La industrial ha sido la más famosa reconversión vivida en España en estas últimas décadas. Era condición necesaria desmantelar el tejido de empresas públicas, o participadas parcialmente por fondos estatales, esto es, a cargo de los PGE, para afinar los planes de convergencia económica con la Unión Europea donde para todo firme candidato a ingresar en el selecto club había de regir la economía de mercado. La economía mixta, proteccionista e intervencionista, del franquismo (modelo, «capitalismo de Estado», por el que suspiran hoy nuestros progres coletudos) era un obstáculo a sortear. El momento más candente se vivió en la década de los 80, especialmente en la cornisa cantábrica, sean las explotaciones mineras y siderúrgicas en Asturias o los astilleros en Bilbao.
Pero ahí no se agota el filón de las “reconversiones”. En esta tractorada diré cuatro cosas de una más cercana a nosotros temporal y geográficamente: la desbocada «reconversión espiritual» en Cataluña a cuento del mortificante “procés”. Leo en la prensa digital que la iglesia diocesana cierra al culto 160, arrea, de las 208 parroquias de la ciudad de Barcelona, un 75% aproximadamente. Al punto, el cardenal Omella (¿O es Omeya?), presidente de la Conferencia Episcopal, matiza eufemísticamente que no se trata de una reconversión y cierre, sino de una “reagrupación”, mientras medita cómo diantre encajar la monserga de los indultos a los golpistas en su homilía dominical.
El balance es calamitoso… para los creyentes, claro: Cataluña es la región más descreída de España, donde más personas se declaran ateas o no católicas, donde el porcentaje de contribuyentes que marcan la x en la casilla de la declaración de la renta es el menor, la asistencia a los oficios religiosos la más baja y donde la falta de vocaciones es total. Aquello que en su día dijo Torras i Bages de que “Cataluña será cristiana, o no será”, hoy tiene concluyente respuesta. Se cosecha lo sembrado. “Para unos el paraíso está en el infierno de otros”, Alberto Moravia, de modo que los materialistas y anticlericales más furibundos, con estos datos delante, ronronean de placer como una gatita satisfecha.
Uno de los factores que ha contribuido a ese “vaciamiento” de los templos, es, no cabe duda, la enfeudación de buena parte del clero local a las consignas de esa otra religión llamada “nacionalismo”. Haciendo seguidismo del dogma del particularismo localista, los lugares de culto en Cataluña han mutado en salones de laicizado adoctrinamiento a mayor gloria de los presos que en breve abandonarán la cárcel definitivamente con su indulto bajo el brazo o de los fugados de la justicia en Suiza y Waterloo que pretenden pasar por exiliados políticos. Se dice que el catolicismo, por su vocación universal, no habría de casar con los fenómenos micro-identitarios, pero no siempre es así, y si no que le pregunten mediante la Ouija al carlistón renegado de Sabino Arana. Salvo que pretendan fundar, o enquistar en el seno de la Iglesia católica, mediante maniobras y politiqueos, una iglesia, aunque de obediencia romana, de corte nacional un poco al estilo, en cambio, de la anglicana.
Los ejemplos de esta deriva de buena parte del clero diocesano en Cataluña hacia el nacionalismo excluyente (perdón por el pleonasmo) son numerosos, esquivos al cálculo como la arena de la playa. Ahí tenemos a Benet Galí, párroco de San Narciso en Gerona que sermonea a sus fieles desde el púlpito instándoles a votar a los partidos separatistas. La superiora del convento de San Pedro de Puelles, en la calle Anglí (Barcelona) que expulsa a una monja del convento (entrevistada por Arcadi Espada) por el infando pecado de no comulgar con la idolatría nacionalista y no sumarse ovinamente a los rezos vespertinos de la congregación por la libertad de Puigdemont, chúpate ésa. No pocos campanarios en las iglesias de esos pueblos de la Cataluña interior, el cinturón de la barretina calada hasta las cejas, engalanados con la banderita de la estrella solitaria. Todo esto a nivel de sectarismo de escala básica, parroquial, pero no queda ahí la cosa. En sede pontificia el desparrame es mayúsculo. Va el Santo Padre, el papa Francisco, y nombra arzobispo de Tarragona a Joan Planellas, canónigo de la catedral gerundense y párroco destinado a la localidad de Jafre (Bajo Ampurdán). El mismo que, tras denunciar Albert Boadella la tala de los árboles de su finca por fanáticos ultranacionalistas, declaró que si el cómico no era feliz entre sus ovejas descarriadas, que agarrase las maletas y se largara a otra parte en un gesto conmovedor de auténtica empatía evangélica. Y luego hay quien se sorprende de la menguante feligresía. Con pastores así, el rebaño se dispersa. La desacertada elección arzobispal demuestra que, en efecto, el Papa es falible.
