Mención que pone en inmediato estado de alerta al más pintado. Siempre que en los medios hablan de “agentes sociales”, el sismógrafo íntimo de los temores que todos llevamos encima se activa y empieza la línea continua a desbocarse en frenéticos altibajos. Los tales nunca aparecen en escena para nada bueno y todo cuanto hacen y dicen es para dejar a la resistencia con el culo al aire y a los pies de los caballos.
Lo mismo los sindicatos que la patronal. Tanto monta… Y uno entiende, por lo que hace a Cataluña, que cuando nos hablan de “agentes sociales” no se refieren a personas que actúan, incluso a veces se les denomina “actores sociales”, es decir, aquellos individuos que obran o tienen virtud de obrar y que de sus obras se derivan efectos para los demás. Aquí la acepción invocada nos acerca más a los agentes “dobles” y “provocadores”, de tal suerte que “nuestros” agentes sociales se mueven por intereses de bandería, supeditados a una parte que siempre es la misma, el nacionalismo, y al que lustran los zapatos a lengüetazos primorosamente. No falla.
En el caso de las patronales catalanas podríamos repetir el manido refrán “vuelve la burra al trigo”. Es nuestro fatalismo empresarial. Se pasaron la vida en tiempo de saludo financiando alegremente el tejido asociativo afín al nacionalismo durante la era Pujol. Era que traería consigo la ponzoñosa larva del radicalismo excluyente en las siguientes generaciones, acabando con el llamado “modelo pactista”. Deriva que desembocó en la puesta en marcha del “Procés” golpista que ahora bendice, borrón y cuenta nueva, el felón de Pedro “Pinganillo” Sánchez para aferrarse a la poltrona monclovita. Cabe recordar que entonces, octubre de 2017, e incluso antes, muchas empresas catalanas aterrorizadas por la deriva de los acontecimientos pusieron pies en polvorosa: “¡Esto se nos ha ido de las manos!”. El monstruo que cebaron, se los comía por los pies. Se largaron por miles, cambiando su razón social al atisbo de los negros nubarrones que se cernían sobre sus saldos bancarios… que si la unilateralidad y sus consecuencias fiscales y arancelarias, la inseguridad jurídica o el traumático abandono de la UE.
Pues poco o nada aprendieron del tumulto y ya están las patronales autóctonas haciéndole ojitos a la humillante Ley de Amnistía perpetrada por el PSOE que obtendrá, nihil obstat, la previsible sanción de un Tribunal (anti-) Constitucional “pumpidiano” entregado a las doctrinas “habilitantes” propias de las más zafias dictaduras bolivarianas. Y en aras, mira tú, de la “convivencia”, que es la palabra clave del invento. La misma “convivencia” que saltó por los aires gracias a la interesada “connivencia” durante décadas del empresariado catalán con ese nacionalismo que atizaron para obtener prebendas y ventajas de los sucesivos gobiernos centrales. El último en sumarse a esa vergonzosa deserción ha sido un tal Antonio Cañete, tal cual, presidente de PIMEC, la pequeña y mediana empresa de Cataluña, y a quien, desde hoy, le deseo lo peor de todo corazón.
Un bochorno insoportable sentimos quienes acudimos a aquella gigamanifestación (octubre 2017) en Barcelona, gracias Majestad, contra el golpe separatista al recordar que Josep Borrell tomó la palabra. No aprendemos nunca. Y ya nos avisó a todos quienes clamamos entonces presidio para ese chiflado incendiario de Puigdemont, fugado en el maletero de un coche: “¡Esto no es un circo romano!”. Puigdemont, el hombre en cuyas manos está hoy el futuro de España. A esto hemos llegado. Quiso decir Borrell, con Iceta e Illa muy cerca del estrado, que antes o después nos traicionaría. En misa y repicando. Pero nunca pensamos que el viraje sería tan rápido y tan abrupto, y tan insondable y profundo el desasosiego que nos instilaría en las almas Pedro Sánchez, que es oficialmente ya, y sin la menor discusión, el mayor traidor de nuestra historia contemporánea, sobrepujando a Zapatero y a Rajoy, éste último por desidia y pereza.
