Si usted cree que la función de la medicina y de los médicos es velar por la salud y sanar a los pacientes, se equivoca. Error. Error. Error. En Cataluña su misión primordial es velar por la “salud”, sí, pero de la lengua catalana. Eso se deduce del ideario de la asociación profesional autodenominada “Metges pel català” (“Médicos por el catalán”) liderada por el colegiado Lluis Mont. El catalán, según nuestros aborigenistas fanatizados, goza de “muy mala salud” (una mala salud de hierro) y precisa de vigilancia y cuidados intensivos. Los médicos más concienciados, e imbuidos de ardor patrio, acuden en su auxilio y harán cuanto sea menester para que el enfermo, a punto de viático, recupere sus constantes vitales y reciba el alta médica: hablando catalán a los pacientes, si es preciso con ayuda de un traductor, prescribiendo tratamientos en esa lengua y redactando en la misma todo historial médico que se tercie.
“El catalán está a punto de desaparecer”. “Retrocede su uso entre los jóvenes, particularmente en tiempo de ocio, en bares y discotecas, a la hora del cortejo galante, o para mercadear con según qué sustancias”. “Los catalanes se pasan al español inmediatamente cuando hablan con un forastero”. Ni una buena noticia. “Además, los pequeñuelos hablan español entre sí durante el recreo y hay que revertir esa perniciosa costumbre con ayuda de inspectores, docentes y monitores de comedor emboscados tras un seto”. Una situación dramática… una lengua a un tris de la extinción, casi una lengua muerta. Excusas que arguyen los extremistas para redoblar las coacciones lingüísticas llevándolas a un extremo insufrible, incluso al ámbito doméstico (véase la entrada dedicada recientemente a Argitxo en el caso del vascuence, ese duende feo, malvado y chivato) y, cómo no, para justificar nuevos incrementos en las partidas presupuestarias a cargo del contribuyente. Inmersión lingüística de la mano de la “imposición” en sus dos acepciones, imperativa e impositiva o fiscal.
Cabe decir, que el gasto en promoción de la lengua catalana se ha desbocado en estos últimos años, promoción que va acompañada, que nadie lo dude, de la exclusión en la vida institucional de la lengua de referencia familiar de más de la mitad de los catalanes, y todavía oficial, el español. Los estudios sobre el particular de algunas entidades reflejan un saldo abracadabrante. Al final de esta tractorada, para muestra un botón, uno de esos balances. Queda dicho que la llantina incesante sobre la desaparición “inminente” del catalán es el principal penseque para entrar a saco corsario en la tesorería. Sólo que si nos rigiéramos por criterios de rentabilidad de la inversión y de resultados contables, con el espíritu optimizador de recursos inherente a una empresa privada, ya habríamos cerrado el chiringuito y despedido a los gestores de la verbena: “Recoja sus pertenencias en una caja de cartón, como en las pelis americanas, y abandone su despacho. Si se resiste, le acompañará hasta la salida un empleado de seguridad”. El resultado: una birria, según los mismos promotores de esas políticas, pues cuanto mayor es el gasto promovido por el gobierno regional, más disminuye el uso “social” de la lengua catalana. Incluso se contrae el consumo de TV3, quién lo diría, que registra estos últimos años, menguantes audiencias. Lo que no habría de extrañarnos debido al hartazgo y bochorno que causa su sectaria programación.
Los furibundos defensores de la inmersión (nacionalistas y progres, lo mismo PSC que ahora Podemos/Podem) siempre nos han barrenado el cráneo con la pamema, y hay quien la repite en las charlas de cafetería, que el modelo educativo catalán ha sido un éxito clamoroso. Y que los chicos salen de la escuela con mayor conocimiento académico en lengua española incluso que los alumnos burgaleses: el milagro de los panes y los peces y de las dos horas semanales que ha suscitado el interés y la envidia, a partes iguales, de medio mundo. La prueba del nueve son las extraordinarias calificaciones que obtienen nuestros bachilleres en los exámenes de selectividad donde les endosan ejercicios tan capciosos como éste: “Juan come peras. Señala el sujeto de la oración”. Pero si uno se malicia que hay truco y que ese argumento es una trola para consumo de idiotas y débiles mentales sólo tiene que leer los informes de entidades y organismos independientes que certifican que la comprensión lectora del alumnado catalán es la más deficiente, y con diferencia, de toda España, y que el fracaso escolar se duplica entre los alumnos “inmersionados” que tienen el español como idioma familiar con relación al que se da entre sus condiscípulos catalanohablantes.
