Alba gu bràth!

¡Lealtad a Escocia hasta el día del Juicio Final!… Así concluye la arenga que William Wallace lanza a sus hombres antes de enfrentarse a las tropas de Eduardo el Zanquilargo, rey de Inglaterra, en la batalla de Stirling. No es que sepa un pimiento de historia escocesa, pero he visto “Braveheart” de Mel Gibson (*) unas cuantas veces. Es una película redonda, épica, muy amena, con unas secuencias a espadazo que te crío verdaderamente sensacionales (y, por ahí anda Sophie Marceau para regalarse la vista). Por encima del gran trabajo actoral de todo el elenco destaca Patrick McGohann en el papel del rey Eduardo I, uno de mis villanos favoritos.

Escocia ha sido durante años el segundo nombre de Cataluña. De hecho se ha producido una suerte de mutua influencia, de osmótica reciprocidad entrambas, hasta el punto que es fama que Nessie, el monstruo más simpático del mundo, ha aprendido a bailar sardanas, se toca la cabeza con una barretina y estudia muy aplicadamente, entre chapuzón y chapuzón en las frías y negras aguas del lago, para obtener el nivel C de catalán, requisito indispensable, según ha confesado, para ejercer la enfermería en Palma de Mallorca, harto como está de esquivar a curiosos y turistas. Por otro lado, no sorprendería en absoluto que nuestros buscadores de setas más apegados al terruño, quid pro quo, incorporen un día el kilt,o faldita escocesa a cuadraditos, a su indumentaria campestre.

El tostón ha sido importante: nuestros nacionalistas más exaltados nos han plantado en los morros, cansinamente, la chundarata de la celebración de un referéndum pactado por la independencia en Escocia. Que si el Reino Unido deja votar, que por qué nosotros no, que si España tiene miedo a que la gente hable, que si esto no es una democracia, que si garrotín, que si garrotán. Salió que nanay, de acuerdo, pero cuando menos se votó, insisten. No importa que en Cataluña nos pasemos la vida votando desde que tenemos uso de razón (autonómicas, locales, generales, europeas e incluso referéndums estatutarios o como los de la Ley por la Reforma Política, la aprobación de la Constitución o la permanencia en la OTAN). Pero, para esas mentes obtusas, no hay tutía: erre que erre con la monserga de que no nos dejan votar… y eso que estamos abocados a unas nuevas elecciones al parlamento regional, aunque sine die, pues Torra, el “presidente cuántico”, según Ramón de España, que anda digiriendo su último atracón de “botifarra amb mongetes”, las convocó hace unas semanas pero, tachán, se olvidó de ponerles fecha: de traca. Y, a mayor abundamiento, anda confinado el pobre a causa del maldito coronavirus inoculado en Cataluña por sicarios de la inteligencia española siguiendo el mismo exitoso procedimiento usado, otrora, por los yanquis para exterminar a los nativos en sus reservas: pasándoles mantas infectadas por la gripe… historia magistra vitae.  

Nosotros, pues, como Escocia, y vuelve la burra al trigo… a pesar de las enormes diferencias entre una legalidad, la británica, y otra, la española, que ya han sido explicadas hasta la saciedad, de modo que no las repetiré. Sucede, en cambio, que tras la consumación del tan cacareado Brexit, los nacionalistas escoceses han iniciado una nueva e intensa campaña por la celebración de un segundo referéndum, mira tú que cosa. Digamos, pues, que el acuerdo suscrito entre partes, y que tanto eco tuvo entre nuestros aborigenistas, tanta “insana” envidia suscitada, no ha alcanzado ni tan siquiera para una generación. Sólo que era previsible que el gobierno de Boris Johnson diera plantón y portazo a una nueva intentona. Y así ha sido. No todos los días es fiesta. De modo que, a la inversa, Cataluña ha pasado a ser el segundo nombre de Escocia y, más allá del muro de Adriano, los pictos y escotos más furibundos dicen que es Cataluña el espejo donde quieren mirarse para celebrar a calzón quitado, encampanados y retadores, imbuidos del indómito espíritu del belicoso Wallace, el referéndum de marras, quieran o no las autoridades insulares

Por aquello de buscar las siete diferencias, no sería mala cosa que los separatistas escoceses cumplieran su amenaza y escenificaran el desafío por ver cómo unos y otros juegan sus cartas y asistir desde la cómoda distancia, repanchigado en el sillón, a ese confuso turbión de colegios electorales, urnas clandestinas, censos elaborados ilegalmente y cargas policiales en esas brumosas latitudes. Se trataría de ver si Gran Bretaña, ese modelo, ese paradigma de libertad y democracia aplicada cuando autorizó el primer referéndum, al decir de nuestros bardos localistas, gestiona, también modélicamente, la reedición del anterior, pero ya, uuuyyy, sin ceremonioso acuerdo entre los dirigentes del SNP y Londres, es decir, por la vía “unilateral”.  

Ya sabemos que, bajo el gobierno neo-frentista de Sánchez e Iglesias, los agentes de la Guardia Civil, acuartelados en un crucero para “singles”, en caso de repetirse otra trastada como la de aquel 01-O, pasarían de hacer ver que buscan las urnas de plástico en naves industriales de la periferia de Barcelona a custodiarlas celosamente, como si fueran valiosas obras de arte, para dar satisfacción a los socios separatistas de ese duunvirato de redomados traidorzuelos. Cautela innecesaria, pues no parece probable que un gobierno como el actual, en deuda con los partidos promotores de nuestro golpismo incesante (moción de censura e investidura posterior), opusiera resistencia, siquiera jurídica, a otra verbena comicial a la que unos darían un valor meramente consultivo, pero no vinculante, y otros claro que vinculante y en absoluto consultivo, tirándose pellizquitos indoloros en sus vergonzantes “mesas de diálogo”.

En el fondo, no le deseo a los escoceses partidarios de la unión pasar otra vez por esa murga atorrante, rodeados de los vocingleros druidas del tribalismo danzando frenéticamente, agitando sonajeros y tocando la gaita, pero, en la seguridad de que su gobierno no les dejará en la estacada ante una amenaza de ruptura a la brava, sí querría ver actuar en un caso de esa envergadura a las autoridades e instituciones británicas y verificar de qué pasta están hechas, pues ya hemos testado la de las nuestras, fofa (los desparecidos, agur, Rajoy y Soraya Saénz de Santamaría), y amasada en la tahona nocherniega de la felonía (Sánchez e Iglesias).  

(*) Me ha llegado que este verano pasado anduvo Mel Gibson por tierras asturianas… ¿será verdad?… muy interesado al parecer en la figura de don Pelayo. Para mí tengo que ante la más mínima posibilidad de que el afamado cineasta, a quien la progresía nacional e internacional profesan un odio visceral, rodara una superproducción en Covadonga, la erisipela se difundiría como la pólvora entre ese batallón de patriotas aguerridos que componen la industria de nuestro cine… “nuestro” porque lo pagamos vía presupuestos, entiéndase, y más de unos que de otros. En la URSS, por orden de Stalin, Eisenstein dirigió una trilogía sobre el héroe fundacional de Rusia, el zar Iván el Terrible. Ni siquiera el franquismo, y si lo hizo, lo ignoro, sacó jugo a un personaje del calibre simbólico del espadario y caudillo visigodo, tan que ni pintado para la propaganda.

Tractorada en Tortosa

Para no creer: tractorada en Tortosa. Por una vez los tractores salen a la calle con motivo de una protesta específica del aperreado y sufrido agro nacional. Cientos de tractores, leo en la prensa digital, colapsan el tráfico de la villa tortosina convocados por ASAJA e Institut Agrícola Sant Isidre, pues, lógicamente, los chicos de Unió de Pagesos reservan su maquinaria para otros cometidos, siempre al dictado de ANC, de Òmnium (Òdium Cultural) o del autodenominado tsunami democràtic, persuadidos de que son, gracias a su tremenda potencia de fuego, la acorazada Panzerdivision del separatismo indígena. 

Que si la carestía creciente de los insumos (el combustible está por las nubes), el desfase de precios en la cadena alimentaria entre producción, distribución y PVP en los supermercados, la implantación en el campo de un ruinoso SMI por real decreto, el escaso margen de beneficio, el dumping de las grandes superficies, todo en conjunto un desastre. El campo está que tira de espaldas. Los cultivos no son rentables y encima los acuerdos comerciales de la UE con países terceros suponen una competencia devastadora para el sector agropecuario. Y luego va la llantina generalizada del campo despoblado, bien entendido que el campo está menos poblado que la ciudad, que por eso el campo es campo, y la ciudad, ciudad, parafraseando al ilustre pensador Vujadin Boskov. Apaga y vámonos.

