«El duende feo y chivato»

A la repugnante dentadura Queta, un bicho “halitoso” que muerde, artefacto pergeñado por nuestro aborigenismo fanatizado y que encajaría a las mil maravillas en la consulta de un dentista psicópata de película gore, le ha salido un feofíceo aliado en el ámbito del vascuence, el duende malvado al que llaman Argitxo. Están hechos el uno para el otro. Espían en el recreo mientras los peques juegan a pilla-pilla o saltan a la comba, huronean, coaccionan, asustan, rondan a los niños salivando como el pervertido “hombre de los caramelos”, esto es, comparten aficiones. Son tal para cual.

Argitxo actúa como un agente en nómina de la Stasi, o como esos informadores reclutados en el vecindario que espiaban a sus convecinos o de lo contrario les dejaban las autoridades sin cupón para adquirir en el economato el tradicional bote de pepinillos encurtidos en vinagre. Por el mismo procedimiento, los convecinos espiados les devolvían el favor y les espiaban a su vez, a sueldo también de la Stasi. Se espiaban unos a otros y otros a unos, configurando tupidas redes de colaboracionistas aficionados con gran profusión de denuncias cruzadas. Acuda el lector a la aclamada película “La vida de los otros”, donde no se larga ni una bofetada, pero se advierte al mismo tiempo la asfíctica y omnipresente violencia reinante en la antigua RDA.

Argitxo es un espía nocherniego e itinerante, pues cada noche cambia de domicilio. En efecto, va “rulando” de mano en mano, que se decía antaño, como un petardo de marihuana en un corrillo de fumetas adolescentes. Un día se lo lleva a casa Ekaitz Gutiérrez y al siguiente Bikendi Rebolledo. Los niños en las provincias vascongadas tienen ese tipo de nombres, si bien los expertos en patronímica han descartado, para tranquilidad de todos, que el fenómeno guarde relación alguna con el cambio climático.

Su delicada misión consiste en averiguar en qué idioma habla Ekaitz con sus padres en la sagrada intimidad del hogar, y sus padres entre sí, incluso cuando se dicen “cositas” al oído al hacer uso del matrimonio, pero también cuando Ekaitz juega con su perrito o su tortuga, y cuando habla con los abuelos, tíos y primitos, si están de visita o charlan por teléfono. Argitxo lo apunta todo en su cuadernito azul de chivato asqueroso. No se le escapa una.

Conocidas las atribuciones del engendro, me figuro que alguna madre coraje, no abundan, le habrá dicho a la tutora de turno que se meta el jodido monigote por salva sea la parte… pero si no quiere uno enemistades, siempre cabrá la posibilidad de vengarse de ese chafardero detestable escondiéndolo en un cajón del armario donde nada pueda oír y colocándole unos auriculares para meterle a toda castaña la discografía completa de Los Chichos, pues Argitxo no soporta las “maketadas” y, en cambio, se licúa degustando las plúmbeas antologías poéticas de los más afamados “bertsolaris”. Cabe que, por aquello de refinar los métodos de espionaje e incorporar nuevas tecnologías a su indiscreto cometido, salga de la escuela con un micrófono camuflado entre sus tripitas de algodón para más fielmente captar las conversaciones ajenas. Ni los niños ucranianos refugiados, pues algunos dieron con sus huesos en Bilbao y Vitoria, se libran por turno de su indeseada compañía.

La estética feísta de Argitxo, véase la fotografía que acompaña esta “tractorada”, va de la mano de su feísmo ético de sucio delator (la cara es espejo del alma), como la de aquellos indeseables que amparados en el anonimato, “malsines” los llamaban, acudían a la Inquisición para denunciar a un conocido supuestamente “judaizante”. O esos chivatos sin entrañas que, durante las atroces campañas de colectivización agraria en la época de Stalin, señalaban ante la poderosa OGPU (más tarde y sucesivamente NKVD y KGB) a los campesinos que aún escondían de la rapiña de las brigadas confiscadoras un puñado de semillas de cereal para quedarse, a guisa de recompensa, con un porcentaje del decomiso (*). Esa nariz prominente a juego con sus oídos, el bicho dispone de unos imponentes pabellones auditivos ocultos tras la gorra, le va de perlas para el desempeño de otra de sus misiones: olisquear sucia y mórbidamente en el cuévano de mimbre de la ropa usada que espera turno para la colada. No en vano Argitxo ha sido adiestrado en la “ikastola” para discernir por vía olfativa “euskaldunes” de “erdaldunes”. Hay, según su experiencia, trazas en el ADN (secreciones variadas) adheridas a la ropa que ayudan a establecer inequívocamente el nivel de RH negativo de cada individuo. Argitxo es polivalente, lo mismo escucha pegado a la pared que hoza en el humus, en el estercolero.

La notoriedad de Argitxo, el primo malvado de Chucky, protagonista de “El muñeco diabólico”, se solapa con el último golpe al sentido común y a la enseñanza en lengua española en la escuela pública recientemente perpetrado por el gobierno de coalición PNV-PSE. Los socialistas, una vez más, y ya es “tra (d) ición”, acuden gozosamente al lacayuno servicio del nacionalismo excluyente. Pachi López, ahora con cierta relevancia mediática, el mismo que fuera nombrado “lehendakari” con los votos del PP, arde en deseos de demostrar a la ciudadanía su dominio exquisito del vascuence. Argitxo, qué duda cabe, hace campaña y reúne sobrados méritos para ostentar indignamente la cartera de consejero de Educación (“ministrín”) en un futuro gobierno regional de coalición, sean sus componentes lo mismo PNV que PSE, Podemos o como quiera que se llame hoy el brazo político de ETA.

(*) Acuda el lector al estremecedor y bien documentado ensayo sobre el Holodomor, “La hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania”, de Anne Applebaum. Hambruna programada desde Moscú, años 1932-1933, que acabó por inanición con la vida de unos 5 millones de personas, casi 4 de ellos en Ucrania.

Argitxo en acción: “Prestad atención, peques: los niños buenos hablan vascuence y los que no lo hablan son españolazos que huelen a pipi y caca… y de mayores serán pedigüeños, yonquis, navajeros y prostitutas”.

Despacho de última hora:- La escritora Julita Bacardit (TV3), véase la tractorada titulada “Las lenguas están para no entenderse”, contraria a la edición en español de su novela por aquello de no contribuir a la “bilingüización” de Cataluña, ha fichado por la agencia EFE para ocupar la corresponsalía en Bucarest, desde donde mandará sus crónicas, acabáramos, en español. 

Manifiesto milenarista: «la especie está en peligro»

Nuestro aborigenismo exaltado nos ha deparado en estos años momentos inolvidables. ¿Una lata, un tostón? Nadie en su sano juicio lo discute. Pero también es cierto que en el ancho mundo, donde abundan los particularismos más pintorescos, muy pocos pueden presumir de compartir, como nosotros, su espacio vital con personajes e ideas tan estrafalarias. Entre el hastío y el llanto, se cuela en ocasiones una carcajada, humorismo a lo Ciorán, como de desollado vivo, una risa mandibular y entrechocante de calavera repelada. Un amplio segmento de la sociedad catalana, hibridado de disociación cognitiva y de sobreexcitación emocional por causa del nacionalismo identitatario (“som el que som”), está dispuesto, como abandonado a sí mismo y a medio plazo irrecuperable, a creerse cualquier cosa y a definirse a sí propio en base a esas creencias delirantes, de índole mágica y pre-racional.

En el cuadro clínico de la psicopatología de masas encaja, como el zapato a su horma, el último manifiesto del autodenominado “Moviment per la Independència de Catalunya” (tanto gusto) que ha gozado de cierto eco mediático entre el incesante alud de majaderías que, cual brollante hontanar, dimana del separatismo. El nudo gordiano del manifiesto interesa a una suerte de trashumancia espiritual, yendo, muy llamativamente, y con un desparpajo conmovedor, de lo particular a lo general, a lo universal incluso. Para el citado, y hasta la fecha ignoto movimiento (enero de 2023, véase enlace), la consecución de la república catalana es “imprescindible para nuestra supervivencia como personas, como pueblo y como especie humana”. Con otras palabras: chocolate amarillo, corre, corre, que te pillo. El redactado del manifiesto no deja claro si la supervivencia del “pueblo catalán” (el “pueblo elegido” según la ortodoxia mesiánica), incluidos los catalanes que no tenemos ningún deseo de ser “salvados” de no se sabe qué apocalíptica tragedia, interesa exclusivamente al pueblo aludido o a la totalidad de la Humanidad, sin olvidar a los bimin-kuskusmin de Papúa-Nueva Guinea.

Quiere decirse, o bien la independencia de Cataluña es imprescindible para el conjunto de la población mundial, o bien el pueblo catalán fagocita y agota la “condición humana”, y no disfrutan de ella los demás “pueblos” que componen nuestra especie, considerados “subhumanos” en adelante. Clasificación a beneficio de inventario (quien parte y reparte…) que entronca con las taxonomías zoológicas de algunos pueblos primitivos (que ahora llaman “originarios”) y que practican o han practicado el canibalismo hasta no hace tanto allá por el Amazonas o por la selva de Borneo. Pueblos que generalmente se autodenominan “los hombres” (sin el preceptivo correlato del género inclusivo: “y las mujeres”) y excluyen de esa tipología a otras tribus, por lo que éstas últimas serían indiscernibles, según su cosmovisión, de especies como el capibara, el pangolín, el meloncillo o el casuario, pasando, no siendo humanos, a ser “comestibles”. Y borrando de un plumazo posibles tabús alimenticios. O sea, a la olla, nene, con unos ñames y aromáticas nueces de macadamia.

Se deduce del manifiesto que, sin independencia de Cataluña, los catalanes, y acaso el resto de los mortales, estamos en grave peligro de extinción, como el lince ibérico, el tigre de Bengala o el perrito mapache, al que algunos responsabilizan ahora de la transmisión del covid-19. Causante de todos los males del mundo, sería, cómo no, la maldita, pérfida y opresora España que, con el sencillo gesto de conceder por las buenas la independencia a Cataluña, nos salvaría a todos de una colosal hecatombe.

En el manifiesto late una pulsión naíf, infantil, de una ingenuidad que casa a las mil maravillas con los milenarismos que han sido profusamente analizados por sesudos ensayistas (*). Nos presentan un “pueblo catalán” desesperadamente confundido con el resto del mundo, a imagen y semejanza de ese niño que no ha completado su proceso de individuación y tiene dificultades para diferenciarse de su entorno. La mistificada bondad primigenia que define al “buen salvaje” no contaminado por las corruptoras pestilencias de la civilización, es el ingrediente básico para poner en marcha la redención, la salvación del “pueblo/ especie”. Sin ese candor angélico no echa a andar la catarsis milenarista.

