«Sí, quiero», digo, «Sí, vull»

Todos recordamos la intermitente campaña del nacionalismo exaltado amplificada por la difunta Marta Ferrusola, la godmother del clan Pujol. Aquella madre ejemplar que enseñó a su numerosa prole a reciclar bolsas de basura, colocando cada una de ellas en el contenedor, digo, en el banco andorrano correspondiente. Un caso de corrupción milmillonario del que ya no se habla, desvanecido como la niebla matutina a medida que se afianza el día… graciosa concesión de las acomplejadas política y justicia españolas al particularismo catalanista por aquello de “no volar todos los puentes”(*). Fem fills catalans! (“engendremos hijos catalanes”), clamaban los voceros del aborigenismo enragé. El lema genesíaco lo firmaban los chicos de Estat Català (el partido histórico del chiflado de Maciá), hoy integrado, si no ando mal informado, en FNC (Front -Frente- Nacional de Catalunya), a su vez desplazado, o absorbido, por el pujante fenómeno Orriols. La aportación de la finada consistió en cuantificar el número ideal de hijos: al menos, tres. Según Ferrusola, con ese mínimo filial por matrimonio, la renovación generacional quedaba asegurada frente a la invasión inmigrante en oleadas sucesivas auspiciada por los gobiernos coloniales. De ese modo fracasarían los diabólicos planes urdidos en Madrid para desnaturalizar la cultura catalana: firme, inquebrantable, como esos rocosos acantilados que se alzan orgullosamente, batidos en vano por la mar embravecida.

Para que los hijos sean catalanes, también lo han de ser los padres. Sólo que aquí no vale cualquier “subtipo” de catalán, ojito. “Charnegos (“xarnegos”) abstenerse”. Hoy “nyordos (ñordos)” por charnegos. La arboladura genealógica de los futuros catalanes no puede estar contaminada por injertos foráneos. Nada de mestizaje. Se ha de preservar en perfecto estado de revista el ADN catalán, ése que según Oriol Junqueras nos asemeja más a los franceses que a los españoles. No hay más que echarle una mirada al interfecto y al punto descubrimos su sorprendente parecido con Alain Delon o Johnny Halliday. ¿Y quién hay tan ciego que, por superposición de imágenes, no vea a Sylvie Vartan o a Françoise Hardy en cuanto “la Rahola” aparece en pantalla? En efecto, en las redes sociales del localismo particularista triunfa estos días un mensaje que insta a los catalanes de verdad, a los catalanes de pura cepa (más o menos) comprometidos con la defensa de la patria ultrajada, a contraer nupcias entre sí. Olvídense de abrazos maritales con hombres y mujeres de otras latitudes. Esas reales hembras andaluzas, o canarias, tan sensuales, y ese acento cautivador… que te guiñan el ojo y ya te han desarmado. ¿Hombres? Ni un mesetario, ni cosa parecida, por atractivo que sea, que para eso ya tenemos buenos mozos, duros como el granito, en La Garrocha o en La Plana de Vich, y siempre con la longaniza a punto.

TV3, al quite de las demandas de ese segmento de la sociedad al que sirve, aunque la paguemos todos, incluidos aquellos a los que desprecia e insulta, ha colado en su programación un espacio de esos de “primeras citas” o “emparejamientos”, Climax.Cat, que publicita con un Cupido, inequívoca declaración de principios e intenciones, tocado con una barretina. Se trata de cultivar la versión “kilómetro cero” del amor. Vamos, el “Nosaltres Sols!” de toda la vida.

El llamamiento a la carnal coyunda amparada explícitamente en la institución del matrimonio (estabilidad y permanencia), a contraer entre personal autóctono, y vetada mediante cordón sanitario-amoroso a incorporaciones externas, transmite resonancias antiguas, de aires ranciosos, que nos remiten a la edad inaugural del nacionalismo político, de hechuras románticas, decimonónicas. Aunque es seguro que contamos con precursores eximios en nuestro propio indigenismo, el artefacto trae a las mientes a un personaje de la catadura de Sabino Arana, pues los nacionalismos periféricos, identitarios o esencialistas, son básicamente intercambiables. El interfecto hizo especial hincapié en la preservación de la pureza étnica y por ello instaba a los vascos (de ocho apellidos) a casarse entre sí. El escenario ideal para promover esos futuros enlaces eran, claro es, los pique-niques en la verde campiña, las sociedades folclóricas, gimnásticas y excursionistas, los festejos populares con su ameno programa de danzas tradicionales, recitales de “bertsolaris” y juegos rústicos (levantamiento de piedras, desmochado de troncos a hachazos, ese tipo de cosas), donde “los vascos de los caseríos bailan de manera honesta, separados los sexos”… nada de los bailes agarrados de esos “maquetos” piojosos, caracterizados por el promiscuo y concupiscente rozamiento de los cuerpos, donde afloran las pendencias y las reyertas a navajazos a causa de los vapores del vino trasegado sin mesura. Esa gentuza maloliente que llegaba a carretadas a Bilbao, y a las poblaciones aledañas, para trabajar en la siderurgia. Ése, pizca más o menos, era el lienzo que, de las verriondas costumbres de los foráneos, pintaba Arana. Un delirio báquico, orgiástico, ajeno a la bondad adánica, primigenia, de los nativos, al bucolismo de esa Arcadia feliz que retrata, incluso décadas más tarde, Herbert Brieger en el documental pro-nazi titulado “Im Lande der Basken”.

Queda dicho, la recomendable “endogamia” de grupo es una de las primeras reacciones a la defensiva de los movimientos aborigenistas ante los extraños que amenazan nuestras “esencias”, nuestro ser colectivo. También adoptó esa fórmula la resistencia melanesia a la colonización occidental durante la época levantisca de los cultos “cargo” (alrededor de 1.930), según nos cuenta Peter Worsley en su ensayo “Al son de la trompeta final”. Era fundamental que las nativas se resistieran al abrazo de los extranjeros: antes el suicidio, la muerte. De modo que los catalanistas más exaltados del momento presente desandan el camino y concluyen que la esperanza en un futuro promisorio para el pueblo elegido, la Cataluña prístina, original, habría de venir de la mano de recetas antiguas, centenarias, ya descatalogadas.

Un antecedente algo más moderno lo sirve la escritora Mercé (Mercè) Rodoreda, muy apreciada por el nacionalismo. Nos trasladamos a 1936, año de publicación de su novelilla titulada Aloma, que a los bachilleres de mi generación nos colocaron, velis nolis, en el programa de lecturas obligatorias. En un pasaje de la misma, un desconocido piropea al personaje central. “Me lanzó una flor en castellano”, nos dice Aloma. Y aunque el galanteo no le molesta (no se estilaba en aquella época manifestar desaforada hostilidad a los micromachismos heteropatriarcales), a renglón seguido establece como inquebrantable principio vital su voluntad de contraer nupcias con un hombre que hable su misma lengua. Nada nuevo bajo el sol. Quiere decirse que, como poco, esta campaña en las redes tendente a un renovado y brioso “nupcialismo” catalanista nos retrotrae la friolera de noventa años.

No está de más hacer un par de consideraciones. Por aquel entonces, años 30 del pasado siglo, la “lengua” era un vector más fiable a la hora de establecer los orígenes de cada individuo. Entiéndase, el catalanismo siempre ha utilizado la lengua, ya desde el último cuarto del XIX (“Renaixença”), a guisa de marcador étnico (“etnoide”, en realidad) y de elemento vertebrador de la construcción nacional a través de la conjunción de mitos para consumo interno de parroquianos y de la acción política concreta, sea el caso del proteccionismo arancelario de Cambó. La población procedente de otras regiones no había sido sometida a un drástico proceso de inmersión idiomática como el hoy vigente en el sistema educativo. Las segundas generaciones de esos inmigrantes aprendían a hablar catalán en contacto con la sociedad receptora, pero el mandato nacionalista en ese ámbito era algo incipiente y no estaba tan consolidado como en la actualidad tras cuarenta años de cansina y monocorde insistencia, y extendida ahora a todos los espacios de la vida pública: la rotulación comercial, las comunicaciones oficiales o la absorción de la estructura administrativa del Estado mediante las transferencias competenciales en favor del gobierno regional.

En resumidas cuentas, el conocimiento de la lengua catalana por los avecindados en la región, la capacidad de utilizarla a nivel oral y escrito, es prácticamente total. Cosa distinta es la resistencia a hacerlo en determinadas situaciones como profilaxis ante unas imposiciones cada vez más intrusivas y antipáticas. Hoy, por así decirlo, no funcionaría aquel trabalenguas del “setze jutges mengen fetge… (**)” para identificar a los forasteros, como sucediera durante la revuelta “dels Segadors” (***), y a renglón seguido degollar con afiladas hoces a quienes no pasaran el examen. En estos aperreados tiempos, el ciento por cien de los menores de 55 años se librarían de tan fatídico desenlace. De modo que en el momento presente hablar catalán no garantiza nada necesariamente (o menos que en décadas atrás) en lo atinente a la obediencia a los preceptos nacionalistas. Carajo, si hasta los terroristas de los atentados de Las Ramblas (año 2017), criados en Ripoll, hablaban catalán.

¿Quiere decirse que esta iniciativa esponsalicia está condenada al fracaso, que nace muerta? No, nada de eso, no subestimemos el poder evocador del mito y de la leyenda cuando se trata de nacionalismo identitario, pues la disociación cognitiva de masas nos permite habitar la realidad y la fantasía al minuto siguiente. Basta con decir, “sí, quiero”… es decir, “sí, vull”. 

(*) Por llevarme la contraria, leo en un digital que el juicio contra los Pujol se verá en diciembre de 2025 (largo lo fiais). Es muy posible que la propia naturaleza dispense al Molt Honorable de comparecer ante el tribunal

(**)  “Dieciséis jueces comen hígado…”

(***) ”Revuelta de los Segadores”

Ets catalana de soca-rel?

-I tant, vinc d’ Olot. I el teu ocellet… piula en català?

-Clar i català… (aparte)… verás cuando esta monada se entere de que mis padres son de Tomelloso…

(“¿Eres catalana de pura cepa?” “Desde luego, soy de Olot. ¿Tu pajarito pía en catalán?” “Claro y catalán”…)

Manteros por la patria

Aziz Faye ha hablado. Pífanos y tambores. Sentencia el protagonista de esta tractorada que en Barcelona sólo el 30 por ciento de la población utiliza la lengua catalana en su vida cotidiana de manera preferente. Se deduce de su demoledor veredicto que dispone el hombre de minuciosas estadísticas. Vamos, que no habla a humo de pajas. Por si había alguna duda acerca del firme compromiso de tan insigne personaje con nuestra comunidad, se declaró años atrás partidario acérrimo del llamado “derecho a decidir”.

El señor Faye, senegalés de cuna, es el máximo dirigente de SMB, Sindicato de Manteros de Barcelona, generosamente subvencionado durante el mandato municipal de la inolvidable Ada Colau. Cabe decir que la carismática alcaldesa ha decidido apartarse temporalmente de la política activa… pero que no cunda el pánico, no se resigna a dejarnos huérfanos, abandonados en el páramo, y ha tenido a bien tranquilizar a la población: allá en donde ella esté jamás “dejará de combatir a la ultraderecha”. Y todos respiramos aliviados por el peso de encima que la doña nos quita. Acaso trata de digerir, con ayuda de profesionales, aquel turbio episodio vivido en sus carnes durante una recepción oficial con altos (por grado) mandos del Ejército. Y es que a alguno de los militares, al parecer, se le fueron las manos y sobó a conciencia a la interfecta… en desdoro de las armas nacionales. A las mujeres, amamos, proclaman en sus brindis los caballeros legionarios, pero hay que entender que no a todas por igual. Y que, ante determinados requiebros galantes, y en consideración a las gracias que adornan a la flamígera y resplandeciente alcaldesa, es menos lesivo recibir la orden suicida de tomar a bayoneta calada un fortificado nido de ametralladoras. Llamamos aquí “alcaldesa” a Colau porque pareciera que lo sigue siendo. Es una sensación generalizada.