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Hace unas fechas pasé unos días en la acogedora localidad costera de Cambrils. Un buen sitio, pensé, para residir allí una vez jubilado. Cambrils fue cuna de un importante prelado de la Iglesia, el cardenal Vidal i Barraquer. Como es sabido, Vidal i Barraquer salvó el pellejo de chiripa al estallar la Guerra Civil. El arzobispo y el obispo auxiliar, Manuel Borrás, abandonaron a correprisa la sede de Tarragona para huir de los milicianos y se instalaron provisionalmente en Poblet. Los datos que aquí se citan proceden de un artículo de Salvador Caamaño publicado en “Elcatalán.es”. Con todo, fueron detenidos pocos días después por los perdularios comecuras de la CNT-FAI y trasladados a Montblanch. Habían cazado, hay que ponerse en el pellejo de esos criminales para entender su entusiasmo, un “pez gordo”, a todo un cardenal, que es como si un comando guerrillero apresa en audaz golpe de mano a un general del ejército enemigo. ¡Albricias! ¿Qué hacemos con él? De tratarse de un simple fraile lo habrían tiroteado, castrado o crucificado sin más al momento. Pero un cardenal… tate.
El hecho llegó a conocimiento de Ventura i Gassol (poetastro medio chiflado, el de la chalina al cuello, integrado en ERC tras su paso por la Lliga y autor de aquella frase que aún resuena en nuestros oídos, “De España lo odiamos todo, y más que otra cosa el nombre”, contrapunto de aquella otra del afamado cocinero Arguiñano, “Del cerdo me gusta todo, hasta los andares”), que en tiempos fue seminarista, y que comunicó el incidente a Companys para propiciar su liberación, pues Vidal i Barraquer era afecto al catalanismo político. Y se salió con la suya: el cardenal y su secretario personal fueron liberados, trasladados a Barcelona, custodiados en el palacio de la Generalidad y a los pocos días embarcados de matute rumbo a Italia. Pero el salvoconducto de Companys, de su puño y letra, ante el autodenominado “Comité Antifascista” de Montblanch, omitió deliberadamente al obispo auxiliar, Manuel Borrás, que, para su desgracia y martirio, no era de la cuerda.
Con la excusa de un hipotético traslado a Tarragona, los milicianos subieron a Borrás a una camioneta y en las afueras le aperaron del transporte y junto a un olivo fue tiroteado. Vivo aún, le colocaron sobre unos matorrales y prendieron fuego a la pira improvisada. Antes de morir, Borrás les perdonó y de ese hecho se jactaron sus asesinos al contar con socarronería la anécdota a paisanos y conmilitones. Los restos del obispo, medio carbonizados, fueron identificados por Josep Gomis, padre de otro Gomis ilustre que sería con los años alcalde de Montblanch durante el franquismo y posteriormente consejero de Interior (Gobernación) durante el primer mandato de Jordi Pujol.
Se dice que sus restos fueron enterrados en el cementerio de Lilla, pero no han sido hallados aún, pues el sepulturero que presuntamente los enterró se suicidó días más tarde. La Ley de des-Memoria Histórica no parece de aplicación en este caso. Es fama que a Vidal i Barraquer le reconcomieron hasta el día de su muerte los remordimientos por haber abandonado a su suerte al obispo auxiliar, y a otros muchos hermanos en la fe, pues sospechaba el fin que les aguardaba. Y manifestó sus deseos de ser enterrado junto a su antiguo colaborador, si aparecía su cadáver, pues consideraba a Borrás “un auténtico mártir”. Con los años intentó regresar a España, pero el nuevo régimen no se lo permitió a pesar de la carta que en 1937 dirigió al cardenal Pacelli (futuro Pío XII) y que en su artículo extracta Salvador Caamaño:
“He intentado hacer llegar reservadamente y de palabra al general Franco el testimonio de mi felicitación y simpatía y mis sinceros votos por el éxito de la buena causa (…) Si a Vuestra Eminencia le pareciera conveniente u oportuna una manifestación más clara y explícita, estoy dispuesto a ello (…). Deseo vivamente que triunfe Franco (…)”.
Recientemente titulaba así La Vanguardia, 06/11/2018, un acto de homenaje dispensado por Quim «petomán» Torra a Vidal i Barraquer: “El Govern de la Generalitat (sic) homenajea a Vidal i Barraquer, el cardenal que no apoyó a Franco”.

He aquí el trenecito turístico que recorre las calles de Cambrils. Beltraneja, la coneja (en la foto junto a la locomotora), lo pasó fenomenal saludando a los viandantes desde el convoy. Beltraneja es muy moderna, practica el desnudismo y de mayor quiere ser diseñadora de modas e “influencer” del reino animal. Cierto que, sensible como es y dotada de un afinadísimo sexto sentido, al pasar el trenecito junto a la Fundación Vidal i Barraquer, riera de la Alforja arriba, percibió una atmosfera algo enrarecida que le hizo arrugar el hocico.
