(tractorada patrocinada por AmbiPur)
Dejémonos de rodeos. La realidad se impone y ya no es posible enmascararla ni un minuto más. El nacionalismo catalán ha de desfilar urgentemente por el gabinete del psiquiatra, antaño llamado “loquero”. De un tiempo a esta parte se habla mucho de la salud mental. Es hora de tomársela en serio. ¿Qué diantre le pasa a nuestro irredento aborigenismo con las flatulencias? Es un fenómeno único en el mundo y nuestro genuino fet diferencial (hecho diferencial): la obsesión catalanista por los pedos. La última muestra ha tenido lugar, cómo no, en un programa de TV3 de gran audiencia entre el segmento “lazi” de la población (emisión del día 24/12). Nos han agasajado, en un gag supuestamente humorístico, con la interpretación de la Marcha Real a ventosidades. Toma castaña. Tal cual. Repito: la televisión regional que usted paga vía impositiva, y que a diario le insulta con sus sectarios contenidos, ha versionado a cuescos el himno de España en un alarde versallesco de respeto exquisito a los símbolos nacionales. “Sedición” himnódica a la par de maloliente. El presentador se partía la caja de la risa con la ocurrencia y también el público en plató. Un espectáculo para deleite de los más refinados paladares.
El himno de España tiene muchos detractores entre sus nacionales… (también España como nación… “No me siento español”… “He nacido en España como podría haber nacido en Moldavia”… ciertísimo, y que pena que, en efecto, no hayas nacido en Moldavia, pues nos habríamos librado de un renegado y de un idiota como tú)… “Que si no tiene letra”, “El chinta-chín”, “Esa cutre pachanga fachosa (Pablo Iglesias)”, etc. Pero esta crítica musical “metanizada” rompe la pana. Todo un hallazgo.
En estas señaladas fechas, en Cataluña gozan de merecida fama dos elementos aherrojados al universo catabólico de la fecalidad: la figurita del “caganer” en el pesebre, y el tronco, pipa y barretina, denominado “cagatió”, una costumbre de las comarcas montañosas, de gran frondosidad arbórea, que se ha extendido recientemente a las áreas urbanas. Los pequeñuelos golpean el mojón (“el tió”) con un palitroque y éste “depone” regalos. Otrosí, una de las primeras tractoradas de este cuaderno de bitácora se dedicó, por sobrados méritos, a Quim Torra… (¿Qué ha sido de él?)… Un sujeto que llegó a presidente regional y que, al decir de muchos, no es del todo responsable de sus actos, por enlazar con la traída y llevada “salud mental”. La tractorada se tituló “Petomán”, pues el interfecto se vanagloriaba ante su auditorio de responder a una requisitoria del TSJC… (con motivo de una pancarta golpista colgada de la balconada del palacio de la Generalidad en período electoral)… según “le salieran los aires” tras dar cuenta en Bescanó (provincia de Gerona) de una contundente ración de butifarra con judías (nuestras entrañables “mongetes”, tan flatulentas como los deliciosos “calçots”, cebollinos a la brasa). El deyecto representante ordinario del Estado presumiendo en público de sus facultades “deyectivas”. Todo encaja como las piezas de un mecanismo de relojería.
Dijo el mejor y más prolífico ensayista catalán del siglo XX, don José Pla, y nunca nadie pudo construir más apropiada analogía, que “el nacionalismo es como un pedo, sólo le gusta al que se lo tira”. Al definir el nacionalismo, barría para casa. Se conocía el paño, pues fueron muchos años escribiendo en “La Veu de Catalunya”, órgano primero de la Lliga Regionalista y luego de la Lliga Catalana. Nuestro particularismo es el más aerofágico de cuantos en el mundo son.
Suma y sigue. Se acumulan casualidades. ¿Casualidades? El calamitoso pop en catalán, publicitado celosamente por las autoridades regionales, y regado con ayudas millonarias desde hace décadas, tiene como más reconocido paladín a un grupo musical autodenominado “Els Pets (“Los Pedos”)”. Y no es una coña. El objetivo de ese subproducto cultural teledirigido desde el poder era evitar que la juventud local se envileciera escuchando música contemporánea cantada en español, a guisa de profiláctica respuesta a la “movida madrileña” que contagió y sacudió al país entero.