Ese extraordinario fenómeno, el milenarismo, irrumpió con fuerza en Europa allá por el año mil de nuestra era, claro es. Con la llegada del nuevo milenio surgen, como setas en otoño, batallones de visionarios enloquecidos, de profetas exaltados y frenéticos (los, cómo los llaman… ¿”Influencers”?… de la época), descabellados heresiarcas, sectas a tutiplén, afanes redentoristas, la voluntad de hacer tabla rasa del pasado, el anhelo por establecer una humanidad libre de pecados y de ominosas proscripciones impuestas por la jerarquía eclesiástica y por los señores feudales. Y se dan cita todo tipo de excesos, episodios de histeria colectiva, crímenes y promiscuidades, fructífera semilla de dulcinistas y flagelantes desquiciados.

El esquema milenarista cumple también en esta tractorada, aunque sin esas desaforadas extravagancias. En el año 1988, el entonces intocable Molt Honorable organiza los fastos del llamado “Mil·lenni” del “nacimiento” de Cataluña. Aperitivo del “Plan 2.000”, cuando Pujol, entonces nuestro santón, nuestro guía espiritual, traza al rayar el nuevo milenio la hoja de ruta, como se dice ahora, del proceso soberanista que tantas jornadas de gloria nos ha proporcionado. Afloran por doquier los apostólicos voceros de la buena nueva encabezados por Pilar Rahola, la monja argentina o el economista de las americanas de vivos colores que nos dan plúmbea chapa desde el plató de TV3 (y medios afines) para evangelizarnos como es debido. Y, va de suyo (véase tractorada anterior, “La Flama me inflama”), descenderá en picado la afectación por el cáncer (lo dijeron), el desempleo será un mal recuerdo, no habrá listas de espera en los hospitales (esto también), nuestra renta se eyectará a los cielos superando en un pispás la de Suiza (pues seremos la “Dinamarca del Mediterráneo”, textual), ingresaremos como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU (y esto) y nos besarán el culo todas las mañanas. En mi caso, dedicándole especial atención a cada una de las hemorroides que circundan mi orificio anal. 

Falta, es inexcusable, la figura angular del “ungido”, del “enviado”, esto es, del “mesías”, descartado ya Jordi Pujol por imperativo de la edad y por enriquecimiento ilícito del clan familiar (trama corrupta que jamás se sustanciará en los tribunales). También Artur Mas, a pesar de aquel sublime cartel electoral con los brazos abiertos en los que remedaba a Moisés (Charlton Heston) separando las aguas del Mar Rojo. Y Puigdemont, fugado a Waterloo en el maletero de un coche y Aragonés, por inane… (Junqueras está demasiado fondón, panza prominente, para representar el papel de famélico e irascible gurú que conviene a todo conductor de masas). Como agua de mayo, el milenarismo (y mesianismo) catalanista espera a su invicto paladín.

Para mí tengo que, por cerrar el círculo, esta búsqueda y captura de mesías, una suerte de casting para completar el elenco de semejante astracanada, habría de encomendarse a los creativos chicos del INH (“Institut de Nova Història”). Comoquiera que han catalanizado a Colón (Colom), que zarpó de Pals, a Leonardo, que no era de Vinci, si no de Vich, o a Cervantes (Sirvent, como las famosas horchaterías), empresa tan comprometida no les supondría la menor dificultad. Y catalanizarán si es menester, quién lo duda, al mismísimo Jesucristo, una minucia para tan privilegiados cacúmenes… pues bien pudo nacer en un humilde chamizo en Betlan o Betrén, localidades ambas del Valle de Arán, siendo el ara-nés, que no el ara-meo, su lengua materna, errónea transcripción del Nuevo Testamento que habría distorsionado fatalmente nuestro conocimiento de la Historia sagrada. Ya no cabrá error cartográfico alguno, y la Segunda Venida, la parusía, o glorioso advenimiento del Salvador al final de los tiempos, tendrá como escenario las sendas y trochas, las comarcas (“les contrades”) de nuestra amada Cataluña… con el beneplácito del abad de Montserrat y del que fuera obispo de Solsona, Xavier Novell, que anda ahora ejercitándose como avezado operario (mamporrero) de la inseminación porcina.

(*) Bibliografía básica, encarecidamente recomendada, sobre milenarismo:

-“En pos del milenio”, Norman Cohn (Alianza Editorial), una maravilla que pienso releer, pues uno ya tiene edad para regresar a aquellas lecturas que le dejaron huella.

-“Al son de la trompeta final”, Peter Worsley (Ediciones Siglo XXI), sobre milenarismo melanesio.

-“Rebeldes primitivos”, Eric Hobsbawm (Ariel Editorial), a quien, eso dicen, con la edad le entró el sentido común y se alejó de su ortodoxia marxista.  

 

https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/entidad-independencia-imprescindible-nuestra-supervivencia-especie_759419_102.html

“Está en peligro nuestra supervivencia como pueblo, como especie humana e incluso como club… la tormenta perfecta”, declaró este veterano hincha del Barça tras suscribir entre gruesos y desconsolados lagrimones el manifiesto del “Moviment per la Independència”. “Mis nietos verán una Cataluña independiente… a mí ya me pilla muy mayor”, añadió.

Lenguas para no entenderse (paradigma Julita Bacardit)

Años sufriendo la misma cantinela de boca de equidistantes y “bienintencionados”, esos que son coartada pavitonta y perfecta de discriminadores y desaprensivos: “las lenguas están para entenderse”. Eso podrá decirse con razón de las llamadas linguas francas, como antaño fueran el latín o el francés, lengua diplomática durante siglos en todas las cancillerías, ahora el inglés o el español, que goza de una situación ventajosa a escala mundial (salvo en España, claro es). Idiomas que, por razones históricas y utilitarias, cuentan con un fuerte arraigo en muchos países y con comunidades de hablantes repartidas por el ancho mundo. Ese estatus lo tiene el español, pero no el vascuence o las lenguas ugrofinesas, qué le vamos a hacer… la vida es así, no la he inventado yo. Hete aquí que hay otras lenguas que, por el uso torticero que se hace de ellas, levantan barreras, condicionan la libre movilidad de las personas (incluidas las enfermeras gaditanas) y sirven, acaso ellas no tengan la culpa, para dividir, para enfrentar, para conferir derechos civiles y políticos diferenciados frente a los hablantes de otras y ocasionar agravios. En resumidas cuentas, para que nos demos la espalda y, contrariamente a la bonancible divisa antes entrecomillada, para “desentendernos”.

Son las lenguas babélicas. O lenguas regionales, reales o impostadas (baturrés, bable) con marchamo de co-oficialidad. Esas lenguas que, en su reivindicación y defensa, late un afán de revancha. Afán que no está en la lengua misma, claro es, pero sí en sus paladines. De modo que la lengua se impregna del uso que se hace de ella, materia moldeable como la arcilla, y deviene intención, herramienta, un arma, por así decir, que es lo que supone la tecnología a la ideología dominante en la crítica de Marcuse a la sociedad contemporánea (no ha mucho leí “El hombre unidimensional”, su ensayo más difundido: menudo tostón). La tecnología, según Marcuse, no es neutral, obedece a su amo y perpetúa la represión. Con el tiempo, y tras un proceso hiperregulatorio (normalización lingüística, inmersión obligatoria en la escuela pública, colonización total del paisaje comercial, de las comunicaciones administrativas con el ciudadano, del ocio subvencionado en el espacio público, especialmente el dirigido a la infancia), las lenguas babélicas dejan de ser neutrales para convertirse en elementos de obligada observancia, en mérito o requisito puntuable para la obtención de un empleo público, en exigencia, en ley, en sanción económica si no se acata su artificiosa preponderancia. Y se convierten en lenguas antipáticas y “regimentales”, no de un regimiento de alabarderos, pero sí de un régimen político rayano en el liberticidio.

Las lenguas babélicas de inmediato generan organismos públicos parasitarios a cargo del contribuyente (academias, observatorios, cuerpos de inspectores con capacidad sancionadora, campañas institucionales destinadas a promover su uso en todos los ámbitos), mil tentáculos diversos para llegar a todas partes, lo mismo al etiquetado de productos en el colmado que a la publicidad en las marquesinas de las guaguas o al doblaje de las películas, incluidas las pornográficas. Se trata de convertir la lengua babélica en un elemento omnipresente en la vida cotidiana del paisanaje. Todo ello redunda en la creación de un nutrido ejército de “funcionarios” que cobran su salario y pagan las facturas gracias al nuevo rango legal y, sobre todo, preferente, de la lengua babélica de turno. La defenderán a capa y espada, no en vano su modo de vida depende de ello. Y así vemos que en Aragón, RENFE publicita su tren turístico a los Mallos de Riglos con la siguiente divisa: “tren cheolochico” (véase la tractorada del mismo nombre). Descomunal majadería, reír por no llorar, que sólo puede prosperar en una comunidad nacional que deserta de sí misma como la española.

Con ese paisaje de fondo, no es extraño dar con actitudes como la de Julia (Jùlia) Bacardit, jovencísima novelista en lengua catalana, que ha alcanzado en estas fechas cierta notoriedad. Y es que la criatura, por contrato con la editorial, ha impuesto una llamativa cláusula: renuncia a que su obra se traduzca al español y se edite en esa lengua, pues la interfecta, que aspira a vivir en una comunidad monolingüe, no quiere contribuir a la “bilingüización” de nuestra tan amada como desnortada región. Que la podrán traducir al japonés, si hay interés comercial en ello, al inglés o al burmeso, pero al español, jamás de los nuncajamases.

