Una «fatwa» báltica

El cansino e inconcluso “procés” separatista ha alcanzado al fin dimensión internacional. La tan ansiada conjunción de lo local con lo universal. Se han comentado profusamente los vínculos de Puigdemont y su cohorte golpista con el régimen de Putin. Financiación, monedas virtuales, envío de tropas (“los diez mil hijos de Putin”, reclutados a partes iguales entre los spetsnaz y los mercenarios del grupo Wagner), imágenes tergiversadas de heridos en cargas policiales difundidas desde servidores allende nuestras fronteras, espionaje y reuniones frecuentes con enviados del Kremlin (Elsa Artadi admite en sede judicial que ella participó al menos en dos de esas “cripto-cumbres”), en definitiva, la conversión de Cataluña en la Transnistria occidental, y por añadidura la del esclavista y palanquista Barça en el Sheriff deTiraspol… Transnistria y Tiraspol que tienen un aire a la creativa toponimia balcánica de las aventuras de Tintín (Syldavia, Borduria, etc). Donde los disidentes son eliminados con polonio o supositorios de glicerina, pero con el “nitro” delante. Toda una variada panoplia de toxicidades para desestabilizar España y por ende sembrar la discordia en Europa. Pero últimamente el fenómeno (la revolució dels somriures*) ha cobrado mayor resonancia tras la invasión de Ucrania y abona el temor en el continente a las ambiciones desmesuradas del zar moscovita… que amenaza en su integridad a estados miembros de la UE, sea el caso de las naciones bálticas.

Comoquiera que Cataluña ha sido el banco de pruebas de esos tejemanejes, es mencionar el nombre de nuestra bien amada región y todos los dirigentes europeos tuercen el gesto: “¡Qué pesadilla!”. De este modo el nacionalismo catalán se ha ganado por méritos propios el galardón de nacionalismo identitario egoísta, antipático, excluyente, caprichoso, tonto, impostado y artificioso. Una verdadera basura de nacionalismo.

Nos dieron la turra nuestros aborigenistas enragées proclamando a los cuatro vientos que Europa (y más allá) se desvivía por recibir a Cataluña en su fraternal seno. Alfombra roja, brazos abiertos, timbales y clarines. Todas las cancillerías europeas tenían el champán a punto para brindar por su automática incorporación a la UE y al Consejo de Seguridad de la ONU en calidad de miembro permanente, de una sola tacada y en tiempo récord. Pero los sueños confrontados con la realidad arrojan el siguiente balance: que sepamos, sólo ha gozado en la comunidad internacional del pláceme entusiasta del separatismo biafreño. Y últimamente del gobierno español. El problema reside en que el nacionalismo catalán esperaba el aplauso de Europa yendo, átame esa mosca por el rabo, de la mano de uno de sus mayores enemigos. Curiosamente, y esto que aquí va daría para un extenso comentario, el autócrata ruso suscita las simpatías por igual de banderías antagónicas, lo mismo de los europeos que se avergüenzan de ser tales y ejercitan el «autoodio», la extrema izquierda, que de otros que se intitulan fervientes defensores de la civilización occidental y lamentan tanto su innegable decadencia que casi les complacería verla para siempre devastada.

A todas estas, Albares, el ministro de Exteriores del gobierno frentepopulista (y ya decididamente corrupto, affaire Koldo y sus tentaculares derivaciones), deja caer en una reunión que España costearía en su totalidad el gasto que supondría el reconocimiento en la UE de algunas de las lenguas regionales que en España gozan del estatus de co-oficialidad, catalán, gallego y vascuence (incomprensiblemente silbo gomero y bable no entrarían en la mejora). Y las primeras negativas proceden, jarro de agua fría, de sus colegas letón y lituano, Krisjani Karis y Gabrielus Landsbergis. El primero aduce que hay otras cosas más importantes de las que ocuparse. Un hombre cabal. Y el segundo avisa del riesgo de contagio a otros países. Cita caso en carne propia: la lengua rusa que emplea comúnmente un segmento significativo de la población lituana. De tal suerte que podría darse la paradoja de que el ruso adquiriese, por similar procedimiento al catalán, el marchamo de lengua oficial de la UE. Nos referimos a dos mandatarios bálticos que, tiempo ha, eso nos dijeron reiteradamente en TV3, eran especialmente sensibles y receptivos a las aspiraciones de “nuestros” nacionalistas. Si tal sensibilidad hubo, por así decir, se disipó a fuerza de flirtear precisamente con el más declarado enemigo de sus soberanías nacionales: Vladimir Putin. Allí recurren al interfecto para asustar a los niños desobedientes. El Coco y el Hombre del Saco, con Putin en la palestra, no venden una escoba en Riga y en Vilna.