La ocupación profesional del señor Faye, y de sus sindicados, consiste, si no estamos mal informados, en colocar productos sin licencia, falsificados, principalmente a los turistas que visitan la ciudad condal. Lo mismo camisetas de fútbol, que bolsos, gafas de sol o zapatillas deportivas. A saber: “Adadis” por Adidas, “Reiban” por Rayban y “Amami” por Armani. Los manteros, venta al público, son el último eslabón, no necesariamente el más débil, de la cadena. Pero antes de llegar a esa fase, el artículo ha de ser elaborado, no hay tutía. Y es fama que sus condiciones de fabricación no cumplen los estándares recogidos en nuestra legislación laboral, al margen de su calidad, que es aquí cuestión secundaria. El comercio del que los manteros forman parte podría definirse como “anti-comercio”, pues supone una competencia desleal a aquel otro, regentado por pequeños empresarios, que paga tasas e impuestos y está sujeto a control fiscal, y además crea empleo cotizante, es decir, el empleo que financia pensiones.

A nuestros ojos repugna la idea de la explotación laboral asociada a este tipo de actividad mercantil. Se dice que en la manufactura de estos artículos se emplea a niños en sórdidos cuchitriles, ergástulas clandestinas, sin apenas ventilación. Poco menos que amarrados con cadenas a sus bancos de trabajo, mal alimentados y tratados en definitiva como mano de obra esclava. Una vergüenza y un horror. No son los manteros responsables, claro es, de ese bochornoso régimen de trabajo-robot, de explotación infantil, habida cuenta que muchos de ellos llegaron a nuestro país jugándose el tipo a bordo de ridículas barquichuelas, sometidos a las inescrupulosas mafias de la inmigración ilegal, los nuevos tratantes de ganado humano, en connivencia éstos con entidades de apariencia bonancible y con los gobiernos sectarios e irresponsables que incentivan el efecto llamada gracias a difundir mensajes del tipo “papeles para todos”, provocando una elevadísima tasa de mortandad en alta mar. Tampoco, a decir verdad, son las suyas condiciones de trabajo envidiables, pero, cuando menos, los manteros son adultos y su participación en este comercio fraudulento, aunque condicionada por el estado de necesidad, es voluntaria.

Estas disquisiciones sobre las estrecheces de vidas tan aperreadas no son lo mollar de la presente tractorada. Leo en un digital (Vozpópuli) que el sindicato que lidera Aziz Faye ha sido obsequiado, al menos, con 60.000 € del hala en los dos últimos años. Aziz y su gente aceleran el paso para atar el fardo, tirando hábilmente de unos cordeles, y llevárselo al hombro, como buhoneros de antaño, cuando asoma en lontananza la patrulla de la Guardia Urbana: “¡Agua, la pasma!”. La misma prisa se dan en retratarse ahora junto a Collboni, la defectuosa copia de Colau, y trincar la jugosa gratificación.

El mecanismo reverbera hipocresía. Por un lado se les subvenciona y por otro, de vez en cuando, se les decomisa el género. La persecución a manteros que se refugian a la carrera en una estación del Metro son un clásico en las calles del centro de la ciudad. Bipolaridad consistorial. Una cosa y la contraria. La contraria y una cosa. No es mi intención cargar las tintas sobre esos infelices abocados a la venta ilegal, pero sí indicar algunas circunstancias que hacen de este enredo un paradigma de la incongruencia. De entrada, una persona que habita las coordenadas de la economía sumergida es financiada por la administración local (que habría de combatir, se supone, ese fenómeno). Es decir, con el dinero del contribuyente, y en particular de aquellos contribuyentes que tienen en el comercio legal su modo de provisión. El meollo de su actividad consiste en la falsificación de artículos que podemos hallar en el mercado reglado. Su confección se realiza en condiciones infrahumanas, vulnerando la dignidad de los trabajadores empleados, reducidos a una condición servil. Pues va el citado “enlace” sindical y se dedica a perorar sobre el uso comparado de lenguas oficiales (una, cooficial) en los hábitos cotidianos de la población residente en Barcelona. Fantástico. Y poco menos que se duele de que la desproporción sea favorable a la española que, por otra parte, es la que eligen más ciudadanos en un ámbito de libertad irrestricta, el de las comunicaciones interpersonales en la calle.

¿Acaso habría de incumbir al señor Faye asunto semejante? Quizá sí, si está asociado a ANC, patroneada por Lluis Llach, o a Òmnium. Además, en su descargo hay que decir que cada quisque es muy dueño de mostrar públicamente sus ideas y preferencias. Con todo, no sería mala cosa que Faye supiera discernir entre sus opiniones personales y sus tareas “sindicales”, pues las primeras no habrían de obligar necesariamente a la totalidad de sus afiliados. Cabría preguntarse si predica con el ejemplo y apunta a sus compañeros de fatigas a cursillos de “normalización” lingüística o si fiscaliza sus conversaciones privadas o el idioma elegido por los tales al dirigirse a su clientela para cerrar una venta, cual si fuera uno de esos emboscados espías destacados a escuelas y comercios a las órdenes de Santiago Espot, hoy en la órbita de Silvia Orriols.

Lo que evidencia nuestro protagonista es que, llevado de la divisa popular “allá donde fueres, haz lo que vieres”, ha aprendido en muy poco tiempo a confundirse con el paisaje y contraído méritos más que suficientes para codearse con líderes sindicales de primer nivel del tipo Josep Maria Àlvarez (antes José María), el de la pañoleta palestina o, indistintamente, del fular LGTBI, Pacheco (el clon zampabollos de Manuel Chávez) o Tito Álvarez, en tiempos “barra brava” de los Boixos Nois y ahora dirigente de la sectorial mayoritaria del taxi y recibido con honores por Puigdemont en Waterloo. Lo mejor de cada casa.  

Todo encaja, Faye procede del mundillo de la venta ilegal, ese empleo que no cotiza (el socorrido latiguillo “ellos pagarán nuestras pensiones” no es de aplicación en el presente caso). Funda un sindicato dudosamente legal y, acaso por deformación profesional, defiende el vaporoso e impostado “derecho a decidir” y se erige en paladín de una lengua que sus afiliados en general desconocen y que jamás emplean con la clientela en el ejercicio de su itinerante desempeño profesional. Todo sumado nos traslada idea de sociedad desarreglada, en la que toda anomalía tiene asiento y en la que el sentido común también ha sido bastardeado y falsificado como unas deportivas “Adadis”.  

 

-Eh, tú, Tolerancio… ¿Lo de “MANGO” va con segundas? Mira que te denuncio por xenofobia, racismo o algo por el estilo… que soy del Barça y estoy perfectamente integrado en la sociedad.

«Apartheid» escolar en Cataluña

Años y años soportando la misma turra de los catalanistas. Que la libre elección de lengua en la escuela promovería una segregación afectiva de los alumnos y, por ende, una ruptura de nuestra idílica comunidad educativa, envidiada en medio mundo. Vamos, que los críos, enfrentados en dos bandos, ni se hablarían en el parque. También ha habido polémica por la separación sexuada en algunos centros privados y concertados, si bien éste ha sido un debate a escala nacional. Pero no me pregunten por otras modalidades hoy contempladas en esa delirante y abigarrada casuística: que si género fluido, no binario, el género sui generis (que no sabe uno en qué diantre consiste, pero como etiqueta tiene su qué, transgénero, etc), aun cuando estamos hablando de mozalbetes que en el recreo juegan a las canicas o enloquecen todos tras un balón de fútbol. Esa opción, “niños/niñas”, fue vehementemente rechazada por lo más granado de nuestra progresía. Y de la mano del género, los uniformes, cómo no. Los niños, pantalones, y las niñas, falditas plisadas y calcetines largos. ¿A qué mente perturbada se le habrá ocurrido semejante barbaridad? Un verdadero horror machista y heteropatriarcal: el regreso a las cavernas y al modo de vida troglodita.

Mi generación fue mayoritariamente escolarizada (EGB) en el modelo basado en el dimorfismo sexual de la especie y no recuerdo haber sufrido trauma alguno por ello. Del bachillerato guardo una venial anécdota, “manos blancas no ofenden”, que aún hoy me provoca una amable y, acaso, melancólica sonrisa. Los pupitres eran de a dos. El primer día, cuando se formó el grupo de 1º 4º, toda el aula estaba llena, salvo un asiento libre junto a mí. Y entonces apareció ella, Marta Solé. No le quedaron más bemoles que arrimarse. Me ruboricé por su proximidad y me enamoré perdidamente de ella. Habíamos compartido pupitre y no tuve la menor duda: nuestro destino pasaría por la vicaría. Difícil dar con un adolescente más pánfilo y gilí. Luego la vida ya te va moldeando y a desengaños, trompazos y coscorrones, haces camino. Aunque no dejas de ser bobo si tienes predisposición a ello.

Pero, hete aquí, que no, que de lo dicho nada. Que el apartheid es algo fabuloso cuando de lo que se trata es de domesticar a los alumnos de origen hispanoamericano residentes en Cataluña. Átame esa mosca por el rabo. Y que el Mandela ése era un tonto del culo. Para esos malandrines, Elvis Antonio Requejo y Karol Leandra Cascajosa, la segregación por razón de lengua es una medida docente sensacional. Se ha publicado en la prensa que el “gobierno Illa” planea un período de reeducación de cinco meses para los tales, no a través del trabajo esclavo en colonias agrícolas, o en la zafra de la caña de azúcar, sino de un proceso intensivo de sustitución de lenguas: el catalán os hará libres… se leerá en el dintel de los barracones. Si alguien se pregunta por qué los ecuatorianos, hondureños o dominicanos, y no los magrebís, han de pasar por las horcas caudinas de una suerte de cuarentena lingüística previa, ha de saber que la suya es una pregunta tonta.

Los hispanoamericanos tienen la lengua española como lengua familiar y de uso social extendido, y por tratarse de una lengua potente y que les permite entenderse con personas de otras muchas nacionalidades, no la van a cambiar. Y no introducirán el catalán en sus vallenatos, cumbias, merengues y reguetones. No ha lugar. Por lo tanto, aprenderán, o no, los contenidos académicos en catalán, pero al salir del aula seguirán hablando en español. En cambio, los niños magrebís, si repiten el mismo patrón, hablarán fuera del recinto escolar en árabe, o eso consideran los nacionalistas. En todo caso, si desestiman el catalán y se inclinan por aquél, no pasará nada, pues se trasladará al observador bulliciosa imagen de multiculturalidad en nuestras calles y plazas y siempre será preferible que lo hagan en ese idioma a que correteen por ahí armando follón a gritos en la asquerosa lengua colonial. No en vano, el gobierno regional siempre ha demostrado preferencia por la inmigración norteafricana precisamente por ese motivo (se ha dicho que alrededor del 40% de los musulmanes residentes en España están avecindados en Cataluña). Recordemos la figura angular de Àngel Colom, que tras su paso por ERC y PI (Partit per la Independència, financiando por Millet y el “Palau de la Música”), recaló en CiU como Secretario de Inmigración, siendo frecuentes sus viajes de trabajo (y placer) a Marruecos.

Illa. Para mí tengo que la peor desgracia que padecemos los catalanes no nacionalistas, no es el nacionalismo en sentido estricto, pues el nacionalismo identitario (el de nuestros localistas furibundos) remite a una fase del desarrollo cognitivo y discursivo pueril, anclado en fábulas y leyendas, una historiografía literaria como de cuentos de hadas y duendes, y es un fenómeno risible: Breogán y su brumoso reino, la batalla de Arrigorriaga o nuestras cuatro barras de sangre, tachán. Otra cosa son las consecuencias que se derivan de su ejercicio del poder y entonces la sonrisa se te borra de un plumazo. Lo peor, y con diferencia, es padecer a aquellos que no se tienen por nacionalistas, pues así se definen los Montilla, Illa, aquella bazofia de ICV o Colau, pero que se comportan como tales y suben la apuesta cuando mandan para confundirse con el paisaje (nadie multó más por la rotulación comercial que el sonderkommando Montilla, nadie excluyó más la lengua española en las comunicaciones municipales de Barcelona que Colau, o ahora Collboni). De tal suerte que el nacionalismo nunca pierde, pues aunque el escrutinio y el reparto de escaños les sean desfavorables, de un modo u otro, siempre mandan, pues las políticas adoptadas son las suyas.

