Santako

Esta tractorada, tras visitar diversas localidades catalanas (Besalú, Tortosa, Alpens, L’ Espluga Calba y otras), e incluso algunos destinos fuera de nuestras demarcaciones (sea la dedicada al aterrador duende Argitxo, chivato oficial del vascuence y aventajado alumno de la Stasi), tiene como escenario una populosa localidad de la conurbación metropolitana de Barcelona: Santa Coloma de Gramanet, abreviada Santako, con “k” de borroka, en esa jerga poligonera que goza hoy de cierta popularidad.

Hete aquí que en un Instituto de Santako le proponen el siguiente trabajo de campo al alumnado, como si los chicos fueran inspectores colmilludos del etno-lingüismo: barrer la ciudad en pos de cartas de bares y restaurantes (bar Trini y pizzería La Góndola) para comprobar in situ en qué idioma están redactadas. Ahí no acaba la felicísima ocurrencia: los muchachos, han de ofrecerse a los dueños de los establecimientos en que no figuran en el pizarrín las comandas en lengua catalana, a traducirlas a dicho idioma para que esos empresarios insensibles a su uso social lo incorporen de una vez al negocio. Ítem más, han de preguntarles si durante la pesquisa se han sentido “acosados”, entiéndase, molestos por el cuestionario que les han formulado. Nada se dice, por descontado, de traducirlas al español cuando están exclusivamente redactadas en catalán, que eso de la “bilingüización” se percibe como un acto de sumisión intolerable a la potencia colonial, tal y como sostiene nuestra amiga Julia Bacardit (con tractorada propia), la escritora ultranacionalista fichada por la agencia EFE para la corresponsalía en Bucarest.

Alguien podría pensar que esta iniciativa colisiona con el abnegado apostolado por la pureza lingüística que desarrollan los voluntarios de la asociación presidida por el delator máximo, Santiago Espot, del que, a Dios gracias, últimamente nada sabemos, el mismo que se vanaglorió en su día de haber denunciado a más de 3.000 locales ante la ACA (Agència Catalana de Consum) por incumplimiento de la sectaria y punitiva normativa regional sobre rotulaciones comerciales. Colisiona, decimos, en el sentido de pisarle el terreno y dejarle sin cometido, a guisa de ilícita competencia. Con esa actividad no se pretende otra cosa que “homologar” el espacio público de Santako, donde la difusión del catalán es menor que en Capolat o en Setcases, al de las comarcas del llamado cinturón de la “botifarra amb mongetes”. Es preciso, consideran los promotores de la deslumbrante idea, “civilizar” Santako, de tal suerte que esa roña de ciudad infestada de “xarnegos” piojosos deje de ser refractaria a la evangelización catalanista, y donde, por cierto, Gabriel Rufián ha fracasado estrepitosamente como candidato de ERC a la alcaldía.

Salta a la vista que la Cataluña oficial pretende que el ámbito escolar en todos sus niveles, en primaria, secundaria y enseñanza superior, sea la cantera fecunda que ha de nutrir en adelante las compactas falanges de activistas del particularismo localista. Ha de formar las nuevas levas que escenifiquen los próximos desafíos soberanistas, el relevo generacional de los CDR, y no hay mejor aprendizaje para sostener la conculcación de derechos que la intolerancia lingüística, que es la almendra del movimiento, su razón de ser, el tabernáculo del templo. Podrá retroceder temporalmente (y hasta nuevo aviso) la fuerza del vector más político del nacionalismo tras un “proceso” latoso y como en hibernación, pero la lengua será siempre el tesoro que defenderán hasta la muerte sus juramentados paladines. Causa a la que se suma de grado un partido titubeante como el PSC, es decir, guardando cierta distancia con el separatismo golpista, pero que, por hacerse perdonar esa tacha, y en aras de su redención, cierra filas (una transaccional) alrededor de la inmersión obligatoria en el sistema educativo. En esa materia, el PSC hace piña con los liberticidas.

