PP: «Partido Pinganillo»

En una tractorada anterior se bautizó a Pedro Sánchez, el presidente PE (Profundamente Enamorado), como Pedro “Pinganillo” Sánchez cuando decidió dotar las dos cámaras representativas de traductores y pinganillos para complacer, inclinando lacayunamente la cerviz, a sus socios de investidura: Bildu (Batasuna-ETA), golpistas de ERC y Junts (antes CiU), BNG (be-ene-ge que no “benegá”) y Compromís. No sé si me dejo alguno. Es decir, todo el carrusel de partidos separatistas que entre ellos comparten su común odio a la idea de España, a su existencia como sujeto político e histórico y, por ende, son refractarios a la igualdad de derechos de los españoles.

Nos largaron la atorrante cantinela de la riqueza lingüística de España como bien cultural a preservar. Un intangible. Y la supina melonada de que el parlamento plurilingüe ha de parecerse a la nación “plurinacional” o “nación de naciones”, término acuñado ya en tiempos de ZP (doméstico del tirano Nicolás Maduro). Sorprende la audacia de un concepto como ése, “nación plurinacional”, pues la lógica más elemental nos dice que la pluralidad de naciones desborda y excede el estricto marco de la nacionalidad. Que es una contradictio in terminis colosal. Artefacto de la misma jaez que la de aquel “federalismo asimétrico” acuñado por Pascual (Pasqual) Maragall.

No por evidente, dejaré de decirlo: la auténtica riqueza de una nación donde se hablan diferentes lenguas (sean los casos de Francia o de España, entre otras) es disponer de una común en la que entenderse todos. Figúrense, si no, el desconcierto manicomial en las sesiones plenarias del congreso de Papúa-Nueva Guinea, con más de 700 lenguas censadas, y más traductores que diputados. A mayor abundamiento, yo procuraría no enfadar demasiado al delegado de los bimin-kuskusmin de las Tierras Altas del río Sepik habida cuenta de su particularismo gastronómico. Si el patrimonio cultural de un país se mide por la variedad de lenguas que se hablan aquende sus fronteras, Papúa-Nueva Guinea sobrepuja a todas las naciones que en el mundo son. Y aunque allí, en aquellas antípodas latitudes, no se ha estilado el gótico flamígero, ni nadie pintó cosa parecida al retrato del matrimonio Arnolfini o compuso una tonadilla que recordara vagamente la sinfonía “Inacabada” de Schubert (que si la llega a acabar…), es sabido que el chamán de una tribu asentada a orillas del lago Murray (no muy lejos de la frontera indonesia) es capaz de modular sonidos con el nabo que pueden captarse con ayuda de un fonendoscopio (instrumento de la misma familia de los pinganillos), y, por si eso no bastara, conocen sus aborígenes un remedio muy eficaz para combatir la urticante comezón de las mordeduras de las agresivas hormigas matabele. Que, como logros culturales, tienen su enjundia.

Pues va el PP y pugna a cara de perro con el PSOE para arrebatarle el tontuno cetro del pinganillo, como se ha visto recientemente en la Conferencia de presidentes regionales celebrada en Barcelona. Tras un primer análisis, y con la distancia de unas jornadas transcurridas desde tan esperpéntica efeméride, no es necesario ser un lince para ver que el único motivo de la reunión era, no discutir de cosas de gravedad e importancia para la ciudadanía, si no, acabáramos, determinar el posicionamiento de los mandarines (y “mandarinas”) locales con relación al uso de Su Majestad, el Pinganillo: Pinganillo I de España. Para no estar en minoría, el presidente del gobierno, tras comprobar que bajo su asiento no había una bomba-lapa instalada por el escurridizo agente Bonilla, se rodeó de unos cuantos ministros de su gabinete para firmar tablas alrededor de la mesa. No comparecieron ni “Tronco” Ábalos, ocupado en la manutención de sus numerosas “sobrinas”, ni Leire Díez, la afamada periodista de investigación que el día de autos estaba haciéndose un “selfi” con la mascota, un jabalí, de la I Bandera Legionaria, creyendo que era Santos Cerdán.

Concluidas las presentaciones, hablándose los asistentes al oído (“a cau d’ orella”) y tapándose la boca con las manos para dificultar la lectura de labios, y sin traductores de por medio, dio comienzo la función circense. Pradales (acaso Pardales), al que llaman “lehendakari”, un vasco pata negra y RH- homologado, emparentada su arboladura genealógica con la de Aitor, Amaya y el Basajaún, y “Cara de acelga” Illa realizaron sus sesudas intervenciones en vascuence y catalán respectivamente. Ayuso, la bestia negra de la izquierda anti-española, fiel a su palabra, se ausentó de la sala aduciendo que no tenía caso que algunos presidentes se dirigieran a sus pares hablando lenguas cooficiales cuando de común hablan español entre ellos. Quieras que no, el recurso innecesario a pinganillos dificulta la comprensión de los mensajes (traduttore, traditore) y resta fluidez a la conversación. Además, la escenificación tiene la dudosa virtud de enfatizar las diferencias entre los participantes, de extrañarse los unos a los otros, y los otros a los unos, de “extranjerizarse” entre ellos, percepción que disuade al espectador de la existencia de una auténtica comunidad de intereses, de unos mínimos lazos afectivos y de la tan cacareada solidaridad entre regiones… carencias por otro lado perfectamente congruentes con la esencia misma del estrepitoso y carajalero descacharre autonómico.

Lo diremos de una vez y para siempre… y no hace falta estrujarse las meninges para pillarlo… los pinganillos se inventaron para las personas que entre sí no se entienden, no para las que sí se entienden. Cuando dos personas que hablan una misma lengua recurren a un traductor y al chisme auricular, el espectador de dicho acto sospecha que ambos son tontos de baba, cuando no directamente gilipollas. Pues, de no creer, a semejante melonada se sumaron de grado Moreno Bonilla, Rueda, «gaiterolingüe», la ambivalente Prohens, que nunca sabe uno de qué lado del gallinero va a caer, y un par más que no recordamos, dispuestos a poner su honra en holganza colocándose los pinganillos de marras. Esto es, quedando a la altura del betún, paletos de boina calada, y dejando a Ayuso como única y aseada lideresa del partido.

Hay quien considera que la del pinganillo es una anécdota irrelevante. Nada de eso: es el artefacto más valioso, significativo, que han encontrado quienes odian a España para poner en solfa la demolición, la fragmentación definitiva, por mitosis, de la nación. El proceso se inició, ahora lo vemos claro, tras plantar la semilla autonómica en el articulado constitucional, pues no cabía esperar lealtad ninguna de los nacionalistas (como si no hubiéramos pasado por una II República y una Guerra Civil, y como si no contáramos con precedentes históricos de gran relevancia como las taifas tras la extinción dinástica en el califato de Córdoba o el cantonalismo decimonónico). Sucederá a la actual, la etapa confederal, para la que el pinganillo es un icono, un símbolo premonitorio, y las sentencias aberrantes y bastardeadas de Conde-Pumpido el combustible para que echen a andar engendros “legaloides”, malolientes y contaminantes. Sea dicho de paso, el magistrado al frente del TC, aparece de un tiempo a esta parte en todas las fotografías con cara de padecer una atroz constipación intestinal, ulcerante, debida acaso a una dispepsia moral sin tratamiento conocido.

Sucede que el parlamento “plurinacional y pinganillomorfo” se parece a la calle como un huevo a una castaña. A nadie vemos en el supermercado o en bares y cafeterías echando mano del pinganillo de los cojones para hablar con su vecino, aun siendo uno de los dos una persona que habitualmente se expresa en una lengua cooficial. La cordura lleva a la mayoría de la gente a una entente comunicativa en el idioma que ambos conocen, que acostumbra a ser el español por razón de su mayor difusión. En su día el latín fue lingua franca. Más recientemente lo han sido el francés, el inglés o el español mismo. Difícilmente lo serán nunca el danés o el olteno-válaco. Cosas de la vida. Y no hay que hacerse por ello mala sangre. También es cierto que la imbecilidad clínica no es delito y que Dios nos quiso libres incluso para ser unos chifletas del quince con un pinganillo colgado de la oreja.

Se acepta en esta materia que un gobierno del PP no será peor que la banda de Pedro Sánchez (que pasó de ser un presidente PE, a otro PD, Profundamente Decepcionado). Pero ya somos adultos, llevamos décadas cotizadas y no debemos abrigar esperanzas ilusorias. A mucho tirar Feijóo, que fue y es galleguista, modulará el discurso y los excesos de la izquierda actual contra España y su lengua común, pero ni querrá, ni intentará siquiera, revertir la situación a corto o medio plazo.

PS.- Hemos sabido por la edición digital de “El Mundo” (11/06) que el “lehendakari” Pardales (¿O es Pradales?) se dirige a sus ministrines siempre en español durante las reuniones del gobierno regional. Chúpate ésa. II Un cargo del PP guipuzcoano le afea a Ayuso que prescindiera del pinganillo para oír al “lehendakari” Pradales (¿O es Pardales?). III Pedro Sánchez se reunió días atrás en “Moncloaca” con Rull y Turull… (que en realidad son una misma persona, “Tururull”, que se escinde en dos)… ¡¡¡Sin pinganillo!!! 

“Bokadilloak tortillak”, “Te copio: calamares a la romana, marchando”, “Ez, ez, kalamaroak ez”, “¿Qué hez, ni qué pez?”, “Bokadilloak tortillak bai”, “Mira, chico, que os den por kuloak a ti y a tu amachu”

255 millones

Si fuera yo el director de una compañía publicitaria contratada por la administración regional para promover el uso del catalán en la sociedad, ya habría despedido sin contemplaciones, y sin indemnización, a todos los cargos nombrados al efecto por la Generalidad desde los tiempos del Molt Honorable por un calamitoso balance de resultados. Si no ando mal informado, un estudio publicado años atrás establecía una horquilla de entre tres mil y cinco mil millones de euros (para mí tengo que hacen corto) derrochados alegremente desde que aprobaron sucesivamente las leyes de “normalización lingüística” y de inmersión obligatoria en la escuela pública. Aquí cabría incluir campañas de todo tipo, lo mismo con “Norma” de protagonista, aquella nena con pinta de no haber roto un plato en la vida, que con “Queta”, la dentadura siniestra desgajada de la boca de un vampiro.

Pero, mira tú por dónde, cuantos más monises dilapidan al servicio de la causa, más menudean las coacciones, más expedientes sancionadores se incoan a comercios por la rotulación obligatoria en catalán y mayores son las exigencias en el ámbito laboral (requisito que no mérito para ocupar plaza funcionarial o para la atención al cliente incluso en empresas privadas), resulta que se contrae su uso en la vida cotidiana. El dato interesa a los más jóvenes en particular, pues las actuales son las generaciones que más fácil acceso tienen a la lengua y, sin embargo, prefieren relacionarse entre ellos, mayoritariamente, en español. Acaso como gesto reactivo a la insistencia a desempeñarse en catalán promovida a machamartillo desde las instituciones. El catalán deviene algo cargante, antipático, la lengua de las obligaciones, de los exámenes, de las leyes, de las multas, del mundo de los mayores. Ese “habla catalán o muere” es como aquello que nos dijeron cuando mozalbetes: “no te toques la pilila o te quedarás ciego”.

