«El último valle»

En este blog han aparecido tractoradas dedicadas a diversas localidades catalanas como Besalú, Vich o Balaguer. El periplo andariego continúa por el “último valle”. Y en verdad andariego porque una de las mejores formas de disfrutar de este paradisíaco valle es caminar, lisa y llanamente… o cuesta arriba y abajo si toca salvar algún desnivel para alcanzar la meta perseguida, por ejemplo, el santuario de Sant Josep de Torán o el bonito pueblo de Bagergue, inscrito en el registro de “los pueblos más bonitos de España”, galardón que horripila a nuestro paisanaje más cejijunto y “microcósmico”.

Europa sumida en el caos de la Guerra de los 30 años (siglo XVII)… intolerancia religiosa, matanzas, epidemias, hambrunas, la tierra ensangrentada y devastada por el fuego. Salvo un valle recóndito, una suerte de Shangri-La terrenal que ha escapado al acaso del fragor de las batallas y del pillaje de la soldadesca. Hasta ahí llega el protagonista, Vogel, encarnado por Omar Sharif, que quiere a toda costa salvar el pellejo. Sólo que tras él, siguiendo la misma senda, irrumpe en el valle la partida de mercenarios capitaneada por Michael Caine.

“El último valle”, de James Clavell, 1971, es una película magnífica. Vogel convence a los bregados guerreros, ante la proximidad de un rudo invierno, de instalarse allí y pasarlo en paz y llevaderamente gracias a las abundantes provisiones que los previsores y laboriosos lugareños han almacenado en sus silos… en vez de entregarse a la rapiña, al asesinato y la violación. Los mercenarios obtendrán el sustento de los nativos a cambio de proteger el valle de otras incursiones armadas. El sustento y algo más… pues su capitán negocia con el cacique local un régimen de contactos íntimos entre sus hombres y las campesinas. El cacique admite que dispone “en plantilla” de “un par de viudas que consentirían en ser visitadas”, sensacional eufemismo, pero oferta insuficiente. Michael Caine reclama para solaz de sus hombres “seis mozas de buen ver” y para sí la querida del otro, que será posteriormente acusada de brujería por un fraile siniestro y fanático. 

No hay similitud, semejanza alguna entre el “último valle” de la película y el Valle de Arán, afortunadamente. Pero es verdad que el Valle de Arán ha escapado, en cierto modo, de toda la roña iconográfica que supura, como el pus de un absceso, la insufrible matraca “procesual”. La diferencia se percibe sin bajarse del autocar: en la estación de autobuses de Balaguer (localidad donde fue acosada sin descanso la familia de nuestra madre coraje Ana Moreno, premio de la Asociación Por la Tolerancia) te reciben murales combativos de abigarrados colores a la moda bergadana (“Ho tornarem a fer”, “Poble en lluita”, etc), tal que si un transbordador de materia te trasladara de un puntapié a los barrios más conflictivos de Belfast y Londonderry a mediados de la década de los 70 del pasado siglo.

Es pasar por el túnel de Viella y asomarse a otra dimensión: ni una puta bandera estrellada, ni un puto lazo amarillo en edificio o persona a todo lo largo y ancho del valle. ¿Quién da más? El aire, ya de por sí, limpio y respirable, lo parece aún más gracias a la higiene simbólica dominante entre Bagergue, el pueblo a mayor altitud del valle, y Les, a poniente y el más cercano a la frontera francesa siguiendo la carretera nacional y el curso del río Garona. Entre los residentes, nacionalistas, haberlos, haylos, pero no son dominantes, ni de lejos, y por alguna razón que desconozco, pero como visitante agradezco, han decidido no exteriorizar sus preferencias.

La conducta electoral de los araneses en los pasados comicios del 14-F arroja este balance: ERC, el segundo partido más votado con 504 votos y un 14’95 % del escrutinio, unas décimas por encima del tercero, Vox, con 490 votos y un 14’52%. En cuarto lugar aparece la candidatura de JxCAT, respaldada por 368 votantes: un 10’92%. A mayor distancia comparecen CUP y PDECAT, con 126 (3’74%) y 82 (2’43%), respectivamente. Es decir el separatismo cosecha algo menos de un tercio de los votos (32’04%). Si le sumamos los 166 de EC-Podem (Podemos), que no se autodefine como nacionalista, pero siempre anda al servicio de los aborigenistas periféricos cual subalterno mamporrero y es, en todo caso, un partido anti-español, la cota de la desafección nacional alcanza en el valle el 36’96%. Un resultado muy por debajo de la media catalana, y el negativo (es decir, el positivo) de las comarcas limítrofes: Alta Ribagorza, con un 62’5% para los separatistas, 68’5 si incluimos a los simpatizantes de Colau, y Pallars Sobirá con un aplastante 79’7%, 83’2 sumada la servidumbre podemita. Nacionalistas, los hay en el valle, y no pocos (horquilla 32-37%, según baremo), pero por mi experiencia puedo decir que no se hacen notar. Qué alivio y qué descanso.

