Una pieza ligera para refrescar este tórrido y tóntido veraneo post-electoral
Chanchenchar.- Infinitivo de la primera conjugación. Presente de indicativo: Yo chanchencho/ tú chanchenchas/ él chanchencha… (inclúyase el pronombre femenino “ella chanchencha” en aras del traído y llevado lenguaje inclusivo y, cómo no, el “elle chanchenche” para el tercer género)… / nosotros chanchenchamos, etc. El verbo “chanchenchar” alude al acto de pronunciar o escribir en lengua co-oficial los nombres de ciudades, ríos y otros accidentes geográficos, cuando el sujeto habla o escribe en lengua española, aun disponiendo ésta de fórmulas propias para designar esas mismas ciudades o accidentes geográficos. El “chanchencheo” entra de lleno en el fenómeno del “idiotismo toponímico” que guarda estrecha relación, en no pocos casos, con la idiotez o acomplejamiento del propio hablante ante los nacionalismos periféricos. La voz nace a raíz de las reiteradas crónicas periodísticas sobre las visitas del rey emérito a la muy noble y leal villa de Sangenjo (“Sanxenxo”, que da “Chanchencho” por similitud fonética).
Ejemplos de “chanchenchar”:
1.- He pasado las vacaciones en “Lleida”.
2.- “Ourense” es una provincia interior.
3.- Me ha gustado mucho la catedral de “Girona”.
4.- Anuncian precipitaciones en “A Coruña”.
5.- Los que chanchenchamos somos igual de tontos en “London” que en “Hondarribia”.
“Chanchenchadora” es la persona que chanchencha. Se trata de convertir el adjetivo en un oprobio, en un insulto, cuando menos en burla. Se puede ser tonto, idiota, lelo, gilí, huevón, paleto, palurdo, pues también chanchenchador en adelante, entrando con paso firme y honores en la muy amplia categoría de gente bobalicona, corta de entendimiento y sin sustancia. Tiempo atrás dedicamos en esta web una cariñosa entrada a la localidad de Chanchencho (provincia de Pontevedra) y en ella se remitía al lector a otra de parecido tenor titulada “Yirona, Llirona” en el ensayo “Demens Catalonia: breviario clínico del nacionalismo en 125 electrochoques” editado por la Asociación por la Tolerancia.
El busilis de la cuestión es ya sabido, aunque ignorado por un segmento considerable de la sociedad; el que, precisamente, conforman los chanchenchadores. Para no hacer el ridículo, pasar por un pedante (especialmente cuando pronunciamos topónimos extranjeros) o por un acomplejado ante progres y nacionalistas, el hablante debe usar la forma admitida en español cuando se refiere a una localidad sita en una región donde se habla otra lengua, además de la española. Ese acto es una cortesía y una deferencia hacia la ciudad en cuestión, que habría de halagar los oídos de los avecindados en la misma, pues quiere decirse que dicha ciudad es o ha sido lo suficientemente importante como para trascender el ámbito local y generar una forma en otro idioma. Viladecans, por ejemplo, así queda al hablar y escribir en español, se respeta la denominación autóctona, pues su trayectoria no ha dado para más, pero Gerona, por ser una capital importante (la romana Gerunda y escenario de una resistencia heroica frente al invasor napoleónico), es Gerona, que no Girona, cuando hablamos en español. Del mismo modo que en catalán decimos y escribimos Cadis (que no Cádiz) para de ese modo honrar a tan bella ciudad y, de paso, a los gaditanos. En cambio, no la hay para referirse a Sanlúcar de Barrameda, aun tratándose de un muy nombrado municipio. La vida es así: para unos no, para otros sí. Para Sangenjo, Lérida, Colonia y Londres, sí. Para Sant Feliu de Pallerols, Lippstadt o Plymouth, no. Pero si la hay, se ha de usar, so pena de pasar por un tonto de baba, es decir, por un chanchenchador.
Sorprenderá a una inteligencia mediana dedicar espacio a una cuestión tan elemental, pero es necesario insistir en ello si lo que pretendemos es torcerle la mano al adoctrinamiento nacionalista. Sólo que no es una cuestión tan baladí como parece. Es decir, si no somos capaces de lo menos, decir Gerona por Girona cuando hablamos en español, cómo diantre seremos capaces de lo más, sea el caso de armar un discurso potente para abogar, en defensa de España y de la igualdad legal y efectiva de todos los españoles, en favor del regreso competencial de importantes materias (educación, salud, seguridad ciudadana, etc) a su único gestor que habría de ser, la experiencia lo ha demostrado, el gobierno de la nación. No en vano todos hemos asistido a la deslealtad notoria de algunos gabinetes autonómicos… deslealtad habilitada en esencia por el propio sistema que, más allá de un deseable grado de descentralización administrativa, propende a la controversia y al conflicto entre territorios y a la diferenciación de derechos civiles y políticos por intereses partidistas. Decía el finado Antonio Gala que él perdonaría los grandes errores, cuando ante una encrucijada incierta, una situación grave, toca decidirse por uno u otro camino, pero que las fruslerías, las meteduras de pata por una gansada, no tienen perdón. Observación atinada.
