Lucha armada

Qué tendrá la poltrona monclovita que a la que un tipo toma asiento en ella inmediatamente se ve obligado a largar alguna sandez acerca de ETA, siempre bajo la premisa de que la banda terrorista disfruta de un enigmático halo de superioridad moral con relación al “apoltronado”, y acomplejado de turno, propincuo a la idiotez. Nos recuerdan los sucesivos usuarios de dicha poltrona que, por imbecilidad (temporal o permanente) o por inconfesable cálculo político, les doran la píldora a los terroristas con bochornosas declaraciones a esos otros tipos descastados que aspiran a granjearse las simpatías del matón del barrio diciendo monerías, haciendo risibles piruetas y poniendo su honra en holganza. Esos que se envilecen por “coleguear”, por confraternizar con los malos, malasombra.

La fórmula la inauguró Aznar avergonzándonos con aquella majadería del MLNV, el “Movimiento Vasco de Liberación Nacional”, por no decir “banda terrorista ETA”. A lo que se ve era por mantener un tono favorable a las negociaciones sostenidas de tapadillo con la organización criminal y en las que, sin duda, habló Aznar vascuence, como habla catalán en la intimidad.

Tomó el testigo Zapatero, uno de los más voluntariosos de esos zotes, capaz de toda iniquidad. Nos dijo de Arnaldo Otegui, “el Gordo”, terrorista especializado en secuestros (empresario Luis Abaitua y absuelto por falta de pruebas en las tentativas fallidas contra los diputados Rupérez y Cisneros, de la UCD), que era “un hombre de paz”, y que el atentado de ETA en la T-4 de Barajas, eso afirmó en solemne comparecencia, fue un lamentable “incidente”… terminología tomada en préstamo por Miguel Urbán, eurodiputado podemita, para quien el atentado islamista en Niza durante la celebración de la fiesta nacional francesa (docenas de personas arrolladas por un camión de gran tonelaje) fue un “incidente de tráfico” y, en buena lógica, el autor del mismo, un conductor temerario, uno de esos que pierden de una tacada todos los puntos del carné por saltarse un “Stop”. Mismamente como el de Las Ramblas de Barcelona, sólo que éste último, al pilotar un vehículo más pequeñito, una furgoneta de reparto, tan sólo derribó diecisiete “bolos”, atrancándose a medio recorrido del bulevar entre tantas piernas, costillares y brazos rotos. Al lado del otro, un mero aficionado, un amateur.

Llegó el turno de Rajoy que, compasivo, afirmó estar muy preocupado por el estado de salud de Bolinaga (o “Bolinga”, por su propensión a atizarse zuritos en las “herriko-tabernas”), el carcelero de Ortega Lara. El mismo indeseable que, al producirse su detención y al concluir sin éxito en primera instancia el registro en un almacén de Mondragón, estaba dispuesto a dejar morir de inanición al funcionario de prisiones… hasta que uno de los agentes dio con una minúscula rendija en el pavimento bajo una máquina hidráulica y se retomó la búsqueda. Descubierto el zulo cochambroso, le preguntaron a Bolinaga que quién había dentro y éste respondió, tal cual, “el Ortega ése”.

Y salta Pedro Sánchez al terreno de juego. Si pensábamos que la indignidad de Zapatero no tendría parangón conocido, andábamos muy errados, pues no hay techo cuando los malvados compiten entre sí. Una pelea a cara de perro entre el hoy embajador plenipotenciario del narcodictador Nicolás Maduro y el actual inquilino de La Moncloa. Para referirse al terrorismo de ETA, en estas horas de acaramelado idilio PSOE/ Bildu-Batasuna, elige Sánchez la expresión “lucha armada”. Por extensión se sigue que quien la ejerce no es un terrorista, sino un “luchador armado”, que no debemos confundir con un “luchador mejicano», que es un luchador enmascarado, y cuyos primeros espadas gozan de gran popularidad, que si “el Gallo de Jalisco” o “el Chupacabras” de Veracruz.

De tal suerte que los más sanguinarios asesinos de ETA, los pistoleros que le descerrajaron un tiro en la nuca a Miguel Ángel Blanco (de rodillas y maniatado a la espalda con alambre) o el comando que llenó de bombas el aparcamiento subterráneo de Hipercor, achicharrando vivas a muchas personas, abandonarían, según Pedro Sánchez, la categoría de “terroristas” para integrar la mucho más aseada de “luchadores armados”. E incluso Bolinaga, a fortiori, pasaría a ser “luchador desarmado”, casi un modélico pacifista como Gandhi, pues no consta que en su cometido criminal fuera necesario el concurso de un arma de fuego. Es lo que pasa cuando uno se corrompe brindando con Otegui (Idoia Mendía o el babeante Jesús Eguiguren) o te venden la moto de que los filoetarras “son ahora necesarios para el buen gobierno de España”.