Lo dicho, salen a la calle… pues para que un problema entre en agenda, ha de tener visibilidad. Si no la tiene, no hay problema, así de fácil: ley número uno del más elemental concepto de la propaganda política acuñada en su día por Münzenberg, maestro del agit-prop y servil agente estalinista. Lo saben agricultores y ganaderos, los taxistas, los trabajadores interinos de la administración que encadenan cientos de contratos en su vida laboral, los pensionistas, los lampistas y las prostitutas, los malabaristas y las peluqueras, razón por la que marchan todos de paseo a Madrid para que les saquen en el telediario cuando les sulfura un problema sectorial.

Todos no, los defensores de la libre elección de lengua oficial en la escuela pública, los defensores de la enseñanza en español, lengua oficial y común a todos los españoles, no lo sabemos. Por eso nunca vamos a la capital en la seguridad (errónea) de que el nuestro no es un problema de ámbito nacional, si no regional, es decir, de este pedrusco a ese arroyo, pero de ese arroyo hacia allá, no, que ya es otro condado. Ésa es la razón por la que creemos que el malo de la peli en Cataluña es Pujol, Maragall, el sonderkommando Montilla, Mas o Torra, en Mallorca, Jaume Matas o Cristina Armengol, en Valencia, Camps o Ximo Puig, en Galicia, Fraga (QEPD) o Núñez Feijóo, o en Navarra, Chivite. Y que Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy o Pedro Sánchez nada tienen que ver en esta broma pesada, chufletera y ridícula académicamente que es la inmersión forzosa en lenguas co-oficiales, único lugar del mundo donde tal sucede, con la relevante excepción de las islas Feroe. No vaya a ser que los partidarios de la enseñanza en español en todo el territorio nacional (como se estudia en francés en toda Francia, aun hablándose otras lenguas en el vecino país), una vez en la corte y villa, saltemos a la primera página de la candente actualidad y no sepamos qué hacer… como sucede a veces a ese futbolista poco atinado que, para su sorpresa, se queda sólo ante el portero rival, temblequea, se atasca y falla estrepitosamente una ocasión clarísima de gol (como aficionado del RCD Español podría ilustrar esta analogía balompédica con unos cuantos nombres).

Nos conformamos con reunir pliegos de firmas para una ILP fallida (se anuncia otra) invirtiendo el orden natural de las cosas, pues para que la gente se decida a firmar y dar su nº de DNI es preciso crear, previamente, la necesidad de la firma, y si el personal no recibe antes “inputs” visuales con suficiente fuerza motivadora, por ejemplo una nutrida mani por las calles de la capital y con cierta repercusión mediática, no se genera estado de opinión favorable y no hay firma que valga. Vamos, que están los tiempos para que tu DNI “rule” por el ancho mundo. Es prácticamente imposible obtener una modificación legal desde la calle, si la calle no “habla” con una voz potente.  

Tras esta breve digresión, regreso a mis tractores. ¿Por qué sacude de ese vibrátil modo las fibras más íntimas de nuestros indigenistas de barretina calada hasta las cejas la figura del tractor? Porque el tractor levanta surcos en la tierra nutricia, en la madre tierra, en el sagrado terruño regado con la sangre de nuestros mártires, abonado por sepultas generaciones de antepasados. De esos surcos brota de nuevo la vida en un amplio movimiento de sístole y diástole regido por los ciclos rítmicos de la naturaleza. Es la erótica del tractor, símbolo de la lucha por la independencia, aunque sea un John Deere o un Kubota.  

Los tractores, nuestros panzer, por así decirlo, suman, transforman, crean vida, en tanto que los tanques, los carros de combate de nuestros declarados enemigos, siembran fuego, destrucción y muerte. Con todo, a causa de ese desconcertante fenómeno psicológico que consiste en la mórbida rectificación de la repulsión habitual entre polos opuestos, eros versus thánatos, y que se da en algunas personas, el carro de combate del ejército español genera sensaciones ambiguas y de cariz libidinoso y masoquista en no pocos ultranacionalistas catalanes, para quienes el oficial tanquista al mando de un Leopard (de patente alemana) se les aparece como una flageladora dominatrix de camuflaje y galones en lugar de capa de armiño, que blande látigo o tundidora vara de avellano.

Por esa razón, homenajeo aquí al carro de combate, lascivamente codiciado por las ensoñaciones sangrientas de los catalanistas más perturbados, y es que no es lo mismo morir heroicamente, ametrallado, aplastado, carbonizado, adosando al ingenio artillero una mina antitanque, como en las pelis, que palmar sin pena ni gloria en la cama por culpa de un coronavirus de mierda. Esbozo, pues, una definición para una futura e hipotética reedición de “Demens Catalonia: breviario clínico del nacionalismo en 125 electrochoques”.

Tanque: “Vehículo blindado que dispone de mecanismos de disparo de munición artillera que los nacionalistas más exaltados desean ver entrar en BCN por la Diagonal”.

“Para los nacionalistas, los tanques de la Acorazada Brunete devienen fetiches eróticos de gran poder afrodisíaco. Nuestros aborigenistas gimen, suspiran, levitan, se licúan, se deshacen en una torrentera de jugos… al soñar que una columna de blindados se desliza con su rechinante frezar de oruga metálica por el asfalto de la Diagonal… es el éxtasis… ni que decir tiene que muchos de nuestros nacionalistas abrigan el inconfesable deseo de ser abruptamente sodomizados por el apuesto oficial que emerge de la torreta con sus lentes polarizadas, bigotito recortado, pañuelo de seda al cuello, rodela de sudor al sobaco y acento ceceante de la zona de Cabra (Córdoba) o Don Benito (Badajoz)”.

“Los adeptos a esa extraña parafilia, el “tanquismo” , conjugan esas fantasías voluptuosas inspiradas por el fálico cañón del carro de combate, escupidor de fuego y lava, con una suerte de épica suicida y martirial soñando que harán frente al invasor con las manos desnudas, como hiciera Jan Pallach, el héroe de la revuelta de Praga que se quemó a lo bonzo ante las divisiones soviéticas, o emulando el valiente desplante de aquel héroe anónimo de la plaza de Tiananmen que detuvo la marcha de un blindado del Ejército Popular”.

“En resumidas cuentas, el tanque ingresa en el devocionario masoquista indígena en el que forma trinidad iconográfica con la cabra de la Legión y la pareja de la Guardia Civil caminera con tricornio, capota y tercerola Máuser al hombro”.

Balaguer: ciudad paleta

“Ven a la plaza del mercado y pruébate el hiyab”… ¡Chupi!… además, miel sobre hojuelas, invitan a una taza de chocolate caliente. El ayuntamiento de Balaguer, alcalde de ERC, promociona, a través de asociación musulmana interpuesta (previamente subvencionada), las bondades de ese tradicional atuendo del femíneo estilismo mahometano. Hiyab, niqab o burka (*), lo mismo da, son las piezas de caza mayor de la versión “sharia” de “Maestros de la costura”. La confección de una de esas prendas haría las delicias de ese genio de la moda y entrañable y simpatiquísimo “personaje-TV” que es Lorenzo Caprile (“¡Muchas manos en la olla y ar-de Troya!”). Por lo que sé (fue noticia, no es una coña), algunos imanes están considerando muy seriamente la posibilidad de abrir la paleta de colores en la confección de los “burkas”, limitados hoy a negro, gris y azul ártico, en aras de un tímido “aperturismo”… qué decir, un marrón canela, sufrido pero favorecedor, o un verde botella que te rejuvenece y estiliza sin perder un ápice de elegancia. No parece gran cosa, pero la intención es lo que cuenta.   

Las “miembras” de la asociación “Chabab Al Amal” explicarán en Balaguer “¿Por qué llevamos el velo las musulmanas?” y animarán a todas las mujeres a que lo vistan durante un día “como símbolo de respeto”. La cartelería del evento ha corrido como la pólvora por las redes sociales y ha dado lugar a alguna polémica. De ello se ha seguido que el ayuntamiento reculara y con la boca chica se ha desentendido del asunto, si bien éste es el segundo año que se celebra y ha sido profusamente anunciado en la TV local (para otro día dejamos el debate sobre la conveniencia de que una población como Balaguer, 16.841 habitantes, censo 2.018, dilapide el dinero de sus vecinos, vía tasas municipales, en un ente público de esa naturaleza).

