Justo Antonio Orozco Molinero

Un dos en uno. Por no repetir título utilizado en tractorada anterior, “Dos tontos muy tontos”, procedo a una fusión de identidades, como si los “protas” de esta tractorada fueran hermanos siameses. Justo Molinero, el dueño de Radio Tele Taxi (“la muñeca chochona”), cordobés de cuna como el tristísimo y anodino sonderkommando-PSC José Montilla, y Antonio Orozco, un cantante de cierta fama, nacido en Hospitalet de Llobregat y de padres sevillanos. Con ambas incorporaciones aumenta nuestra galería de tontos ilustres al servicio del aldeanismo. Hay quienes nacieron con una bayeta en la mano, donde no llegan sus ancilares lametones, para limpiar las salpicaduras que eyectan sus amos por los rincones del lupanar.

La trayectoria de Justo Molinero es sobradamente conocida. Emir de la servidumbre a través de las ondas… Para Juani de Santa Perpetua, una canción de Chiquetete, de parte de la Trini, su cuñada…  Me dicen, pero no sé si creerlo, que el interfecto tiene prohibida la entrada en su pueblo, pues si asoma por allí le corren a gorrazos. Molinero es el prototipo de alma doméstica, flexible como tallo de espadaña lacustre, doblegada ante nuestro asfíctico régimen particularista. Un fenómeno de mansedumbre subvencionada similar al universo FECAC (García Prieto, Federación de Entidades Andaluzas de Cataluña). En pago a su mayordomía, el fámulo colecciona docenas de concesiones administrativas para emitir la programación de su grupo. A veces lo entrevistan en los medios regimentales y a uno le desasosiega ese acento de persona que ha aprendido a hablar en catalán ya de mayor, y no demasiado bien, y no lo digo por el esfuerzo en tal empeño, si no por la subalterna sujeción de sus declaraciones al discurso oficial.

Su última aportación ha consistido en animar a Gabriel Rufián, de ascendencia andaluza, a presentarse por ERC a la alcaldía de Santa Coloma de Gramanet y disputarle la vara de mando a Nuria Parlón, voz autorizada del ala soberanista del PSC y partidaria confesa de la celebración de un referéndum por la independencia. Una opción que, paradójicamente, contrasta con el sentir mayoritario del electorado de la citada localidad y que, a pesar de ello, concederá, es más que previsible, una nueva mayoría absoluta a la doña en las municipales de mayo. De Rufián, que hemos visto sus maneras de baladrón poligonero en el Congreso de los Diputados, todo está dicho con declinarle en vocativo.

El otro integrante de esta atontada dupla es Antonio Orozco, cantante de profesión. Es uno de esos artistas sensibleros y mediocres, “amor y corazón”, “tu piel contra mi piel”, que proliferan en el panorama actual de la pésima música melódica cantada en español y al que dan cancha como juez (“coach”) en esos concursos TV de voces talentosas al estilo OT… de donde han salido hornadas de medianías indignas de besarle los pies a grandes intérpretes del género como fueron Nino Bravo, Bambino, el Camilo Sesto anterior a su calamitoso desarreglo senil, o Raphael, aún en activo.

Pues va Antonio Orozco, uno de tantos artistas catalanes que se forran en Madrid haciéndose pasar por español, y declara que es partidario de un referéndum lazi en Cataluña, pues “a la gente hay que dejarla votar”. Toma castaña. Ignora el insulso bardo que un catalán, en cuanto cumple los 18 años, se pasa la vida votando. Y así generación tras generación. Somos los españoles que más veces hemos sido convocados a las urnas desde la Ley para la Reforma Política, y eso sin contar los butifarréndums ilegales de Artur Mas (2014) y Puigdemont-Junqueras (2017) que Orozco respalda. Amén de las consultillas telemáticas que se monta Colau para darse poleo de gran alcaldesa. Ignoro si Orozco repitió el cansino y falaz mantra del “80% de catalanes partidarios del referéndum”. Para que una cifra de semejante magnitud tuviera caso querría decir que todos los separatistas lo quieren, comprensible, pero también más de la mitad de los catalanes no nacionalistas, increíble. Nada hay en el mundo que suscite un tan amplio consenso como ése, 80%, en el seno de una comunidad política. Ni siquiera si la pregunta fuera: “¿Quiere usted que Tamara Falcó se case de una p*** vez?”.

Si Orozco mantiene aún vínculos con Cataluña sabe que a día de hoy no es necesario dorarle la píldora al nacionalismo autóctono para tener una vida social aceptable en Barcelona y su conurbación metropolitana, y en ciertos ámbitos incluso profesional, pues a los catalanes libres de nacionalismo no les quedan más bemoles que tejer redes de interacción propias, aunque aún hay mucho trabajo por delante para un día vivir de espaldas, plenamente, a la monserga insufrible del localismo iracundo. Por lo tanto no está obligado, siquiera para ganarse las lentejas, a hacer esas declaraciones de palanganero vocacional. Luego, como lo dice, lo piensa. Le ha salido del alma, del “alma dolida y rota” de sus letras banales y sin nervio. Eso sí, ya ha hecho méritos suficientes para que el viscoso Justo Molinero a diario programe sus melifluas y olvidables cancioncillas en Radio Tele Taxi.