Lo concedo. Decir que no han triunfado, que no se han salido con la suya, es una exageración. Han avanzado tanto en la opresión, en la tiranización lingüística con esas políticas liberticidas que costará un mundo, si hay ocasión, siquiera restituir entre ambas cierto equilibrio legal. Pero, a decir verdad, sólo han tenido éxito, y mucho, en la criminalización del español y en su expulsión forzada de la vida pública. Lo han dado todo, pero no “a favor” del catalán, si no “en contra” del español. Sólo que entramos en bucle, en un círculo vicioso. Al decir del propio gobierno regional, a través de los organismos demoscópicos oficiales que detectan un retroceso de uso entre los adolescentes, tienen servida en bandeja de plata la excusa perfecta para redoblar la presión, sostenella y no enmendalla, y dedicar nuevas y más colosales partidas al invento. “Dios mío, el catalán está en serio peligro de extinción, casi como el tigre de Bengala”.

Y va Illa y anuncia, tachán, una inversión extraordinaria, fuera de guión, de 255 millones de euros. Una suerte de plan de choque. Y al carro se sube el gobierno de la nación. Y Pedro Sánchez pone sobre la mesa, como sus tetas la condesa, 150 quilos para promover la oficialidad del catalán en la UE. Una medida que esperaban ansiosamente todas las cancillerías continentales. Esa derivada europeísta que ha salido rana, aunque la turra no cesa y volverán a intentarlo, se solapa en el tiempo con unas declaraciones delirantes de Yolanda Díaz en las que propone, ahí es nada, multar a los agentes de la Guardia Civil destinados en Baleares que no responden en catalán (o mallorquín, no entramos en alambicadas disquisiciones filológicas) a los avecindados en el archipiélago que a ellos se dirigen en la citada lengua (“sa pistola”, “es lladre” *). Cabe que algún día traslade la misma y original iniciativa a los números de la Benemérita acuartelados en La Gomera, quienes habrán de silbar, por bemoles, a los gomeros que presenten una denuncia en ese pintoresco lenguaje tonal. Éste es el nivel de la doña que saca de las estadísticas del paro a un millón de fijos discontinuos en busca de empleo. Sorprende su contumacia con la cuestión lingüística cuando figura como ministro de Trabajo en el actual gabinete: ahora pretende que todas las señales de tráfico en las islas estén redactadas exclusivamente en catalán. Ignoro la gravedad del golpe que Yoli se ha dado en la cabeza. La ha tomado con las Baleares.

Ante la pregunta ¿Qué toca hacer para denunciar esta nueva requisa al contribuyente que alimenta la fiera voraz e insaciable del nebuloso complejo denominado “la lengua está a un tris de colapsar”? El hartazgo, el cansancio y el aburrimiento de esta monserga infinita son las claves de bóveda sobres las que descansa ésta, mi muy modesta y desairada campaña. Dicho sin ambages: mostrarles el culo. Tal cual. No es una salida de pata de banco y pienso demostrarlo. Hablo muy en serio. Quizá sea la cosa más seria que he dicho y he propuesto en mi vida. Cuando uno está fatigado de la insistencia y estulticia de un interlocutor no muy vivo es común zanjar la conversación con un “ve tú a tomar por culo”. No es una invitación, en sentido estricto, a probar nuevas experiencias sexuales. No hay que interpretar el exabrupto literalmente. Equivale a un “déjame en paz, pesado”, a un escueto y mortificante “piérdete”, que es la frase que en más ocasiones encajé cuando, siendo mozo, intentaba galantear con señoritas en bares de copas.

Por otro lado, el culo y su aseo, acuden en auxilio de aquél que pretende manifestar públicamente su desafección o extremo desinterés de una norma, evento, artefacto, persona o circunstancia. Sea el caso: “me limpio el culo con el festival de Eurovisión”, quiere decirse que el certamen lírico de marras, y lo que sea de él, me importa un bledo. “Me limpio el culo con la gala de los premios Goya”, tres cuartos de lo mismo. O con la última comparecencia televisiva de Revilla, el risible cacique que dirige el PAC, o Partido Anchoísta de Cantabria, ahora enfurruñado con el rey “jubileta” cuando fueron en tiempos compadres de francachelas. Hete aquí, pues, que el culo es un filón para la polisemia. Que no anda ligado a lo que de sublime hay en el ser humano, es evidente. Pero es una valencia nada desdeñable para darle empaque y carrete al lenguaje corporal.

A fin de cuentas, tantas veces se ha dicho aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”. Y en esta ocasión hace al caso. Aportar argumentos de gran enjundia y prosapia para denostar la campaña multimillonaria de Illa nada aporta al colectivo. Podemos desgañitarnos diciendo que esos millones serían más necesarios destinándolos a Sanidad o Educación, quién lo duda, pero es tan evidente que una crítica y un razonamiento de ese tipo nos encadenaría al bucle de siempre, nos instalaría en el movimiento cero, en la nada. De modo que tu culo, su culo de usted, puede propiciar aquí un más provechoso rendimiento dando la cara y, en passant, una larga cambiada a la mortecina milonga de la lengua supuestamente “infrafinanciada”. Una salida disruptiva, ahora se dice mucho, que además tiene la virtud de tirar a la papelera la terminología que los nacionalistas pretenden instaurar de por vida. Hasta las narices de que siempre delimiten ellos el terreno de juego e impongan las reglas del debate. Anímese a perderles el respeto: no lo merecen.

Sería un error replicar desde el raciocinio o el afán de confrontación argumental porque no la hay en el adversario y el esfuerzo, baldío, estéril, no sería remunerado. Muy al contrario, un espíritu mínimamente ponderado y cabal, estupefacto ante la colosal arbitrariedad de la política lingüística ultranacionalista del gobierno de Illa, percibiría la discrepancia motivada como un artificio bizantino, una debilidad, acaso como un acto de sumisión, pues el de la lógica dejó tiempo ha de ser el ámbito en el que se dirime la cuestión. Esos culos levantiscos visualizarán de manera gráfica e irrefutable la fractura, la falla geológica que se abre entre la Cataluña regimental y la real. Esa distancia que se abre entre la plúmbea letanía oficial (“parla català, viu en català” **) y la risueña disidencia de los chicos (“me lo paso por el culo”). ¿Mi opinión sobre la campaña de los 255 millones del carajo de la vela que se saca Illa de la manga para complacer a sus aliados golpistas? Ahí va: mi culo. De modo que necesitamos 255, a culo por millón, para que ese tipo con cara de funerario sepa de primera mano el entusiasmo que su servidumbre al nacionalismo inspira a los catalanes que a diario pelean por ser dignos de ser libres. Aunque nuestros, ya sabe el interfecto por dónde meterse esa millonada en monedas de un céntimo y de una en una.  

(*)  “Sa pistola”, “es lladre”: la pistola, el ladrón

(**) Habla catalán, vive en catalán

He aquí el culo inaugural de la campaña avanzando en descubierta contra Illa y sus inquisidores. Hemos tenido buen cuidado de juntar los cachetes para evitar el embarazoso protagonismo que siempre reclaman las hemorroides, por mucho que se sufran en silencio. Con el concurso de otros 254 se compondrá el lema POR LA LIBERTAD LINGÜÍSTICA YA. Rebélate.

«Catalunya Nord»

La denominada, por nuestros aborigenistas iracundos, “Catalunya Nord”, comarcas incluidas en el departamento francés de Los Pirineos Orientales, es, más allá de una división administrativa, y de unos territorios codiciados por el separatismo, la circunscripción electoral donde hoy barren las candidaturas de Marine Le Pen. Lo mismo da que sean comicios municipales, regionales, legislativos que europeos. La “Catalunya Nord”, erre que erre, una y otra vez se echa en brazos de la extrema derecha francesa y confina el catalanismo político a la marginalidad, a la anécdota, en particular cuando éste declina colar su “topillos” en las listas de los partidos de ámbito nacional y se presenta en solitario. Si comparece en las urnas a calzón quitado apenas roza el 2% de los votos.

Los chicos de Le Pen ya coparon los cuatro distritos en las Legislativas de 2022, alcanzaron el 43% en las últimas europeas (distrito único) y repitieron pleno en 2024: Blanc, 57’5%, Dogor-Such, 56’3%, Martínez, 58%, y Sabatini, que zanjó el asunto en la primera vuelta (no fue al balotaje) con un colosal 55%. A mayor abundamiento, Louis Aliot ganó la alcaldía de Perpiñán en el año 2020 con un 53%. Es el municipio más grande de Francia gobernado por la formación liderada por Marine Le Pen y su delfín Jordan Bardella.

Estamos ante un misterio insondable que interesa a los más reputados politólogos que en el mundo son. También a sociólogos y antropólogos. A filósofos, psicólogos y panaderos. ¿Qué diantre les pasa a nuestros vecinos del sur de Francia? ¿En qué cabeza cabe que sean tan refractarios a las maravillas sin cuento ni cuenta que les ofrecemos aquende Los Pirineos? ¿Es que no quieren disfrutar de la valiosa “info” que les proporcionaría una ecuánime TV3 “cataluñonórdica·” ayuna de todo atisbo de adoctrinamiento y sesgo interesado… “gabatxos” (por “nyordos”), “Bona nit i puta França” (por “Bona nit i puta Espanya”), sin omitir jamás las previsiones “meteo” de Canet de Mar, Onteniente y Alghero? Una cadena “departamental” presupuestada en cientos de millones de euros anuales a detraer del futuro pago de las pensiones. ¿En qué estarán pensando?

¿No sueñan acaso con escolarizar a sus hijos íntegramente en catalán, dejando el francés de mierda para los talleres de arcilla de pichulinas y pototos, área pretecnológica, y dos horas semanales a mucho tirar? ¿Es que no les hierve la sangre cuando renuncian a exigir, a guisa de indispensable requisito, el nivel C de catalán para los candidatos a tocar el trombón en la orquesta municipal de Ceret o de Fontromeu cuando una de esas plazas la puede requisar impunemente un colono indeseable nacido en Reims o Nantes? ¿Y qué decir si entra en quirófano para operarse a corazón abierto y el instrumental lo maneja un cirujano que habla la lengua de Molière, de la metrópoli parisina, y que en su vida ha cantado el muy cenutrio una canción de Guillermina Motta o de Nuria Feliu? ¿No envidian nuestros apagones tercermundistas a la manera bolivariana? ¿Qué decir de ese desastre continuado del servicio ferroviario de Cercanías (“Rodalies”)? ¿De las comisiones regimentales del 3% (y más) en la licitación de obra pública durante décadas? ¿No codician, a nuestra imagen y semejanza, dar el mayor porcentaje de “okupaciones”·de toda Francia cuando nosotros no tenemos rival en el resto de España? ¿O darse el gustazo de muy padre y señor mío de inaugurar embajadillas de chichinabo lo mismo en Hanoi que en Berlín donde colocar a cuerpo de rey a un hermano o a una “sobrina” à la façon del “tronco” Ábalos?

