¿Qué son las “Matemáticas socio-afectivas”? Cualquiera sabe. Posiblemente ni siquiera lo sepan los pedagogos listillos (“pedagorastas”) encargados de demoler la instrucción pública al dictado de la cosmovisión progre-woke que acaba de excretar una nueva reforma educativa: Ley Celaá, corregida y aumentada por Pilar Alegría, su indocumentada sucesora. Sabido es que el modelo de sociedad soñado por la izquierda gobernante se fundamenta en la depauperación de los contenidos académicos en la escuela pública (ésa que dicen defender con el cuchillo entre los dientes) para hornear promociones sucesivas de epsilones (soma, soma), de analfabetos funcionales a contentar con empleos mal remunerados, cuando no con modestas “pagas mensuales, y acaso “menstruales”, no contributivas” (“inserción social” lo llaman), pero suficientes para sobrellevar una subsistencia precaria. Óbolos vergonzantes que en otras latitudes (Cuba, Venezuela) se transforman en cartillas de racionamiento a cambio de la inquebrantable lealtad del beneficiario. Por concurrente razón otra piedra angular del sistema es el adoctrinamiento estupidizador (paralelo al dispensado en las aulas) a través de programas televisivos de atorrante entretenimiento, ideologizado también. Nadie como Jorge Javier Vázquez, gran sacerdotisa del sectarismo catódico, para ejercer esa innoble función.
El esfuerzo, la excelencia, horas de estudio, todo eso es carcundia retrógrada y apolillada, en particular ese horror cavernícola del aprendizaje a través del aciago mecanismo de la memoria, pues la “memoria” sólo vale si aparece vinculada a la Historia… sesgada, claro es, pasando a convertirse en “des-memoria histórica”. Adiós a las legítimas aspiraciones de mejora en la escala social de la gente humilde a través de una enseñanza pública potente. La Filosofía fuera de los itinerarios escolares. La Historia sin cronología, que es como decir la Historia vaciada de historicidad. Adiós a las notas numéricas. Aprobados y suspensos equiparados por cuanto se pasa de curso, tan pichi, con un carro de calabazas a cuestas. Inmersiones obligatorias en lenguas co-oficiales (la del bable ya está en capilla y ya se trabaja en la del calagurritano dulce) y todo ello salpimentado con variado repertorio de polimorfas sexualidades y milongas diversas para aturullar a los chicos a esas edades en las que son vulnerables e influenciables a partes iguales.
Todo diseñado al milímetro para ignorar la herencia civilizatoria recibida, no saber quién eres y de dónde vienes en una dimensión comunitaria. Legiones de alumnos lobotomizados con las últimas consignas y pegados a sus celulares, “tuits” y “guasaps”, como lapas a la roca. Una auténtica y descomunal castaña pilonga. Y la profesión docente sin alzar la voz, calladita, ésa misma que no para de sacar “mareas” a la calle cuando manda la derecha acaso porque falten ordenadores en las aulas. Sin decir ni mu, ni ellos, ni los padres de las “(h) ampas”, ante la clamorosa devaluación, por no decir “devastación” académica de la Enseñanza. Pero eso sí, que no cunda el pánico, pues según prevé la ley repartirán en colegios e institutos pastillas abortivas “del día después”, eso sí, medioambientalmente sostenibles. El desparrame.
Establecido el fondo de esta tractorada, intentaré dar una explicación de mi propio peculio de qué diantre sean las “matemáticas socio-afectivas”. Difícil misión. La matemática, en una definición algo apresurada, sería la ciencia que estudia las propiedades y relaciones que mantienen entre sí, fundamentalmente, los números y también las figuras geométricas. Pero con la “socio-afectividad” la cosa cambia y cobra una nueva dimensión, pasando la matemática de ese registro abstracto, pero de múltiples aplicaciones prácticas en la vida cotidiana, por así decir, a otro de mayor implicación “emotiva” al albur de la conveniencia de esos individuos que diseñan nuevas corrientes de opinión. Vista así, la matemática se convierte en un deseo proyectivo de algunos, en un instrumento para prefigurar una nueva realidad de fundamento ideológico a la que será preciso adaptarse sin rechistar, so pena de quedarse uno colgado de la brocha y apartado en la cuneta junto a otros apestados. La matemática socio-afectiva instaura una realidad «numeroide» paralela, desiderativa y ficticia. Para mejor entender lo que aquí se dice, citaré unos ejemplos que han tenido cierta difusión.