Esto se percibe en otros parámetros de la vida cotidiana, sea el caso de la pacífica convivencia de rotulaciones idiomáticas en espacios públicos, comercios, info turística y edificios oficiales. Las hay en aranés, en catalán, español o francés. Por separado o reunidas, en abierta y libre mezcolanza, como si hasta allí no hubieran desembarcado en su delator peregrinaje, libretita en mano, los agentes del malsín (chivato) Santiago Espot para cazar a multazos al criminal infractor. Sorprende, incluso, que muchos lugareños reciban de oficio, como opción primera, al forastero hablando en español y que, cuando éste se expresa en catalán (lo he comprobado junto a persona muy cercana), tras la inicial gentileza de responderle unas palabras en ese idioma, en cuanto pueden se pasan al español motu proprio aun siendo competentes en la lengua co-oficial. ¿El porqué de ese hábito lingüístico entre los nativos? Lo ignoro. 

En Arán también se subvierte la definición clásica de “ayuntamiento catalán” pasando de ser ese “edificio de aspecto “institucional” ubicado en la céntrica plaza del pueblo donde NO ondea la bandera nacional” a otro donde ondea, acompañada, como es preceptivo, de la cruz de Occitania, de la europea y de la bandera regional, pero la de verdad, jamás la de la estrellita solitaria. Para no creer. A mayor abundamiento, el visitante comprobará in situ que en el cuartel de bomberos de Bossóst, la bandera nacional ocupa en los mástiles el lugar que el protocolo le asigna. Con muy buen criterio, los cuarteles en la comarca llevan inscripta en el frontis la leyenda “POMPIERS”, mucho mejor que “BOMBERS”, no sea que por el nombre se les peguen las malas costumbres. Y por tan inocuo detalle ya sabe el caminante que estos bomberos son de los buenos, de los que apagan los fuegos en lugar de avivarlos (véase “El apellido de la violencia”).

Si esto fuera un folleto turístico, de suyo sería mencionar los paisajes de alta montaña… los pueblitos acogedores con sus casitas de tejados de pizarra a dos vertientes para que se deslice la nieve caída en el frío invierno… las verdes praderías… los caballos percherones, las vacas paciendo tranquilamente al compás del tintineo musical de sus esquilas… los senderos anchurosos y arbolados… el “camí reiau” que conecta todos los pueblos del valle… la estampa solemne de la cima del Montardo desde Arties, con su tartera de nieve refulgente al sol… la elevadísima concentración de arte románico (la ruta de las iglesias) y sus esbeltos campanarios de estilo lombardo… el brioso discurrir del río Garona de color aguamarina… el afán de sorprender furtivamente una nutria o una ardillita y echarle una foto… esa humeante olla aranesa que repone de sus fatigas al caminante… la infundada esperanza de que el oso esloveno que se deja ver por los alrededores de la aldehuela fantasma de Porcingles te salga al paso y rapte a tu señora (o a tu marido, según el caso)… la inconmensurable dicha de entrar en un estanco y reencontrarte al cabo de varias décadas con una cajetilla de Gauloise negro, balnearios, pistas de esquí para quien desea romperse una pierna, el paraje lacustre del circo de Colomers… todo eso y más. Hay para todos los gustos y paladares. Heidi, en Arán, estaría como en su casa. Pero no lo es (un folleto turístico). 

Sucede que todo lo que empieza, acaba. Y a veces de manera abrupta. Ese guantazo en el jerolo que te da la prosaica, cuando no sucia, realidad. Agarras la guagua para regresar a casa y paras en la estación de autobuses de Lérida, que es uno de los antros más infectos y nauseabundos que he visto en mi vida. Se acabó el sueño aranés. Por allí pulula un selecto paisanaje de descuideros y de salaces merodeadores que haría las delicias de Antonio Baños-Públicos, ex-diputado de CUP y co-presentador de un programa de BTV, a cuento de sus bizarras aficiones captadas por un indiscreto pantallazo de internet que ha sido reciente y comentada noticia. Tan a gusto como Heidi corretearía por el verde tapiz de las praderías aranesas, Antonio (Baños) huronearía felicísimo en los retretes de la estación de autobuses ilerdense. Cada quisque en su paraíso.

La fauna salvaje, por ausencia pandémica de excursionistas, se ha empoderado de caminos y veredas. Para muestra un botón: un mapache (especie invasora) de aspecto sanguinario y feroz hostiga al autor de estas líneas camino de Porcingles (Canejan). El caminante debe abstenerse de ofrecer comida a esas bestezuelas y ha de alejarse despacio y en silencio para no provocar un ataque de imprevisibles consecuencias. Advertencia: esta tractorada no ha sido patrocinada por el Consejo Comarcal de Turismo del Valle de Arán.

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