Las amargas lágrimas de cocodrilo de García Montero

Pretendo, con tan largo título, parafrasear una película de culto de Fassbinder, el autor más emblemático de la contra cultura alemana allá por la década de los 70 del pasado siglo. Concedo que Petra von Kant tiene más gancho que no el poeta granadino colocado al frente del Instituto Cervantes en una de las primeras decisiones del gobierno de Pedro Sánchez. Con ese nombramiento, el presidente PE (Profundamente Enamorado), dio claras señales de por qué albañales discurriría la legislatura. Cabe decir que García Montero, militante del PCE y candidato años ha de IU en unas elecciones regionales en Madrid (donde cosechó un éxito notable, por cierto, dejando a la coalición sin representación en el parlamentín local), fue propuesto para el cargo por ese artefacto que ha sido dado en llamar “Podemos” y cuya misión fundacional obedece, ésa es la razón profunda de su irrupción en el escenario político, a proveer de bellezas (el exclusivo serrallo de la izquierda) a su primitivo triunvirato: Iglesias, Errejón y Monedero, quedando Echenique, muy a su pesar, al margen del voluptuoso reparto aun tras entonar rijosamente aquella jota de “chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia… chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia”. Unidas Violemos.

Haciendo bueno el dicho que reza “Dios los cría y ellos se juntan”, García Montero, en un alarde de auténtico heroísmo al alcance de muy pocos, se emparejó por muchos años con la escritora Almudena Grandes. Dios la tenga en su gloria. Luminaria de la literatura contemporánea que conmovió al gran público por su fineza, su aquilatada filantropía y por las más señeras virtudes de un arrebatado humanismo que, en vida, la llevaron a rivalizar con toda una Madre Teresa de Calcuta. Abundando en ello, recordaré que el gobierno Sánchez honró su memoria rebautizando con su nombre la estación de Madrid-Atocha. Muy oportuna consideración, habida cuenta de las “fantasías ferroviarias” de un lirismo exaltado de la autora, pues en cierta ocasión manifestó “que llenaría un tren de fascistones para darles un paseíllo al amanecer”. Bien entendido que para la finada cualquiera que no fuera de su cuerda era emboscado y fusilable agente al servicio de la heteropatriarcal “fachosfera”. 

Pareciera que sólidos vínculos unieran la reciente ejecutoria de García Montero al frente del Instituto con los Estados Unidos. Ya se dio cuenta en una tractorada anterior de la sensacional iniciativa de programar un cursillo de bable (nivel principiante) en Nueva York. No obstante, el cursillo hubo de cancelarse al inscribirse un solo alumno que, por otra parte, mucho me parece. Sin duda, la demanda de bable en Harlem o Manhattan conocerá tiempos mejores. Sólo es cuestión de tiempo.

Más recientemente García Montero ha declarado sentirse muy dolido, atenta la guardia, por el trato dispensado por Trump “a los hablantes de lengua española” en una de sus primeras providencias como nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sus lamentos han causado un enorme impacto en Washington. En efecto, muchos ciudadanos americanos tienen el español como lengua materna. Son, por lo general, inmigrantes de países que integraron antaño la América española (mejicanos, dominicanos, hondureños, etc) o sus hijos o nietos nacidos ya en el país de acogida. De un tiempo a esta parte, cayendo en desuso la voz “hispano”, hay quienes les denominan “americanos de origen latino” o, más escuetamente, “latinos”, queriendo con ello decir que sus ancestros proceden del Lacio, cuna de la antigua Roma, entroncando sus arboladuras genealógicas con Rómulo, Remo, Tarquinio el Soberbio o Julio César.

Aunque el español, insisto, es un idioma hablado por muchos de sus nacionales, careció siempre del rango de lengua oficial. De modo que Trump ha decidido recortar gastos y uno de ellos, lo que antes era una deferencia, es la web que publicaba en español toda la hojarasca administrativa. Sin duda supone un retroceso en la difusión e internacionalización de nuestra lengua, por tratarse los USA de la mayor potencia mundial. Pero, a decir verdad, la citada disposición no afecta en absoluto a nuestros derechos lingüísticos.