Precursor en esta materia, como en tantas otras igualmente disparatadas y funestas, irrumpe en escena el ex presidente Zapatero, metido a consejero áulico y propagandista de los siniestros narco-estados bolivarianos. Tras esas famosas “lecciones de Economía en dos tardes” que le atizó Jordi Sevilla, nada aprendió su ínclito alumno y preguntado en rueda de prensa sobre los dispares índices de desarrollo económico de las diferentes regiones españolas, el muy zote respondió que un día no muy lejano todas ellas estarán por encima de la media nacional. Mérito suyo es, pues, reinventar el concepto de “media aritmética y estadística”. Ya no es imposible, desde entonces, que si dos personas se citan para comerse cuatro hamburguesas, al terminar el banquete, de media, cada una de ellas habrá comido tres.
En fecha cercana al descubrimiento “zapatero”, el mismo sendero fue transitado con paso firme por la periodista Mónica Terribas, durante años referente ultranacionalista de los servicios informativos de TV3, idolatrada hasta la hiperdulía por el segmento más sectario de su audiencia. La interfecta justificó la emisión de un documental, antes incluso de la era “procesual”, enfocado desde el punto de vista indepe, elaborado exclusivamente con testimonios de los partidarios de la secesión, aduciendo que, según las encuestas del gobierno regional, alrededor de un 20% de los catalanes (pizca más o menos) era favorable a la creación de un Estado propio. Hay que admitir que, en efecto, un 20% es un porcentaje muy significativo en una sociedad, uno de cada cinco. El producto tendría, pues, encaje en la programación y su difusión obedecería a un interés cierto. Al fin y al cabo, los militantes de la preservación de la cacatúa austromalaya de moño eréctil apenas alcanzan el 0’11% del censo y también se han emitido reportajes que reflejan las cuitas y porfías de causa tan estimable.
Hete aquí que la Asociación por la Tolerancia dirigió al punto una petición a la doña para que pusiera manos a la obra y programara la emisión de un documental que diera bola a los partidarios de la libre elección de lengua oficial en la escuela. Habida cuenta que en un sondeo anterior del CEO (la versión indígena del CIS) los contrarios a la inmersión monolingüe obligatoria en catalán alcanzaban nada menos que el 27% de los encuestados y, salta a la vista que 27% > 20%, por lo que el argumento concerniente al interés social esgrimido por Terribas se vería claramente refrendado por un segmento aún mayor de la opinión pública. Aún esperamos respuesta (*).
Una vez mentado el CEO (Centre d’Estudis d’Opinió), es menester aludir a sus reiteradas encuestas sobre el grado de aceptación de los postulados separatistas. Descontado que inflan sistemáticamente el capítulo de partidarios entre un 12-15%, y habiendo rebasado en estos años de abotargante e insistente matraca el 40%, el último cocinado servido al respetable dio pie a una curiosísima rectificación. Por primera vez en muchos años los partidarios de la ruptura caían por debajo del 40%, con un 38’8%, y se abría una brecha considerable de algo más de 12 puntos con relación a los partidarios de la permanencia de Cataluña en España. Los separatistas montaron en cólera por un sondeo tan desfavorable (“¡Es inadmisible!”). De modo que el CEO reculó a las pocas horas, disculpándose por un presunto error de cálculo, “maquilló” el balance y el sí a la independencia remontó 2 puntos por arte de birlibirloque, situándose en un más aseado 40’8%, por encima de la barrera psicológica del 40%. Magia potagia.
Pero hay más casos de “socioafectividad” matemática. El siguiente ejemplo nos lo brinda el ayuntamiento de El Vendrell (provincia de Tarragona). Un buen día, paseando tan ricamente por las calles más céntricas de esa localidad, reparo en una campaña propagandística del consistorio. El busilis de la cuestión pasa por combatir los prejuicios de un segmento de la población respecto a la inmigración, legal o ilegal. En El Vendrell la proporción de avecindados oriundos de otros países es considerable. Instalan una serie de pancartas dobles en las farolas de la vía pública. En una, el texto nos presenta una declaración entrecomillada de un anónimo difusor de bulos y estereotipos contrarios a los inmigrantes: “La violencia de gènere és cosa dels inmigrants” (“los autores de delitos de violencia de género son inmigrantes”). A su lado, en otra pancartita se nos ofrece un dato para sacar del error a quien de tal manera opina: “sólo el 27’5% de los delitos de violencia de género son cometidos por personas inmigrantes”.
