Chanchencho

Cataluña se queda pequeña para mi tractor todoterreno (Tortosa, Besalú, Balaguer, L’Espluga Calba, Cunit, Alpens, San Carlos de la Rápita, etc) y por esa razón me he aventurado últimamente por Ibiza y por tierras guipuzcoanas. Con ese talante viajero y en pos siempre de la imbecilidad reinante en los cuatro puntos cardinales de nuestra España, pongo rumbo a Chanchencho. He dicho bien, Chanchencho, una de las localidades turísticas más afamadas de la costa gallega y de actualidad (“candente”, según el tópico periodístico) durante la visita, hará cosa de un par de meses, del rey al que llaman “emérito”. Chanchencho aquí, Chanchencho allá, Chanchencho mañana, tarde y noche en todas las cadenas TV, emisoras de radio y prensa escrita. Es definitivo, nadie que salga por la tele dando la crónica en español sabe decir Sangenjo. El Sanxenxo en gallego da finalmente en un divertidísimo idiotismo toponímico: “Chanchencho”. Ha sido un no parar. Incluso la muy noble y leal villa de Chanchencho me ha inspirado un chiste malo (“ni un solo día sin un chiste malo”, Fozzy -osito de los Teleñecosdixit) con dos finales posibles, que va más adelante.

De abajo arriba. De lo simple a lo complejo. La B con la A, BA. Y a partir de ahí, logaritmos. Ése era el busilis de uno de los “electrochoques” de “Demens Catalonia”, perdón por la autocita (sólo puedo hacer una, pues toda mi “obra” se reduce a ese modesto breviario anti-nacionalista), el titulado “Llirona/ Yirona/ Girona (Gerona)”. Para mí, es amor de padre, de los mejores (si los hay), a pesar de su apariencia anecdótica. Combatir el acomplejamiento ante el aborigenismo desmelenado comienza por uno mismo y en situaciones cotidianas. A todos, en mayor o menor medida, nos afecta esa tara vergonzante tras décadas de plúmbea y casi incontestada matraca. Sea el caso de comprometerse a decir Gerona siempre que hablemos en español y no sucumbir jamás a la tentación, por temor al qué dirán («¡Ha dicho Gerona!… ¿Será uno de esos cafres de VOX que caza ciervos y maltrata a las mujeres?»), de utilizar la fórmula localista, “Girona”. Lo mismo vale para Lérida, Orense, La Coruña u Onteniente. En cambio, Alicante no entra en la parrilla de salida, pues, sólo Dios sabe por qué, jamás los acomplejados utilizan el topónimo co-oficial: Alacant. Y aún más allá, para Londres (que no London), Alemania (Deutschland) o el río Danubio (Donau).

No hay manera de que nos entre en la cocorota. En particular a los presentadores de los noticieros TV y de los pronósticos meteo. Cuando viertes a tu lengua el nombre de una ciudad, región o país, o de determinados accidentes geográficos, quiere decirse de entrada que hay forma propia para designarlos, que la tradición o costumbre les concede rango e importancia y es, en resumidas cuentas, una manera de rendirles cortesía y homenaje. Para el hablante de lengua española, Londres o Edimburgo merecen esa deferencia, no así Birmingham, Coventry o Kinshasa. Ello obedece a razones históricas. Tal cosa sucede con Gerona, Orense, Vizcaya o Guipúzcoa (que casi siempre aparecen rotuladas como “Bizkaia” y “Gipuzkoa”). Por esa misma razón, al hablar y escribir en catalán decimos y escribimos “Osca” (por Huesca) y “Càdis” (por Cádiz), sin el menor sentimiento de culpa o de agravio a dichas ciudades (y provincias) y jamás nos preguntamos, no tendría caso ni sentido, si a los naturales de esas localidades les fastidia o no esa licencia que nos hemos tomado. En cambio, por su menor relevancia, dejamos en su formato original, es decir, en español, Bollullos del Condado.

