Una hora menos en Vilamacolum

De cuantas chamuchinas y milongas han urdido los separatistas para enfatizar el llamado “fet diferencial català” (el “hecho diferencial” que avale la creación de un estado soberano e independiente), ésta, en mi opinión, es la mejor trabada y la más audaz, pese a su apariencia de humorada. En efecto, al adoptar un huso horario distinto, el catalanismo más exaltado (la propuesta procede de Waterloo) aboga por la ruptura del continuo espacio-tiempo, creando entre Cataluña y España la falla separadora de la diacronía, situando a sus nacionales respectivos en un ámbito temporal heterogéneo: a unos los manda al futuro y a otros, al pasado. La ruptura pasaría por ubicar a nuestros vecinos, colonos e invasores, en otro ámbito cronométrico. Cierto que no dejaríamos de respirar el mismo aire que ellos, pero, alto ahí, lo haríamos en momentos distintos.  

El asunto horario goza de cierta presencia en el anecdotario folclórico catalán, aunque ignoro si dispone de asiento propio en el “Costumari” de Joan Amades, que es, por así decir, nuestra versión autóctona de “La rama dorada” de sir James G. Frezer, un referente de la etnografía a escala planetaria. Acaso se trate de una conseja, una de esas apócrifas “leyendas urbanas” que hoy llaman “bulos”. Dicen que en Sant Pol de Mar no tuvieron más feliz ocurrencia que cubrir un reloj de sol con un tejadillo para que no lo dañaran la lluvia y el granizo, quedando en sombra y deteniendo fatalmente la lectura del decurso horario. Para hacer burla de semejante melonada, los naturales de la vecina localidad de Mataró mortifican, desde entonces hasta hoy día, a los naturales de Sant Pol con la expresión “Sant Pol ¿Quina hora és? (*)”. Claro que, donde las dan las toman, éstos se vengaron, llegada la ocasión y la hora, de sus guasones vecinos. Gente de Mataró, se dice, quiso enriquecer el bestiario del municipio con un nuevo cabezudo (“capgrós”) y obtuvieron permiso para facturarlo con los materiales tradicionales en una salita habilitada a guisa de taller en el mismo edificio consistorial. Hete aquí que el cabezudo resultante lo era de veras, un cabezón colosal, y, arrea, al terminarlo quedaron chascados, pues era imposible mostrarlo públicamente en un pasacalles. ¿La razón? Era tan voluminoso que no pasaba por la puerta de la salita mentada. Para los restos quedó este alfilerazo: “Mataró, capgrós (**)”.

Lo ha manifestado campanudamente un dirigente del autodenominado “Consell de la Repùblica (***)”, un organismo que forma parte de la corte de los milagros de Puigdemont en el exilio y que pagamos entre todos. No hay consideración de tipo práctico en la propuesta. Nada de ahorro energético o zarandajas por el estilo. Es una invitación lisa y llanamente a la sociedad civil a que haga suya la estrategia en aras del “empoderamiento nacional”. Un acto, en definitiva, de resistencia anti-colonial y, a un tiempo, de afirmación patriótica, como lo es colgar una banderita estrellada en el balcón.  En su opinión, 200.000 patriotas cronométricos serían más que suficientes para forzar el reconocimiento de ese inopinado huso horario. Cierto que se generaría cierta confusión en la convivencia cotidiana, pues aquí no sería la región en su conjunto la que se amoldara a la propuesta, sino las personas. De modo que le pides hora por la calle a un transeúnte y no sabes si te da la hora que rige para toda España o la hora que han adoptado mayoritariamente los avecindados en el municipio ampurdanés de Vilamacolum. El caos a nivel comercial, laboral y en la prestación de servicios sería algo, como diría don José Pla, verdaderamente “manicomial”.

Por lo que se sabe del operativo, la hora elegida por los catalanistas furibundos sería la misma que rige en Canarias, esto es, una hora menos. De tal suerte que la mayor parte del territorio español quedaría rodeado, copado, al este y al oeste, por sesenta minutos, como por las tropas soviéticas, las divisiones de Von Paulus en Stalingrado. La llamada “pinza horaria”. Cabe decir de esta iniciativa rupturista que devuelve el catalanismo a su ámbito más entrañable que es el de las ensoñaciones brumosas, neblinosas y evanescentes de la mitomagia. Esto es, a los mitos y las leyendas: las dragas en los lagos, las barras de sangre en el escudo, ese tipo de cosas que nos transportan a una suerte de infantilizada edad de oro donde los caballeros blanden espadas y las princesas suspiran de amores en el reducto del castillo. Un mundo fantástico donde no existen las almorranas. Luego está el catalanismo antipático, el del día a día, el de las proscripciones lingüísticas, rótulos multados, tergiversaciones históricas y adoctrinamiento intensivo a través de los medios públicos (y semipúblicos) de comunicación y de las madrasas escolares al servicio del nacionalismo. Ese catalanismo horario, blandito como la peluda panza de un burrito, está más cerca de las ilustraciones infantiles de Pilarín Bayés y del “Cavall Fort” que de los pútridos y cloaquídeos miasmas de la corrupción institucional al 3% (o más).