Pues ellos se lo pierden. Qué marmolillos, tarugos y descastados. No cruzan, no, la frontera para asistir a eventos culturales en catalán de renombre mundial, devolviéndonos la visita, con un descuadre de varias generaciones, de aquellas excursiones a Perpiñán de nuestros mayores para ver películas vetadas por el franquismo. Y devalúan sus vidas espiritualmente prescindiendo, a caso hecho y por ejemplo, de las fastuosas representaciones teatrales de “L’ auca del senyor Esteve”, “Terra Baixa” y de ese gran musical, “Pirates”, bajo la batuta experta de J. Lluis Bozzo, el “cazacamareros” hispanohablantes número uno que comparte en las redes sus proezas delatoras. Nanay, a esos huevones sólo les interesa darse un garbeo por los estancos de las localidades fronterizas para hacer acopio de cartones de tabaco, y tiene su qué, pues en su casa una cajetilla les sale por la friolera de 9-10 euros cuando un Mecánicos, negro canario, me cuesta a mí 4’80 (que es de lo poco que se puede fumar sin perder la dignidad, acaso sí la salud).

En éstas andamos cuando Salvador Illa, que ha llegado a la presidencia de la Generalidad gracias a su magnetismo indiscutible y a esa capacidad innata, a lo Montilla, de galvanizar a las multitudes, va y destituye a su embajador plenipotenciario en Perpiñán, un tal Christopher Pearson, porque en una comparecencia pública cometió éste la osadía de denominar el departamento francés de Los Pirineos Orientales de la siguiente guisa: “departamento francés de Los Pirineos Orientales”. Es decir, por su nombre oficial.

Un inciso: muchos son los que caen en la tentación (y error) de vincular a Illa con la cartelería publicitaria, por asociación de ideas, de una película dirigida e interpretada, mediados los 80, por José Sacristán: “Cara de acelga”. Nada tienen que ver. Pearson, Christopher, es un joven político francés nacido en Metz y ha sido, vueltas que el mundo da, asesor municipal en la localidad ilerdense de Cervera. Uno de los méritos del interfecto para desempeñar su cometido “consular”, por así decir, ha consistido en contraer nupcias con Jan Pomés, burgomaestre… ¿Lo adivinan?… de Cervera, al tiempo que senador del PSC por esa demarcación provincial. Otro de sus imperdonables errores consistió en referirse en un documento escrito a Colliure, encantador pueblecito costero donde reposan los restos de Antonio Machado (que vino al mundo en Sevilla y no en Soria, contra la opinión públicamente manifestada por Pedro Sánchez), como Colliure y no “Cotlliure”, intolerable desliz que fue afeado por el nacionalismo enfurecido. Un error, a mis ojos disculpable, e incluso loable, pues de este lado de la frontera no hay tontín acomplejado que tenga los bemoles de decir Gerona, hablando en español, en lugar de Girona (“Yirona”), fórmula mamelucoide, al parecer, de obligado cumplimiento.

Ni uno de esos contables meticulosos que en las pelis americanas adquieren el estatuto de “testigo protegido” en juicios contra la Mafia, sabría decir cuántos cientos o miles de millones de euros han dilapidado las autoridades regionales en promover la lengua catalana (en un doble movimiento que pasa necesariamente por excluir la española de la vida pública, institucional, comercial y escolar mediante reproches y multas). Aunque no con el éxito deseado, pues hay estudios demoscópicos que dan fe de un retroceso de su uso cotidiano en algunos segmentos de la sociedad, acaso por hartazgo ante la antipatía de su imposición permanente. Uno de los capítulos de ese despilfarro es el afán de financiar las denominadas escuelas o “bressoles” (período infantil de escolarización no obligatorio) en el sur de Francia. Casualmente, esas partidas se incrementan cuando los socialistas, y otros grupos de izquierda, agarran la poltrona en la plaza de San Jaime por aquello de “no siendo separatistas, parecerlo”. El último óbolo transfronterizo asciende a la nadería de 800.000 euros. Añadiré que, lógicamente, para el nacionalismo enragé la suma está bien invertida y, en todo caso, es insuficiente.

Acabáramos, Illa (y las mascarillas) ha cesado a su “cónsul” en Perpiñán, y alcalde consorte de Cervera, por utilizar la denominación oficial de un territorio ajeno a su jurisdicción política, elevando la “diplomacia catalanista” (“acción exterior”, la llaman) al ámbito discordante de la disociación cognitiva. Por anteponer la fantasía a la realidad. “La realidad es una cosa y mi percepción de la misma es, aunque la enmascare, pervierta o tergiverse, la que me sale de los pelendengues”, o mejor, la de aquellos que de sus votos tutelares depende mi permanencia en el cargo. Pearson (Christopher) ya tiene sustituto: Albert Piñeira (antigua CiU) y, años atrás, alcalde de Puigcerdá, nuevo canciller en nuestros Sudetes. En esta Cataluña disparatada y circense, tragicómica y demencial (“manicomial” diría José Pla), ni las brújulas señalan el norte (“nord”).   

PS.- Illa cierra la embajadilla catalana en Tel-Aviv: Netanyahu entra en pánico

¿Para cuándo el “anschluss” de la “Catalunya Nord”? ¿Prepara el gabinete de Illa la ocupación de nuestras comarcas hermanas allende Los Pirineos?

CAT-contrato de alquiler

El bálsamo de Fierabrás es la panacea de todas las heridas. No hay contusión o mamporro que no sane ese mirífico mejunje que adquiere nombradía en las aventuras y desventuras de Alonso Quijano, el Quijote. Durante mucho tiempo, como los caballeros de la saga artúrica en pos del Grial, hubo quien anduvo tras los ingredientes del mágico ungüento. Que si miel, vino y romero. Pamplinas. Al fin hemos averiguado su verdadera composición. No es una elaboración de la farmacopea tradicional de gran provecho para valerosos paladines al copo de magulladuras y moratones tras sus justas y liornas en el palenque del honor: es una lengua. Para más señas, la lengua catalana.

En efecto, los catalanes hemos sido agraciados, deferencia exquisita de la divina Providencia (no nos faltan boletos para la rifa “¿Cuál es el verdadero pueblo elegido de Dios?”), con una lengua balsámica, de sanadores efectos, tal cual fue la imposición de manos de los antiguos reyes de Francia para aliviar bubones, escrófulas y pestilencias de todo tipo. No bromeo. Con estas cosas no se juega. La lengua catalana hace mejores a las personas, como bien saben los dirigentes del partido de Puigdemont que unas semanas atrás promovieron la inmersión a nuestra lengua de los imanes salafistas. ¿La intención? Erradicar los actos vandálicos como aquéllos que se produjeron en Salt (Gerona) con motivo del desahucio de un imán “okupa” (véase la tractorada anterior). El catalán como emoliente del islamismo exaltado. Una vez que los imanes más combativos vean el mundo a través del prisma mental y de las retículas clasificatorias inherentes al idioma salvífico, los altercados en particular, y el choque civilizatorio en general, no tendrán razón de ser. Lo que no consiguieron los comandos Navy-Seals infiltrados entre los pastunes del Kandahar, será coser y cantar en cuanto los apóstoles de la Yihad reciten de memoria los poemas de Martí i Pol musicados por Lluis Llach.  

Apaciguado el belígero Islam por celestial intercesión de la lengua catalana, procede hacer lo propio con el sindiós de la vivienda en Barcelona y su área metropolitana. Que es otra bestia parda descomunal. La política de control de los precios de los alquileres por parte de las administraciones locales, el déficit de construcción de vivienda nueva tras la crisis del ladrillo y la legislación permisiva con “okupas” e “inquiokupas” promovida por Colau (*) y sucesores, causan pavor a los propietarios. Casi el 90% son, no “fondos buitre”, “grandes “tenedores”, la cantinela que profiere el coro de opinantes de la progresía, si no gente del común con una vivienda que complementa una pensión o ayudará a pagar la factura geriátrica. ¿La consecuencia? Se contrae significativamente, va de suyo, el mercado de alquiler. En resumidas cuentas, tras una década de murga de la izquierda, y sus fallidos experimentos, el precio de la vivienda está por las nubes y en la conurbación de Barcelona con un sueldo medio puede uno aspirar, a lo sumo, a guarecerse en un trastero o a compartir piso con desconocidos. Es lo que dicen “una ciudad tensionada”.

Pero, hete aquí, que una intelectual de relumbrón de esta nueva izquierda infantiloide, salpimentada en el presente caso de globulina particularista, Nuria Marín, afamada periodista del mundillo del corazón (chismorreos varios: que si el clan de los Pantoja o los hijos no reconocidos de Bertín Osborne), ha dado con la solución definitiva. Fórmula que confiere un insospechado protagonismo, arrea, a la lengua catalana, que lo mismo sirve para un roto mahometano que para un descosido inmobiliario. En efecto, propone la criatura una suerte de arancel lingüístico para vetar la venta, o el alquiler de viviendas, a personas foráneas, es decir, a aquéllas que no hablan catalán. Acabáramos. Los nuevos inquilinos, o propietarios, habrían de acreditar, pues, el nivel C para formalizar un contrato de compra-venta o de inquilinaje. De ese modo se combatiría eficazmente el fenómeno que ahora llaman, eso creo, “gentrificación”, que es la paulatina expulsión de los vecinos de toda la vida, o cosa parecida, sustituidos por turistas o residentes extranjeros que adquieren apartamentos céntricos a golpe de talonario. La iniciativa de Marín limitaría el éxodo de los nativos y la consiguiente desnaturalización identitaria de nuestros barrios.

El proyecto, a fin de cuentas, por delirante y extemporáneo que pueda parecer, supone apenas un paso más allá en los usos y costumbres habituales del nacionalismo. Pues si es exigible la titulación de lengua catalana, como requisito, que no mérito (siendo el “mérito” controvertido asunto en función del desempeño profesional), para tocar el clarinete en la orquesta municipal, desinsectar jardines u obtener la licencia de taxista (última propuesta de Tito Álvarez, gerifalte sindical del sector y habitual en las palatinas recepciones de Waterloo)… ¿Qué habría de impedir la instauración de un baremo idiomático para avecindarse en nuestra bienquista ciudad?

Nuria Marín, se dice, integrará la plantilla del programa de nueva emisión que RTVE, la televisión pública, ha calcado de Tele-5. Un espacio de chascarrillos y escuchetes de famosillos de medio pelo que presentará Belén Esteban, tiempo atrás honrada con el título oficioso de “princesa del pueblo”. Nuria, nuestra heroína, es una de esas televisivas que hacen fortuna en Madrid derrochando campechanía y buen rollo ante la audiencia a escala nacional, cuidándose mucho de mostrar la patita, pero que en cuanto se regresan a Barcelona proclaman a los cuatro vientos sus veleidades indigenistas, siguiendo la estela de elementos sobradamente conocidos como Évole, Buenafuente, Santi Millán o Corbacho, que lloraron a moco tendido por las prisiones de su amigo Oriol Junqueras.

La televisión que todos costeamos, imbuida de un bochornoso sectarismo, y que habría de priorizar eso que llaman información de servicio público, echa su cuarto a espadas, y con un presupuesto millonario, por la cochambre. La primera andanada fue la de Broncano (14 millones de euros por temporada… comicastro que, en antena, le preguntó a una bella actriz por las características de su menstruación). Y ahora llega la réplica de Sálvame, paradigma de la tele-basura, un espacio, en tiempos, denostado por la progresía. La fórmula pasa por aunar entretenimiento para “marujas” o “charos” y adoctrinamiento, colando pildorazos LGTBIQ+ entre noviazgos e infidelidades de los cansinos “protas” de la crónica social.