Así las cosas, uno ve en la aminoración de la lengua española en la misma España, por voluntad política y acomplejamiento ante los particularismos localistas, una traba algo mucho más que anecdótica para devolver el hecho lingüístico al ámbito de la normalidad y del sentido común. ¿Pues cómo pretenderás que tu hijo estudie Matemáticas (“socioafectivas” o no) o Naturales en español en cualquier punto del territorio nacional si nuestra lengua, una de las más importantes del mundo, no sirve siquiera, también por renuncia y cobardía de sus hablantes, para designar las ciudades y regiones que contiene? Cómo vamos a ser capaces de lo más, si no lo somos de lo menos. Lo puede entender cualquiera por limitada que sea su capacidad intelectiva: ¿Quieres que tus hijos… (sobrinos o nietos)… estudien en la escuela en español si al hablar nuestra lengua oficial (sea o no tu lengua materna) no tienes el cuajo de decir Lérida? Anda y que te den.

No contentos con la mutilación referida de la lengua española, esta deserción de la toponimia se expande a otros escenarios de la vida colectiva, incluso a los gentilicios y a lo que podríamos denominar la “tecnonimia política”. Clamoroso fue presenciar un día, en un programa emitido por una cadena denominada Gol Televisión, con un sesgo poco recomendable, cómo uno de los presentadores, dando su crónica en español, designó del siguiente modo al Girona FC (de la ciudad de Gerona): “el conjunto “lliruní/ yiruní” (gironí)”, en lugar de emplear la expresión normativa, “gerundense”. Quiere decirse que, en el presente caso, también es vetado del discurso hablado incluso el gentilicio en español.

En no pocas informaciones periodísticas, los consejeros de los gobiernos regionales dejan de serlo, con la crónica redactada o retransmitida en español, para convertirse en “consellers”, lo mismo en Barcelona, que en Mallorca o en Valencia. La Generalidad catalana (y valenciana) pasa a ser la “Generalitat”. La Junta de Galicia es la “Xunta”. Y tantas otras. Al tiempo que el primer ministro británico (hasta ayer, el pintoresco Boris Johnson) nunca es the Prime Minister, afortunadamente, y jamás comparece en the House of Commons, sino en la Cámara de los Comunes, ni se mantiene en lengua alemana la designación de los responsables de cada área de gobierno de los diferentes “lander”. Enloquecidas incongruencias que nos conducen al «parlament de Catalunya», que no al «parlamento» (de Cataluña), hablemos o escribamos en español. Delirio total.

Cuando el corresponsal, micrófono en mano, manda su noticia desde la plaza de San Jaime, no pocas veces nos habla del “govern (por gobierno) catalán”, mezclando ambos idiomas espantosamente (sin ir más lejos, en una noticia, 10/07, en ¡¡¡OK diario!!!… “El “govern” admite que la mayoría de jóvenes catalanes, 85%, no quiere hablar sólo en catalán”… por lo que, burla burlando, “OK diario admite que no sólo quiere escribir en español”). Si alguno de esos reporteros, desde Londres, para referirse al británico, emplease la hibridación “el “government” revisará las tarifas eléctricas”, le juzgaríamos de pedante y cursi, y muy a gusto le daríamos una buena mano de bofetadas por tontaco. Con lo bonito y aseado que a mis oídos suena la expresión “el gobierno regional (preferible a “autonómico”) ha decidido tal cosa o tal otra”.

La cadena 13 TV aporta su granito de arena a tan desnortada falta de criterio subtitulando del siguiente modo la visita de la reina Leticia, anfitriona sensacional, y de las primeras damas durante la reciente cumbre de la OTAN celebrada en Madrid, al museo de arte contemporáneo Reina Sofía: “La reina y las primeras damas contemplan el “Guernika””. Agárrame esa mosca por el rabo. De tal suerte que el cuadro de Picasso, hombre “desinteresado” donde los haya, no es ya “Guernica”, en español, pero tampoco “Gernika”, en vascuence, si no una nueva y disparatada macedonia poliglota: “Guernika”. Y así todo. Por cierto, leo en la edición digital de ABC, que dicha composición partió de un boceto del pintor para homenajear a Sánchez Mejías, afamado diestro de la época muerto por asta de toro, también homenajeado por Federico García Lorca en uno de sus más celebrados poemas, “Llanto por la muerte de…”, y que se apresuró a reconvertir el trasunto del lienzo por encargo del gobierno republicano, tras el bombardeo de la Legión Cóndor, a cambio de la nadería de 200.000 francos, unos 12 millones de euros actuales.

