un afín, y acaso de peor catadura, si cabe. Sólo que dicho procedimiento, con los directores de centro, no es tan fácil de repetir por su elevado número y porque al ser funcionarios de carrera, la toma de decisiones contrarias a la ley y al derecho podría acarrearles problemas de mucho fuste, sea el caso de la inhabilitación o de la suspensión indefinida de empleo y sueldo… siempre, claro es, que existiera voluntad política de sancionar excesos y desobediencias cuando afectan a derechos fundamentales de otras personas.

(*) Posibilidad que parece esfumarse a corto plazo tras el resultado de las últimas elecciones generales. No en vano, por interés político del candidato de la sucursal madrileña del PSC, Pedro Sánchez, la capital del reino, en fecha próxima, podría trasladarse a Waterloo.

¿En qué idioma has redactado la lista de la compra? La resistencia contra el invasor se consolida en esos detalles cotidianos. Cataluña es eterna cuando le dices “Bon dia!” a tu vecina ecuatoriana en el ascensor de la finca.

Presos «reincidentes»

Que si algunos delincuentes reinciden por haberse criado en un entorno familiar problemático, a causa de su extracción social o de su ínfimo nivel educativo. Que si en algunos casos su conducta criminal está motivada por una inversión de valores morales o por una suerte de peligrosa e inadaptada sociopatía. Gente poco empática. Incluso por sus rasgos faciales y antropométricos, tal y como sostenían destacados ensayistas de los siglos XVIII, XIX y aún del XX. Muchos autores, filósofos, moralistas y juristas de diferentes corrientes de pensamiento (utilitarismo, hedonismo, ambientalismo) han teorizado sobre la raíz del mal en la especie humana, qué es lo que mueve a los hombres a delinquir, a dañar a los demás en su integridad física o en su patrimonio. Las argumentaciones son variadas y esquivas al cálculo como la arena de la playa… olvídese para siempre de esas teorías caducas, pamemas que a lo sumo aportan explicaciones parciales que no abarcan tan amplio y tentacular fenómeno, pues ha venido al fin la Generalidad de Cataluña a sacarnos de tanto error, de ese devanarse los sesos en vano, de dar palos de ciego y caminar a tientas por el tenebroso páramo de la confusión.

Todo, absolutamente, se fundamenta en una razón lingüística, idiomática: los presos que hablan catalán reinciden menos. Tal cual. Y si no os gusta: “Que us bombín” (“que os den”, Trias dixit). De ello se deduce que la propensión al delito de los criminales que tienen el español como lengua propia es superior a la de aquellos otros que se han criado en el seno de una familia (desestructurada o no) catalanohablante. Y que la reinserción social, una vez penada la culpa, será más fácil en los delincuentes de este segundo grupo. Pero no sólo eso, los autores del estudio, entendamos que asignados a la Consejería competente en la materia (Dirección de Prisiones y Servicios Penitenciarios), insinúan que la lengua española es esencial, estructuralmente malvada, y que en la cosmovisión de aquellas personas que construyen sus parámetros mentales en ese idioma sucio y obsceno hay mayor acomodo para la repetición de actos tipificados en el Código Penal. Las lenguas, cuando los nacionalistas palomean alrededor, y en Cataluña lo llevamos bien aprendido, no son neutrales.

Hablar en español, pero sobre todo pensar en español, predispone a la comisión de los más variados delitos, hurto, robo, alzamiento de bienes, asesinato, piromanía forestal, envenenamiento de cursos fluviales, con especial incidencia en los crímenes y parafilias sexuales como la práctica de la zoofilia con cabras y gallinas, la violación manadista o esa aberración nauseabunda de la pederastia que ha defendido públicamente la ministro Irene Montero. No en vano, la segunda de la interfecta, una tal PAM, así la llaman, una rubia redondita, manifestó hace unos días que “los españoles son bastante violadores”, suponemos que excluidos de su enjundiosa afirmación aquellos que piensan y hablan en catalán (u otras lenguas co-oficiales) y que íntimamente reniegan de su nacionalidad legal. En parecidos términos depuso (oralmente) la famosilla “influencer” Sara Sálamo, más tonta que guapa, y no es ése un reto nada fácil, pues la chica es monísima, “que los machistas españoles matan más que ETA”. Eso después de que la interfecta montara en cólera por recibir un aviso en su celular para colaborar económicamente en la investigación del cáncer de próstata: “Nos violan y nos matan y encima quieren que nos solidaricemos con ellos”.

