Arreglos de ropa

Una de las virtudes indiscutibles de los separatistas es la constancia, la tozudez. No en vano eligieron un burro como animal totémico. Años atrás, cuando Carod Rovira lideraba ERC, dicha formación le regaló un asno, “Tossut” (tossut (tozudo) fins la independència, “hasta la independencia”), a Juan Carlos I que, de grado, aceptó el presente y le dio cobijo en las caballerizas reales.

Cuando no pueden lo más, recurren a lo menos, pero su itinerario es predecible: todo aquello que colisione con el ejercicio de la libertad. De modo que una de las actividades que menos esfuerzo requiere de un nacionalista bilioso es la delación de comercios que no rotulan en catalán. Como era previsible, la censura lingüística en el paisaje comercial, que cuenta con respaldo legal (tanto como inmoral), pasó de los rótulos a la información contenida intraportas junto a los artículos a la venta y de ahí a la lengua utilizada con la clientela por regentes y dependientes de los establecimientos.

Las sucesivas administraciones regionales, de diferente signo, han competido por estimular esas denuncias anónimas y aplicar, llegado el caso, las sanciones de rigor. Durante el bochornoso “montillazgo”, es sabido, aumentaron de lo lindo. El citado presidente, que ya apuntaba maneras de joven, pues según sus exégetas fue delegado de clase en el instituto, quería hacerse perdonar su origen foráneo y multó a destajo, como si no hubiera un mañana, alzándose con el prestigioso trofeo de “mayor palanganero de la Historia al servicio del nacionalismo”. En el ámbito local, caso de Barcelona, lo mismo Colau que Collboni, se excluye sistemáticamente en las comunicaciones del consistorio el uso del español, que es la lengua familiar mayoritaria de los avecindados en la ciudad condal. Hay un organismo público, por todos costeado, la ACA (Agència Catalana de Consum)*, que vela por la pureza idiomática en el ámbito comercial… un organismo que demanda a gritos una tajadura quirúrgica a motosierra marca “ACME”, digo, marca “Milei”.

En estas últimas fechas, el aborigenismo fanatizado ha creado un equipo muy activo consagrado a la tarea del gulusmeo lingüístico. Huronean sus agentes por bares y restaurantes sondeando a los camareros para detectar idiomáticas disfunciones y, a renglón seguido, trasladarlas con gran aparataje de aspavientos a las redes sociales. Parafraseando aquel exitazo de Burning, y sustituyendo a la “Mujer fatal” por un chivato, habría que decirles, cada vez que salen de su casa, aquello de vas de caza… ¿A quién vas a cazaaaaar? En estos menesteres, Joel Joan, actor institucional, y Joan Lluís Bozzo, institucional dramaturgo (“Dagoll Dagom”), han suplido al voluntarioso Santiago Espot, del que nada sabemos desde hace tiempo, no queriendo decir con ello que el bueno de Santi haya fallecido. Y han contado en fecha reciente con el refuerzo estelar de Carme Forcadell (“la abuela golpista”… Oiga, que soy abuela, dijo al ser detenida por la Guardia Civil). La doña ha desestimado, abatida y escandalizada a partes iguales, una reserva hotelera al ser atendida en español por el recepcionista. Truculenta anécdota que demuestra cuán ingrata es la vida en Cataluña para un nacionalista catalán. Ahora uno entiende por qué gimotean por los rincones cuando un camarero inmisericorde, movido por las más aviesas intenciones, les sirve un refresco de cola en la lengua de la opresión colonial.

Su último objetivo, “casus belli”, ha sido una modesta tienda de arreglos de ropa situada en el barrio de Sant Andreu, regentada por inmigrantes (“nouvinguts” en neolengua progre) que aún no han sido pasados por el cedazo normalizador. Las redes, segmento separatista, han echado humo. De modo que vas tan ricamente a que te cosan el dobladillo de los pantalones y esos desalmados, sin mediar palabra, te dan los buenos días en español… los muy sabandijas. Tú, con toda tu buena fe, te piensas que estás en la capital de Cataluña (“cap i casal”) viviendo íntegramente en catalán y resulta que lo mismo da que vivieras en la jodida Calasparra… repleta de murcianos que infestan el aire con la pestilencia de sus mal digeridos garbanzos y que caminan con los brazos separados del tronco por la presencia de purulentos golondrinos en sus malolientes sobacos. Qué desesperación.