Hubo un tiempo en que el consenso en Occidente era casi absoluto con relación al carácter coactivo y liberticida del atuendo para las mujeres promovido por los usos y costumbres islámicos, “van encerradas en una prisión andante”, se decía. Eran los tiempos del feminismo “amable”. Pero el péndulo ha oscilado en sentido contrario en muy poco tiempo, apenas unos años, de la mano de la progresía desatada y de la llamada facción feminazi, que habría en puridad que llamar “femi-podemita”, pues sus dirigentes son todas de extrema izquierda. Y se ha producido un cambio de paradigma. Facción, la femi-podemita, que es en la actualidad dominante en ese mundillo a través de cargos públicos de rango ministerial en el nuevo gobierno y de la lluvia fina, en realidad torrencial, de los medios de comunicación infeudados servilmente a la llamada “ideología de género”.

Se ha dicho muchas veces: la estilosa y finísima Rita Maestre (ahora en el partido de Errejón, Más País… aunque se ignora a qué país alude dicho partido) acude en sujetador a una capilla universitaria (Complutense) y protesta diciendo a los parroquianos lisuras del tipo “arderéis como en el 36” o “menos rosarios y más bolas chinas”, pero se abstiene de irrumpir un viernes en la mezquita para escenificar un acto reivindicativo de contenido similar. Y se entiende a la perfección, pues saben los podemitas (neocomunistas) que uno de los arietes que en el mundo hay para demoler el, a su entender, execrable modo de vida occidental, el libre mercado, es decir, el mundo libre, la democracia representativa, es el islam, a la sazón aliado temporal al que, una vez logrados los objetivos comunes, pretenderán combatir y vencer… ja, ja, ja… malvados e ilusos a partes iguales.

Se nos ha dicho en ocasiones que el islam es una religión pacífica y que pregona el amor, que su mala prensa es obra interesada de gente eurocéntrica y llena de prejuicios. Que hay mil formas de interpretarlo y que los más exaltados son una minoría. Sobre el particular, y por evitar polémicas estériles, nada más al caso que acudir a las fuentes, pues en el islam las fuentes son incontestables y la exégesis literal del Corán goza de un predicamento mayoritario entre sus distintas “sensibilidades”, más o menos rigoristas. Sura IV, versículo 38: “Los hombres son superiores a las mujeres a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas… las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas… reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis, las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis (…)”. Señoría, no haré preguntas. Sólo que para todo roto hay un descosido y Nora Baños, candidata de Podemos, de quién si no, a las últimas elecciones europeas, ataviada con su velo (eso sí, más mona que con una de esas máscaras “chochopower”), afirma sin ambages que no hay contradicción en ser islamista y feminista al tiempo y que Mahoma, chúpate ésa, ha regalado a la Humanidad “la Seguridad Social y el voto femenino”… y las pioneras sufragistas sin saberlo.

Para mí tengo que las femi-podemitas son en realidad partidarias de esas prendas, burka incluido, si bien no para ellas, necesariamente, pues lo deslizan sin tapujos en algunos comentarios que he captado, y quizá también ustedes. Esas prendas no son un horror, sino una bendición, pues de ese modo las mujeres se sustraen a la mirada golosa de los hombres, esos puercos que se les acercan “como perros babeantes”, que es lo que dice la madre ultrapuritana (Piper Laurie) a su hija “Carrie” (Sissy Spacek). “Tapa esas protuberancias”, le espeta al probarse Carrie el vestido que ha cosido a mano para acudir monísima al baile del Instituto. Se trata, pues, de ocultar a la vista la belleza y esas masas, volúmenes y contornos femeniles que estimulan los apetitos de esos rufianes prontos al estupro que son la generalidad de los hombres, siempre, los muy bellacos, con la plancha a punto. Las femi-podemitas, es decir, las que hoy mandan en nuestra sociedad, celebran todo aquello que suponga una inhibición de la atracción mutua en las especies biológicamente constituidas por dimorfismo sexual. Quieren para sí a todas las hembras del planeta: acaparadoras. De tal suerte que una de sus portavoces, no recuerdo cuál, pero suficientemente tontuela y esquinada como para tener relevancia en el partido, dijo que “en ocasiones había visto por la calle a perritos (esbirros del heteropatriarcado canino) montar a perritas que -era su impresión- no querían mantener ese contacto”. Así, a la pata la llana, siquiera habiendo mediado una primera cita para roer un hueso juntos, los amartelados canes, a la luz de la luna. Perritos calientes… y violadores.  

Lo de Balaguer no es una anécdota aislada. El femi-podemismo, conectado a todo lo que sea anti-occidental, también al islamismo, es la norma, la regla, el discurso oficial. Ahí tenemos a la Directora del Instituto de la Igualdad y a su ex pareja (Beatriz Gimeno y la adorable y sensualísima Boti -¿?- García Rodrigo) con rango ambas de Secretarias de Estado, diciendo “que las mujeres deberían penetrar a los hombres analmente”, o a una concejal canaria del PSOE, maestra de profesión (Aurelia Vera, Puerto del Rosario) y que ha sido respaldada por su partido largando a los peques en clase “que a los niños al nacer habría que cortarles los huevitos”. Pedagógico y conmovedor a partes iguales.

Sólo que lo de Balaguer, ciudad paleta, muy paleta, es una constante, pues dicha localidad atesora una ejecutoria envidiable en el ámbito de la vulneración de las libertades. Sea el caso de la persecución auspiciada desde el consistorio contra Ana Moreno, una auténtica madre coraje premiada por la Asociación por la Tolerancia, año 2017, por solicitar, conforme a la ley, el 25% del horario lectivo en español para su hijo en uno de los colegios públicos del municipio. Persecución, «escrache» diario, que secundaron obedientemente el equipo docente, el (h) AMPA del centro y asociaciones como “Som Escola”… y por ahí andaría alguna apesebrada de Chabab Al Amal luciendo su hiyab de gala. Un día, Ana llevó a su peque a la escuela y se encontró con cientos de niños ataviados con la misma camiseta reivindicativa en contra de la aplicación de ese, con todo, risible porcentaje, en una acción secretamente diseñada y concertada por los entes citados y con la evidente intención de señalar, estigmatizar y avergonzar al niño. O cuando el “bullying” es promovido por el mismísimo claustro de profesores.

Por los méritos contraídos es Balaguer una de las candidatas más firmes a obtener el codiciado galardón de la ciudad más liberticida, palurda y cateta (a babor) de toda la geografía nacional, en enconada competencia, entre otras, con la villa navarra de Alsasua donde, qué sorpresa, déjà vu, docenas de abertzales pro-etarras han apaleado de nuevo a un agente de la Guardia Civil a las puertas del bar Koxka, más famoso ya que el irundarra bar Faisán, por identificar a unos tipos que cruzaban contenedores de basura en la calle. Total, aquí, en la avenida Meridiana (también en Gerona), se cruzan, se queman a diario y no pasa nada de nada.

(*) Se difunde entre las femi-podemitas que el tradicional burka podría ser un protector ideal para escapar de las asechanzas del malvado coronavirus covid-19, combinado, no obstante, con guantes de látex de color morado, como los que lucieron tan estilosamente las ministras neo-frentepopulistas en la mani del 8-M, cuando ya sabían que la enfermedad se había descontrolado.

Vich contra Balmes

De siempre se nos ha dicho que Vich (Vic) es la capital de la llamada “Cataluña catalana” o “Cataluña profunda”, poblada por nuestros auténticos aborígenes que no han ensuciado su ADN primigenio con aportaciones foráneas, corruptoras y defectuosas. Visité la capital de la comarca de Osona por estar alojado unos días en la cercana localidad de Viladrau para hacer senderismo por los caminos arbolados, cara norte, del macizo del Montseny. Recuerdo un par de cosas: la persistencia de la niebla en aquellos parajes y los diferentes vestigios en Vich de la vida y obra de su hijo más ilustre, el filósofo Jaime Balmes.

Casualmente leí meses atrás su obra más referenciada: “El criterio”. Contrariamente a lo que uno podría suponer no se trata de un tostón abrumador, de unas reflexiones plúmbeas, atorrantes, constreñidas por una estrecha moralina, nada de eso. Es un ensayo de amena lectura y un logrado ejemplo de lo que se conoce por filosofía del “sentido común” inspirada por el padre Claude Buffier y con cierto predicamento en los siglos XVIII y XIX. Cierto que Balmes recurre en ocasiones al alifafe, al floripondio verbal, fruto de la gerundiana retórica de la época, pero en suma, cuanto dice es cabal, práctico y no pocas de sus argumentaciones traslucen su sólido conocimiento de las Matemáticas y su afición a la ciencia experimental. Gusta además de acudir a los ejemplos para dar mejor cobertura a sus razonamientos, por lo que el ánimo docente está presente en cada breve capítulo del tratado… no en vano Balmes ejerció también el magisterio.