La estrategia resulta. Recordemos que el perfil mayoritario de los telespectadores de este tipo de productos son amas de casa maduritas, nivel académico básico y poder adquisitivo limitado, es decir, un nicho tradicionalmente refractario a las extravagancias de la ideología de género. Con esa habilidad que adorna a la izquierda para marcar la pauta, dio ésta la campanada años atrás mediante la operación “Hermana Rocío, yo sí te creo”. Tras el infectódromo coronavírico de la mani del 8 de marzo de 2020 (“sin besos, sin besos, que hay virus”), avisado el gobierno de la potencia de contagio y elevada mortandad del covid-19, al año siguiente, y comoquiera que estábamos inmersos en la fase dura del confinamiento, no cabía autorizar movilizaciones feministas. De modo que un batallón de asesores monclovitas puso en marcha esa atorrante campaña para colarse en los hogares a través de la tele y adoctrinar al paisanaje. Y la cosa cundió: Rocío Carrasco fue elevada a los altares. Ahora las más fervientes wokistas son esas marujas que antes iban al mercado con el carrito de la compra por el que asomaban coliflores y berzas. Las mismas que ahora se tiñen el pelo de azul para llamarte “machirulo”, “señoro” y dar de comer a los gatos callejeros. Son las “charos”, las “marujas” de toda la vida, mal y tardíamente empoderadas, que suspiran transidas de amor por el varonil atractivo de Pedro Sánchez.

En estas coordenadas anda Nuria Marín, nuestra profetisa de la vivienda y paladina de la catalana lengua. Recuérdese que para el wokismo no hay ciudadanos iguales en derechos y deberes, si no minorías especialmente vulnerables, y siempre ayunas de visibilidad (son transparentes), que merecen prerrogativas blindadas para resarcirlas de antañonas e hipotéticas injusticias que, si han existido alguna vez, no perviven en la hora presente y en absoluto afectan a los individuos actuales. Y una de esas prerrogativas habría de ser el alquiler de vivienda preferente en Barcelona, qué duda cabe, para todos aquellos que hablen catalán. Cómo no se nos ocurrió antes.

(*) Muchos barceloneses tenemos la sensación de que Colau sigue siendo la alcaldesa. Recién sobrevivió a un presunto ataque del ejército israelí contra una finca olivarera en Gaza, donde se hallaba en supuesta misión humanitaria junto al siniestro Jaume Asens, íntimo de Gonzalo Boye y de Puigdemont. Los artilleros de Netanyahu tuvieron días mejores. Afortunadamente ambos salieron indemnes y todos respiramos aliviados.   

Nuria Marín, ante una audiencia expectante, en el trance de exponer su innovadora receta para solucionar los problemas de la vivienda en Barcelona mediante la imposición de aranceles lingüísticos

Catalán para imanes salafistas: una apuesta de futuro

Alcorà: Corán

Apedregar: Apedrear, lapidar

Dejuni: Ayuno.

Escapçar: Decapitar

Esventrar: Despanzurrar

Infidel: Infiel

Matxet: machete

Fuentes dignas de todo crédito, bien relacionadas con el partido de Puigdemont, nos han hecho llegar este documento, parcialmente reproducido arriba, que comprende más de un centenar de correspondencias básicas “catalán-árabe” (que he vertido al español para facilitar su comprensión) inspiradas en elementos nucleares de la religión islámica. Se trata de un glosario de conceptos capitales para propiciar un acercamiento de los imanes salafistas (mayoritarios en Cataluña) a nuestra realidad regional. En efecto, Junts (antes CiU), promueve esa iniciativa parlamentaria de gran calado para acelerar la integración pacífica de la comunidad musulmana tras los episodios violentos acecidos en Salt (Gerona) unos días atrás. Ya saben, el desahucio de un imán “okupa” acabó en violentos disturbios.

La singular iniciativa de Junts obedece a la pulsión civilizatoria que per se contiene la lengua catalana. Saber catalán mejora a las personas: las aquieta (la “ataraxia” filosófica de la antigüedad clásica), mece y arrulla, las lleva en andas y remonta, con elegante aleteo, a las sublimes cimas de la humanal conciencia entre arrobamientos de índole espiritual. ¿Quién en su sano juicio podría resistirse a la tentación de participar de una cosmovisión impregnada, siquiera superficialmente, de una manera catalana de ver el mundo? Que si “el seny i la rauxa”, “el peix al cove” o “el nostre tarannà” (*). Absolutamente nadie.

Con todo, y según el ponderado criterio de los representantes gerundenses de la formación autodenominada CUP, presente en muchos gobiernos municipales de la provincia, capital incluida, los altercados habidos, entre ellos la quema de contenedores, avalarían la asunción de valores propios de la sociedad receptora por parte de ese segmento de la juventud movilizada a causa del trato dispensado a su líder. Para CUP, esa conducta vandálica es “un hecho cultural propio”. Tal cual. De modo que la destrucción del mobiliario urbano demuestra aquí, desde una perspectiva etnográfica, la idoneidad de los mecanismos de préstamo y transmisión recíprocos de artefactos culturales. Estaríamos ante el triunfo apabullante y definitivo de la multiculturalidad. Que un abrasivo cóctel molotov arrojado con tino contra un agente de los Md’E (**) dice tanto de nosotros como la coreografía de un “esbart dansaire” (***).  

Nuestros aborigenistas, es sabido, favorecieron años atrás, por estrategia política, el flujo migratorio procedente de Marruecos. El muñidor del proyecto no fue otro que Àngel Colom (ERC, PI -liquidado con fondos procedentes de la estafa, ya olvidada, “Palau/ Millet”- y finalmente CiU). La idea nuclear, sencilla: los hijos de los inmigrantes marroquíes, al no tener el español como lengua familiar (a diferencia de la inmigración de origen hispanoamericano), y una vez sometidos al intenso adoctrinamiento en la escuela pública, la “madrasa” catalanista, más fácilmente adoptarían el catalán como idioma relacional y ésa sería una de las bazas a jugar por las autoridades para ultimar su captación a filas del separatismo.

No contaban esas preclaras mentes de nuestro indigenismo paleto con el fenómeno observado años ha por sociólogos y ensayistas en Francia, y también novelistas como Houellebecq (“Sumisión”, que así se traduce “islam” al español), por la ventaja que nos llevan en esta espinosa materia, consistente en el desapego de las generaciones posteriores a la primera oleada migratoria musulmana de los valores y modo de vida tradicionales de Occidente. En efecto, las expectativas de promoción social, acceso a un consumo de calidad, vivienda, aceptación, es decir “estatus”, no siempre son satisfechas y ello propicia un sentimiento generalizado de frustración y de marginalidad entre la juventud en esas barriadas periféricas donde el peso demográfico de franceses de origen argelino y marroquí es considerable.

El choque cultural es más abrupto, si cabe, cuando hablamos de los “menas”, que recalan de golpe y porrazo en un mundo distinto al suyo, donde las costumbres son muy diferentes a las de sus sociedades de procedencia, aquí más permisivas, donde abundan los estímulos sexuales (pues son hombres jóvenes impelidos en mayor grado por las pulsiones biológicas que hacen al caso). Al mismo tiempo carecen de redes familiares de asistencia que mitiguen ese fuerte impacto. Su inserción deficiente, problemática, una cosa sigue a la otra, aboca a no pocos de ellos a la delincuencia (los porcentajes disponibles de criminalidad “comparada” son elocuentes). En ambos casos (“menas” y “segundas y terceras generaciones”), como respuesta, refuerzan el vector religioso, no como un sentimiento necesariamente piadoso, por así decir, si no como un agarradero o refugio identitario que restaña su lesionada autoestima. Y, es sabido, que para un creyente, el islam sobrepuja a las obediencias nacionales, que son de rango secundario. 

La creciente sensación de inseguridad a nivel municipal y regional, sumada a la percepción de una distribución inequitativa de las así llamadas “ayudas sociales” en beneficio de la inmigración (legal e ilegal), la complacencia buenista e inclusiva de las autoridades con los rasgos culturales y religiosos de la comunidad musulmana, el fundido en negro de sus índices delictivos (en particular los de índole sexual) encaminado a la “no estigmatización” del colectivo, y otras bagatelas, generan cansancio en la sociedad. Muy especialmente en el segmento de población autóctona más desfavorecida que habría de competir con los “nouvinguts” (o “recién llegados” en la terminología progre) por la obtención de esas mismas ayudas, y con quienes, además, comparten vecindario. Esa fatiga ha calado, siendo tachada al punto, desde el discurso oficial, de conducta intolerante, excluyente, “racista” o “xenófoba”, alimentando un sentimiento de culpa moral en la gente de a pie que no es bien recibido.

Tras el episodio vandálico que ha tenido Salt como escenario, el desahucio del imán “okupa”, y una vez que el peso demográfico de la comunidad musulmana se incrementa rápidamente, es posible que asistamos a fenómenos parecidos un día en El Vendrell, otro en Vich, acaso en Tarrasa, Balaguer, Figueras, Olot, Reus o Manresa. Recordemos que en Ripoll echaron los dientes como terroristas, “inmersionados” al catalán en la escuela, los autores del atentado por atropellamiento masivo en Las Ramblas (agosto de 2017). Por todo ello no sorprende que en nuestro nacionalismo aborigenista se esté produciendo un mar de fondo que ya detectan algunas encuestas, allá donde el esencialismo “etnoide” está más arraigado: precisamente en las comarcas de la Cataluña interior, es decir, en el “cinturón de la barretina calada hasta las cejas”. Ese runrún cobra forma de trasvase de votos significativo de los partidos que tradicionalmente han representado la así llamada “identidad” catalana (CiU, ahora Puigdemont y su cuadrilla, ERC y acaso CUP), aposentados, en menor o mayor grado, sobre una base pintoresca y mendazmente «racial», hacia la Aliança Catalana de Silvia Orriols, tal y como indica el último sondeo demoscópico del CEO (o CIS local), donde pasaría de sus 2 representantes actuales en el parlamento a una horquilla de entre 8 y 10, siendo en un primer momento la antigua CiU la formación más damnificada. Y previsiblemente las demás, a medio plazo, si la fórmula no es de algún modo “neutralizada”. El roto puede ser importante y suponer una turbulenta sacudida (un “daltabaix” que dirían en TV3, tan separatista, si no más, ahora con Illa que antes) del tablero electoral.   

 (*)    “El sentido común y la furia”, “el pez a la canasta” y “nuestro talante”

(**)   “Mossos d’Esquadra”

(***) “Grupo de danzas folclóricas”

Imán salafista acreditando ante los fieles su flamante nivel C de catalán: “la balanguera fila, fila, la balanguera filarà… i ara tothom… la balanguera fila, fila…”

Las amargas lágrimas de cocodrilo de García Montero

Pretendo, con tan largo título, parafrasear una película de culto de Fassbinder, el autor más emblemático de la contra cultura alemana allá por la década de los 70 del pasado siglo. Concedo que Petra von Kant tiene más gancho que no el poeta granadino colocado al frente del Instituto Cervantes en una de las primeras decisiones del gobierno de Pedro Sánchez. Con ese nombramiento, el presidente PE (Profundamente Enamorado), dio claras señales de por qué albañales discurriría la legislatura. Cabe decir que García Montero, militante del PCE y candidato años ha de IU en unas elecciones regionales en Madrid (donde cosechó un éxito notable, por cierto, dejando a la coalición sin representación en el parlamentín local), fue propuesto para el cargo por ese artefacto que ha sido dado en llamar “Podemos” y cuya misión fundacional obedece, ésa es la razón profunda de su irrupción en el escenario político, a proveer de bellezas (el exclusivo serrallo de la izquierda) a su primitivo triunvirato: Iglesias, Errejón y Monedero, quedando Echenique, muy a su pesar, al margen del voluptuoso reparto aun tras entonar rijosamente aquella jota de “chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia… chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia”. Unidas Violemos.

