104 años

Se sucedían los años en su bandera como la resbaladiza sombra de un nublado sobre la mies. La primera vez que la vi, se inscribía en la banderita separatista que adornaba el manillar de la silla de ruedas una cifra redonda, centenaria. Dolors había cumplido cien años.

Coincidíamos en la avenida Mistral. La acompañaba en sus paseos matutinos una guardia de Corps familiar. Algún transeúnte detenía el paso para saludar a la anciana y felicitarla por su tenaz militancia. «Un siglo republicana». O lo que es lo mismo, republicana desde la cuna, incluso antes, siendo un diminuto cigoto. Así glosaba su biografía una de sus descendientes y lo hacía henchida de orgullo filial. La familia mostraba a Dolors como los padres primerizos dan a conocer a su bebé uno de esos domingos soleados al pasearlo en el cochecito, tan ricamente, haciéndole monerías con un sonajero.

Y cumplió 101, 102, 103 y 104 años (exactamente por ese orden). Las banderas caían como las hojas de un almanaque y rebrotaban, izadas en el pequeño mástil, como amapolas en primavera. Hace meses que no veo a Dolors. Quiero pensar que es a causa del tramo en obras de la avenida Mistral con calle de Rocafort… ya no recuerdo cómo era el lugar sin esas zanjas que dificultan el tránsito peatonal… y que sus familiares, con buen criterio, esquivan los obstáculos y la sacan al sol unas calles más allá. Pero no me quiero engañar, 104 ya son años, más de los estrictamente necesarios para componer una vida intensa y provechosa. Y es posible que Dolors, oh, el inevitable ciclo de la vida, haya completado su itinerario y que sea éste el motivo de su prolongada ausencia.

Nunca hablé con Dolors, pero si no es el caso de unos familiares de fervorosa obediencia nacionalista que proyectaran sobre ella, a traición, propósitos y anhelos que jamás fueron suyos (pues no estaba en disposición de protestar, la pobre, ni banderas, ni banderías), la anciana no vio cumplido en vida el sueño redentor del paraíso en la tierra: la independencia de Cataluña. Y en estos años tumultuarios y manicomiales, aunque son muchas las cosas que quedan en límbico suspenso, los días transcurren, sol y luna se alternan en el firmamento sin coincidir jamás, la biología sigue su camino y es seguro que se cuentan por miles, desde el año 2010, pongamos por caso como fecha de inicio, los ancianos que han muerto sin que haya cuajado el «proceso» que hicieron suyo, sin haber logrado el objetivo que, eso les dijeron sus promotores, estaba al doblar la esquina, «a tocar», y que ellos verían con sus ojos entelados por las cataratas y palparían con sus manos de tembloroso pulso.

Quizá Dolors ha pasado a mejor vida y lo ha hecho feliz, con dulce sonrisa en los labios, si sus deudos le han soplado al oído, valiéndose de una trompetilla o de uno de esos audífonos que se desarreglan en dos días emitiendo molestos chirridos, que Torra ha proclamado la independencia, esta vez sí, que los aguerridos batallones de Mossos d’Esquadra han rechazado en la frontera a la Guardia Civil, a la Legión y a la Acorazada Brunete, que las principales potencias del mundo nos reconocen como igual en el concierto de las naciones y que ya somos uno más en la ONU, no menos que Andorra o Bután. Muy parecidamente a lo que sucede en esa adorable película, «Goodbye Lenin», en la que un chico ingenioso, por evitar un disgusto fatídico a su madre convaleciente de un coma del quince, comunista ortodoxa y partidaria del régimen de la antigua RDA, le cuenta que todo sigue igual, que el paraíso socialista de los trabajadores resiste a pie firme las feroces acometidas del capitalismo y que no faltan en el economato los pepinillos encurtidos de toda la vida, marca «Orzech», sus favoritos, o cuando menos los míos.

Si es así, se impone la pregunta: ¿Es ético alimentar falsas expectativas en una persona muy mayor y con pie y medio en el estribo? Es verdad que las mentiras que largamos a los ancianos participan de ese componente entre piadoso y fantástico que informa también las trolas que contamos a los niños, pecadillos veniales que tienen por objeto la perdurabilidad de una ilusión. En el caso de Dolors, esa mentirijilla cobra la traza de bálsamo, de amable sedante para auspiciar un serenísimo ingreso en el más allá. ¿Le habrán dicho la verdad a Dolors… que de independencia, nanay? ¿Habrá respondido en un último estertor, con aplomo y entereza, la frase lapidaria tan al caso: «Yo no la veré, pero mi nieta sí»… para luego expirar reposadamente?

Sospecho que si el particularismo sobrevive a las corruptelas sin fin del clan de los Pujol, al empacho de los Puigdemont, Torra, Junqueras, Colau, Òmnium, la ANC, al vandalismo de los CDR y de otros diablillos menores, a TV3, al adoctrinamiento escolar y a esa castaña pilonga de la inmersión lingüística, a los no nacionalistas nos esperan otros 104 años, o 105, de esquizofrenia colectiva, y no por la lindeza de sus argumentos o la pericia de sus dirigentes, sino por nuestra desidia y nuestro hartazgo indolente, participado a veces, por qué no decirlo, de inconsciente y estúpida colaboración. Pues para empozar nuestras vidas en esta confusión insufrible, ellos sólo necesitan estar, persistir… un día y otro.

2 comentarios sobre “104 años

  1. Mi desidia no la tienen, servidor es activo oponiéndose a la creación de fronteras.

    Mejor estaría que esta tierra fuera un lugar donde ancianos, niños y adultos de edades varias (excluyó de esta categoría a los buenistas, que envío a la de adolescentes) no tuvieran que batallar con el nacionalismo, otra vez no, ya se vio lo que era el siglo pasado…y este será lo mismo.

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