Para adecentar el proyecto a ojos vista de sus homólogos, y evitar un efecto mimético a escala continental con otras lenguas locales, no se le ocurrió mejor idea a Albares que declarar campanudamente que el español “era un caso único y excepcional y que el codiciado reconocimiento de oficialidad sólo habría de aplicarse a nuestras lenguas regionales”. Chimpún. No dio con mejor manera de certificar que la poliglota verbena era otra de las exigencias de sus socios parlamentarios para garantizar la investidura de su jefe de filas. Y aún se enredó con una oferta de ultimísima hora… una oferta que nadie en su sano juicio podría rechazar: limitar finalmente sus pretensiones a la lengua catalana. O cómo hacer de la chapuza más burda troncal elemento de la alta política internacional.  

La apuesta por la oficialidad plurilingüe precedió en pocas fechas a la misión europea destacada a Cataluña para comprobar in situ las innúmeras bondades de la inmersión obligatoria en la escuela pública, tolerada, cuando no defendida con el cuchillo entre los dientes, por los sucesivos gobiernos de la nación y por la blandenguería de todos los tribunales imaginables. Nunca la resistencia catalana agradecerá bastante a Maite Pagaza y a Jordi Cañas, entre otros, su denuncia infatigable en el parlamento de Estrasburgo de la iniquidad connatural a ese infame y suicida modelo educativo. Con todo, recibidos los comisionados por la Consejera de Educación, Anna Simó, explicó ésta a los comisionados, displicente y contrariada por su intromisión, que el alumnado catalán aprende el idioma español en un registro culto, académico… ¡¡¡Mirando la tele!!! Le faltó añadir, de conformidad con el argumentario habitual, que también adquiere un provechoso dominio de la materia trapicheando con drogas al menudeo por calles y plazas, flirteando en la discoteca y yendo de putas. Una cosa por otra, esta vez tuvo la decencia de omitir la inverosímil trola, recurrente en el relato de nacionalistas y asimilados (PSC), consistente en que nuestros chicos terminan sus estudios acreditando el mismo nivel en lengua española, con dos horas semanales, que los escolares burgaleses. Toma castaña.

Al tiempo que se escenificaba esa astracanada, es desenmascarada por los medios una espía letona al servicio de Putin, agente en nómina de la FSB (antigua KGB). Tatiana Zdanoka se llama la criatura, militante del PCUS durante veinte años, hasta la independencia de la república báltica. Ha formado parte de la bancada de Los Verdes-ALE en coalición hasta que fue expulsada del grupo parlamentario por apoyar la invasión de Ucrania. Esas son las credenciales de Zdanoka, acérrima enemiga de la independencia letona de la antigua URSS, hoy Rusia, y en el mismo grado defensora de la independencia de Cataluña. Ese activismo pro-indepe está sobradamente documentado, pues la hemos visto en incontables ocasiones respaldando a golpistas en activo, y fugados, y sosteniendo pancartitas del tipo Freedom for Catalonia, Spain, sit and talk y otras majaderías por el estilo. Tan a menudo que uno piensa que la interfecta tiene aquí segunda residencia y que a estas alturas es ya una consumada “boletaire” de trochas y sendas bergadanas, además de voluntariosa integrante de un “esbart dansaire” (**).

Identificada la espía, bien entendido que en una causa donde el golpe de Estado queda en sedición, sus promotores son indultados, y el delito amnistiado, donde el terrorismo desaparece y se convierte en “cuquiterrorismo” de baja intensidad, el espionaje se aminora tanto que no pasa de chafardería en una corrala de vecinos, irrumpe Putin en escena y lanza una “fatwa” (o “fetua”) post-comunista contra Kaja Kallas, la primer ministro estonia. La dama está en busca y captura desde hace un par de semanas y uno se figura que si es mujer cabal ya habrá adoptado las pertinentes disposiciones testamentarias. Y haría bien en no darle la espalda a Zdanoka.

Por lo que sé, las capitales bálticas son un destino turístico en auge y al parecer allí el coste de la vida es ventajoso a nuestro poder adquisitivo, de tal suerte que sopeso la idea de viajar hasta Tallín, la capital estonia, una ciudad con un casco histórico medieval que es una maravilla, dicen. Y a no mucho tardar, antes de que el polonio jubile anticipadamente a la señora Kallas y de que las divisiones acorazadas del oso ruso atraviesen la frontera.

(*)   “La revolución de las sonrisas”

(**) “Grupo de bailes tradicionales”

El bien y el mal. Tatiana Zdanoka y Kaja Kallas. ¿Irán de la mano belleza y virtud? ¿Quién es quién?

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