La falla indultada

Esta vez agarramos nuestro tractor y nos trasladamos a Valencia. De paso nos sumamos en ruta, solidariamente, a las tractoradas que organizan los agricultores por toda España para protestar contra las directivas comunitarias, agenda 2030, y contra la pésima gestión del sector agropecuario y pesquero en el debe del calamitoso gobierno frentepopulista de “Pinganillo” Sánchez. Anda éste obsesionado con la amnistía a Puigdemont y sus secuaces, la colonización de todas las instituciones del Estado a la manera bolivariana (la última, RTVE) y con la neutralización de Díaz Ayuso (principal sospechosa, según el ejecutivo, de la caída del imperio romano de Occidente), entre otras maniobras y fechorías. De tal manera que las gentes del campo le importan, claro es, un pimiento. Esta vez las tractoradas obedecen a las reivindicaciones de sus promotores y no, como vimos en Cataluña durante la fase efervescente del “proceso”, a la conchabanza de los rabassaires de barretina calada hasta las cejas con la trama golpista orquestada por el gobierno regional. Entonces los tractores (Unió de Pagesos) fueron las panzerdivisionen del nacionalismo, su rústica punta de lanza. Nos felicitamos, pues, de que los agricultores ejerzan de agricultores y no de escamots (*) mecanizados.

Las fallas de Valencia, los “ninots”, llegan por primavera y es costumbre indultar a una de ellas, que es instalada y exhibida en un museo establecido al efecto. Son policromas alegorías de cartón inflamable. En la imaginería fallera abunda la sátira política, la acibarada y punzante crítica del momento. Asuntos, como reza el tópico, de candente actualidad. Tan candente, que acaban la mayoría siendo pasto de las llamas, devoradas por el fuego purificador y reducidas a cenizas. Arte fugaz. Ésa es, precisamente, una de las cualidades atribuidas al fuego: la purificación. Al pie de la letra lo tomaron los fanatizados inquisidores que mandaron a la hoguera a miles de personas. En España, fundamentalmente, a conversos sospechosos de judaizar en secreto, autos de fe (**), y en otros lugares, los muy activos Tribunales Eclesiásticos reformados de Europa central y septentrional (Alemania, Suecia, Holanda), a sospechosos de herejía y/o brujería (**). E incluso hoy, entre los musulmanes rigoristas de Estado Islámico, a los apóstatas.

El fuego fallero recuerda la institución del chivo expiatorio (bouc émissaire) documentada magistralmente por James George Frazer en “La rama dorada”, que es un compendio etnográfico no superado. Ese tratado monumental (se han editado versiones abreviadas) de recomendabilísima lectura data de cuando la antropología tenía como objeto el ser humano en su dimensión cultural, el porqué de su artefactos culturales, el hecho civilizatorio, incluidas las sociedades ágrafas, demográficamente reducidas y tecnológicamente atrasadas, y no, como en la actualidad, que actúa a guisa de comparsa de los doctrinarios y encarnizados enemigos del modo de vida occidental, de la mano del “deconstructivismo” filosófico y lingüístico (Derrida y compañía), del más absoluto y disolvente relativismo moral y de una desbocada e incendiaria eurofobia. Hablamos de cuando la antropología abandonó su pretensión de convertirse en una disciplina reglada en aras del conocimiento, para devenir un arma ideológica al servicio de la extrema izquierda. Finales de los 80’: en la Facultad me hicieron leer a Rorty y a Chomsky, entre otros. No se lo deseo a nadie. El segundo es especialmente megaplúmbeo, un tostón apabullante. Y diría que aún no se ha muerto.  

Sobre el chivo expiatorio se proyectan todas las caspicias morales del grupo y se le deja partir para que lleve su infanda carga lejos de nosotros. Una manera, un tanto intuitiva y escapista si se quiere, de hacer borrón y cuenta nueva… una suerte de ceremonia lustral, una sencilla fórmula para sacudirse de encima nuestras propias iniquidades, de quedar exonerados de nuestras culpas y de propiciar un nuevo renacimiento, con la pretensión, claro es, de ensuciarse otra vez con el polvo de ese camino tortuoso y enlodado que es la vida. Y, de ese modo, albardar el lomo de otro espécimen sacrificial. Una constante, un bucle infinito. Lo dicho, o se le daba una patada en los cuartos traseros, “largo de aquí, bicho”, o se le inmolaba.

El mecanismo del fuego purificador es muy similar. Arrasa con lo viejo y caduco, con aquello de lo que nos queremos desprender para los restos, como bien saben los estudiantes (una sabiduría ancestral) que mandan a la hoguera, solsticio de verano, errabundas pavesas de formulaciones químicas y declinaciones latinas, los apuntes del ejercicio académico superado con nota. Salvo el caso de aquél que, en la ilusoria esperanza de haber aprobado, acabó suspendido y entró en pánico al ver reducidos a cenizas los apuntes de la promoción al completo. Sostenemos en nuestro fuero interno un aún humeante rescoldo de esperanza cuando las llamas consumen la alegoría fallera que da fe notarial, pongamos por caso, de la corrupción política o de la supina estupidez de una celebridad. Deseamos que el motivo de la escultórica denuncia sucumba para siempre en esa ígnea hecatombe. Nos engañamos, sí, pero eso va con la naturaleza humana. Es el principio de la magia simpática, en su vertiente imitativa, lo similar produce los mismos efectos… principio que integra “el alma primitiva” que tiempo ha describió Lévy-Bruhl.

Una de las fallas en concurso es “indultada”, “amnistiada”. Y qué mejor falla, en este año, que la falla que representa el indulto que condiciona (y condicionará por tiempo indefinido) la política española. Una composición tan descriptiva como definitoria: Puigdemont encula a la brava, abruptamente, al monigote de Pedro Sánchez. El golpista fugado amplía con sus rabiosas embestidas, así es la escena, ni quitamos ni ponemos, el diámetro anal de aquél, dejándole el bullarengue como un “bebedero patos”. Clavado. Sin adornos ni oropeles, tal cual. Una imagen vale más que mil palabras. Puigdemont es el dante y el presidente de la nación escarnecida, el tomante. Para qué sesudos ensayos, artículos en prensa y tertulias interminables cuando esa falla lo explica todo a las mil maravillas, con una exactitud y una precisión micromecánicas. Y con pulcritud, pues, por deferencia al espectador, por ese mínimo de pudor exigible que agradecemos al autor de la obra, una bandera estrellada oculta a nuestra mirada los elementos protagonistas del acoplamiento more ferarum.   

No queda más que imaginar, por cerrar el círculo, a la fallera mayor, ataviada con su vestido de gala, banda al pecho con los colores nacionales, y ese peinado espectacular, esos rodetes a guisa de Dama de Elche encarnada (que fantasía erótica más sugerente que una fallera despampanante, corpiño, liguero, medias de lycra, zapatos de tacón de palmo y fusta en mano de azuzar a las caballerías: una fallera dominatrix) librando a la indultada “falla del indulto” el diploma de su victoria y su consecuente salvación del fuego lustral.

(*)  escuadras, grupos de asalto

(**) para ambos casos, acúdase a “Los judíos en la España Moderna y Contemporánea” y “Las brujas y su mundo” de Julio Caro Baroja

“¿Gozas vida?” “Haz conmigo y con España lo que quieras… soy tu putita”. A esto le llaman ahora “tender puentes”

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