Felicidad y «translingüismo» (II)

La sociedad, en buena parte alienada, de verdad de la buena, lobotomizada, paracatatónica por el adoctrinamiento de masas de los medios de comunicación (sea el vomitivo engrudo rociocarrasquista de la factoría Jorge Javier Vázquez), sucumbe a la inclusión programática de la felicidad en la disputa partidista. ¿Qué usted no lleva la felicidad en su programa electoral?… ¿Cómo pretende que las personas seamos felices si el gobierno no lo garantiza por Real Decreto? ¿Es que me tocará a mí buscarla? ¿Yo solito, por mi cuenta? ¡Pero si no tengo esa aplicación en el móvil!… Como se dijo en la tractorada anterior el camino a seguir para llegar a la tierra prometida y felicísima ha mudado de paradigma y ya no se vincula (tras el estrepitoso fracaso del socialismo real) a la lucha de clases y a la socialización de los medios de producción mediante la anulación del derecho a la propiedad, éste último, no siempre a salvo ni en las democracias homologadas.

Ahora el productivo hallazgo es la fragmentación social mediante pares de opuestos, emulando aquellos esquemas binarios de los estructuralistas liderados por Claude Lévi-Strauss (que los muy jóvenes pueden confundir con el fundador de una firma de ropa tejana) elaborados a través de baremos antitéticos para analizar símbolos y relatos mitológicos de las sociedades ágrafas contactadas por los pioneros de la etnografía. De modo que entran en danza nuevas categorías a través de las cuales construir un esquema actualizado, clasificatorio, de lo moderno frente a lo caduco, lo bueno frente a lo malo, lo coolguay-progre frente a lo casposo y reaccionario.

Veamos algunos de esos ítems: europeo (colonizador y esclavista), malo… contrario de “no alineado-tercer mundo” (recuérdese la monserga cocinada en Bandung, años 60, por gente como Sukarno, Sengor, Tito, Castro, Ben Bela, etc). “No alineado” que vale hoy por indigenista, sea el caso de la charanga bolivariana dominante en la antiguamente llamada Hispanoamérica, con la recentísima inclusión de Perú. Blanco (racismo), frente a movimiento BLM (autenticidad, humanidad sufriente, genuina e incontaminada). Masculino (polo negativo, guerra, asesinatos, injusticia), femenino (polo positivo, comprensión, inteligencia emocional y paz). Y así ad infinitum, machismo enfrentado a feminismo, gay a hetero, climatista a lo carirredonda Greta Thunberg frente a negacionista climático. Y en el mismo paquete nos damos de bruces con la segmentación en microidentidades “nacionales” (comunidades idílicas, homogéneas y chiquitujas como la aldehuela fungiforme de los “pitufos”) fomentadas para mejor desballestar los estados-nación (mastodónticas entidades artificiales, burocratizadas y sin alma) de Europa y de ese modo dividir el continente por mitosis celular y dificultar su peso y protagonismo políticos a escala internacional: Flandes, Cataluña, Véneto, País Vasco o La Alcarria Libre. Es decir, la subversión o vuelta de calcetín a todo principio admitido tradicionalmente, tal y como propugnaba Foucault, otro de los idolatrados ensayistas de la progresía occidental. Es decir, que todo estalle y vuele por los aires… que luego ya se verá.

Y detrás de lo antedicho va el vituperado consumo de carne, la caza y la tauromaquia, quienes cuestionan la ley de Memoria Histórica, si es que tienen el cuajo de mencionar siquiera de pasada los abracadabrantes asesinatos perpetrados por los milicianos en la retaguardia durante la Guerra Civil. O aquellos que han sentido la tentación de opinar que la gestión de la pandemia (originada en un laboratorio chino que no en el casual mordisco de un murciélago, pangolín u oso panda) ha sido un bodrio rayano en lo criminal (cifra de muertos manipulada a la baja por las autoridades).

Un hombre europeo, blanco, heterosexual, al acaso nacido en España y que se sienta español (patriota o, a partir de ahora, matriota), de derechas, fumador, que guste del boxeo y de un buen solomillo, que considere que la acción del hombre en efecto modifica el medio ambiente, a veces de un modo lamentable, pero que la antropogenia no es argumento único y suficiente para explicar las variaciones del clima atmosférico (que dispone de su propio tempus, de sus óptimos térmicos, de sus períodos cálidos y de sus glaciaciones) y que considere que Largo Caballero y Negrín fueron unos auténticos criminales (y Companys un imbécil y un chifleta), es la fusilable encarnación de todo mal.

Esa fragmentación sucesiva en sustitución de la lucha de clases, la glosa detalladamente Douglas Murray en “La masa enfurecida”. Lectura la mar de edificante (por gentileza de mi abogado, y sin embargo amigo, Antonio Ramos). Ahí está todo. Incluso la ideología queer, si es que hay guapo que la entienda. E imbuidos de una pericia publicitaria digna de mejores causas, pero extraordinariamente eficiente, se sacan nuestros progres de la manga una versión “choni”, “poligonera”, del feminismo radical para mejor difundirlo entre telespectadores pasivos y esas “marujas” que, provistas de su carrito de la compra, no saben qué diantre sea el “poliamor” o el “género fluido”, pero que aspiran también a cambiar el mundo para hacer de él un lugar más habitable y “feliz”. Para muestra un botón: el ya aludido docudrama televisivo consagrado al “rociocarrasquismo” que, con intervención en directo de las “ministras” de Pedro Sánchez, trasciende un posible caso de malos tratos y tórnase prontuario ideológico de obligada aceptación por la audiencia. Una campaña, todo lo chusca que usted quiera, pero diseñada a las mil maravillas por auténticos y malvados profesionales.  

