Te instan a echar la vista atrás, pero muchos años atrás, olvidando el pasado reciente en favor de uno remoto. Pues del mismo modo que los atentados de ETA son agua pasada y el avatar político de la banda, Bildu, es un socio fiable y preferente del gobierno Sánchez-Iglesias, los crímenes de la Guerra Civil informan en cambio, siempre que se trate de los cometidos en la retaguardia nacional y durante la represión posterior al fin de las hostilidades, la más candente actualidad en virtud de la Ley de des-Memoria Histórica y del propósito evidente de deslegitimar a la derecha actual identificándola con el régimen franquista.
Por llevar la contraria me detendré en ETA. Algunos estereotipos periodísticos en aquellos años de atentados frecuentes me causaron siempre enojo y perplejidad. Expresiones del tipo “todos somos víctimas potenciales de ETA” y “ETA perpetra atentados indiscriminados”, las aborrecía especialmente, pues aunque se repetían a menudo y tenían una apariencia de consenso y de verosimilitud, siempre me parecieron disparejas a la realidad.
“Todos somos víctimas potenciales de ETA”, decían algunos políticos y periodistas de aquella hora… contra los que ETA no habría atentado jamás ni por error, pues a renglón seguido rompían una lanza en favor de la negociación con los pistoleros encapuchados y removían con sus equidistantes (o sea, sinuosas) opiniones el perolo donde habría de cocerse, chup-chup, un caldito indigesto aromatizado a diálogo y a servir en tazón humeante a la opinión pública. Había periodistas y periodistas, y mientras algunos estaban amenazados de verdad de la buena, con nombre y apellidos en una diana, otros hacían esas declaraciones grandilocuentes a costa del riesgo cierto que corrían los primeros a sabiendas de que a ellos no los “tocarían” jamás.
Si imaginamos por un momento que el aparato criminal de ETA estuviera activado hoy, no me figuro a ningún comando tras los pasos de Esther Melgosa, de ERC (véase “Los fenomenales chicos de ETA), para adosar una bomba-lapa a su automóvil, o detrás de Echenique para hacer lo propio en los bajos de su trasportín. Del gremio de los “plumíferos”, me asaltan nombres como Cintora o Antón Losada (al que, a Dios gracias, he perdido la pista) a guisa de ejemplo de informadores (pero no de la banda, entendámonos) eximidos de la ira de los asesinos.
Los atentados de ETA fueron siempre «discriminadores». Había unas consideraciones previas, “estudios de mercado”, cálculos “mínimo riesgo/ máximo beneficio”, que decidían a la cúpula terrorista a poner la bomba en un sitio y no en otro, y la bala en una nuca mejor que en otra. Y eso ya es “discriminar”… ¿O no?
Anunciaron incluso una “discriminación” geográfica. Para dar los pasos necesarios hacia un futuro escenario de ruptura con la Transición democrática, era necesario que separatismo vasco y catalán fueran a la par con la complacencia de un gobierno de la nación (de naciones) que habría de involucrarse en la dirección de ese ambicioso proyecto. Y, en efecto, mientras Zapatero en la oposición firmaba pactos anti-terroristas a la espera de sentarse en La Moncloa, daba por bueno el puente que la Generalidad tripartita de Cataluña, liderada por el PSC, tendía a ETA en Perpiñán: un nuevo estatuto de autonomía que fuera un caballo de Troya contra la unidad constitucional de España a cambio de meter los bombazos más allá del Ebro. Avisaba de ello Mayor Oreja siempre que tenía ocasión, pero la mayoría de los medios le llamaban cenizo, aguafiestas o “friki”. Al cabo de los años vemos que sus sombríos augurios han cuajado, bien que con otros personajes, pues estos procesos no se materializan de hoy para mañana y ZP, palanganero de Maduro, ha mutado en Pedro Sánchez.
Pero de siempre la discriminación formó parte del “modus operandi” de ETA. Es cierto que el bombazo en el Hipercor de Barcelona hirió y mató a quienes estaban en el aparcamiento del local en el instante de la explosión, fueran de una o de otra ganadería, indistintamente, y que el atentado lo mismo podría haberse ejecutado en Madrid, que en Valencia o Sevilla… pero no habría sucedido jamás en unos grandes almacenes, por ejemplo un Eroski, de Llodio o de Alsasua, pues por un sencillo cálculo de probabilidades el petardazo, en estas últimas localizaciones, podría haber despedazado a no pocos simpatizantes de la banda y votantes de su marca política. Que eran malos, pero no tontos, es decir, algo sí, pues tiene bemoles mezclar a Sabino Arana con Marx y Lenin (tan odiosos éstos como aquél, por supuesto), pero muy eficientes y aptos para optimizar previsiones de daños y dolor.