Curiosamente dicho municipio ofrece unos datos, seguramente contrastados, que a poco que el sentido común (no “socioafectivizado”) los tome en consideración, llevan a la conclusión contraria de la pretendida, si atendemos a la proporcionalidad. En efecto, el 72’5% de esos delitos perpetrados por nacionales es, en términos absolutos, una cantidad mucho mayor: 72’5 a 27’5. Goleada. La diferencia es notabilísima… sólo que, según el censo de 2019, los extranjeros suponen el 12’9% de la población. En otras palabras, la autoría de un 27’5% de los delitos consignados recae sobre un 12’9% de la sociedad. Miau. Descontado que la inmensa mayoría de extranjeros no delinque y que la distribución de delitos tampoco es homogénea por nacionalidades de procedencia, en términos generales, y aplicando a las magnitudes reseñadas una sencilla regla de tres, concluimos que “la violencia de género no es cosa de los inmigrantes en su totalidad”, como señala la propaganda institucional por boca de ese anónimo xenófobo, pero sí es 2’15 veces más cosa de ellos que de los españoles de cuna. Y no lo digo yo, lego en esas materias, lo dice el mismísimo ayuntamiento de El Vendrell, henchido de buenismo, tanto como de imbecilidad estadística, y al que, por hacer un favor, le sale el tiro por la culata.
El último en sumarse a ese carro cochambroso, el de la matemática socioafectiva, es el cantamañas de Rafael Ribó, síndico de agravios y uno de nuestros mayores y más laureados jetas, y que ya ha cumplido tres años extra de mandato por falta de consenso en el nombramiento sucesorio. Ribó, insigne trotamundos, doctorado en acudir a cargo del contribuyente, acompañado de su novia, a los palcos de los estadios de fútbol de media Europa siguiendo al Barça de sus amores (con su más emblemático jugador en plantilla, Gerard Piqué, metido a comisionista), y en reformar su gabinete de “trabajo” a todo lujo, “spa” incluido, arremete contra la tibia sentencia del 25% del TSJC. Afirma Ribó, el hombre ha hecho números, que el acatamiento de la sentencia en realidad supondría, no un 25% de horas lectivas en español en las aulas, sino un 35%, esto es, ni un 34 ni un 36, un 35%. Cómo ha llegado a esa conclusión, lo ignoramos, y uno se malicia que el propio fulano también, de tal suerte que los porcentajes dan de sí y son elásticos, tanto como la goma de mascar.
Estos días se le ve muy preocupado por el asunto y respalda la intención gubernativa de burlar la sentencia judicial aduciendo que los alumnos ya hablan en el recreo demasiado español, como así aseguran los agentes de la autodenominada “ONG” del catalán que espiaron a los críos, con permiso de los docentes, mientras jugaban a pilla-pilla en sus ratos de asueto. Esta tractorada se ha extendido ya en exceso y para días venideros dejamos otros ilustrativos ejemplos de “socioafectivización” matemática como las encuestas del CIS, versión Tezanos.

(*) Cobra fuerza el proyecto de la Asociación por la Tolerancia de realizar un documental propio sobre “ las víctimas de la inmersión lingüística”, parecidamente a los documentales de Iñaki Arteta sobre las víctimas del terrorismo. Comoquiera que algún día acabará esta siniestra pesadilla “inmersiva”, se atisban algunos síntomas, no pocos “icetas”, “illas”, “feijós” y otros especímenes similares, se apuntarán a decirnos con gran solemnidad “que ellos jamás estuvieron de acuerdo con la inmersión en lenguas co-oficiales”. Por eso la Tolerancia ha de hacer sí o sí ese documental sobre la “memoria inmersiva”, no sólo como legado para venideras generaciones, sino para recordar a futuros oportunistas que en su momento defendieron a capa y espada ese bodrio liberticida aduciendo mil disparates y cubriéndonos de insultos. Gregorio Rello, factótum de nuestro ciclo anual de cine, sujetará con mano firme las riendas de tan necesario proyecto.
