Poltrona, Tortell: el payaso rencoroso

A Manuel Aguilella, «Patancrátor Máximo» de Patanes Sin Fronteras

“Poltrona” no es un buen alias artístico para un payaso. Las poltronas y los payasos son como el agua y el aceite: no casan bien. El bufón, va de suyo, se mueve siempre en el filo de la navaja. Está investido de una licencia especial para decir, irónico y cínico, las cosas que nadie más puede en presencia del rey, pero una humorada excesiva, un paso mal medido, apenas unas gotas de más de vitriolo en su cóctel de comicidad, o un malhumorado día del monarca (un ataque de gota o un dolor de muelas… “Que le corten la cabeza”), truecan en un plisplás el género bufo en tragedia y acaban sus volatinerías, mordacidades y ocurrencias desternillantes en una sombría mazmorra, colgado de un gancho como la chacina o deslenguado con tenazas al rojo.

El payaso, el bufón, risas al margen para todo público, es, por definición, la conciencia crítica de la sociedad, y si no es así no hay ni acerada burla, ni ludibrio, ni mofa, ni befa. Ni “Opiniones de un payaso”, de Heinrich Böll, que estaba el pobre obsesionado con las expectativas electorales de la CDU. Cuando un payaso como tal, por su ejecutoria de payasadas, recibe medallas y honores o pregona un acto institucional de parte del poder político, miau… algo falla. Y se podrá decir entonces que el payaso ha desertado de su bandería y se ha pasado al enemigo. Es decir, no es íntimamente un payaso. Acaso un funcionario palatino como el chambelán, el doméstico vaciador de bacinillas o el palafrenero. Un funcionario algo sui generis, pero un funcionario al cabo.

Para mí tengo que Poltrona, Tortell, no es un payaso vocacional, aunque puede que lo sea profesional. Quiere decirse que paga sus facturas (agua, luz, gas, hipoteca) gracias a su desempeño como supuesto payaso y a los servicios prestados. Por ello le nombran pregonero de las fiestas patronales (quise decir, matronales) de Barcelona por designio del consistorio. Y allí, en primera fila, evocando aquellos tiempos en que se disfrazaba de abeja “Maya” enmascarada de la PAH, estaba la sedente y sonriente Ada (sin hache) Colau aguantando todo el chorreo bilioso y rencoroso del fraudulento saltimbanqui, feamente pintarrajeado como el cuadro cubista de un pintor mediocre, de un pintamonas. 

En efecto, hemos visto las imágenes de un Poltrona descompuesto, largando sapos y culebras por la boca contra aquellos que no hablan en catalán habitualmente, a los que llama “inadaptados sociales”, imbuido de odio, con cara desencajada y el maquillaje corrido, aplicado a brochazos sobre la cara y que no disimula su animosidad, su alma atribulada por el coraje y por sentimientos hostiles. Y nos recuerda al payaso sanguinario de “Balada triste de trompeta”, de Alex de la Iglesia… el patético payaso que no sabía hacer reír a la gente. El payaso malogrado que no se erige en paladín de los “inadaptados”, sino en su delator (les señala con el dedo). Una auténtica birria, un jodido fraude de payaso que se cisca en la universalidad del humor como lenguaje, del humor como gramática e idioma transfronterizos.

Poltrona, pues, rehúye la condición de outsider, de forajido conveniente a todo payaso que se precie para degenerar en alabardero asalariado de la risa domesticada… en chistoso regimental, lo que en Sevilla llamaron siempre un “agradaor” de señoritos al calor del poder: ése que sacude al amo el polvo de la hombrera, eso sí, con chispa y gracejo, pues pretende su generosa ración del rosco, del pastelillo (“tortell”), para continuar cómodamente “apoltronado” en la silla gestatoria del humor servil al gusto de la oficialidad.

A Poltrona, Tortell, le sobran ingenio y pelendengues, qué valiente, para morderle la yugular a la camarera del parlamento regional crucificada en las redes sociales por los “consocios-òdium cultural” de Vigo Mortensen (“quienes hablan castellano son unos inadaptados”). Ése es el bagaje del amigo, su genuina valencia humorística. Contra la escanciadora de copas, los representantes sindicales de Nissan y otros muchos “inadaptados”, brotan del bocón de Poltrona géiseres de espumarajos y mala baba y propaga en estos aperreados tiempos de pestilencia aerosoles orales más peligrosos que los del coronavirus, los del odio.

