Y Colau fusiló al teniente coronel Maciá (Macià)

Ya es oficial. Hasta hace poco era un rumor muy extendido. Pero el diagnóstico es irreversible: Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, es síndrome HMT agudo, “Hiper-Mega-Tonta”, que no ha de tomarse como insulto, sino como benévola descripción. Es, además, una indocumentada. La gota que colmó el vaso fue la estratosférica revisión historicista auspiciada por el gobierno consistorial (que cuenta con la bochornosa participación del PSC) llevando los parámetros de esa mugrienta Ley de Des-Memoria Histórica a niveles jamás vislumbrados. En efecto, despacho de última hora… Ada (sin hache) Colau, atenta la guardia, ha tenido el cuajo de fusilar al chifletas de Maciá (Macià)…  l’Avi, “el abuelo”, al que así llaman nuestros aborigenistas. “Abuelo”… pero con demencia senil descontroladísima.

El pasado 25 de diciembre (2021), día de Navidad, se cumplían 88 años de la muerte de Maciá, uno de los cerebelos más descencerrados de la historia de España. Sólo que Maciá murió en la cama de un ataque de apendicitis a los 74 años. Una muerte dolorosa, pero no heroica. Muy posiblemente Maciá habría querido pasar a la posteridad frente a un pelotón de fusilamiento, rechazando la preceptiva venda en los ojos, antes de la descarga fatídica, e hinchando el garganchón para largar, a guisa de auto-epicedio, un sonoro Visca Catalunya Lliure! Pero no sucedió tal cosa.

El fundador de Estat Català (a quien, si no recuerdo mal, hice nacer en Las Borjas Blancas en una tractorada anterior, provincia de Lérida, cuando es hijo de Vilanova i La Geltrú), tras su no muy brillante carrera militar, viajó a la URSS en 1925 para recabar apoyos a la causa separatista. Allí se entrevistó, ahí es nada, con Bujarin, quien, al cabo de una década, fue purgado por su amado Stalin de un tiro en la nuca. Casi a un siglo vista, podría decirse que Maciá fue un precursor del “Procés” (el megaplúmbeo “Proceso” con el que nos llevan mortificando unos cuántos años), pues al igual que los adláteres de Puigdemont (Alay y compañía), se presentó en el Kremlin mendigando ayuda. Sus colaboradores Dencás y los hermanos Badia, eximios torturadores, exploraron la llamada “vía romana”, grandes admiradores como fueron de Benito Mussolini. Jugaba el separatismo de entonces a dos barajas. Sabemos que en Moscú las cosas no fueron del todo bien, pues Bujarin, a la sazón capitoste de la Komintern, echó pestes de nuestro destartalado prohombre al que tildó de pequeño-burgués reaccionario e iluso.

Maciá, cuentan sus hagiógrafos, se desvinculó de toda obediencia marcial y de toda lealtad a la bandera que había jurado tras el incidente “Cu-Cut!”. Unos oficiales procedentes del Casino Militar de Barcelona asaltaron el semanario satírico, un libelo deleznable de la época, como venganza por la publicación de caricaturas y ofensas contra el estamento militar. Pero hay quien dice que el distanciamiento y el resentimiento de Maciá contra España se produjo cuando, diputado en Cortes, su propuesta de modernizar el ejército, en particular la Armada, dotándola de sumergibles, no fue tenida en consideración. Ahí se produjo su viraje, su voltafaccio hacia el indigenismo enragé.

Al poco de producirse el pronunciamiento de Primo de Rivera y de suspenderse la Mancomunidad, una suerte de mini-autonomía avant la lettre, Maciá se presentó en el despacho de Cambó, lo cuenta éste en sus divertidas memorias (“qué guapo y qué listo soy” es el hilo conductor de las mismas), solicitando ayuda económica para financiar actividades terroristas y un movimiento insurreccional a gran escala para proclamar la independencia, interesado como estaba en replicar el modelo irlandés. Cambó nos lo pinta más como un chiflado irascible con mirada extraviada como de alucinado, que como un protervo calculador y maquiavélico. Tras la entrevista fallida, llega el viaje a Moscú citado en otro párrafo y justo después la charlotada de Prats de Molló (1926). Incursión armada desde el país vecino que fue desbaratada por la Gendarmería francesa antes de que los señoritos amotinados salieran del hotel tras un opíparo almuerzo. Y, en lugar de quedar retratado como un auténtico botarate ante la opinión pública, un condottieri de opereta, la esperpéntica bravata le granjeó una gran corriente de simpatía en un amplísimo segmento del catalanismo político de aquella hora, invirtiendo la tendencia que daba las mayorías a la Lliga en las contiendas electorales para ganarlas a partir de entonces ERC (más Estat Català, el partido nodriza de Maciá, ultranacionalista y de corte fascistoide).  

