4.598

Esta cifra nada nos dice. Al tipo que tenía a mi lado en la cafetería, mirando un noticiero TV del tipo “24 horas”, tampoco. Podría ser el cómputo anual de víctimas en accidentes de tráfico o la distancia kilométrica entre Lima y Buenos Aires. En cambio, sí conocía ésta otra: 7.291. El resorte numérico se activó al punto cuando apareció en pantalla Isabel Díaz Ayuso, la presidente regional de Madrid. La cifra obedece a las víctimas mortales registradas en las residencias geriátricas de su jurisdicción durante la pandemia coronavírica. Comoquiera que mi vecino de barra dejó ir un “asesina, te has cargado a 7.291 ancianos”, serruchando las sílabas, “a-se-si-na”, cabe deducir que, a su juicio, las víctimas fueron asesinadas deliberadamente, que la suya no fue una muerte lamentable, pero a causa de un contagio devastador. Estaríamos, pues, ante una matanza premeditada, planificada, acaso un gerontocidio a gran escala.

Recientemente (13/11/2024) se ha estrenado un documental que lleva ese título, “7.291”. La primera proyección tuvo lugar en los cines Verdi de Madrid. La sesión fue organizada por “ElDiario.es” y acudió al estreno Mónica Díaz, ministro de Sanidad (“ministra” o “ministresa”), de aquilatada trayectoria en el gremio. La misma que hoy se lamenta de la posible continuidad de MUFACE. No he dado con las habituales instantáneas de celebridades en la “alfombra roja”, en el photocall del evento, pero no sería nada extraño que hubieran honrado el acto con su presencia estelar grandes defensores de la sanidad pública como los hermanos Bardem y Penélope Cruz, que, lejos de la patria querida, y muy a su pesar, dio a luz en una clínica exclusiva de Los Ángeles.

El documental dura 123 minutos y da testimonio del sufrimiento y desconsuelo de los deudos de las víctimas. Un drama tremebundo, por todos conocido… pues la pandemia se cobró vidas a tutiplén y en todas partes, incluso en Ulldecona, aunque cueste trabajo creerlo. Fue una verdadera y mastodóntica hecatombe a escala planetaria que diezmó la población mundial en 14’9 millones de personas según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU. Cifra concerniente al período comprendido entre enero de 2020 y diciembre de 2021. Cabe decir que no parece fácil dar con la mortandad definitiva y exacta, habida cuenta de la fiabilidad mejorable de los institutos estadísticos de muchas naciones. Empezando por la propia OMS, que acusó sucesivamente al pangolín, al murciélago (se admite “murciégalo”) y al “perrito-mapache” (no es coña, el animal existe) de causar la expansiva enfermedad. Hasta el momento no recae sospecha alguna sobre el lince ibérico y el gracioso, pero feróstico, desmán de los Pirineos, pero yo de ellos me buscaría abogado. Por liar más la troca, recuérdese que la OMS es un organismo dependiente de la ONU que, a través de su terminal UNRWA en Palestina, ha proporcionado sanguinarios terroristas a Hamás, al menos una docena, y según las autoridades israelíes, ha acogido “hospitalariamente” en sus dependencias, durante el cautiverio, a unos cuantos rehenes.

Cierto que Madrid, fundamentalmente la capital, por su conexión aérea con muchos países y por la celebración de eventos multitudinarios autorizados por el gobierno apenas unas horas antes del confinamiento, asumió desde el minuto uno el liderazgo en España en número de contagios, barriendo a la competencia. Esa superioridad apabullante permitió a un alma sensible como la fugada Clara Ponsatí (que fuera Consejera regional de Educación, y a la que suponemos indultada o amnistiada por su participación en el golpe separatista de octubre de 2017) empatizar con las víctimas capitalinas al recordar aquel eslogan tan difundido: “De Madrid al cielo”. Sublimes y reconfortantes palabras superadas en delicadeza por aquellas de Bru Esteve, colaborador de Catalunya Ràdio, que dejó ir en antena un “de Madrid al hielo” cuando los ataúdes de centenares de cadáveres se acumularon en una pista de patinaje.