Fue hombre preocupado por su país, España, y en sus páginas combina la ditirámbica alabanza al pasado glorioso de la nación con su desánimo por la postración de aquella hora y su afán por la adopción de políticas regeneradoras encaminadas a la mejora de la instrucción pública y al desarrollo económico tomando el testigo de un Jovellanos y anticipando a un Joaquín Costa, o eso diría con la boca pequeña por no disgustar a gentes más eruditas. En muchas de sus páginas el filósofo lanza envenenados dardos contra los excesos sentimentaloides, desbordados e irracionales de esa moda de su tiempo, el romanticismo, que tan destacado papel jugará en la irrupción de los nacionalismos esencialistas que, burla burlando, en nuestra versión autóctona, gozarán con el tiempo de enorme predicamento en Vich y alrededores.

Cuando se dice que los catalanes estamos sujetos a dos fuerzas antitéticas, que tiran de nosotros en direcciones opuestas, el “seny” y la “rauxa”, en una suerte de bipolaridad colectiva, pensaré en Balmes como uno de los valedores por antonomasia del “seny”. Pero, curiosamente, la población de Vich, que rinde a cada paso homenaje al eximio pensador, a día de hoy más parece sumida en la vorágine del polo “rauxa” de ese peculiar binomio. No hay más que acudir a las recientes declaraciones de su alcaldesa en sede parlamentaria, pues la interfecta une a dicha dignidad la condición de diputada regional.

Anna Erra, de JxCat, PDECat, o sea, CiU, para no liarnos, es, además de profesora, átame esa mosca por el rabo… ¡¡¡Presidenta de la Fundación Universitaria Balmes!!! Y uno sospecha, tras las gansadas que expele por vía oral, que el conocimiento de la obra balmesiana no ha sido de ningún provecho en su caso. Anna Erra sostiene, imbuida de un etnicismo apolillado, paletoide y cejijunto, y que jamás habría suscrito Balmes, que los catalanes poco menos que nos reconocemos los unos a los otros por nuestro aspecto físico y por eso, a las personas que no entran en nuestros parámetros indígenas antropométricos, es perentorio hablar con ellas en catalán para fomentar en su magín el afán por la integración en el monocorde ambiente localista. Anna Erra, yerra. No pierdo la esperanza de que un día tan observadora dama me explique cómo diantre se las ingenia para distinguir a un señor nacido en Vich de otro nacido en Albarracín (Teruel) o en Bóveda de Toro (Zamora), salvo que el primero adorne su cabeza con la tradicional barretina, que, al gusto de la tal, se alarga en su cuerpo medio, afina en su extremo y cobra el aspecto de un puntiagudo y fantasmagórico capirote del Klan.

Esta infusa y sorprendente capacidad para el discernimiento fisionómico nos recuerda aquel mito extendido en la Edad Media del “foetidus iudaicus”, es decir, del olor peculiar que permitía supuestamente a los judíos reconocerse entre sí, al margen de signos visibles, mezclados entre los “gentiles”. ¿Acaso, insinúa la señora Erra (-da), que los catalanes despedimos un olor característico que captan de manera ingénita nuestras narices? ¿No se tratará del olor emanado por Quim Torra, por ejemplo, cuando presume de atiborrarse de “butifarra con judías” en Bescanó, provincia de Gerona? ¿Da carta de naturaleza, la edil vigitana, al hasta hoy incógnito “foetidus catalaniensis”? ¿A qué se refiere exactamente? Erra, sencilla y tontuelamente, replica el discurso de la Consejera de Cultura (sic) del actual gobierno autonómico, Mariàngela Vilallonga, la reina de la laca, con permiso de Yurena Seisdedos, friki-TV (“No cambie”), que en repetidas ocasiones se ha referido a la “raza catalana” tendiendo un puente, una suerte de bucle temporal de movimiento cero, con los artífices del nacionalismo fundacionalmente identitario y racista de los Valentí Almirall, Pompeyo Gener, Martí i Juliá, etc. 

La excusa economicista argüida por el separatismo estos últimos años (la cantinela de las balanzas fiscales, el “España nos roba”) para penetrar en ese segmento de la sociedad catalana  en principio refractaria al nacionalismo, dando forma al “charneguismo amontillado y rufianesco” (constituido por entidades del tipo Altres Andalusos y especímenes de similar condición, duchos en el arte subalterno de la remonta), pierde peso en la fase presente. Era, pues, el camelo del agravio fiscal, un banderín de enganche para gentes oportunistas. Y vemos que retorna vigorizada y altiva, aunque siempre estuvo ahí agazapada, latente, la decimonónica craneometría del doctor Robert y adláteres. Y todo ello sin que esa ONG, es decir, esa OSG (Organización Sí Gubernamental a fuerza de subvenciones) que es SOS Racisme diga ni ase, ni bèstia, es decir, nada de nada.  

En Vich, la plaza mayor porticada amanece a menudo cubierta por la niebla, como en la escenografía de una película de terror. Cuando la niebla se desvanece a medida que avanza el día, puede uno ver, al fin, los arcos de la plaza y también el enorme banderón estrellado que cuelga de la fachada del ayuntamiento, mientras en su gabinete de trabajo Erra redacta minuciosamente sus elaboradas y sesudas intervenciones parlamentarias. Tras disiparse la niebla, la plaza aparece transmutada en un cementerio inmenso, como el de Arlington (lo hemos visto en todos los informativos TV) con cientos de cruces amarillas plantadas en el suelo, una por cada supuesto herido durante las cargas policiales del 01-O, incluida la “manirrota” señorita Torrecillas, concejal de ERC en Gallifa (véase “Tetas”).

Sospecho que las señoras Erra y Vilallonga se hicieron eco del desbarre genetista de Oriol Junqueras para quien los catalanes disfrutamos de un ADN flamígero y exuberante y más parecido al de los franceses que al de esos españolazos subhumanos, que en su deformidad feofícea recuerdan a los engendros viscosos y bamboleantes, como ameboides, emboscados en la noche, que colonizan los relatos fantásticos del eximio racista Howard Phillips Lovecraft. Por esa razón y para establecer razonables parecidos “raciales” con doña Anna Erra, añado aquí el mismo link de la entrada “ADN (la peau douce)” con la bellísima Alizée, oh criatura, como protagonista, y que nunca me cansaré de mirar.

Ésa es la actitud

Para ser alguien en España, para acceder a un cargo de representatividad a escala nacional o internacional, lo mismo da el ámbito, institucional, cultural, deportivo, es requisito indispensable limpiarse el culo con la bandera de España. De no hacerlo, no hay ascenso, no hay recompensa que valga. Si te cagas en la puta España, te irá de fábula, si no, miau, caerá sobre ti el denso manto del olvido, del ostracismo y de la más absoluta irrelevancia.

A Fernando Trueba le concedieron hace unos años el Premio Nacional de Cinematografía, o un premio parecido, qué más da, y al recoger la estatuilla agradecido, confesó a su gremial auditorio, ovación clamorosa, que “no se sentía español”. Lógicamente, en caso contrario, de haber hecho declaraciones protestando gravemente de sincera españolía, jamás le habrían concedido el codiciado galardón. Vamos, ni siquiera habría recibido la más mínima subvención para rodar película alguna (*).

Xavi Hernández, campeón de Europa y del mundo, hoy rapsoda de las bondades sin cuento de las satrapías arábigas, donde las sentencias de muerte se ejecutan por decapitación a cimitarra, y que consiguió una formidable proyección gracias a vestir la elástica de la selección española de fútbol, admitió que durante la celebración de un campeonato gritó “Viva España” porque estaba borracho como una cuba.

Pepe Rubianes, finado y re-finado humorista, alcanzó las más señeras cotas de la comicidad chic largando en un plató de TV3, jaleado por presentador, Albert Om, y público, que Rajoy, a quien, por cierto, “deberían meterle una bomba debajo del culo para que le colgaran los cojones del campanario de una iglesia”, “se metiera por el culo la España de los cojones”, haciendo de “España”, “culo” y “cojones” la argamasa básica de su arquitectura intelectual. Discurso que, a su muerte, le valió la dedicatoria de una calle en Barcelona, sustituyendo en el nomenclátor al almirante Cervera, y una corriente de simpatía que tuvo su momento más emotivo y vibrante cuando Carme Chacón, que fuera en vida “aguerrida” ministra (¿o es “ministriz”?) de Defensa en uno de los gobiernos del inicuo Zapatero, vistió durante el sepelio del humorista una camiseta conmemorativa con la leyenda “Tots sóm Rubianes”.