El caso del instituto de Santako es un ejemplo palmario de la estrategia de los intolerantes. Se trata de trasladar a los centros educativos la última línea de defensa de la coacción lingüística. Y estas semanas afloran en la prensa crítica, como medusas en verano, planes específicos de esos consejos escolares que justan entre sí para dilucidar cuál de ellos es el campeón indiscutible de la exclusión y del sectarismo. La idea es que, si un día cambia el marco legal en detrimento de la imposición monolingüe, el adversario, para revertir efectivamente la situación, habrá de presentar batalla centro a centro, director a director. Y asistimos a todo tipo de apuestas, la última, la de un centro escolar de Sant Vicenç dels Horts que pretende impedir que el docente que imparte la asignatura de Lengua Española, al margen de su horario lectivo, acceda libremente a las aulas, como si fuera un apestado, persona non grata. La finalidad es restringir sus movimientos, medida incompatible con la legislación laboral y con los derechos fundamentales, para, de ese torticero modo, evitar que su presencia física interfiera en el desarrollo del “proyecto lingüístico” del que el centro se ha dotado. Se entiende que los alumnos, al ver al profe de Lengua Española, por automatismo, se dirigirán al docente en ese idioma: enorme y sangrante tragedia.  

Parecida disposición ha adoptado el Instituto Xaloc, de Sant Pere de Ribes, donde se insta a los monitores de actividades extraescolares a que empleen siempre la lengua catalana bajo amenaza de suspender la actividad, lo mismo la de balonvolea que la de natación, o un taller de papiroflexia. La suspensión de la actividad extinguiría, muy posiblemente, la relación contractual. Los ejemplos son numerosos. Estos dos son una muestra. Pero lo cierto es que el nacionalismo periférico excluyente (perdón por el pleonasmo) aprieta el acelerador por si en un futuro se producen cambios en el escenario político y un buen día se forma un gobierno nacional menos complaciente a sus demandas (*).

Dejan en retaguardia, por si acaso, un campo plagado de minas. Y, claro es, hay que desactivarlas una a una, tantas como centros de enseñanza obligatoria. La inmensa mayoría de directores obedecen al perfil de aquel de L’ Espluga Calba (provincia de Lérida) que ante la petición de la AEB de “cumplir con el 25% de asignaturas impartidas en español por sentencia del TSJC”, y que hoy nos sabe a poco, respondió con un escueto A la merda!” (¡“A la mierda!”), serán la réplica ultracatalanista de los voluntarios inasequibles al desaliento del capitán Ezquerra y de los franceses de la división Carlomagno que durante la batalla de Berlín defendieron a cara de perro el búnker de Hitler, cuando ya las SS habían rendido las armas. Consideremos que los cargos políticos de las diferentes consejerías del gobierno regional, dimitidos o cesados, son al punto trasladados a otros desempeños a cuenta del erario público o encuentran fácil acomodo en una de esas grandes empresas donde tienen mano o a las que en su día beneficiaron. Las llamadas “puertas giratorias”. Y que su plaza vacante en el gabinete lo ocupa un afín, y acaso de peor catadura, si cabe. Sólo que dicho procedimiento, con los directores de centro, no es tan fácil de repetir por su elevado número y porque al ser funcionarios de carrera, la toma de decisiones contrarias a la ley y al derecho podría acarrearles problemas de mucho fuste, sea el caso de la inhabilitación o de la suspensión indefinida de empleo y sueldo… siempre, claro es, que existiera voluntad política de sancionar excesos y desobediencias cuando afectan a derechos fundamentales de otras personas.

(*) Posibilidad que parece esfumarse a corto plazo tras el resultado de las últimas elecciones generales. No en vano, por interés político del candidato de la sucursal madrileña del PSC, Pedro Sánchez, la capital del reino, en fecha próxima, podría trasladarse a Waterloo.

¿En qué idioma has redactado la lista de la compra? La resistencia contra el invasor se consolida en esos detalles cotidianos. Cataluña es eterna cuando le dices “Bon dia!” a tu vecina ecuatoriana en el ascensor de la finca.

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