Con relación al Vicepresidente del gobierno, ese gran estadista llamado Pablo Iglesias, no es necesario añadir gran cosa pues es sabido que él, y su partido, son entes coalescentes con relación al universo batasuno, pues mucho antes de pisar moqueta, el hoy vecino ilustre de Galapagar era uno de los contactos en Madrid de los abogados etarras del frente de “makos” y pisó no pocas herriko-tabernas, como esas orquestas que bolo a bolo, en la gira veraniega de fiestas patronales, recorren toda la geografía nacional, para decir que a ETA y a la izquierda abertzale les adorna el honor de ser los únicos “actores” políticos que vieron fraude y superchería en la Transición y quienes mejor comprendieron que la Constitución española era “papel mojado”. Pablo Iglesias, eso hay que admitirlo, en ese registro no ha engañado a nadie y ha llegado a tener no pocas cadenas TV a sus pies y más de 70 diputados, hecho contrastado que nos da una cabal idea del nivelazo estratosférico del paisanaje.

Cuando nos dicen que a los terroristas, es decir, a los “luchadores armados”, de nada les ha servido matar, para mí tengo que nos escamotean la verdad. Y que la prueba del nueve de ese discurso mendaz es que “ahora que no matan, están en las instituciones y haciendo política”. Sólo faltaría que, matando día sí, día no, gozaran del estatuto de interlocutor político homologado. Pero lo triste es que también eso es mentira, un “relato” se dice ahora, aunque bastardeado, pues mientras mataban, sí estaban en las instituciones: tenían concejales y alcaldes, diputados regionales y nacionales. E incluso pedía el voto para ellos Pepa Flores, alias “Marisol”, aquella monada de niña prodigio. Por aquel entonces ETA estaba en un promedio anual de 100 víctimas: los llamados “años de plomo”.  

La diferencia es que ahora, con Sánchez, forman parte de la mayoría gobernante y sólo les falta entrar en el gabinete nombrando ministro a uno de los suyos, Otegui para Interior en lugar de Minúsculo-Marlaska. Para el caso. Sólo que su actual estatus no sería el mismo si su ejecutoria política no estuviera teñida de la sangre derramada en sus atentados, que Sánchez, echando la vista atrás y haciendo del síndrome de Estocolomo un paradigma político, el de la “nueva normalidad” respecto del fenómeno terrorista, por coherencia llamará “acciones” (ekintza), incluso las que segaron la vida de militantes socialistas, por aquello de blanquear la “memoria histórica” más reciente de la que ETA ha sido protagonista estelar y por hacer y decir «cosas que nos helarán la sangre”, como atinadamente pronosticó la “amachu” de los Pagaza.

Luego matar, les ha servido y de mucho, pues el “escenario” de la política no les ha sido vedado por siempre por haber matado… si no abierto, y la puerta grande, por dejar de hacerlo… por abandonar “la lucha armada”, Sánchez dixit. Quienes creyeron en su día que no tenían otro horizonte que la rendición, la disolución, amén de la incautación de bienes para afrontar compensaciones indemnizatorias, el presidio y la ilegalización de su entramado asociativo, se llevaron (nos llevamos) un chasco morrocotudo. Dirán, quienes dicen que llueve cuando te hacen pis encima, que no se han salido con la suya, que no han ganado… pero, la verdad de la buena es que tampoco han perdido.

Duele porque esos guiños y gesticulaciones son innecesarios, pues nada aportan y en cambio degradan a quien los profiere. El terrorista no dejará de negociar, si eso es lo que pretende. Tiene, es un decir, el alma cuajada, petrificada, en estado sólido y poco le importa que le llamen terrorista o criminal, o monstruo de la peor especie. Y no agradecerá que le cortejen. Se la sopla. Eso sólo servirá para aumentar su íntimo desprecio y le convencerá de que no habría sido mala idea coser a balazos al tipo sin agallas ni condición que se rebaja a dedicarle cucamonas.

El enigma de la poltrona monclovita sigue sin ser desvelado. Es un misterio, pero no de este mundo. Habría que facultar a Iker Jiménez (el doctor Jiménez del Oso de mi generación) al mando de una misión nocturna a palacio pertrechado de cámaras infrarrojas y gramófonos para grabar psicofonías, acompañado de esas personas a las que llaman “sensitivas”, especialistas en detección de fenómenos paranormales. E incluir a un sacerdote exorcista en plantilla pertrechado de hisopo de agua bendita, estola morada y Ritual Romano (kit básico de todo exorcista). ¿Darían con una emanación ectoplásmica de Míster X, artífice de los GAL? ¿Con el espectro de Margaret Thatcher diciendo en la Cámara de los Comunes aquello de “Señoría, yo disparé”, interpelada por un diputado laborista tras el tiroteo en Gibraltar en el que dos terroristas del IRA fueron abatidos a manos de agentes británicos? ¿O tan sólo el olor acre, punzante, del miedo que es cobardía y la nada infinita del abandono y de la desmemoria? ¿Tendremos algún día los españoles que no nos avergonzamos de serlo un Presidente del gobierno de la nación que no traslade a la ciudadanía la desazonadora impresión de que para merecer esa poltrona, antes o después, es preciso requebrar amorosamente a ETA?

Un comentario en “Lucha armada

  1. Me hubiese gustado que este magnífico artículo fuese una parodia, para poder reír a gusto. pero hubiese sido un insulto a nuestra reciente historia. Una descripción minuciosa, para tener a mano y no olvidar a ninguno.

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