Es recomendable, casi forzoso, que si un cantante novel quiere representar a España en el birrioso certamen de Eurovisión, se promocione en las redes sociales con una bandera estrellada a la espalda durante una de las muchas manifestaciones convocadas durante el “proceso” (como ya hizo uno cuyo nombre no recuerdo). De lo contrario sus opciones cotizarán a la baja. Y si el letrista de la melodía es Jair Domínguez, uno de los contertulios más fanatizados de TV3 y autor del sonrojante hit “El Chikichiki”, que defendió un estrafalario personaje que ni siquiera era cantante profesional, si no un actor de la factoría “Buenafuente”, hoy propiedad del intrigante Jaume Roures, miel sobre hojuelas. Y si, a mayor abundamiento, el candidato (sea el caso del dúo formado por un tal Alfred y una tal Amaya, promocionados en una cochambre llamada “Operación Triunfo”) posa ante la prensa gráfica blandiendo la novela del díscolo cantautor Albert Pla titulada “España de mierda”, tanto mejor.

Ni que decir tiene que si aspiras a presentar un programa de humor en una cadena TV de difusión nacional será menester que introduzcas un gag consistente en sonarte las narices con ese trapo infecto que es la requeteputa bandera de la putrefacta España, como en su día hicieron Dani Mateo y la escultural Ana Morgade, demostrando ésta, contrariamente a lo que se dice, que belleza e inteligencia no son incompatibles.

Si tu pretensión es llegar a vicepresidente del gobierno de la nación, ahí tenemos a Pablo Iglesias, además de asesorar a cobro revertido a los narcogobiernos bolivarianos y comprarte un casoplón acompañado del tesorero del partido y donde vivir asistido por escoltas y personal doméstico “calienta-coches”, no dejes de afirmar “que por estrategia política no puedo pronunciar la palabra España” y que “el himno de España es una cutre pachanga fachosa”. A mayor abundamiento, si quieres figurar en la mesa del Congreso, como un tal Pisarelo (¿O es Picharelo?), creo que Gerardo de nombre de pila, en tiempos segundo de la alcaldesa Colau, habrás de ejercitarte en la balconada consistorial sonriendo ante las banderas estrelladas que exhiben los concejales separatistas y forcejear en cambio con Alberto Fdez. Díaz para que no ondee ante la ciudadanía la asquerosa bandera de España.

Asimismo es recomendable, para obtener acta convalidada de diputado o de senador, que prometas solemnemente que te limpiarás el bullarengue con un ejemplar de la Constitución y que tu mandato consiste principalmente en destruir desde las Cortes la soberanía de esa pestilente anomalía histórica que es la jodida España del carajo. No tendrás ningún problema. Lo mismo Ana Pastor que Pío García Escudero, o Meritxell Batet, darán el “nihil obstat” y recogerás entre abrazos y parabienes el acta oficial.  

Pero si lo antedicho te parecen bagatelas, nimiedades, y quieres dar un paso más allá, podrás matar de un botellazo en la cabeza, por la espalda, a un execrable sujeto por lucir unos tirantes con los colores de la repugnante bandera de España. Es el caso, sin ir más lejos, de Rodrigo Lanza, nieto de un ministro de Pinochet, que ya dejó en estado vegetativo a un agente de la Guardia Urbana de Barcelona de una pedrada en la cabeza durante un desalojo “okupa”, homenajeado por semejante proeza en el documental “Ciutat morta” premiado, cómo no, en el Festival de Cine de Málaga. En ambos casos, el interfecto fue condenado a 4 años de prisión, exactamente los mismos años que llevó el escrache de los alborotadores de la librería Blanquerna por darle un empujoncito, que está muy pero que muy feo, a Sánchez Llibre, entonces de CiU, o de como quiera que se llame ese partido de siglas cambiante pero de comisiones constante: 3%.  

Hasta aquí unos cuantos ejemplos, pero hay muchos más, esquivos al cálculo como la arena de la playa (Santi Millán, José Corbacho, Risto Mejide, Dani Rovira, Manu Guix, Jordi Évole, el seleccionador “plurinacional” Vicente del Bosque, flamante marqués del Palanganado, y un largo etc). Si pretendes medrar en España hoy, ésa es la actitud, y todo lo demás, moñerías. Y si quieres que tu voto influya en la gobernabilidad de España, es decir, en su destrucción como sujeto histórico, acertarás si te inclinas por quienes han dado un golpe de Estado, cortan carreteras y queman contenedores, por los asesores de Hugo Chávez y Evo Morales, o por los simpatizantes de Josu Ternera, de De Juana Chaos o Bolinaga. Si lo haces por los partidos de Gregorio Ordóñez o Miguel Ángel Blanco, del hace ya largo tiempo desparecido socialismo constitucional de los “Pagaza”, o del actual partido de Ortega Lara, no te comerás un colín.

La vida es así. Los españoles tenemos la desgracia de nacer en la puta España cuando todos podríamos haberlo hecho en Haití, Uganda o Bangladés. ¿Qué jodida ruta de navegación aérea siguieron esas malditas cigüeñas, beodas como aquélla tan entrañable de una serie de animación de cuando éramos niños, creo que de la casa WarnerFantasías animadas de ayer y hoy?   

(*) Asistimos patidifusos en España al llamado “patriotismo cinematográfico” que afecta de manera contumaz al segmento más progre de la población. No pocas veces oímos decir a quienes más reniegan de los símbolos nacionales, con la bandera y el himno a la cabeza, e incluso de la propia nacionalidad (“no me siento español” o “la idea de España me importa un bledo”) recomendar a quienes sí somos españoles, y a gala lo tenemos, ver cine español, dirigido en su mayoría, casualmente, por cineastas como Fernando Trueba que, burla burlando, no se sienten españoles. ¿No te amuela?… y pagar por segunda vez, en taquilla, lo que ya hemos pagado vía impuestos o retenciones fiscales. Es una suerte de proteccionismo patriótico con relación al séptimo arte que luego, mira tú, no vale para casi nada más en esta vida, pues cuanto huele a España les hace torcer el gesto en un rictus de asco. A los españoles que no renegamos de nuestra condición nos sale más a cuenta el cine americano, italiano o francés, pues sólo lo pagamos una vez, al sacar la entrada y, además, nos ahorramos el sermoneo infumables e hiperprogre de la gala anual de los premios Goya. ¿Que no cabe en España un tonto más? Falso: pues el nuestro es un país con baja densidad de población. Hay espacio de sobra.   

El Virolai

Rosa d’abril, morena de la serra/ il·lumineu la catalana terra… así comienza el poema de Verdaguer que, quienes tenemos una cierta edad, tantas veces hemos cantado en la capilla de la escuela… oh, los lirios blancos, aromas y recuerdos de la infancia… claro es, de cuando las escuelas tenían capilla.

Sergi López, uno de los más afamados actores nativos, profesional de larga trayectoria tanto en el cine español como en el francés, siempre ha manifestado sus simpatías por la independencia de Cataluña y por ese cúmulo de partidos y organizaciones que concurre electoralmente bajo las siglas CUP, primero en los comicios municipales y ahora ya en todos, incluso al Congreso de la nación que detestan.

Días atrás declaró que él quería la independencia para “quemar banderas catalanas y cagarse en la Virgen de Montserrat”. Confieso, de entrada, que no sé muy bien qué pasa por la cabeza de un separatista furibundo, pues no soy psiquiatra, pero es cierto que cada uno de nosotros es un mundo y aquellos que se inclinan por la secesión de Cataluña tendrán diferentes motivos para ansiar tan codiciado objetivo. Para unos será aquella vieja divisa, “un poble, un estat, un líder”, para otros el gustazo de vivir en un solar patrio, al fin, con una sola lengua oficial, y para otros más que Cataluña compita, por sí propia, en las Olimpiadas, en el festival de Eurovisión y en el certamen de Miss Mundo.

No entiendo, no obstante, por qué Sergi López ha de esperar a la proclamación de la independencia de marras para quemar banderas y ciscarse en María santísima, particularmente en su advocación montserratina. Nada ni nadie se lo impide ahora. La quema de banderas, la española, y algo menos la francesa, es un gag recurrente en las concentraciones indepes. Se podría decir incluso que no hay concentración que valga en ese mundillo sin la quema, “la cremà” fallera que le da marchamo como de acto oficial. Bien haría don Sergi, entre rodaje y rodaje, en acercarse a una de tantas manis convocadas por los CDR para cortar la avenida Meridiana, con el beneplácito de la alcaldesa Colau, y pegarle fuego a una cuatribarrada, estrellada o no, para salivar pensando en un futuro lisonjero y promisorio de banderas braseadas.