Se denomina “apartheid” a cualquier tipo de diferenciación social dentro del contexto de una nación (o región en el presente caso) que establece derechos estancos y distintos en función del factor social elegido como prevalente, de tal suerte que un sector de la población disfruta de plenos derechos y otro es relegado a la marginalidad. Illa ha ido más lejos que nadie. Y es que a veces los nacionalistas, “que no se diga, que no se nos vea tanto el plumero”, son más reacios a dar el paso que sus lacayos de librea: “qué narices, nos hacemos ver… y mis cojones a caballo. Aquí está Gunga Din-Illa, aguador del 1º de Fusileros de Pembroke al servicio de Su Graciosa Majestad”. Illa, el palanganero. Ni siquiera nos garantizan los impulsores de esta aberración que sus sesiones de adoctrinamiento (cinco meses) y ese esfuerzo “normalizador” (Sóc la Norma) acaben con la pertinaz propensión al “perreo” (“¡Dame más gasolina!”) del alumnado hispanoamericano, ese subgénero musical atorrante y manicomial capaz de enloquecer al más pintado. Claro, que si la alternativa pasa por engancharlos a los cantautores catalanistas, tipo Lluis Llach o Nùria Feliu, o al pop en catalán, no ganamos nada.

En esta componenda espantosa, que no ha tenido gran eco mediático por otra parte, acaso a la espera de ver en qué se sustancia ese plan bochornoso e indigno, los paralelismos con Sudáfrica son los que siguen: los nacionalistas encarnan al gobierno afrikáner y los socialistas de Illa interpretan el lastimoso papel de sus colaboradores de Inkhata, la facción zulú liderada por Buthelezi, que se apuntó a la segregación racial a cambio de un bantustán para él solito (un territorio, casualmente con la misma extensión de Cataluña) y dotado de un cierto nivel de autonomía. El más indigno de los papeles, pues una cosa es ser el malo de la peli, que luce mucho si la peli es buena, y otra, el mamporrero del malo, el subalterno que va detrás del jefe, encorvado, limpiando salpicaduras y chafarrinones con una bayeta al hombro.

Con el paso del tiempo a veces uno sospecha que en su día equivocamos el tiro, que eso de demostrar desde un punto de vista lógico y pedagógico el disparate colosal de la inmersión escolar obligatoria en lengua cooficial, no cala en la opinión pública, que está a otras cosas de más chicha (gambas, torreznos), pero menos enjundia. Artículos sesudos, estudios minuciosos, los mejores especialistas, pruebas a favor evidentes… cualquiera sabe que tenemos toda la razón del mundo, incluso los malos, pues no son idiotas. Pero a estos últimos, la razón y el sentido común les dan igual porque ellos se mueven en virtud de un proyecto político, de una voluntad. Y como nosotros no tuvimos nada de eso, perdimos la batalla, acaso la guerra. Desde el minuto uno habría aprovechado más enfatizar el vector “libertad” y contratar los servicios de un buen publicista. Por ejemplo, a ése que cuando se debatía años ha la aprobación de las bodas gays, zanjó la cuestión de un plumazo con un efectivo “¿Es que no quiere usted que la gente sea feliz?”, recurso “emotivista” y de ventaja, populista y demagógico, de auténtico tahúr, capaz de enmudecer al más empecinado detractor.

Bajo ese prisma, el de la libertad, el apartheid lingüístico que diseña el gobierno regional de Illa para los estudiantes de origen hispanoamericano es, posiblemente, una de las cosas más increíbles y espeluznantes que verán nuestros ojos.  

  

Vidas paralelas: Salvador Illa y Mangosuthu Buthelezi, líder zulú y aliado, en tiempos, del gobierno segregacionista de Sudáfrica. Que ya luego supo avenirse a los cambios y formar parte del nuevo gobierno de unidad nacional tras la erradicación del apartheid

«¡Puta España y feliz Fiesta Mayor!»

Todos los pregones de las fiestas mayores de Cataluña han de finalizar con un “¡Puta España!” y con la quema de una bandera nacional. La consigna ha corrido como la pólvora entre los usuarios catalanistas de las redes sociales. Es una de las secuelas de la llamada “revolució dels somriures” (revolución de las sonrisas), es decir, el famoso “proceso”. Una divisa, “puta España”, que retrata el “buenrrollismo” imperante en la bandería del aborigenismo exaltado. Se nos presentan como personas cívicas, respetuosas, “no vamos contra nadie”, gente cool, que se decía, como más avanzada, progre y con mayor amplitud de miras que no los “españolazos” o “ñordos” (“nyordos”, esto es, “zurullos”, “mojones”), esos tiparracos con rodelas de sudor en los sobacos que cecean al hablar, pegan a sus mujeres regularmente, abusan de sus hijas y eructan y se ventosean mientras comen.

No hace tanto tiempo era fama que partidos como PSC y PP eran de esos que se suben al palo del gallinero y no sabía uno de qué lado caerían. Pero de unos años acá, y ahora mucho más tras la investidura de Illa (“Mascarilla”) como presidente de la Generalidad, el PSC ha despejado toda duda (si alguna quedaba) y es hoy el partido central del nacionalismo, bien que no expresamente separatista, por aquello de “las dos almas”, o tres, que le adornan. Orbitan a su alrededor ERC, la gente de Puigdemont (con ellos tienen, o tenían, pacto en la Diputación de Barcelona y colocada a mantel y cuchillo a Marcela Topor, la doña del prófugo) y como quiera que se llame el partido de Ada Colau. Con todos se roza, se retoza y requiebra, y a todos rasca votos. El PSC no se corta un pelo para heredar el espíritu de la antigua CiU, la CiU “pre-procesual” de la época dorada (sic) de Jordi Pujol, con el beneplácito de la funesta y deshonesta patronal catalana. Ya conocemos la milonga: “(Puta) España, hazme caso a mí que sólo yo puedo contener a estos radicales descerebrados. Soy la garantía de la convivencia pacífica”.

Ha sucedido en Villafranca del Panadés (Vilafranca del Penedès). El consistorio, gobernado por el PSC, no ha tenido más deslumbrante idea que encargarle el pregón de la fiesta patronal a un tipo llamado Otger Ametller (mi segundo nombre es “trabalenguas”) que había sido concejal de CUP en la anterior legislatura. Al parecer el interfecto se licenció en Psicología (más bien lo suyo es la “piscología”) y se anuncia como experto en la “prevención de drogadicciones”, aunque uno se malicia por sus maneras y mensajes que su relación con los narcóticos se sitúa en una fase posterior a la preventiva. Con una bandera estrellada en el escenario concluyó su parlamento festivo largando el preceptivo “¡Puta España!”. Un alegato final, como se dice ahora, la mar de “inclusivo”.

Según los datos disponibles, en las últimas elecciones celebradas en la localidad, las europeas de junio, los partidos que defienden inequívocamente la unidad nacional obtuvieron el 16% de los votos escrutados, es decir, una minoría, cierto, pero significativa. No he contemplado el voto destinado al PSC, casi un 29%, la candidatura más votada, pues no hay manera de saber cuántos de ellos encajarían en la categoría anterior y cuántos no, bien entendido que con arreglo a la ley, españoles lo son todos, incluidos los simpatizantes de Puigdemont, de ERC o de Colau. En resumidas cuentas, que el pregón de la fiesta mayor villafranquesa, una fiesta que han de sentir, se supone, como propia, y participar en ella si lo desean, todos los avecindados en el lugar, expulsa de la misma a un porcentaje considerable de aquéllos, antes incluso de dar comienzo. Una fiesta sufragada con cargo al erario público, es decir, al bolsillo del contribuyente allí empadronado y a quien no se le pregunta al cobro de las tasas municipales sus sentimientos de pertenencia nacional. Para pagar impuestos vale todo quisque, aunque sea un “putospañolazo” villafranqués.   

Agarro el tractor y en ruta por nuestra red viaria llego a Granollers, capital comarcal del Vallés Oriental. Estoy a punto de igualar al Molt Honorable, el padre de la patria, que en los años 60 del pasado siglo visitó, ahí es nada, todos los pueblos de Cataluña al volante de su SEAT 600 para contactar a caciques y jerarquías locales e inocular por el territorio (“el territori”) la semilla de un renovado catalanismo (el de siempre: “el peix al cove”) que habría de brotar exuberante a la que se apagara definitivamente la languideciente lucecita de El Pardo. Buena prueba de su exitosa campaña de reclutamiento fue que en las primeras elecciones en democracia no menos de 250 alcaldes del tardofranquismo concurrieran a los comicios bajo las siglas de CiU. 

También gobierna el PSC la populosa villa de Granollers. En el programa de la fiesta mayor ha tenido mediática notoriedad la inclusión de un taller, arrea, de elaboración artesanal de cócteles molotov y de adiestramiento guerrillero destinado a niños de primaria. Fantástico. Cambiamos chupetes por bazucas. La orientación pedagógica de la actividad ha causado verdadera sensación. Lo primero que le viene a uno al caletre es lo siguiente: por un lado se insta a los niños a aprender las cívicas virtudes del reciclaje, pongamos por  caso, “los envases de plástico al contenedor amarillo”, al tiempo que se les alecciona para echar los dientes (aún de leche) en la “kale borroka” quemando esos mismos contenedores o las marquesinas de la guagua urbana. Prodigioso. Se trata de ir formando las nuevas levas de manifestantes violentos para futuras DUI’s (Declaraciones Unilaterales de Independencia): cortes de carreteras y de la red ferroviaria, asaltos aeroportuarios y otras amenidades por el estilo.

Admira la actitud un tanto laxa de la Comisión de Fiestas encargada de cribar las actividades observando, es un purparlé, el respeto a la convivencia y la salvaguarda de un mínimo civismo. “Colocamos el taller de cócteles molotov para párvulos entre la carrera de sacos y la función de marionetas”, dispone el regidor de Cultura. “Magnífico”, apostilla uno de sus secuaces. Al margen de la ocurrencia del conciliábulo festivo, le descoloca a uno el criterio educativo de aquellos padres que apuntaron finalmente a sus retoños a semejante verbena, pues los hubo. El taller se celebró. De haber faltado asistentes habría sido suspendido. Me figuro a uno de esos peques ataviado con pañoleta palestina y una réplica de juguete y a escala de un AK-47 en las manos, compareciendo de esa guisa ante el monitor de la actividad y sus condiscípulos: “Mira qué gracioso está Marc, el pequeño de los García López”.

No seguiré la senda marcada por Muriel Casals, que en gloria esté. Aquella fanática del monolingüismo catalanista que defendía la privación de la patria potestad a los padres que acudían a la Justicia para obtener, por sentencia, una parte al menos de la enseñanza para sus hijos en español: ejercicio básico del sentido común en una sociedad bilingüe y medida correctiva a la devastación académica que supone para el alumnado la inmersión obligatoria en lengua cooficial. No cabe similar recomendación, no se trata de eso, de quitarle el hijo a unos padres, por muy idiotas que sean, o por muy dispuestos que estén a criar a un sociópata. Son contadas las ocasiones en las que han de intervenir los poderes públicos en tan espinosa materia, cuando hay una amenaza manifiesta para la integridad física y mental del niño, y en el presente caso sólo se lesiona, parcialmente, el segundo término del binomio… siempre, claro es, que los cócteles molotov del tallercito de marras no sean reales y sí, en cambio, de pacotilla. Un sindiós. En todo caso, correspondería a las autoridades municipales, al concejal de los llamados “Asuntos Sociales”, velar, digamos, por la conducta tolerable de los niños en los espacios públicos y en relación con sus iguales. Pero no se debe obviar que es precisamente el ayuntamiento de Granollers el promotor (“nihil obstat”) de esta majadería sideral.