Haciendo bueno el dicho que reza “Dios los cría y ellos se juntan”, García Montero, en un alarde de auténtico heroísmo al alcance de muy pocos, se emparejó por muchos años con la escritora Almudena Grandes. Dios la tenga en su gloria. Luminaria de la literatura contemporánea que conmovió al gran público por su fineza, su aquilatada filantropía y por las más señeras virtudes de un arrebatado humanismo que, en vida, la llevaron a rivalizar con toda una Madre Teresa de Calcuta. Abundando en ello, recordaré que el gobierno Sánchez honró su memoria rebautizando con su nombre la estación de Madrid-Atocha. Muy oportuna consideración, habida cuenta de las “fantasías ferroviarias” de un lirismo exaltado de la autora, pues en cierta ocasión manifestó “que llenaría un tren de fascistones para darles un paseíllo al amanecer”. Bien entendido que para la finada cualquiera que no fuera de su cuerda era emboscado y fusilable agente al servicio de la heteropatriarcal “fachosfera”. 

Pareciera que sólidos vínculos unieran la reciente ejecutoria de García Montero al frente del Instituto con los Estados Unidos. Ya se dio cuenta en una tractorada anterior de la sensacional iniciativa de programar un cursillo de bable (nivel principiante) en Nueva York. No obstante, el cursillo hubo de cancelarse al inscribirse un solo alumno que, por otra parte, mucho me parece. Sin duda, la demanda de bable en Harlem o Manhattan conocerá tiempos mejores. Sólo es cuestión de tiempo.

Más recientemente García Montero ha declarado sentirse muy dolido, atenta la guardia, por el trato dispensado por Trump “a los hablantes de lengua española” en una de sus primeras providencias como nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sus lamentos han causado un enorme impacto en Washington. En efecto, muchos ciudadanos americanos tienen el español como lengua materna. Son, por lo general, inmigrantes de países que integraron antaño la América española (mejicanos, dominicanos, hondureños, etc) o sus hijos o nietos nacidos ya en el país de acogida. De un tiempo a esta parte, cayendo en desuso la voz “hispano”, hay quienes les denominan “americanos de origen latino” o, más escuetamente, “latinos”, queriendo con ello decir que sus ancestros proceden del Lacio, cuna de la antigua Roma, entroncando sus arboladuras genealógicas con Rómulo, Remo, Tarquinio el Soberbio o Julio César.

Aunque el español, insisto, es un idioma hablado por muchos de sus nacionales, careció siempre del rango de lengua oficial. De modo que Trump ha decidido recortar gastos y uno de ellos, lo que antes era una deferencia, es la web que publicaba en español toda la hojarasca administrativa. Sin duda supone un retroceso en la difusión e internacionalización de nuestra lengua, por tratarse los USA de la mayor potencia mundial. Pero, a decir verdad, la citada disposición no afecta en absoluto a nuestros derechos lingüísticos.

Lo que sí afecta a nuestros derechos fundamentales son las trabas que sufre la lengua española, la común a todos y única oficial en todo el territorio de la nación, aquende, que no allende nuestras fronteras. Y nada de eso parece causarle quebranto alguno a García Montero. Cuando menos no tenemos noticia de quejas, cuitas y porfías del eximio poeta, ni que haya vertido lágrimas, siquiera unas pocas, por las políticas de inmersión escolar obligatoria en lenguas locales (cooficiales en sus respectivas regiones), confinando la española, en el mejor de los casos, al recreo, a las tablas de gimnasia sueca o a los talleres de pililas y pototos de plastilina. O por esa tupida y profusa urdimbre de restricciones a su uso bajo especiosos subterfugios legales (sic) conducentes a su expulsión de la vida pública: señales de tráfico, anuncios y comunicaciones institucionales, rotulaciones comerciales salpimentadas de multas, requisitos para el desempeño de determinadas funciones (exigencia de nivel c de catalán, sea el caso, para tocar el clarinete en una banda municipal, fumigar colonias de mosquitos tigre o acceder a una plaza de oncología en un hospital mallorquín), obligatoriedad de fórmulas toponímicas aborigenistas (“Lleida”, “Girona”, “A Coruña” y “Ourense”), cuotas lingüísticas en la programación musical de las emisiones radiofónicas, so pena de la no renovación de licencias (Lluis Llach, Nuria Feliu o “Els Pets” y todo ello sin disponer de un búnker anti-apocalipsis zombi donde guarecerse) y otras por el estilo. Todo eso, a García Montero, le importa un cervantino bledo.

Quiere decirse que los obstáculos que arrinconan el español en la propia España, ni en Boston, ni en Houston, pero sí en Reus, Valencia, Mahón, Santiago o Fuenterrabía, y que aminoran los derechos de los connacionales que la hablan, que la tienen por lengua familiar y querrían que sus hijos, sobrinos o nietos, cursaran sus estudios académicos, por añadidura, en uno de los idiomas más potentes e importantes del mundo, esto es, el idioma que habría de ser objeto de sus desvelos profesionales, se la sudan. A mayor abundamiento, García Montero ha dado la callada por respuesta, el nihil obstat, a la cesión de un palacete parisino, hasta la fecha sede del Instituto Cervantes, nada menos que al PNV, un partido de gobierno que ha ido mucho más allá que Trump en la desconsideración a los hablantes de lengua española, lo mismo nacidos en Bilbao que en Portugalete. El palacete en cuestión, eso se dice, fue adquirido por los jeltzales en 1937, con fondos procedentes, supuestamente, de Méjico, y les perteneció hasta 1940, incautado entonces por los ocupantes alemanes. Ahora, amparándose en la Ley de Memoria Democrática (sic), el PNV reivindica la propiedad del edificio y el complaciente Pedro Sánchez se ha plegado a sus exigencias, tal y como recoge el decreto “omnibús” de reciente aprobación. Uno de esos decretos heterogéneos que reúne las más dispares materias y a los que es muy aficionado el gobierno actual.

García Montero envasa sus lágrimas de cocodrilo por la lengua española y sus hablantes en un minúsculo frasquito de cristal. Las contempla arrobado y se conmueve de sí mismo, de su rica vida interior. Pero es un tío grande, pues le afea la conducta a Trump, un hombre poderoso. No se arruga. Le asiste el poder de la palabra y de la pluma que esgrime intrépido, osado, inconsciente, ante muros, aranceles y caza-bombarderos. Pero no ante el buzón de Sant Cugat del Vallés instalado por el burgomaestre de la citada localidad para dar bola a denuncias anónimas contra quienes usen la lengua española en los comercios del municipio. Ante eso, se la envaina, la pluma, quiero decir.    

“No me quieran confundir, en España se puede estudiar íntegramente en español en todas las fases educativas y en cualquier punto de la geografía nacional. Los partidarios de la libre elección de lengua oficial promueven bulos en connivencia con la fachosfera fanguista. Aquí el único que persigue la lengua española es Donald Trump… y no es que lo diga yo, lo dicen Illa y Jordi Évole”

4.598

Esta cifra nada nos dice. Al tipo que tenía a mi lado en la cafetería, mirando un noticiero TV del tipo “24 horas”, tampoco. Podría ser el cómputo anual de víctimas en accidentes de tráfico o la distancia kilométrica entre Lima y Buenos Aires. En cambio, sí conocía ésta otra: 7.291. El resorte numérico se activó al punto cuando apareció en pantalla Isabel Díaz Ayuso, la presidente regional de Madrid. La cifra obedece a las víctimas mortales registradas en las residencias geriátricas de su jurisdicción durante la pandemia coronavírica. Comoquiera que mi vecino de barra dejó ir un “asesina, te has cargado a 7.291 ancianos”, serruchando las sílabas, “a-se-si-na”, cabe deducir que, a su juicio, las víctimas fueron asesinadas deliberadamente, que la suya no fue una muerte lamentable, pero a causa de un contagio devastador. Estaríamos, pues, ante una matanza premeditada, planificada, acaso un gerontocidio a gran escala.

Recientemente (13/11/2024) se ha estrenado un documental que lleva ese título, “7.291”. La primera proyección tuvo lugar en los cines Verdi de Madrid. La sesión fue organizada por “ElDiario.es” y acudió al estreno Mónica Díaz, ministro de Sanidad (“ministra” o “ministresa”), de aquilatada trayectoria en el gremio. La misma que hoy se lamenta de la posible continuidad de MUFACE. No he dado con las habituales instantáneas de celebridades en la “alfombra roja”, en el photocall del evento, pero no sería nada extraño que hubieran honrado el acto con su presencia estelar grandes defensores de la sanidad pública como los hermanos Bardem y Penélope Cruz, que, lejos de la patria querida, y muy a su pesar, dio a luz en una clínica exclusiva de Los Ángeles.

El documental dura 123 minutos y da testimonio del sufrimiento y desconsuelo de los deudos de las víctimas. Un drama tremebundo, por todos conocido… pues la pandemia se cobró vidas a tutiplén y en todas partes, incluso en Ulldecona, aunque cueste trabajo creerlo. Fue una verdadera y mastodóntica hecatombe a escala planetaria que diezmó la población mundial en 14’9 millones de personas según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU. Cifra concerniente al período comprendido entre enero de 2020 y diciembre de 2021. Cabe decir que no parece fácil dar con la mortandad definitiva y exacta, habida cuenta de la fiabilidad mejorable de los institutos estadísticos de muchas naciones. Empezando por la propia OMS, que acusó sucesivamente al pangolín, al murciélago (se admite “murciégalo”) y al “perrito-mapache” (no es coña, el animal existe) de causar la expansiva enfermedad. Hasta el momento no recae sospecha alguna sobre el lince ibérico y el gracioso, pero feróstico, desmán de los Pirineos, pero yo de ellos me buscaría abogado. Por liar más la troca, recuérdese que la OMS es un organismo dependiente de la ONU que, a través de su terminal UNRWA en Palestina, ha proporcionado sanguinarios terroristas a Hamás, al menos una docena, y según las autoridades israelíes, ha acogido “hospitalariamente” en sus dependencias, durante el cautiverio, a unos cuantos rehenes.

Cierto que Madrid, fundamentalmente la capital, por su conexión aérea con muchos países y por la celebración de eventos multitudinarios autorizados por el gobierno apenas unas horas antes del confinamiento, asumió desde el minuto uno el liderazgo en España en número de contagios, barriendo a la competencia. Esa superioridad apabullante permitió a un alma sensible como la fugada Clara Ponsatí (que fuera Consejera regional de Educación, y a la que suponemos indultada o amnistiada por su participación en el golpe separatista de octubre de 2017) empatizar con las víctimas capitalinas al recordar aquel eslogan tan difundido: “De Madrid al cielo”. Sublimes y reconfortantes palabras superadas en delicadeza por aquellas de Bru Esteve, colaborador de Catalunya Ràdio, que dejó ir en antena un “de Madrid al hielo” cuando los ataúdes de centenares de cadáveres se acumularon en una pista de patinaje.

