El Barbas es Gerry Adams, como El Gordo es Otegui. Así le llamaba su sobrina Aine Tyrrell, hija de su hermano Liam. Aine, una vez llegada a la edad adulta, confesó que su padre la había violado de manera persistente desde los 4 años de edad y por un período de 10. Liam perdió el interés en su hija al cumplir ésta los 14: a lo que se ve ya era muy mayor para las aficiones del degenerado pederasta. Su tito Gerry estaba al corriente de esa espeluznante e incestuosa aberración. El Barbas “blindó” a su hermano afiliándolo al Sinn Féin y tuvo la brillante ocurrencia de colocarlo como asesor “experimentado” en problemática específicamente infantil en un centro de asistencia público sito en el distrito electoral de Belfast del que Gerry Adams era diputado. Su hermanito Liam, salta a la vista, “daba” el perfil sobradamente.
Ese tan jugoso como nauseabundo episodio aparece detalladamente explicado en el excelente reportaje periodístico, ficcionado como una novela, de Patrick Radden Keefe, “No digas nada”, sobre el conflicto norirlandés, recomendado por mi abogado, y sin embargo amigo, Antonio Ramos. Una amena y al tiempo escalofriante lectura. Gerry le pidió a su sobrina que no dijera nada. Chitón. Sólo que la denuncia se hizo pública y el interfecto, como para exculpar a su hermano, contraatacó diciendo, fuera o no cierto, que su padre, ya fallecido, abusó en vida de todos sus hermanos, aunque a él, mira tú qué cosa, no le tocó un pelo jamás. Eso lo supo Gerry Adams, a buenas horas mangas verdes, cuando ya era mayor y faltaba su padre, el presunto abusador. Con esa suerte de táctica escapista pretendía decir a sus parroquianos: “El chico, Liam, reprodujo en su hija la conducta reprobable adquirida en la niñez”.
No es la única perla que retrata la miasmática bajeza de Gerry Adams. Otra nos dará una idea cabal de la felonía inconmensurable del personaje, según el testimonio de Ricky O’Rawe, portavoz en aquella hora, finales de 1980, de los terroristas del IRA encarcelados en la legendaria prisión de Long Kesh que se declararon en huelga de hambre. Bobby Sands era el cabecilla de la protesta. Según parece una de las reivindicaciones principales de los huelguistas era su negativa a vestir el mismo uniforme que los convictos de delitos comunes. Los miembros del IRA se consideraban “prisioneros de guerra” y exigían indumentaria diferenciada. Murieron los 10 huelguistas, de uno en uno, pues se acogieron a la protesta de manera escalonada para mantener la tensión con las autoridades británicas durante varias semanas y obtener un importante eco mediático a nivel internacional. Y lo consiguieron, hasta el punto que el gobierno Thatcher, tras las cuatro primeras muertes, cedió y mantuvo discretas conversaciones en las que O’Rawe participó muy activamente.
Se atenderían algunas de sus reivindicaciones. El portavoz de los huelguistas trasladó la información a la cúpula del IRA… ¿Y qué dijo Adams? Que nones. Que resistieran. La consigna, pues, continuar con la huelga, pero una huelga de verdad, no como aquella de De Juana Chaos que hundía la tripa para que se le marcaran los costillares y que aún guardaba redaños suficientes para darse un meneo con su novia en la misma habitación del hospital. Murieron todos y a los funerales asistieron miles de personas: una campaña electoral del quince para, efectivamente, reforzar la presencia del Sinn Féin en el parlamento regional del Ulster. Adams pudo evitar la muerte de 6 de los 10 terroristas, pero no le salió de sus luengas barbas.
Para mí tengo que Gerry Adams es un sujeto, en la escala de la monstruosidad, más repugnante, si cabe, que Arnaldo Otegui, tal cual lo digo. Son grandes amigos y no pocas veces se les ha visto juntos transmitiendo imagen de gran camaradería, tanta como aquélla instantánea de Idoia Mendía brindando con el líder batasuno. Entre monstruos fluye la química que es un contento.
Meses atrás emitieron “El viaje” en TVE 2 (véase la tractorada de idéntico nombre), una película sensacional, producción BBC, que relata el viaje en coche, chófer del MI 5, del republicano Martin McGuiness y del lealista Ian Paisley preparado por la inteligencia británica para desbloquear las conversaciones de paz a cuatro bandas entre republicanos, unionistas, y gobiernos británico e irlandés. Cuando aparece El Barbas en escena, Tony Blair mueve la colita como un chucho faldero ante el siniestro personaje. Sintomáticamente, el personaje que encarna a Gerry Adams apenas dice esta boca es mía, mantiene una actitud hierática y a mucho tirar bisbisea algo a los oídos de otros figurantes, quedando retratado como un intrigante redomado, mientras pasa las cuentas del rosario que trae en el bolsillo de la americana.
De Gerry Adams echan pestes quienes más estrechamente le trataron: sus lugartenientes Brendan Hugues y Dolours Price, según se desprende de las pesquisas del autor de “No digas nada”. Se sintieron traicionados por su, otrora, jefe y amigo. Cuando llega la hora de la negociación y del pacto, el tránsito del bombazo a la moqueta y al coche oficial, los elementos “combativos” de la organización (esos que manchan el pasamontañas con el barro del camino) quedan relegados a un segundo plano. Su presencia demasiado visible es un estorbo y hay que esconderlos en un zulo, en el sótano, en la caseta de feria donde lleva su existencia sórdida y miserable el “freak” del circo, y marcar distancias con ellos. Gerry Adams cortó los lazos que a ellos le unían para labrarse una “respetable” carrera política.
