«Roda el món i torna a Camprodon» («Recorre el mundo y vuelve a Camprodón»)

El tractor de la Asociación por la Tolerancia regresa a nuestras coordenadas geográficas tras su paso por las Fallas de Valencia (“ninot” de Puigdemont «desposando» a “Pinganillo” Sánchez… “por siete votos tienes el culo roto”) para recorrer “les contrades del pais” (caminos, sendas y “regiones” en sentido amplio) y visita Camprodón, comarca del Ripollés, provincia de Gerona. Esto es, territorio Orriols, una de las emergentes figuras del nacionalismo catalán (Mori Espanya i visca Catalunya! (*), que así concluye sus exaltadas soflamas la aborigenista ultramontana). Acudimos a esa bonita localidad famosa por el Puente Nuevo, confluencia de los ríos Ter y Ritort, y por las galletas Birba, omnipresente golosina en tantos piscolabis, de la mano de Ángel Escolano, presidente de Convivencia Cívica Catalana.

En efecto, el joven y activo abogado de la resistencia contra el nacionalismo, que lo será siempre (joven) a causa de su inalterable fisonomía (**), se desplazó hasta Camprodón para denunciar al consistorio gerundense por el flagrante incumplimiento de la traída y llevada Ley de Banderas vigente (sic) en España, que es, probablemente, la ley más incumplida del mundo. Comoquiera que Escolano no tuvo ocasión de presentar la denuncia en las dependencias municipales por trabas burocráticas, decidió hacerlo en el cuartelillo de la Guardia Civil sito en la carretera de Molló, a unas cuadras de distancia del ayuntamiento infractor. De entrada sorprende que, a pesar del repliegue paulatino, pero constante, de unidades de la Benemérita y del Cuerpo Nacional de Policía, a causa de las cobardícolas cesiones de los sucesivos gobiernos nacionales a las demandas nacionalistas, persista dicho cuartel en aquellos parajes. Pero la sorpresa fue mayor cuando el protagonista de este episodio, al personarse en el cuartel, comprueba incrédulo que tampoco ondea allí la enseña nacional. Acabáramos.

Uno se malicia que nuestro abogado justiciero, al inquirir al oficial al mando, se llevara la tan socorrida respuesta en estos casos: Es que precisamente hoy tenemos la bandera en la lavandería… si regresa usted mañana la verá ondear en el mástil majestuosamente. Qué casualidad. Ésa es la cantinela que siempre tienen a mano los burgomaestres de obediencia separatista al recibir un requerimiento judicial para colocar, no de grado, si no tras denuncia, la bandera rojigualda en la balconada edilicia.

Ésta en apariencia inocua anécdota (que en absoluto lo es, pues cuando se desobedece una ley, por protocolaria que sea o por limitado que sea su alcance, se traslada el mensaje de que se obedecerán las leyes según el gusto y capricho de los representantes electos encargados de hacerlas cumplir) nos dice que de aquella antañona consigna del “Todo por la Patria” sólo queda el letrero y que el instituto armado, en virtud de la obediencia debida que le informa, y dado su carácter militar, tiende a confundirse con el paisaje por la bizcochable voluntad del generalato. En otras palabras, las leyes que me placen se observan de manera meticulosa, y las que no, allá películas. Y la misma fórmula se aplicará a los derechos fundamentales de la ciudadanía: los que considero míos son sagrados, inviolables, y los que otros reclaman para sí, me la soplan.

