Como dicta el sentido común, por creer en el inalienable derecho a la propiedad, sea mucha o poca, y que no es usurpación, en la libertad y en la igualdad de derechos civiles y políticos, y pocas cosas más, me tengo por persona de derechas, no menos que el caballo de Atila. Pero por cuestiones intestinas de nuestro devenir como comunidad política saludo con entusiasmo (“sin acritud, incluso con simpatía”), quién me lo iba a decir, la fundación de un nuevo partido político: Izquierda Española.
Diré por qué. Tras un somero repaso a estas últimas y convulsas décadas se ha puesto de relieve, sin tapujos ni ambages, como muchos pensamos desde hace tiempo, que el PSOE es el auténtico cáncer de España. Esto es particularmente evidente desde el aterrizaje en Moncloa de los dos mayores traidorzuelos de nuestra historia reciente, Zapatero y Pedro Sánchez, convenientemente auxiliados por el huevón y pichazas de Rajoy, éste último por desidia y pereza. EL PSOE, dejando a un lado su deleznable trayectoria (amenaza de atentado terrorista contra Antonio Maura la primera vez que Pablo Iglesias Posse toma la palabra en el parlamento, atentado que, en efecto, se cometió, el golpe de octubre del 34 junto a ERC contra el legítimo gobierno de la II República, etc) ha rescatado de los infiernos a ETA, convirtiendo a Bildu (Batasuna) en un socio preferente, o “la victoria del vencido”, y al golpismo catalanista que languidecía fantasmalmente en Waterloo sin que ya nadie echara cuentas de ese orate de Puigdemont obsesionado con la idea de morir envenenado por agentes del CNI.
Ni siquiera el codiciado galardón («traidorzuelos») corresponde a esa reliquia feudalizante de los nacionalismos periféricos que, va de suyo, propenden a hacer su agosto ejerciendo de minorías “etnoides” en el Congreso de los Diputados. Quitan y ponen gobiernos, votan los presupuestos generales a cambio de prebendas circunscritas a muy limitadas coordenadas geográficas y crean de continuo agravios territoriales, desigualdades entre personas y deslealtades institucionales insoportables. Se han ofrecido indistintamente a los partidos mayoritarios, aunque es cierto que sus demandas son hoy, se ha producido una parasitación osmótica, prácticamente indiscernibles de la profesión de fe hispanicida del abyecto PSOE de Pedro Sánchez. La amical conchabanza de éste último con el brazo político de ETA, entrega de la alcaldía de Pamplona y gobierno de coalición en Navarra, son las mayores asquerosidades a las que hemos asistido en varias generaciones. Cabe decir que, si no fuera porque han matado mucho y porque está en su ADN urdir políticas excluyentes cuando tocan pelo, los planteamientos de los irredentismos regionales nos arrancan una sonrisa indulgente con sus desvaríos folclóricos y toda suerte de patochadas… que si el reino de Breogán, la batalla de Arrigorriaga o las intoxicaciones historicistas del aborigenismo catalanista, sea el caso de la “Diada del 11 de septiembre de 1714”.
No seré yo quien le diga a Izquierda Española qué senda debe transitar. Espero y deseo, por ellos, y por todos, que hayan aprendido algo de nuestra Historia contemporánea y no enarbolen la tricolor “segundorrepublicana”, una bandera-fake que sólo toleran y sienten como suya los enemigos de España. Esa bandera ya inició su siniestro periplo por el camino de la impostura, tomando como referente un estandarte descolorido, por defecto de pigmentación, trastocando en morado el bermellón comunero. Ahí tienen a mano, si les place, la bandera de la I República, que respetó los colores nacionales, prescindiendo tan sólo de la corona dinástica. Ojalá no metan la pata, pues bien saben qué bandera sentimos y llevamos los españoles no renegados a diferentes eventos, sea el caso de los partidos de fútbol de nuestra selección nacional (bien entendido que un servidor se borra para los restos de animar a la selección femenina) y qué bandera, en cambio, enarbolan los sindicatos “orgánicos”, CC.OO y UGT en sus manifestaciones, partidarios que son de la emética cochambre de Ley de Amnistía.
