Manteros por la patria

Aziz Faye ha hablado. Pífanos y tambores. Sentencia el protagonista de esta tractorada que en Barcelona sólo el 30 por ciento de la población utiliza la lengua catalana en su vida cotidiana de manera preferente. Se deduce de su demoledor veredicto que dispone el hombre de minuciosas estadísticas. Vamos, que no habla a humo de pajas. Por si había alguna duda acerca del firme compromiso de tan insigne personaje con nuestra comunidad, se declaró años atrás partidario acérrimo del llamado “derecho a decidir”.

El señor Faye, senegalés de cuna, es el máximo dirigente de SMB, Sindicato de Manteros de Barcelona, generosamente subvencionado durante el mandato municipal de la inolvidable Ada Colau. Cabe decir que la carismática alcaldesa ha decidido apartarse temporalmente de la política activa… pero que no cunda el pánico, no se resigna a dejarnos huérfanos, abandonados en el páramo, y ha tenido a bien tranquilizar a la población: allá en donde ella esté jamás “dejará de combatir a la ultraderecha”. Y todos respiramos aliviados por el peso de encima que la doña nos quita. Acaso trata de digerir, con ayuda de profesionales, aquel turbio episodio vivido en sus carnes durante una recepción oficial con altos (por grado) mandos del Ejército. Y es que a alguno de los militares, al parecer, se le fueron las manos y sobó a conciencia a la interfecta… en desdoro de las armas nacionales. A las mujeres, amamos, proclaman en sus brindis los caballeros legionarios, pero hay que entender que no a todas por igual. Y que, ante determinados requiebros galantes, y en consideración a las gracias que adornan a la flamígera y resplandeciente alcaldesa, es menos lesivo recibir la orden suicida de tomar a bayoneta calada un fortificado nido de ametralladoras. Llamamos aquí “alcaldesa” a Colau porque pareciera que lo sigue siendo. Es una sensación generalizada.

La ocupación profesional del señor Faye, y de sus sindicados, consiste, si no estamos mal informados, en colocar productos sin licencia, falsificados, principalmente a los turistas que visitan la ciudad condal. Lo mismo camisetas de fútbol, que bolsos, gafas de sol o zapatillas deportivas. A saber: “Adadis” por Adidas, “Reiban” por Rayban y “Amami” por Armani. Los manteros, venta al público, son el último eslabón, no necesariamente el más débil, de la cadena. Pero antes de llegar a esa fase, el artículo ha de ser elaborado, no hay tutía. Y es fama que sus condiciones de fabricación no cumplen los estándares recogidos en nuestra legislación laboral, al margen de su calidad, que es aquí cuestión secundaria. El comercio del que los manteros forman parte podría definirse como “anti-comercio”, pues supone una competencia desleal a aquel otro, regentado por pequeños empresarios, que paga tasas e impuestos y está sujeto a control fiscal, y además crea empleo cotizante, es decir, el empleo que financia pensiones.

A nuestros ojos repugna la idea de la explotación laboral asociada a este tipo de actividad mercantil. Se dice que en la manufactura de estos artículos se emplea a niños en sórdidos cuchitriles, ergástulas clandestinas, sin apenas ventilación. Poco menos que amarrados con cadenas a sus bancos de trabajo, mal alimentados y tratados en definitiva como mano de obra esclava. Una vergüenza y un horror. No son los manteros responsables, claro es, de ese bochornoso régimen de trabajo-robot, de explotación infantil, habida cuenta que muchos de ellos llegaron a nuestro país jugándose el tipo a bordo de ridículas barquichuelas, sometidos a las inescrupulosas mafias de la inmigración ilegal, los nuevos tratantes de ganado humano, en connivencia éstos con entidades de apariencia bonancible y con los gobiernos sectarios e irresponsables que incentivan el efecto llamada gracias a difundir mensajes del tipo “papeles para todos”, provocando una elevadísima tasa de mortandad en alta mar. Tampoco, a decir verdad, son las suyas condiciones de trabajo envidiables, pero, cuando menos, los manteros son adultos y su participación en este comercio fraudulento, aunque condicionada por el estado de necesidad, es voluntaria.