Establecido por el gobierno regional que la lengua española es un acicate para perpetrar todo tipo de crímenes, falta por conocer en profundidad el informe en el que se cuantifican esas prácticas delictivas. Y se malicia uno que tras las conclusiones del estudio de marras hay un agente estadístico disfrazado de Tezanos, pero tocado, claro es, con barretina calada hasta las cejas, apañando a destajo cocientes y porcentajes. Cabe pensar que estamos ante un caso de demoscopia proyectiva, por así decir. Se trata de lanzar un mensaje, los presos que hablan español reinciden más que aquellos otros que hablan catalán, con una clara intencionalidad ideológica, adoctrinadora, y supuestamente respaldada por magnitudes mensurables y con aires de impostado empirismo, que no trata de reflejar la realidad, pero sí el futuro ensoñado.   

A lo que vamos, comoquiera que la lengua es un hecho cultural relevante, algo más que las filigranas en las labores de encaje tradicionales o que la alfarería, que también lo son (hechos culturales), los promotores del estudio quieren decirnos, desde su óptica supremacista, ahí está el busilis de la cuestión, que hay culturas más próximas a la perfección moral que otras. Culturas más evolucionadas, en definitiva, porque forjan individuos rayanos en la beatitud angélica por mor de la lengua que hablan. Culturas superiores para hombres superiores. Sociedades y culturas que, en lo tocante a los individuos descarriados que engendran y que son sancionados por sus malas acciones, llevan no obstante impregnado en su “ADN”, como se dice ahora a tontas y a locas, la capacidad de arrepentimiento y de rectificación que se observa en su menor índice de reincidencia delictiva. Otras no, pues sus barbianes, rufianes, rascapieles, granujas y pillos de siete suelas, lo serán de por vida, pues andan ayunos de instrumentos culturales de contención o de represión de sus pulsiones más elementales, a menudo criminales e incapacitantes para la convivencia pacífica.

De tal suerte que Cataluña, la Cataluña genuina, auténtica, ni contaminada ni pervertida por agentes foráneos, la Cataluña interior, profunda y primordial, la del cinturón de la “botifarra amb mongetes”, es una ínsula civilizatoria de primer rango, ya no en España, si no en toda Europa y más allá, en Occidente. Es su más aquilatada y densa reserva espiritual. Sabemos, gracias al paradigma woke, que es la nueva reformulación de la izquierda mundial (cancelación, lesbofeminismo, cambioclimatismo antropogénico, indigenismo, racismo antirracista y otras caspicias ideológicas), que la civilización occidental en su conjunto es lo peor que le ha pasado a la Humanidad, la mayor y más inmunda pestilencia engendrada por la estirpe humana. Ni la protodemocracia ateniense, la ingeniería y el derecho romanos, el románico, las catedrales góticas, el Renacimiento, la música sinfónica y la separación de poderes, el constitucionalismo o la proclamación de las libertades individuales, valen un triste pimiento. Somos un mojón repulsivo: hemos guerreado de lo lindo, formado imperios, colonizado, masacrado y esclavizado a millones de seres humanos. Alguien podría argüir que esos fenómenos no son privativos de Occidente, pero correría el riesgo de ser tachado de infame “negacionista” de sólo Dios sabe qué causa pendiente, lo mismo de la transfobia que de la gordofobia, o que de la aracnofobia ya metidos en harina.

Sólo se salva, como queda dicho, Cataluña, y acaso algún otro aborigenismo residual pero bien apegado al terruño, sea el caso del agropecuario “baserritarrismo” de Vascongadas, con sus compactos escuadrones de “segalaris”, “bertsolaris” y “arrantzales” mitificados por los nazis en el documental “Im Landen der Basken”, o los sami lapones abrazados a sus rebaños de renos. Vale que también los catalanes hemos contado entre los nuestros con reputados racistas como el doctor Robert, celebrado en calles y plazas de toda Cataluña, o Martí Juliá (y más recientemente el finado Heribert Barrera o el “MH” Jordi Pujol, “el andaluz es un hombre desestructurado” y que morirá sin ir a juicio) y con esclavistas derrocados de sus marmóreos pedestales, como el marqués de Comillas. Dicen guasones los cubanos descendientes de esclavos: “Quién fuera blanco, aun siendo catalán”. La Cataluña aldeanista tiene, pues, a su favor, y a ojos del nuevo y plúmbeo  izquierdismo identitario, el prurito de la pureza primordial que no fue mancillada por el devenir histórico de las naciones constituidas, las naciones de verdad como España, Francia o Alemania. Cataluña, siendo Occidente, no es cochambre occidental. Acaso por eso los rescoldos de la inocencia y del adanismo originario caldean el corazón de nuestros delincuentes, que reinciden menos que esos criminales sin enmienda que te atracan en español, pinchosa en mano.

