Agarro mi tractor y lo embarco en un vuelo transoceánico rumbo a Nueva York para dar fe de la internacionalización de nuestra estupidez. Sigo el consejo del grupo “Mecano” y facturo en el equipaje una botella de “Fundador”, un brandy de batalla de esos que rascan la tráquea, y que adquiere potabilidad a condición de mezclarlo con café para aviarse un carajillo antes de ir al tajo. Un clásico del andamio.
“Niu Yor”, no sé si ésa es la transcripción correcta de la gran metrópoli americana en bable (o “asturianu”), pero no se me ha ocurrido otra mejor. Y, claro es, me faltan cataplines, a mí y a cualquiera, para versionar completa en esa habla regional la canción mítica de Frank Sinatra. Semanas atrás, haciéndose hueco entre las corruptelas incontables de este gobierno, de las trapisondas domésticas de Pedro Sánchez, y de la tragedia de Valencia, asomó en los medios digitales una noticia verdaderamente delirante que retrata de manera fidedigna el grado de incuria y postración al que ha llegado España. El Instituto Cervantes suspendió, por falta de alumnos, un curso de bable “para principiantes” a impartir en la “Gran Manzana”. Sólo se matriculó uno. Lo triste no es ese estrepitoso fracaso, aunque a mí la friolera de “uno” me parece mucho… ¿A qué tipo más raro que un perro verde se le ocurre la peregrina idea de estudiar cosa semejante en Nueva York? Ni siquiera a uno de esos asesinos en serie a los que rinden culto en América y que se dedican a escachifollar a sus víctimas con ayuda de una motosierra. Lo verdaderamente asombroso es que la delegación neoyorquina del afamado Instituto tuviera ese proyecto en agenda. Es una de las ideas más estúpidas que he oído en mi vida. Algún acérrimo partidario del bable podría molestarse por lo antedicho, pero tenemos ya una edad y no hace al caso milimetrar palabras por temor a herir los castos oídos de personas muy sensibles. Estudiar “el” bable en Nueva York es una gilipollez… y “en” bable en Oviedo, también.
De modo que los sucesivos gobiernos “nacionales” (lo mismo del PSOE, que del PP) no tienen suficiente con depauperar el español en España a causa de sus cobardícolas complejos ante los nacionalismos periféricos abonados a liberticidios lingüísticos. Ahora asumen el reto de desmigarlo a escala mundial a través de las herramientas que a su disposición tienen, precisamente para lo contrario, para difundirlo, como si les fastidiara que el nuestro fuera un idioma universal. El cursillo de bable ha dado la medida exacta del interés a escala planetaria que despierta el fenómeno idiomático en cuestión (“orbayu”, “fabes”, “Ovieu”, “Xixón”). Tanto como los másteres y seminarios organizados por Begoña Gómez en la Complutense que, todos sumados, reúnen un puñado de alumnos, no más de una docena en la estimación más optimista.
Pero hete aquí que los idiomas con rango de cooficialidad proliferan como setas en otoño. Digo “idiomas”, es un purparlé, pues en muchos casos bastaría con tipificar tales artefactos como hablillas locales, dialectos, jerigonzas o chapurreos. Y será preciso aumentar la plantilla de traductores en el Congreso y hacer acopio de nuevas partidas de pinganillos. Las puede intermediar mercantilmente el comisionista Aldama: negocio redondo. El PP vota a favor de introducir, arrea, el “estremeñu” en la escuela, que es justo lo que necesita Extremadura, antaño cuna de dioses, para auparse a los primeros puestos de la clasificación de renta, desarrollo y prosperidad regionales. Los extremeños no son menos que nadie y han descubierto que también tienen lengua propia secularmente perseguida por el centralismo español. El ejemplo cunde, ya no son esos recoge-bellotas de las dehesas tras los majestuosos andares de los gorrinos ibéricos. Esa población rústica que devora pan y potajes grasientos, con la piel salpicada de impurezas y negruzcos golondrinos bajo los sobacos, siempre prontos a la carnal coyunda con las ovejas y las cabras despistadas del rebaño, ésos que sacuden a correazos a sus mujeres e hijas… tal y como los concibe el catalanismo ortodoxo. Nada de eso. Han dicho para sí: “aquí el más tonto hace relojes”, y subidos al carro del «plurilingüismo plurinacional» echan su cuarto a espadas sacándose una lengua de la anchurosa y productiva manga de los hechos diferenciales gracias al gobierno de la señora Guardiola.
Y se dan de codazos con andaluces, que marchan en vanguardia, y leoneses (“Xunto a Castiella nun habrá futuru pa nós” o algo así leo en una pancarta redactada por los indómitos paladines de ese aborigenismo turulato), por ingresar en la babélica asamblea de esta aristofánica república nuestra, “nefelococígea”, de aves piantes, graznantes y crotorantes. Y, no hay dos sin tres, hete aquí que el gobierno de Baleares, señora Prohens, va y declara a la ultracatalanista OCB (Obra Cultural Balear), que es el Òmnium a la mallorquina, algo así como entidad de “utilidad pública”. Chúpate ésa. Además de mantener intacta la exigencia de nivel C de catalán a los maquinistas de tren… pero como hay pocos kilómetros de red ferroviaria en el archipiélago, allá películas. Es notorio que al PP insular se le atraganta la promesa electoral de revertir la correlación idiomática favorable al catalán en la escuela pública instaurada por gobiernos anteriores, también los suyos. Y que cuando da un pasito para adelante, se hace pipí y popó, pues la docencia, cómo no, ha sido copada allí por el nacionalismo, y a renglón seguido da dos pasitos para atrás. Si cae en la tentación de sacudirse de encima la excluyente losa de la inmersión de facto, pues la elección de lengua ha sido otorgada, no a los padres de alumnos, si no a la dirección de los centros, arrea, comparece en el púlpito monseñor Sebastián (Sebastià) Taltavull, obispo de Mallorca, y agente mitrado al servicio del separatismo catalán, para darle un tirón de orejas.
