«Discapacitado constitucional» Urtasun (por el artículo 49)

Ernest Urtasun, ministro de Cultura del gobierno de “Pinganillo” Sánchez, es un «discapacitado intelectual» en toda la extensión constitucional del término. Si alguno de ustedes es seguidor del espacio radiofónico de Santiago González, “La república de los tonnntos” (en “es.Radio”), coincidirá conmigo en que el interfecto milita por sobrados méritos en esa nación tan populosa. Dispone de pasaporte “VIP”. En su caso, tonto es poco, un adjetivo de insuficiente alcance para definir al personaje. Urtasun se estrenó en el cargo rindiendo homenaje a la poetisa Gloria Fuertes al cumplirse “medio lustro” de su fallecimiento, esto es, según el ministro, la nadería de “veinticinco años”. Acaso tan curiosa notación remita a eso que ahora llaman “Matemáticas afectivas” con las que se pretende paliar el pésimo desempeño de nuestro alumnado en operaciones aritméticas tras el desolador informe PISA. Medio lustro: 25 años. Sensacional.

El apellido del “fistroministro” (*) me confunde de primeras, pues no sé por qué al punto se mezclan en el magín Urtain, el mocetón de Cestona, y Paulino Uzcudun, dos legendarios campeones del boxeo español. Para evitar traspiés le llamaré, sólo para este comentario, Tontasun, apelativo la mar de musical y que hace justicia a perla tan granada del nuevo gabinete. La importancia, titularía Óscar Wilde, de apellidarse Urtasun

Días antes de las últimas elecciones generales se rumoreó en los mentideros capitalinos que “Pinganillo” Sánchez rescataría a Ada Colau, la que fuera alcaldesa de Barcelona durante un par de inolvidables mandatos, para ofrecerle la cartera de Vivienda, ahí es nada. De tal suerte que, avalada por una gestión que ha dejado huella, lo que fue un estropicio local habría adquirido una dimensión nacional. Afortunadamente, la interpelada replicó que en ese momento de su vida no le apetecía desempeñar un cargo de esa naturaleza. Confiemos en que, para tranquilidad de todos, incluidos sus votantes, su “inapetencia” se prolongue indefinidamente ante cualesquiera desempeños que guarden relación directa con el manejo de fondos presupuestarios.

Hemos asistido recientemente a un caso similar, aunque de menor rango, pues la alcaldía de Barcelona o un ministerio son muy codiciadas piezas a cobrar. Se trata de un tal Serrano, amigo íntimo del presidente “amnistiador” que ha tenido la deferencia de arrasar Correos, hasta hoy empresa pública, y que ha sido recientemente recompensado con la capitanía de las Autopistas del Estado, también acaso con la secreta misión de hacer trizas toda la red viaria en una legislatura… por aquella antañona fobia que tienen las izquierdas radicalizadas a un paisanaje motorizado, pues eso de andar con vehículo propio es un lujo alienante y burgués que no debería permitirse el proletariado, habiendo como hay trenes y guaguas que, además, son menos contaminantes. Se dibuja en lontananza un futuro apocalíptico para la automoción a lo Mad Max con música de fondo de AC/DC: “Autopista al infierno… conduce Serrano».  

Se ha comentado en algunos medios, por el desconcierto que han provocado las muchas y delirantes declaraciones de Tontasun, y que en muy poco tiempo se ha labrado una envidiable reputación, que el nuevo dignatario procede de la antigua ICV, la formación ultracatalanista de izquierdas integrada hoy en Sumar (o en Podemos, o cualquiera sabe). Quiere ello decir, que habiendo declinado Colau la cartera ministerial, quizá por no colmar ésa (Vivienda) sus secretas aspiraciones, habida cuenta su valía e indiscutibles condiciones de estadista, la alcaldesa ha colado por cuota de partido a Tontasun. Como hizo con un tal Castells en el anterior ejecutivo, albaceteño de cuna y gran admirador de ETA, sustituido por otro de su cuerda, un tal Subirats, ambos a la par en su inane y prescindible mandato al frente de un así llamado Ministerio de Universidades. El interés que ha despertado la figura del “fistroministro” Tontasun ha llevado a los más meticones comentaristas a zambullirse en sus orígenes y han descubierto que el antedicho creció en el seno de una muy señalada familia barcelonesa de obediencia falangista. En el presente caso, la ejecutoria intelectual y política del joven Ernest supone una clara involución con respecto a sus mayores.