Pero, cierto es, no se trata de una novedad en sentido estricto. Años atrás los nacionalistas gallegos del BNG (ya saben: “be-ene-ge”, que no “be-ne-ga”) ya pasearon parecido espantajo por la crónica política y, periódicamente, siguen dando la turra con la misma cantinela. Si no recuerdo mal, se trataba de una propuesta algo más modesta en minutaje, pues su pretensión consistía en quedar a medio camino entre la hora española y el huso horario portugués: ni para ti, ni para mí. Era preciso mantener una suerte de especificidad cronométrica equidistante entre las dos potencias peninsulares que amenazan su singularidad cultural e histórica. De tal suerte que el berenjenal estaría servido en noticieros televisivos y radiofónicos. Tras la señal horaria en punto, el locutor habría de recitar un carrusel de horas casi tan extenso como la lista de los reyes godos. “Las dos de la tarde en la península, una hora menos en Canarias y Cataluña, media hora menos en Santiago de Compostela y un cuarto de hora menos en La Almunia de Doña Godina…” y así ad infinitum. Figúrense a los protagonistas de “Atraco a las tres” sincronizando sus relojes unos minutos antes de dar el palo. Cassen con el horario catalán, pues lo era de cuna, y Gracita Morales, José Luis López Vázquez y Manuel Alexandre con el de la metrópoli. No es forma de robar un banco. No hay quien se aclare.

Para qué rasgarse las vestiduras. A fin de cuentas, este desfase horario no es sino la culminación del proceso de centrifugación autonómico. España carece de un plan de estudios común y adolece en cambio de una diversa panoplia de exámenes de acceso a la enseñanza superior. A los alumnos catalanes les hablan del río Ebro desde Mequinenza hasta el mar, ahora también del río Jordán, pero no del Tajo, y a los aragoneses, en cambio, hasta Mequinenza y no más allá. Los alumnos navarros saben quién fuera el rey Sancho “el Fuerte”, cuñado de Ricardo “Corazón de león”, rey de Inglaterra, pero acaso les ocultan su participación en la crucial batalla de Las Navas de Tolosa. Para los examinandos gallegos Breogán es el rey de una estirpe legendaria que desde Brigantia (La Coruña, A Coruña en los estupidizantes noticieros TV) llegó a conquistar la Verde Erín, en tanto que para los demás es, si le tienen afición al baloncesto, un equipo de Lugo que compitió años ha en primera división. Y así todo. Lo mismo la Sanidad que los impuestos sucesorios, que en una regiones se aplican y en otras “non”, como pican los pimientos de Padrón… o las tributaciones locales, que son la recuperación de anonas y portazgos de antaño, aduanas internas, que desbaratan la llamada unidad de mercado.

Y qué si los agentes de los Md’E (****) persiguen por la autopista a Cassen y a Gracita Morales en su SEAT 1430 con el motor trucado, después de atracar la sucursal bancaria con una media en la cara y empuñando la recortada, hasta Las Casas de Alcanar (Les Cases d’Alcanar), pues a partir de Vinaroz les releva por atribución jurisdiccional la patrulla del CNP. A lo que vamos, que el tiempo es relativo y para mensurarlo con exactitud, mejor que uno suizo de alta gama, uno de esos relojes blandos de Dalí, familiarizado éste con los deliquios de un paisanaje, Puigdemont y su alegre troupe, mentalmente alterados por esos fuertes vientos de componente norte que barren la comarca ampurdanesa desde la estribaciones últimas de Los Pirineos hasta el macizo de Las Guillerías.

 (*)     Sant Pol ¿Qué hora es?

(**)    Mataró, cabezón

(***)  Consejo de la República

(****) Mossos d’ Esquadra

Señores “nyordos” (ñordos o zurullos, es decir, españoles), sepan ustedes que en Cataluña nos regimos por una hora distinta… incluso el tiempo transcurre a otro ritmo en el oasis catalán. ¿Se convencen ahora? Nada queremos con ustedes

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