Hola, soy Edmund Kemper. Ya me lo dijo mi abogado, un tal Boye, que de haber pensado y hablado en catalán no habría reincidido. Por una puta letra de mierda no nazco Kempes, Mario Alberto, alias el “Matador”, pero del área… hay que joderse.

Medicina alternativa: «Metges pel català» (Médicos por el catalán)

Si usted cree que la función de la medicina y de los médicos es velar por la salud y sanar a los pacientes, se equivoca. Error. Error. Error. En Cataluña su misión primordial es velar por la “salud”, sí, pero de la lengua catalana. Eso se deduce del ideario de la asociación profesional autodenominada “Metges pel català” (“Médicos por el catalán”) liderada por el colegiado Lluis Mont. El catalán, según nuestros aborigenistas fanatizados, goza de “muy mala salud” (una mala salud de hierro) y precisa de vigilancia y cuidados intensivos. Los médicos más concienciados, e imbuidos de ardor patrio, acuden en su auxilio y harán cuanto sea menester para que el enfermo, a punto de viático, recupere sus constantes vitales y reciba el alta médica: hablando catalán a los pacientes, si es preciso con ayuda de un traductor, prescribiendo tratamientos en esa lengua y redactando en la misma todo historial médico que se tercie.

“El catalán está a punto de desaparecer”. “Retrocede su uso entre los jóvenes, particularmente en tiempo de ocio, en bares y discotecas, a la hora del cortejo galante, o para mercadear con según qué sustancias”. “Los catalanes se pasan al español inmediatamente cuando hablan con un forastero”. Ni una buena noticia. “Además, los pequeñuelos hablan español entre sí durante el recreo y hay que revertir esa perniciosa costumbre con ayuda de inspectores, docentes y monitores de comedor emboscados tras un seto”. Una situación dramática… una lengua a un tris de la extinción, casi una lengua muerta. Excusas que arguyen los extremistas para redoblar las coacciones lingüísticas llevándolas a un extremo insufrible, incluso al ámbito doméstico (véase la entrada dedicada recientemente a Argitxo en el caso del vascuence, ese duende feo, malvado y chivato) y, cómo no, para justificar nuevos incrementos en las partidas presupuestarias a cargo del contribuyente. Inmersión lingüística de la mano de la “imposición” en sus dos acepciones, imperativa e impositiva o fiscal.

Cabe decir, que el gasto en promoción de la lengua catalana se ha desbocado en estos últimos años, promoción que va acompañada, que nadie lo dude, de la exclusión en la vida institucional de la lengua de referencia familiar de más de la mitad de los catalanes, y todavía oficial, el español. Los estudios sobre el particular de algunas entidades reflejan un saldo abracadabrante. Al final de esta tractorada, para muestra un botón, uno de esos balances. Queda dicho que la llantina incesante sobre la desaparición “inminente” del catalán es el principal penseque para entrar a saco corsario en la tesorería. Sólo que si nos rigiéramos por criterios de rentabilidad de la inversión y de resultados contables, con el espíritu optimizador de recursos inherente a una empresa privada, ya habríamos cerrado el chiringuito y despedido a los gestores de la verbena: “Recoja sus pertenencias en una caja de cartón, como en las pelis americanas, y abandone su despacho. Si se resiste, le acompañará hasta la salida un empleado de seguridad”. El resultado: una birria, según los mismos promotores de esas políticas, pues cuanto mayor es el gasto promovido por el gobierno regional, más disminuye el uso “social” de la lengua catalana. Incluso se contrae el consumo de TV3, quién lo diría, que registra estos últimos años, menguantes audiencias. Lo que no habría de extrañarnos debido al hartazgo y bochorno que causa su sectaria programación.  