Estas disquisiciones sobre las estrecheces de vidas tan aperreadas no son lo mollar de la presente tractorada. Leo en un digital (Vozpópuli) que el sindicato que lidera Aziz Faye ha sido obsequiado, al menos, con 60.000 € del hala en los dos últimos años. Aziz y su gente aceleran el paso para atar el fardo, tirando hábilmente de unos cordeles, y llevárselo al hombro, como buhoneros de antaño, cuando asoma en lontananza la patrulla de la Guardia Urbana: “¡Agua, la pasma!”. La misma prisa se dan en retratarse ahora junto a Collboni, la defectuosa copia de Colau, y trincar la jugosa gratificación.

El mecanismo reverbera hipocresía. Por un lado se les subvenciona y por otro, de vez en cuando, se les decomisa el género. La persecución a manteros que se refugian a la carrera en una estación del Metro son un clásico en las calles del centro de la ciudad. Bipolaridad consistorial. Una cosa y la contraria. La contraria y una cosa. No es mi intención cargar las tintas sobre esos infelices abocados a la venta ilegal, pero sí indicar algunas circunstancias que hacen de este enredo un paradigma de la incongruencia. De entrada, una persona que habita las coordenadas de la economía sumergida es financiada por la administración local (que habría de combatir, se supone, ese fenómeno). Es decir, con el dinero del contribuyente, y en particular de aquellos contribuyentes que tienen en el comercio legal su modo de provisión. El meollo de su actividad consiste en la falsificación de artículos que podemos hallar en el mercado reglado. Su confección se realiza en condiciones infrahumanas, vulnerando la dignidad de los trabajadores empleados, reducidos a una condición servil. Pues va el citado “enlace” sindical y se dedica a perorar sobre el uso comparado de lenguas oficiales (una, cooficial) en los hábitos cotidianos de la población residente en Barcelona. Fantástico. Y poco menos que se duele de que la desproporción sea favorable a la española que, por otra parte, es la que eligen más ciudadanos en un ámbito de libertad irrestricta, el de las comunicaciones interpersonales en la calle.

¿Acaso habría de incumbir al señor Faye asunto semejante? Quizá sí, si está asociado a ANC, patroneada por Lluis Llach, o a Òmnium. Además, en su descargo hay que decir que cada quisque es muy dueño de mostrar públicamente sus ideas y preferencias. Con todo, no sería mala cosa que Faye supiera discernir entre sus opiniones personales y sus tareas “sindicales”, pues las primeras no habrían de obligar necesariamente a la totalidad de sus afiliados. Cabría preguntarse si predica con el ejemplo y apunta a sus compañeros de fatigas a cursillos de “normalización” lingüística o si fiscaliza sus conversaciones privadas o el idioma elegido por los tales al dirigirse a su clientela para cerrar una venta, cual si fuera uno de esos emboscados espías destacados a escuelas y comercios a las órdenes de Santiago Espot, hoy en la órbita de Silvia Orriols.

Lo que evidencia nuestro protagonista es que, llevado de la divisa popular “allá donde fueres, haz lo que vieres”, ha aprendido en muy poco tiempo a confundirse con el paisaje y contraído méritos más que suficientes para codearse con líderes sindicales de primer nivel del tipo Josep Maria Àlvarez (antes José María), el de la pañoleta palestina o, indistintamente, del fular LGTBI, Pacheco (el clon zampabollos de Manuel Chávez) o Tito Álvarez, en tiempos “barra brava” de los Boixos Nois y ahora dirigente de la sectorial mayoritaria del taxi y recibido con honores por Puigdemont en Waterloo. Lo mejor de cada casa.  

Todo encaja, Faye procede del mundillo de la venta ilegal, ese empleo que no cotiza (el socorrido latiguillo “ellos pagarán nuestras pensiones” no es de aplicación en el presente caso). Funda un sindicato dudosamente legal y, acaso por deformación profesional, defiende el vaporoso e impostado “derecho a decidir” y se erige en paladín de una lengua que sus afiliados en general desconocen y que jamás emplean con la clientela en el ejercicio de su itinerante desempeño profesional. Todo sumado nos traslada idea de sociedad desarreglada, en la que toda anomalía tiene asiento y en la que el sentido común también ha sido bastardeado y falsificado como unas deportivas “Adadis”.  

 

-Eh, tú, Tolerancio… ¿Lo de “MANGO” va con segundas? Mira que te denuncio por xenofobia, racismo o algo por el estilo… que soy del Barça y estoy perfectamente integrado en la sociedad.

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