Una de las peculiaridades más desconcertantes de los afectos al separatismo es su propensión a la disociación cognitiva. Esto es, viven una realidad paralela y siendo muchos de ellos, considerados individualmente, personas racionales y cabales para atender con éxito la mayoría de los retos que nos plantea la vida cotidiana (ejercicio profesional, relaciones familiares, el sentido común que requieren las rutinas y las naderías), luego desbarran de lo lindo al cambiar de registro, cuando trasladan sus querencias y porfías a cuestiones de mayor alcance como la cosmovisión o la política. ¿Cómo es posible… nos preguntamos… que se crean de veras que, en poco tiempo, en una Cataluña independiente la afectación de todo tipo de cánceres se reducirá en un 15%, que el índice de paro se desplomará a nivel cero… o que al día siguiente de la proclamación de la independencia, Cataluña ingresará en la UE como miembro de pleno derecho, o que las inversiones extranjeras caerán sobre nuestras cocorotas como el maná sobre el pueblo mosaico en su huida de Egipto? Pues es posible.
En resumidas cuentas, que en ese ámbito, en el ideológico, viven en otras coordenadas. Sí, sí, pero… sucede que a los demás nos toca (sigo en Cataluña, donde mandan sin interrupción desde 1980, formato CiU o formato tripartito) sufrirles a ellos y sufrir su mundo. Y por muy imaginario, irreal y paralelo que sea aquél, lo cierto es que a fuerza de diarrea legislativa, de partidas presupuestarias, de sanciones, de multas, discriminaciones, de construcciones nacionales, de penetración e influencia (el “entrismo”) en todo tipo de asociaciones, acaban por forjar un mundo (entiéndase, una sociedad) a su medida y descubrimos que somos nosotros quienes estamos abocados a malvivir o a vivir resignadamente en el suyo, con sus reglas… esto es, en un mundo que deviene real y del que en ocasiones, parcial y temporalmente, debemos evadirnos para conservar la cordura.
A pesar de ello, apareció semanas atrás una noticia que recibí con estupefacción e incredulidad, pero no de manera completamente hostil. Una noticia sorprendente. A lo que se ve una asociación imbuida del nacionalismo más radical y especialmente fanatizada por la pureza lingüística, anda captando socios y donantes para poner en marcha La Flama, una cooperativa privada de ámbito (supuestamente) educativo. Su pretensión es garantizar a las familias cooperativistas un espacio escolar para sus hijos (académico, formativo y lúdico) íntegramente en catalán. En resumidas cuentas, los simpatizantes de La Flama no tienen suficiente con la inmersión total y obligatoria en la escuela pública, y tres cuartos de lo mismo en la privada y en la concertada, con la excepción de algunas instituciones de matriz extranjera, sea el caso del Colegio Alemán… en el que estudió in illo tempore un hijo del sonderkommando nacionalista José Montilla. El peque de los Montilla sólo recibía (sólo con acento) una hora semanal de catalán en tan prestigiosa escuela, o eso confesó la madre ufana y satisfecha. “Lo compensamos, hablándole (en catalán) en casa”. Arrea. Eso decía mientras el gabinete presidido por su maridito recrudecía las políticas inmersoras y la persecución, multazo que te crío, a los establecimientos rotulados en español, hoy desaparecidos de nuestro paisaje comercial.
Los promotores del flamígero invento hacen hincapié en la salud del futuro alumnado sujeto a su disciplina, pero no se refieren necesariamente a la salud física, si no a la salud en un sentido amplio, moral, espiritual, acaso “racial”, del tipo “construyamos un espacio nacionalmente sano”, sin elementos foráneos dañinos, corruptores y contaminantes. Una suerte de edén idiomático que sólo ellos pueden propiciar. “Viure plenament en català” es la premisa, la receta mágica para conseguir tan codiciado objetivo. Por esa razón acusan al gobierno regional… atenta la guardia… ¡¡¡De promover un genocidio contra la lengua catalana!!! … ¿¿¿Cómo dice???… Lo que oye. Vamos, que el nacionalismo (incluida la mayordomía socialista y “podemita” a su servicio) se queda corto. Chocolate amarillo, corre, corre, que te pillo.
La visión del mundo que anima a los promotores de La Flama no es nueva. Nos traslada a aquellas asociaciones gimnásticas, deportivas, culturales y excursionistas (del tipo de los “mendigoizales” aranistas) de finales del siglo XIX y principios del XX, de carácter ultranacionalista que afloraron por toda Europa. Nosaltres Sols (cuyo fundador, Daniel Cardona (i) Civit, partidario de la insurrección armada para obtener la independencia, ha sido recordado por su interés a escala planetaria en una reciente exposición en el Museu d’Història de Catalunya) encajaría como ejemplo autóctono en esa categoría. Asociaciones en las que era moneda de uso común cultivar el cuerpo y el amor a la patria irredenta en una suerte de calistenia nacional. Una comunidad sana, cerrada a cal y canto (“reservado el derecho de admisión”) a individuos indeseables e infecciosos. Con un elemento mesiánico troncal: sólo serán redimidos de sus pecados y alcanzarán la salvación eterna los elegidos, los puros de espíritu, que son en este caso los lingüísticamente puros. Pintarán un lazo, el icónico churro soberanista, con sangre de cordero en el dintel de su morada y serán sus vidas respetadas por los ángeles exterminadores. Parecidamente a los “raelianos”, o a otros zumbados de jaez similar, que suben a la cima de una montaña a la espera de esos platillos volantes que los rescatarán al fin y trasladarán a un paraíso sideral donde saciarán su sed y apetito con sólo alargar la mano, eximidos de trabajos, enfermedades y penurias.
Con todo, hay algo que induce a pensar que esta payasada sectaria de nuestro aborigenismo, que incurre en una suerte de “auto-apartheid” voluntario, contiene en su estructura profunda un dato que invita a un cierto optimismo a los partidarios de la libre elección de lengua escolar. No me he vuelto loco del todo, de esos de atar. O eso creo. ¿Estaremos asistiendo al canto de sirena de la intolerancia lingüística… que hasta los más acérrimos paladines de la represión, a pesar de los medios económicos invertidos en décadas y de la asfixiante legislación promovida, intuyen que sus desvelos, a medio o largo plazo, no podrán ser satisfechos por las instituciones locales?… ¿Y que, en consecuencia, ellos, por su cuenta, y rascándose los bolsillos, habrán de construir su propio “paraíso” terrenal encerrados en una finca (murete de piedra y vallas electrificadas) en medio del bosque?
Nada me gustaría más que esos apuntados temores en la soflama de La Flama fueran realidad, más pronto que tarde. Soñar es gratis. Y que, un día, en España, repliquemos el modelo francés tal cual… a imagen y semejanza de lo dictaminado meses atrás por el Tribunal Supremo de Francia al revocar una Ley de Lenguas que fue aprobada en primera instancia por el parlamento galo, estableciendo al fin el alto tribunal que la lengua vehicular de la enseñanza obligatoria en Francia es el francés. Que es la única lengua oficial en toda la nación, y que sólo allá donde no llegue la maquinaria administrativa de la República a prestar los servicios que le competen (imposible, llega a todas partes, incluso a Prats de Molló), los interesados podrán promover la utilización de otras lenguas en el ámbito educativo, siempre que se la costeen de su pecunia y siendo los contenidos curriculares debidamente supervisados por las autoridades.