Digamos, por otra parte, que el modelo sanitario catalán es otra maravilla que adorna nuestra bien amada región causando asombro en todo el orbe planetario por su prontitud y eficiencia. Aquí no hay listas de espera para operarse, quiá. Las visitas al especialista, a mucho tirar, al día siguiente de solicitarlas. Las enfermeras gaditanas son recibidas con toda suerte de parabienes. Todo marcha sobre ruedas, no hay problema alguno, ni quejas tampoco. Y si se ha vertido alguna crítica, hay que buscar su origen a 600 kms de distancia, en el páramo mesetario… son intoxicaciones interesadas, catalanofobia pura y dura, de esos “nyordos” de españolazos (“ñordos” o zurullos), comegarbanzos y follacabras. Donde el estropicio es mayúsculo es en el Madrid de Ayuso, aquello sí es un despropósito sanitario. No hay más que ver la de huelgas que le ha montado, por algo será, el sindicato AMYTS, el de Mónica García (Más Madrid), cuyo acaudalado marido se ha beneficiado de un bono energético por su situación de impecune vulnerabilidad. O aquellas imágenes aterradoras de los fallecidos por la pandemia, con docenas de féretros alineados en una pista de patinaje y que motivó el piadoso comentario de la golpista Clara Ponsatí, “de Madrid al cielo”, y la ocurrente glosa de otro dirigente separatista: “De Madrid al hielo”. En claro contraste con la desdeñable y marginal incidencia del covid-19 en Cataluña, donde apenas se registraron casos mortales, y los pocos que hubo fueron desvergonzadamente exagerados por nuestros enemigos. Ni rastro de ataúdes en el Clínico de Barcelona.
En casos excepcionales como el que hemos vivido, uno entra en sospechas de la bondad de los criterios de triaje médico (selección) que los matasanos de “Metges pel català” pondrían sobre el tapete, aun habiendo pronunciado el famoso juramento hipocrático. O en el caso de clasificación de pacientes receptores de un órgano vital. Miau. Casi mejor no estar en sus manos. Por ello considero que no sería mala idea incorporar en adelante al seguro médico una cláusula que excluya explícitamente a los galenos lingüísticos de la citada asociación, de la atención al suscriptor de la póliza. Figúrese: está usted echado en la mesa de operaciones, aún no le ha hecho efecto la anestesia y entra en el quirófano el tal Lluis Mont tan campante. Pues ya sabe lo que sintieron muchos judíos al ver a Mengele ajustándose parsimoniosamente los guantes desechables.
Parece una broma que el baremo idiomático pueda convertirse en un argumento para la criba médica en una sociedad civilizada. No se engañe. Todo es posible. Para comprobarlo sólo hay que agarrar el magnífico ensayo de Douglas Murray (lectura obligada para los amantes de la libertad) titulado “La guerra contra Occidente” y acudir al capítulo en el que describe las valiosas aportaciones de la llamada “medicina equitativa” vinculada a la TCR, Teoría Crítica de la Raza, que causa furor en muchas instituciones norteamericanas, particularmente en el ámbito universitario. Los impulsores de ese subproducto de la más amplia corriente de pensamiento que llaman woke, advirtieron que el criterio de vacunación prioritaria a los mayores de 65 años era injusto, pues en ese tramo de edad el peso demográfico de la población blanca es muy superior al de la minoría negra. Los blancos viven más años de media que los llamados “afroamericanos”, pero no que los judíos o asiáticos. Aupado Biden a la Presidencia, se revocó esa medida por suponer una concesión al supremacismo blanco y un retorno al “esclavismo sanitario”. No es una coña marinera. Razones que fueron defendidas por Harald Schmidt, de la Universidad de Pensilvania, y con mando en plaza en el poderoso e influyente Centro de Control para la Prevención de Enfermedades. Y en la nueva prelación pasó a primer puesto la vacunación de trabajadores esenciales sin rango de edad. Pues entre bomberos y policías, por ejemplo, la proporción de agentes negros en esos cuerpos es superior al peso real de su “comunidad” en el conjunto de la población. Ahí, en esos apartados, están sobrerrepresentados. Se calcula que el cambio de vector en la estrategia vacunadora causó más de 50.000 muertes evitables en Estados Unidos (la mayoría ancianos blancos). Un índice perfectamente soportable de “daños colaterales” en aras de la “medicina equitativa”, restitutoria y con marcado componente racial.

Este bebedizo milagroso se lo administro a mis pacientes no catalanistas. No deja trazas toxicas en las autopsias. La receta me la pasó mi amigo del alma Lluis Mont. Funciona, es la pera limonera.