Por aquel entonces, Pablo Iglesias, el “Coletas”, tenía cartera en el gabinete ministerial, vicepresidente 2º (nunca sujeto parecido llegó a tanto y el cargo ocupado a menos) y ministro de Asuntos Sociales hasta abril de 2021. Campanudamente declaró Iglesias que él se hacía cargo personalmente “de la coordinación de las residencias a nivel nacional”. “Apartaos”, dijo, “que esto lo arreglo yo”. No tardó en desdecirse y en ahuecar el ala en cuanto llegaron a su despacho los datos que confirmaban la magnitud de la tragedia, previendo además que la cifra fatídica aumentaría exponencialmente. Sospecha uno que al sujeto, ocupado mayormente en “asaltar los cielos” y de paso a la claque de artistas y vicetiples afines al partido, andarse entre ancianos moribundos se la traía al fresco. Qué lata… con la de churris pintureras que andan por ahí.

Mi vecino de cafetería no supo darme razón. Comoquiera que estábamos en un local de la calle Vila i Vilá de Barcelona (Pueblo Seco), le pregunté si por ventura conocía la cifra de ancianos fallecidos en las residencias catalanas durante el mismo período y por la misma causa. No tenía el hombre ni repajolera idea. De hecho, la pregunta le causó no poca extrañeza y me miró como si fuera un bicho raro. Para mí tuve que el sujeto o bien pensaba que aquí no había fallecido nadie, o que yo era un marciano o estaba loco de atar. Como si semejante minucia, las víctimas autóctonas, importaran un carajo teniendo tan a mano esos miles de bajas imputables a la pérfida Ayuso. Tampoco yo conocía el dato preciso y para componer esta tractorada he huroneado en los interneles. El balance del gobierno regional da 4.598, aunque aparecen en danza otras cifras que elevan el cómputo a 8.200. Pero me vale la primera. Madrid, con algo menos de población que Cataluña, gana la partida. No obstante, nuestros 4.598 fiambres no son una birria. La cantidad tiene músculo.

Sorprende que los catalanes, tan celosos de nuestras cosas… siempre prontos a denunciar agravios sin cuento, opresiones seculares e implacables persecuciones, y a considerar lo propio (en particular eso que llaman “fets diferencials”) como destiladas perlas de lo más exquisito y talentoso de la condición humana, capaces de recitar los versos de “La vaca cega” o de guardar en casa la discografía completa de Nuria Feliu… sepamos al dedillo los fallecimientos habidos en los geriátricos madrileños, pero ignoremos los registrados en casa. Nuestros muertos han sido “opacados” por aquéllos, enviados al ostracismo, al sumidero del olvido, a los nebulosos dominios de la diosa Leteo. Y es muy chocante porque hay muertos que los paladines de nuestras más rancias esencias celebran en fastuosos homenajes, incluso en desfiles nocturnos pertrechados de antorchas. ¿Qué fue de la divisa Catalonia First?

¿Acaso nuestros muertos coronavíricos no merecen el homenaje de un documental? Concedo que al sumar menos decesos, el metraje habría de ser algo menor, pero 4.598 fallecidos dan para algo más que el cero absoluto. Considerando que “7.291” dura 123 minutos, estos es, 7.380 segundos, quiere decirse que salimos a 1’01 segundos per cápita. Si descontamos 10 minutos extra por el protagonismo especial concedido a Ayuso, a tenor de la sinopsis argumental y de las reseñas de la página Filmaffinity, siendo la doña uno de los motivos inspiradores de la pieza, la ratio cognoscendi de “7.291”, nos quedamos en 113 minutos y 6.780 segundos, resultando finalmente 0’93 centésimas de segundo por víctima. Si aplicamos la misma fórmula a nuestros “4.598”, así habría de titularse, nuestro documental duraría 4.276 segundos, es decir, 71 minutos y 16 segundos, que no está nada mal. No son las dos horas y tres minutos de los finados capitalinos, pero una hora y once minutos no son una bagatela. De modo que, manos a la obra. “¡Cámaras! ¡Acción!”. Claro que, acción poca, pues el argumento no da para guantazos, tiroteos y explosiones.

La cruz: recepción de la residencia geriátrica “Madrid-Birkenau” gestionada por el gobierno regional de Ayuso, cerca de Móstoles

La cara: residencia pública en Cataluña, nivel básico, cerca de Olot, comarca de La Garrocha

100%

Cuando nos hablan de agresiones callejeras por motivos ideológicos, lo primero en lo que pensamos es en los “fachas”, bien entendido que en la actualidad cualquiera que no comulgue con las consignas desconcertantes del gobierno “sanchista” es un facha impenitente. Ya no es necesario dudar de la relevancia excesiva que se da al factor antropogénico en la doctrina del tremebundismo cambioclimático, inspirada por la profetisa Greta Thunberg, para que te llamen “facha”. Ni insinuar a media voz que las estadísticas oficiales de falsas denuncias interpuestas en materia de violencia de género, el 0’00017% (no es broma), es una castaña pilonga que nadie, capaz de caminar y de respirar al mismo tiempo, se cree (*). Si no te licúas de gustirrinín al chamullar el lenguaje inclusivo con sus tres posibles terminaciones (“tontos, tontas y tontes”), te adentras en arenas movedizas. Lo mismo sucede si eres refractario a cualquier excentricidad convertida en dogma de fe por la turra cansina de la “ideología de género”.

Hoy, para ingresar con todos los honores en la categoría “facha”, basta con una bagatela insignificante como es preferir el magazine TV de Pablo Motos, antaño un progre del carajo de la vela, egocéntrico e insufrible, al de David Broncano, el presentador y humorista de bandera del régimen, como “de bandera” eran llamadas antaño las aerolíneas de titularidad pública. Y no es esta analogía aeronáutica muy descabellada, pues el contrato de Broncano con RTVE, la pública, es de “altos vuelos”, unos 14 millones de euros por temporada. Cifra que podría rivalizar con la mastodóntica partida presupuestaria destinada a reflotar Air Europa, según se deduce de los papeles de la tupida trama “Aldama-PSOE”. Maniobra que nos trae a las mientes la millonada inyectada por el gobierno regional de Cataluña, en tiempos de Artur Mas (Arturo en Liechtenstein), para convertir a Spanair en la aerolínea cuatribarrada.  

 Cuando empezaron a llamarme facha, ya en el bachillerato, “el facha de la clase” (**), no existía un atuendo específico, una indumentaria o uniformidad “facha” de corte gremial, pero mediados los 80’, con el afloramiento de las llamadas “tribus urbanas”, surge la figura del skin head, cabeza rapada, ataviado con cazadora Bomber, botas militares, tirantes con los colores nacionales, tatuajes, bate de béisbol y puños americanos para sacudir concienzudamente a negros, homosexuales e hinchas de otros clubes de fútbol. Años antes era requisito suficiente lucir una banderita española en formato de afiche prendido a la ropa o de adhesivo en la correa del reloj. Con tan sencillos complementos ya eras un facha homologado. Por aquellos tiempos se estilaba que el barrendero y el cartero del barrio pasaran a domicilio una tarjeta para felicitar las navidades al vecindario a cambio de un modesto aguinaldo que complementara su exigua remuneración. Nunca entendí por qué ese señor del 4º 1ª, que tenía fama de ser un facha de tomo y lomo, no hacía lo propio e imprimía su felicitación para repartirla puerta a puerta: “El facha del barrio le desea felices fiestas”.  

Hace unas semanas se publicó un estudio difundido en varios medios digitales sobre las agresiones callejeras producidas en Cataluña por razones ideológicas en el año 2023. El conteo arroja el saldo siguiente: de las 175 agresiones registradas, los separatistas perpetraron el cien por cien de las mismas. Vamos, que no dejaron ni las raspas. Ni una sola para los demás por aquello de la honrilla. El estudio se difunde a año vencido, pues la recopilación de datos es una tarea laboriosa. Las perpetradas a lo largo del pasado 2024, verán la luz a finales de 2025. De modo que uno se ha pasado la vida opositando al título de “facha” y resulta que la estopa la reparten otros. Lo dice el refrán: “unos cardan la lana y otros llevan la fama”. En mi vida le he atizado a nadie por esa causa, pero sí recuerdo, y no es memoria selectiva, que a mí me tiraron al suelo al grito de “facha hijoputa”, “españolazo de mierda”, me patearon de lo lindo y me calentaron el lomo, long time ago, en la Facultad de Geografía e Historia por repartir octavillas a favor del bilingüismo. Es que algunos van provocando que es un contento.

Siendo la violencia política en Cataluña un monopolio del separatismo, cabe preguntarse el porqué de ese dominio incontestable, y al punto las razones se arraciman como granos de uva. Las calles son suyas, dicen y no mienten, sin pagarle regalía de autor a Fraga, de cuando el difunto lo proclamaba demanera pinturera, pero discutible. La sensación de impunidad es total y absoluta. Cuando das un golpe de Estado, es decir, cuando pretendes subvertir el orden legal, avenido éste al de otros regímenes formalmente democráticos y como tal percibido en el concierto de las naciones, mediante la desobediencia, la utilización de masas teledirigidas, obviando los mecanismos establecidos para propiciar ese pretendido cambio, y lo haces paralizando el normal funcionamiento de las instituciones y de la sociedad en su conjunto, y por todo ello te indultan y amnistían, se premia, y estimula, el recurso al radicalismo y a la violencia. Se le da cuerda y se sienta precedente para que esos funestos episodios se repitan.

 “He quemado contenedores, he cortado el tráfico usando a alumnos de primaria… le he arrojado vallas, ladrillos y cócteles molotov a la Policía y he participado en el asalto a instalaciones aeroportuarias… y aquí me tienes, tan pichi”. Y los inductores de la asonada, huidos o fugazmente en prisión, de donde salieron con sobrepeso. Hoy, salvo muy contadas inhabilitaciones temporales, muchos continúan en sus cargos, diciendo lo mismo que durante la esperpéntica función, sin mostrar pizca de arrepentimiento, dando y quitando mayorías parlamentarias, convertidos en actores preferentes y reverenciados de la actualidad política a escala nacional, e inmersos en negociaciones de mucho fuste como si fueran grandes estadistas. La violencia sale gratis, más aun, se remunera, pues gracias a haberla ejercicio, se infla su protagonismo y obtienen prebendas, lo mismo los afines a ETA, que los golpistas catalanes… victorias con las que jamás habrían soñado de observar y respetar la legalidad.

Cuando el nacionalismo tiene mando en plaza, durante las sucesivas fases de la llamada construcción nacional (de Pujol a Montilla, ambos inclusive) y de la desconexión (Artur Mas), previas al desafío rupturista, le basta y sobra con formular coacciones legislativas y trasladar presión a la disidencia mediante sus terminales mediáticas, profesionales y vecinales, para configurar un ambiente social hegemónico, opresivo, asfixiante. Sin necesidad de recurrir al asesinato, conformándose con un terrorismo autóctono poco operativo. Cuando el tablero salta por los aires, esas cautelas sobran y entonces se admiten, disculpan (y ahora indultan) las agresiones. Y una vez que te acostumbras a sacudir al personal, es muy difícil dar marcha atrás.