Y, si además, la gente de Izquierda Española no es especialmente receptiva al variopinto surtido de majaderías “woke” de efecto aniquilador para Occidente, pues mil sobre hojuelas. Gansadas “woke”, nadie se libra de su hongo atómico perturbador, que incluso calan en el ámbito de la derecha más amansada. Habrán de poner énfasis en eso que llaman “agenda social”, suponemos, con su correlato obligado de paguitas, subvenciones, aumento del déficit y deterioro de la calidad de los servicios públicos, en particular de la instrucción (“educación”) y de la asistencia sanitaria, de conformidad con los usos tradicionales de la izquierda, o sea, su probada ineptitud en la gestión de tales materias. En definitiva, en “lo social”, aquello que repetía hasta la saciedad Solís Ruiz, “la sonrisa del régimen”, un señor que por ser natural de Cabra fue toda su vida egabrense.
Permitan los cielos que Izquierda Española cuaje, a pesar de las melonadas “sociales” que nos atizarán, contraproducentes casi siempre para el interés social genuino, y le hagan un roto electoral al PSOE y a los diferentes abscesos purulentos que orbitan a su alrededor, entre otras cosas para que ese bodrio troglodita de los nacionalismos que tanto condicionan la política española y la convivencia entre españoles quede relegado al lugar que en justicia les corresponde: la fantasía brumosa del bucle melancólico, que diría Jon Juaristi, o la intimidad de la alcoba, en palabras de Arcadi Espada. Ya se discutirá uno con ellos cuando toque, pero al menos sabemos, y con ellos coincidimos, en el marco territorial, cultural, histórico y afectivo, en definitiva, nacional, sobre el que pretenderán aplicar sus políticas equivocadas, lo mismo en Cádiz que en Barcelona, en Orense que en Calatayud.
No combinaron bien los ingredientes de Ciudadanos y UPyD en la coctelera (no hubo química entre Rivera y Rosa Díez) para elaborar una consistente opción de centro-izquierda nacional, y fue una verdadera lástima, pues ya se advertía entonces la deriva que tomaba el PSOE bajo la égida de Zapatero, ese diablillo menor que bastardea alegremente el pasado elevando su selectiva desmemoria familiar al rango de Ley y que ahora se gana las lentejas, muy bien por cierto, ejerciendo de “garçon del pis” y de correveidile de las narcodictaduras bolivarianas.
De modo que le deseo un buen estreno electoral en este 2024, elecciones europeas, a la naciente formación, que en lo nacional se publicita antípoda del particularismo. No sea que nos tengan que recordar de nuevo, con relación a la izquierda en España, aquella admonición dantesca del lasciate ogni speranza. Pero qué caramba. En ningún sitio está escrito que por ser españoles y de izquierdas deban sus propios besarle el trasero lacayunamente a las diferentes advocaciones separatistas que en España son. Tienen por delante, arrea, la ardua tarea de explicar a los votantes del PSOE, que en general no brillan por su desempeño intelectual, que nada hay de progresista en los resentimientos nacionalistas vasco y catalán, producto ambos de una etnografía “racistoide” (Sabino Arana, “Doctor” Robert, Prat de la Riba y otros) para consumo exclusivo de clases medias aterrorizadas por la amenaza de proletarización durante el primer tercio del siglo pasado. Un fenómeno sociológico, de naturaleza emocional y sectaria, pintoresquista, que promueve la obtención de derechos diferenciados por lugar de nacimiento y hace de ello el busilis de su sectarismo.
¿Se figuran? ¡Albricias! ¡Una izquierda española con representación parlamentaria que no odie a España! Yo quiero verlo antes de irme al otro barrio. Y no te digo nada si no se ponen del lado de esa gentuza miserable de Hamás, socio internacional preferente del gobierno de Pedro “Pinganillo” Sánchez, de la mano, ahora también, de los hutíes. Ya sólo le falta a ese felón colosal estrechar lazos con Boko Haram.

¿Izquierda y española?… son conceptos antitéticos, declaró Pedro Sánchez tras lustrar a lengüetazos el calzado de Aragonés (nieto de franquista) durante su última entrevista. También mostró el presidente su buena disposición para trasladarse a Waterloo e higienizar por el mismo procedimiento la región perineal del fugado Puigdemont. Todo sea por la convivencia.
PS.- No se confundan… si han consultado estos días el obituario del digital Vozpópuli, no es Carod Rovira el señor calvorotas, con gafas y bigote que ha pasado a mejor vida. Se trata del gran actor Juli Mira… al que hará compañía, descanse en paz, José Lifante, secundario de lujo y barcelonés de cuna (y sepultura)