Ahora es el momento para hacerlo y cobrar menos daño, pues los jueces tienden a disculpar actos vandálicos de esa laya bajo el manto protector de la libertad de expresión. Es muy probable que, proclamada y consumada la independencia, el gobierno fundacional habrá de redactar una ley de símbolos nacionales y no sería extraño que, sobre todo al principio, cuando es perentorio predicar con el ejemplo, quemar la “senyera” se considere una ofensa, el llamado “ultraje” a la bandera a corregir con pena de reclusión. Los nuevos órdenes han de “hacerse valer” desde el principio so pena de no ganarse el respeto (y temor) de la población. Me contó mi abogado y, sin embargo, buen amigo Antonio Ramos, que los Md’E (Mossos, que a no mucho tardar pasarán a denominarse “Mossos i Mosses d’Esquadra”, por aquello del lenguaje inclusivo), al convertirse en policía integral y sustituir a la Policía Nacional, ganaron fama entre delincuentes habituales de largar hostias a manos llenas, sin ton ni son… ¿Por qué?… pues porque eran nuevos en la plaza y querían labrarse entre cacos y maleantes una rápida y sólida “reputación”.   

“Cagarse en Dios” o “en la Virgen”, incluso la de Montserrat, no es tampoco una heroicidad que digamos en estos tiempos, pues de siempre el paisanaje no le hizo ascos a la blasfemia y al exabrupto ordinario. Dicen que en la católica Navarra, un “mecagüen dios” es casi como decir “hola”, “buenos días” o hablar del tiempo y de Greta Thunberg en el ascensor con uno de los vecinos de la finca. Quizá Sergi López se refiere a ejecutar la deposición presencialmente, no bajo palio, como entraba Franco en la abadía, pero justo en el altar consagrado del templo benedictino, frente a la talla mariana, con gran solemnidad y ante la mirada arrobada del abad, Josep Maria Soler, separatista cien por cien , de los frailes encubridores de pederastas y del coro de la escolanía al completo. Extremo que no ha sido confirmado.

En cualquier caso, los motivos aducidos por Sergi López andan de fuste un pelín regular, pero son los suyos. A quienes nos oponemos a la separación de Cataluña por otras razones más aseadas, bien entendido que el daño está hecho… la fractura social (incluida la amical y familiar), la marcha de empresas, la huida de inversiones, etc… nos sorprende que tan banales anhelos (quemar banderas y cagarse en la virgen) sean el norte magnético de alguien que, para llegar a puerto, a la soñada Ítaca, dé por buena la tensión que a pie de calle genera el “proceso”. Tensión y heridas que tardarán años en restañarse, si es que no van a más, ahora que todo este quilombo monumental goza del aval del traidorzuelo gobierno de la nación.

Me cuesta creer que Sergi López quiera la independencia para esa chorrada que dice. Es más, me huele a que ni él mismo se la cree. Que es una frase de guión, de una de sus películas, pero de las malas. Una peli en la que el director le ha dado un papel como de matasiete y boquimuelle, de tipo duro, pero duro de mollera… poseído acaso por el espíritu del sargento de la Guardia Civil sádico y malvado que, regostado de placer, interpreta Sergi López en “El laberinto del fauno”. Por mí puede ciscarse en la virgen y en el santoral al completo, incluso en sus muertos familiares, o confitarse y comerse sus propias deyecciones, o las de un caniche, como el legendario travesti Divine en “Pink Flamingos”, una de las pelis de la etapa underground de John Waters… allá él, pero ni el más perfumado de sus mocordos vale para justificar la millonésima parte de este sindiós atorrante y cansino, pergeñado y perpetrado por sus conmilitones, que dura ya mucho tiempo y que le amarga la vida a la gente del común que no va por ahí quemando banderas ni desembarazando las tripas sobre las cosas santas.

Si cupiera hacerle algún reproche a la Virgen de Montserrat sería, en todo caso, que “no ha il·luminat prou la catalana terra” a juzgar por las pampiroladas que farfullan muchos de sus hijos. Pero ya sabemos que Dios, la Virgen y su cohorte celestial escriben la Historia con renglones torcidos.       

Tetas

Patria y Libertad, indistintamente, se representan a menudo con una mujer que muestra sus ampulosos senos. Eso nos enseña Panofsky en sus estudios iconográficos de emblemáticas pinturas, sea el caso de la tantas veces reproducida “La Libertad guiando al pueblo”, de Delacroix. Las tetas siempre darán que hablar, pues “tiran más que dos carretas”, según reza el refinado adagio popular. Recuerdo muy bien la noticia. Guardo el recorte periodístico de la sesuda investigación patrocinada por una universidad extranjera, lo mismo da de Pernambuco que de Edimburgo, donde se dice de manera concluyente “que mirar el escote femenino alarga la vida de los hombres”, cuando es otra cosa, eso pensaba uno, lo que esa furtiva mirada alarga. Ilustra la crónica pintoresca una fotografía de la teleserie “Las vigilantes de la playa”, con papel destacado de la laureada actriz Pamela Anderson, de gran registro dramático, y que, como no podía ser de otra manera, se ha declarado favorable a las tesis de nuestro separatismo autóctono, lo mismo que Spike Lee, Cher o Viggo Mortensen (éste último, casado con una actriz catalana de familia ultranacionalista, por lo que no es peregrino aventurar que los senos de su cónyuge, siempre los senos, han influido en su interesada decisión).   

Inevitablemente el fenómeno “mamario” ha sido incorporado al decurso del llamado “proceso”. Pilar Rahola, Ada Colau y una concejal de Gallifa apellidada Torrecillas, o eso creo, han focalizado en sus senos los tumultuarios avatares del irredentismo localista. Rahola confesó en TV3 que, en audiencia real, el monarca “abdicante”, con esa, dicen, predisposición sicalíptica de los borbones a la palpación de volúmenes femeninos, le agarró los melones y, aplicando la fuerza necesaria, replicó en su delantera el gesto de exprimir unas naranjas. Ada Colau declaró que en cierta recepción, militares de alto rango e importantes jueces, al alimón, en una suerte de “gang bang” porno-institucional, la acosaron llamándola “tía buena” y “maciza”, babeando copiosamente y manoseando sus tetas sin descanso. Una actitud imperdonable, la de espadones y señorías, de ser cierta, que en nada exime la abusiva ingesta en dicho evento de alcoholes destilados o una posible disminución de la agudeza visual a causa de la edad. La terna la cierra la concejal Torrecillas, de ERC. En su caso, el abuso sexual perpetrado por las fuerzas policiales durante la jornada del 01-O (le magrearon las aldabas impunemente), fue agravado con una fortísima dosis de sadismo y de brutalidad, pues, según la interfecta, los agentes torturadores le rompieron los dedos de ambas manos de uno en uno, extremo que, no obstante, no ha sido confirmado por parte médico alguno.

El seno nutricio alimenta la lucha del pueblo que ha tomado conciencia de sí mismo. Aquí la patria es la “Matria” de la que hablan las feministas más radicales imbuidas también de pulsión nacional. Y su sacrificio se aviene, por analogía martirial, al de nuestra patrona, santa Eulalia, cuyos pechos fueron quemados y amputados durante la sanguinaria persecución de los cristianos en tiempos de Diocleciano. O al romance lorquiano de la Guardia Civil: “Rosa la de los Camborios/ gime sentada a su puerta/ con sus dos pechos cortados/ puestos en una bandeja”.

Ada, Pili y Torrecillas, abanderadas de la libertad, como la femenil alegoría del cuadro de Delacroix, son al tiempo nativo trasunto de las lloradas heroínas de “Las flores de la guerra”, protagonizada por Christian Bale, que es una versión edulcorada, casi una versión Disney de “Ciudad de vida y muerte”, una aterradora película china sobre las espeluznantes matanzas y las violaciones masivas perpetradas por los japoneses en Nanking, año 1937.

Los senos de nuestra triada heroica, codiciados por lobunos enemigos sin escrúpulos, prontos al estupro, son el faro que guía nuestros pasos en el páramo, el conducente resplandor en el firmamento de una Vía Láctea para orientación exclusiva de nacionales (se pide ADN homologado), pues las estrellas diseminadas en el cielo son el chorretón alimenticio expelido de las mamas de la “Madonna” que vemos, por ejemplo, en la “Lactación de san Bernardo”, de Alonso Cano, un motivo mariano que gozó de nombradía artística en la Edad Media y que fue recuperado en el barroco tardío para combatir el trato desdeñoso prodigado a la Virgen por la reforma protestante.  

