En este blog han aparecido tractoradas dedicadas a personajes de alguna relevancia. Como tontín ilustre compareció Raül (con diéresis en la “u”) Romeva (“¡Europa, tenemos un problema… los cazas de combate de la aviación española sobrevuelan el espacio aéreo de Riudaura y del Ripollés!… ¡Es el fin!”). Un tonto y patán, y sin pizca de gracia, de la envergadura de Joaquim Forn, hoy asesor jurídico del intrigante y pérfido Jaume Roures. Y mucho más malvados que tontos, pero sin excluir lo segundo, sujetos de la calidad de Tortell Poltrona (alma gemela de Pennywise), Rafael Ribó, Jaume Asens o Gerry Adams, que configuran una auténtica tetrarquía de individuos de una moralidad resbaladiza y viscosa: de lo peor de todo lo malo. En esta ocasión el artista invitado es el afamado actor Viggo Tontensen.
Tontensen, de nacionalidad estadounidense y de ascendencia escandinava, tal y como acredita el sufijo patronímico de la filiación, “-sen”, de Tontensen, se crió en Argentina y por esa razón se maneja muy aceptablemente en español, como hemos comprobado en las muchas entrevistas televisadas que ha concedido. Nadie duda de sus grandes dotes para la interpretación. Ha protagonizado la saga de “El señor de los anillos” y películas de mérito como “Promesas del Este”, la post-apocalíptica “On the road” o la más reciente “Green Book”, en la que, basada en un hecho real, Tontensen, un italoamericano buscavidas, hace de chofer para un pianista negro la mar de relamido de gira (“bolos”) por el Sur profundo, ahí es nada, en la década de los 60.
Hace un tiempo Tontensen nos sorprendió a todos (y posiblemente a sí mismo) ingresando, arrea, en Òdium Cultural, uno de esos chiringuitos hipersubvencionados que hacen del supremacismo nacionalista su razón de ser, consagrado a la fragmentación de la sociedad catalana, a denigrar cuanto huela a España y a impedir, entre otras cosas, la libre elección de lengua oficial en la escuela pública. Lo más rancio y apolillado del particularismo localista: el Ku-Klux-Klan de la barretina calada hasta las cejas.
Quizá Tontensen, que presume de su amplitud de miras y de su talante progresista, en la línea de la izquierda exquisita satirizada en su día por Tom Wolfe (el célebre episodio del apartamento neoyorquino de Leonard Bernstein donde la progresía de aquellas hora y latitud agasaja a los cabecillas Black Panther), ignore que la asociación en la que milita cuenta entre sus fundadores con Joan Baptista Cendrós, mecenas ultracatalanista que durante el franquismo amasó una fortuna con el masaje Floïd, depositante de primera hora de Banca Catalana y ridiculizado en escena por Boadella en la obra desternillante titulada “La increíble historia del Dr. Floit & Mr. Pla”. Soy… se autodefinía Cendrós… un nazi catalán que piensa que todo lo que se haga por matar a los castellanos (sinécdoque por “españoles”) es bueno. Toda una declaración de intenciones.
Qué lleva a Tontensen, me pregunto, a pagar la cuota de un club tan marcadamente aborigenista y excluyente como Òdium. Si a Tontensen le diera por avecindarse en Barcelona, o en cualquier otra localidad catalana, sus consocios de Òdium aplaudirían con las orejas que el interfecto no pudiera escolarizar en español a sus hijos en caso de matricularlos en una escuela pública. Lengua de comunicación internacional, oficial, cuando menos nominalmente, en nuestra región y que el gran actor habla con soltura.
Todo ello, por supuesto, en el hipotético caso de que Tontensen confiara la instrucción académica de sus hijos a las innúmeras virtudes de la escuela pública. Es sabido que los progres, paladines a ultranza de “lo público”, particularmente de la escuela y de la sanidad, llevan a sus hijos a la privada (en Cataluña para escapar de la pesada broma in-docente de la inmersión obligatoria) o dan a luz, Penélope Cruz, en una clínica chic y elitista tras reservar para sí una planta entera del edificio… como esos jeques árabes que desembarcan en Marbella y tirando de talonario se instalan en un hotel para su exclusivo disfrute, alquilando todas las habitaciones.
Cabría recordar a Tontensen que Muriel Casals, presidenta que fue en vida de Òdium, muy ponderadamente afirmó “que a los padres que solicitan la enseñanza en español en Cataluña habría que quitarles la patria potestad sobre sus hijos por convertirlos en unos bichos raros”. Eso dijo. Una de las más refinadas perlas de su tolerante repertorio. QmuyEPD.