Los furibundos defensores de la inmersión (nacionalistas y progres, lo mismo PSC que ahora Podemos/Podem) siempre nos han barrenado el cráneo con la pamema, y hay quien la repite en las charlas de cafetería, que el modelo educativo catalán ha sido un éxito clamoroso. Y que los chicos salen de la escuela con mayor conocimiento académico en lengua española incluso que los alumnos burgaleses: el milagro de los panes y los peces y de las dos horas semanales que ha suscitado el interés y la envidia, a partes iguales, de medio mundo. La prueba del nueve son las extraordinarias calificaciones que obtienen nuestros bachilleres en los exámenes de selectividad donde les endosan ejercicios tan capciosos como éste: “Juan come peras. Señala el sujeto de la oración”. Pero si uno se malicia que hay truco y que ese argumento es una trola para consumo de idiotas y débiles mentales sólo tiene que leer los informes de entidades y organismos independientes que certifican que la comprensión lectora del alumnado catalán es la más deficiente, y con diferencia, de toda España, y que el fracaso escolar se duplica entre los alumnos “inmersionados” que tienen el español como idioma familiar con relación al que se da entre sus condiscípulos catalanohablantes. 

Digamos, por otra parte, que el modelo sanitario catalán es otra maravilla que adorna nuestra bien amada región causando asombro en todo el orbe planetario por su prontitud y eficiencia. Aquí no hay listas de espera para operarse, quiá. Las visitas al especialista, a mucho tirar, al día siguiente de solicitarlas. Las enfermeras gaditanas son recibidas con toda suerte de parabienes. Todo marcha sobre ruedas, no hay problema alguno, ni quejas tampoco. Y si se ha vertido alguna crítica, hay que buscar su origen a 600 kms de distancia, en el páramo mesetario… son intoxicaciones interesadas, catalanofobia pura y dura, de esos “nyordos” de españolazos (“ñordos” o zurullos), comegarbanzos y follacabras. Donde el estropicio es mayúsculo es en el Madrid de Ayuso, aquello sí es un despropósito sanitario. No hay más que ver la de huelgas que le ha montado, por algo será, el sindicato AMYTS, el de Mónica García (Más Madrid), cuyo acaudalado marido se ha beneficiado de un bono energético por su situación de impecune vulnerabilidad. O aquellas imágenes aterradoras de los fallecidos por la pandemia, con docenas de féretros alineados en una pista de patinaje y que motivó el piadoso comentario de la golpista Clara Ponsatí, “de Madrid al cielo”, y la ocurrente glosa de otro dirigente separatista: “De Madrid al hielo”. En claro contraste con la desdeñable y marginal incidencia del covid-19 en Cataluña, donde apenas se registraron casos mortales, y los pocos que hubo fueron desvergonzadamente exagerados por nuestros enemigos. Ni rastro de ataúdes en el Clínico de Barcelona.

En casos excepcionales como el que hemos vivido, uno entra en sospechas de la bondad de los criterios de triaje médico (selección) que los matasanos de “Metges pel català” pondrían sobre el tapete, aun habiendo pronunciado el famoso juramento hipocrático. O en el caso de clasificación de pacientes receptores de un órgano vital. Miau. Casi mejor no estar en sus manos. Por ello considero que no sería mala idea incorporar en adelante al seguro médico una cláusula que excluya explícitamente a los galenos lingüísticos de la citada asociación, de la atención al suscriptor de la póliza. Figúrese: está usted echado en la mesa de operaciones, aún no le ha hecho efecto la anestesia y entra en el quirófano el tal Lluis Mont tan campante. Pues ya sabe lo que sintieron muchos judíos al ver a Mengele ajustándose parsimoniosamente los guantes desechables.

Parece una broma que el baremo idiomático pueda convertirse en un argumento para la criba médica en una sociedad civilizada. No se engañe. Todo es posible. Para comprobarlo sólo hay que agarrar el magnífico ensayo de Douglas Murray (lectura obligada para los amantes de la libertad) titulado “La guerra contra Occidente” y acudir al capítulo en el que describe las valiosas aportaciones de la llamada “medicina equitativa” vinculada a la TCR, Teoría Crítica de la Raza, que causa furor en muchas instituciones norteamericanas, particularmente en el ámbito universitario. Los impulsores de ese subproducto de la más amplia corriente de pensamiento que llaman woke, advirtieron que el criterio de vacunación prioritaria a los mayores de 65 años era injusto, pues en ese tramo de edad el peso demográfico de la población blanca es muy superior al de la minoría negra. Los blancos viven más años de media que los llamados “afroamericanos”, pero no que los judíos o asiáticos. Aupado Biden a la Presidencia, se revocó esa medida por suponer una concesión al supremacismo blanco y un retorno al “esclavismo sanitario”. No es una coña marinera. Razones que fueron defendidas por Harald Schmidt, de la Universidad de Pensilvania, y con mando en plaza en el poderoso e influyente Centro de Control para la Prevención de Enfermedades. Y en la nueva prelación pasó a primer puesto la vacunación de trabajadores esenciales sin rango de edad. Pues entre bomberos y policías, por ejemplo, la proporción de agentes negros en esos cuerpos es superior al peso real de su “comunidad” en el conjunto de la población. Ahí, en esos apartados, están sobrerrepresentados. Se calcula que el cambio de vector en la estrategia vacunadora causó más de 50.000 muertes evitables en Estados Unidos (la mayoría ancianos blancos). Un índice perfectamente soportable de “daños colaterales” en aras de la “medicina equitativa”, restitutoria y con marcado componente racial.

