Gente de Ibiza. Así tituló Sandy Marton (tanto gusto) su gran (y creo que único) éxito musical allá por los años 80. Lo pinchaban a todas horas en las discotecas. Un bombazo. Música de sintetizadores, melodía amable y pegadiza. Letra poca, la del estribillo, que es la del título. Quienes éramos jóvenes entonces la recordamos perfectamente. En su momento me irritaba de lo lindo, en cambio hoy, la juventud perdida, si llega a mis oídos me arranca una sonrisa afable e indulgente. Me figuro, apuesta segura, que SEAT utilizó esa tonadilla para publicitar muy oportunamente su modelo “Ibiza” que salió al mercado por aquellas fechas.
Ibiza era entonces una suerte de paraíso jipi, del que aún subsiste, suponemos, el mercadillo de Es Canar. El jipismo tuvo allí mucho recorrido, como nos cuenta Antonio Escohotado en “Mi Ibiza privada” (autor de “Historia general de las drogas” y de la mastodóntica y eruditísima trilogía “Los enemigos del comercio”), apunte autobiográfico publicado poco antes de morir. No en vano, Escohotado fue uno de los fundadores de la mítica discoteca “Amnesia”. Eran años, People from Ibiza, en que las llamadas drogas de diseño comenzaban a distribuirse a gran escala y entre un más amplio espectro de la población, esto es, drogas sintéticas de la mano de música “sintética”, denostada entonces por los puristas del pop y del rock como por artificiosa y “sin alma”. Y de la enorme popularidad de la llamada moda “adlib”, con epicentro en la isla, para damas y damiselas, tejidos naturales y encajes, tan favorecedora e idónea para mejor pasar los calores estivales.
Ibiza ha sido durante décadas un referente para el ocio veraniego, la fiesta, el desfase juvenil, cierta transgresión, abigarrada rebotica de las escurriajas de una espiritualidad como de esoterismos orientales y mandálicos de baratillo y de fundamentación psicotrópica. Uno de esos lugares, además de sus bonitas calas y playas, a menudo visitadas por densas colonias de medusas, con cartel y tirón entre turistas que buscan desconectar de la rutina y echar una semanita a chapuzones o a según qué excesos y desinhibiciones. Sólo que nada es eterno e Ibiza ha trocado esos anhelos de libertad, en una versión, conforme a los tiempos que corren, tiznada de consumismo y banalidad, por el control social impuesto por la “mejúnjea” coalición del gobierno insular. Francina Armengol es la lideresa de ese humeante perolo de siglas indigestas comandadas por la federación insular del PSOE.
Cómo hemos cambiado, cantan Presuntos Implicados, muy estimables intérpretes de boleros tradicionales. Caramba, me está saliendo una tractorada la mar de musical. Aparecen en la prensa titulares que dan noticia de la alarmante situación de la sanidad pública en el archipiélago. Y una de las causas, átame esa mosca por el rabo, es la contumaz exigencia al personal médico de un nivel “suficiente” de dominio de la lengua catalana. “¡No puede ser!”. Pues sí puede ser y es. A las pocas plazas ofertadas para atender a la población, sobre todo en Ibiza y Formentera, se une la carestía de la vida, en particular de la vivienda de compra o alquiler, y, el tiro de gracia, la radical política lingüística del gobierno regional a imagen y semejanza de lo que sucede en Cataluña. En resumidas cuentas, el PSIB, la supuesta federación balear del PSOE, no es tal cosa, sino una sucursal más del PSC.