Para tener una agresión con todas las de la ley, además del agresor, necesitamos un agredido. Y ese factor, “¿A quién se le atiza?”, es tan importante como el anterior, “¿Quién atiza?”. Pues si el asunto es más o menos grave dependiendo de la autoría, lo mismo cabe decir dependiendo de la víctima. Sacudirle a un niño de teta o a una ancianita, son crímenes abominables. Pero en Cataluña darle para el pelo a alguien en la órbita del llamado “constitucionalismo”, no lo es, y apenas tiene sanción social. Lo mismo da que sea a unas chicas de la Plataforma por la Selección Española, que a los estudiantes de S’ha Acabat. “Es que van provocando”, como se decía antaño de las jovencitas en minifalda. Una víctima previamente deshumanizada (“algo habrá hecho”, “es un nyordo”, “un facha”) es menos víctima y los daños a ella causados son más soportables y no suponen una discordancia traumática para la opinión pública dominante. Hete aquí, pues, el binomio perfecto: agresores “indultables” y agredidos perfectamente «ahostiables». Y aquí paz y después gloria.    

En el ámbito de las agresiones sexuales, los fachas clásicos tampoco tenemos opciones de medalla. Nuestro desempeño en la materia es una birria. Pareciera que nos apuntábamos a favor el ataque a un jovenzuelo al que esculpieron a navaja una esvástica en el trasero, pero fue una denuncia falsa, el famoso “bulo del culo”. Cierto que a nuestro palmarés asignaron la violación “manadista” de Pamplona, la única que ha generado protestas multitudinarias, habiéndose producido otras violaciones grupales más violentas, pero el fenotipo al que obedecen los autores de éstas dificulta la denuncia pública del crimen, por aquello de no “estigmatizar” a determinados colectivos.

Quiere decirse que los fachas flojeamos en esta disciplina delictiva y que, a lo sumo, hemos de conformarnos con un rendimiento mediocre, de perfil bajo, anclados en el machiruleo casposo de las películas de Pajares y Esteso. Somos acaso “euromachistas”, que no “ariomachistas”, no confundamos, de poco atizar a las señoras, cuando menos nunca antes del desayuno, hasta que uno se sacude el sueño de encima y sabe al fin por dónde navega. Así lo manifestó un observatorio dependiente del gobierno regional (repito, dependiente del gobierno regional) para los años 2022 y 2023 difundido recientemente por Dolça Catalunya. Algo más del 90% de las agresiones sexuales denunciadas en Cataluña durante ese período fue obra de extranjeros, suponiendo éstos algo menos del 17% de la población. Y en su mayoría procedentes del norte de África. Vamos, los “moros” de toda la vida, dicho sin afán despectivo, por tratarse de los antiguos “mauros” (moros) o naturales de la Mauritania Tingitana. Con todo, nuestros violadores de importación están a años luz de igualar los registros estratosféricos de los miles de agresiones a menores tuteladas perpetradas en Reino Unido por “violetas” paquistaníes, silenciadas de común acuerdo entre las autoridades y la prensa, como sucediera años atrás en Alemania con los “refugees”, casi un millón de una tacada, por obra y gracia de la canciller Ángela Merkel.

(*) Con relación a las denuncias falsas en delitos sexuales, la estadística voceada por el sanchismo (y más cocinada que una encuesta de Tezanos), 0’00017% del total, nos lleva a pensar que la única que lo es (falsa), es la interpuesta por la actriz Elisa Mouliaá contra Íñigo Errejón. En efecto, aduce el interfecto que la acusación de la dama ultrajada es, acabáramos, falsa. Luego, la suya es la que da forma aritmética a ese 0’00017%.       

(**) Que no digo yo que no contrajera algún mérito en mis años mozos para que me lo llamaran

Aquí, quemando unos contenedores en la Meridiana ante la pasividad de los Md’E. Luego sacudiremos a los chicos de S’ha Acabat y jornada redonda. Y unas birras con los colegas

(puxa) Nueva York

Agarro mi tractor y lo embarco en un vuelo transoceánico rumbo a Nueva York para dar fe de la internacionalización de nuestra estupidez. Sigo el consejo del grupo “Mecano” y facturo en el equipaje una botella de “Fundador”, un brandy de batalla de esos que rascan la tráquea, y que adquiere potabilidad a condición de mezclarlo con café para aviarse un carajillo antes de ir al tajo. Un clásico del andamio.

“Niu Yor”, no sé si ésa es la transcripción correcta de la gran metrópoli americana en bable (o “asturianu”), pero no se me ha ocurrido otra mejor. Y, claro es, me faltan cataplines, a mí y a cualquiera, para versionar completa en esa habla regional la canción mítica de Frank Sinatra. Semanas atrás, haciéndose hueco entre las corruptelas incontables de este gobierno, de las trapisondas domésticas de Pedro Sánchez, y de la tragedia de Valencia, asomó en los medios digitales una noticia verdaderamente delirante que retrata de manera fidedigna el grado de incuria y postración al que ha llegado España. El Instituto Cervantes suspendió, por falta de alumnos, un curso de bable “para principiantes” a impartir en la “Gran Manzana”. Sólo se matriculó uno. Lo triste no es ese estrepitoso fracaso, aunque a mí la friolera de “uno” me parece mucho… ¿A qué tipo más raro que un perro verde se le ocurre la peregrina idea de estudiar cosa semejante en Nueva York?  Ni siquiera a uno de esos asesinos en serie a los que rinden culto en América y que se dedican a escachifollar a sus víctimas con ayuda de una motosierra. Lo verdaderamente asombroso es que la delegación neoyorquina del afamado Instituto tuviera ese proyecto en agenda. Es una de las ideas más estúpidas que he oído en mi vida. Algún acérrimo partidario del bable podría molestarse por lo antedicho, pero tenemos ya una edad y no hace al caso milimetrar palabras por temor a herir los castos oídos de personas muy sensibles. Estudiar “el” bable en Nueva York es una gilipollez… y “en” bable en Oviedo, también.

De modo que los sucesivos gobiernos “nacionales” (lo mismo del PSOE, que del PP) no tienen suficiente con depauperar el español en España a causa de sus cobardícolas complejos ante los nacionalismos periféricos abonados a liberticidios lingüísticos. Ahora asumen el reto de desmigarlo a escala mundial a través de las herramientas que a su disposición tienen, precisamente para lo contrario, para difundirlo, como si les fastidiara que el nuestro fuera un idioma universal. El cursillo de bable ha dado la medida exacta del interés a escala planetaria que despierta el fenómeno idiomático en cuestión (“orbayu”, “fabes”, “Ovieu”, “Xixón”). Tanto como los másteres y seminarios organizados por Begoña Gómez en la Complutense que, todos sumados, reúnen un puñado de alumnos, no más de una docena en la estimación más optimista.

Pero hete aquí que los idiomas con rango de cooficialidad proliferan como setas en otoño. Digo “idiomas”, es un purparlé, pues en muchos casos bastaría con tipificar tales artefactos como hablillas locales, dialectos, jerigonzas o chapurreos. Y será preciso aumentar la plantilla de traductores en el Congreso y hacer acopio de nuevas partidas de pinganillos. Las puede intermediar mercantilmente el comisionista Aldama: negocio redondo. El PP vota a favor de introducir, arrea, el “estremeñu” en la escuela, que es justo lo que necesita Extremadura, antaño cuna de dioses, para auparse a los primeros puestos de la clasificación de renta, desarrollo y prosperidad regionales. Los extremeños no son menos que nadie y han descubierto que también tienen lengua propia secularmente perseguida por el centralismo español. El ejemplo cunde, ya no son esos recoge-bellotas de las dehesas tras los majestuosos andares de los gorrinos ibéricos. Esa población rústica que devora pan y potajes grasientos, con la piel salpicada de impurezas y negruzcos golondrinos bajo los sobacos, siempre prontos a la carnal coyunda con las ovejas y las cabras despistadas del rebaño, ésos que sacuden a correazos a sus mujeres e hijas… tal y como los concibe el catalanismo ortodoxo. Nada de eso. Han dicho para sí: “aquí el más tonto hace relojes”, y subidos al carro del «plurilingüismo plurinacional» echan su cuarto a espadas sacándose una lengua de la anchurosa y productiva manga de los hechos diferenciales gracias al gobierno de la señora Guardiola.

Y se dan de codazos con andaluces, que marchan en vanguardia, y leoneses (“Xunto a Castiella nun habrá futuru pa nós” o algo así leo en una pancarta redactada por los indómitos paladines de ese aborigenismo turulato), por ingresar en la babélica asamblea de esta aristofánica república nuestra, “nefelococígea”, de aves piantes, graznantes y crotorantes. Y, no hay dos sin tres, hete aquí que el gobierno de Baleares, señora Prohens, va y declara a la ultracatalanista OCB (Obra Cultural Balear), que es el Òmnium a la mallorquina, algo así como entidad de “utilidad pública”. Chúpate ésa. Además de mantener intacta la exigencia de nivel C de catalán a los maquinistas de tren… pero como hay pocos kilómetros de red ferroviaria en el archipiélago, allá películas. Es notorio que al PP insular se le atraganta la promesa electoral de revertir la correlación idiomática favorable al catalán en la escuela pública instaurada por gobiernos anteriores, también los suyos. Y que cuando da un pasito para adelante, se hace pipí y popó, pues la docencia, cómo no, ha sido copada allí por el nacionalismo, y a renglón seguido da dos pasitos para atrás. Si cae en la tentación de sacudirse de encima la excluyente losa de la inmersión de facto, pues la elección de lengua ha sido otorgada, no a los padres de alumnos, si no a la dirección de los centros, arrea, comparece en el púlpito monseñor Sebastián (Sebastià) Taltavull, obispo de Mallorca, y agente mitrado al servicio del separatismo catalán, para darle un tirón de orejas.

De tal manera que no se puede estudiar en español en España, por no estudiarse en toda ella, que es síntoma flagrante de nación fallida. Y en nuestro caso, idiotizada, pues el español no es cualquier cosa en el concierto idiomático internacional. Hay discrepancia de opiniones en el punto anterior, pues hay quien dice que lo fallido es el Estado, y otros que lo fallido interesa a la nación. En cualquier caso, ni en Cataluña, Baleares, Galicia, País Vasco, Navarra y Valencia, se pueden cursar los estudios obligatorios en la lengua oficial (las demás son cooficiales en sus territorios). Cierto que en Valencia se estaban tomando algunas medidas para corregir esta anomalía disparatada, pero un goterón frío del carajo de la vela (que ahora llaman “DANA”), se llevó a su presidente por delante.

Los españoles somos, nos dicen, 48 millones, pero esas políticas contrarias a la libre elección de lengua en la escolarización de los hijos y al sentido común, afectan a alrededor de 20 millones de connacionales, quiere decirse casi al 40% de la población, ahí es nada. ¿Alguien, en su sano juicio, se imagina que en Francia, nación antigua como la nuestra, en la que se hablan diferentes idiomas, permitirían las autoridades republicanas que en Perpiñán se escolarizase a los niños en catalán, excluyendo el francés, o reducido acaso a un 25% de las materias del itinerario académico, confinado en el mejor de los casos a la clase de gimnasia o al taller de manualidades? ¿O que en Biarritz sucediera tres cuartos de lo mismo con relación al vascuence?