Mientras Poltrona, dormita a los pies del amo y sueña con hincar dentelladas a los proscritos, para saborear luego la jugosa recompensa a su lealtad (el perro no muerde jamás la mano que le da de comer), los bufones de verdad escapan por la ventana del Clínico para eludir un Consejo de Guerra, como Boadella (tiempos en que la pena de muerte era legal), o llevan escolta para no espicharla descalabrados de una pedrada. A uno le brinda honores un destacamento de la Guardia Urbana con uniforme de gala, airones y charreteras, y a otros les escarnecen con dinero público en un teatrillo roñoso del barrio de Gracia (*).

Las gansadas de Poltrona nos hielan la risa (como la sangre en las venas a la “amachu” de los Pagaza, las subalternas declaraciones pro-HB de Idoia Mendía) y nos queda esa cara patidifusa y angulosa de sonrisa ósea, maxilar, esquelética, sepulcral sonrisa como de fosa común, de calavernario. Cuando Poltrona, ayuno de espíritu crítico ante la jerarquía, brama el chiste malo y supremacista de la “inadaptación lingüística” buscando el aplauso de la superioridad, nos traslada a aquellas viñetas facilonas de los nazis en las que los judíos eran caricaturizados (o caracterizados) como ratas y cucarachas, o a las de los burgueses y los “mujiks” orondos, los primeros con chistera, de la propaganda soviética cuando las purgas masivas, primero de Lenin y luego de Stalin. Acomodado (por “apoltronado”) en el establishment nacionalista, Poltrona largo tiempo ha olvidó que el bufón ha de ejercer de contrapeso para enfatizar la necesidad de la salubre separación anímica de poderes entre risa y llanto.

Sorprende, es un sarcasmo, que Poltrona, Tortell, ostente la presidencia de una ONG (en su caso, mejor OSG, Sí Gubernamental) intitulada Payasos Sin Fronteras, cuando lo suyo son las fronteras precisamente, pero esas fronteras murales electrificadas con millones de voltios, alambre de espino, concertinas y bayonetas, para contener del otro lado a los mugrientos “inadaptados” que somos legión. Y así pasará la vida el fundador del Circ (Circo) Cric, que jamás me contará en sus funciones como espectador, colando alguna melonada más o menos risible entre aplausos y medallas pensionadas como el Premio Nacional de Teatro que le fue concedido en el año 2013, gobierno Rajoy, sazonado con la friolera de 30.000 €. No tuvo Poltrona el menor escrúpulo a la hora de guardarse el fajo en la faldriquera. No nos sorprende… son las 30 (por mil) monedas de plata de la traición.

No sabe uno si Poltrona actuará un día junto a aquel inolvidable dúo pro-etarra, Pirritx eta Porrotx, en su cruzada contra niños “inadaptados” y otras gentes de mal vivir. Pirritx y su pareja de baile guardaban en su repertorio, como una bala en la recámara los pistoleros, un embromante gag parecido a éste: “Al ver un fiambre tirado en la calle con un tiro en la nuca, cubierto con una manta térmica… diremos a los peques de un pueblito del Goyerri… “¿Por qué no lo dejan en un contenedor de basura?… en el de materia orgánica, que hay que reciclar”… ja, ja, ja, y nos troncharemos de la risa». O si formará itinerante compañía con Krusty, el avariento payaso de los Simpson. Pero ninguno mejor, por afinidad de caracteres y visión del mundo, que Pennywise, el payaso de It, con quien haría buenas migas.

Cuando me han llamado “payaso”, en mi condición de Vicepatán de Patanes Sin Fronteras, he sentido siempre una honda satisfacción… ese como ese plácido hormigueo que, a veces, y sin estimulantes pensamientos de dos rombos de por medio, hace que involuntaria y lentamente se desperece la pichurra. “Payaso”, a mi juicio, es un insulto fallido, pues no denigra a nadie, pero al vero payaso denigra que a Poltrona le traten de tal. Si el alma de Poltrona, Tortell, fuera frangible como el cristal, y tras su cara de risa ocultara su quebranto y derrota, cantaría por bulerías el Payaso triste de Bambino que anónimo languidece, entre el humo y las copas vacías, en un rincón de la taberna. Pero está claro que Poltrona no simpatiza con los perdedores, con los “inadaptados” de este mundo, por eso en su puta vida será un payaso, por muchos tartazos que dé.

(*) Almeria Teatre programó una chufla titulada “Ubuadella” para execrar a nuestro bufón favorito, el más grande, digno heredero del mítico Triboulet.  

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