Bobby Sands, IRA Provisional, aupado a los altares del “martirologio” republicano, sostuvo durante 66 días, año 1.981, una huelga de hambre en la prisión de Maze, Irlanda del Norte. Sands y otros presos de la cuerda desafiaron al gobierno de Reino Unido (Margareth Thatcher) para, entre otras cosas, ser reconocidos como presos de “categoría especial”, equiparables a prisioneros de guerra. El gobierno británico cedió a algunas de sus pretensiones, pero no a todas, y, al parecer, Sands y los huelguistas, “tutelados” por Gerry Adams (amiguito del “hombre de paz” Arnaldo Otegui), se mantuvieron en sus trece. Sostiene Brendan Hughes (Comando Belfast), crítico con el barbudo Adams, que éste ocultó a los huelguistas los avances habidos en las negociaciones, pues el muy ladino calculó que la muerte en cascada de aquéllos, un día uno, al siguiente otro, favorecería publicitariamente a la causa. Y funcionó. Bobby Sands, elegido diputado al parlamento de Westminster durante su condena, falleció al fin por inanición “autoimpuesta”. Para saber más de este asunto, acuda el lector interesado a dos textos tan documentados como “No digas nada”, de Patrick Radden Keefe, y “Matar por Irlanda”, de Rogelio Alonso, autor del profético ensayo “La derrota del vencedor” sobre el cese de los atentados de ETA… banda criminal convertida hoy en piedra angular de la “gobernabilidad” de España a través de Bildu/Batasuna, su brazo político.
Nuestro irredentismo local no podía ser menos y, al cabo de los años, con motivo de las sentencias judiciales del TSJC que maquillan, 25% (al tiempo que avalan), el modelo de inmersión lingüística en lengua co-oficial, unos cuantos activistas han replicado, similar arrojo y valentía, el prolongado ayuno del republicanismo norirlandés. Bien que no entre rejas, pues nuestros huelguistas han puesto a prueba su férrea voluntad y la reciedumbre de su aparato digestivo en el jardín de su casa. Carles Furriols, 48 horas, Jaume Sastre, mallorquín y con cierta veteranía en la materia (pues no es la primera vez que se pone a dieta), 8 días, y Salvador Ribot, juez de paz jubilado de la localidad gerundense de Celrá que superó los 12 días sin ingerir alimentos sólidos, que sepamos, salvo que nos hiciera la pirula en plan “De Juana Chaos” (metiendo barriga y sacando costillas para la prensa gráfica, como quien da su mejor perfil, pero poniéndose “morao” a sándwiches de queso y jamón de york y dándose buenos revolcones con su novia en el hospital). A Ribot le perdí la pista y no doy en los “interneles” con el apunte de la duración exacta de su protesta. Quizá ha fallecido y no lo sé. En todo caso, nuestros tres paladines suman, ahí es nada, una bonita cantidad: 22 días, es decir, un tercio de “un Bobby Sands” (66).
Ahora bien, al césar lo que es del césar. Incluso el más flojo de ellos, Furriols (48 horas), a mí me parece un titán. Un tío con un par de pelotas que no las salta un caballo. Un servidor, en estado de vigilia, no es capaz de aguantar más de cuatro o cinco horas sin menear los bigotes. Es que el hambre es muy mala, sea por otros inducida o autoimpuesta, y para soportarla, cuando se tienen comestibles a mano, que otra cosa sea la hambruna ambiental generalizada, se precisa de una voluntad de hierro para rechazar un bocado. He leído recientemente los aterradores “Cuentos de Kolimá”, de Varlam Shalámov, beneficiario a su pesar del GULAG soviético, y el hambre sostenida durante un período de tiempo considerable, además de la degradación física y otras disfunciones orgánicas, menoscaba la dignidad y favorece el trastorno mental, la locura. Poco menos que uno le sacaría los ojos a un recién nacido a cambio de un mendrugo reseco (cuando hay hambre, no hay pan duro) o lamería con fruición las repuganantes caspicias de materia grasa adheridas a la lata “Friskies” de su mascota.
Las huelgas de hambre (y otras modalidades de protesta inspiradas en la no-violencia, en el activismo pacifista a lo “Gandhi”), se promueven contra un determinado “estado de cosas”, contra leyes que algunos consideran abusivas y conculcan sus derechos, siendo el propósito combatirlas y erradicarlas en aras de una legislación más justa. Ese es el caso en el que se percibía Bobby Sands, atinadamente o no (y no es ahora esa la discusión), al iniciar su campaña.