Es la deriva natural del PSC, pues de todos, es el partido más proteico, mudable y tornadizo, como esas células líquidas que se expanden y contraen al microscopio. Lo mismo te manda a Borrell a apaciguar a los manifestantes que salimos a la calle en Barcelona tras el discurso de Felipe VI contra el golpe separatista (“¡Esto no es un circo romano!”, en respuesta a la clamorosa y unánime petición de presidio para Puigdemont), con el fondón Iceta atascado en una valla, loco por saltarla y sumarse a la fiesta, que te dirige una “mani” preventiva contra una sentencia aún no fallada por el Estatuto pactado, habano de por medio, entre Zapatero y Artur Mas. Al frente de la misma, el insustancial sonderkommando Montilla sujetaba la pancarta del “editorial conjunto” de la prensa domesticada y corría a guarecerse a un edificio cercano para librarse de una buena ensalada de hostias. Que le coloca de matute a toda España un voraz pacto fiscal, a la vasconavarra, y una independencia de facto dando al fin cumplimiento al proyecto primigenio de Pujol y de sus cuates sin escrúpulos del Fomento (antes Nacional) del Trabajo. El próximo taller, bajo el epígrafe “Cómo descerrajarle un tiro en la nuca a un constitucionalista con munición biodegradable, sostenible y desde una perspectiva de género inclusiva”, ya está en preparación: ¡Puta España y feliz Fiesta Mayor! 

Camiseta conmemorativa de las fiestas de Pueblo Seco (Barcelona), julio de 2024. Se autoriza a cualquiera que lo desee a copiar el diseño, incluido el trasero original. La idea es “dale la espalda a los festejos “institucionales”, no van contigo. Busca tus propios espacios de ocio. No les debas nada, ni un baile, ni una batucada. Que les den”.

Motin (Sergei)

No se me ha olvidado la tilde en la “i” de Motin. Y es que esta tractorada no va de un motín, como el del “Caine”, sino de Sergei Motin, un agente ruso destacado a Barcelona por Putin y que, cumplida su misión, y al poco de regresar a Rusia, apareció muerto. Una de las circunstancias que convierten su óbito en un caso novedoso es que murió, según se ha dicho, en su apartamento y no en la calle. Los agentes de Putin, cuando han de pasar a la reserva “definitiva”, son una excepción al común de los mortales. Sabido es que todos hemos de morir un día, pero ignoramos absolutamente cómo y cuándo. No así ellos, que tienen respuesta fija para uno de los dos interrogantes.

El cómo. Mueren defenestrados, arrojados por una ventana de su propio domicilio, “tropiezo” o “suicidio”, “Adiós, mundo cruel”, o con una concentrada dosis de polonio en las venas. Si usted va caminando por la calle y de repente le cae un señor encima, no lo dude, es un espía ruso. Con todo, sobre el cuándo alguna pista tenemos. Fue Stalin quien instituyó la arraigada costumbre de enchiquerar a no pocos espías procedentes de misiones en el extranjero. Su estancia en destinos allende las fronteras de la URSS, les convertía, ipso facto, en elementos sospechosos, pues habían pasado una larga temporada alejados del paraíso socialista de los trabajadores y aunque su lealtad al amado líder y al régimen fueran inquebrantables, bien podrían portar en sus entrañas, sin saberlo, como la teniente Ripley a esa letal bestezuela de la saga “Alien”, el germen capitalista de la decadencia y de la destrucción.

Y por ello eran inmediatamente aislados, deportados al Gulag o trasladados a los sótanos de la Lubianka para recibir el preceptivo disparo en la nuca. Igual que Putin con Motin, salvo que el finado en realidad muriera infartado tras abrir el recibo de la luz, Stalin también le dio matarile, o, mejor, le marcó el itinerario a seguir a uno de sus más estrechos colaboradores enviados a España durante nuestra Guerra Civil, Koltsov, a quien espetó en su reencuentro: “¿No estarás pensando en suicidarte?”. Edificante anécdota que ya mencionamos en una tractorada anterior (“Rusia es culpable”). La Historia se repite… para muestra un botón: PSOE y ERC se confabulan cada 90 años para dar un golpe de Estado, de 1934 a 2024.

Lo cierto es que Motin murió (o le “murieron”) en 2018. Ya ha llovido desde entonces, aunque poco por culpa de la pertinaz sequía, sólo que tan fatídico desenlace pasó desapercibido. Ha sido a raíz del impulso a la causa conocida como caso “Voloh” que el suceso ha ganado notoriedad. El asunto languidecía por el paso del tiempo y por el abatimiento que genera en el paisanaje el entreguismo del gobierno del traidorzuelo de Pedro Sánchez a los separatistas. El juez Aguirre le ha dado nuevos bríos a ese enredo mayúsculo colando la “traición” en el menú de los cargos, un delito que no contempla la vergonzosa y birriosa Ley de Amnistía avalada por el Constitucional (sic). Y saltan de nuevo a escena Puigdemont, Alay, el embajador plenipotenciario de los catalanistas ante los canacos de Nueva Caledonia, no es coña, Xavier Vendrell, asesor personal del narcoterrorista colombiano Gustavo Petro, y Gonzalo Boye, abogado del fugado y, este mundo es un pañuelo, del periodista español (prensa podemita y Gara) detenido por las autoridades polacas acusado de espionaje pro-ruso. Lo mejor de cada casa.

Ya metidos en harina, yo de Pablo González Yagüe (apellidado Rubtsov en sus papeles rusos, pues goza de doble nacionalidad, descendiente que es de uno de aquellos “niños de la Guerra”), el periodista representado por Boye, andaría con la mosca detrás de la oreja, conocidos los antecedentes, affaire Motin, pues beneficiado por un reciente canje de espías, aterrizó en Moscú y a pie de avión le esperaba el mismísimo Putin para encajarle la mano. Miau. El zar ruso, como sus antecesores Iván el Terrible y Koba el Temible, no es partidario de dejar testigos, esos cabos sueltos que te complican la vida.

Motin fue el emisario moscovita que ofreció a los golpistas catalanes, además de financiación, un galimatías de compra de deuda y de monedas virtuales, la intervención de 10.000 hombres armados para apuntalar la independencia (¿Spetsnaz? ¿Grupo Wagner? ¿Delincuentes comunes excarcelados?). Algunos reputados separatistas han declarado a toro pasado que para conseguir la secesión es imprescindible, efectos colaterales, plantar unos cuantos cadáveres encima de la mesa. De lo contrario, olvídate. Eso se lo habrían explicado a las mil maravillas sus aliados de ETA que por experiencia saben que “matar sale a cuenta” (véase “La derrota del vencedor”, de Rogelio Alonso). Pero nuestros nacionalistas, en el fondo, son de los que pretenden hacer la tortilla sin romper los huevos por no mancharse las manos y no comprometer los millones que han ido dragando de la sociedad catalana durante décadas rumbo a Andorra, Suiza o Liechtenstein. Cierto que a día de hoy cuentan con la colaboración entusiasta del gobierno nacional y un enfrentamiento por desórdenes públicos, en caso de producirse un nuevo desafío rupturista, no parece posible.

No sabiendo si apuntar esa gestión fallida, “los diez mil hijos de Putin”, en el haber o en el debe de Motin, lo que indiscutiblemente pertenece al segundo capítulo es el pufo que dejó en una clínica dental de Barcelona al poner pies en polvorosa: casi 20.000 euros. Eso no se paga por una caries, de modo que no es descabellado intuir que anduviera tentado de cambiar de identidad modificando determinados índices antropométricos. Y no es que pretenda pegarme un tiro en el pie, desdiciéndome del eje vertebrador de mi teoría acerca del “protocolo de actuación en la forzada cesantía de agentes rusos en Cataluña”, pero Sergei Protosenya, empresario afincado en Lloret de Mar, y al parecer implicado en la trama, murió ahorcado (año 2.022) en su domicilio, y su esposa e hija apuñaladas.

Y es que en este putinesco vodevil hay cabida para todo tipo de ingredientes, chuscos y graves, patochadas hilarantes y episodios oscuros, tenebrosos, acaso asesinatos: elementos que hacen al caso para una tragicomedia. Boye, ese perejil de todas las salsas, condenado a prisión tiempo ha por colaboración en el secuestro de Emiliano Revilla, ahora anda en un aprieto acusado de favorecer el blanqueo de capitales de quien fuera su cliente, el narco gallego Sito Miñanco. Una carrera en la abogacía verdaderamente ejemplar. No en vano se sacó el título hincando los codos en el talego, aprovechando el tiempo, tanto como el golpista Raül Romeva (con diéresis en la “u”) tomando en el trullo clases de natación de su entrenador personal.

Estos españoles (dijo Stalin de conformidad con el viejo proverbio ruso refiriéndose a Largo Caballero, Prieto y Negrín) antes verán sus propias orejas que su oro, tras el expolio de las reservas del Banco de España (700 toneladas de oro y plata) perpetrado por las autoridades republicanas. A saber si queda en una cámara secreta del Kremlin alguno de aquellos lingotes y lo usa Putin de pisapapeles. He de admitir que me causa auténtica perplejidad la simpatía por el autócrata ruso de algunos muy cabales amigos. No entiendo cómo, defensores a ultranza de Europa como hecho civilizatorio (las leyendas artúricas, el románico, Dante, las catedrales góticas, Da Vinci, Miguel Ángel, Cervantes, Van Eyck, Velázquez, Bach, Mozart, Goethe), presumen que Putin tenga el más mínimo interés en salvaguardar Occidente de sí mismo, a través de la infestación “woke”, y de sus enemigos exteriores fácilmente identificables.

Lo que está fuera de toda duda, es que ha conspirado y maniobrado para fragmentar España respaldando al separatismo catalán. No diré aquello de “Rusia es culpable”, frase atribuida a Serrano Suñer, y usada como banderín de enganche para alistar voluntarios a la División Azul, pero Putin sí lo es y por eso le deseo lo peor. A él y a sus socios, vivos o muertos, en esta grotesca astracanada. Cierto que Pedro Sánchez, tan egocéntrico y envidioso, le ha dado un codazo para despejarlo de la ecuación y ocupar su puesto. Pero quedará para los restos que Putin, entre España y Puigdemont, eligió al segundo. Un día, también él tropezará en su ventanal.   

“Alto, amigo. A mí no me meta en líos, que soy el doctor Morín… nada tengo que ver con el Motin ése y con el espionaje. Mi especialidad es triturar fetos de seis y siete meses de gestación. Además, ya pasé a mejor vida. Aquí en el infierno lo paso pipa intercambiando experiencias con mi buen amigo el rey Herodes, y con los chicos de Hamás, que son unos fenómenos rajándoles la barriga a machetazos a las embarazadas israelíes. Siempre se puede aprender algo nuevo. Ésa es la actitud conveniente al hombre sabio”.

Vasectomízate

Uno de los mandamientos que en vida nos dio Marta Ferrusola fue el de procurar al país una progenie inequívocamente catalana: Fem fills catalans (*). La natalidad patriótica es una herramienta de primer orden para evitar la desnaturalización de Cataluña por obra y gracia de la inmigración, lo mismo española que extranjera. Ferrusola fue prototipo de mujer empoderada, pues lo mismo acarreaba bolsas de basura repletas de billetes de 500 euros con destino a Andorra, dando ejemplo a su camada, que impartía normas morales y reproductivas para el sostenimiento y continuidad de la nación irredenta. Incluso sentó cátedra con relación al número ideal de hijos: tres. Aritmética uterina. El mayor, el heredero (“hereu”), para hacerse cargo de la empresa y continuar la saga familiar. La hija (“pubilla”), destinada a un matrimonio ventajoso con un ricohombre, y entre los varones el “segundón”, para dedicarlo a la política, bien fuera en el organigrama del partido, en la segunda escala de la administración regional (estructuras de estado) o, llegado el caso, al activismo asociativo, y si fuere preciso al terrorismo.

