El apellido de la violencia

Hete aquí que la violencia política tiene nombre y apellidos. Cuando la violencia la perpetra un grupo de obediencia ultraderechista es violencia ultra o neo-nazi. En cambio, cuando la violencia es obra de un grupo extremista de izquierdas, no es violencia ultraizquierdista o comunista, y pasa a ser, mira tú por donde, “la violencia venga de donde venga”, quedando difuminada mediante ese rarísimo circunloquio la orientación ideológica de sus ejecutores. Primer apellido: Venga. Segundo: De Donde Venga. Nombre: Violencia. Es una violencia como putativa, en orfandad, que busca a su papá y a su mamá, como aún buscan autor seis personajes de Pirandello.

“La violencia venga de donde venga” es la alambicada expresión que utilizó Pedro Sánchez para referirse tibiamente a las algaradas producidas estos días atrás en Barcelona con motivo del ingreso en el trullo del rapero podemita Pablo Hasel, nieto de un mando de la Guardia Civil que combatió al maquis en el Valle de Arán allá por los años 40 (del pasado siglo): “Feliz como una perdiz si le cortan el cuello a Letizia Ortiz”… canta el andoba ése arrebatado por el divinal aflato de las musas. Digo Hasel, pero quizá el ripio sea de Valtonyc o de cualquiera de esos zampabollos que, con la perspectiva que nos dará el tiempo, eclipsarán como grandes intérpretes de la lírica, fijo, a Frank Sinatra, Charles Aznavour o Astrud Gilberto. Ese “venga de donde venga” nos impele a preguntar: “Pero… ¿De dónde coño viene?”… y por rizar el rizo: “¿Y a dónde coño va?”. Que “volando voy, volando vengo y por el camino me entretengo”… sería la coda rumbera pintiparada para esa melindrosa definición.

La estampa de Barcelona en llamas, barricadas de contenedores ardiendo, neumáticos humeantes, cascotes, ladrillazos volanderos, cócteles molotov abrasivos y otros desperfectos en el mobiliario urbano, y todo ello sazonado con la inactividad de las fuerzas del orden, habrá hecho las delicias de la flamante premio Nacional de Literatura, Cristina Morales, barcelonesa de adopción, quien en su día afirmó que le causaba una placentera embriaguez ver la ciudad de sus amores devastada por el fuego purificador de la acometida revolucionaria (véase “Sóc una botiga trista”) con motivo de la furia destructora de los CDR tras el ingreso en prisión de los líderes golpistas del separatismo aborigen. Una estampa apocalíptica para estetas al gusto neroniano.

Cuando se habla de la pasividad de las fuerzas del orden no se dice por menoscabar el prestigio de las dotaciones de antidisturbios destacadas ante el movedizo itinerario de los altercados, sino para dar fe notarial de un hecho incontrovertible y perfectamente explicable. Los Md’E nada o casi nada hicieron, otra vez a las órdenes de Trapero (así se apellida el interfecto), porque recibieron instrucción de la superioridad de no intervenir. Y vuelve la burra al trigo. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque más de un cargo electo de CUP implicado en la negociación de gobierno con ERC y JXCAT, tras las elecciones regionales del 14-F, integraba esos batallones vandálicos que hacen de la “borroka-nuit” su divertimento favorito de “findes” combativos. La orden era clara: “No me carguen ustedes contra los manifestantes, no vaya a ser que le abran la cabeza a fulano de tal, pues le esperan mañana en el Palacio de la Generalidad para acordar la composición de la Consejería de Gobernación”, por ejemplo.

Casualmente casi todas las tiendas saqueadas tienen su razón social en el Paseo de Gracia y en Rambla de Cataluña, el comercio VIP de Barcelona. Si usted pensaba que las masas enfurecidas y depauperadas por la sangrante injusticia social optarían por arramblar sacos de patatas y botes de lentejas para mitigar la elemental pulsión del hambre atrasada, ha errado el tiro. Esa muchedumbre que apenas sí puede cubrir pudorosamente su desnudez, con el fondillo de los pantalones desgastados por el uso, o roídos por los ratones, desestimó el asalto a “Confecciones Angelines” y “Casa Blanch: Géneros de punto para caballero” y dirigieron la requisa enfurecida, llamémosla “redistribución social de la riqueza”, hacia prestigiosas firmas como Gucci, Armani, Prada o Versace. Faltó esta vez el icono como berlanguiano del sans-coulotte exaltado blandiendo triunfalmente la expropiada paletilla de ibérico, quintaesencia porcina de la sofisticación y de la vida muelle en el imaginario colectivo de las clases populares: “(…) en pie famélica legión”. 