https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/20211001/la-generalitat-gasta-millones-nacion-catalana-estudio/616188427_0.html

Este bebedizo milagroso se lo administro a mis pacientes no catalanistas. No deja trazas toxicas en las autopsias. La receta me la pasó mi amigo del alma Lluis Mont. Funciona, es la pera limonera.

Carla Simón: «la cándida-ta»

Tras el éxito de crítica y público de “Alcarrás”, la directora de la película, Carla Simón, anunció su salto a la política municipal. Apenas transcurridos unos días, la aclamada cineasta se desdijo y se borró de la candidatura de Junts per Catalunya (JxC) a Les Planes d’ Hostoles, comarca de La Garrocha (Gerona). Carla Simón estaba encantada de la vida formando parte, como “independiente”, de una candidatura que en las anteriores elecciones se agenció el pleno de concejalías con el 82% del voto favorable. Mostraba su contento en las redes y estaba muy ilusionada por participar en un proyecto “inclusivo para todos los vecinos y todas las vecinas”, textual. Eso declaró de conformidad con los atorrantes topicazos buenistas y tontistas que emiten de manera insistente, gracias a su productivo aparato fonador, nuestros artistas e intelectuales. Le faltó añadir aquello de “para todos los pitos y todas las flautas”. Pero, hete aquí que algún integrante de la lista no vio con buenos ojos que aterrizara allí de buenas a primeras. Parece que Carla Simón ha pasado largas temporadas de su vida avecindada en esa localidad, sólo que su repentina inclinación municipalista no ha cosechado los mismos parabienes que su película. Y, despechada por el frío recibimiento de los suyos, se ha quitado de en medio. La criatura no acaba de entrar en política y ya sale escaldada.

Carla Simón encarna el papel del intelectual bienintencionado, transido de candor angélico. De ahí que sea una cándida-ta. “Un proyecto inclusivo”, pregonó la doña. Sucede que el concepto «inclusión» no casa para nada con política e ideario de Junts x Cat., la antigua CDC (la del 3%, o más), sólo que mucho más radicalizada en la actualidad, y con su líder huido a Waterloo en el maletero de un coche tras la fugacísima proclamación republicana (en vigor durante la friolera de ocho segundos). Si algo ha demostrado nuestro nacionalismo aborigenista es que de él podrán decirse muchas cosas, pero eso de que es “inclusivo” (nos llaman “nyordos” a los que no somos de la cuerda, como llaman «mono» a Vinicius) no se lo cree nadie que tenga dos dedos de frente. Lo que demuestra que ser crédulo y tonto nada tiene que ver con rodar, al decir de los expertos, una buena película (yo no la he visto y hablo de oídas).

Nos recuerda la interfecta a aquellos renombrados intelectuales europeos del período de entreguerras, una de las más nutridas promociones de idiotas que ha dado Occidente, y que con tanto acierto retrata Stephen Koch en “El fin de la inocencia”, contactados por el mayor propagandista de todos los tiempos, el agente comunista Willi Münzerberg al servicio de Stalin. Entonaron a coro, años 30 del pasado siglo, la cantinela del “pacifismo” y del “antifascismo” para sustraer a la opinión pública europea las barrabasadas cometidas en aquella hora por el comunismo en Rusia, en particular los procesos de “deskulaquización”, la “colectivización agraria” a base de requisas forzosas y bayonetas, y el planificado Holodomor para Ucrania, los alemanes del Volga y los cosacos del Kubán: una matanza a escala apocalíptica. Y de grado desempeñaron ese cometido servil, tanto si no eran conscientes de la colosal masacre, como si estaban en el secreto de ella: “el doloroso peaje a pagar por la sagrada Revolución”. Los llamados “efectos colaterales”.