Las declaraciones de un merluzo colosal llamado Ignasi Farga nos remiten en cierto modo a ese inagotable manantial de sabiduría que fue la ilustre finada (Això és una dona! (**), así recibida en la balconada de la plaza de San Jaime, vítores y aplausos, por la enfervorecida multitud que mostraba su adhesión incondicional a Jordi Pujol tras su imputación en el caso “Banca Catalana”). Ignasi Farga es concejal de ERC en la localidad barcelonesa denominada Palau-Solitá (-Solità) i Plegamans. Ése es el alambicado nombre de la muy noble y leal villa, y no es una coña marinera. Ignasi forma parte del equipo de gobierno municipal en calidad de cuarto teniente de alcalde y es regidor de Educación y Juventud.

El interfecto nos recuerda al profesor de secundaria de la comarca de El Maresme que en una tractorada anterior se acogió a una baja laboral por depresión, anímicamente arrasado porque sus alumnos “pasan” del catalán, de las sardanas y de la obra poética de Joan Maragall. Son, el profe y el concejal, dos almas gemelas, espíritus afines. Mientras uno llora la desafección al país de las nuevas promociones estudiantiles, el otro manifiesta su voluntad de no engendrar hijos “por temor a traer niños castellanohablantes al mundo”. Ignasi Farga no pretende en su fuero interno desobedecer a Ferrusola, pero es un maltusiano condicional. Opta, en su ilimitada generosidad, por no reproducirse para evitar la más funesta tentación a esas criaturas no nacidas. Él tendría hijos, pero no para que esos arrapiezos hablen la lengua colonial. Imagina su prole, esos bebés inocentes a los que cambiaría los pañales amorosamente, convirtiendo motu proprio sus almas en un pozo ciego rebosante de heces y porquería, chamullando la española jerigonza en el parque infantil, en los columpios o en el balancín y, claro es, le entran los sietes males. Carne de su carne y sangre de su sangre hablando la lengua de las “bestias taradas”, como diría Quim Torra… ese gran estadista del que hemos perdido la pista.

Hay quienes desisten de la paternidad por no traer al mundo futuros parados, asalariados eventuales o perceptores vitalicios de ayudas no contributivas. O acaso pederastas, yonquis, narcotraficantes, pirómanos, psicópatas asesinos, raperos, abades de Montserrat, magistrados del Constitucional, cantantes de OT, meretrices trotonas, saltimbanquis, tontos de baba, recoge-boñigas y otros elementos de mal vivir. La descendencia futura activa temores ocultos y desvela prejuicios y fobias de las gentes del común. “¿Y si me sale un hijo merengue?”, se pregunta retóricamente el culé fanatizado. “¿Y si la niña se presenta en casa con un bombo de la mano de un negro o de un moro?”, se desespera el racista furibundo. Los riesgos están ahí y son esquivos al cálculo como la arena de la playa. Pues bien, sucede que Ignasi Farga no puede soportar  en manera alguna traer al mundo un niño castellanohablante. Es la peor de sus pesadillas, su infierno particular. No puede concebir una tara más inmunda que ésa.

Son varias las opciones que Ignasi Farga tiene ante sí. Una de las más drásticas es la vasectomía, si es que previamente sometido a la analítica oportuna, la muestra contenida en el recipiente le hiciera apto para perpetuar su apellido. Siempre y cuando las declaraciones de Ignasi no fueran un brindis al sol, ese “postureo” tan común en la actualidad, y sus pulsiones eróticas tuvieran efectivamente en las damas el objeto de su deseo. Pero aún más concluyente sería la castración: lo mismo física, tijeretazo que te crío, que química. Muerto el perro se acabó la rabia, pues en ese caso no habría tentación capaz de levantar el genesíaco apéndice de la posteridad.

Pero, por esas vueltas, revueltas y cabriolas que da la vida, nos topamos al cabo de los años con Ignasi Farga acompañado de un mocosuelo. Se ha producido un inesperado desliz y tenemos descendencia. ¿Y ahora qué? La única salida sería la “sharia” lingüística. Al ladrón le amputan la mano, ¿No es eso? ¿Qué el niño se empecina en hablar en español? Muy sencillo: unas cuantas descargas eléctricas de alto voltaje en el velo del paladar por control remoto. Y si hay reincidencia, atrofia quirúrgica del aparato fonador. Aun así Ignasi no corrige los vicios de su retoño… para los casos refractarios: la amputación de la lengua. Y ya tenemos la parejita: Ignasi emasculado, un eunuco de la más extrema ortodoxia idiomática, y su niño, deslenguado, en sentido estricto.

Ignasi Farga es un caso extremo (él no es el paradigma), pero interesante, pues lleva la perversa lógica nacionalista al extremo y desvela un mecanismo prevalente en el seno de esa bandería, aunque en grado diverso. En él, y en el catalanismo en general, puede más el vector “odio” a aquello que percibe en su fuero interno como “enemigo a batir”, lo que impide que plenamente se manifieste y realice su idiosincrasia, que el amor a esa pretendida identidad propia. Alguien replicará que es al contrario, que tanto ama su lengua que es capaz de renunciar al relevo generacional para mantener intacta su pureza, pues no hay bastardeo de aquélla mayor que el pernicioso contacto con la pestilente lepra españolizante. Aunque el muy elevado precio a pagar sea el suicidio genético de la comunidad, su extinción voluntaria.

No seré yo quien le quite la idea de la cabeza. Seamos prácticos, si los Ignasi Farga de este mundo deciden no reproducirse al adoptar la “vía Xirinacs”, pero no de cuello para arriba, si no de cintura para abajo, quedando sus odios en dique seco, fosilizados en los cataplines, en apenas unas décadas podrían cambiar las mayorías parlamentarias a nivel regional y los nacionalistas entrarían por derecho en la lista de especímenes en serio peligro de extinción. Y, de no creer, Cataluña se libraría al fin de los catalanistas, mas no por efecto de la feroz represión, sino por la abstinencia o cuando menos por la fornicación infértil. La contrapartida onerosa es evidente, pues al tiempo descenderían acusadamente los cotizantes futuros, comprometiendo gravemente la percepción de las mensualidades pensionadas.

El botarate de Ignasi Farga cierra, al cabo de los años, el círculo abierto en su día por Lluis Recoder, alcalde que fuera de Sant Cugat (CiU). El munícipe interrumpió airadamente un pleno del parlamento regional, pues un diputado del PP (Julio Ariza, creo recordar) hizo su intervención en español. Recoder asistía a la sesión acompañado de una representación de escolares de su localidad. No pudo sufrir la salvaje agresión contra los pequeñuelos indefensos perpetrada por el orador, se levantó de su asiento y clamó desesperadamente un paternalista “por favor, que hay niños”.

Ambos, intentado preservar a las criaturas de la morbidez idiomática, de la valencia envilecedora y corruptora de la lengua española, transitan el camino sin retorno de la anhedonia, que es un severo desarreglo de la conducta, una condena a la infelicidad y a la impotencia. Sabido que no podemos vivir en una burbuja aislados del mundo exterior, es imposible evitar la contaminación lingüística si la lengua conviviente en la finca de vecinos, o en la cafetería de la esquina, es la española, ni la danesa, ni el vascuence, la española decimos, con notable difusión a escala planetaria… por mucho que se proscriba en el ámbito institucional o en la escuela. Ten hijos, Ignasi, y no ganarás para disgustos. O eso, o te cortas el pito. Chico, son habas contadas..

(*) «Tengamos (aprox) hijos catalanes»

(**) «¡Ésta sí es una mujer!»

Que sepas, papi, que me gustará el reguetón, cantaré “yo soy español, español, español” y diré lo-lo-lo-lo al sonar el himno nacional y mi héroe será Carvajal… quien avisa no es traidor…

Cuadro de ansiedad lingüística

Días atrás leí una noticia en Dolça Catalunya que me llenó de auténtica consternación. El hecho luctuoso ocurrió en un centro de enseñanza secundaria sito en la comarca de El Maresme. Un profesor, como ese púgil grogui que encaja una demoledora serie combinada de jabs y uppercuts, bajaba los brazos y caía de morros a la lona. Está de baja por un cuadro de ansiedad. Nuestro profe, gran fajador de golpes, confiesa con pelos y señales los motivos de su inapelable derrota y al punto una corriente de empatía de alto voltaje nos acerca a ese héroe anónimo, vale que abatido, pero héroe al fin y al cabo. Y es que esta sociedad acomodaticia y falta de valores exige al profesorado más de lo que esos docentes abnegados y vocacionales pueden dar. Pedimos demasiado y por lo común olvidamos que esos profesionales son humanos, están hechos de nuestro mismo barro y cuando les hieren, sangran.

Nuestro hombre es profesor interino de catalán, según confiesa, desde el año 2017. El detonante de su baja laboral, perfectamente justificada, es la vehemente “catalanofobia” de un segmento amplio del alumnado. Percibe en las enfangadas trincheras de la enseñanza un fuerte desapego por Cataluña. Entre los jóvenes, añade, “se ve el catalán como un fastidio”. Reproches del tipo “qué pesado con el catalán”, “estamos en España”, “viva Franco” y “viva Vox”, salen como sapos y culebras de la boca de los futuros bachilleres. En El Maresme se abrieron las puertas del infierno. Mucho me temo que el profe habría infartado directamente, y habría pasado a mejor vida (“Señor, llévame pronto”), de haber proferido los chicos bajo su providente tutela más elaboradas y desconcertantes divisas del tipo “viva el juez Aguirre y muera Puigdemont”.

En otra anécdota, la mar de jugosa, se advierte la magnitud de la tragedia y uno se explica la razón de su abatimiento colosal y sin enmienda. Nuestro paladín de la inmersión obligatoria nos lleva de la mano a la zozobra más absoluta y nos asoma al abismo del que ascienden sulfúreas emanaciones:

“(…) en otro centro, enseñando una sardana, estudiando a Joan Maragall, recuerdo que los inmigrantes se reían (intuyo que quiso decir “se pitorreaban”) y, además, me decían que “no les gustaba el catalán” (…)”

Pequeños monstruos. Uno se imagina a esos chicos “inmigrantes” (según la definición del paciente) todo el santo día enchufados a sus auriculares o regalando sus gustos musicales a los demás, generosamente, a toda castaña, desde los bafles móviles que trasladan de un sitio a otro, como kamikazes embalsamados en metanfetamina, a bordo de sus patinetes eléctricos. Que si perreos, reguetones, rimas urbanas interpretadas por mozalbetes malotes disfrazados de delincuentes y con más collares encima que el jefe de una banda de narcotraficantes. Y para sacarlos del mal camino y conducirlos por la senda de la ortodoxia identitaria, no se le ocurre mejor estrategia a nuestro deprimido “profe” que iniciarles en el apasionante mundo de la sardana. Toma del frasco. Y como era previsible, esos chavalotes de barriadas poligonales se licúan transidos de las más sublimes emociones al dulce son de la tenora y de la flauta traversa.

Admito que la sardana me inspira sentimientos encontrados: por un lado me limpio el culo con la más apreciada de nuestras danzas regionales, pero, por otro, siempre gusté de echarles un somero vistazo, a pesar de su monótona coreografía, por aquello de gozarme visualmente del rítmico bamboleo bajo la blusa, arriba abajo, abajo arriba, de los cocos de las sardanistas durante los saltitos de la “tirada” preliminar. No soy el único, por lo que sé. Es una sensación compartida con amigos y conocidos, los muy pillastres. Con todo, y por mucho que versificara Maragall, la sardana no es, ni de lejos, “la dansa més bella de totes les danses que es fan i es desfan” (*).