Llama poderosamente la atención que todos los protagonistas de esta tractorada sean andaluces de cuna o nacidos en Cataluña de ascendencia andaluza (Molinero, Orozco, Rufián). Es sabido que Jordi Pujol, padre de la patria, detesta visceralmente a los oriundos de esa tan querida región. Es un tic propio del imaginario del catalanismo político desde sus inicios. Ese desprecio “etnicista” se hace extensivo, particularmente, a los manchegos, extremeños, y por encima de todos ellos, incluidos los andaluces, a los murcianos, que disfrutan del dudoso honor de figurar en el top ten de españoles más repulsivos a ojos de nuestros aborigenistas. Y que me aspen si sé por qué. En cambio, aunque el rechazo a los españoles es general, se advierte que a aquellos otros que tienen sus raíces en Castilla la Vieja, con Santander y La Rioja, por encima del río Duero, y acaso en Aragón, y descontados vascos y navarros por solidaridad entre nacionalistas, se les considera más o menos semejantes, esto es, europeos y pertenecientes a la especie humana. Las poblaciones “mesetarias” y meridionales, en cambio, se reputan de subhumanas y como de origen norteafricano.

Para Pujol, metido a ensayista (“La inmigración, problema y esperanza de Cataluña”, década de los 60), el hombre andaluz afincado en Cataluña era una amenaza para su ensoñada “identidad catalana”, pues en ese libelo definía al andaluz como hombre desarraigado, abocado a la emigración por la penuria económica y carente de un poso, de un sedimento de cultura y civilización, y ayuno de valores morales de un cierto rango. “El andaluz”, decía Pujol, “vive en la ignorancia y en la miseria mental, es la muestra de menor valor social de España”. Arrea. Pues a ese “gran filósofo” le besó Justo Molinero el trasero con unción.

Cabe decir que unos cuantos andaluces afincados en Cataluña compraron esa mercancía averiada y decidieron rehabilitarse a ojos de los nacionalistas adoptando el credo oficial, como para hacerse perdonar sus orígenes y ser al fin aceptados. El “bobótido” zote de José Montilla es el paradigma indiscutible del llamado “charnego agradecido”. Esa “desestructuración” de la personalidad, ese desarraigo del que habló Pujol podría generar, en cambio, un hueco a rellenar con nuevo material identitario. En esa línea surge una asociación, cantera de desertores al lacayuno servicio del nacionalismo catalán, autodenominada “Els altres andalusos”, donde Gabriel Rufián echó los dientes en la vida asociativa antes de convertirse en portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados. Bien entendido que los tales afirman, entre graves protestas, “no renunciar a sus raíces”, “al legado de sus mayores”, sólo que promueven, dicen, una suerte de fusión o hibridación de rasgos culturales que da lugar a una enriquecida identidad que es la pera limonera.

Pone broche de oro a esta tractorada otro hijo de andaluces que ha tenido cierta notoriedad por unas recientes declaraciones: Héctor Bellerín, jugador del FC Barcelona. Bellerín ha manifestado que es contrario a la independencia de Cataluña, por lo que ha sido elogiado en medios digitales afines al ideario de nuestra Asociación: “Un jugador del Barça se opone a la independencia”. Bien por el jugador… y por sus buenas intenciones, sólo que la razón aducida a mí me parece contraproducente. Me explico. Al margen de seguir el mecanismo habitual de la disculpa previa y de cierto acomplejamiento, “soy de izquierdas, pero no independentista”, porque si fuera de “derechas” y lo confesara, sospecha Bellerín que se lo comerían por los pies, fundamenta su rechazo al separatismo en la procedencia de sus padres: “No soy independentista porque mi familia es de fuera”. Tate. De modo que si fuera de “dentro”… ¿Sí sería independentista?… Un argumento barato y torpón que en nada nos ayuda.

Todo es cuestión de grados y escalas y es cierto que la melonada largada por Bellerín no me provoca el mismo rechazo que la nauseabunda ejecutoria de Molinero o la estupidez de Antonio Orozco. Mientras estos últimos me parecen tontos cum laude, tontos de capirote, y el primero de ellos infame traidorzuelo, Bellerín, por hacer un ripio facilón con su apellido, se queda en “tontín”, que es un adjetivo cálido y cercano.

“El amor es como un referéndum separatista, unos ven la urna medio llena y otros, medio vacía”… “jo tío, cuando me paro a componer soy un genio, un monstruo”. Antonio Orozco. 

Ps.- Bellerín ya no es jugador del Barça…

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