Foment (Fomento), la gran patronal catalana, ha registrado su propia versión del célebre refrán: “nadar y guardar la ropa”. Esto ha sucedido durante una reciente y muy comentada comparecencia de la plana mayor de esa benemérita institución. Su cabeza visible, Sánchez Llibre, otrora diputado de UDC, el partido del nunca nombrado ministro de Exteriores, Durán Lleida (en la coalición CiU), se arrimó al atril y adoptó un tono grave y circunspecto para afear a las autoridades regionales el permanente desgobierno de Cataluña… fruto del traído y llevado “proceso” que menoscaba la seguridad jurídica, daña el tejido industrial autóctono (fuga de empresas… y van ya unas 5.000) y espanta a los inversores nacionales e internacionales. Una ruina, oiga.
Sólo que el verbo conjugado en su infinitivo por la gente de Foment no es “nadar” sino “yabastar”, neologismo que proviene del contundente exhorto “ya basta”. A lo que se ve el aguerridísimo gran empresariado catalán ha dado un sonoro puñetazo en la mesa, harto de tanta pamplina y tanta milonga. O no… pues el comunicado excretado en español y en catalán, mira tú, no es el mismo… sino que contiene significativas diferencias. O sea, dos mensajes distintos en función del auditorio al que cada uno de ellos va dirigido. Las diferencias entrambas versiones se recogen en el artículo publicado en “Libertad.digital” que se adjunta al final de esta tractorada.
Estamos, pues, ante una nueva pillería de los empresarios catalanes, siempre dispuestos a vender a sus verdugos la soga (lapidaria frase de ese criminal de masas que fue Lenin, maestro de Stalin) con la que les ahorcarán luego del palo mayor de la “fabriqueta”. Mediante ese truco, no de tahúr del Misisipi, sino de ramplón trilero de Las Ramblas (que en el crimen hay clases todavía), Sánchez Llibre llama “tonto del culo” al paisanaje, confiado en que nadie leerá y cotejará el comunicado en sus dos variantes idiomáticas para descubrir el enlabio. ¿Quién se va a molestar en compararlas?
Sánchez Llibre nos recuerda a toda esa tropa de “humoristas” y sacamantecas televisivos que han hecho fama y fortuna en Madrid cultivando la simpatía y la campechanía, tipo Santi Millán, Buenafuente o el desaseado e insufrible José Corbacho, pero que luego, en Barcelona, se conduelen amargamente de que su amigo, el golpista Oriol Junqueras, esté recluido a cuerpo de rey en un confortable balneario… digo en la cárcel.
En la versión.cat del comunicado “bipolar” se insta a quienes tienen mando en plaza a que “reúnan la mesa de partidos y retomen el diálogo para solucionar el problema catalán”. Eso dice, pizca más o menos. Es decir, por un lado manifiestan hastío del desgobierno provocado por el vía crucis “procesual”, poco menos que pidiendo “ley y orden”, pero por otro llaman a quienes precisamente lo han urdido para que no dejen de tensar la cuerda y enredar. A eso le llaman “yabastar”… y guardar la ropa.
Si algo hemos aprendido de todo este manicomial desbarajuste es que ha sido precisamente el empresariado catalán, la burguesía catalana, la que ha estado alimentando al monstruo durante décadas, desde que decidió mudar de chaqueta y abjurar del franquismo para abrazarse, era el signo de los tiempos, al rampante nacionalismo auspiciado por el Molt Honorable Jordi Pujol… por aquello de meter presión a Madrid a cambio de un trato de favor.
En posición de firmes ante el localismo particularista, el empresariado catalán ha financiado eventos, asociaciones (Òdium, Plataforma “per la Llengua”, “por las encajeras de Riudoms y comarca” o «Federación Catalana de Lanzamiento de Huesos de Aceituna»), exposiciones, editoriales, discográficas, proyectos y mandangas que enfatizaran artificiosas diferencias con “la puta España de los cojones” que nos desnaturaliza como pueblo y nos expolia continuamente hasta desangrarnos (recuérdese el mantra, om, om, de las “balanzas fiscales”). El empresariado catalán, en definitiva, lo ha pagado todo, yendo más allá de lo exigible. Es, pues, uno de los principales responsables de este esperpéntico sindiós que es hoy Cataluña.
En el fondo, nada nuevo bajo el sol. Les invito a echar mano de las jugosas y divertidísimas memorias de Francisco Cambó que encontrarán en Alianza Editorial. El personaje es sobradamente conocido y no se trata aquí de glosar su trayectoria. Pero como es el artífice del invento, el catalanismo político del siglo XX, no hay mejor fuente de información que sus consideraciones. Con él, por así decirlo, empezó todo.
Cabría decir que Cambó y su gente (los lligaires), algunos de mucha peor fe acaso que la mayoría de ellos, sembraron la semillita particularista de la fractura nacional que llevó en aquella hora al separatismo desbocado de Estat Català y ERC (o sea, el espadón chiflado de Maciá, así lo retrata Cambó, y el frívolo de Companys), para luego entrar en pánico por el monstruo creado, quedando la Lliga en un espacio incierto de moderantismo localista que hubo de acercarla, a la fuerza ahorcan, al bando nacional en la contienda civil (pues les ahorcaban literalmente, es decir, fusilaban, los matones “retaguardistas” de las Milicias Antifascistas en cuanto les echaban el guante).