De modo que nuestro “profe” marismeño (de El Maresme) se duele de la actitud desafiante de esos muchachos insolentes y faltos de atavío. ¿De qué se queja? Cuando estudiábamos en el instituto, in illo tempore, nos decían que a los jóvenes correspondía desempeñarse en la transgresión, en la iconoclastia y la irreverencia. Que era casi un imperativo biológico de la edad, como el acné o el desbarajuste hormonal. Que nuestra misión pasaba por cuestionarlo todo: “un patriota, un idiota”, “una bandera es un trapo”. Cierto que luego supimos que los tales eran unos patriotas de tomo y lomo, pero de otras patrias y que su desapego de las banderas era selectivo, pues veneraban las suyas. En definitiva, que entraba en el guion ser bobo, inconsciente, apasionado y levantisco. Que el tiempo y la vida nos esculpirían a desengaños y mamporros y templarían al fin nuestros caracteres.

Pues, ahí lo tienes, el “profe” doliente representa el mundo de los mayores, el orden oficial y regimental (es uno de sus agentes de choque). Y es obligación de los muchachos rebelarse. Y lo hacen, en buena lógica, contra uno de los preceptos más cansinos de la hora presente: la obligatoriedad del catalán en la escuela y en cualquier otro ámbito de la vida pública, otrosí de la sumisión al ideario nacionalista. Pero hete aquí que no, que al interfecto le desarbola la rebeldía adolescente en la faceta lingüística. Mira tú qué cosa. En eso los chicos han de seguir las consignas a rajatabla, más tiesos que un clavo, y reservarse la rebeldía para otras causas. “Nenes, hay que transgredir, pero si no acatáis los imperativos de la ortodoxia lingüística sois unos fachas, unos “nyordos” (cagarrutas), unos colonos y unos españolazos apestosos”.

Habrían de preguntarse los promotores del monolingüismo catalanista por qué diantre se produce ese extrañamiento. La respuesta, si la desconocen, se la proporciona este modesto licenciado en SC, Sociología de Cafetería. El hartazgo del prohibicionismo es uno de los factores, aunque es cierto que ese vector actúa también, incluso con mayor fuerza, entre los adultos con una personalidad más o menos hecha o estabilizada. Entre los jóvenes acaso influya más el vector direccional, el dirigismo, no tanto basado en vetos como en consignas: “habla catalán en el patio”, “úsalo con tus amigos y en las redes sociales”, “en la discoteca, también en catalán” junto a “lávate las manos después de hacer popó”. En todo caso, ambas estrategias sostenidas con mano firme en el tiempo generan rechazo y aborrecimiento. La consecuencia, al margen de multas, legislación abundante y meticona, insistentes recomendaciones y dinero a espuertas invertido en el fenómeno “viure en català” (**), la lengua protegida y promocionada por el régimen deviene, dicho a la pata la llana, un auténtico y descomunal coñazo… más allá de convertirse en un pivote de la lucha política y en una herramienta al servicio del sectarismo, es decir, en un ariete contra la libertad en un sentido amplio. Los jóvenes, esto último lo perciben con menor claridad, pero lo anterior, la valencia “coñazo” o “tostón”, “turra colosal”, la detectan al punto por su acusada propensión a clasificar inmediatamente las experiencias entre placenteras o aburridas, desagradables, latosas y cargantes.

¿Y qué propone nuestro heroico interino para salir de este mal paso? Mayor vigilancia en la escuela. Acabáramos: qué original. Un profesorado entregado en cuerpo y alma a la inmersión, apóstoles-soldado del adoctrinamiento, las Waffen SS en el ámbito de la docencia. Emular la actitud de esos casos que periódicamente saltan a la prensa digital resistente de un profesor integrista que no admite las conversaciones en lengua española de sus alumnos, que les rebaja la nota si incurren en la heterodoxia idiomática o les deniega el permiso para ir al baño si no lo solicitan en catalán. En lugar de ansiolíticos para sanar su dolencia, o unas infusiones, la manzanilla es ideal para calmar esos nervios, nuestro “profe” aboga por más mano dura. Considera, pues, que la presión actual no es suficiente. ¿No ha comprendido que la prohibición tórnase odiosa e insistir en ello favorece el efecto contrario al deseado? No lo parece.

En resumidas cuentas, nuestro “profe” ha sido una víctima más de la disociación cognitiva de masas que instauran los regímenes identitarios. Él vive en su realidad paralela, mirando en su casa, tan ricamente, los debates monocordes de TV3 y su sesgada programación cultural. El hombre se levanta de buena mañana y se prepara un cafelito con un golpe de leche de la marca localista Llet nostra que regularmente compra en la cadena Bon Preu, donde adquiere también las camisetas promocionales de cada 11-S, al tiempo que sintoniza el parte radiofónico de RAC-1. Flota ingrávido en su burbuja “catalanistoide” y nada sabe del fango, del muladar que es el mundo exterior. Da por cosa segura que a toda la juventud le chifla el pop en catalán de esos birriosos grupos musicales financiados por el gobierno regional (no daré nombre alguno por pudor) y que la sociedad toda anda sumida en un sin vivir por el regreso a casa triunfal, con todos los honores, de Puigdemont y su fugada troupe.

Pero va la terca realidad y le propina un doloroso puntapié en las pelotas y descubre ahora, cruel y trágicamente, que la Cataluña cotidiana, la Cataluña de a pie, es otra muy distinta cosa, esquiva a sus certezas y convicciones, sobre todo Barcelona y su conurbación, incluso El Maresme, y no coincide en absoluto con el cuento de hadas de la emisión matutina de Mónica Terribas o de Antoni Bassas, ni con esos días idílicos de sus vacaciones veraniegas en el seno reconfortante, nutricio y materno, de esa Cataluña profunda, la del cinturón de la “barretina” calada, en Capolat o en Castellar del Riu, donde echa una siestecita reparadora bajo la protectora sombra del legendario “Pi de les tres branques” (***). Nunca sospechamos que nos acecha la mierda hasta que nos cae encima. Un muy buen amigo, y sin embargo abogado, me manda un elocuente guasap del púgil Mike Tyson que hace al caso: “Todos tienen un plan… hasta que les meto la primera hostia”. El duro zarpazo de la realidad.

(*) “La danza más bella de todas las danzas que se hacen y deshacen”

(**) “Vivir en catalán”

(***)”Pino de las tres ramas”, símbolo arbóreo del nacionalismo aborigen

“No entiendo por qué se juntan tantos señores a mi alrededor para mirarme cuando bailo una sardana”

Arreglos de ropa

Una de las virtudes indiscutibles de los separatistas es la constancia, la tozudez. No en vano eligieron un burro como animal totémico. Años atrás, cuando Carod Rovira lideraba ERC, dicha formación le regaló un asno, “Tossut” (tossut (tozudo) fins la independència, “hasta la independencia”), a Juan Carlos I que, de grado, aceptó el presente y le dio cobijo en las caballerizas reales.

Cuando no pueden lo más, recurren a lo menos, pero su itinerario es predecible: todo aquello que colisione con el ejercicio de la libertad. De modo que una de las actividades que menos esfuerzo requiere de un nacionalista bilioso es la delación de comercios que no rotulan en catalán. Como era previsible, la censura lingüística en el paisaje comercial, que cuenta con respaldo legal (tanto como inmoral), pasó de los rótulos a la información contenida intraportas junto a los artículos a la venta y de ahí a la lengua utilizada con la clientela por regentes y dependientes de los establecimientos.

Las sucesivas administraciones regionales, de diferente signo, han competido por estimular esas denuncias anónimas y aplicar, llegado el caso, las sanciones de rigor. Durante el bochornoso “montillazgo”, es sabido, aumentaron de lo lindo. El citado presidente, que ya apuntaba maneras de joven, pues según sus exégetas fue delegado de clase en el instituto, quería hacerse perdonar su origen foráneo y multó a destajo, como si no hubiera un mañana, alzándose con el prestigioso trofeo de “mayor palanganero de la Historia al servicio del nacionalismo”. En el ámbito local, caso de Barcelona, lo mismo Colau que Collboni, se excluye sistemáticamente en las comunicaciones del consistorio el uso del español, que es la lengua familiar mayoritaria de los avecindados en la ciudad condal. Hay un organismo público, por todos costeado, la ACA (Agència Catalana de Consum)*, que vela por la pureza idiomática en el ámbito comercial… un organismo que demanda a gritos una tajadura quirúrgica a motosierra marca “ACME”, digo, marca “Milei”.

En estas últimas fechas, el aborigenismo fanatizado ha creado un equipo muy activo consagrado a la tarea del gulusmeo lingüístico. Huronean sus agentes por bares y restaurantes sondeando a los camareros para detectar idiomáticas disfunciones y, a renglón seguido, trasladarlas con gran aparataje de aspavientos a las redes sociales. Parafraseando aquel exitazo de Burning, y sustituyendo a la “Mujer fatal” por un chivato, habría que decirles, cada vez que salen de su casa, aquello de vas de caza… ¿A quién vas a cazaaaaar? En estos menesteres, Joel Joan, actor institucional, y Joan Lluís Bozzo, institucional dramaturgo (“Dagoll Dagom”), han suplido al voluntarioso Santiago Espot, del que nada sabemos desde hace tiempo, no queriendo decir con ello que el bueno de Santi haya fallecido. Y han contado en fecha reciente con el refuerzo estelar de Carme Forcadell (“la abuela golpista”… Oiga, que soy abuela, dijo al ser detenida por la Guardia Civil). La doña ha desestimado, abatida y escandalizada a partes iguales, una reserva hotelera al ser atendida en español por el recepcionista. Truculenta anécdota que demuestra cuán ingrata es la vida en Cataluña para un nacionalista catalán. Ahora uno entiende por qué gimotean por los rincones cuando un camarero inmisericorde, movido por las más aviesas intenciones, les sirve un refresco de cola en la lengua de la opresión colonial.

Su último objetivo, “casus belli”, ha sido una modesta tienda de arreglos de ropa situada en el barrio de Sant Andreu, regentada por inmigrantes (“nouvinguts” en neolengua progre) que aún no han sido pasados por el cedazo normalizador. Las redes, segmento separatista, han echado humo. De modo que vas tan ricamente a que te cosan el dobladillo de los pantalones y esos desalmados, sin mediar palabra, te dan los buenos días en español… los muy sabandijas. Tú, con toda tu buena fe, te piensas que estás en la capital de Cataluña (“cap i casal”) viviendo íntegramente en catalán y resulta que lo mismo da que vivieras en la jodida Calasparra… repleta de murcianos que infestan el aire con la pestilencia de sus mal digeridos garbanzos y que caminan con los brazos separados del tronco por la presencia de purulentos golondrinos en sus malolientes sobacos. Qué desesperación.

Que las lenguas sirven para entenderse es cierto cuando nos referimos a los hablantes de la misma (y aun así con reservas, pues no siempre hablando se entiende la gente) o a la Humanidad en su conjunto si echamos mano de las lenguas que, por razones históricas y por su difusión mundial, son consideradas “lenguas francas”. Pero en virtud del modelo autonomista adoptado en España, eso no es cierto. Las lenguas cooficiales en España sirven para desentenderse, pues devienen un multiplicador de identidades micronacionales. También sirven para crear obstáculos, trabas al movimiento de personas por motivos profesionales y para establecer derechos políticos diferenciados. Algo así como una rémora feudalizante, sea el pago de diezmos, alcabalas, impuestos de portazgo en aduanas interiores o el derecho de pernada. Por favor, se ruega que nadie cabal vuelva a repetir, siquiera como declaración de buenas intenciones al iniciar un debate, esa cantinela boba de que “las lenguas sirven para entenderse”. Aquí y ahora es todo lo contrario. Y comoquiera que propenden a la desigualdad cívica, son un instrumento contrario a la libertad.

El boicot al comercio de esa modistilla anónima pone de manifiesto el grado de miseria moral, de iniquidad, al que se puede llegar en defensa de las lenguas que son incorporadas a un proyecto identitario. Cabría, acaso, si uno fuera un activista de ese mundillo (hay que tener cuajo para ello), exigir a las grandes superficies comerciales, a empresas importantes, por aquello de medirse con un rival poderoso, que incluyeran su información en la lengua reivindicada… pero elegir a un enemigo liliputiense para morderle la oreja describe con precisión la calidad del artífice de esa estrategia ventajista. Es como el niño grandullón que acosa en el recreo al más vulnerable de la clase, a ese gafitas patoso y flacucho como un esqueje. Dicen que la importancia de un hombre se mide por la talla de sus enemigos: “Arreglos de ropa La Guajira”. ¡Qué gran hazaña! ¡Meterse con una costurera que allá al fondo, en su tabuco mal iluminado, cose unos botones! Una verdadera gesta a inmortalizar en un largo poema épico comparable al “Mahabharata».