El empresariado catalán en su conjunto, cuando menos a través de sus órganos colegiados, honrosas excepciones al margen, se ha convertido por sobrados méritos en una de las palancas (argot futbolístico) más activas de la ingobernabilidad de España, en uno de sus conjurados enemigos y un “agente” fundamental en el acoso a las instituciones nacionales. El empresariado catalán no cree, pues, en la democracia, en la separación de poderes, en el Estado de Derecho, en aquella divisa que más o menos dice “que nadie, por muy poderoso que sea, está por encima de la ley”. Y volverá a financiar el separatismo en aras de la mal llamada “cohesión social” y temblará cobardemente como gacela asustadiza en cuanto su engendro otra vez emprenda una nueva aventura rupturista, y muchos de los que se quedaron, harán las maletas y seguirán la senda trazada por miles de empresarios que, en buena parte, ya no han de regresar.
Por otro lado, la deserción del empresariado “oficialista” nos anima en adelante a los resistentes a eliminar de nuestro argumentario sus cuitas y porfías, sus temores y quejas. Comoquiera que son partidarios de subir y bajar al mismo tiempo, de una cosa y la contraria, nos liberan de tener en consideración sus intereses. Dicho a la pata la llana, que se jodan y los cosan a impuestos.
De los otros “agentes sociales”, los autodenominados “sindicatos de clase” (“¿Qué clase de sindicatos?”), no cabía esperar cosa distinta. En su caso prima mucho más, a pesar de lo que se diga, el vector ideológico y doctrinario, enfeudados como están a toda la morralla woke de la progresía mundial, a su acomplejamiento ante los nacionalismos periféricos e identitarios y a su odio visceral a la idea de España como sujeto político, que la fruslería ésa que invocan algunos de sus detractores acerca del pavor de sus mandos y cuadros a la “pérdida de subvenciones”. Quía. Jamás se las quitarán… y por eso su indecencia es indescriptible, pues no tienen la menor necesidad de mover el rabo apuntándose a ese bodrio “amnistiforme”. Verdadera angustia, y un caótico desarreglo de bandullos y órganos vitales inspira a las personas decentes la sola visualización en los noticieros de las caras, espejos del alma, de ese fámulo de Josep Maria Àlvarez (antes José María Álvarez) envuelto en su pañoleta palestina, chamullando un catalán muy deficiente, o del máximo gerifalte de CC.OO en Cataluña, un tal Pacheco… que es la definición facial perfecta (una imagen vale más que mil palabras) de la insaciable glotonería del zampabollos.
La trayectoria de los sindicatos mayoritarios en Cataluña es sobradamente conocida. Nunca han perdido ocasión de defender con entusiasmo esa ofuscación mental, liberticida y antipedagógica de la inmersión obligatoria en la escuela pública. Ni un pero, ni una discrepancia, muy al contrario, sujetando la pancarta primeros que nadie. Una de sus últimas proezas ha consistido en ofrendar atada de pies y manos en los altares de Moloch, esa máquina diabólica de picar carne humana que es el nacionalismo catalán, a una monísima enfermera gaditana que a poco nos la fusilan al amanecer. Cómo no, el instructor del expediente disciplinario, un fanático separatista afiliado a UGT.
Por lo que hace a los sindicatos de marras, sólo queda urgir a los resistentes que pagan cuota en esas organizaciones, a que entiendan que en la vida, en ocasiones, uno puede quedar indefenso o desprotegido, sí, pero libre de según qué servidumbres, y a fin de cuentas siempre hay una alternativa a mano que nos puede hacer buen servicio. Nada como darse el gustazo de romper con esas siglas envilecidas. La dignidad tiene un precio y es a veces asequible, unos pocos euros mensuales, y además ayuda a conciliar el sueño. Nuestros “agentes sociales” hostiles, pues, a media sociedad catalana… más o menos, pues PSC y PSOE se pasan ya a calzón quitado al bloque «procesual».

Todos juntos dan más miedo que los espantosos cenobitas de Hellraiser. Mi favorito es Pacheco (CC.OO), prototipo de cebón “asimilado” a lo “Gunga Din Montilla” y, por cierto, muy favorecido en la instantánea. Cuadrito inferior izquierdo.