Y así desde entonces, pues subsisten en nuestro tiempo los llamados “intelectuales y artistas comprometidos”. De ese modo nos los presentan en cualquier programa televisivo, sea cual fuere la cadena que sintonicemos: “Hoy nos acompaña Fulanito Pérez, un artista comprometido”… comprometido la mayoría de las veces, claro es, con las peores causas imaginables.

Hay multitud de ejemplos. Aquí va uno muy cercano, casi doméstico, que no es de los más sangrantes, intensidad media-baja, pero que me causó una gran impresión al leer las memorias, “Debajo de la mesa”, del cubano Juan Abreu afincado en Barcelona. El protagonista, Serrat, el mismo que desistió de representar a España en el festival de Eurovisión, esa verbena insufrible controlada desde hace años por el mundillo LGTBIQ+ (y no sé si me dejo alguna letra), al no obtener permiso para interpretar su canción en catalán. El mismo que por entonces, los años del tardofranquismo, se ganó cierto prestigio como opositor al régimen. Y que en 1973 actuó en el anfiteatro del parque Lenin de La Habana. Allí, según Abreu, y ante las narices de Serrat, se aliñó una buena ensalada de porrazos. Los esbirros de la dictadura castrista arremetieron contra el público por demandar “libertad” y Abreu llevó más de un papirotazo en cocorota propia. Era el momento justo para que el rapsoda antifranquista diera la cara y se pronunciara desde el escenario… y detuviera la cacería o, cuando menos, el concierto… pero nada dijo mientras llovían las hostias y continuó su repertorio tan ricamente como si la cosa no fuera con él. Y hablando de Cuba, ahí tenemos el testimonio de un compromiso duradero e inquebrantable, el del actor Javier Bardem, que viajó a la isla para disculparse lacayunamente ante ese régimen criminal por haber interpretado al poeta disidente Reinaldo Arenas en “Antes que anochezca”. La “intelligentsia” y el “artisteo” “comprometidos”. Vaya tropa.

Les Planes d’ Hostoles y alrededores rezuman, al gusto de Carla Simón, “inclusividad” por todas partes. No muy lejos de allí, Amer y comarca, “territorio Puigdemont” por antonomasia, instalan en la vía pública una guillotina con dedicatoria a Felipe VI. Nos reciben mástiles con banderas estrelladas en las rotondas, sea el caso de Perafita (recién estrenada comarca del Llusanés –Lluçanès-), incluso mucho antes del “Proceso”, y otros municipios aledaños. Las mismas que ondean en las balconadas consistoriales. Algo más allá, en Báscara (Bàscara), unos vecinos, tan inclusivos como frenopatizados, proclaman la república catalana e instalan a la entrada del pueblo un control aduanero de cartón-piedra. Médicos, lampistas, saltimbanquis, bomberos y payasos Sin Fronteras, pero en Báscara instalamos una, aunque sea de mentirijilla. Que no entre ni salga nadie sin el salvoconducto expedido por el chamán de la tribu. Por salvoconducto nos referimos al “dni” de pacotilla pergeñado por el “Consell de la República” en el exilio y al que dan marchamo de “legalidad” casi una docena de gobiernos municipales, entre ellos Amer, cómo no, Torres de Segre, Amposta o Vich para tramitar asuntos legales de su competencia (véase enlace). Uno se pregunta si la buena de Carla, para financiar su próximo proyecto cinematográfico, habrá de presentar ese carné “inclusivo” y verbenero para embolsarse la subvención pertinente. Carla Simón, la cándida-ta.  

https://www.eldebate.com/espana/cataluna/20230521/once-ayuntamientos-catalanes-prescinden-dni-e-implantan-carnet-republica-catalana_115879.html

Guillotina “inclusiva” instalada por los CDR en el centro de Barcelona, frente a la Jefatura Superior de Policía sita en Vía Layetana. También las ha habido en otras localidades catalanas.

PS.- Se ha producido un notable vuelco electoral en las municipales celebradas el pasado domingo. JXC, tras las siglas CM (Compromís Municipal) ha perdido respaldo y ha caído hasta el 20% del voto escrutado, alzándose con la victoria la coalición, a priori vecinal, Estimem Les Planes con un 72%. Carla Simón se borró a tiempo. Pocas cosas tan cargantes como las variadas siglas que concurren a este tipo de elecciones. Es misión imposible averiguar quién se esconde detrás de esas candidaturas.

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