Julita comete un error que no le tengo en cuenta: “no hay “bilingüización” a la que no contribuir”, pues la catalana es una sociedad bilingüe tiempo ha (incluso antes del régimen franquista, aunque esta afirmación contravenga los prejuicios del hato ovino ahormado al discurso oficial, sea el caso de la novísima escritora). Cualquiera que conozca nuestra Historia lo sabe: desde los autores catalanes que escribían en español, pues lo conocían, poetas como Juan Boscán o ensayistas como Jaime Balmes, a los documentos gráficos que nos aporta la prensa catalana del siglo XIX. Sin duda, Julita es una de esas catalanas, hijas de la inmersión obligatoria y del adoctrinamiento, fenómenos que entre sí se explican y se complementan, persuadida de que Cataluña era una nación pacífica, independiente y feliz, reconocida en el orbe de la Tierra, habitada por pitufitos azules, gentes ingenuas y bondadosas (sin epidemias de peste, guerras de banderías, progromos anti-hebreos, opresiones feudales, persecuciones religiosas y otras mandangas propias de naciones apolilladas y antiguas). Y, claro es, completamente monolingüe… hasta que Franco nos desnaturalizó enviándonos en trenes de ganado, a partir de los años 50 y 60 del pasado siglo, docenas de miles de mesetarios hambrientos y malolientes, de acento ceceante y con los sobacos repletos de golondrinos purulentos.

En realidad lo que Julita pretende, eso me malicio, es contribuir al “monolingüismo” obligatorio. Ella tiene más que suficiente con publicar su novela en catalán para labrarse un futuro literario en un entorno geográfico de proximidad y vivir de ello con cierta holgura, concediendo de vez en cuando una entrevista a TV3, RAC-1, 8TV, la revista Catalonia Today dirigida por la señora de Puigdemont o al ruinoso diario Ara. Cabe decir que no pocas de las novedades editoriales en catalán gozan de subvención, si no directa, indirecta, pues buena parte de la tirada se destina a bibliotecas municipales y escuelas públicas, que son una suerte de clientela cautiva de esa producción cultural teledirigida desde el poder político. En otras palabras, aunque usted no adquiera el ejemplar en la librería, ha patrocinado su publicación, es decir, ha contribuido vía impositiva, unos céntimos de su tramo autonómico del IRPF, a sufragar los gastos de edición y las regalías de autor, pese a que le importen un pimiento las elucubraciones de la señorita Bacardit. De tal suerte que podríamos afirmar, sin caer en burdas exageraciones, que nuestros novelistas en lengua «local» son autores “semi-públicos” o que la suya es una “literatura cuasi funcionarial”, tanto como el informe anual de accidentes de tráfico en las carreteras catalanas.

Los escritores catalanes tienen dos formas inmediatas de asomarse al mundo, escribiendo en catalán o en español. También lo pueden hacer en árabe o en chino mandarín, si su dominio de esas lenguas es suficiente para describir situaciones aseadamente y definir conceptos. Cabe decir que, haciéndolo en catalán, su opción de trascenderse a sí mismos, darse a conocer y comunicar ideas es más limitada por razones obvias. Pero los de mayor poso y sedimento literarios no renunciaron a que sus textos fueran traducidos para incidir en más lectores. José Pla o Salvador Espriu en ocasiones escribieron en español, o ellos mismos dirigieron la traducción de sus obras.

En la ensayística y la literatura, en prosa o en verso, laten el afán por comunicar con otros, cuantos más, mejor, y si no en número, en calidad lectora. Sea el caso de un elitista Juan-Eduardo Cirlot, que jamás pretendió agradar a un público multitudinario. J(ù)lia Bacardit le da la vuelta al calcetín y trastoca esa función comunicadora y expansiva de la creación literaria. Ella renuncia a trascenderse, o mejor: no quiere trascenderse. Es un acto voluntario, una afirmación. Un vector volitivo de su estructura de personalidad. Sólo quiere transmitir cosas a su círculo de amigos, acaso una mera extensión de sí misma, a su tribu o clan. No aspira a ser conocida “más allá de”. Ningún autor, por celebrado y universal que sea su fama, lo consigue completamente. Pero la pretensión está ahí. Para los autores inéditos, aquellos que no nos comemos un colín, y que soñamos con darnos a conocer, ganar un lector, un solo lector que no pertenezca a nuestro entorno más inmediato, es una victoria descomunal y la celebramos bailando un rigodón.

Nuestra amiga Julita no pretende que sus palabras viajen por el espacio y el tiempo e incidan de algún modo en humanidades diversas. Le importa un bledo que sus reflexiones generen alguna reacción allende las lindes de su aldea, de su comunidad. Podrá acceder la interfecta a que su novela sea traducida, si contiene trazas de calidad o refleja situaciones universalmente comprensibles, al urdu o al tagalo, pero no a la lengua española. Por esa razón estimo que J(ù)lia Bacardit no es una escritora en sentido estricto, aunque junte palabras en una cuartilla, pues desprecia la cualidad comunicadora de la literatura. Es, no aspirando a ser leída, en su deseada intrascendencia, no mucho más que aquel pregonero del pueblo: “¡Por orden del señor alcalde…!”. Sabe la doña que las lenguas regionales, las lenguas babélicas, están para eso, para desentenderse del resto del mundo. Y en eso aventaja a los «blanditontuelos» que nos dan la murga desde hace décadas para justificar su claudicante sumisión a las cooficialidades fragmentarias: “las lenguas están para entenderse”.  

  Hola, soy Jùlia Bacardit: tonto quien me lea

PS.- El rey emérito regresa, al decir de los noticieros-TV…  ¡A Chanchencho! Otra vez Chanchencho en la comida y en la cena. Desesperante. Sólo un reportero de entre docenas, hablando en español, ha tenido el cuajo de decir Sangenjo (véase tractorada titulada “Chanchencho”, tal cual).

«La Flama» me inflama

Una de las peculiaridades más desconcertantes de los afectos al separatismo es su propensión a la disociación cognitiva. Esto es, viven una realidad paralela y siendo muchos de ellos, considerados individualmente, personas racionales y cabales para atender con éxito la mayoría de los retos que nos plantea la vida cotidiana (ejercicio profesional, relaciones familiares, el sentido común que requieren las rutinas y las naderías), luego desbarran de lo lindo al cambiar de registro, cuando trasladan sus querencias y porfías a cuestiones de mayor alcance como la cosmovisión o la política. ¿Cómo es posible… nos preguntamos… que se crean de veras que, en poco tiempo, en una Cataluña independiente la afectación de todo tipo de cánceres se reducirá en un 15%, que el índice de paro se desplomará a nivel cero… o que al día siguiente de la proclamación de la independencia, Cataluña ingresará en la UE como miembro de pleno derecho, o que las inversiones extranjeras caerán sobre nuestras cocorotas como el maná sobre el pueblo mosaico en su huida de Egipto? Pues es posible.

En resumidas cuentas, que en ese ámbito, en el ideológico, viven en otras coordenadas. Sí, sí, pero… sucede que a los demás nos toca (sigo en Cataluña, donde mandan sin interrupción desde 1980, formato CiU o formato tripartito) sufrirles a ellos y sufrir su mundo. Y por muy imaginario, irreal y paralelo que sea aquél, lo cierto es que a fuerza de diarrea legislativa, de partidas presupuestarias, de sanciones, de multas, discriminaciones, de construcciones nacionales, de penetración e influencia (el “entrismo”) en todo tipo de asociaciones, acaban por forjar un mundo (entiéndase, una sociedad) a su medida y descubrimos que somos nosotros quienes estamos abocados a malvivir o a vivir resignadamente en el suyo, con sus reglas… esto es, en un mundo que deviene real y del que en ocasiones, parcial y temporalmente, debemos evadirnos para conservar la cordura.

A pesar de ello, apareció semanas atrás una noticia que recibí con estupefacción e incredulidad, pero no de manera completamente hostil. Una noticia sorprendente. A lo que se ve una asociación imbuida del nacionalismo más radical y especialmente fanatizada por la pureza lingüística, anda captando socios y donantes para poner en marcha La Flama, una cooperativa privada de ámbito (supuestamente) educativo. Su pretensión es garantizar a las familias cooperativistas un espacio escolar para sus hijos (académico, formativo y lúdico) íntegramente en catalán. En resumidas cuentas, los simpatizantes de La Flama no tienen suficiente con la inmersión total y obligatoria en la escuela pública, y tres cuartos de lo mismo en la privada y en la concertada, con la excepción de algunas instituciones de matriz extranjera, sea el caso del Colegio Alemán… en el que estudió in illo tempore un hijo del sonderkommando nacionalista José Montilla. El peque de los Montilla sólo recibía (sólo con acento) una hora semanal de catalán en tan prestigiosa escuela, o eso confesó la madre ufana y satisfecha. “Lo compensamos, hablándole (en catalán) en casa”. Arrea. Eso decía mientras el gabinete presidido por su maridito recrudecía las políticas inmersoras y la persecución, multazo que te crío, a los establecimientos rotulados en español, hoy desaparecidos de nuestro paisaje comercial.

Los promotores del flamígero invento hacen hincapié en la salud del futuro alumnado sujeto a su disciplina, pero no se refieren necesariamente a la salud física, si no a la salud en un sentido amplio, moral, espiritual, acaso “racial”, del tipo “construyamos un espacio nacionalmente sano”, sin elementos foráneos dañinos, corruptores y contaminantes. Una suerte de edén idiomático que sólo ellos pueden propiciar. “Viure plenament en català” es la premisa, la receta mágica para conseguir tan codiciado objetivo. Por esa razón acusan al gobierno regional… atenta la guardia… ¡¡¡De promover un genocidio contra la lengua catalana!!! … ¿¿¿Cómo dice???… Lo que oye. Vamos, que el nacionalismo (incluida la mayordomía socialista y “podemita” a su servicio) se queda corto. Chocolate amarillo, corre, corre, que te pillo.

La visión del mundo que anima a los promotores de La Flama no es nueva. Nos traslada a aquellas asociaciones gimnásticas, deportivas, culturales y excursionistas (del tipo de los “mendigoizales” aranistas) de finales del siglo XIX y principios del XX, de carácter ultranacionalista que afloraron por toda Europa. Nosaltres Sols (cuyo fundador, Daniel Cardona (i) Civit, partidario de la insurrección armada para obtener la independencia, ha sido recordado por su interés a escala planetaria en una reciente exposición en el Museu d’Història de Catalunya) encajaría como ejemplo autóctono en esa categoría. Asociaciones en las que era moneda de uso común cultivar el cuerpo y el amor a la patria irredenta en una suerte de calistenia nacional. Una comunidad sana, cerrada a cal y canto (“reservado el derecho de admisión”) a individuos indeseables e infecciosos. Con un elemento mesiánico troncal: sólo serán redimidos de sus pecados y alcanzarán la salvación eterna los elegidos, los puros de espíritu, que son en este caso los lingüísticamente puros. Pintarán un lazo, el icónico churro soberanista, con sangre de cordero en el dintel de su morada y serán sus vidas respetadas por los ángeles exterminadores. Parecidamente a los “raelianos”, o a otros zumbados de jaez similar, que suben a la cima de una montaña a la espera de esos platillos volantes que los rescatarán al fin y trasladarán a un paraíso sideral donde saciarán su sed y apetito con sólo alargar la mano, eximidos de trabajos, enfermedades y penurias.  