Pido a todo el mundo que si en vida nuestra el péndulo de la Historia oscila en sentido contrario al actual, no caigamos en la fea tentación de envilecernos cometiendo esa misma fechoría, ese alarde de intolerancia como de malsín inquisitorial. “Maldición, esa panadería no está rotulada en español… es una agresión insufrible. Esto no quedará así”. El próximo envite de los catalanistas enrabietados será, si cumplen con los tiempos y estándares de la coacción política, primero un mordisquito y luego una ensalada de hostias, recorrer barriadas en ronda nocturna provistos de botes de pintura y aerosoles, señalar con eñes los comercios levantiscos que incumplan la normativa y convocar a los CDR para darle un escarmiento a esa gentuza. Pintadas infamantes, escaparates rotos y alguna paliza ejemplarizante. Kristallnacht, noviembre de 1938.

Una vez desatadas las hostilidades, tampoco se librarán los menesterosos del acoso de los “escamots” (comandos o escuadras): cadenas de hierro, porras extensibles, bates de béisbol y rotuladores de punta gruesa para reescribir esas demandas de auxilio económico en la lengua sagrada. La mayoría de los carteles petitorios que muestran los pedigüeños están redactados en español. En las inmediaciones del mercado de San Antonio, un señor solicita ayuda para mantener a sus tres nietos. Han pasado los años y el texto es el mismo y uno sospecha que los nietos ya han hecho la mili. No obstante, últimamente florecen, albricias, fruto de la inmersión obligatoria en la escuela pública, carteles escritos en catalán, cierto que en muchos casos contienen groseras faltas de ortografía… luego se habría de reforzar la presión “inmersiva” en las aulas, pues el esfuerzo, a juzgar por los errores aludidos, no ha sido suficiente.

Pensando en la lengua que utilizan modestos comerciantes en el seno de una sociedad bilingüe, es decir, la gente particular (aquí no hablamos de las administraciones, que es harina de otro costal), para publicitar sus negocios, y en la función cívica que creen cumplir los chivatos delatando a aquéllos, concluyo que debo agradecer al cielo una cosa al menos: que siendo catalán, no soy catalanista. Qué alivio. Cierto que mi vida, irrelevante, un número más, se acerca más a la insignificancia, al fracaso que al éxito. Sé lo que valgo. Y es hora de hacer balance. Pero no me verás jamás denunciando a un pelanas, que no es ni más ni menos que yo mismo, por vender “escombres” en lugar de “escobas”. A uno le faltan agallas para semejante felonía.

(*) ACA: “Agencia Catalana de Consumo”, en español

Arreglos de ropa. Servicio de tintorería. O cuando Satanás adopta ropajes desconcertantes

Nuversidá d’ Estremaúra: Suma y sigue

Hace unos meses Dolça Catalunya publicó una noticia que suscitó mi interés. Comoquiera que son tantos los duelos y quebrantos de esta España nuestra, la gansada a la que hacía referencia pasó sin pena ni gloria. El ruido manicomial, como diría don José Pla, me distrajo y no pude dedicarle la tractorada que merece. Atenta la guardia: el “extremeñu”, o “estremeñu” (pues ambas formas coexisten en el documento que he tenido el honor de consultar), salta a la palestra entre vítores, rebuznos y evohés de alegría.

Una época hubo en que los dioses nacían en Extremadura (García Serrano), pero aun siendo cuna de grandes conquistadores, tan noble región no queda eximida de que en sus coordenadas nazcan a la vida idiotas verdaderamente formidables. Es el signo de los tiempos. Por qué no habría de contender Extremadura de tú a tú en paisanaje imbecilizado contra toda una Cataluña o contra las muy competitivas Vascongadas. ¿Acaso siempre han de ganar los mismos… como sucede en la Copa de Europa con el Real Madrid, que no deja una para los demás ni por caridad cristiana?

Asoma la patita entre idiomas, dialectos y hablares, el “estremeñu” en aras del reconocimiento que los publicistas de cualquier jerigonza pretenden. La hoja de ruta, es sabido, pasa por obtener rango de oficialidad, fundación de academias (con su plantilla de probos y seriecísimos académicos generosamente remunerados) y otras bagatelas: concursos literarios, prensa, rotulaciones comerciales so pena de multa e introducción paulatina o abrupta, cómo no, en el ámbito escolar. Y todo ello, con su inevitable secuela que es el establecimiento de barreras burocráticas (disposiciones administrativas concernientes, por ejemplo, a la consideración de la lengua cooficial como requisito para optar a una plaza en el funcionariado) que restringen el libre tránsito de personas por toda la geografía nacional, excepto para hacer turismo. Lo que ha sido dado en llamar “normalización de la lengua regional o lengua minorizada”… siempre por culpa, claro es, del infame dominio del español, esa lengua opresora e impuesta a bayonetazos… como los confinamientos domiciliarios en China durante la pandemia coronavírica.

Con todo, he de romper una lanza por esta novísima amenidad lingüística, el «estremeñu», pues por primera vez nos topamos con un presunto idioma que, en sentido estricto, no ubica su expresión oral en el aparato fonador, ni su versión escrita en una gramática, dado que el “estremeñu” se habla y escribe según a usted le salga de la “punta’l’nabo” (expresión de abigarrado cromatismo autóctono que llamaremos “extremeñismo”, como hay galicismos y anglicismos). Que equivale a decir cómo le salga a usted de los “quijiones” (extremeñismo de mi propio santiscario). Esta afirmación, si se quiere un pelín gruesa, quedará establecida indubitadamente unos párrafos más adelante.

Por otro lado, y ya metidos en harina: ¿Qué más da? Aquí todo vale. Si los hay de grado dispuestos a escolarizar a sus hijos, hablamos de la instrucción pública, en gallego (“tres al caldeiro”), vascuence (“bocadilloak de tortillak”), catalán (“pronoms febles”), fabla aragonesa (“tren cheolochico”) o eonaviego (“pitu caleya”)… ¿Por qué no en “estremeñu”? Se trata de que el 90% de los chicos que vengan al mundo reciban una pésima enseñanza, bajo nivel académico, ínfimo espíritu crítico, analfabetismo funcional, fracaso escolar garantizado, aprobado universal pese al suspenso de asignaturas y capacitación profesional básica, camareros o parados de larga duración. Que perciban paguitas no contributivas y cheques-ocio para jugar a los marcianitos y asistir a conciertos de esas más tontas que bellas cantatrices (y lo son un rato) promocionadas en “talent-shows” televisivos como OT (Aitana, Lola Índigo, etc). Y, por supuesto, que no salgan de su pueblo en la vida, salvo si estudiaron enfermería para trabajar en Londres. Y para todo ello, el “estremeñu”, deviene una herramienta eficacísima de “empaletamiento” colectivo y destrucción neuronal masiva.

Otra de las virtudes del “estremeñu”, ya lo insinué anteriormente, es la absoluta libertad creativa que confiere a sus hablantes y “escribientes”. En efecto, el “estremeñu” potencia como ninguna otra hablilla el albedrío individual. Hay tantos “estremeñus” (plural de la así denominada lengua) como extremeños vivos. Cada uno habla y escribe su propia variedad dialectal. Con dos “quijiones” (la expresión hace fortuna). Ítem más, incluso los no extremeños también pueden, por qué no, pues es un habla participativa e inclusiva, improvisar una nueva versión, hasta que el idioma sea un día fijado por un gramático de la talla de Nebrija y se formalice lo que podríamos llamar un “estremeñu batúa” o unificado. Para muestra un botón, recurrimos a un fragmento del enlace que figura al final de esta tractorada. En primer término, la comunicación original del autor en la pretensa lengua aborigen. Después la versión que hace de dicho texto al español. Y, por último, mi propia interpretación, que no vale menos que la suya.

Original.- Alas güenas. Tras de to esti tiempu sin pubrical paquí vos queremus cuental cosas güenas que mos án diu passandu a tola genti que estamus a afial las lenguas propias d’ Estremaúra: fala, estremeñu i portugués arrayanu. Sonin añus enos que amus recebíu la reconocencia entrenacional dela Nuversidá d’ Amsterdam, de la Capital Uropea dela Coltura, Leeuwarden, i, de contau la más importanti, dela Carta Uropea delas Lenguas del Conseju d’ Uropa.

Traducción al español.- ¡Buenas! Tras este tiempo sin publicar por aquí os queremos contar todas las cosas buenas que nos han ido pasando a toda la gente que estamos defendiendo las lenguas propias de Extremadura: fala, extremeño y portugués rayano. Son años en los que hemos recibido el reconocimiento internacional de la Universidad de Ámsterdam, de la Capital Europea de la Cultura, Leeuwarden, y, por supuesto la más importante, de la Carta Europea de las Lenguas del Consejo de Europa.

Algunos rasgos del texto cautivan especialmente. Sea el caso de la “ele” final en los infinitivos “pubrical” (publicar) y “cuental” (contar) que podría deberse, quién sabe, a la influencia del mandarín, pues también en Trujillo y en Navalmoral de la Mata hay bazares chinos de esos de “todo a un euro”. Otro elemento es la utilización de la “i” latina como conjunción copulativa en lugar de la “y” griega. No creo equivocarme si afirmo campanudamente que este rasgo obedece a la interconexión catalano-extremeña, dado el numeroso contingente de oriundos de la región que se afincaron en el área metropolitana de Barcelona en los 60 y 70 del siglo pasado, generándose préstamos y adopciones culturales en ambas direcciones. Me chifla la expresión “importanti” (penúltima línea del párrafo), que en mi opinión, admitiendo que no he cursado estudios de filología, se trata de un “grequismo”, que no helenismo, si no de la réplica exacta del gran éxito musical Te estoy amando “locamenti” de Las Grecas. No se quedará en el tintero la plasticidad, acaso un tanto rústica, del metaplasmo (estrújate -que da “esturújate” en estremeñu- las pelotas y chifla) o transposición de las consonantes en el grupo “rl” del título de la página web, “palramus”, cuando con un “parlamus” ya vamos servidos. Pero concedo que el “palramus” confiere al discurso un toque de cándido pintoresquismo y de una heterodoxia fonética muy conveniente para marcar perfil propio. Sin este tipo de pinceladas, el enlabio no cuela y a base de ocurrencias hay que vender la burra ciega si queremos lucrarnos del invento.

Mi propia versión (añada la suya, si le place).- Mungüenas. Endespués de tostitiempu sin pumblicá aquín, sus queremus endesir cosas mungüenas que nosam-pasau a toa la genti que sapelea pol·las linguas propias d’Estremaúra: fala, estremeñu i protugués de Protugal (acapital Lihboa (*)). Sunañus qui mos recebíu a reconocencia entrenacional dea Nuversidá d’Ásterdam (*), dea acapital Uropea dea Cultura, Leuvarda, i, discuntau, la másportanti, dea Carta Uropea deas linguas del Conseju d’ Uropa.

(*) He considero oportuno, con hallazgos como “Lihboa” y “Ásterdam”, a guisa de denominaciones toponímicas propias, darle mayor empaque a la lengua extremeña, pues todas las que se precian de tales han de contar con formas diferenciadas para designar países, ciudades y regiones foráneas, como en español decimos Londres para referirnos a London, en inglés se emplea Lisbon para Lisboa, o en catalán decimos y escribimos Cadis por Cádiz, tacita de plata.