De tal manera que no se puede estudiar en español en España, por no estudiarse en toda ella, que es síntoma flagrante de nación fallida. Y en nuestro caso, idiotizada, pues el español no es cualquier cosa en el concierto idiomático internacional. Hay discrepancia de opiniones en el punto anterior, pues hay quien dice que lo fallido es el Estado, y otros que lo fallido interesa a la nación. En cualquier caso, ni en Cataluña, Baleares, Galicia, País Vasco, Navarra y Valencia, se pueden cursar los estudios obligatorios en la lengua oficial (las demás son cooficiales en sus territorios). Cierto que en Valencia se estaban tomando algunas medidas para corregir esta anomalía disparatada, pero un goterón frío del carajo de la vela (que ahora llaman “DANA”), se llevó a su presidente por delante.
Los españoles somos, nos dicen, 48 millones, pero esas políticas contrarias a la libre elección de lengua en la escolarización de los hijos y al sentido común, afectan a alrededor de 20 millones de connacionales, quiere decirse casi al 40% de la población, ahí es nada. ¿Alguien, en su sano juicio, se imagina que en Francia, nación antigua como la nuestra, en la que se hablan diferentes idiomas, permitirían las autoridades republicanas que en Perpiñán se escolarizase a los niños en catalán, excluyendo el francés, o reducido acaso a un 25% de las materias del itinerario académico, confinado en el mejor de los casos a la clase de gimnasia o al taller de manualidades? ¿O que en Biarritz sucediera tres cuartos de lo mismo con relación al vascuence?
Hay quienes piensan que esto son anécdotas irrelevantes, gansadas que no afectan a la sustancia de la vida institucional, a la alta política o al desempeño económico en una sociedad compleja. Qué más da aprender la tabla de multiplicar en gallego (“tres al caldeiro”) que en español, si la cuestión de fondo es aprenderla. Y que las lenguas son un tesoro cultural y que están para comunicarse, para “entenderse”. Muy bonitas palabras. Pero andan muy equivocados. Las lenguas son un artefacto humano y obedecen a la voluntad de los hombres, lo mismo que los usos dados a determinados avances científicos. De modo que las lenguas se usan, la Historia de la Humanidad está repleta de ejemplos, para crear barreras, para excluir a los no-hablantes de la lengua reivindicada o divinizada, para fragmentar y discriminar, para reclamar derechos civiles y políticos diferenciados, o para restringirlos. España da la pauta de todo lo dicho. En nuestro país la promoción de las lenguas y hablillas particularistas va de la mano del modelo territorial y su genuina misión es tanto la de incomunicarse y desentenderse, como la de las autonomías descoordinarse.
Aquí cada hijo de vecino cree que su batalla es la única, la más importante. Y te dice el pescador, pongamos por caso: “¿Y a mí qué si los niños aprenden las cuatro reglas en vascuence? Lo que me preocupa de veras son los gravámenes abusivos al gasóleo y las cuotas pesqueras que impone la UE”. Que una cosa no quita la otra, mendrugo. ¿Y crees que un gobierno que no sabe defender el interés nacional, la igualdad de derechos, y, pusilánime y complaciente, deja en manos de los nacionalistas la gestión de esa bóveda de cañón para una sociedad que es la instrucción pública, tendrá el cuajo de pelear en Bruselas por tus bacaladillas de mierda? Si somos lo que comemos, nos dicen, lo que respiramos y, ya metidos en harina, lo que hablamos… aquellos catalanes (y vascos, la mayoría de ellos, navarros, gallegos, etc) que tienen el español como lengua familiar son inferiores, pues hemos decidido que su lengua lo sea. Hay quien lo lleva mejor y consiente en ello, y quién no, y ajos come. Cuando el idioma en que abrazas a tu madre o concibes a tu hijo (o engendras, según el papel que te toque), siendo el único oficial en toda la nación, y no le vale a tu hijo, sobrino o nieto, para estudiar en el cole el aparato digestivo de las ranas, algo extraño pasa y no es nada bueno: vives en una sociedad enferma y, por simpatía, acabarás enfermando tú.
Las lenguas van donde vaya el hombre y desconocen qué cosa sea la bondad angélica. Nos lo cuenta Menéndez Pidal en esta jugosa anécdota de una crónica medieval recogida en su ensayo “El idioma español en sus primeros tiempos”:
Cuando el rey de Aragón Pedro III el Grande, a consecuencia de la defección de mil caballeros catalanes, es vencido por los franceses que sitian Gerona, y queda herido de muerte, su mayordomo, catalán, le pregunta: “Señor, ¿Volés manjar motón (moltó)*?”; e él díxole: “Non, que en mal punto yo tanto creí por él e tanto fize por los deste lenguaje, porque yo he de venir a muerte; mas quiero comer carnero, que es lenguaje de Aragón”.
(*) Moltó: carnero

El bable a la conquista de la Gran Manzana. ¿Quién dijo miedo?