Con todo, hay algo que induce a pensar que esta payasada sectaria de nuestro aborigenismo, que incurre en una suerte de “auto-apartheid” voluntario, contiene en su estructura profunda un dato que invita a un cierto optimismo a los partidarios de la libre elección de lengua escolar. No me he vuelto loco del todo, de esos de atar. O eso creo. ¿Estaremos asistiendo al canto de sirena de la intolerancia lingüística… que hasta los más acérrimos paladines de la represión, a pesar de los medios económicos invertidos en décadas y de la asfixiante legislación promovida, intuyen que sus desvelos, a medio o largo plazo, no podrán ser satisfechos por las instituciones locales?… ¿Y que, en consecuencia, ellos, por su cuenta, y rascándose los bolsillos, habrán de construir su propio “paraíso” terrenal encerrados en una finca (murete de piedra y vallas electrificadas) en medio del bosque?

Nada me gustaría más que esos apuntados temores en la soflama de La Flama fueran realidad, más pronto que tarde. Soñar es gratis. Y que, un día, en España, repliquemos el modelo francés tal cual… a imagen y semejanza de lo dictaminado meses atrás por el Tribunal Supremo de Francia al revocar una Ley de Lenguas que fue aprobada en primera instancia por el parlamento galo, estableciendo al fin el alto tribunal que la lengua vehicular de la enseñanza obligatoria en Francia es el francés. Que es la única lengua oficial en toda la nación, y que sólo allá donde no llegue la maquinaria administrativa de la República a prestar los servicios que le competen (imposible, llega a todas partes, incluso a Prats de Molló), los interesados podrán promover la utilización de otras lenguas en el ámbito educativo, siempre que se la costeen de su pecunia y siendo los contenidos curriculares debidamente supervisados por las autoridades.

Arriba militantes raelianos manifiestan su afinidad y simpatía por los promotores de la cooperativa ultranacionalista La Flama. “Estamos con La Flama a partir un piñón”.

Camarerofobia

Cuando Salvador Sostres alardeaba de su pertenencia a la grey nacionalista, gustaba de repetir que él sólo hablaba en español con el servicio. Que el español en Cataluña era (es) una lengua socialmente inferior (y es completamente cierto, pues a ello ha sido reducida briosamente por el régimen localista con la inestimable colaboración de los sucesivos gobiernos nacionales de PSOE y PP), minusvalorada y de uso exclusivo con los empleados domésticos. La lengua de la mayordomía y de la servidumbre: porteros de fincas, criadas, operarios a domicilio, menesterosos callejeros a quienes dar una limosna para que tomen un café con leche, camareros, prostitutas, camellos, limpiabotas… ese tipo de paisanaje. Que las élites, contrariamente a lo que sucedía décadas atrás, hablan entre sí en catalán, que es el idioma actualmente prestigiado. Que el español es, en definitiva, el idioma de pelagatos, rascapieles, pinchaúvas y gente de mal vivir. El idioma del subempleo y de la cola del INEM (ahora SOC, Servei d’Ocupació Català, por transferencia competencial).

Sucede que tras varias décadas de exclusión de la lengua española de los espacios públicos en Cataluña, de las aulas (pre-escolar, primaria, secundaria y universidades), de las comunicaciones institucionales, y al tiempo, de la progresiva imposición del catalán, todo quisque, todos los alumnos escolarizados a partir de los años 90, al margen de su lengua de referencia familiar y de su procedencia geográfica, tienen competencia oral (y a veces incluso escrita) en lengua catalana. Este dato no es baladí, pues nuestras promociones estudiantiles son las únicas de todo el mundo, incluidas la Polinesia francesa y las islas Trobriand, junto a mallorquinas y valencianas, que dominan con soltura la lengua catalana, hecho objetivo que les confiere notoria ventaja frente al alumnado del resto de España y de las grandes potencias occidentales. Prohombres del futuro cursan estudios en prestigiosas instituciones como Eton, de acuerdo, pero de allí salen sin saber catalán, arrea, carencia que, respecto a nuestro cultivadísimo alumnado, les deja en clara inferioridad para regir los destinos del universo.

De tal suerte que la burguesía catalana y el catalanismo político modifican el marcador clasista de la lengua y exigen que todas las conversaciones cotidianas se produzcan en catalán, sobre todo con los oficios subalternos o de baja cualificación y, si ello no es posible (volem viure plenament en català… “queremos vivir completamente en catalán”), montan en cólera. Y así hemos asistido, de un tiempo a esta parte, a una batería de denuncias en las redes sociales de conocidos activistas del monolingüismo obligatorio que se rasgan las vestiduras porque en una cafetería los empleados les han atendido en español. Este reproche idiomático no ha lugar, curiosamente, si el abogado que han contratado y les puede salvar de la cárcel por un desfalco millonario les defiende en la lengua proscrita o si el mejor cirujano que ha de operarles de un grave problema coronario, estando su vida en tan peritísimas manos, les habla con un ceceo pronunciadísimo. En situaciones así, la disonancia lingüística que viven como desgarradora tragedia, según afirman, entre el llanto desconsolado y la desesperación, se diluye considerablemente.

Los ejemplos se han sucedido con una cadencia de tiro asombrosa y los separatistas más furibundos promueven “boicots” a algunos establecimientos a través de las redes. La “camarerofobia” llama a nuestra puerta. Dos de los más asiduos protagonistas de tan intrépidas “acciones lingüísticas” son el fanático Joan Lluis Bozzo (Dagoll Dagom), siempre en alerta “contra los malos catalanes”, y Joel Joan, presunto actor y director de “titularidad pública” (porque casi todo lo hace vía subvención). Esos boicots son en la hora presente las acciones más arriesgadas del segmento “lazi” del paisanaje, tras las espaciadas y menguantes movilizaciones “procesuales”. Esas micro-campañas constituyen una suerte de premio de consolación para la citada bandería. No arrojan como resultado la obtención de la ansiada independencia de Cataluña, pero si se ponen a ello, ese mes le joden la facturación a la “Cafetería Lolines”. Toda una machada. Menos da una piedra.

Sólo que en ocasiones la sobreactuación puede deparar episodios verdaderamente deliciosos para recrearse en intenso paladeo. Hete aquí que un catalanista hiperventilado se presentó en un restaurante (enlace de la noticia disponible) y al comprobar que no figuraba el menú en lengua catalana, y ante tan incalificable agresión, llamó a los Md’E (Mossos d’Esquadra), a Emergencias Médicas, por si le daba un síncope, y hay quien dice que también a los bomberos y a los cascos azules de la ONU, aunque ese extremo no ha sido confirmado por nuestras fuentes. Sorprende que, cuando menos, no comparecieran los bomberos, habida cuenta de su intachable trayectoria al servicio de la causa separatista en estos últimos años y que, una vez desplazados al lugar de los hechos, no la emprendieran a hachazos contra el subversivo local. La cuestión es que no se presentó ninguna de las patrullas requeridas por la doliente víctima y, tras media hora de espera, y recuperadas sus constantes vitales, abandonó su infructuosa tentativa.

El establecimiento rectificó al punto e incluyó una carta en catalán para evitar en lo sucesivo incidentes similares, por lo que nuestro héroe anónimo, y a pesar de haber jugado con fuego poniendo en grave peligro su salud, se salió con la suya y, al fin, pudo cantar victoria. Nadie dijo que fuera fácil. Hace tiempo, una persona muy querida y cercana me dijo que “era muy importante, y preferible a la instrucción académica en español, que sus hijos tuvieran un dominio perfecto, oral y escrito, de la lengua catalana, pues donde viven es un requisito indispensable para tener una vida profesional satisfactoria”. El tiempo, aliado con la cobardía y traición de los gobiernos nacionales, le ha dado la razón. Gracias al «vertiginoso aumento de la productividad industrial» (índice comparado de creación empresarial en Cataluña, captación multitudinaria de inversiones extranjeras, etc) desde la eclosión de la fase rupturista del “soberanismo”, las oportunidades laborales para nuestros jóvenes no tienen parangón en el mundo conocido y más que nunca la competencia en lengua catalana es la piedra de toque para ejercer sin sobresaltos los oficios del presente y del futuro en nuestra amada región: camarero y parado, pero eso sí, con el flamante nivel C en el bolsillo.   

https://cronicaglobal.elespanol.com/vida/responde-restaurante-barcelona-hombre-llamo-112-carta-castellano_698597_102.html

  Marchando una ración de “eles geminadas” para la mesa cinco

Justo Antonio Orozco Molinero

Un dos en uno. Por no repetir título utilizado en tractorada anterior, “Dos tontos muy tontos”, procedo a una fusión de identidades, como si los “protas” de esta tractorada fueran hermanos siameses. Justo Molinero, el dueño de Radio Tele Taxi (“la muñeca chochona”), cordobés de cuna como el tristísimo y anodino sonderkommando-PSC José Montilla, y Antonio Orozco, un cantante de cierta fama, nacido en Hospitalet de Llobregat y de padres sevillanos. Con ambas incorporaciones aumenta nuestra galería de tontos ilustres al servicio del aldeanismo. Hay quienes nacieron con una bayeta en la mano, donde no llegan sus ancilares lametones, para limpiar las salpicaduras que eyectan sus amos por los rincones del lupanar.

La trayectoria de Justo Molinero es sobradamente conocida. Emir de la servidumbre a través de las ondas… Para Juani de Santa Perpetua, una canción de Chiquetete, de parte de la Trini, su cuñada…  Me dicen, pero no sé si creerlo, que el interfecto tiene prohibida la entrada en su pueblo, pues si asoma por allí le corren a gorrazos. Molinero es el prototipo de alma doméstica, flexible como tallo de espadaña lacustre, doblegada ante nuestro asfíctico régimen particularista. Un fenómeno de mansedumbre subvencionada similar al universo FECAC (García Prieto, Federación de Entidades Andaluzas de Cataluña). En pago a su mayordomía, el fámulo colecciona docenas de concesiones administrativas para emitir la programación de su grupo. A veces lo entrevistan en los medios regimentales y a uno le desasosiega ese acento de persona que ha aprendido a hablar en catalán ya de mayor, y no demasiado bien, y no lo digo por el esfuerzo en tal empeño, si no por la subalterna sujeción de sus declaraciones al discurso oficial.