Pero nunca, gran primicia, se habían visto huelgas de hambre favorables al poder, al mantenimiento sin fisuras (siquiera anales) del modelo impuesto. Por esa razón, las huelgas de hambre en pro de la inmersión obligatoria en la escuela pública de nuestros héroes Furriols, Sastre y Ribot son pioneras en el mundo. Pues se escenifica una protesta que pretende, no cuestionar, si no respaldar y blindar para los restos un sistema que es la legalidad, estúpida y coactiva en el presente caso, pero legalidad al cabo… además de una gilipollez, todo hay que decirlo, que condiciona en Cataluña (y en otras regiones de España) el futuro de sucesivas promociones de alumnos que podrían recibir, si no rigiera la payasada “inmersora”, sus materias de estudio en su lengua propia, y si no propia, en todo caso oficial (vale que por el momento) y que es, otrosí, uno de los tres idiomas de mayor difusión a escala planetaria…
… porque si “inmersionamos” en istro-rumano a los chicos de Pula, pintoresca localidad de la península de Istria, por no hacerlo en croata, pues tira que te va. Pero hay que ser un imbécil clínico, y un declarado enemigo de la infancia, para hacerlo en catalán, vascuence, gallego o “baturrés”, por no dar las clases en español. “Es que si no existiera la inmersión”, sostienen sus partidarios, “se perderían el bable y el vascuence”. A otro perro con ese hueso. Habrá mil formas distintas de proteger ese patrimonio lingüístico que no pase necesariamente por comprometer la instrucción académica del alumnado. La “extinción” de los idiomas referidos es la última frontera argumental, la última línea de defensa, y ya la única, de los inquisidores lingüísticos, toda vez que la melonada de la “cohesión social” ya no hay idiota que la compre, pues no hay más que ver la enorme “cohesión” de la que hemos disfrutado en Cataluña en estas últimas décadas, especialmente desde 2010.
El reparto de papeles en esta función (huelga de hambre: Furriols, Sastre, Ribot), traducida, por ejemplo, a la segregación racial en USA equivaldría a que los encapirotados miembros del Klan (trasladémonos a Luisiana a los años 50 y 60 del pasado siglo) se declarasen en huelga de hambre, junto a sus flamígeras cruces, para que se perpetuara la entonces vigente distribución de los pasajeros en el transporte público según el color de la piel: los blancos delante, los negros detrás. Con arreglo al transcurso natural de las cosas, se supone que habría de ser Rosa Parks la que se declarase en huelga de hambre para poner fin a las restricciones que la obligaban a viajar en la parte trasera de la guagua. Pues no, al revés. Aquí se ponen en huelga de hambre quienes ejercen el poder. Los carceleros, que no los presos. Los pájaros disparan a las escopetas. El Comisario en Jefe de la Policía Moral iraní se pone en huelga de hambre (dicen que han disuelto la unidad, ja, me troncho) para poder azotar a tan descocadas pilinguis como Mahsa Amini por llevar el velo islámico sin decoro. Pero, si lo de azotar ya lo hacen ustedes a diario. “Sí, pero quiero “blindar” los azotes de por vida, al menos los que se dan en el trasero”.
La huelga de hambre de nuestra tríada heroica ha tenido su inversión en espejo, su correlato asimétrico, en el ayuno impuesto por la dirección del centro escolar a un niño de 6 años en la localidad gerundense de Llagostera. El motivo, cómo no, la solicitud del padre para la impartición de un 25% de materias lectivas en español con arreglo a la sentencia del TSJC que por el arco de sus caprichos se pasan el gobierno regional y su cómplice necesario, el de la nación. La responsabilidad, entiendo que criminal, de esta asquerosidad inigualable desciende en cascada unos cuantos niveles: desde los dirigentes nacionalistas que siembran el odio y fomentan… ¿Cómo era?… la “cohesión social”, a la monitora de comedor sin entrañas a la que dice el “dire”: “A ese niño no le des de comer”, y va la inmunda tiparraca… ¡Y le obedece!…

Jaume Sastre en su “stage” de concentración, y en óptimo estado de forma, para acometer su huelga de hambre a favor de la inmersión obligatoria en catalán. En la foto, ejecutando estiramientos estomacales y visionando un “tutorial” de su ídolo, y especialista de reconocido prestigio, Ignacio De Juana Chaos.
