Despedimos el verano con una gran hazaña particularista acaecida a principios de julio y que para la prensa no pasó de anécdota entre tantas noticias, como una insignificante gota de agua en medio del océano. Una verdadera lástima porque el arrojo, el coraje y la valentía de su protagonista, Gómez Buch, miembro de la coalición electoral autodenominada CUP, sección Olesa de Montserrat, convendrán conmigo, eran merecedores de mejor suerte.
En contadas y escogidas ocasiones descuella entre las gentes del común un hombre de rango superior y resolutivo que encarna con sus actos, su apostura, su sereno continente en medio de gravísimos peligros, de terroríficas hecatombes, su manera de ser y de obrar, unos valores imperecederos, eternos… caramba, me estoy poniendo casi tan cursi como la vicepresidenta del gobierno de la nación multinivel, Yolanda Díaz, prologando una edición de El Capital de Karl Marx, cuyas líneas, según la interfecta, están redactadas con trazo indeleble en el viento de la Historia.
Decía que uno de esos hombres excepcionales es Gómez Buch, mariscal de las invictas armas del irredento aborigenismo. La gesta sin parangón de «gudari» Gómez ha consistido en regañar a un niño por acudir a una de las actividades extraescolares de las colonias de verano en Olesa de Montserrat ataviado… atenta la guardia… ¡¡¡Con la sucia camiseta de la selección española de fútbol!!!
No podemos sino felicitarnos de su determinación ante la insidiosa conducta del mocoso. Todos sabemos cómo las gastan esos pájaros de cuenta, a pesar de su tierna edad, enfundados en camisetas de la selección española, con esos aires de bravucones y de matasiete que se dan… de “chulopiscinas”, en un registro más coloquial. Poca broma con ellos. Gómez Buch, imperturbable ante el desafío de ese malandrín, subió la apuesta y, a calzón quitado, puso los pelendengues encima de la mesa… y se la jugó. Con un par. Gómez Buch, gesto adusto e impasible, con ese espíritu belígero e inquebrantable de los antiguos almogávares, no se arrugó cuando el pendenciero niñato se presentó pavoneándose con esa camiseta insidiosa, provocando temblores de agonía entre los demás pequeñuelos, jamás preparados para un horror así. Por entonces se disputaba la Eurocopa de naciones y el felón instigador de pesadillas creyó que esa eventualidad justificaba su aterrador atuendo y tan espantosa agresión. Gómez le paró los pies: “No me vengas aquí con esa camiseta”. Tajante, pero templado. Duro, pero sin alardes. Puño de hierro… pero con guante de seda.
Algunos dirán que en realidad Gómez no compareció en el campo del honor (que es donde crecen las berzas galantes… hoy me siento como abrasado por el estro poético) ante un igual, sino que, marcando rol autoritario ante un niño, no es más que un cobarde asqueroso y que siendo seguramente su madre una santa, él es un tiparraco inmundo engendrado por catorce leches distintas. Que es un individuo basuriento y que, de parecida manera a como obran los pederastas, que es una de las depravaciones más repugnantes que a uno le quepa imaginar, se impuso al menor abusivamente por la prevalencia de la edad y de la mayor fortaleza física del adulto. En definitiva, que Gómez Buch es un montón de estiércol un trillón de veces más apestoso que una boñiga de vaca. Es una manera de verlo.
Cabe, no obstante, hacer un par de breves consideraciones. La primera, si un sujeto de la ralea de Gómez, antes de la acción aquí referenciada, no está obligado por una orden de alejamiento emitida por un tribunal de cuanto tenga que ver con la formación de los niños (a nivel académico o extraescolar) es porque la sociedad que lo consiente está enferma con diferente grado de responsabilidad entre los individuos que la componen. Unos por afinidad, complicidad manifiesta o camaradería con el interfecto, y otros por su ineficaz oposición, por mucho que se desgañiten gritando que este nivel de adoctrinamiento y de reprogramación entre los peques es inadmisible e impropio de una sociedad regida por las libertades auspiciadas por el Estado de Derecho. Deberían, pues, de haber gritado más para impedirlo.
¿Para impedir qué?… Segunda consideración: los niños son el más codiciado objeto de deseo del nacionalismo, de ahí el énfasis especial que pone en el control del ámbito educativo, desde la guardería hasta la educación superior, donde, por cierto, aguardan al alumnado comisarios políticos como la recién dimitida Vicerrectora de la UPC, Nuria Pla, que instaba en vísperas de la Diada, vía tuit, a crear un nuevo itinerario académico plagado de tan formativas materias como “la quema de contenedores” o “el asalto de las instalaciones aeroportuarias”. Los niños, vale por la hegemonía en el proceso de escolarización, son la joya de la corona del nacionalismo, y ya en su día Jordi Pujol, al echar a andar la democracia, antepuso la lengua (la escuela) al concierto económico. Es la bóveda de cañón de la llamada construcción nacional y el primer episodio de purga masiva del funcionariado sustanciado con el exilio de miles de profesores (Manifiesto de los 2.300, campaña de Normalización… ¿Recuerdan el simpático muñequito llamado Norma, con esa carita de no haber roto un plato en la vida?).
La educación sesgada en nuestras aulas es un hito obligado para la “extranjerización emocional y sentimental de España”. Y para ello los nacionalistas forman anualmente nuevas levas de agentes, compactas falanges de maestrillos perfectamente adiestrados para lavarle el cerebro a las criaturas. No en vano, las tesis separatistas gozan de una aceptación mayoritaria entre los licenciados en Magisterio, cerca, se dice, de un 80%… porcentaje que lleva a Antonio Robles, no sin razón, a sostener que el profesorado, junto con TV3 (y toda la prensa apaniguada), integra la vanguardia operativa del nacionalismo. Descripción que no contradice aquella otra del “amontillado” sonderkommando Vázquez Montalbán, ideólogo del leninismo-pujolismo, para quién el Barça siempre ha sido el ejército desarmado de Cataluña, al tiempo que el RCD Español encarnaría el papel de quintacolumnista balompédico al servicio del régimen opresor.
Hemos permitido que esa gentuza monopolice la Educación y sus territorios colindantes (colonias de verano, extraescolares, etc). Hemos recogido firmas, dado doctas conferencias, acudido a los tribunales, organizado manifestaciones, promovido documentados estudios sobre el aprovechamiento académico de los chicos “inmersionados”, etcétera, pero se ve que no hemos trabajado lo suficiente y que no hemos persuadido a los partidos políticos “nacionales” que en su día votamos a plantar cara a los artífices de este sistema educativo roñoso y liberticida. Alguna culpa llevamos.
El standartenführer de un batallón de las Waffen SS en la película “Masacre” (véase tractorada del mismo título, una de las primeras) lo tiene claro. Le preguntan estupefactos los partisanos que le han capturado por qué ha matado a los niños. “Porque han visto lo que hemos hecho a sus padres y si les dejamos atrás, un día nos devolverán la visita y nos matarán”, responde pizca más o menos poco antes de morir. Los niños, pues, han de ser esculpidos, moldeados en el aula, cual si fueran bloques de arcilla, para ganar adeptos y reducir y silenciar toda futura disidencia del régimen. Por eso el mocoso de turno, si quiere chapotear en la piscina junto a los compis, apetece de visitar un museo con sus amiguitos o asistir a la función de un payaso, tendrá que dejar en casa esa camiseta demoníaca. Es el “protocolo-Gómez”. Ese sujeto sí sabe de qué va la película.

