Bandera-fake para la discordia incivil

Piqué, no el defensa del Barça, sino Josep Maria, edecán del consejero (ministrín) de Interior, Miquel Buch (auténtico fanático nacionalista), invita en un “tuit” ilustrado con la bandera “segundorrepublicana” a ponderar debidamente la llamada “lucha armada” para lograr el ansiado objetivo: la independencia de Cataluña. Con todo, recuerdo al ingenioso asesor, no es la primera vez que el catalanismo milenarista opta por el terrorismo (atentados de EPOCA y Terra Lliure, otrosí de los asesinatos de ETA que siempre, sea el caso de Hipercor, ha matado a favor de todos los separatismos disgregadores).

Algún alma cándida objetará que el belígero asesor de Buch ha errado el tiro al elegir bandera bajo la que formar en compacto batallón, pues lo suyo habría sido exhibir la “estrellada”. Para mí tengo, en cambio, que ha acertado de pleno por diversas razones que paso a enumerar. Primero, la bandera tricolor, mal llamada “republicana”, representa, para ir haciendo boca, la división del país. Y nada mejor para insuflar aires de contienda civil que sembrarla empezando por los símbolos. En efecto, tras proclamarse la I República en el XIX no se cambió bandera alguna, tan sólo se sustituyó la corona del escudo, la dinástica o regia, por una mural. La bandera de la I República es rojigualda. Que es, ni más ni menos, lo que ha sucedido en muchos países que proclamaron repúblicas tras derrocar monarquías, sea el caso de Portugal, Italia, Grecia o Rumanía. Que ha bastado con ligeros retoques salvaguardando el formato y los colores, pues se ha entendido que el país, la nación, preexiste y/o trasciende a los diversos regímenes y que por ello la bandera ha de ser sustancialmente la misma, y que lo otro son ganas de generar discordia gratuita.

La “segundorrepublicana” ondeó como enseña oficial durante cinco años en parte del territorio nacional y hasta ocho en algunos casos, según las vicisitudes de la Guerra Civil. Ineluctablemente, dicha bandera quedará por siempre asociada a una época oscura que culminó en aquella devastadora tragedia. Ítem más, hace unas fechas, la versión digital del diario ABC publicó un artículo hallado en el Archivo Histórico Nacional de la pluma de quien fuera uno de los militares más representativos del bando republicano, el general Vicente Rojo:

“El cambio de la bandera constituyó un grave error (…) La tricolor no nació del pueblo, sino de una minoría sectaria (…) Fue una decisión arbitraria para hacer prevalecer las ideas de la República por encima de las ideas de Nación y Patria”.

Por si ello no bastara, es sabido que el diseño de esa bandera fatídica nació, además, de un flagrante error llamado “decoloración” de pigmentos por el tiempo y las condiciones ambientales. Creo, si no yerro, que la ocurrencia fue de Lerroux (se admiten correcciones) al contemplar un cuadro donde ondeaban estandartes morados junto a los Comuneros de Castilla enfrentados a Carlos I de España. Había que incorporar, pues, el color de sus pendones, a guisa de franja, en la enseña nacional para enfatizar el rechazo a la monarquía pensando en el advenimiento de un régimen republicano… sólo que esas banderas eran mendazmente moradas por la deficiente conservación del lienzo, pues siempre fueron coloradas las banderas de Castilla. 

En resumidas cuentas, aunque por ella dieran su vida muchas personas con dignidad y heroísmo, pero no pocas valiéndose de la misma para perpetrar crímenes horrendos contra población desarmada (milicianos chequistas de partidos políticos y sindicatos), la “segundorrepublicana” es, desde una perspectiva histórica, un disparatado fraude, una fake-bandera.

En la actualidad, la “segundorrepublicana” la vemos siempre, además de en el cartel de Piqué llamando a la balacera, o en la muñeca, formato pulserita, de la ministra de igualdad, la señora Montero, que ostenta esa dignidad, quién lo duda, por méritos propios y sobrada capacitación, y no por ser la churri de Pablo Iglesias, en las manis “femipodemitas” y de las centrales sindicales mayoritarias (aunque en realidad minoritarias, pues la afiliación apenas alcanza al 10% de los trabajadores)… siempre al lado, como dama de compañía, de todas las banderas separatistas que en España son, sin descuidar la de la hoz y el martillo. No falla: siempre machihembrada a quienes vociferan de manera vehemente e inequívoca su odio a España. Y esa, pretenden algunos que sea la bandera de todos los españoles. Por el contrario, cuando el paisanaje acude por sí mismo, sea el caso, a un estadio para animar a las selecciones deportivas nacionales, sin mediar en dicha convocatoria mandato u orientación ideológica de terceros, lleva la que siente suya, la que identifica con su país: la bandera de verdad, la bandera nacional.

Una de las especies que circulan por ahí, y que te sueltan como latiguillo aquellos españoles que no se sienten tales, es que “de la bandera española nos hemos apropiado los fachas”. La solución es sencilla y bien a mano la tienen: basta con que disputen su usufructo en supuesto régimen de monopolio, que la reivindiquen y en adelante la usen (y besen con unción) ellos también. De hecho, y harto de oír ese remoquete cansino, siempre llevo conmigo una pulserita sobrante con los colores nacionales para obsequiar al primero de ellos que me atice ese manido reproche. Dudo que la desinteresada dádiva fuera aceptada, pero no es trapaza mala para desenmascarar su falaz argumento. Sucede en realidad que en el fondo desean que, como ellos, no la usáramos jamás y la genuina bandera española quedara proscrita para los restos y de ese modo sustituirla por la suya.   

Por todo lo dicho, Piqué la clava cuando recurre a esa bandera guerracivilista que jamás llamaré “republicana”, sino “segundorrepublicana”, pues ni el sincero republicanismo habría de representar, quedando para banderín de enganche de sectarios de la extrema izquierda y, como el interfecto, de separatistas contumaces, es decir, de esas gentes que cuando nos largan esa memez de “la otra España posible”, se refieren únicamente a la desmembración y destrucción de España, porque nada quieren saber de España tal cual ha sido y es.

Por ponerle una pega, decirle a Piqué que la citada bandera no existía, es de cajón, en 1808 (véase el “tuit” anexo), refiriéndose a eso que los nacionalistas llaman “la guerra del francés”… intencional gazapo de los publicistas del Frente Popular que Piqué reproduce tontunamente. Las que se opusieron al ejército napoleónico no fueron otras que la nacional y la bandera cuatribarrada, sin aditamentos estrellados, y que hoy ha caído en desuso en Cataluña a causa del “procés” lobotomizador.

Respeto y memoria para aquellos que murieron por una causa, excluidos por descontado quienes cometieron toda suerte de desmanes en retaguardia, bien como instigadores o bien como mano ejecutora. Habrá que decirle a ese engallado cagatintas de Piqué, pues eso es, un burócrata entre cientos, un enchufado más de la mesocracia ultracatalanista que ha generado el nacionalismo hegemónico durante décadas, tanto si sabe manejar un fusil como el del cartel del que presume encampanado como un matasiete, como si la única arma que ha empuñado en su vida es una carabina de aire comprimido en la barraca de la feria, que por esa bandera, cuyo mejor destino es una urna de metacrilato para coleccionistas de curiosidades vexilológicas… no muera nadie nunca más. Y que si tanto le gusta, llegado el día, la use como sudario, para él o para su canario. Y que Piqué y sus cofrades (pro-etarras, separatistas y esbirros de regímenes bolivarianos) se abstengan de decirnos a los españoles cuál ha de ser nuestra bandera, pues ya tenemos una… preciosa, por cierto.

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