Lo que sí afecta a nuestros derechos fundamentales son las trabas que sufre la lengua española, la común a todos y única oficial en todo el territorio de la nación, aquende, que no allende nuestras fronteras. Y nada de eso parece causarle quebranto alguno a García Montero. Cuando menos no tenemos noticia de quejas, cuitas y porfías del eximio poeta, ni que haya vertido lágrimas, siquiera unas pocas, por las políticas de inmersión escolar obligatoria en lenguas locales (cooficiales en sus respectivas regiones), confinando la española, en el mejor de los casos, al recreo, a las tablas de gimnasia sueca o a los talleres de pililas y pototos de plastilina. O por esa tupida y profusa urdimbre de restricciones a su uso bajo especiosos subterfugios legales (sic) conducentes a su expulsión de la vida pública: señales de tráfico, anuncios y comunicaciones institucionales, rotulaciones comerciales salpimentadas de multas, requisitos para el desempeño de determinadas funciones (exigencia de nivel c de catalán, sea el caso, para tocar el clarinete en una banda municipal, fumigar colonias de mosquitos tigre o acceder a una plaza de oncología en un hospital mallorquín), obligatoriedad de fórmulas toponímicas aborigenistas (“Lleida”, “Girona”, “A Coruña” y “Ourense”), cuotas lingüísticas en la programación musical de las emisiones radiofónicas, so pena de la no renovación de licencias (Lluis Llach, Nuria Feliu o “Els Pets” y todo ello sin disponer de un búnker anti-apocalipsis zombi donde guarecerse) y otras por el estilo. Todo eso, a García Montero, le importa un cervantino bledo.

Quiere decirse que los obstáculos que arrinconan el español en la propia España, ni en Boston, ni en Houston, pero sí en Reus, Valencia, Mahón, Santiago o Fuenterrabía, y que aminoran los derechos de los connacionales que la hablan, que la tienen por lengua familiar y querrían que sus hijos, sobrinos o nietos, cursaran sus estudios académicos, por añadidura, en uno de los idiomas más potentes e importantes del mundo, esto es, el idioma que habría de ser objeto de sus desvelos profesionales, se la sudan. A mayor abundamiento, García Montero ha dado la callada por respuesta, el nihil obstat, a la cesión de un palacete parisino, hasta la fecha sede del Instituto Cervantes, nada menos que al PNV, un partido de gobierno que ha ido mucho más allá que Trump en la desconsideración a los hablantes de lengua española, lo mismo nacidos en Bilbao que en Portugalete. El palacete en cuestión, eso se dice, fue adquirido por los jeltzales en 1937, con fondos procedentes, supuestamente, de Méjico, y les perteneció hasta 1940, incautado entonces por los ocupantes alemanes. Ahora, amparándose en la Ley de Memoria Democrática (sic), el PNV reivindica la propiedad del edificio y el complaciente Pedro Sánchez se ha plegado a sus exigencias, tal y como recoge el decreto “omnibús” de reciente aprobación. Uno de esos decretos heterogéneos que reúne las más dispares materias y a los que es muy aficionado el gobierno actual.

García Montero envasa sus lágrimas de cocodrilo por la lengua española y sus hablantes en un minúsculo frasquito de cristal. Las contempla arrobado y se conmueve de sí mismo, de su rica vida interior. Pero es un tío grande, pues le afea la conducta a Trump, un hombre poderoso. No se arruga. Le asiste el poder de la palabra y de la pluma que esgrime intrépido, osado, inconsciente, ante muros, aranceles y caza-bombarderos. Pero no ante el buzón de Sant Cugat del Vallés instalado por el burgomaestre de la citada localidad para dar bola a denuncias anónimas contra quienes usen la lengua española en los comercios del municipio. Ante eso, se la envaina, la pluma, quiero decir.    

“No me quieran confundir, en España se puede estudiar íntegramente en español en todas las fases educativas y en cualquier punto de la geografía nacional. Los partidarios de la libre elección de lengua oficial promueven bulos en connivencia con la fachosfera fanguista. Aquí el único que persigue la lengua española es Donald Trump… y no es que lo diga yo, lo dicen Illa y Jordi Évole”

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