Esta vez agarro mi tractor y pongo rumbo a la populosa villa de Granollers, capital de la comarca del Vallés Oriental. Con esta tractorada no acaba uno de sacudirse la apatía de la calorina estival de detrás de las orejas, pues la noticia saltó a los medios en agosto… de 2024, durante la celebración de las fiestas mayores de la citada localidad. Sólo que la Fiscalía, un año después, ha visto que el asunto tiene sustancia suficiente para proceder a una investigación. Cuando en estos aperreados tiempos decimos Fiscalía, queremos decir “Lotería”. Y es que el equipo consistorial de festejos y eventos (algo así como “Área de Cultura”) no tuvo mejor ocurrencia que autorizar la celebración de un taller infantil para elaborar “cócteles molotov” que arrojar a los agentes de Policía. Una gran iniciativa, es fácil de ver, que aúna a partes iguales divertimento, pedagogía y elevación espiritual tan beneficiosos para la equilibrada formación de los más peques. Lo que vendría a ser una idea redonda.
En Granollers tienen mando en plaza los socialistas con mayoría absoluta tras las últimas elecciones locales, 13 de 25. La alcaldesa, Alba Barnusell, blande la vara de burgomaestre gracias a 9.200 votos, el 41% de los emitidos. Una victoria apabullante. Cabe decir que los cócteles molotov facturados en el taller son de cartón, cócteles papiroflécticos, nada de botellines de vidrio, mecha y gasolina. Como de cartón son las figuras de los antidisturbios contra los que los párvulos aprendices de terrorista han de hacer diana. Todo queda en un ejercicio mimético voluntarioso, pero inocuo, donde no se registran llamaradas ni abrasiones. Se ignora cuántos alumnos tomaron parte en las clases magistrales, pero los hubo. Quiere decirse que algunos padres dieron su consentimiento. Luego vieron con buenos ojos, y provechoso para su prole, que los arrapiezos se familiarizaran, desde una perspectiva lúdica, con la idea de quemar viva a una persona o, en su defecto, reducir a cenizas un vehículo estacionado en la vía pública, acaso un comercio rotulado en español o un contenedor de basuras. Siempre, ésa es la idea nuclear, que el bien o propiedad arrasados por el fuego futuro no pertenecerán al padre del alumno. Que ya sabemos cómo funcionan estas cosas. La “okupación” es un estilo de vida muy loable, siempre que no “okupen” mi vivienda. O, escuela pública para todos, menos para mis hijos (Pablo Iglesias). Y como ésas, otras más.
La actividad, nihil obstat, pasó el filtro con excelencia, además, por impartirse exclusivamente en catalán. Foc (fuego), cremar, calar foc (quemar), ferir (herir), m’agrada olorar les flames (me encanta oler las llamas), un poli fastigós traslladat a la unitat de grans cremats de l’hospital de la Vall d’Hebró (un poli asqueroso trasladado a la unidad de grandes quemados del hospital Valle Hebrón). Cosas que hacen al caso. Los progres y los catalanistas (hoy ambas categorías tienen un valor refugio en el PSC) siempre han demostrado un inusitado interés por el universo infantil. Es una auténtica obsesión que abarca un amplio espectro de facetas, incluida la vertiente sexual, en el desarrollo de la personalidad del niño, a la vuelta de unos años votante cautivo y perceptor de ayudas públicas empezando por el denominado “cheque cultural” para que pase el día convenientemente narcotizado matando marcianitos. “El hombre nuevo”, “la nueva Humanidad”, es un desiderátum angular de sus fáusticas ensoñaciones. Bien entendido que renuncian por el momento a materializar dicho sueño (como el paraíso para unos… tirando de la sentencia de Moravia, son los sueños que para otros pesadillas) mediante el método “polpotiano” de la tabla rasa exterminando a los segmentos anacrónicos, o retardatarios, de la población que no encajan en su promisorio edén de angélico igualitarismo sobre la faz de la Tierra.
La propensión a los “talleres” es algo que acompaña a todo progre que se precie doquiera que vaya. “Es un hombre a un taller pegado”. Es a su estructura de personalidad lo que la insidiosa picazón de una tortuosa venícula al orificio anal. La profusión de talleres para adoctrinar y moldear las mentes infantiles, y no es un desafuero añadir “para idiotizar a los adultos también”, no conoce límites. Ante nuestra mirada impávida se expande una pleamar de cursillos.