A Tontasun le desquicia, así lo ha confesado, que cada vez más jóvenes catalanes utilicen la lengua española en sus conversaciones privadas, de conformidad con lo que algunos estudios sociolingüísticos afirman sobre el particular. Los talibanes de la lengua catalana, Urtasun es uno de ellos, abominan de esta suerte de “traición” idiomática. Es sabido que la izquierda en general, y los comunistas especialmente, son partidarios de colarse en el ámbito de lo privado, de lo íntimo y doméstico para moldear a conciencia los hábitos del personal. Quieren saberlo todo de ti, en plan “Gran Hermano” orwelliano. Ignora el fistroministro (ya sin comillas) que, precisamente, crece la proporción de jóvenes que entre sí se comunican en español porque ven en el catalán una lengua antipática, la lengua de las prohibiciones, de las multas, de los profesores adscritos al adoctrinamiento, la lengua de los exámenes, del papeleo oficial, la lengua de la “Stasi” (Plataforma per la Llengua, “activistas” subvencionados con nuestros impuestos que espían a los niños en el recreo) y deciden huir de ese control asfíctico refugiándose en la lengua, hoy, de la libertad y de la disidencia heroica. Esa broma de que las lenguas son herramientas para la comunicación es un chiste viejo y apolillado. Son, en realidad, marcadores étnicos e instrumentos para erigir barreras entre personas y criterios de discriminación, acompañados, o no, de porrazos en la cabeza.

También arremete Urtasun contra la tradición museística. Una divisa que sorprenderá a algunos, pero que es uno de los vectores (léase cualquier ensayo de Douglas Murray) omnipresentes en las teorías de la cancelación y en la cosmovisión woke hegemónica en Occidente. Se trata de “descolonizar” museos. Ha enfatizado mucho esta melonada sublime en las últimas semanas. Los museos son herencia del pasado, artefactos “demodés”, templos del expolio y de las apropiaciones culturales, instituciones propias de los regímenes que han practicado el colonialismo. Hay que acabar con ellos, cerrarlos y devolver las piezas a sus tribus originarias, si se diera el caso. Por ejemplo, si nos encontramos en una vitrina del museo Etnológico con una máscara ceremonial de los masco-piros del Amazonas peruano o con un tocado de plumas de casuario de los antropófagos bimin-kuskusmin de Papúa-Nueva Guinea, se embalan y de vuelta a casa. A tomar por culo. Pero la fórmula habría de aplicarse a todo, lo mismo a la “Dama de Elche” que a las pinturas románicas que se exhiben en el Palacio Nacional de Montuïch y que habrían de regresarse al valle de Bohí y al Pallars Jussá (Jussà). A escala global, lo mismo sucedería con unos mármoles helenísticos en un museo ateniense (o londinense) encontrados, sea el caso, en el Epiro, habiéndose de dilucidar hoy si la pieza en cuestión se reintegra a Grecia o a Albania. Y así ad infinitum.

Tontasun se ha declarado fan de esos “activistas” que “vandalizan” obras de arte en museos, pegándose con cola a los marcos de celebradas obras, lanzando botes de pintura o inciertos y pegajosos engrudos, como hemos visto hace unos días en París. Por lo general esos iluminados eligen pinturas figurativas fácilmente reconocibles. Jamás atentan contra lienzos de Pollock o de Tápies, pues su airada intervención podría mejorar considerablemente la calidad artística de las composiciones, y ése no es el efecto perseguido. Tontasun es de los que aplauden con las orejas todas esas amenidades.

El fistroministro Tontasun es, sin la menor duda, la persona más incapaz que ha detentado un cargo público de cierta relevancia, superando a Montilla o a la alcaldesa Colau. Y eso que es nuevo en la plaza. Tonto, muy tonto, no malvado, que eso lo ignoro. Pues malvados y tontos, aquí por incultos, también los hay por batallones, sea el caso del mismísimo “Pinganillo” Sánchez, sólo que éste, aún ignorante, es un pillo de siete suelas sin escrúpulos.

Tontasun dará mucho juego en la medida en que su talante le impela a lucirse, que no sepa contenerse a la hora de hacer declaraciones si le colocan una alcachofa a tiro. Nos recuerda al ministro absolutista Calomarde, convertido artículo a artículo en un personaje odioso por Mariano José de Larra. Si Tontasun se mantiene fiel a sus principios será acreedor a tantos alfilerazos y metafóricas bofetadas como aquélla famosa que propinó la infanta Luisa Carlota a Calomarde al reponer éste la Ley Sálica. El ministro, dicen, replicó elegante aquello de “manos blancas no ofenden”. Una frase lapidaria y ocurrente que cancelaría Tontasun de grado alegando en la misma carga y sustancia racista y colonial.    

 

Que no, que lo repito una y mil veces, que me apellido Ibar… nada tengo que ver con el fistroministro Urtasun… al próximo que me relacione con ese botarate le arreo un guantazo que le dejo K.O, declaró el campeonísimo desde el cuadrilátero

(*) “Fistroministro”: neologismo inspirado en la lengua chiquitistaní creada por el llorado humorista Chiquito de la Calzada y dedicado a Ernest Urtasun por su torpeza colosal

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