«¡Puta España y feliz Fiesta Mayor!»

Todos los pregones de las fiestas mayores de Cataluña han de finalizar con un “¡Puta España!” y con la quema de una bandera nacional. La consigna ha corrido como la pólvora entre los usuarios catalanistas de las redes sociales. Es una de las secuelas de la llamada “revolució dels somriures” (revolución de las sonrisas), es decir, el famoso “proceso”. Una divisa, “puta España”, que retrata el “buenrrollismo” imperante en la bandería del aborigenismo exaltado. Se nos presentan como personas cívicas, respetuosas, “no vamos contra nadie”, gente cool, que se decía, como más avanzada, progre y con mayor amplitud de miras que no los “españolazos” o “ñordos” (“nyordos”, esto es, “zurullos”, “mojones”), esos tiparracos con rodelas de sudor en los sobacos que cecean al hablar, pegan a sus mujeres regularmente, abusan de sus hijas y eructan y se ventosean mientras comen.

No hace tanto tiempo era fama que partidos como PSC y PP eran de esos que se suben al palo del gallinero y no sabía uno de qué lado caerían. Pero de unos años acá, y ahora mucho más tras la investidura de Illa (“Mascarilla”) como presidente de la Generalidad, el PSC ha despejado toda duda (si alguna quedaba) y es hoy el partido central del nacionalismo, bien que no expresamente separatista, por aquello de “las dos almas”, o tres, que le adornan. Orbitan a su alrededor ERC, la gente de Puigdemont (con ellos tienen, o tenían, pacto en la Diputación de Barcelona y colocada a mantel y cuchillo a Marcela Topor, la doña del prófugo) y como quiera que se llame el partido de Ada Colau. Con todos se roza, se retoza y requiebra, y a todos rasca votos. El PSC no se corta un pelo para heredar el espíritu de la antigua CiU, la CiU “pre-procesual” de la época dorada (sic) de Jordi Pujol, con el beneplácito de la funesta y deshonesta patronal catalana. Ya conocemos la milonga: “(Puta) España, hazme caso a mí que sólo yo puedo contener a estos radicales descerebrados. Soy la garantía de la convivencia pacífica”.

Ha sucedido en Villafranca del Panadés (Vilafranca del Penedès). El consistorio, gobernado por el PSC, no ha tenido más deslumbrante idea que encargarle el pregón de la fiesta patronal a un tipo llamado Otger Ametller (mi segundo nombre es “trabalenguas”) que había sido concejal de CUP en la anterior legislatura. Al parecer el interfecto se licenció en Psicología (más bien lo suyo es la “piscología”) y se anuncia como experto en la “prevención de drogadicciones”, aunque uno se malicia por sus maneras y mensajes que su relación con los narcóticos se sitúa en una fase posterior a la preventiva. Con una bandera estrellada en el escenario concluyó su parlamento festivo largando el preceptivo “¡Puta España!”. Un alegato final, como se dice ahora, la mar de “inclusivo”.

Según los datos disponibles, en las últimas elecciones celebradas en la localidad, las europeas de junio, los partidos que defienden inequívocamente la unidad nacional obtuvieron el 16% de los votos escrutados, es decir, una minoría, cierto, pero significativa. No he contemplado el voto destinado al PSC, casi un 29%, la candidatura más votada, pues no hay manera de saber cuántos de ellos encajarían en la categoría anterior y cuántos no, bien entendido que con arreglo a la ley, españoles lo son todos, incluidos los simpatizantes de Puigdemont, de ERC o de Colau. En resumidas cuentas, que el pregón de la fiesta mayor villafranquesa, una fiesta que han de sentir, se supone, como propia, y participar en ella si lo desean, todos los avecindados en el lugar, expulsa de la misma a un porcentaje considerable de aquéllos, antes incluso de dar comienzo. Una fiesta sufragada con cargo al erario público, es decir, al bolsillo del contribuyente allí empadronado y a quien no se le pregunta al cobro de las tasas municipales sus sentimientos de pertenencia nacional. Para pagar impuestos vale todo quisque, aunque sea un “putospañolazo” villafranqués.   

Agarro el tractor y en ruta por nuestra red viaria llego a Granollers, capital comarcal del Vallés Oriental. Estoy a punto de igualar al Molt Honorable, el padre de la patria, que en los años 60 del pasado siglo visitó, ahí es nada, todos los pueblos de Cataluña al volante de su SEAT 600 para contactar a caciques y jerarquías locales e inocular por el territorio (“el territori”) la semilla de un renovado catalanismo (el de siempre: “el peix al cove”) que habría de brotar exuberante a la que se apagara definitivamente la languideciente lucecita de El Pardo. Buena prueba de su exitosa campaña de reclutamiento fue que en las primeras elecciones en democracia no menos de 250 alcaldes del tardofranquismo concurrieran a los comicios bajo las siglas de CiU. 

