«La presó del rei de França»: ejercicio de recuperación patrimonial

Tiens, voilà du boudin, voilà du boudin… es una de las tonadillas que repito para motivarme en mis «cronocaminatas» por Montjuïch. «Cronocamino», a la fuerza ahorcan, porque no puedo correr. Una vez lo intenté al trote cochinero y no llegué a cubrir unos centenares de metros. Además de ahogarme por mi condición de fumador, se me subió un gemelo y abandoné la tentativa. Fracaso estrepitoso.

Nada acompaña mejor, voilà du boudin, a mis paseos cronometrados que el aire marcial, fanfarrias, atabales y tambores. Te insuflan ese ánimo exultante, ese espíritu belicoso que ayuda a mantener un ritmo rápido de paso y a batir, si el viento sopla a favor, las marcas registradas en días anteriores. Competir contra uno mismo. Será que soplan vientos en contra y el aire trae en andas canciones guerreras. Lo cierto es que me concentré al máximo para proyectar a unos pasos de mis narices una suerte de holograma en contoneante movimiento del culo descomunal de Agnetha en tanga, la rubia de ABBA que nos enamoró a todos. Que Dios la bendiga, cúpula hendida en dos de una fabulosa mezquita de reluciente mármol. Como dos redondos bollitos de pan candeal. Pero la maniobra mental no funcionó. Será que Franco Battiato ha escrito una “Carta al gobernador de Libia”: Por el cielo van los coros de soldados/ contra Omar Mukhtar y Lawrence de Arabia/ cantando canciones populares de tabernas…

Le Boudin. El himno de la Legión Extranjera es de lo más desconcertante, pero me gusta un rato y lo he adoptado como politono de llamada a mi teléfono móvil (que habríamos de llamar “celular”, que es más sencillo y bonito). Miro la letra en los interneles y descubro que dejan sin ración a los belgas porque son unos pésimos tiradores, textualmente, unos “tiradores de culo”: Ils sont des tireurs au cul. Y lo repiten para que no quede lugar a la duda. No hay noticia de que los belgas alistados hayan protestado por ese verso acusatorio. Pero tengo más melodías en la recámara, Gary Owen, adoptada por el patán de Custer como himno oficioso del 7º de Caballería de Michigan, o eso vemos en “Murieron con las botas puestas”, Dixie, a guisa de contrapunto, el himno de las tropas confederadas durante la Guerra de Secesión, o la conmovedora Marcha de los voluntarios catalanes que llevaron a Prim a la victoria en la guerra de Marruecos.

Me resistí a que me acompañara una melodía apta para el presente cometido, pero tras realizar diversas pesquisas la he recuperado para mi uso exclusivo mediante el mecanismo de la expropiación cultural y simbólica, toda vez que, en primera instancia, fue requisada sin permiso y contra el sentido común por la Companyia Elèctrica Dharma y reiteradamente profanada por el separatismo y por la hinchada del Barça: me refiero a La presó del rei de França.

Hace muchos años vi por la tele, caprichos del mando a distancia, un fragmento de un concierto del citado grupo musical, que llamaremos CEDh por abreviar. Recuerdo que los componentes del grupo saltaban en el escenario y el auditorio aplaudía a rabiar. Se trataba del tema en cuestión. El locutor de TV3 se refirió a la pieza instrumental, cuyo título se me pasó por alto, como una suerte de recreación musical del momento en que las tropas de Felipe V entraban en Barcelona tras el prolongado asedio. No me chocó en absoluto que la melodía fuera alegre y triunfal, pues el nacionalismo aborigen tiene por costumbre celebrar derrotas en una hibridación de rencor y jolgorio por aquello de connotarse como pueblo oprimido al tiempo que elegido, un poco en la senda del jewish lifestyle. Como aspirando, auténtico delirio colectivo, a ser los hebreos de Occidente, bien entendido que, curiosamente, la mayoría del nacionalismo autóctono (ERC, Colau-Podem y CUP) son antisionistas todos y antisemitas en su mayor parte. Con la excepción, al parecer, de Pilar Rahola, o Radiola.

Pero hete aquí que uno averigua que “La presó del rei de França” pertenece al cancionero popular. Data, nada menos, del siglo XVI. A lo que se ve hay letras de entonces, pero la versión fijada, la más difundida, es obra del compositor Sancho Marraco (con calle dedicada en Barcelona) y es la que utiliza Serrat para incorporarla a su álbum “Cançons tradicionals”, editado en 1968, es decir, al tiempo que componía el “La, la, la” que finalmente defendió Massiel, la tanqueta de Leganés, en el festival de Eurovisión con notabilísimo éxito. Mucho antes de que la popularizara CEDh, año 1983, y se convirtiera en un icono del irredentismo autóctono.