El engendro siempre se rebela contra su artífice, cobra vida propia, escapa a su obediencia y acaba por morderle la oreja… y si no que le pregunten al doctor Víctor Frankenstein. El gran empresariado catalán, ése que se frotaba las manos con su virrey favorito, que le reía todas las gracias y le daba cuerda y carretadas de millones, vía comisiones al 3%, para que mejor trabara componendas con los sucesivos gobiernos de la nación (Felipe González y Aznar), ahora se tienta las ropas, le temblequean las piernas y conjuga el verbo “yabastar”.
Cambó se da aires como de un Münzenberg (“El fin de la inocencia”, Stephen Koch) del catalanismo y admite que para poner en marcha un movimiento de amplia base social hay que cultivar la propaganda y el victimismo, de lo contrario no te comes un colín:
“Como en todos los grandes movimientos colectivos, el rápido progreso del catalanismo fue debido a una propaganda a base de algunas exageraciones y de algunas injusticias: esto ha pasado siempre y siempre pasará, porque los cambios en los sentimientos colectivos no se producen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas (…) hay que conceder que los movimientos transformadores se tomen algunas “libertades” (pág 41, “Memorias”)”.
A todos nos suena esa confesión de Cambó equivalente a justificación exculpatoria, viendo, gracias a la perspectiva que da el tiempo, a qué extremos llegaron en su época las consecuencias prácticas de la manipulación emocional connatural al nacionalismo identitario. Ese mismo aroma asfíctico que hemos respirado todos estos años: “España nos roba”, “genocidio cultural”, “represión continuada”, ensvolenaixafar (“nos quieren aplastar”), etc.
Cambó come aparte. Es la mar de ocurrente. Parece no tener abuela, pero la tiene, una señora adorable de Besalú (Gerona). Al margen del considerable valor de sus opiniones para hacerse una cabal idea de una época turbulenta, del nacimiento de la Lliga al advenimiento de la II República y de la Guerra Civil, o los retratos que esboza de Antonio Maura, Lerroux, Romanones y Santiago Alba, nos deja perlas como ésta, que da fe del elevado concepto en que se tenía a sí propio:
“Comprendí que durante un período (tras combatir la Lliga la huelga revolucionaria de 1919)… (…)… tenía que dejar pasar un tiempo para que se borrara la impresión de un fracaso político en el cual nadie ponderaba el contrapeso del inmenso servicio social que yo había hecho a Cataluña (pág 306)”.
Urde una Asamblea de Municipios para impulsar la creación de una autonomía catalana (inspiración de la táctica “procesual” de los 400 o 500 alcaldes conjurados vara en mano que arroparon a Artur Mas, Arturo I de Liechtenstein) o destaca a Madrid a su colaborador Rafael Vehils para fundar un partido de implantación nacional teledirigido desde Barcelona para influir en la política española (el “centro reformista” de la Operación Roca).Tras diversas pinceladas que abundan en la idea ya sugerida de la enorme autoestima en que Cambó se tenía a sí mismo (el adecentamiento y urbanización de la montaña de Montjuïch para la Exposición Universal de 1929 fue, según cuenta, cosa suya y sólo suya) y confesar que nada tuvo que ver en el pronunciamiento de Primero de Rivera, lo que parece muy poco verosímil, marca distancias con las veleidades del irredentismo aborigen más exaltado:
“Como yo era un hombre fuerte, nunca caí en la debilidad separatista, fruto de la inconsciencia o expresión notoria de un complejo de inferioridad (pág 356)”.
Me pasa con el gran empresariado catalán representado por Fomento (Foment) lo mismo que con los bomberos adscritos a la Generalidad (véase “El apellido de la violencia”), que se me da una higa de sus problemas, cuitas y porfías. Me figuro que, siendo empresarios, algunos tendrán empresas y otros, presumo, serán los típicos burócratas de asociación medio subvencionada que proliferan en esas instituciones, pero que no han gestionado en su vida ni una zapatería. Algo tendrá que ver, supongo, Sánchez Llibre con la empresa conservera familiar, Dani (“eso está hecho, eso está hecho, Dani, Dani, Dani… y sus berberechos”). Y no les deseo mal alguno en sus actividades empresariales, básicamente porque dan empleo a muchos trabajadores que han de pagar hipotecas, facturas y procurar el sustento a los suyos. Y, a fin de cuentas, no son todos igual de bobos, pusilánimes y bizcochables. Para muestra un botón: ahí tenemos al señor Bonet, un hombre sensato, presidente de la Cámara de Comercio de España y premiado por la Asociación por la Tolerancia.
Pero, a lo que vamos, el gran empresariado catalán, por el qué dirán o por cobrar ventaja, se ha pasado la vida pagando la verbena nacionalista y jamás ha soltado un duro para mitigar la soledad e impecunia del no nacionalismo. Pues ahora que se laman esas heridas que ellos mismos se autoinfligieron. Ya basta, señores, de tanto “yabastar” y a vaciar esos lagrimales llorando por los rincones.

Hummm… qué rica la “Nutella”