También gobierna el PSC la populosa villa de Granollers. En el programa de la fiesta mayor ha tenido mediática notoriedad la inclusión de un taller, arrea, de elaboración artesanal de cócteles molotov y de adiestramiento guerrillero destinado a niños de primaria. Fantástico. Cambiamos chupetes por bazucas. La orientación pedagógica de la actividad ha causado verdadera sensación. Lo primero que le viene a uno al caletre es lo siguiente: por un lado se insta a los niños a aprender las cívicas virtudes del reciclaje, pongamos por  caso, “los envases de plástico al contenedor amarillo”, al tiempo que se les alecciona para echar los dientes (aún de leche) en la “kale borroka” quemando esos mismos contenedores o las marquesinas de la guagua urbana. Prodigioso. Se trata de ir formando las nuevas levas de manifestantes violentos para futuras DUI’s (Declaraciones Unilaterales de Independencia): cortes de carreteras y de la red ferroviaria, asaltos aeroportuarios y otras amenidades por el estilo.

Admira la actitud un tanto laxa de la Comisión de Fiestas encargada de cribar las actividades observando, es un purparlé, el respeto a la convivencia y la salvaguarda de un mínimo civismo. “Colocamos el taller de cócteles molotov para párvulos entre la carrera de sacos y la función de marionetas”, dispone el regidor de Cultura. “Magnífico”, apostilla uno de sus secuaces. Al margen de la ocurrencia del conciliábulo festivo, le descoloca a uno el criterio educativo de aquellos padres que apuntaron finalmente a sus retoños a semejante verbena, pues los hubo. El taller se celebró. De haber faltado asistentes habría sido suspendido. Me figuro a uno de esos peques ataviado con pañoleta palestina y una réplica de juguete y a escala de un AK-47 en las manos, compareciendo de esa guisa ante el monitor de la actividad y sus condiscípulos: “Mira qué gracioso está Marc, el pequeño de los García López”.

No seguiré la senda marcada por Muriel Casals, que en gloria esté. Aquella fanática del monolingüismo catalanista que defendía la privación de la patria potestad a los padres que acudían a la Justicia para obtener, por sentencia, una parte al menos de la enseñanza para sus hijos en español: ejercicio básico del sentido común en una sociedad bilingüe y medida correctiva a la devastación académica que supone para el alumnado la inmersión obligatoria en lengua cooficial. No cabe similar recomendación, no se trata de eso, de quitarle el hijo a unos padres, por muy idiotas que sean, o por muy dispuestos que estén a criar a un sociópata. Son contadas las ocasiones en las que han de intervenir los poderes públicos en tan espinosa materia, cuando hay una amenaza manifiesta para la integridad física y mental del niño, y en el presente caso sólo se lesiona, parcialmente, el segundo término del binomio… siempre, claro es, que los cócteles molotov del tallercito de marras no sean reales y sí, en cambio, de pacotilla. Un sindiós. En todo caso, correspondería a las autoridades municipales, al concejal de los llamados “Asuntos Sociales”, velar, digamos, por la conducta tolerable de los niños en los espacios públicos y en relación con sus iguales. Pero no se debe obviar que es precisamente el ayuntamiento de Granollers el promotor (“nihil obstat”) de esta majadería sideral.

Es la deriva natural del PSC, pues de todos, es el partido más proteico, mudable y tornadizo, como esas células líquidas que se expanden y contraen al microscopio. Lo mismo te manda a Borrell a apaciguar a los manifestantes que salimos a la calle en Barcelona tras el discurso de Felipe VI contra el golpe separatista (“¡Esto no es un circo romano!”, en respuesta a la clamorosa y unánime petición de presidio para Puigdemont), con el fondón Iceta atascado en una valla, loco por saltarla y sumarse a la fiesta, que te dirige una “mani” preventiva contra una sentencia aún no fallada por el Estatuto pactado, habano de por medio, entre Zapatero y Artur Mas. Al frente de la misma, el insustancial sonderkommando Montilla sujetaba la pancarta del “editorial conjunto” de la prensa domesticada y corría a guarecerse a un edificio cercano para librarse de una buena ensalada de hostias. Que le coloca de matute a toda España un voraz pacto fiscal, a la vasconavarra, y una independencia de facto dando al fin cumplimiento al proyecto primigenio de Pujol y de sus cuates sin escrúpulos del Fomento (antes Nacional) del Trabajo. El próximo taller, bajo el epígrafe “Cómo descerrajarle un tiro en la nuca a un constitucionalista con munición biodegradable, sostenible y desde una perspectiva de género inclusiva”, ya está en preparación: ¡Puta España y feliz Fiesta Mayor! 

Camiseta conmemorativa de las fiestas de Pueblo Seco (Barcelona), julio de 2024. Se autoriza a cualquiera que lo desee a copiar el diseño, incluido el trasero original. La idea es “dale la espalda a los festejos “institucionales”, no van contigo. Busca tus propios espacios de ocio. No les debas nada, ni un baile, ni una batucada. Que les den”.

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