El busilis de la canción es la derrota de Francisco I, rey de Francia, en la batalla de Pavía, año de gracia de 1.525, ante las tropas del emperador Carlos y su posterior cautiverio en España. De modo que la canción da fe de una de las victorias más sonadas del poderío español en aquella época de dominio militar en el continente. Comienza así:

“Ja partí el rei de França/ Un dilluns al de matí/ Va partir per prende Espanya/ I els espanyols bé l’han pris…”

“Partió el rey de Francia/ un lunes por la mañana/ Partió para ganar España/ y los españoles le han apresado”. Y con estos naipes trucados, los nacionalistas van y se sacan de la (doble) manga (de tahúr) uno de los símbolos más socorridos en sus verbenas y manifestaciones. Chúpate ésa. Uno de los penseques que aducen los chicos de CEDh para justificar la indebida apropiación cultural es que la melodía (la suya es una versión instrumental en un tempo más exaltado que en la composición original) “carece de letra”, o eso responden en una entrevista, lo que es falso, trampa tramposa. De modo que “La presó del rei de França” es un comodín, se deduce de sus palabras, que permite su uso en cualquier contexto. Y así es, pues dicho grupo está en su derecho de emplear esa canción o cualquier otra en sus recitales, lo mismo “Yo tenía un camarada” que el “Oriamendi” o la instrumentalización, con gralles (chirimías), flabiols (flautillos) y dulzainas, de “Baby shark doo, doo, doo”, si de ese modo quieren enfervorizar a sus parroquianos. Pueden tocar “La presó del rei de França” o tocarse los cojones, si lo prefieren. Faltaría más.

Sorprende, no obstante, que una canción de ese perfil, que conmemora la derrota de Francia y de su rey a manos de su archienemigo, el nieto de los Reyes Católicos, Carlos de Habsburgo, la dinastía que rigió los destinos del imperio español, se convierta en un himno aclamado por el separatismo indígena. De locos, pues esa canción es en todo caso congruente con quienes celebran por filiación emocional los triunfos de España, no sus derrotas o sus episodios más sombríos. El nacionalismo se apropia de cuanto le place para levantar su muro ladrillo a ladrillo. Es la llamada “construcción nacional” y para ello es preciso agarrar materiales dispersos y acomodarlos, en plan bricoleur, a su conveniencia aun incurriendo en una flagrante tergiversación histórica.

Es el caso de la Guerra de Sucesión a la Corona de España entre dos banderías dinásticas que el nacionalismo convierte en guerra de “secesión” por arte de birlibirloque y, en particular, el manoseo de la figura de Rafael Casanova, manipulación grosera que incluso han denunciado los descendientes vivos de aquél. Para muestra un botón, aquí va uno de los párrafos del bando último (censurado siempre por los nacionalistas) que proclamó Casanova en vísperas de la derrota y que no da pie precisamente a la zafia revisión del separatismo:

“(…) quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero así y todo se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey, por la Patria y por la libertad de toda España (…)”

No hay símbolo, hecho o personaje históricos que el nacionalismo se resista a sobar si con ello obtiene algún rédito. Arrambla con todo, también con las calles (siempre serán suyas), incluso con las obras de arte de Sijena o el Archivo de Salamanca gracias al servil beneplácito de las autoridades nacionales por aquello del inútil apaciguamiento.

Sorprende que el separatismo haya encontrado en la Guerra de Sucesión, y en Rafael Casanova, un “valor refugio” cuando, más a mano tiene la figura del eclesiástico Pau Clarís, al que, con mayor motivo habría de conmemorar. Fue el interfecto diputado del brazo religioso de la Diputación del General (lo que llamamos hoy Generalidad de Cataluña) y proclamó la República catalana en vigor durante una semana (tantos días como segundos duró la de Puigdemont) hasta reconocer a Luis XIII de Francia como conde de Barcelona. Clarís rindió Cataluña a la protección francesa tras la revuelta local de 1640 contra la llamada Unión de Armas para sostener el esfuerzo bélico de la corona española en la devastadora Guerra de los Treinta Años. Pau Clarís, pues, hizo efectiva la separación unilateral de Cataluña, si bien es cierto que sólo fue independiente durante “7 días, 6 noches”, como la oferta de un catálogo turístico, e inmediatamente pasó a ser un territorio más bajo soberanía francesa.

De modo que bastaría con ralentizar el tempo musical de la melodía en la versión de CDEh y recuperar “La presó del rei de França” que, en puridad, habría de ser nuestra. Hacer de ella una Marcha de Radetzky al gusto lealista. Tarareando “La presó del rei de França” enfilo la avenida de los Montanyans, paso por delante del club hípico de La Foixarda y saludo agitando los brazos a los caballitos estabulados que asoman por el cajón su efigie equina. Sorprendí en la confinada primavera de este año nefasto una abubilla tocada de peineta de fallera mayor de la floresta y me gusta contemplar el vuelo rectilíneo de las urracas, ataviadas con el frac de su elegante plumaje. Miro el crono… si nada se tuerce, estoy en tiempo de récord. Ja partí el rei de França, un dilluns al de matí

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