Hemos de repetir hasta la saciedad que aquellos que al hablar en español dicen “Lleida” en lugar de Lérida, son unos paletos más tontos que Abundio. Una vez y otra, hasta que de oírlo se les colapse el pabellón auditivo a los tales y queden corridos (de vergüenza, se decía antaño). Ni tregua, ni cuartel. “Lleida, Girona y A Coruña… lo dice todo el mundo”, te replican los chanchenchadores más recalcitrantes buscando abrigo en la reconfortante solidaridad del hato ovino. Mal de muchos. Hablando de errores, de chanchenchar se sale, si uno se lo propone, echando mano de voluntad, de persistencia y de coraje, como se sale de otras más dominantes dependencias.
Y no se trata de aplicar una terapia correctiva de tipo invasivo, colocando a los chanchenchadores electrodos en la lengua para someterlos a descargas de bajo voltaje cada vez que enuncien uno de los topónimos abominables. El itinerario pasa por orquestar una campaña de recogida de firmas en las redes. “¿Cómo dice?”. Muy sencillo. Del mismo modo que usted ha secundado con su firma la protección del bonobo culiverde o la inclusión de los implantes dentales en los tratamientos generalistas de la Seguridad Social, ahora se trata de instar a la RAE a que admita la voz “chanchenchar” con el significado descrito en el primer párrafo de esta tractorada. Bien sabido que el celo de la RAE en defensa de la lengua española aquende nuestras fronteras es, lamento decirlo, mejorable. Con asuntos como la liberticida inmersión obligatoria en lenguas co-oficiales, se ha lavado las manos cobardemente. En el uso de los topónimos en lengua española, nuestros académicos tampoco han destacado por su bravura. De cuantas academias de la lengua en el mundo son, la española es la más bizcochable de todas.
Hete aquí que, convertido “chanchenchar” en un asiento más de nuestro vocabulario, tendremos una herramienta a mano para abochornar a los chanchenchadores, pues éstos aún ignoran que lo son. No cabe duda que en la fonética del hallazgo hay algo de infamante y ridículo. El hablante que chanchencha (acción de chanchenchar) nos remite a aquel otro que “cantinflea”… el que, como Cantinflas, habla a tontas y locas, hace mil aspavientos y no se entiende nada de lo que dice”, y que ya ha sido incorporada, “cantinflear”, al léxico de nuestra lengua. Una vez el concepto reciba el nihil obstat podremos decirle con todas las de la ley a ese conocido que ofende nuestros castos oídos con un “Me voy este finde a Girona” aquello de: “¡Anda… pero si tú chanchenchas! No sabía que fueras un patético chanchenchador”. Chanchenchar entonces no será plato de gusto para nadie. No imagino que se promuevan, a despecho, carrozas de gentes en taparrabos para celebrar el día del “Orgullo Chanchenchador”. Más bien todo lo contrario. Serán objeto de mofa y befa. Integrarán reuniones de adictos anónimos y serán despreciados por sus compañeros. Se levantarán de la silla y dirán: “Me llamo Fulgencio Bermúdez… (y añadirá contrito)… y chanchencho desde que tengo uso de razón”. Los toxicómanos se apartarán de él escandalizados, con un rictus de asco esculpido en la cara: “Yo puedo compartir mi espacio con un yonqui o un pirómano arrepentido, pero jamás con un chanchenchador… no quiero saber nada de ese monstruo”.
Pasarán los años y aquellos que chanchencharon a mansalva en su cara de usted, “Girona y A Coruña” a todas horas, como si fueran presentadores de un noticiero TV, le dirán dándose poleo de puristas: “Yo jamás he chanchenchado… siempre dije Gerona y Lérida al hablar en español”. Nanay, hasta ayer mismo dijiste “A Coruña”. Y se lo recordaremos. Como aquellos que se inventaron una juventud levantisca y “corrieron delante de los grises” en los años del tardofranquismo cuando en realidad estaban ligando en la “boîte”, cubata en mano y fardando de cajetilla de rubio americano. No se hable más: a la RAE y a las redes… quienes sepan, pues los hay que sólo conocemos las de pescar, y no por haberlas manejado. Firme por el reconocimiento de la voz «chanchenchar». Concédase un capricho.

Hola amiguitos… a nosotros nos flipa chanchenchar… mola mazo decir “A Coruña” y “Lleida”… juega con nosotros a gilipollear topónimos, es lo más…