Pero también “escondió” a alguna de sus víctimas, sea el caso de Jean McConville, viuda y madre de 10 hijos, ahí es nada, acusada por el IRA de actuar como informadora del enemigo. En efecto, Jean McConville fue secuestrada ante sus hijos por elementos armados tras las habladurías del vecindario, trasladada al otro lado de la frontera y asesinada. Adams impuso su criterio: contrariamente al procedimiento habitual, su cadáver no aparecería en la calle para escarmiento, ilustración y advertencia a otros informadores. Pero al tratarse de una mujer viuda y desvalida y que dejaría tras de sí una decuria de necesitados y lloriqueantes huerfanitos, era preferible, por la publicidad negativa que el hallazgo entrañaría, deshacerse de sus restos con absoluta discreción. Esa fue la decisión del taimado Adams. La misma que impuso ETA, por entonces Otegui era un mozalbete, con el secuestro, tortura (a uno de ellos le sacaron los ojos con un destornillador) y asesinato de tres muchachos gallegos confundidos con los agentes de una supuesta incursión policial en el País Vascofrancés. Humberto Foz, Fernando Quiroga y Jorge García tuvieron la desdichada ocurrencia de pasar a Francia, año 1973, para ver una peli prohibida en la España tardofranquista, “El último tango en París”, y de cruzarse en su camino con el comando del sanguinario Tomás Pérez Revilla.
Episodio novelado en “Una tumba en el aire” por Adolfo García Ortega. Los tres acabaron sus días en los sótanos del casucón rural, alrededores de San Juan de Luz, del siniestro y jesuítico Telesforo Monzón, que fuera consejero peneuvista del gobierno de Aguirre durante la Guerra Civil y uno de los fundadores de Herri Batasuna, para no saberse nada, hasta hoy, del paradero de sus despojos. A Pérez Revilla, Tomasón, el karma le devolvió sus fechorías despedazado por un bombazo del GAL, muriendo, no en el acto, sino al cabo de los días tras una espantosa agonía. Aún me dura la llorera.
La principal diferencia, entiendo yo, entre Adams y Otegui, más allá de que el segundo participó activamente en atentados terroristas (secuestro del empresario Luis Abaitua) y que por esa suerte de solidaridad y camaradería invocada entre “gudaris” en “lucha”, por muy ventajista que sea disparar tiros en la nuca a personas indefensas y activar explosivos con mando a distancia, jamás renegó de sus “compañeros de armas”, es que el dirigente del IRA, y luego del Sinn Féin, hubo de urdir él mismo su propio relato de hombre que execra la violencia y suspira por un acuerdo de paz.
Esa tarea “narrativa» se la ahorraron al etarra, pues aunque la búsqueda de una paz tramposeada, dirimida de tú a tú con el Estado opresor, siempre ha formado parte de la retórica de ETA, fueron otros quienes escribieron, como se dice ahora, el “relato” impostado de un Arnaldo Otegui como paladín de una aseada negociación política: “Otegui es un hombre de paz”. Eso fue lo que dijo el ex presidente Zapatero que, al enunciar semejante aserto, no tuvo presentes a los militantes socialistas quemados vivos a cócteles molotov en Portugalete por los “chicos de la gasolina” del comando Mendeku. Al blanquear a “Otegui” se mancha de mugre el “blanqueador”. Se produce, inevitablemente, una transferencia de suciedad moral, o mejor un contagio, pues el foco que irradia la suciedad mantiene intacta su roña y cazcarrias.
Pensando en Zapatero y en Otegui, también en el tiranuelo bolivariano de Maduro (leo en la prensa digital: al menos 3.000 asesinatos políticos perpetrados por el régimen chavista en 2020 al abrigo de la pandemia), me viene a las mientes esa secuencia de Dennis Hopper en “Blue velvet” de David Lynch, una película de culto. El gran actor encarna a un psicópata asesino que va a todas partes con su máscara de drogota inhalador de gas. Se arrodilla ante Isabella Rossellini para captar embriagadoras esencias. Ahí veo yo a Zapatero, hincado de hinojos ante Otegui (y ahora Maduro) para, a espaldas vueltas, salaz y lacayunamente, regocijarse aspirando vergonzantes emanaciones. Un papel que le va pintiparado.
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Tal para cual. «¿Tú que eres… más de bombazos o de tiros en la nuca?». «Lo de jean McConville fue una pasada, Gerry». «Nada comparado con lo de Portugalete: de lujo, Arnaldo».
Tal para cual. «¿Tú que eres… más de bombazos o de tiros en la nuca?». «Lo de Jean McConville fue una pasada, Gerry». «Pues lo de Portugalete no estuvo del todo mal, Arnaldo».
PS.- Salgo a “cronocaminar” por Montjuïch, minutos antes de las 09h 30’ y ahí está Ousmane, el senegalés (véase “Somos el comunismo”), rodeado por, al menos, seis agentes de la Guardia Urbana. No sé qué traman, pero el hombre va camino, mínimo, de un año residiendo en su chabola de cartonajes junto a la entrada regia del Palacio de la Agricultura. ¿A santo de qué y ahora ese despliegue policial? Paso junto a ellos como una exhalación, tarareando “Le boudin”, y rompo una lanza en favor de Ousmane: “¡Dejadle tranquilo… lleva meses ahí!… ¡Id a detener a la Colau, que ésa sí es un peligro público!”. ¿En qué habrá quedado el complejo operativo de las fuerzas del orden… ocupadas estos días en permitir el saqueo de Barcelona por las hordas “haselitas”? Espero averiguarlo en próximas “cronocaminatas”.