El dominio acreditado de la lengua catalana, nivel C, no es mérito, sino requisito indispensable para ejercer la medicina en las islas. Exigencia que ha ahuyentado de la sanidad pública a médicos de familia y a especialistas (se habló de cardiólogos y cirujanos tiempo atrás), y también a profesionales de la enfermería. Ahora la falta de personal afecta al servicio de oncología, que es como decir, a sus pacientes. No parece que la lengua que hable el doctor, siempre que sea comprensible para el paciente, o en la que redacte sus anotaciones, afecte en demasía a las células y órganos atacados por tan grave patología, pero las autoridades in (competentes) consideran que eso no es cierto. Pues en su escala de valores prevalece la sanación del alma (y eso que siempre han presumido de un materialismo riguroso) antes que la del cuerpo y que, en todo caso, ambas se abordan mucho mejor si las interlocuciones entre médico y paciente se desarrollan en catalán. Estaríamos hablando de una facultad cuasi milagrosa, taumatúrgica, de la lengua hablada, fenómeno que recuerda la sanadora imposición de manos atribuida a los antiguos reyes de Francia (sea el caso del merovingio Clodoveo I y los escrofulosos).
Cuando la lengua es gestionada por los separatistas y la izquierda (hibridación simbiótica, necesaria en España para que ambas facciones alcancen el poder y ahí se mantengan), aquélla actúa, y ya estamos los anti-inmersionistas hartos de decirlo, como una barrera, un obstáculo que dificulta la libre movilidad de personas, de trabajadores, y que a no pocos expulsa hacia otros lugares donde no existen esas restricciones liberticidas. Un inciso, no me olvido de la derecha modosita y acomodaticia, de esa derecha que consolida, por lo común, renunciando a dar la batalla ideológica, los desbarajustes en materias diversas perpetrados por la izquierda. Me refiero aquí al acérrimo galleguismo lingüístico de Feijóo y a la sumisión al expansionismo catalanista de anteriores gobiernos del PP en Valencia y Baleares. Cuando siembras hechos lingüísticos diferenciales, recoges bables oficiales.
No se esperan mareas verdes en las islas, salvo que sean de algas, como sí hemos visto en Madrid en oleadas sucesivas, pues aquéllas las reservan los sindicatos (UGT y CC.OO) para cizañar a otras mayorías. Me barrunto que las exigencias y prevalencias idiomáticas sobre los cuidados a los pacientes impuestas por la coalición gubernamental incurren en un delito aún no tipificado de lesa sanidad que cambia tratamientos por diptongos, “pronoms febles” (pronombres “débiles”) y “eles geminades” (eles duplicadas). Desde el punto de vista del derecho creativo alguien podría concluir que esas disposiciones bordean la “denegación de auxilio” que comúnmente se imputa a los conductores de automóviles que atropellan a un peatón y se dan a la fuga.
Éste es el panorama sanitario diseñado por la gente de Ibiza con mando en plaza… quiere decirse, por la gentuza de Ibiza que prefiere instaurar su paraíso lingüístico en la isla a facilitar los tratamientos en tan delicada materia a los enfermos allí residenciados, hablen catalán o español, e incluso inglés o alemán. O todos ellos en variable proporción. Cabe decir que esa gentuza de Ibiza no llegó a la isla ni por vía aérea, ni en un ferry de Balearia, ni en un barco de nombre extranjero (cambiamos boleros por coplas). No me equivoco si digo que muchos de los pacientes concernidos por esa pésima atención médica les votaron en su día tan campanudamente. A menudo sucede que aquella gente que al votar se propone arruinar el futuro de sus hijos, sobrinos o nietos, o de los hijos, sobrinos y nietos de los demás, también arruina su presente propio. Es ley de vida.
Puede que los diferentes cánceres en Ibiza, tanto los más livianos como los más agresivos, se curen con diagnósticos redactados en catalán, y con tratamientos prescritos en la misma lengua, pero lo que es seguro es que la metástasis se extiende por las instituciones insulares y por España toda y cuantas más células sean necrosadas por la enfermedad, menos garantía de éxito tendrán los cuidados paliativos administrados al paciente. Y, para revertir tan delicada situación, más necesaria será una intervención quirúrgica, drástica y severa.
Puestos en contacto con Sandy Marton y al corriente de la política lingüístico-sanitaria vigente en las islas Baleares ha manifestado categóricamente: «Que le den por culo a Ibiza».