Por aquel entonces, Pablo Iglesias, el “Coletas”, tenía cartera en el gabinete ministerial, vicepresidente 2º (nunca sujeto parecido llegó a tanto y el cargo ocupado a menos) y ministro de Asuntos Sociales hasta abril de 2021. Campanudamente declaró Iglesias que él se hacía cargo personalmente “de la coordinación de las residencias a nivel nacional”. “Apartaos”, dijo, “que esto lo arreglo yo”. No tardó en desdecirse y en ahuecar el ala en cuanto llegaron a su despacho los datos que confirmaban la magnitud de la tragedia, previendo además que la cifra fatídica aumentaría exponencialmente. Sospecha uno que al sujeto, ocupado mayormente en “asaltar los cielos” y de paso a la claque de artistas y vicetiples afines al partido, andarse entre ancianos moribundos se la traía al fresco. Qué lata… con la de churris pintureras que andan por ahí.

Mi vecino de cafetería no supo darme razón. Comoquiera que estábamos en un local de la calle Vila i Vilá de Barcelona (Pueblo Seco), le pregunté si por ventura conocía la cifra de ancianos fallecidos en las residencias catalanas durante el mismo período y por la misma causa. No tenía el hombre ni repajolera idea. De hecho, la pregunta le causó no poca extrañeza y me miró como si fuera un bicho raro. Para mí tuve que el sujeto o bien pensaba que aquí no había fallecido nadie, o que yo era un marciano o estaba loco de atar. Como si semejante minucia, las víctimas autóctonas, importaran un carajo teniendo tan a mano esos miles de bajas imputables a la pérfida Ayuso. Tampoco yo conocía el dato preciso y para componer esta tractorada he huroneado en los interneles. El balance del gobierno regional da 4.598, aunque aparecen en danza otras cifras que elevan el cómputo a 8.200. Pero me vale la primera. Madrid, con algo menos de población que Cataluña, gana la partida. No obstante, nuestros 4.598 fiambres no son una birria. La cantidad tiene músculo.

Sorprende que los catalanes, tan celosos de nuestras cosas… siempre prontos a denunciar agravios sin cuento, opresiones seculares e implacables persecuciones, y a considerar lo propio (en particular eso que llaman “fets diferencials”) como destiladas perlas de lo más exquisito y talentoso de la condición humana, capaces de recitar los versos de “La vaca cega” o de guardar en casa la discografía completa de Nuria Feliu… sepamos al dedillo los fallecimientos habidos en los geriátricos madrileños, pero ignoremos los registrados en casa. Nuestros muertos han sido “opacados” por aquéllos, enviados al ostracismo, al sumidero del olvido, a los nebulosos dominios de la diosa Leteo. Y es muy chocante porque hay muertos que los paladines de nuestras más rancias esencias celebran en fastuosos homenajes, incluso en desfiles nocturnos pertrechados de antorchas. ¿Qué fue de la divisa Catalonia First?

¿Acaso nuestros muertos coronavíricos no merecen el homenaje de un documental? Concedo que al sumar menos decesos, el metraje habría de ser algo menor, pero 4.598 fallecidos dan para algo más que el cero absoluto. Considerando que “7.291” dura 123 minutos, estos es, 7.380 segundos, quiere decirse que salimos a 1’01 segundos per cápita. Si descontamos 10 minutos extra por el protagonismo especial concedido a Ayuso, a tenor de la sinopsis argumental y de las reseñas de la página Filmaffinity, siendo la doña uno de los motivos inspiradores de la pieza, la ratio cognoscendi de “7.291”, nos quedamos en 113 minutos y 6.780 segundos, resultando finalmente 0’93 centésimas de segundo por víctima. Si aplicamos la misma fórmula a nuestros “4.598”, así habría de titularse, nuestro documental duraría 4.276 segundos, es decir, 71 minutos y 16 segundos, que no está nada mal. No son las dos horas y tres minutos de los finados capitalinos, pero una hora y once minutos no son una bagatela. De modo que, manos a la obra. “¡Cámaras! ¡Acción!”. Claro que, acción poca, pues el argumento no da para guantazos, tiroteos y explosiones.

La cruz: recepción de la residencia geriátrica “Madrid-Birkenau” gestionada por el gobierno regional de Ayuso, cerca de Móstoles

La cara: residencia pública en Cataluña, nivel básico, cerca de Olot, comarca de La Garrocha

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