Fuego. ¿Bomberos? Quiá… A todo esto, nuestros bomberos son únicos en el mundo, pues mantienen con el fuego una relación cuando menos desconcertante. Ellos sí componen, con todas las letras, un “fet diferencial” (hecho diferencial) a cuento de la piromanía. Según sea la causa que origine el incendio, pasan de largo ante las llamas, como si la cosa no fuera con ellos. Y va, pues su misión es apagarlas y por ello perciben su estipendio. Pero si la barricada la han prendido los CDR o los admiradores (groupies en argot musical) de Pablo Hasel, o todos ellos juntos, pues son los mismos unos y otros que otros y unos, permiten que se consuma tan alegremente.

Cabe decir del cuerpo de bomberos que durante el golpe contra la democracia orquestado por la desleal Generalidad, y en las jornadas posteriores, no sólo no se mantuvo al margen de las movilizaciones, sino que participó activamente en ellas. Ni siquiera fue neutral, actitud de por sí imperdonable por timorata cuando está en juego la legalidad vigente, sino que se inclinó por los malos y con ellos hizo vergonzante comandita. En el cuartel sito en el Paseo de Josep Carner, que a diario veo desde mi centro de trabajo, proliferaron en aquellas fechas lazos amarillos, banderas estrelladas, cartelería contraria a la aplicación del artículo 155 de la Constitución y toda la iconografía consonante a la asonada institucional perpetrada por Puigdemont y sus adláteres.

En estos días, en cambio, penden de los ventanales y de las paredes del edificio otro tipo de reivindicaciones, relacionadas, eso parece, con carencias de plantilla e incidencias propias de la prestación del servicio, “Bombers en lluita” (Bomberos en lucha). Si esperan mi solidaridad o comprensión, tras su traidorzuela ejecutoria, mal lo llevan y por mí pueden seguir ejercitando sus membrudos brazos en el gimnasio con ayuda de las mancuernas o utilizar las tales como amplificador de diámetros anales pensando en futuras colonoscopias. No se apoya a los malvados que echaron más “leña al fuego”. Que se metan, pues, las mangueras por donde les quepan.

Cerrado el paréntesis de ignición-combustión, descubrimos, átame esa mosca por el rabo, que los protagonistas del arrasamiento del centro de Barcelona no son nativos. Que son italianos, la reedición del Batallón Garibaldi que integró las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. Acabáramos. Parece ser que los macarroni-borrokas no tienen Quirinales que rodear, ni comercios en la vía del Corso que desmochar a fuego y martillazos. Que Barcelona es un polo de atracción para todo tipo de insurgencias, hampas y criminalidades, lo sabemos, gracias al efecto llamada potenciado desde la propia alcaldía. Todo el internacionalismo ácrata y filocomunista (Black Block y similares), el “turismolotov”, tiene en Barcelona asiento y capitalidad.

Artífices de la, por Pedro Sánchez, llamada “violencia venga de donde venga”, es decir, la violencia de la extrema izquierda, son los chicos de CUP. Una cata sociológica publicada no ha mucho en varios medios de comunicación concluye que los simpatizantes y electores del citado partido son los que disponen de mayor renta per cápita, clase media-alta, y de más y mejores estudios. Lo que siempre se llamó “niños de papá”. Que de todo habrá en botica, es claro, pero el estudio demoscópico nos habla de un identificable sesgo estadístico. A mí no me sorprende. El nene-levantisco de CUP es, en la mayoría de los casos, un pijiprogre en versión localista cebado por sus papás afines a la extinta CiU o a ERC. Nenes irritados con este mundo perverso e injusto que les ha colocado, qué fastidio, en el segmento más favorecido de la población. Lo que habrían dado muchos de ellos por nacer en el seno de una misérrima familia condenada a una sórdida existencia en un bidontown, entre cartonajes y chatarra de vehículos desballestados, para mejor conocer las cuitas y porfías de los desheredados de la Tierra.

Con todo, no voy a explicar aquí, ni a replicar, las siempre ponderadas y atinadísimas palabras de Antonio Roig Ribé, en este caso acerca de la fragilidad emocional y el infantilismo inherentes a los incendiarios embozados en sudaderas con capucha. Nada mejor que recurrir al original para saber de qué estamos hablando. La violencia venga de donde venga. De modo que aquí va un enlace de su esclarecedor artículo publicado días atrás en Elcatalán.es:  

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