Líneas atrás se planteó la posibilidad de una mudanza, de un cambio de domicilio. “Si Tontensen se avecindara en Barcelona (…)”, pues el actor americano, uno de los separatistas de mayor nombradía mundial (junto a Pamela Anderson, Cher y Spike Lee), reside en Madrid, esto es, en la metrópoli colonizadora, en la capital del Estado opresor. Lo suyo sería que, por dar ejemplo, compartiera con nosotros, con los catalanes sojuzgados por la bota de la dominación española, nuestras miserias y heridas, que con su aliento y cariño sanara los desgarrones que en nuestras laceradas espaldas esculpen los furiosos latigazos del ocupante inicuo. Y es que Tontensen vive en la corte y villa junto a la actriz Ariadna Gil, a la que conoció durante el rodaje de “Alatriste”. Quizá por ahí se le contagió a Tontensen el ramalazo separatista, pues la bellísima Ariadna y su familia son reconocidos partidarios de la independencia. Y entre que “dos tetas tiran más que dos carretas”, reza el rancio aforismo, y que Tontensen tiene a buena parte de su familia política revoloteando por Waterloo alrededor del fugado Puigdemont, cae uno en la cuenta de las posibles causas de la militancia ultra del actor.
Lo de su cónyuge es perfectamente comprensible, sobre todo si Tontensen, como un servidor, padece el diagnosticado síndrome MID (mamofasia infantil deficitaria). Es preciso hacer algo de pedagogía en este punto sobre el citado síndrome para evitar indeseadas y embarazosas confusiones. Mi santa madre, que en gloria esté, por diferentes razones que no hacen al caso, no pudo darme el pecho y hubo de criarme a biberones. Esa lactancia artificial, está demostrado, genera una suerte de carencia afectiva que en los varones adultos se manifiesta a través de una fijación o interés desmedidos hacia los senos generosos. No es extraño, pues, que un paciente-MID se quede como embobado, y con la boca abierta, mirando el escote de una dama. Pero en ello no hay lascivia alguna, lujurioso o concupiscente desarreglo. No negaré que no pocos hombres, en efecto, devoran porcinamente, con miradas rijosas y sucias, los atributos femeninos. A ello les impele su grosería y una indomeñable pulsión animal. No es mi caso, ni el de otros pacientes-MID. Y podemos demostrarlo con una pericial diagnóstica. Por esa razón, no habríamos de ser reconvenidos si, en un lance de la vida cotidiana, captan intensamente nuestra atención los senos de una transeúnte desconocida o los de una usuaria del transporte público. No hay en ello, en el caso de los MID, ni atisbo de maldad, ni de verriondez heteropatriarcal y cosificadora. Los MID queremos tener visibilidad y no ser estigmatizados por ello.
Hete aquí que hace unos días echaron por la tele una peli protagonizada por Viggo Tontensen, “Captain fantastic”, rodada en el año 2016. Comoquiera que vi unos minutos de la cinta apoderándome del mando a distancia, tuve ocasión de asistir a una secuencia que lo aclara todo. Es más, si en lo sucesivo a Tontensen le diera una ventolera y la emprendiera a porrazos por ahí, sin ton ni son, o empalara con un paraguas el caniche de la vecina, si fuera yo su abogado defensor lo tendría fácil para dar con una causa atenuante que explicara parcialmente su violenta e irracional conducta. Uno se queda patidifuso cuando el personaje encarnado por Tontensen, que educa a sus hijos en medio del bosque, apartado del mundanal ruido, y les transmite dogmas contrarios al consumismo desde una perspectiva antisistema, el día de Navidad no lo celebra como tal. En su lugar, la familia Tontensen celebra, nada más y nada menos, que… ¡¡¡El cumpleaños de Noam Chomsky!!!… Y no es una coña marinera. El “cumple” del bueno de Noam, átame esa mosca por el rabo. Sí, el famoso lingüista nonagenario, politólogo y activista radical, faro de la intelectualidad progre, y simpatizante de ETA y del separatismo catalán (firmante de un manifiesto que exige la liberación inmediata de los presos golpistas).
En contadas ocasiones, cuando el impacto del personaje a interpretar, por su avasalladora carga significativa y su vis dramatica, es difícil de digerir, de asimilar, la personalidad originaria del actor “implosiona” y se produce un fenómeno de sustitución. El actor se imbuye de tal modo que se desencarna de sí mismo y pasa a ser el personaje de ficción. Le sucedió a Bela Lugosi con Drácula. El actor húngaro, que dormía en un féretro, murió creyendo que era el príncipe de los vampiros. Celebrar, aún por exigencia del guión, el cumpleaños de Noam Chomsky en lugar de la Navidad, puede con cualquiera, por muy cabal que sea y por bien puestos que tenga los pelendengues. Eso te trastoca para los restos, sí o sí.
Quizá Tontensen podría haber mitigado las secuelas psíquicas de ese duro y exigente rodaje si, al momento, hubiera ingresado en una casa de reposo o se hubiera recluido un par de semanas en un balneario, masajes, baños de burbujitas, esas cosas. De haber sido un servidor su médico de cabecera, se lo habría prescrito por bemoles. Pero a la vista está que no lo hizo. Y al no tratarse de ese severo estrés post-traumático, como el de un veterano de la guerra de Vietnam, ingresó, sí… pero en Òdium. Acabáramos. Eso lo explica todo.
Captain Fantastic: el mayor reto de la exitosa carrera cinematográfica de Tontensen