Su última aportación ha consistido en animar a Gabriel Rufián, de ascendencia andaluza, a presentarse por ERC a la alcaldía de Santa Coloma de Gramanet y disputarle la vara de mando a Nuria Parlón, voz autorizada del ala soberanista del PSC y partidaria confesa de la celebración de un referéndum por la independencia. Una opción que, paradójicamente, contrasta con el sentir mayoritario del electorado de la citada localidad y que, a pesar de ello, concederá, es más que previsible, una nueva mayoría absoluta a la doña en las municipales de mayo. De Rufián, que hemos visto sus maneras de baladrón poligonero en el Congreso de los Diputados, todo está dicho con declinarle en vocativo.

El otro integrante de esta atontada dupla es Antonio Orozco, cantante de profesión. Es uno de esos artistas sensibleros y mediocres, “amor y corazón”, “tu piel contra mi piel”, que proliferan en el panorama actual de la pésima música melódica cantada en español y al que dan cancha como juez (“coach”) en esos concursos TV de voces talentosas al estilo OT… de donde han salido hornadas de medianías indignas de besarle los pies a grandes intérpretes del género como fueron Nino Bravo, Bambino, el Camilo Sesto anterior a su calamitoso desarreglo senil, o Raphael, aún en activo.

Pues va Antonio Orozco, uno de tantos artistas catalanes que se forran en Madrid haciéndose pasar por español, y declara que es partidario de un referéndum lazi en Cataluña, pues “a la gente hay que dejarla votar”. Toma castaña. Ignora el insulso bardo que un catalán, en cuanto cumple los 18 años, se pasa la vida votando. Y así generación tras generación. Somos los españoles que más veces hemos sido convocados a las urnas desde la Ley para la Reforma Política, y eso sin contar los butifarréndums ilegales de Artur Mas (2014) y Puigdemont-Junqueras (2017) que Orozco respalda. Amén de las consultillas telemáticas que se monta Colau para darse poleo de gran alcaldesa. Ignoro si Orozco repitió el cansino y falaz mantra del “80% de catalanes partidarios del referéndum”. Para que una cifra de semejante magnitud tuviera caso querría decir que todos los separatistas lo quieren, comprensible, pero también más de la mitad de los catalanes no nacionalistas, increíble. Nada hay en el mundo que suscite un tan amplio consenso como ése, 80%, en el seno de una comunidad política. Ni siquiera si la pregunta fuera: “¿Quiere usted que Tamara Falcó se case de una p*** vez?”.

Si Orozco mantiene aún vínculos con Cataluña sabe que a día de hoy no es necesario dorarle la píldora al nacionalismo autóctono para tener una vida social aceptable en Barcelona y su conurbación metropolitana, y en ciertos ámbitos incluso profesional, pues a los catalanes libres de nacionalismo no les quedan más bemoles que tejer redes de interacción propias, aunque aún hay mucho trabajo por delante para un día vivir de espaldas, plenamente, a la monserga insufrible del localismo iracundo. Por lo tanto no está obligado, siquiera para ganarse las lentejas, a hacer esas declaraciones de palanganero vocacional. Luego, como lo dice, lo piensa. Le ha salido del alma, del “alma dolida y rota” de sus letras banales y sin nervio. Eso sí, ya ha hecho méritos suficientes para que el viscoso Justo Molinero a diario programe sus melifluas y olvidables cancioncillas en Radio Tele Taxi.

Llama poderosamente la atención que todos los protagonistas de esta tractorada sean andaluces de cuna o nacidos en Cataluña de ascendencia andaluza (Molinero, Orozco, Rufián). Es sabido que Jordi Pujol, padre de la patria, detesta visceralmente a los oriundos de esa tan querida región. Es un tic propio del imaginario del catalanismo político desde sus inicios. Ese desprecio “etnicista” se hace extensivo, particularmente, a los manchegos, extremeños, y por encima de todos ellos, incluidos los andaluces, a los murcianos, que disfrutan del dudoso honor de figurar en el top ten de españoles más repulsivos a ojos de nuestros aborigenistas. Y que me aspen si sé por qué. En cambio, aunque el rechazo a los españoles es general, se advierte que a aquellos otros que tienen sus raíces en Castilla la Vieja, con Santander y La Rioja, por encima del río Duero, y acaso en Aragón, y descontados vascos y navarros por solidaridad entre nacionalistas, se les considera más o menos semejantes, esto es, europeos y pertenecientes a la especie humana. Las poblaciones “mesetarias” y meridionales, en cambio, se reputan de subhumanas y como de origen norteafricano.

Para Pujol, metido a ensayista (“La inmigración, problema y esperanza de Cataluña”, década de los 60), el hombre andaluz afincado en Cataluña era una amenaza para su ensoñada “identidad catalana”, pues en ese libelo definía al andaluz como hombre desarraigado, abocado a la emigración por la penuria económica y carente de un poso, de un sedimento de cultura y civilización, y ayuno de valores morales de un cierto rango. “El andaluz”, decía Pujol, “vive en la ignorancia y en la miseria mental, es la muestra de menor valor social de España”. Arrea. Pues a ese “gran filósofo” le besó Justo Molinero el trasero con unción.

Cabe decir que unos cuantos andaluces afincados en Cataluña compraron esa mercancía averiada y decidieron rehabilitarse a ojos de los nacionalistas adoptando el credo oficial, como para hacerse perdonar sus orígenes y ser al fin aceptados. El “bobótido” zote de José Montilla es el paradigma indiscutible del llamado “charnego agradecido”. Esa “desestructuración” de la personalidad, ese desarraigo del que habló Pujol podría generar, en cambio, un hueco a rellenar con nuevo material identitario. En esa línea surge una asociación, cantera de desertores al lacayuno servicio del nacionalismo catalán, autodenominada “Els altres andalusos”, donde Gabriel Rufián echó los dientes en la vida asociativa antes de convertirse en portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados. Bien entendido que los tales afirman, entre graves protestas, “no renunciar a sus raíces”, “al legado de sus mayores”, sólo que promueven, dicen, una suerte de fusión o hibridación de rasgos culturales que da lugar a una enriquecida identidad que es la pera limonera.

Pone broche de oro a esta tractorada otro hijo de andaluces que ha tenido cierta notoriedad por unas recientes declaraciones: Héctor Bellerín, jugador del FC Barcelona. Bellerín ha manifestado que es contrario a la independencia de Cataluña, por lo que ha sido elogiado en medios digitales afines al ideario de nuestra Asociación: “Un jugador del Barça se opone a la independencia”. Bien por el jugador… y por sus buenas intenciones, sólo que la razón aducida a mí me parece contraproducente. Me explico. Al margen de seguir el mecanismo habitual de la disculpa previa y de cierto acomplejamiento, “soy de izquierdas, pero no independentista”, porque si fuera de “derechas” y lo confesara, sospecha Bellerín que se lo comerían por los pies, fundamenta su rechazo al separatismo en la procedencia de sus padres: “No soy independentista porque mi familia es de fuera”. Tate. De modo que si fuera de “dentro”… ¿Sí sería independentista?… Un argumento barato y torpón que en nada nos ayuda.

Todo es cuestión de grados y escalas y es cierto que la melonada largada por Bellerín no me provoca el mismo rechazo que la nauseabunda ejecutoria de Molinero o la estupidez de Antonio Orozco. Mientras estos últimos me parecen tontos cum laude, tontos de capirote, y el primero de ellos infame traidorzuelo, Bellerín, por hacer un ripio facilón con su apellido, se queda en “tontín”, que es un adjetivo cálido y cercano.

“El amor es como un referéndum separatista, unos ven la urna medio llena y otros, medio vacía”… “jo tío, cuando me paro a componer soy un genio, un monstruo”. Antonio Orozco. 

Ps.- Bellerín ya no es jugador del Barça…

Nacionalismo flatulento

(tractorada patrocinada por AmbiPur)

Dejémonos de rodeos. La realidad se impone y ya no es posible enmascararla ni un minuto más. El nacionalismo catalán ha de desfilar urgentemente por el gabinete del psiquiatra, antaño llamado “loquero”. De un tiempo a esta parte se habla mucho de la salud mental. Es hora de tomársela en serio. ¿Qué diantre le pasa a nuestro irredento aborigenismo con las flatulencias? Es un fenómeno único en el mundo y nuestro genuino fet diferencial (hecho diferencial): la obsesión catalanista por los pedos. La última muestra ha tenido lugar, cómo no, en un programa de TV3 de gran audiencia entre el segmento “lazi” de la población (emisión del día 24/12). Nos han agasajado, en un gag supuestamente humorístico, con la interpretación de la Marcha Real a ventosidades. Toma castaña. Tal cual. Repito: la televisión regional que usted paga vía impositiva, y que a diario le insulta con sus sectarios contenidos, ha versionado a cuescos el himno de España en un alarde versallesco de respeto exquisito a los símbolos nacionales. “Sedición” himnódica a la par de maloliente. El presentador se partía la caja de la risa con la ocurrencia y también el público en plató. Un espectáculo para deleite de los más refinados paladares.

El himno de España tiene muchos detractores entre sus nacionales… (también España como nación… “No me siento español”… “He nacido en España como podría haber nacido en Moldavia”… ciertísimo, y que pena que, en efecto, no hayas nacido en Moldavia, pues nos habríamos librado de un renegado y de un idiota como tú)… “Que si no tiene letra”, “El chinta-chín”, “Esa cutre pachanga fachosa (Pablo Iglesias)”, etc. Pero esta crítica musical “metanizada” rompe la pana. Todo un hallazgo.

En estas señaladas fechas, en Cataluña gozan de merecida fama dos elementos aherrojados al universo catabólico de la fecalidad: la figurita del “caganer” en el pesebre, y el tronco, pipa y barretina, denominado “cagatió”, una costumbre de las comarcas montañosas, de gran frondosidad arbórea, que se ha extendido recientemente a las áreas urbanas. Los pequeñuelos golpean el mojón (“el tió”) con un palitroque y éste “depone” regalos. Otrosí, una de las primeras tractoradas de este cuaderno de bitácora se dedicó, por sobrados méritos, a Quim Torra… (¿Qué ha sido de él?)… Un sujeto que llegó a presidente regional y que, al decir de muchos, no es del todo responsable de sus actos, por enlazar con la traída y llevada “salud mental”. La tractorada se tituló “Petomán”, pues el interfecto se vanagloriaba ante su auditorio de responder a una requisitoria del TSJC… (con motivo de una pancarta golpista colgada de la balconada del palacio de la Generalidad en período electoral)… según “le salieran los aires” tras dar cuenta en Bescanó (provincia de Gerona) de una contundente ración de butifarra con judías (nuestras entrañables “mongetes”, tan flatulentas como los deliciosos “calçots”, cebollinos a la brasa). El deyecto representante ordinario del Estado presumiendo en público de sus facultades “deyectivas”. Todo encaja como las piezas de un mecanismo de relojería.