Hemos sabido de talleres para componer pichelos y pototos de plastilina, o de arcilla, en los aularios de primaria, acaso con la felicísima intención de aficionar las novísimas promociones estudiantiles a la disciplina escultórica, por ser una de las bellas artes más descuidadas por los planes (sic) de estudio. Cursillos para todas las edades, como el obligatorio para pasear mascotas por la calle (aunque el listado definitivo de qué especies animales son “mascotas” no está cerrado y buena prueba de ello es que recientemente la vaca “Loli” ha adquirido el distinguido estatus de animal de compañía) con arreglo a la meticona ley aprobada por el gobierno frentepopulista de Pedro Sánchez. “El hombre nuevo” ha de sacar a pasear su chihuahua al menos tres veces al día, nunca por menos de veinte minutos y sin dejar atrás el residual producto del metabolismo animal, debidamente pertrechado de bolsita impermeabilizada y botellín de agua. Y para que “el hombre nuevo” sea nuevo de verdad proliferan como setas en otoño cursillos para combatir (“deconstruir”) la así llamada “masculinidad tóxica”, que no es otra que la tradicional y la que, en virtud de los parámetros dominantes de la izquierda actual, define al varón heterosexual como maltratador, violador y asesino por predisposición genética heredada de antecesores neandertales, ocasionalmente caníbales.
Los niños catalanes son espiados en el recreo por OeSeGés (Organizaciones Sí Gubernamentales (*)) con el beneplácito de las direcciones de centros escolares, como es público y notorio, para saber en qué idioma se relacionan entre sí cuando no están en el aulario bajo el escrutinio permanente del profesorado, instruido para detectar el más mínimo indicio de disidencia idiomática. A través de la sistemática manipulación de los niños, el catalanismo regimental, hegemónico, pretende erigir los cimientos de esa Cataluña nueva, inspirada, paradojas de la vida, en una mítica edad de oro histórica (condados de la época carolingia hasta el compromiso de Caspe, dinastía de los Trastámara, año 1412), donde el apetito será saciado sin esfuerzo, pues los árboles acercarán el sustento a los hombres, dobladas sus ramas por el peso de los frutos. Tampoco habrá noticia de paro obrero, el cáncer no existirá y los jovenzuelos ilegales, mayoritariamente marroquíes, y de entre ellos los más conflictivos, se integrarán motu proprio en el tejido asociativo y gustarán de apuntarse al “esbart dansaire” (**), o a un “cau”, o club excursionista, antes que violar muchachas europeas o degollar infieles en nombre de la “yihad”.
Los progres hacen suya, les va de perlas, la teoría psicoinfantil de Adler (“El niño difícil”). El niño de hoy es el padre de mañana, nada nuevo bajo el sol, y es para ellos, progres y catalanistas por igual, una atribución irrenunciable controlar el proceso de socialización del individuo (el niño) hacia el fin deseado… que es la armonización de las conductas particulares (y sus complejos) a un medio inclusivo en el que todas aquéllas tienen cabida. Para esa escuela psicológica, la identificación de las causas del complejo, del trastorno, su origen en definitiva, tiene menor incidencia que en el modelo freudiano donde la “abreacción”, o catarsis emocional, es la clave de la sanación. La integración del complejo en un modelo social progresivo es la apuesta de Adler. El niño ha de fluir, como fluyen los arroyuelos de aguas cantarinas. Ahora es fama que los peques “fluyen” en el comedor de la escuela y no se les regaña, ni se les retira el postre, si no prueban siquiera las verduras. Es lo que tiene la “fluencia”. Con todo, el lanzamiento del cóctel “granollers” de cartón-piedra no es otra cosa que un elemental mecanismo de proyección y el agente de policía, símbolo de todos los males que aquejan al niño, sus miedos, sus incipientes traumas, el ogro malvado que impidió que los Reyes Magos le echaran un Scalextric, es el remedo del chivo expiatorio (le bouc émissaire) que apechuga con todos los vicios, pestilencias y pecados individuales y colectivos, y es expulsado a pedradas de la comunidad.
Al tiempo que las autoridades locales “normalizan” y socializan a los niños arrojando contra la poli cócteles “granollers” de mentirijilla, un “subsahariano” apuñala mortalmente de “verdurijilla” a una persona en el mercado de dicha localidad, a plena luz del día. En su caso no hay confusión geográfica, es subsahariano de verdad, oriundo de un país a meridión del inconmensurable desierto. Y no como aquel otro criminal que la reportera de un noticiero radiofónico denominó muy creativamente “subsahariano de nacionalidad dominicana”. Cabe que lo fueran, subsaharianos, sus antepasados.
Aquí va el enlace audiovisual de un taller infantil. Cierto que no es el de Granollers, objeto de esta tractorada, pero podríamos aventurar algunas similitudes. ¿El escenario? Lo acertó usted.
(*) OSG, Organización Sí Gubernamental, quiere decirse, financiada, al margen de las cuotas de los afiliados, con los impuestos de los ciudadanos mediante subvenciones públicas, sea Òmnium Cultural o Plataforma per la Llengua
(**) Grupo de danzas tradicionales