Hay quienes piensan que esto son anécdotas irrelevantes, gansadas que no afectan a la sustancia de la vida institucional, a la alta política o al desempeño económico en una sociedad compleja. Qué más da aprender la tabla de multiplicar en gallego (“tres al caldeiro”) que en español, si la cuestión de fondo es aprenderla. Y que las lenguas son un tesoro cultural y que están para comunicarse, para “entenderse”. Muy bonitas palabras. Pero andan muy equivocados. Las lenguas son un artefacto humano y obedecen a la voluntad de los hombres, lo mismo que los usos dados a determinados avances científicos. De modo que las lenguas se usan, la Historia de la Humanidad está repleta de ejemplos, para crear barreras, para excluir a los no-hablantes de la lengua reivindicada o divinizada, para fragmentar y discriminar, para reclamar derechos civiles y políticos diferenciados, o para restringirlos. España da la pauta de todo lo dicho. En nuestro país la promoción de las lenguas y hablillas particularistas va de la mano del modelo territorial y su genuina misión es tanto la de incomunicarse y desentenderse, como la de las autonomías descoordinarse.

Aquí cada hijo de vecino cree que su batalla es la única, la más importante. Y te dice el pescador, pongamos por caso: “¿Y a mí qué si los niños aprenden las cuatro reglas en vascuence? Lo que me preocupa de veras son los gravámenes abusivos al gasóleo y las cuotas pesqueras que impone la UE”. Que una cosa no quita la otra, mendrugo. ¿Y crees que un gobierno que no sabe defender el interés nacional, la igualdad de derechos, y, pusilánime y complaciente, deja en manos de los nacionalistas la gestión de esa bóveda de cañón para una sociedad que es la instrucción pública, tendrá el cuajo de pelear en Bruselas por tus bacaladillas de mierda? Si somos lo que comemos, nos dicen, lo que respiramos y, ya metidos en harina, lo que hablamos… aquellos catalanes (y vascos, la mayoría de ellos, navarros, gallegos, etc) que tienen el español como lengua familiar son inferiores, pues hemos decidido que su lengua lo sea. Hay quien lo lleva mejor y consiente en ello, y quién no, y ajos come. Cuando el idioma en que abrazas a tu madre o concibes a tu hijo (o engendras, según el papel que te toque), siendo el único oficial en toda la nación, y no le vale a tu hijo, sobrino o nieto, para estudiar en el cole el aparato digestivo de las ranas, algo extraño pasa y no es nada bueno: vives en una sociedad enferma y, por simpatía, acabarás enfermando tú.

Las lenguas van donde vaya el hombre y desconocen qué cosa sea la bondad angélica. Nos lo cuenta Menéndez Pidal en esta jugosa anécdota de una crónica medieval recogida en su ensayo “El idioma español en sus primeros tiempos”:

Cuando el rey de Aragón Pedro III el Grande, a consecuencia de la defección de mil caballeros catalanes, es vencido por los franceses que sitian Gerona, y queda herido de muerte, su mayordomo, catalán, le pregunta: “Señor, ¿Volés manjar motón (moltó)*?”; e él díxole: “Non, que en mal punto yo tanto creí por él e tanto fize por los deste lenguaje, porque yo he de venir a muerte; mas quiero comer carnero, que es lenguaje de Aragón”.

(*) Moltó: carnero

El bable a la conquista de la Gran Manzana. ¿Quién dijo miedo?

Aromas de Montserrat

Recuerdo que cuando niño no faltaba en casa una botella de Aromas de Montserrat. Era un elemento muy prestigiado en la modesta botillería de nuestra humilísima morada. En la etiqueta del elixir estomacal figuraba el monasterio enclavado en ese macizo calcáreo que de lejos parece el lomo escamado de un dragón tendido en el suelo. La espirituosa bebida del color del ámbar contenía unas ramitas de enebro, tomillo, cilantro y cuantos hierbajos echaran los monjes para elaborar el bebedizo que ofrecían a los exhaustos peregrinos.

Un generoso trago se atizó Oriol Junqueras, seminarista en sus años mozos y hombre de probada devoción. Le hemos visto tras un paso procesionario en Sant Vicenç dels Horts, cuando era burgomaestre de la populosa villa, portando un cirio pascual. Se publicó días atrás en un digital que el dirigente de ERC, consumado el golpe separatista que propició la fugaz proclamación de la república catalana, corrió a esconderse al emblemático santuario, al amparo de la montaña sagrada y del maternal abrazo de La Moreneta. Fue recibido con discreción por los hermanos benedictinos. Como se decía antaño, se “acogió a sagrado” para eludir la acción de la Justicia. La suya fue la versión comulgante de la huida profana de Dencás (Dencàs), ministrín de Gobernación en el gabinete de Companys, y de otros cofrades, por el alcantarillado en la madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934 a la primera salva de las tropas de Batet contra el palacio de la Generalidad. O del escapismo de Puigdemont en el maletero de un coche camino de la frontera.

Junqueras nos trae a las mientes el periplo de otro fugado insigne, pero éste mitrado: el cardenal Vidal i Barraquer, una inquietante mezcolanza entre el señor Burns (Los Simpson) y el Nosferatu de Murnau. Al dar inicio la Guerra Civil, el prelado de obediencia catalanista fue advertido del peligro que corría su vida y corrió a refugiarse en otro monasterio, el de Poblet, que le quedaba más a mano, acompañado de su secretario personal y del obispo auxiliar de Tarragona, Manuel Borrás. El episodio, de trágico desenlace, es conocido y ha sido minuciosamente reconstruido por Salvador Caamaño en su libro “Tarragona. 1936”. En pocas palabras, Ventura Gasol, el poeta chiflado de la chalina bohemia y consejero del gobierno regional (“de España odiamos hasta su nombre”), y Companys interceden por las vidas de Vidal i Barraquer y de su secretario y envían una comitiva a liberarlos. Y lo hacen expidiendo un salvoconducto para ambos (al copo de faltas de ortografía, por dar una pincelada chusca de aquella sangrienta charranada). Los traen a Barcelona y esconden en dependencias gubernativas hasta embarcarlos rumbo a Italia. Desde allí, y a toro pasado, el melifluo Vidal i Barraquer le dirigió una carta a Franco, cambiando de chaqueta, digo de sotana, felicitándose por la victoria de la causa nacional. De ese modo pretendía obtener el nihil obstat, que no logró, para regresar a España. Murió exiliado en Suiza.

Regresando al estricto relato de los hechos, Companys dejó a Borrás colgado de la brocha, abandonado a su suerte y en manos de la CNT-FAI, arrea. ¿Cuál era su pecado? No rendir pleitesía al catalanismo político. Sacan a Borrás de Poblet, le maltratan, castran, tirotean y, agonizante, pero vivo aún, le rocían con gasolina y le prenden fuego. Lo que viene a ser en lenguaje martirial un “completo”.

Es sabido que la abadía de Montserrat rinde tributo a su pasado con esa mayestática dignidad que ha caracterizado a sus recientes “promociones” monásticas. Por esa razón han retirado el monumento a los caídos del Tercio Nuestra Señora de Montserrat, la unidad de requetés voluntarios, todos catalanes, y todos con la cabeza pregonada en la retaguardia, huidos a tiempo de la escabechina colosal perpetrada por las Milicias Antifascistas. Unidad combativa como pocas, rehecha hasta en tres ocasiones por las bajas sufridas, y que perdió a centenares de hombres (más de 300) en las batallas de El Codo y de Villalba dels Archs, ésta en la campaña del Ebro (acúdase al exhaustivo informe de Salvador Nonell, reeditado por Editorial Casulleras). Esto es, la unidad con el mayor índice de mortandad de toda la Guerra Civil. El abad, en definitiva, se avino a retirarla de conformidad con la desmemoriada ley en esa materia vigente en la actualidad. Esa ley que ignora, y el abad olvida, pues frágil y quebradiza es la humana memoria, que 23 hermanos de la congregación montserratina fueron asesinados durante la persecución religiosa habida en los primeros y tumultuosos meses de la contienda.

Cabe decir que tras el juicio, Junqueras, una vez condenado por sedición, y no por rebelión golpista, se “refugió” del mundanal ruido, gran paradoja, en la cárcel de Lledoners, gestionada por el gobierno regional (competencia transferida), donde sufrió un terrible cautiverio que ni el Conde de Montecristo. Azotes, torturas, trabajos forzados a pico y pala, “errejonismo” en las duchas y raciones de hambre para quebrantar su voluntad. No obstante, salió Junqueras de presidio con más panza de la que entró.

Casualmente, de Montserrat llegan, con décadas de retraso, sórdidas noticias. Ha sido impuesta, noviembre de 2024, la primera condena por pederastia a un monje de la comunidad. El esfuerzo por silenciar los abusos en la abadía ha sido constante y ha aunado a las más diversas voluntades por tratarse del epicentro espiritual del nacionalismo. Nada podía empañar el incólume halo de santidad que envuelve el beatífico monasterio. En esa comunión participaron por igual políticos y prensa, pues Montserrat es algo así como nuestro Vaticano particular. Y, claro es, esas turbias historias de abusos a menores sucedían por ahí, pero jamás en el “oasis” catalán. Talmente como la corrupción política. Toda esa mugre era cosa de España, del mundo exterior. Nuestros frailes y políticos eran, consecuencia del hecho diferencial autóctono, no menos incorruptos que el brazo de Santa Teresa. Dirigentes destacados de la izquierda nativa, Raventós, Ernest Lluch (poco después asesinado por ETA) y Antoni Gutiérrez, el “Guti”, firmaron en comandita con el pujolismo un manifiesto de apoyo al buen nombre y fama de los monjes, pues se filtraron alarmantes episodios de pedofilia acaecidos intramuros.

El clamoroso silencio de la “omertá” saltó por los aires. Andreu Soler, ya fallecido, ultranacionalista y artífice del “escoltisme” (excursionismo) montserratino, fue al fin desenmascarado como voraz depredador sexual durante el período 1970-2000, tres décadas de encubiertos manoseos a los chicos de la escolanía. A fin de cuentas, era uno de los suyos. En igual medida que lo fue Hilari Raguer, el monje historiador (marchó de Montserrat indignado, toma del frasco, por el, a su juicio, insuficiente catalanismo del monasterio), que impregnó sus escritos de un odio visceral a España. Famoso por negar el carácter martirial de los asesinatos de sacerdotes y monjas durante la Guerra Civil aduciendo que no existió persecución religiosa como tal, sino una funesta secuela del ajuste de cuentas ideológico por la connivencia de la jerarquía eclesiástica de aquella hora con el bando nacional. Tal cual.

Entre una cosa y otra, Montserrat ha sido desacralizada por los más conspicuos defensores de sus aromáticas esencias. Y sus licores espirituosos, en tiempos primorosamente elaborados, otrora digestivos, tórnanse mejunjes eméticos. Nada sorprende, pues, que Junqueras corriera a esconderse a Montserrat, sirviendo en bandeja de plata a Albert Boadella un argumento verdaderamente manicomial para urdir una de sus corrosivas astracanadas. Y si una avioneta sobrevuela el calcáreo macizo, no les quepa duda, es Himmler, el capitoste de la división esotérica del III Reich, disfrazado de Indiana Jones tras la pista del santo grial de las leyendas artúricas. Una comedia de enredo, como esta tractorada.

Junqueras no pudo elegir mejor escondrijo tras el golpe separatista de 2017

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