El capítulo de “consellers” y “conselleiros”, acreedores al parecer a que su cargo siempre se exprese en la lengua co-oficial de su territorio, podría cerrarse satisfactoriamente si a todos ellos, al margen de su ubicación geográfica, les denominásemos “ministrines”. Curiosamente, la supuesta deferencia (idiotizado acomplejamiento) hacia señores tan principales no es extensible a aquellos que integran el gobierno foral vascongado, que siempre son “consejeros”, omitiendo la versión en vascuence, pues nadie la conoce, que en cambio se reserva para el primero de ellos, el “lehendakari”. Dignidad que adornó a un tal Pachi (Patxi) López y que a no mucho tardar, con el apoyo del PSE, recaerá en Otegui, «el Gordo», que así le llamaban sus amiguitos cuando integraba un comando etarra.

Habiendo visitado recientemente Bilbao y San Sebastián, me falta completar mi periplo por las capitales vascongadas plantándome en Vitoria. Que en el parte meteo de TVE 1 (y en otros medios) pasa a llamarse “Vitoria-Gasteiz”. Toma del frasco. Cuando el rey godo Leovigildo, el último de los monarcas de obediencia arriana, fundó Victoriacum (Vitoria) allá por el siglo VI dC, una suerte de baluarte defensivo contra las continuas y violentas incursiones de los montañeses vascones por el valle del Ebro para robar ganado (como los cuatreros de las pelis del Salvaje Oeste) y secuestrar mujeres (escasez de vasconas), andaba el hombre muy lejos de sospechar que aquel fortín erigido por razones estratégicas fuera un buen día a llamarse “Gasteiz”, sólo Dios sabe por qué. Curiosamente, Bilbao no es Bilbo-Bilbao, pues el topónimo nacionalista Bilbo ha fracasado estrepitosamente incluso entre los suyos (y sólo lo replicó Tolkien, que sepamos, para designar un personaje de “El señor de los anillos”: Bilbo Bolson).  

Dejamos, pues, Chanchencho. Buen lugar para el veraneo y para degustar el sabroso marisco gallego. De donde partir en ferry para visitar las paradisíacas playas de las islas Cíes (que situamos en el mapa los de mi generación por obra y gracia de Siniestro Total: “Matar jipis en las Cíes”, canción, como tantas de aquellos años, que hoy no pasarían el filtro de la nueva censura progre-woke) o los hórreos a pie de playa de Combarro.

Y, lo prometido es deuda (a mí me gusta decir “es duda”, pues cuántas promesas no se incumplen, y si no que le pregunten a mi señora), aquí va el primer chiste de la Historia inspirado en Chanchencho con dos finales posibles.

“Un amigo se encuentra con Tolerancio. “Cómo estás”. “Muy bien”. Y le pregunta: “¿A dónde vas de vacaciones?”. Y responde Tolerancio: “A Chanchencho”. “Hombre, muy buena elección… ¿Y qué vas a hacer en Chanchencho?”. “Pues comer chalchichón”. “Pero hombre…” le replica el otro…”ahí lo que se come es marisco del bueno”. “Pues me has chafado el plan… está bien, entonces iré a Chinchilla”. “¿Y qué vas a hacer en Chinchilla?”. Tolerancio insiste: “Pues comer chalchichón”. “Y dale, en Chinchilla lo suyo es comer migas y los mejores quesos curados del mundo mundial”. “Qué contrariedad”, replica Tolerancio, y añade: “No se hable más, iré a Chinchón”. “Estupendo… ¿Y qué harás en Chinchón?”. Y como no hay dos sin tres, responde Tolerancio: “Pues comer chalchichón”. “Estás tonto o qué, en Chinchón se bebe anís”.

Final 1: Tolerancio.- “Tú no quieres que me vaya de vacaciones”.

Final 2: Tolerancio.- “Tú no quieres que coma chalchichón”.

Escudo de Chanchencho (provincia de Pontevedra)

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar