Hará cosa de un par de semanas asomó la cabeza entre la cartelería callejera de mi barrio (Pueblo Seco), copada de condenas a Israel y apoyo incondicional a los terroristas de Hamás, una pieza dedicada, arrea, a Daniel Hermoso, agente del Cuerpo Nacional de Policía infiltrado en los ambientes extremistas afines a CUP. La noticia tuvo eco tiempo atrás, un año como poco. El caso trajo bastante “cola”, y nunca mejor dicho, pues la “cola” fue la herramienta que empleó el heroico agente para hacerse un hueco en ese mundillo.
Los autores del cartel (se reproduce en esta tractorada) daban la consigna de difundirlo por las redes y exhibirlo en centros cívicos y vecinales de la cuerda, es decir, todos, siempre dispuestos a ese tipo de amenidades. El pasquín de marras incide en la supuesta condición de torturador del vilipendiado agente. No se aclara el tipo de torturas a las que sometió a sus víctimas indefensas, pero es sabido que éstas últimas le acusaron, una vez que fue “mordido” (en argot, descubierto o desenmascarado), de practicar con ellas sin compasión, valiéndose de zalemas, arrumacos y promesas de amor eterno, la “tortura emocional”. Como dicen ahora los voceros de la ideología de género, un “amor tóxico” y mendaz. Canalla, me has deshonrado… me quitaste la flor y ahora, si te he visto, no me acuerdo.
Los agentes del orden no pasan por su mejor momento. Hemos tenido un vicepresidente que no ha mucho tiempo confesaba, con los ojos entelados por el llanto, que se emocionaba viendo imágenes de policías antidisturbios pateados en el suelo en manifestaciones de la izquierda radical. El mismo que luego solicitaba trémulo toda la protección del mundo (la Guardia Civil caminera) cuando unos pocos ciudadanos se manifestaban sin cometer exceso alguno ante su casoplón en Galapagar, perpetrando la felonía atroz de ondear ante sus narices la bandera nacional. Tuvieron sanción disciplinaria agentes de los Mossos, sea el caso de la combativa Inma Alcolea o de aquel otro que alcanzó notoriedad con su lapidaria sentencia a un exaltado aborigenista: “La república no existe, idiota”.
Otros muchos fueron heridos de gravedad en los disturbios protagonizados por las enardecidas masas, teledirigidas desde el gobierno golpista de la Generalidad de Cataluña, en septiembre/ octubre de 2017 y altercados posteriores. Los días de vino y rosas de «la revolució dels somriures». Actos de extrema violencia que pasan hoy a denominarse “cuquiterrorismo”, de conformidad con las componendas que impulsa este inicuo gabinete para urdir la nefanda Ley de Amnistía a favor de sus socios parlamentarios. Agentes, además, humillados por el gobierno de aquella hora: el barco “Piolín/ Silvestre”, la segunda Armada Invencible, como patrocinado por las teleseries de animación infantil de la casa Warner. Recientemente, hemos sabido de la clamorosa desprotección de las patrullas que combaten el narcotráfico en el Estrecho y áreas colindantes, y del desmantelamiento de la unidad especializada en dicha materia por decisión del ministro Marlaska al dictado, acaso, del gobierno marroquí. El resultado: dos agentes asesinados en aguas de Barbate.
De modo que el agente Hermoso del CNP es un torturador. El apellido hace al monje. Pero la acusación no ha sido suficientemente acreditada, que sepamos. Cierto que se valió de la porra para socializar con sus víctimas, pero no de la reglamentaria, es decir, la porra recauchutada de su dotación para tundir la cocorota a los malhechores. Tampoco se ha probado que utilizara las esposas para inmovilizarlas y tenerlas a su merced. O que repartiera unos cachetitos en los cuartos traseros, idóneos, dicen los más refinados expertos en la ars amandi, para disciplinarlas y estimular el riego sanguíneo. Con todo, las torturas hipotéticas tienen la pinta de tratarse de “torturas” diferidas, pues el día de autos, o de implementación efectiva del suplicio, para entendernos, las víctimas no eran conscientes de su condición de tales. Muy al contrario, la sospecha generalizada apunta a que las muy incautas se prestaron de grado al tormento, con una actitud similar a la renuncia y al martirio de los primeros cristianos. Y que sus gruñidos y jadeos no fueron motivados por el dolor, precisamente, que habría de provocarles el manejo, sórdido, del punitivo “instrumental”.
Algunas mentes entenebrecidas por sombríos pensamientos aducen que en realidad fue el agente señalado por las “cuperas” despechadas la verdadera víctima, habida cuenta que el mecanismo elegido para su infiltración en ese nicho ideológico supone un esfuerzo titánico, agotador, una gran presencia de ánimo, templanza y coraje más allá de lo exigible, amén de indudables capacidades físicas y mentales para repetir el “operativo” sin desfallecer. Los hábitos de aseo comúnmente asociados al colectivo afectado, no invitan a las personas escrupulosas al trato más íntimo. No pudo el agente prescindir posteriormente, es cosa segura, de un fuerte apoyo psicológico para aminorar el desencadenamiento de un episodio de crisis mental, traumático, devastador. Amén de las preceptivas revisiones clínicas para descartar la aparición de un contagio venéreo.
Si no recuerdo mal, las víctimas “infiltradas” en carne propia alegaron a toro pasado que fueron utilizadas por el cansadamas, por el donjuán de incógnito. Que éste no fue sincero con ellas y que de andar avisadas de su profesión y sus aviesas intenciones, jamás habrían cedido a sus requerimientos galantes, ni habrían consentido los retozos, ni convertido su lecho en una improvisada cámara de torturas. Y habrían huido, como del diablo, de la “porra” criminal en perfecto estado de revista. Argumentos que fueron desoídos por el juez, pues entendió el ropón que las interfectas tenían edad suficiente para discernir si les convenía o no abrazarse al supuesto victimario y que, a fin de cuentas, la vida está plagada de engaños y decepciones, y que la mentira puede ser reprobable moralmente, pero no es un ilícito penal.
No seré yo quien lance una piedra contra el amante impostor por su recurso a las añagazas, pues recuerdo que en mi juventud, inconsciente y boba, para darme poleo e impresionar a las chicas, repetí en más de una ocasión que era capaz de retener el aire en la gola y modular unos versos, “¿Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar?”, en formato de eructo articulado. «¿Usted qué sabe hacer?». Pero lo cierto es que jamás completé a regüeldos los dos endecasílabos y, en definitiva, el torpe y ridículo subterfugio amatorio nunca tuvo éxito. Pero sé de otros y de sus ardites aún peores que el mío. Sólo que nada diré.

Mi consigna es: “Siempre con la porra a punto”. Si el servicio lo requiere, allá voy con todo, guapa. ¿Te torturo en tu casa o en la mía?