Una vez muerto por peritonitis (año 1933…el pobre se perdió, no hay derecho, la intentona golpista de octubre del 34, anticipo de la Guerra Civil, protagonizada de común acuerdo por Companys en Barcelona y por el PSOE en Asturias, y con los consejeros de la Generalidad huyendo de palacio por el alcantarillado), y antes de ser fusilado por el consistorio, diciembre de 2021, Maciá, don erre que erre, continuó dando la murga, esta vez con su corazón embalsamado. Los hay que ni muertos descansan. A ellos no es aplicable el dicho, “tanta paz lleve como descanso deja”. No es una coña, aunque lo parezca, y el corazón embalsamado de Maciá ha hecho correr ríos de tinta (*).

Muerto el orate, su corazón se convirtió en algo así como la reliquia de un santo varón a la que los fieles rinden culto. El sucedáneo autóctono del brazo incorrupto de Santa Teresa. Nada tiene de extraño, pues el nacionalismo identitario aspira a ocupar ese espacio que la secularización de la vida colectiva le ha ganado al ámbito religioso, mutación bendecida en Cataluña por buena parte del clero diocesano… esos párrocos que cuelgan banderitas estrelladas del campanario, al estilo Novell, ex-obispo de Solsona que, transido de amor por una escritora pornógrafa, ha abandonado a su rebaño para “echar una mano” en un productivo negocio de inseminación porcina. Ante el avance de las tropas nacionales, y el escaso entusiasmo republicano por defender Barcelona, tras la decisiva batalla del Ebro, había que impedir a toda costa que esa especie de “Santo Grial” del nacionalismo indígena cayera en las profanadoras manos del enemigo. Hete aquí que la reliquia, tras un estrambótico periplo, le llegó a Tarradellas. Y, éste, a su regreso del exilio (“Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”), lo restituyó a los herederos con la muy loable intención de que el despojo engorroso y siniestro dejara de dar tumbos por medio mundo. Pero, como en una película gore, serie B, o en una de esas comedias irreverentes tipo “Resacón en Las Vegas”, inhumados los restos del ilustre patán, convienen que el músculo cordial, átame esa mosca por el rabo, no pertenece al finado, sino que en tiempos latió en el pecho de otra persona, completamente anónima.

Y el círculo se cierra con la ayuda de Colau y sus socios del PSC. Para mí tengo que, además de un desconocimiento aberrante de nuestra Historia, incluso de la más reciente, aqueja a una y otros, es decir, a la progresía local, una suerte de complejo de antifranquismo estrafalario y encallecido que les hace creer, y el dato encaja a las mil maravillas en su destartalada cosmovisión, que Maciá, ni siquiera confundido con el tarambanas de Companys, “el president mártir”, bien pudo morir fusilado por orden de Franco, en tiempos de paz, no importa, y con el militar destinado entonces, por mandato de Azaña, en la Comandancia de Baleares. Si non é vero, é ben trovato. “Y qué más da”, deben de pensar, “si le contamos a nuestros votantes que a Maciá le sacaron los ojos con una cucharilla de café y se los embutieron luego en el recto soplando una cerbatana, son capaces de creérselo”.

Y es que en Barcelona se nos hibrida un tipo de dirigente político “mejúnjeo” verdaderamente sofocante, que combina un fuerte vector “progre” que finge no sacudirse de encima la losa del franquismo y de eso que despectivamente llaman la “España en blanco y negro”, dispuesto a creer que los grises aún patrullan las calles arreando porrazos desde los estribos de una Sanglas 400, con la efervescencia aldeana del esencialismo nacionalista… y todo ello aliñado con las dogmáticas sandeces del pensamiento “woke”. Y Colau es el crisol que integra y compacta en vítrea pasta ambos ingredientes. Vota doble sí en el patético “butifarréndum” organizado por Artur Mas, 2014, según la interfecta, “para castigar a Rajoy”, cuelga de la balconada del ayuntamiento un sectario pancartón de apoyo a “los presos políticos” (sic) condenados por sedición que retira finalmente por mandato judicial, y se compromete públicamente a reducir al máximo la presencia de la lengua española en las comunicaciones institucionales y en los trámites administrativos. Y va y dice que no es separatista. Santo Dios, si lo fuera. Y todo ello con desparpajo y sin sentido del ridículo. Lo último que sabemos de la interfecta es que ha contratado 200 ovejas, en edad de trabajar y sindicadas, por descontado, para limpiar de matojos y hierba borde el parque de Collserola y que le ha negado una estatua a Copito de Nieve por blanco, colonialista y primate polígamo y heteropatriarcal (pues disfrutó en vida de un auténtico serrallo “goríleo”). Novísimos ítems de una gestión mundialmente vitoreada que bien merecen una futura “tractorada”.

(*) Recreación humorística de ese episodio, los viajes del corazón de Maciá a lo largo y ancho de este mundo, en la obra de teatro inédita: “1934-2014: una odisea espacio-temporal del catalanismo”, compuesta más para ser leída que representada.   

Como diría el gran pensador Jesulín de Ubrique: “en dos palabras, im-presionante”. Tal alcaldesa, para tal vecindario, pues no en vano la cantidad de idiotas por km cuadrado en Barcelona es una de las más densas del mundo. Colau no cayó del cielo a la poltrona: fue votada por miles de personas. Arrea.

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