No es amor de padre, pero creo que mi criatura no desmerece para nada el “estremeñu” del original, pues estamos ante un presunto idioma adornado con cualidades como la ductilidad, que habilita el arbitrio y el artificio y transmite una sensación metamórfica y proteica muy vigorosa. Lo que hablando a la pata la llana hemos denominado etiología punta’l’nábica. Un idioma que estimula, como no hay otro, la creatividad individual. Y reto aquí y ahora a los promotores de esta pendejada lingüística a que, si tienen dos quijiones, me digan a la cara que lo mío no es “estremeñu” bellotero, pero de verdad de la buena, o que es menos “estremeñu” que su engendro.

Eso de que las lenguas sirven para entenderse es una milonga, una trola como una catedral gótica. Las lenguas sirven, sobre todo las cooficiales o regionales, para crear agravios, distinciones y diversidad de derechos civiles y políticos entre ciudadanos. Separan a la gente. Crean barreras, como aquellas aduanas medievales, y aún posteriores, entre los antiguos reinos peninsulares que en la España de los austrias embarazaban el comercio e impedían el desarrollo de una nación moderna. Los portazgos, los “puertos secos” y demás trabas y martingalas forales que desesperaban al reformismo arbitrista (“reformación” llamaban a su ideario) del conde de Gondomar, Mariana o del propio Olivares, que se pasó toda su privanza al servicio de Felipe IV luchando contra semejante abominación… y perdió. Ahora las lenguas, estén más o menos documentadas, cumplen esa misma función a las mil maravillas. Es uno de los efectos colaterales de las inercias desviacionistas y fragmentarias de ese prefigurado monstruo en que se ha convertido el autonomismo. No podía ser otro el resultado final.

 https://blogs.hoy.es/palramus-extremenu/2020/11/21/la-renacencia-delas-lenguas-destremaura/

 

Alas güenas. So un bellotín mu’n’rollao… ¿Tú palras estremeñu? Yo lo palro como misale la punta’l’nabo. Si te guta, daguten, y sin non, a tomal pol culo (esto último, aunque lo parezca, no es mandarín).

PP: «Paradigma Prohens»

“Lo volvemos a hacer”. Y cumple su amenaza. Es el fatalismo que nos transmite el partido mayoritario de la derecha en lo tocante a la instrucción en español en la escuela pública. Asunto, por cierto, al que en el resto de España no se le da importancia siendo el factor angular que demuestra nuestra condición de estado nacional fallido. Nos referimos a aquellas regiones donde rigen políticas “inmersivas” en lenguas cooficiales, a poco de incluir el bable y el eonaviego (sic), lo que vale por decir, contrarias a la libertad y a la Constitución (a pesar de los enjuagues habilitantes en la materia dispensados por el Alto (también “sic”) Tribunal). Es decir, políticas restrictivas a la libre elección de lengua escolar. Nos recuerda el gabinete de la señora Prohens aquel chiste vitriólico sobre ciertas costumbres funcionariales.

Esto es un funcionario que se incorpora a su puesto de trabajo y le dice el jefe del Negociado: “Pérez, ayer no vino usted”, y Pérez le responde con aire de alma en pena: “Jefe, ha muerto mi padre”. “¿Otra vez?”, le pregunta extrañado el superior. Y Pérez replica: “Sí, jefe, otra vez”. 

Hace unos días la señora Prohens compareció en un medio radiofónico y seguí con cierto interés la entrevista. Interés y abatimiento. Pues entró en escena esa inane majadería del “bilingüismo cordial”, artilugio “feijootista” por contraponer un lema más o menos ocurrente y bienintencionado a la inmersión obligatoria. Sucede que cuando están así las cosas, cuando te hacen pasar a bayonetazos bajo las horcas caudinas de la imposición, la cordialidad lingüística primaveral y evanescente del PP, cual errabunda pompa de jabón, deviene una futesa, una ñoñería… un flatus vocis. Nadamos en un estanque rodeados de cocodrilos voraces que muerden con un índice (PSI) de 5.000 quilos de presión por centímetro cuadrado, no de esos pececillos plateados, faltos de atavío, que te tiran inocuos pellizcos a los tobillos.

La petición de cuatro familias con hijos escolarizados en el CEIP Son Ferrer, Calviá, ha chocado con la frontal oposición del gobierno regional, ahora de PP y Vox, liderado por la señora Prohens. Átame esa mosca por el rabo. La petición consistía en recibir, qué osadía, escolarización en lengua española… ¡¡¡Un 25% de las asignaturas!!!… Es que los hay que piden casi cualquier cosa y se quedan tan anchos. Qué dislate. Hete aquí que el nuevo gobierno se opone en el TSJB (el Tribunal Superior de Justicia local) a tan descabellada pretensión y arguye la socorrida cantinela de que semejante propósito violenta “los planes lingüísticos del centro”. Es decir, el mismo y birrioso argumento utilizado por el gobierno anterior del mini-Frente Popular, versión insular, de Francina Armengol, esa gran estadista que ahora nos deslumbra con su fina elocuencia en la Presidencia del Congreso y que no pierde ocasión de destruir cuantas mascarillas de baratillo adquirió a la trama Koldo. En otras palabras, que el gobierno de Prohens se confunde con el saliente y le hace el trabajo sucio. De modo que los “centros” disponen de “proyectos lingüísticos” a preservar por el gobierno, pero las personas… no. Chúpate ésa.

Prohens aducía en la citada entrevista que la reversión de la inmersión liberticida no era tarea fácil, que recomendaba proceder con tiento y paulatinamente, por no generar problemas de convivencia. Fíjate tú, el «deterioro de la convivencia”, concepto que quita el sueño a los particularistas furibundos que nos meten su “convivencia”, si es menester, a martillazos. Es decir, a Prohens le da cierto apuro desairar a los sindicatos educativos, copados, como las AMPA’s (sin hache) en Mallorca y Cataluña por los nacionalistas más exaltados. Es definitivo, por si había alguna duda: Prohens no es Thatcher (también Margarita), la Dama de Hierro, plantando cara a las duras huelgas de la minería y de la siderurgia, años 80’ del pasado siglo.

Ahí no acaba la cosa. La izquierda separatista promueve una moción en el parlamento regional para reprobar al Rey, ahí es nada, al Jefe del Estado, por un quítame allá esas pajas (la “unidad” de la lengua catalana) y el PP… ¡¡¡Se abstiene!!!… He de releer la noticia porque no doy crédito: SE ABSTIENE. Han transcurrido unos días desde entonces y Feijóo no ha cesado todavía a la ejecutiva regional en pleno. También nos enteramos de que la alcaldesa de Alcudia, del PP, fleta autocares para que vecinos de su municipio se trasladen a Palma con intención de participar en una protesta contra, precisamente, eso que llaman “bilingüismo cordial”. De locos. Para que el cocido reúna todos los ingredientes, unos catalanistas iracundos amenazan de muerte a Prohens y se retratan encapuchados, bandera estrellada al fondo y empuñando armas que suponemos de juguete en una chusca escenificación al estilo etarra. Le amenazan precisamente por la política lingüística de su gobierno. Sólo que, por lo visto hasta la fecha, uno ignora cuál es el motivo de enfado de esos descerebrados, pues la doña continúa alegremente por la senda de la infamia monolingüe.

A lo que vamos. Los planes de Prohens no amparan hoy a esas cuatro familias porque el asunto ha de dirimirse, según el planteamiento “cordial”, conforme a un criterio de plazos, como en su día el aborto. Sucede que la educación de los chicos no sabe de plazos. Los escolares sólo tienen una vida, no son gatos, y su etapa estudiantil dura unos añitos apenas, hasta que se produce el preceptivo fracaso escolar o se matriculan en carreras universitarias devaluadas para acampar en concentraciones contrarias al derecho a la defensa de Israel (acto que sube la nota media), previo paso a su ingreso en las listas del INEM (ahora SEPE).

Habría de saber la señora Prohens (y de paso todo el PP) que la libertad no se demora ni difiere, que cuando se produce una vulneración de derechos, la subsanación ha de ser presente, inmediata, total y no parcial o por fascículos. Que no se confunda de escala, que la etapa docente del alumnado no es un período geológico (que para eso ya está el tren “cheolochico” de los Mallos de Riglos, Huesca). Que lo que haya de suceder en diez años, siempre que no cambien las mayorías y el proyecto “cordial” subsista y avance, no aprovecha a los examinandos de hoy. Que los padres de estos últimos no quieren que las disposiciones políticas del momento hipotequen el futuro de sus hijos porque son los únicos que tienen… y es que su futuro empezó ayer en el aula, o mejor anteayer, cuando el chico calentó el banquito con sus posaderas el primer día y pintarrajeó señoritas desnudas en el pupitre. Las rectificaciones han de sustanciarse ya mismo, porque no habrían de existir promociones de estudiantes con menos derechos que las venideras, si es que conseguimos acabar con esa chufla académica y cívica de la inmersión en lenguas cooficiales. Pues cada promoción estudiantil es única e irrepetible.

Las soluciones que, en este ámbito, fijan su base discursiva en un eje temporal, escamotean la justicia exigible porque convierten a los alumnos (ciudadanos que carecen de uso de razón suficiente y de herramientas para conocer y defender por sí mismos sus derechos) en rehenes y deudores de facturas que no les corresponde pagar, que es como endeudarse un gobierno sin recato para joderles los bolsillos y condicionar el modo de vida a futuro a nuestros hijos y nietos. Esa actitud recuerda aquello que se decía antaño para justificar primero la normalización lingüística y después la inmersión obligatoria… que tras 40 años de franquismo era comprensible que el péndulo oscilara entonces en sentido contrario y se potenciara el catalán en detrimento, qué remedio, de la lengua española. Una suerte de reparación histórica. Pamplinas, pues ese razonamiento genera miles de damnificados a los que es imposible rescatar. E incluso ignoran los propios que lo han sido: damnificados.

Pareciera que a la señora Prohens no le corre prisa alguna. No sería mala cosa que entendiera que no es la gente cabal (la que quiere la libre elección de lengua oficial para escolarizar a sus hijos) la que debe ajustarse a los plazos que marca su gobierno, que, muy al contrario, es ella la que debe ajustar sus plazos a las necesidades y peticiones de la gente cabal. Y sí, ya lo sabemos, las peticiones registradas son pocas en relación con el total de matriculaciones por curso académico, pero también lo son con relación al porcentaje de familias que optan en las encuestas por la libre elección de lengua en caso de no tener que pleitear con la administración. Pues no es plato de gusto, ni siquiera para los padres más concienciados y combativos, gastar tiempo y dinero, batallar pleitos y señalar al niño ante condiscípulos y profesores, cuando el derecho que les ampara habría de ejercitarse de suyo y sin trabas, como cualquier otro, sea el derecho al sufragio, a la libre expresión de las ideas o a rascarse el trasero en la intimidad de su domicilio.

Aquello que tantas veces nos dijeron nuestros mayores de “ponte una vez colorado mejor que cuarenta verde” no va con la señora Prohens y su gabinete. Al parecer las manifestaciones, las acampadas reivindicativas, los escraches, las huelgas de hambre o los sindicatos (“¡A las mariscadas!”) le dan terror pánico y no está hecha de la misma pasta de la señora Ayuso que ha encajado con entereza y coraje todas las mareas del mundo, la verde, la blanca, la arcoirisada, amén de sucias patadas en el bajo vientre como la de esas lonas infames con la cifra inscripta de muertos de la pandemia en Madrid que le atribuye la cuadrilla siniestra de Sumar. Será que la señora Prohens, por contraer méritos, sigue encantada la estela de sus antecesores del PP en el gobierno regional de Baleares que copiaron de Fraga la inmersión en Galicia, “tres al caldeiro”, y que ha continuado celosamente Feijóo, cuando cacique del antiguo y brumoso reino de Breogán, disimulando sus más íntimas convicciones con ese cachivache publicitario del “bilingüismo cordial”.

“Nuestros planes de bilingüismo cordial permitirán la libre elección de lengua escolar dentro de dos siglos, década arriba, década abajo… exacto, cuando las ranas críen pelo… que las prisas son malas consejeras. Primero un pie y luego el otro, para no tropezarse”.

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