Ejemplos concernientes a la Guardia Civil no faltan de un tiempo a esta parte, lamentablemente. Recuerda uno con bochorno infinito al Jefe del Estado Mayor del cuerpo, J.M. Santiago, en comparecencia ante los medios durante la pandemia (ésa de la que nos dijera un tipo llamado Pedro Simón -¿qué ha sido del andoba ése?- que en España habría muy pocos casos, y de la que todavía no sabemos el balance definitivo de fallecidos que dejó a su paso), cuando afirmó que una de sus misiones, relacionada con la gestión del coronavírico holocausto, consistía en vigilar los bulos en los medios y en las redes críticos con la acción de gobierno. En la ensalada hay más ingredientes, sea el de la animadversión de Pequeño-Marlaska, es decir del gabinete ministerial en pleno, siempre a las órdenes de sus socios de investidura, contra el coronel Pérez De Los Cobos por su actuación contra el golpe urdido en el año 2017 por el gobierno regional de Cataluña. O la presunta implicación en el caso “Mediador” de un general, Espinosa Navas… caso incrustado en las fechorías del universo “Tito Berni”, variopintas corruptelas del socialismo en Canarias que, como tantas otras de la misma bandería, acaban, es una constante matemática, entre putas y cocaína.

Pero hay más. Subimos la apuesta y nos damos un garbeo por la región marítima del Estrecho, controlada a placer por los narcos, pues su flotilla es infinitamente más poderosa que las zodiac que opone la Guardia Civil… unos artefactos hinchables por el mismo procedimiento, insuflar aire a pulmón gentil, que el de las colchonetas de playa infantiles con forma de cocodrilo o de unicornio. Por aquellas playas, Tarifa, Barbate, y otras muchas, navegan alegremente, como si fueran yates de recreo, los reyes del hachís armados con machetes, embistiendo a las patrulleras impunemente y matando a pares a los agentes de escala básica. No acaba aquí el carrusel de estropicios. Se ha sabido recientemente que fueron expurgados dolosamente expedientes de atentados terroristas, no esclarecidos, por orden de la superioridad para omitir lacayuna y vergonzosamente la presunta participación de Arnaldo Otegui (“ese hombre de paz”, Zapatero dixit) en al menos un asesinato. Chúpate ésa. De tal suerte que la cúpula de la Guardia Civil caminera (“avanzan de dos en fondo”), émula de la colosal bellaquería de Conde-Pumpìdo, anda dispuesta a manchar tricornio y capote con el polvo del camino.

Así están las cosas en esta España nuestra desnortada y desnacionalizada. Trabajo no le faltará al bueno de Ángel Escolano en cuanto regrese de Camprodón al área metropolitana de Barcelona. El fenómeno se repite en distintas alcaldías regentadas por socialistas del PSOE-PSC (y no es un gazapo, no invertimos al descuido los términos del binomio, pues el partido matriz es el PSC y la sucursal madrileña el PSOE): Molins de Rei y Montcada i Reixach. El primero de ellos, Xavier Paz, se jacta en las redes de burlarse de las disposiciones judiciales que le instan a colocar la bandera nacional en la balconada consistorial. Ya conocemos el guion: lavanderías, minúsculos banderines de mesa en un rincón (siguiendo la estela del alcalde de Gallifa, provincia de Barcelona), o banderas atadas al mástil para impedir su undívago movimiento. Y el segundo, Bartolo Egea (obediente al fenotipo “zampabollos”), no ha desafiado ninguna sentencia judicial, que sepamos, pero me atrevería a decir que obvia el sentimiento de pertenencia nacional, a lo poco, del 80% de sus votantes, bien entendido que la mayoría de ellos cree votar al PSOE de Felipe González cuando en realidad lo hace al PSC… queriendo con ello decir que los antedichos son capaces de tragarse cualquier sapo, aun el más venenoso. Roda el món i torna a Camprodon, que dicen por aquellos lares.

(*) ¡Muera España y viva Cataluña!

(**) Un poco a la manera de Errejón, sólo que Escolano es persona diligente y capaz y no un listo cardón que no da un palo al agua (“beca black”, universidad de Málaga) y sólo piensa en ronearse con las churris más chic del universo podemita.   

Hasta las p*****s de las galletas Birba. Rellene usted los espacios (asteriscos) con las letras que faltan

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