Hay a quienes las tetas siempre nos desarmarán. No podemos luchar contra ellas y nos ganarán, sí o sí, la partida. Somos aquellos que, cuando niños, no fuimos atetados, o en su caso destetados con prontitud. Mi santa madre, que en gloria esté, por diversas razones que no hacen al caso, no pudo darme el pecho, y hube de conformarme con ese sucedáneo que es la tetina del biberón. Por ese déficit lactante, de contacto directo con la teta y su pezón, presumo que en ocasiones me quedo clavado como un pasmarote mirando el canalillo que asoma por el apretado escote de una dama. No hay nada sucio en esa mirada, ni rastro en ella de la concupiscencia o voluptuosidad del fornicario, acaso la pueril nostalgia de una necesidad insatisfecha. Que abundan los descarados mirones, impelidos por lúbricos pensamientos, no lo voy a negar, pero no es el caso presente. El problema reside en que, aunque lo expliques con buenas razones, nadie te va a creer. Y, velis nolis, te tomarán por un degenerado si el magnetismo de los pechos, redondos y blandos, sometidos a tenue temblor, atraen tu mirada como un potente imán. Somos aquellos que jamás veremos con malos ojos una protesta de las sectarias y tontuelas chicas del colectivo FEMEN, por alejados que estemos de su puntual reivindicación. Quienes guardamos de “Amarcord” un grato recuerdo y sostenemos que Tinto Brass, por una inversión de simetrías, es el Fellini de los culos.

Cabe añadir, a guisa de final recomendación a tan ilustres damas, Ada, Pili y Torrecillas, que protejan sus tetas de las rijosas asechanzas de nuestros enemigos, pues sus cántaros son territorio sagrado, símbolo del brollante manantial que saciará la sed de las venideras generaciones de combatientes. La madre nutricia dadora de vida a través de la ubre, de la mama, que es la prolongación del cordón umbilical hasta el instante del destete. Escuchad pues, “gent ufana i superba”: las tetas de nuestras mujeres son sagradas, se miran en todo caso, pero NO SE TOCAN. Tetas por la liberación nacional.

«Gent de barri» (serie emitida por TV3)

Un domingo, muy temprano, me asomé a la balconada que da a la plaza Navas (Pueblo Seco) para echar un pitillo. Tolerancia le echa a Tolerancio unos rapapolvos de aúpa si fuma en el interior de la común madriguera. Eran las ocho, pizca más o menos. Ni un alma por la calle. Un momento de silencio a degustar intensamente, como la primera calada del cigarrillo, oh, qué delicia, qué calma… algo a lo que no estamos acostumbrados los vecinos de la zona. En esas que un grupito de tres personas procede con una cautela excesiva que capta mi atención. Miran a uno y otro lado como para asegurarse de la impunidad de sus actos. Les reconozco. Uno regenta un comercio de reprografía en la misma plaza y otro es presidente de la Asociación de Vecinos. El mismo que diligentemente saca del local vecinal las sillas de tijera para el distinguido auditorio cuando nos han honrado con sus mítines Ada Colau y Oriol Junqueras, este último poco antes de entrar en prisión por sedicioso, y también de salir (lo veremos en unas semanas) por el mismo cargo… gentileza del Tribunal Supremo y del nuevo gobierno frentepopulista. 

Uno de ellos se agacha y arrima al suelo embaldosado una plantilla troquelada, otro pasa el spray por encima, mientras el tercero está de retén, ojo avizor, para dar el queo si se acerca alguien con hostiles intenciones. Perfectamente sincronizados, como un comando de élite de los Navy-SEALS. Desde el balcón no leo el mensaje impreso en el suelo: mi vista no da para tanto. Pero repiten la misma operación media docena de veces en diferentes tramos de la plaza hasta dejarla pintarrajeada como una descacharrada des-composición de Tàpies. El misterio se desvela horas después cuando salgo a pasear. La leyenda dice: “Llibertat presos polítics”. Acabáramos. En definitiva, quienes habrían de velar por la pulcritud del entorno van y se lían a brochazos: sensacional. “Claro”, dirán, “las circunstancias, lo requieren… ante la feroz represión y la insoportable falta de libertad”, mientras celebran la prodigiosa hazaña tomando un piscolabis en una de las muchas vermuterías del barrio.

Esta anécdota da fe de la profusa capilaridad de la política de infiltración del nacionalismo en el tejido social, el antiguamente llamado “entrismo” de las organizaciones comunistas. Se trata de colarse en todas partes, de colonizar y regir desde dentro la orientación de las distintas asociaciones, y disponer, claro es, de sus pingües subvenciones, lo mismo da que sean de “gigantes y cabezudos”, que clubes de petanca para jubilados o talleres de “puntaires”, las laboriosas encajeras. Controlar lo que llaman la “proximidad”, “el kilómetro cero”, la barriada, como antaño hacían las bandas de hampones: “De la calle del Suspiro verde a la plaza de Abastos es mi sector y no se admite competencia”. O los CDR, es decir, los Comités de Defensa de la Revolución castrista. Ahormar a su gusto la vida cotidiana, la convivencia en el espacio público. Para eso están y para eso las financiamos.

Menos que nada le importaron a la Asociación de Vecinos de marras las quejas de los residentes por el desmelenado vandalismo imperante en la plaza, e incluso maniobró para que no se decantara la irritación comunal en una campaña con pancartas en las balconadas, contrarios a que la protesta tuviera, como se dice ahora, una excesiva “visibilidad” que importunara a la superioridad, es decir, a la alcaldesa Colau (*). De lo que se trata en el fondo, es de divulgar el mensaje elegido por quienes les atizan la subvención, de arriba abajo, neodespotismo ilustrado (sic), hasta llegar al último rincón del distrito con la tan cacareada libertad de los presos golpistas o la divisa que toque en ese momento, lo mismo “emisiones cero” que “si miras un escote más allá de una décima de segundo eres un violador potencial al servicio del heteropatriarcado”.

Por ello, a quienes detestamos el engrudo liberticida que excreta grumos y borbotones a pie de calle, se nos plantea la necesidad de mantenernos al margen de cuanto apaño, actividad, quermés o verbena se organice en el universo a escala de barrio y/o municipio. Es una cuestión de ética y estética: vivir de espaldas a esos festejos que organizan los malos desde sus terminales asociativas de toda índole, aun estando nutridas de ese dinero, vía subvención, que es puntualmente detraído de nuestras nóminas, o a través de tarifas locales e impuestos de toda jaez. No hay cabalgata, pasacalles o batucada en donde no aparezcan, subrepticiamente o a las claras, lazos amarillos, estampitas y recordatorios para los golpistas presos o arrebatadas soflamas en favor de una libertad diríase que menoscabada.

Quienes no comulgamos con toda esa iconografía impostada no podemos, entiendo, hacer abstracción de lazos y pancartas, y fingir que no los vemos mientras desfilan las carrozas, aporrean los tambores o presiden la mesa 0 del “sopar de germanor”. Esos adminículos te recuerdan a cada paso dónde coño estás, quién administra tus bienes desde la cosa pública o te disputa la filiación de tus hijos. Un servidor se borra y trata de vivir evadido y a salvo de toda esa mugre. No sé si habría que organizar unos festejos alternativos, y doblar el gasto a cuenta de tu billetera, o, mejor acaso, montarte tu propia fiesta mayor o el evento de que se trate, pues ya somos mayorcitos para divertirnos por nuestra cuenta y sin estar al albur del im-(pertinente) mandato gubernativo.

(*) Hace unas fechas, miembros de la PAH, donde echó los dientes Ada Colau en el activismo político disfrazada de abeja Maya, acudieron a la calle Olivera, confluente con la plaza Navas, para impedir el desahucio de un clan de presuntos delincuentes y protagonistas de las habituales escenas de vandalismo (peleas, agresiones a transeúntes, música a toda castaña y a todas horas, trapicheo de sustancias estupefacientes, etc) que asolan la plaza e impiden seguridad y descanso de los vecinos… que, burla burlando, también sufragan los gastos de la citada asociación. En fin, serafín, ajo y agua, por tontos de baba.

Masacre (II)

Con relación a la profesora de Tarrasa que pegó a una niña por pintar una banderita española, no se dijo todo en Masacre (I). Siempre quedan cosas en el tintero. Aquí se retoma el relato en el punto en que se dejó: una profesora nacionalista, abanderada de la causa, llegado el caso y desde la óptica del adoctrinamiento intensivo, puede y DEBE agredir a un alumno. Que puede, lo sabemos, pues lo ha hecho y, además, del supuesto expediente incoado no se derivará sanción alguna.