Dijo el mejor y más prolífico ensayista catalán del siglo XX, don José Pla, y nunca nadie pudo construir más apropiada analogía, que “el nacionalismo es como un pedo, sólo le gusta al que se lo tira”. Al definir el nacionalismo, barría para casa. Se conocía el paño, pues fueron muchos años escribiendo en “La Veu de Catalunya”, órgano primero de la Lliga Regionalista y luego de la Lliga Catalana. Nuestro particularismo es el más aerofágico de cuantos en el mundo son.

Suma y sigue. Se acumulan casualidades. ¿Casualidades? El calamitoso pop en catalán, publicitado celosamente por las autoridades regionales, y regado con ayudas millonarias desde hace décadas, tiene como más reconocido paladín a un grupo musical autodenominado “Els Pets (“Los Pedos”)”. Y no es una coña. El objetivo de ese subproducto cultural teledirigido desde el poder era evitar que la juventud local se envileciera escuchando música contemporánea cantada en español, a guisa de profiláctica respuesta a la “movida madrileña” que contagió y sacudió al país entero.

Algo, pues, nos remite a una suerte de estreñimiento forzado, de constipación del tracto intestinal cuando hablamos del nacionalismo catalán. Acaso “la Cataluña oficial como totalidad monolítica” ensoñada por nuestro aborigenismo se halla anclada, según la terminología freudiana, en la fase anal del placer. Es algo que no se entiende y sobre lo que los especialistas en psicología de masas, si es que tal disciplina existe y es capaz de aportar alguna explicación, deberían pronunciarse. Es un asunto enojoso y también indigesto e irrespirable, y va siendo hora de abrir ventanas y orear la estancia. He de admitirlo, hablar de estas cosas me produce cierto “pudor”… y vuelve la burra al trigo, pues “pudor” es un sustantivo que en catalán significa “hedor, pestilencia”.

Con relación a TV3 nada nuevo aportaré. Cerrarla para los restos es un imperativo ético y también económico, esto último aplicable a todas las demás televisiones públicas dependientes de gobiernos regionales, aun no siendo ni la mitad de desleales que “la nuestra” (“la nostra”, al decir de la publicidad institucional)… y eso a guisa de anticipo, ensayo o prueba piloto para “cerrar” después esos mismos gobiernos y desballestar esa costosa pifia de organización territorial de la que en su día nos dotamos por error. Cerrarlos, sí, pero previa reforma constitucional sometida a referéndum, siguiendo escrupulosamente la senda trazada por el marco normativo… que uno es temeroso de Dios y de las humanas leyes. Nada de atajos, leyes habilitantes y otros mecanismos fraudulentos a los que son tan afectos nuestros aborigenistas cabreados y sus edecanes capitalinos de la izquierda antiespañola (que en España, no sé por qué fatalidad histórica, lo es toda la izquierda parlamentaria… antiespañola, quiero decir).

TV3 es, como dicen sus gestores, un puntal de la llamada “construcción nacional”. Siempre lo ha sido y no han mentido sobre el particular. Fue creada para eso: para “nacionalizar” a la audiencia. En la ratio “población-territorio/ tamaño de la corporación”, TV3 está claramente sobredimensionado: es un ente público enorme, mastodóntico. Tiene tantos canales como la BBC y una plantilla superior a las de otras cadenas privadas de difusión nacional. Muchas facturas se pagan gracias a sus nóminas… que costean vía IRPF todos los contribuyentes, incluso aquellos que no sintonizan su señal por sentirse de continuo insultados por la línea editorial y por los profesionales más afamados de dicho medio, entre quienes destaca en la hora presente el fulano (“Zona Franca”) que ejecuta a ventosidades el himno nacional.

Y si cerramos TV3… “¿Qué será de esos miles de profesionales?”… Te preguntan piadosamente algunos templagaitas cuando expones la oportunidad de clausurar el medio. Bien entendido que, más que del cierre de las instalaciones, lo que no impediría su reapertura posterior, un servidor es partidario de proceder a su voladura controlada mediante potentes cargas explosivas dentro de un operativo meticulosamente supervisado por especialistas en la materia, pues en sus inmediaciones hay, ojo al dato, un colegio de educación primaria y un hospital. ¿Qué pasaría? Nada, la mayoría de la plantilla tendría derecho a percibir el seguro de desempleo y, además, cuenta TV3 en sus filas, prietas marciales, con tan grandes y brillantes profesionales (Rahola, Peyu, Albert Om, Toni Soler, Quim Masferrer, el de “Atrapa’m Si Pots” y un largo etcétera) que a muchos de ellos se los disputarían a cara de perro empresas mundialmente prestigiosas como la BBC, la CNN o la RAI, sin olvidarnos del circuito catalán de RTVE que se ha propuesto de un tiempo acá superar a TV3 en su encendida apología del separatismo. Vayan todos, TV3 al completo, con “viento” fresco.    

Hola, soy TV3, te cuesto un pico cada año y te insulto a diario: “nyordo”, “españolazo”, “botifler”, etc. Y ni siquiera desintonizas el canal en tu receptor TV. Da gusto trabajar para gilipollas como tú.

Nuestros «Bobby Sands»

Bobby Sands, IRA Provisional, aupado a los altares del “martirologio” republicano, sostuvo durante 66 días, año 1.981, una huelga de hambre en la prisión de Maze, Irlanda del Norte. Sands y otros presos de la cuerda desafiaron al gobierno de Reino Unido (Margareth Thatcher) para, entre otras cosas, ser reconocidos como presos de “categoría especial”, equiparables a prisioneros de guerra. El gobierno británico cedió a algunas de sus pretensiones, pero no a todas, y, al parecer, Sands y los huelguistas, “tutelados” por Gerry Adams (amiguito del “hombre de paz” Arnaldo Otegui), se mantuvieron en sus trece. Sostiene Brendan Hughes (Comando Belfast), crítico con el barbudo Adams, que éste ocultó a los huelguistas los avances habidos en las negociaciones, pues el muy ladino calculó que la muerte en cascada de aquéllos, un día uno, al siguiente otro, favorecería publicitariamente a la causa. Y funcionó. Bobby Sands, elegido diputado al parlamento de Westminster durante su condena, falleció al fin por inanición “autoimpuesta”. Para saber más de este asunto, acuda el lector interesado a dos textos tan documentados como “No digas nada”, de Patrick Radden Keefe, y “Matar por Irlanda”, de Rogelio Alonso, autor del profético ensayo “La derrota del vencedor” sobre el cese de los atentados de ETA… banda criminal convertida hoy en piedra angular de la “gobernabilidad” de España a través de Bildu/Batasuna, su brazo político.

Nuestro irredentismo local no podía ser menos y, al cabo de los años, con motivo de las sentencias judiciales del TSJC que maquillan, 25% (al tiempo que avalan), el modelo de inmersión lingüística en lengua co-oficial, unos cuantos activistas han replicado, similar arrojo y valentía, el prolongado ayuno del republicanismo norirlandés. Bien que no entre rejas, pues nuestros huelguistas han puesto a prueba su férrea voluntad y la reciedumbre de su aparato digestivo en el jardín de su casa. Carles Furriols, 48 horas, Jaume Sastre, mallorquín y con cierta veteranía en la materia (pues no es la primera vez que se pone a dieta), 8 días, y Salvador Ribot, juez de paz jubilado de la localidad gerundense de Celrá que superó los 12 días sin ingerir alimentos sólidos, que sepamos, salvo que nos hiciera la pirula en plan “De Juana Chaos” (metiendo barriga y sacando costillas para la prensa gráfica, como quien da su mejor perfil, pero poniéndose “morao” a sándwiches de queso y jamón de york y dándose buenos revolcones con su novia en el hospital). A Ribot le perdí la pista y no doy en los “interneles” con el apunte de la duración exacta de su protesta. Quizá ha fallecido y no lo sé. En todo caso, nuestros tres paladines suman, ahí es nada, una bonita cantidad: 22 días, es decir, un tercio de “un Bobby Sands” (66).

Ahora bien, al césar lo que es del césar. Incluso el más flojo de ellos, Furriols (48 horas), a mí me parece un titán. Un tío con un par de pelotas que no las salta un caballo. Un servidor, en estado de vigilia, no es capaz de aguantar más de cuatro o cinco horas sin menear los bigotes. Es que el hambre es muy mala, sea por otros inducida o autoimpuesta, y para soportarla, cuando se tienen comestibles a mano, que otra cosa sea la hambruna ambiental generalizada, se precisa de una voluntad de hierro para rechazar un bocado. He leído recientemente los aterradores “Cuentos de Kolimá”, de Varlam Shalámov, beneficiario a su pesar del GULAG soviético, y el hambre sostenida durante un período de tiempo considerable, además de la degradación física y otras disfunciones orgánicas, menoscaba la dignidad y favorece el trastorno mental, la locura. Poco menos que uno le sacaría los ojos a un recién nacido a cambio de un mendrugo reseco (cuando hay hambre, no hay pan duro) o lamería con fruición las repuganantes caspicias de materia grasa adheridas a la lata “Friskies” de su mascota.

Las huelgas de hambre (y otras modalidades de protesta inspiradas en la no-violencia, en el activismo pacifista a lo “Gandhi”), se promueven contra un determinado “estado de cosas”, contra leyes que algunos consideran abusivas y conculcan sus derechos, siendo el propósito combatirlas y erradicarlas en aras de una legislación más justa. Ese es el caso en el que se percibía Bobby Sands, atinadamente o no (y no es ahora esa la discusión), al iniciar su campaña.