Algo, pues, nos remite a una suerte de estreñimiento forzado, de constipación del tracto intestinal cuando hablamos del nacionalismo catalán. Acaso “la Cataluña oficial como totalidad monolítica” ensoñada por nuestro aborigenismo se halla anclada, según la terminología freudiana, en la fase anal del placer. Es algo que no se entiende y sobre lo que los especialistas en psicología de masas, si es que tal disciplina existe y es capaz de aportar alguna explicación, deberían pronunciarse. Es un asunto enojoso y también indigesto e irrespirable, y va siendo hora de abrir ventanas y orear la estancia. He de admitirlo, hablar de estas cosas me produce cierto “pudor”… y vuelve la burra al trigo, pues “pudor” es un sustantivo que en catalán significa “hedor, pestilencia”.
Con relación a TV3 nada nuevo aportaré. Cerrarla para los restos es un imperativo ético y también económico, esto último aplicable a todas las demás televisiones públicas dependientes de gobiernos regionales, aun no siendo ni la mitad de desleales que “la nuestra” (“la nostra”, al decir de la publicidad institucional)… y eso a guisa de anticipo, ensayo o prueba piloto para “cerrar” después esos mismos gobiernos y desballestar esa costosa pifia de organización territorial de la que en su día nos dotamos por error. Cerrarlos, sí, pero previa reforma constitucional sometida a referéndum, siguiendo escrupulosamente la senda trazada por el marco normativo… que uno es temeroso de Dios y de las humanas leyes. Nada de atajos, leyes habilitantes y otros mecanismos fraudulentos a los que son tan afectos nuestros aborigenistas cabreados y sus edecanes capitalinos de la izquierda antiespañola (que en España, no sé por qué fatalidad histórica, lo es toda la izquierda parlamentaria… antiespañola, quiero decir).
TV3 es, como dicen sus gestores, un puntal de la llamada “construcción nacional”. Siempre lo ha sido y no han mentido sobre el particular. Fue creada para eso: para “nacionalizar” a la audiencia. En la ratio “población-territorio/ tamaño de la corporación”, TV3 está claramente sobredimensionado: es un ente público enorme, mastodóntico. Tiene tantos canales como la BBC y una plantilla superior a las de otras cadenas privadas de difusión nacional. Muchas facturas se pagan gracias a sus nóminas… que costean vía IRPF todos los contribuyentes, incluso aquellos que no sintonizan su señal por sentirse de continuo insultados por la línea editorial y por los profesionales más afamados de dicho medio, entre quienes destaca en la hora presente el fulano (“Zona Franca”) que ejecuta a ventosidades el himno nacional.
Y si cerramos TV3… “¿Qué será de esos miles de profesionales?”… Te preguntan piadosamente algunos templagaitas cuando expones la oportunidad de clausurar el medio. Bien entendido que, más que del cierre de las instalaciones, lo que no impediría su reapertura posterior, un servidor es partidario de proceder a su voladura controlada mediante potentes cargas explosivas dentro de un operativo meticulosamente supervisado por especialistas en la materia, pues en sus inmediaciones hay, ojo al dato, un colegio de educación primaria y un hospital. ¿Qué pasaría? Nada, la mayoría de la plantilla tendría derecho a percibir el seguro de desempleo y, además, cuenta TV3 en sus filas, prietas marciales, con tan grandes y brillantes profesionales (Rahola, Peyu, Albert Om, Toni Soler, Quim Masferrer, el de “Atrapa’m Si Pots” y un largo etcétera) que a muchos de ellos se los disputarían a cara de perro empresas mundialmente prestigiosas como la BBC, la CNN o la RAI, sin olvidarnos del circuito catalán de RTVE que se ha propuesto de un tiempo acá superar a TV3 en su encendida apología del separatismo. Vayan todos, TV3 al completo, con “viento” fresco.

Hola, soy TV3, te cuesto un pico cada año y te insulto a diario: “nyordo”, “españolazo”, “botifler”, etc. Y ni siquiera desintonizas el canal en tu receptor TV. Da gusto trabajar para gilipollas como tú.