Que DEBE requiere de unas explicaciones complementarias. No todos los profesores que en su día prepararon oposiciones con la intención de forjar en los niños el espíritu de pertenencia nacional, un elevado porcentaje de los docentes catalanes, tendrían, es cierto, el cuajo de atizar a uno de sus alumnos por pintar esa bandera. El escrúpulo moral y la protección de los menores que hoy es un valor universalmente compartido, les retraerían de cometer acción semejante. Pero lo que vale para muchos, no vale para todos. Y cada uno de los integrantes de esa legión angular y estratégica que es el profesorado tiene su particular umbral de tolerancia a las afrentas infligidas a la patria.

Y no es menos cierto que marcan la pauta, abren camino y senda, dan ejemplo y dejan huella, y ascienden al Olimpo patrio donde habitan los espíritus fundacionales, aquellos que tienen un umbral de tolerancia diferente al de la mayoría. El altar del heroísmo y la pétrea memoria de la estatuaria no se inventaron para rendir tributo al recuerdo del hombre medio, del irrelevante hombre estadístico: el de aquellos que forman un pelotón nutrido y compacto y que aguardan a que otros den el primer paso, que se tientan la ropa antes de emprender la marcha para recorrer un camino incierto. ¿Alguien piensa que en Rumanía, sea el caso, erigen estatuas para conmemorar la vida modesta y conforme a la ley, puntual pagador de impuestos, del señor Antonescu, honrado zapatero remendón y hombre temeroso de Dios?… No, las estatuas están reservadas para el príncipe Vlad, el Empalador, que ensartaba en largas picas lo mismo a la conspiradora nobleza local que a los soldados otomanos apresados en combate.

El magisterio de la profesora «azota-niños» de Tarrasa no pasa por la transmisión del conocimiento (ni en la anticuada versión de “la letra con sangre entra”), ni por el ejercicio templado y sensato del rol de autoridad o por la encarnación en su persona de la educación en sentido amplio, de la ejemplaridad de una conducta cívica a proyectar sobre sus discípulos, sino por la detección de insurgentes en una fase larvaria y a corregir mediante una bofetada. O dos, o las que fueren menester.

No debe permitir que el elemento discordante que ha sido identificado y aislado, complete su proceso metamórfico, contamine a los demás niños del aula y dé lugar a un adulto refractario a las consignas obligatorias. Por eso sacudió a esa niña. Muchos otros, acaso los más, no podrán hacerlo, de acuerdo, pero en el fondo esperan que otros tantos lo hagan en su lugar, pues presumen que es necesario. Esos “otros” a los que rendirán admiración y pleitesía por su determinación y coraje, por arrostrar en sus carnes las consecuencias derivadas de un acto de esa magnitud reñida con el nivel medio de conducta humana tolerable al que estamos sujetos y acostumbrados en la actualidad con relación a los menores. Esos pioneros como nuestra profesora de Tarrasa, que en una o dos generaciones darán nombre a las escuelas diseminadas por nuestras comarcas, y a quienes se acercarán con reverendísimo respeto y dirán en un aparte, durante el presumible homenaje en su honor organizado por Òmnium, la ANC o Som Escola: “T’entenc, potser jo mai no ho faria, no tinc pebrots, la veritat, però de vegades cal fer-ho”.

Propongo aquí un breve ejercicio de empatía, eso que siempre se dijo “ponerse en la piel del otro (de nuestra profe)” y que ahora finamente llaman “otredad”. Un niño, el más travieso de la clase, puede sacudir a un condiscípulo en el recreo porque no le ha pasado el balón, porque se ha burlado de la derrota del equipo de sus amores, o puede tirar de las coletas a una niña fifí o decir una palabrota impropia de su edad. Y acudir al punto el profe para poner fin a ese pueril incidente mediante la reprensión verbal o la amenaza de castigo, una semana sin patio, esas cosas… ¿Pero qué profesor ajeno a la amplia casuística de las rarezas y perversiones del alma está preparado para ver a una niñita de ocho años, una princesita, pintar esa aberración en un mural, esa suerte de símbolo obsceno y satánico… ¡La puta bandera de la puta España!… un acto de una malignidad desconcertante que requiere de premeditación, sangre fría y de ciertas nociones como el diseño, la proporción o la conjugación de colores?… ¿Quién, como poco, no se llevaría las manos a la cabeza?… Y, a fin de cuentas… ¿Qué debacle es ésa de una bofetaducha irrisoria cuando en Mallorca prostituyen a los menores tutelados por la administración regional y no pasa nada… y ni se habla de ello en las cafeterías?…   

Masacre (I)

¿Debe pegar la profesora a una niña de ocho años que pinta una banderita española en el mural del aula? La respuesta a esta incómoda pregunta, larga cambiada, nos la da el comisario político del batallón de las Waffen SS que protagoniza la película rusa «Masacre”. Por supuesto, la respuesta es . “Sobre todo los niños… hay que acabar con los niños primero que nadie”. En el caso de la invasión alemana que retrata el filme, la respuesta es literal, en el de la pregunta, metafórica.

“Masacre” es una película brutal, enfurecida, que deja al espectador sin aliento. Los protagonistas, dos hermanitos, cruzan pueblos y aldeas devastados por la guerra custodiando una vaca. Es un retablo abigarrado, barroco y surrealista del paroxismo de la locura humana entre bombazos, incendios y escenas atroces. Se topan con una unidad alemana que arrasa como una apisonadora cuanto se cruza en su camino. El oficial al mando dirige la dantesca matanza desde el asiento de un sidecar con su mascota al hombro: una zarigüeya. “Yo también soy abuelo”, balbucirá en un desesperado e inverosímil intento por salvar la vida. La peor alimaña de todos es el guía, un «hiwi» ucraniano de uniforme negro. Pero la respuesta categórica la da el comisario político cuando, una vez rodeados y rendidos por los partisanos, le preguntan por qué en su periplo homicida han asesinado a tantos niños.  

Dice con razón Antonio Robles que los profesores y los periodistas son la punta de lanza del régimen nacionalista. La suya es la versión correcta del “ejército desarmado” de Cataluña que el “sonderkommando” Vázquez Montalbán, creador del “pujolismo-leninismo”, atribuía al Barça en exclusiva. Profes y periodistas tienen encomendada la sagrada misión del adoctrinamiento, capital para cimentar el edificio en construcción. Necesarios para que los niños, los primeros, y la opinión pública, los segundos, no queden fuera del círculo de confianza. Y los niños, antes o después, habrán de diferenciarse, de “extrañarse” de sus mayores, de aquellos adultos que no han sido aún captados, “naturalizados”… y el paso, ese “salto adelante”, ya sin tutor, solo lo podrán dar esos chicos al tiempo que se aplican mejunjes en la cara para combatir el acné juvenil.  

El comisario político, un hombre joven y de aspecto aseado, con la expresión dura del individuo fanatizado, responde categórico, sin temor, inamovible de sus ideales ante el lance inminente de la ejecución: “Sobre todo no podemos dejar niños atrás. Los hijos de nuestros enemigos serán nuestros verdugos mañana. Nos odiarán por lo que hacemos a sus padres. Han de morir todos”.

Hay, pues, que matarlos o, en su caso, ablandarlos a martillazos sobre el yunque para darles forma. Nos escandaliza que un docente le atice a un niño por la razón que sea, y la incalificable agresión perpetrada en un colegio de Tarrasa, acaso le ha cortado la respiración, o cuando menos ha incomodado por contraproducente, a muchos nacionalistas convencidos. Según que excesos truecan fácilmente en mala publicidad para la causa. Pero hay que hacerlo. Las autoridades sectoriales se han apresurado a respaldar a la profesora y, como era previsible, es la niña la que ha cambiado de colegio, quedando la agresión encapsulada en el limbo vaporoso de los expedientes disciplinarios a corregir mediante la simbólica sanción… de un ascenso o de un destino blindado en las oficinas de la Consejería, ya sin niños delante y a mano de sus manos largas.

La nación es la excepción, fundamentalmente para quienes la nación es aún un deseo. Debemos afrontar en su nombre, para convocarla, para hacer de la nación imaginada una realidad tangible, incluso aquello que en circunstancias normales jamás haríamos, pero llenos de coraje, de agallas, para no retroceder por escrúpulo moral ante lo que nos repugna. ¿Nos va a detener el lloriqueo de una niña malcriada y envenenada por sus padres?

No se debe pegar a un niño. El abuso físico de un adulto contra una criatura de corta edad, indefensa, es una canallada y la peor bajeza… aunque se puede, como se puede pegar fuego a un bosque o atracar una farmacia con una recortada. En cambio, esa profesora, y aquellos de entre sus compañeros que avanzan en descubierta, saben que pegar a un niño, llegado el caso, se puede… Y SE DEBE

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