Pero nunca, gran primicia, se habían visto huelgas de hambre favorables al poder, al mantenimiento sin fisuras (siquiera anales) del modelo impuesto. Por esa razón, las huelgas de hambre en pro de la inmersión obligatoria en la escuela pública de nuestros héroes Furriols, Sastre y Ribot son pioneras en el mundo. Pues se escenifica una protesta que pretende, no cuestionar, si no respaldar y blindar para los restos un sistema que es la legalidad, estúpida y coactiva en el presente caso, pero legalidad al cabo… además de una gilipollez, todo hay que decirlo, que condiciona en Cataluña (y en otras regiones de España) el futuro de sucesivas promociones de alumnos que podrían recibir, si no rigiera la payasada “inmersora”, sus materias de estudio en su lengua propia, y si no propia, en todo caso oficial (vale que por el momento) y que es, otrosí, uno de los tres idiomas de mayor difusión a escala planetaria…

… porque si “inmersionamos” en istro-rumano a los chicos de Pula, pintoresca localidad de la península de Istria, por no hacerlo en croata, pues tira que te va. Pero hay que ser un imbécil clínico, y un declarado enemigo de la infancia, para hacerlo en catalán, vascuence, gallego o “baturrés”, por no dar las clases en español. “Es que si no existiera la inmersión”, sostienen sus partidarios, “se perderían el bable y el vascuence”. A otro perro con ese hueso. Habrá mil formas distintas de proteger ese patrimonio lingüístico que no pase necesariamente por comprometer la instrucción académica del alumnado. La “extinción” de los idiomas referidos es la última frontera argumental, la última línea de defensa, y ya la única, de los inquisidores lingüísticos, toda vez que la melonada de la “cohesión social” ya no hay idiota que la compre, pues no hay más que ver la enorme “cohesión” de la que hemos disfrutado en Cataluña en estas últimas décadas, especialmente desde 2010.

El reparto de papeles en esta función (huelga de hambre: Furriols, Sastre, Ribot), traducida, por ejemplo, a la segregación racial en USA equivaldría a que los encapirotados miembros del Klan (trasladémonos a Luisiana a los años 50 y 60 del pasado siglo) se declarasen en huelga de hambre, junto a sus flamígeras cruces, para que se perpetuara la entonces vigente distribución de los pasajeros en el transporte público según el color de la piel: los blancos delante, los negros detrás. Con arreglo al transcurso natural de las cosas, se supone que habría de ser Rosa Parks la que se declarase en huelga de hambre para poner fin a las restricciones que la obligaban a viajar en la parte trasera de la guagua. Pues no, al revés. Aquí se ponen en huelga de hambre quienes ejercen el poder. Los carceleros, que no los presos. Los pájaros disparan a las escopetas. El Comisario en Jefe de la Policía Moral iraní se pone en huelga de hambre (dicen que han disuelto la unidad, ja, me troncho) para poder azotar a tan descocadas pilinguis como Mahsa Amini por llevar el velo islámico sin decoro. Pero, si lo de azotar ya lo hacen ustedes a diario. “Sí, pero quiero “blindar” los azotes de por vida, al menos los que se dan en el trasero”.  

La huelga de hambre de nuestra tríada heroica ha tenido su inversión en espejo, su correlato asimétrico, en el ayuno impuesto por la dirección del centro escolar a un niño de 6 años en la localidad gerundense de Llagostera. El motivo, cómo no, la solicitud del padre para la impartición de un 25% de materias lectivas en español con arreglo a la sentencia del TSJC que por el arco de sus caprichos se pasan el gobierno regional y su cómplice necesario, el de la nación. La responsabilidad, entiendo que criminal, de esta asquerosidad inigualable desciende en cascada unos cuantos niveles: desde los dirigentes nacionalistas que siembran el odio y fomentan… ¿Cómo era?… la “cohesión social”, a la monitora de comedor sin entrañas a la que dice el “dire”: “A ese niño no le des de comer”, y va la inmunda tiparraca… ¡Y le obedece!… 

https://www.libertaddigital.com/espana/2022-09-21/el-estremecedor-relato-de-un-padre-catalan-forzado-al-exilio-a-mi-hijo-le-negaban-hasta-la-comida-por-hablar-espanol-6934852/

Jaume Sastre en su “stage” de concentración, y en óptimo estado de forma, para acometer su huelga de hambre a favor de la inmersión obligatoria en catalán. En la foto, ejecutando estiramientos estomacales y visionando un “tutorial” de su ídolo, y especialista de reconocido prestigio, Ignacio De Juana Chaos.

Tren «cheolochico»: hagan sitio al baturrés

Nada más llegar a Huesca y franquear la puerta de la oficina de turismo municipal, entro en una nueva dimensión idiomática. Entro porque leo el cartel que dice “ubierto”. Cuando no está “ubierto”, todo hay que decirlo, está “zerrau”. El chico que me atiende, un profesional muy capacitado, tras una batería de pormenorizadas y doctas explicaciones acerca de las innumerables maravillas de Huesca capital y provincia, me habla ufano y orgulloso de los redoblados esfuerzos por preservar la “fabla aragonesa”, la que se hablaba (y supuestamente se habla aún en los valles del Pirineo oscense). Le agradezco la “info” y le comento que procedo de Barcelona y que aquello es el paraíso de quienes instrumentalizan la lengua y la ponen al servicio de la segmentación social y de la aminoración de derechos civiles y políticos, convirtiéndola en una herramienta de dominio que se hace odiosa para un amplio espectro de la población. El muchacho esboza una sonrisa y asegura entre aspavientos y graves protestas que eso no sucederá ahí. Conclusión: ya están en ello. Ha nacido el «baturrés». A no mucho tardar aparecerá la Academia de la Fabla, donde hallarán acomodo y generoso sustento unos cuantos catedráticos de nuevo cuño…

… y levas de profesores acreditados a correprisa con el nivel C de «baturrés». Una plaza por escuela, para empezar, con su departamento propio y suscrito a revistas editadas con dinero público en esa entrañable jerigonza. Emisiones de programas radiofónicos y televisivos en la cadena autonómica de rigor. Doblaje de pelis al «baturrés»: lo mismo una de arte y ensayo de Lars Von Trier que “Los bingueros”, o la filmografía completa del insigne paisano Paco Martínez Soria, sin olvidar, claro es, la de Luis Buñuel. Campañas institucionales dirigidas a los «peques» del tipo “Juega en baturrés”. Y a los adolescentes: “Drógate o cámbiate de género, pero en baturrés”. Becas a pan y cuchillo para ensayistas, poetas y músicos, lo mismo joteros que raperos, por darle al «baturrés» un aire actual y urbanita. El titulín para ejercer la medicina, como en Mallorca, o para tocar la trompa, sea el caso de Valencia (véase la tractorada “No me toques la trompa” con el “oltrabobo” de Joan Baldoví como “prota”). Requisito para optar a una plaza de bombero, pero también de bedel en una escuela pública. Y así ad infinitum. Maños, preparen la billetera que hay que pagar a escote la verbena.

Uno de mis primeros contactos con el «baturrés» fue cosa de un conocido nacido en Jaca. Me vaciló divertidamente: “¿Sabes cómo se dice “orgasmo” en aragonés (por baturrés)?”. “Que me aspen si lo sé”. “Voy, voy, voy”. Y no era un chiste. Caí en la cuenta de que eso ya lo sabía, hurgando por introspección en los recuerdos cinematográficos de mi infancia. “Voy, voy, voy” es lo que dice todo el rato Papik, el entrañable lugarteniente esquimal de Anthonny Quinn en esa sensacional película de aventuras de Raoul Walsh titulada “El mundo en sus manos”… es decir, cuando los superhéroes no tenían la cara verde, ni echaban rayos por los ojos y, menos aún, lucían inquietantes “slips” de colorines sobre una guisa de leotardos muy ajustaditos. Luego Papik no era un inuit, si no un aborigen del valle del río Tena, que aún cuenta con glaciares, neveros e ibones, pequeños lagos de alta montaña, al pie de la inmensa mole de la peña Foradata que enhebra las nubes con su imponente aguja de piedra. El bueno de Papik, un tipo enorme… aunque no tanto como su “paisano”, Fermín Arrudi, el gigante aragonés, oriundo de Sallent de Gállego, que midiendo 2’30 prefirió dedicarse a la música tradicional a probar fortuna en las canchas de baloncesto (chiste malo).  

Me acerco a la oficina de turismo de Sallent de Gallego, pintoresca localidad a tiro de piedra de la frontera. Es una caseta de madera, acogedora, como ideal para una familia de duendes, con tejadillo a dos vertientes, muy al caso por el entorno. Me atiende una chica monísima y muy simpática. Un encanto. Curiosamente la oficina está “abierta”, no “ubierta”, según reza el letrero con el horario inscrito de atención al público, y al punto me malicio que los capitalinos son quienes más se empeñan en que los montañeses hablen esa suerte de idioma ensoñado, la “fabla”, con el que estos últimos, a la pata la llana, se limpian el culo.  

El enlabio consiste, es obvio para cualquiera que tenga ojos y dos dedos de frente (basta uno para entenderlo), en cultivar esa suerte de cachufleteo, o cantinfleo, para impostar o aparentar una lengua “propia” que fundamente un pretendido «hecho diferencial» a regar primorosamente con millonadas anuales. En España, quien no tiene una «lengua propia” distinta al español es la nada, un escupitajo abandonado en la calle, un reseco excremento de chucho. Un cero a la izquierda. Ergo… si no se tiene, se inventa. “Eh, que nosotros tenemos lengua propia distinta al español, es decir, universo cultural singularizado, por lo tanto, habríamos de obtener ventajas presupuestarias y un trato de tú a tú, bilateral, con el gobierno de la nación, como los vascos o los catalanes…”. Cualquier cosa antes que conformarse con la triste y ramplona “EBM”, o “Españolidad Básica de Mierda”. Una lengua “propia” es un negocio redondo y siempre genera una importante red clientelar que pagará hipoteca, coche, la factura del gas y de la luz, el cole privado de los peques y una segunda residencia gracias a tan suculento artefacto.

Hace unas fechas, Pablo Echenique vistió de largo el «baturrés» utilizándolo en sede parlamentaria con el pláceme de la señora Batet que, contra todo pronóstico, aún permite que sus señorías hablen en español en el Congreso. Nunca una lengua pudo dar con mejor valedor y trovador que ése. Y no me refiero al día en que, engallándose sobre su silla curul, como diputado electo que es, y para celebrar un éxito electoral de Podemos, atacó, cual rapsoda de la antigüedad, una jota un tanto licenciosa que reúne todos los estándares inclusivos exigidos por las ultrafeministas pro-castración más recalcitrantes: “Chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia… Chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia”.