En definitiva: “Desatar todos los lazos existentes y demoler el edificio social levantado en el curso de los siglos para edificar sobre sus ruinas una nueva construcción”. Proféticas palabras de Mises para definir el socialismo clásico (en un tiempo en que llegaban a Europa con cuentagotas las atrocidades del bolchevismo en Rusia) y que a nosotros, un siglo después, nos viene a mano para referirnos al compendio de ingeniería social propugnado por la progresía mundializada.

En aras de la felicidad, puedo ser una mujer sin pasar por el quirófano, pues lo soy atrapada en un cuerpo masculino, esa malhadada y culpable configuración génetica, anatómica y mental, propendente al estupro y la violación. Aquí prima la felicidad individual por cuanto, se supone, no tiene la menor incidencia y trascendencia para el grupo y para los demás componentes de la humanal estirpe. Puedo incluso, en aras de la tan codiciada felicidad, pugnar por el reconocimiento legal para una insólita reivindicación igualmente negadora de la realidad biológica y declararme “ardilla atrapada en cuerpo humano». Pero eso sí, mis crías, mis ardillitas, bajo ningún concepto podrán estudiar en español en la escuela pública si es que soy una “ardillita-humana” avecindada en Cataluña, País Vasco, Galicia (Feijooooó), Valencia, Navarra o Baleares.

Dicen que es un porcentaje muy bajo el de los ciudadanos españoles (¿Un 1% de los padres con hijos en edad escolar? ¿Un 0’5%?) el que desea acogerse al derecho, reconocido en el marco legal, pero no efectivo, irrealizable a día de hoy, de estudiar en su lengua materna, si es la española. Es decir, la lengua oficial, que en toda España sólo es una, el español, siendo las demás co-oficiales en sus territorios. La felicidad no da para tanto. La libertad (felicidad) lingüística en el ámbito educativo, está bajo sospecha, sometida a vigilancia y coacción. Es uno de los pocos ámbitos de la vida cívica, siglo XXI, en la era del turismo espacial, sometida a restricciones severas y donde no rige la igualdad ante la ley.

Y uno de los argumentos que utilizan los inquisidores lingüísticos para mantener su proscripción es un nebuloso fenómeno llamado “cohesión social” que en Cataluña, no hay más que acudir a la “procesual” actualidad política, goza de muy buena salud, tanto que somos los catalanes espejo mundial de sociedad primorosamente “cohesionada” como un bloque de granito. La tan cacareada “cohesión”, que es la refutación misma del porcentaje enunciado, pues la lógica más elemental indica que no podría socavarla una demanda tan minoritaria, con unas docenas, a lo sumo, de peticionarios. Aquí, pues, la felicidad individual (la de muy pocos individuos, nos repiten), no ha de pretenderse, pues, al parecer, choca frontalmente contra esa “cohesión social” de marras (supuesta «felicidad» colectiva) cimentada en la disparatada aberración docente de la inmersión escolar obligada en catalán, vascuence o gallego (y con el tiempo, bable).

¿En qué consiste la trampa del párrafo anterior? En que con buenos argumentos, perfectamente comprensibles para personas con un coeficiente intelectual medio-alto, como el libre ejercicio de un derecho (sin necesidad de acudir a los tribunales, evitando una ruinosa inversión de tiempo y dinero en los mortificantes vericuetos del contencioso-administrativa), el aprovechamiento académico de los alumnos y la opción de convertir en lengua de cultura el idioma propio cuando es de relevancia mundial como el español, no hemos conseguido inclinar el fiel de la balanza a favor de la libre elección de lengua. Y, en consecuencia, la castaña pilonga de la inmersión no ha retrocedido ni un ápice. Al contrario, gracias a gobiernos de diverso signo, socialistas y podemitas aliados a ultranacionalistas en Valencia, Mallorca o Navarra, y de populares en Galicia, consolida y avanza posiciones. Hecho incontrovertible que demuestra, tristemente, que lo peor de España somos los españoles.

Sólo que el argumento de la «felicidad», que tanto rédito proporciona, jamás lo hemos utilizado. Sólo que es arma de doble filo, pues, aunque exitoso, es propio de personas poco o nada escrupulosas. Enarbolando esa bandera se pueden ganar batallas ante una opinión pública en buena parte estupidizada (y con unas nuevas hornadas de escolares “inmersos” en planes de estudio inanes, donde una buena nota tiende a la misma retribución académica que un suspenso)… pero acaso te ensucie las manos y emponzoñe el alma. Peaje a pagar: el polvo del camino. Coda final a guisa de recordatorio: la persuasión es, en democracia, la única forma de modificar el curso de las cosas. Lo dice Mises. Acabo de leerlo. 

Soy un potencial estudiante en lengua española atrapado en el cuerpo de un alumno inmersionado… en bable

Hola, me llamo Críspula y soy una ardillita atrapada en el cuerpo de un tigre. Una ardillita hembra en el cuerpo de un tigre macho, para liar más la troca. Es decir, “transgénero” y “transespecie”. Siempre supe que era una ardillita porque nunca me gustó cazar a otros animalillos. En ello reside mi felicidad. Si la vuestra pasa por disponer de la opción efectiva de escolarizar en España a vuestros hijos en español, cosa que, por otra parte, parece bastante razonable, os jodéis. Fueron vuestros partidos mal llamados “nacionales” quienes no tuvieron el cuajo de retener la competencia en Educación… tontos del culo.

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