Que las lenguas sirven para entenderse es cierto cuando nos referimos a los hablantes de la misma (y aun así con reservas, pues no siempre hablando se entiende la gente) o a la Humanidad en su conjunto si echamos mano de las lenguas que, por razones históricas y por su difusión mundial, son consideradas “lenguas francas”. Pero en virtud del modelo autonomista adoptado en España, eso no es cierto. Las lenguas cooficiales en España sirven para desentenderse, pues devienen un multiplicador de identidades micronacionales. También sirven para crear obstáculos, trabas al movimiento de personas por motivos profesionales y para establecer derechos políticos diferenciados. Algo así como una rémora feudalizante, sea el pago de diezmos, alcabalas, impuestos de portazgo en aduanas interiores o el derecho de pernada. Por favor, se ruega que nadie cabal vuelva a repetir, siquiera como declaración de buenas intenciones al iniciar un debate, esa cantinela boba de que “las lenguas sirven para entenderse”. Aquí y ahora es todo lo contrario. Y comoquiera que propenden a la desigualdad cívica, son un instrumento contrario a la libertad.

El boicot al comercio de esa modistilla anónima pone de manifiesto el grado de miseria moral, de iniquidad, al que se puede llegar en defensa de las lenguas que son incorporadas a un proyecto identitario. Cabría, acaso, si uno fuera un activista de ese mundillo (hay que tener cuajo para ello), exigir a las grandes superficies comerciales, a empresas importantes, por aquello de medirse con un rival poderoso, que incluyeran su información en la lengua reivindicada… pero elegir a un enemigo liliputiense para morderle la oreja describe con precisión la calidad del artífice de esa estrategia ventajista. Es como el niño grandullón que acosa en el recreo al más vulnerable de la clase, a ese gafitas patoso y flacucho como un esqueje. Dicen que la importancia de un hombre se mide por la talla de sus enemigos: “Arreglos de ropa La Guajira”. ¡Qué gran hazaña! ¡Meterse con una costurera que allá al fondo, en su tabuco mal iluminado, cose unos botones! Una verdadera gesta a inmortalizar en un largo poema épico comparable al “Mahabharata».

Pido a todo el mundo que si en vida nuestra el péndulo de la Historia oscila en sentido contrario al actual, no caigamos en la fea tentación de envilecernos cometiendo esa misma fechoría, ese alarde de intolerancia como de malsín inquisitorial. “Maldición, esa panadería no está rotulada en español… es una agresión insufrible. Esto no quedará así”. El próximo envite de los catalanistas enrabietados será, si cumplen con los tiempos y estándares de la coacción política, primero un mordisquito y luego una ensalada de hostias, recorrer barriadas en ronda nocturna provistos de botes de pintura y aerosoles, señalar con eñes los comercios levantiscos que incumplan la normativa y convocar a los CDR para darle un escarmiento a esa gentuza. Pintadas infamantes, escaparates rotos y alguna paliza ejemplarizante. Kristallnacht, noviembre de 1938.

Una vez desatadas las hostilidades, tampoco se librarán los menesterosos del acoso de los “escamots” (comandos o escuadras): cadenas de hierro, porras extensibles, bates de béisbol y rotuladores de punta gruesa para reescribir esas demandas de auxilio económico en la lengua sagrada. La mayoría de los carteles petitorios que muestran los pedigüeños están redactados en español. En las inmediaciones del mercado de San Antonio, un señor solicita ayuda para mantener a sus tres nietos. Han pasado los años y el texto es el mismo y uno sospecha que los nietos ya han hecho la mili. No obstante, últimamente florecen, albricias, fruto de la inmersión obligatoria en la escuela pública, carteles escritos en catalán, cierto que en muchos casos contienen groseras faltas de ortografía… luego se habría de reforzar la presión “inmersiva” en las aulas, pues el esfuerzo, a juzgar por los errores aludidos, no ha sido suficiente.

Pensando en la lengua que utilizan modestos comerciantes en el seno de una sociedad bilingüe, es decir, la gente particular (aquí no hablamos de las administraciones, que es harina de otro costal), para publicitar sus negocios, y en la función cívica que creen cumplir los chivatos delatando a aquéllos, concluyo que debo agradecer al cielo una cosa al menos: que siendo catalán, no soy catalanista. Qué alivio. Cierto que mi vida, irrelevante, un número más, se acerca más a la insignificancia, al fracaso que al éxito. Sé lo que valgo. Y es hora de hacer balance. Pero no me verás jamás denunciando a un pelanas, que no es ni más ni menos que yo mismo, por vender “escombres” en lugar de “escobas”. A uno le faltan agallas para semejante felonía.

(*) ACA: “Agencia Catalana de Consumo”, en español

Arreglos de ropa. Servicio de tintorería. O cuando Satanás adopta ropajes desconcertantes

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