El tren “cheolochico” que destina RENFE a los mallos de Riglos, y que ilustra esta tractorada, es la prueba del nueve de que el «baturrés» ha salido de la estación y coge velocidad a todo trapo. Ni el AVE rumbo a Zaragoza-Delicias. Es sabido que la “cheolochía”, ciencia que trata de la forma exterior e interior de globo terrestre y de la naturaleza de las materias que lo componen, tenía en un sin vivir a los hablantes de la “fabla baturroide” y por esa razón dieron con tan oportuno vocablo para incluirlo en sus conversaciones habituales. En la feria de ganado que por esas mismas fechas, a mediados de octubre, se celebraba en Biescas, la “cheolochía” iba de boca en boca punteando las charlas agropecuarias entre los tratantes del sector en bares y cafeterías. Huelga decir que en Riglos, con esos espectaculares farallones de piedra, los mallos, la “cheolochía” se manifiesta ante nosotros en todo su esplendor.

Como sucediera con el mencionado y orgásmico “voy, voy”, he recordado, huroneando entre mis recuerdos infantiles, que lo de “cheolochico” contaba con un precedente fundacional, y no es otro que la divertida letra de una canción, “La chevecha”, entre bufa y guasona de Palito Ortega, cantante y actor argentino de fama mundial: “Eche vacho de chevecha que che chube a la cabecha”. Palito Ortega, pues, cantaba chamullando farfollas en «baturrés»… y sin saberlo. Mayor mérito si cabe. El «baturrés» salta a la palestra. ¿Tren “chaolochico”?… Vamos, no me jodas… ¿De verdad le vais a hacer eso a vuestros hijos?… Atxc (*).

Chucuchú, chucuchú, reserve sus billetes para el inolvidable “biache en el tren cheolochico” que rivaliza en encanto y misterio con el Orient Express.  

(*) Atxc, abreviadamente, “a tomar por culo”.

Dos tontas muy tontas

La finalidad de esta tractorada es promover la llamada “inclusividad” de género, de conformidad con el ambiente dominante. En efecto, las mujeres, si se lo proponen, pueden ser tan tontas como tontos somos los hombres, si no todos, muchos. La competencia está reñida y es difícil vaticinar quién o quiénes se alzarán con tan codiciado trofeo. Carlo M. Cipolla lo anuncia de manera inequívoca en la segunda ley fundamental de su conocido ensayo sobre la estupidez humana: La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. El espíritu de la ley no atiende a baremos étnicos, geográficos, cronológicos o de género. Cualquiera puede ser idiota lo mismo aquí que en las Quimbambas, en el pasado que en el presente o haga pis de pie o en cuclillas. Quizá el pensador italiano, por mejor formular su tesis, podría haber añadido que la estupidez es el nexo de unión que subyace a todo el género humano y que es el mínimo común denominador de la especie. Y que nada hay más universal y más democrático que la imbecilidad. Que la estupidez, como la muerte, Jorge Manrique, o como el vino, Charles Baudelaire, nos hace a todos semejantes.

Al honorífico rol de la estupidez se suman con paso decidido dos mujeres procedentes de muy diferentes ámbitos: la afamada historiadora Elvira Roca Barea y una cotizada jugadora de fútbol del Barça femenino, la suiza de origen croata Ana-Maria Crnogorcevic. Se apellida así la criatura (como Cipolla se apellida Cipolla) y aquí ni se pone ni se quita una coma. Ambas forman una dupla de primerísimo nivel y siguen la estela, tontos a pares, trazada en su día por Ibai Llanos y Gerard Piqué (véase la tractorada, cómo no, titulada “Dos tontos muy tontos”).

Elvira Roca ha manifestado recientemente que ella votaría a favor de que a Cataluña se le concediera la independencia de una vez por todas. Que ya va siendo hora de que España se deshaga para los restos de ese lastre tóxico del nacionalismo catalán, siempre insaciable, siempre dando la murga con una interminable batería de agravios históricos, la mayoría de ellos más falsos que un duro sevillano, y exigiendo, cómo no, prebendas a capazos y millonarias compensaciones. El sentido del hipotético voto de doña Elvira se ajusta al dicho “muerto el perro, se acabó la rabia”. Y tras largar semejante gansada, se queda tan ancha. Ella, toda una ensayista de referencia para abordar el espinoso asunto de la “leyenda negra” contra España, al copo de perrerías y de exageraciones, que empezó a urdirse allá por los siglos XVI y XVII (Holanda e Inglaterra) y que aún hoy arrastramos, siendo los propios nacionales los más propensos a darle carrete, acaso por aquello del “auto-odio” y de nuestros innúmeros complejos. Uno de los grandes bulos de la Historia, trabajado primorosamente… un pariente mayor del homófobo “bulo del culo” difundido por los medios meses atrás, solo que a escala mastodóntica. Que los españoles que nos precedieron cometieron abusos a carretadas y atrocidades a manos llenas en lejanas tierras, y también en las propias, cuando fuimos una potencia de primer orden (y cuando no lo fuimos)… quién lo duda. El atropello, la injusticia y un sinfín de episodios vergonzantes van a la par del ser humano y en eso, como sucede con la estupidez, nada distingue a la gente por razón de nacionalidad.

Que alguien que se ha dedicado a lidiar con astado tan revoltoso y traicionero como ése, la leyenda negra, y además lo ha hecho con notable éxito de crítica y público, sorprende que ahora vocee tamaña pampirolada que atiza al tiempo que bendice la fragmentación nacional. Pues bastará en adelante que cualquier localista vascongado, gallego o berciano, se ponga latoso y megaplúmbeo con su brumoso particularismo para que la interfecta ande concediendo independencias por desistimiento allá donde crezca un champiñón. Enojó a la eximia historiadora la leyenda muñida otrora por las potencias rivales y, corajuda y peleona, sus académicos afanes puso en combatirla. Pero, mira tú qué cosa, tras la reñida liorna, de sopetón baja los brazos ante la neo-leyenda que blande el catalanismo iracundo para justificar sus aspiraciones rupturistas. Harta, pues, de la “conllevancia” formulada por Ortega y Gaset, deja a los resistentes catalanes colgados de la brocha y con el culo al aire. Y los entrega en bandeja de plata, con lacito de regalo y todo, a los promotores de la actualizada monserga contra la España centralista, casposa y empobrecida. Esa España de “gentuza animalizada que nos atufa con la pestilencia de sus mal digeridos calderos de garbanzos”.  La España de la rapiña fiscal (“España nos roba”). Y un sinfín de cumplidos y delicadezas parecidos. Los abandona a su suerte y se lava las manos como el pretor romano.

Acaso doña Elvira desconoce que los catalanes resistentes, hay que decirlo, aun siendo sacrificados una vez y otra en el altar de las concesiones a los nacionalismos periféricos a cambio de un puñado de votos para aprobar presupuestos, son, visto el panorama, de lo poco bueno que hay en la España actual. Y ahí están, tirados como colillas, traicionados y vendidos, a menudo agazapados en las catacumbas, pero elevando la voz cuando pueden y haciendo aspavientos para demorar el desfile victorioso de las rechinantes orugas picadoras de carne del particularismo tribal. Vista la imbecilidad reinante en los cuatro puntos cardinales del solar patrio, habría que concluir que España, por boca de doña Elvira, no merece a esos catalanes heroicos que, a pesar de todo, aún se parten la cara por aquélla y pagan su lealtad con desprecios y escupitajos, lo mismo en Barcelona que en Madrid

La candidatura de la futbolista culé se fundamenta, en cambio, en su destreza políglota. Al parecer Ana-Maria y su apellido irrepetible están tomando clases de catalán para expresarse en esa lengua aseadamente si los reporteros de TV3 le plantan una alcachofa delante de las narices. Cabe decir que ella sí se ha tomado en serio las instrucciones de la presidencia del club en esa materia. Algo que no consiguió con tan díscolos alumnos como Leo Messi y el brasileño Neymar, grandes ídolos de la afición, pero mayormente interesados en la, digamos, opinable gestión de su colosal patrimonio que no en recitar de memoria “La vaca cega”.

De tal suerte que una reportera, tras un partido, le formuló en español una de esas agudas preguntas que informan el periodismo deportivo, supongamos: “¿Estás contenta con el resultado?”. Hete aquí que Ana-Maria le respondió en la misma lengua: “No te entiendo”. Tal cual. Quiere decirse que no la entendía en la lengua en que ella misma le respondió. Muy raro. Y al punto cruzó una mirada cómplice con una tercera persona fuera de cámara. Comoquiera que la reportera insistió, aclaró Ana-Maria: “No te entiendo… en español”. La otra, también risueña, le hizo entonces la pregunta en catalán. Nuestra heroína, que aún no ha sido completamente “inmersionada” (anda la criatura al caso en fase larvaria), con ese guiño tontuno traslada a la afición que nada la haría más feliz. Y suelta su frase, acabáramos, en español. De modo que esa virtuosa del balón sabe que un gesto tan estúpido e infantil como ése es remunerado de inmediato con la aprobación del respetable. Ya tiene al personal en el bolsillo. Es, pues, tonta entre las tontas… y tontos.

Y en ello reside la grandeza de Elvira y de Ana-Maria. Su tonta tontería es genuina. No es una “tontez” impostada, ni de cuota o positiva discriminación por razón de sexo. No se avienen a lo fácil, a escalar posiciones en el tablero por el mero hecho de ser mujeres. Que es como nadar a favor de corriente, pues hoy en día, y es una pena, muchas mujeres públicas (no en el sentido tradicional de la expresión) pretenden fama, poder y notoriedad, no por sus cualidades intrínsecas, o por el hecho de ser ciudadanas aventajadas en determinadas materias, si no por haber nacido sin el maldito y colgandero pitilín. Que sólo por esa razón, ser mujer, lo merecen todo o se les debe algo, aunque sean tontas. Pero no ellas, Elvira y Ana-Maria, que juegan con las mismas cartas que los hombres, de igual a igual, a cara de perro y sin trato de favor. Y ahí las tenemos, justando en pro de la tontería supina junto a rivales de la talla de Ibai Llanos, Gerard Piqué, Baldoví (Compromís) o ese reputado actor y coloso invicto de la imbecilidad, Viggo Tontensen. Para ellas, pues, mi respeto y admiración.   

 

“Hola, soy Ana-Maria, Nosequé de apellido… soy una gran defensa lateral, pero mi auténtica vocación es decir tonterías”

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