Cuando ETA quería causar un número de muertes considerable, sin atribuir valencia significativa a la identidad concreta de las víctimas, mandaba su comando allende las provincias vascas y Navarra. Alguien replicará al punto… “si usted dice que en ese caso no importaba la identidad concreta de las posibles víctimas, eran atentados indiscriminados”. Pues no, porque en ese supuesto se discriminaba por razón de cuna o residencia, como ya he apuntado. ETA no repartía esas boletas para la rifa en el vecindario, ni siquiera entre vascos no nacionalistas, de los que ya se ocuparía, desde luego, en atentados “ad hominem” o atentados “selectivos”. Pero lo que es la matanza, el asesinato múltiple, se cometía fuera de, digamos, “su jurisdicción”… por aquello de no indisponerse con sus parroquianos. Lo mismo que el violador no viola a la vecina del quinto, sino que se desplaza a otros territorios de caza donde no le conocen, ni el descuidero acecha a gente que reside en su misma calle.
Todos los asesinatos de ETA han sido “selectivos”, aun cuando se llevaran por delante a una docena de personas de una tacada. Me explico. ETA mataba a españoles, simple y llanamente. Incluyendo en dicha categoría a los vascos que consideraba traidores a su patria, es decir, a vascos no nacionalistas. Y en contadísimos casos dio matarile a algún integrante de la comunidad jeltzale, sea el caso del atentado mortal contra José María Korta, presidente de la patronal guipuzcoana Adegi y simpatizante del PNV.
En definitiva, ETA, como todas las organizaciones terroristas, selecciona siempre muy cuidadosamente contra quién, dónde y para qué perpetra un atentado. Selecciona a la Guardia Civil, no a un club de petanca, y pone un bombazo en la casa-cuartel de Vich. No importa a cuántos agentes mate (cuantos más, mejor, claro es), pero el objetivo claro es “Guardia Civil”. Lo mismo si lo hace contra un miembro de la judicatura. Elige “golpe a la judicatura” y lo personaliza en un magistrado que se haya mostrado inflexible en sus fallos contra miembros de la banda.
Por ello entiendo que en la mayoría de los casos en que se ha hablado de atentado “selectivo”, mejor sería decir “atentado personal”, “personalizado”, “individual” o “ad hominem”. Para corroborar lo dicho no hay más que acercarse a los “clásicos”, a las fuentes originales. En efecto, Pablo Iglesias, fundador del PSOE y único diputado socialista en aquellas Cortes, le espetó desde la tribuna de oradores a Antonio Maura, líder del partido conservador, que no le permitirían que volviera a presidir un gobierno y que si era preciso “llegarían al atentado personal” para impedirlo. Dos semanas después Maura sobrevivió, aunque herido, a un atentado terrorista.
“Atentado personal” sería una categoría apropiada para definir esa modalidad terrorista ciñéndonos al referido discurso de un reputado teórico en la materia. De modo que, por oposición, el “atentado personal” nos serviría de guía y pauta para denominar “atentado múltiple” al que se comete con la aviesa intención de asesinar a más personas, mejor que no “indiscriminado”, pues ninguno lo fue en sentido estricto según la tesis anterior.
Para otro día dejamos la insultante pampirolada de esos periodistas que al hablar de un atentado perpetrado por islamistas recurren a siniestras expresiones del tipo “terrorista suicida”, pues nunca se suicidan ellos solitos, ojalá lo hicieran. Por lo general “suicidan” a otras personas por el camino. O “terroristas inmolados”, que son los que se ofrecen en sacrificio para contentar a la divinidad, pero que tienen la fea costumbre de “inmolar a otros consigo” sin pedirles su opinión al respecto. Periodistas a los que “inmolaría” de buena gana a microfonazos en la cocorota. Ni siquiera tomo aquí en consideración a esa gentuza malvada que, como ZP el bolivariano, nos insta a llamar “terrorismo internacional” al “terrorismo islamista” para no connotar negativamente a los aguerridos yihadistas de la fe mahometana… no sea que se enfaden.
Hoy florecen los terrorismos como salen al paso setas en otoño. El terrorismo “machista y heteropatriarcal”, si bien los asesinos funcionan como células aisladas, sin contacto entre sí, pero con el mandato colectivo, inscrito en el ADN testicular del macho asesino, de exterminar a las mujeres, cada uno a la suya, para al fin hallar la paz conyugal junto a cabras y ovejas. El terrorismo “medioambiental” de la piromanía o del envenenamiento de cursos fluviales. Cómo no, el “empresarial”. Hemos decidido, hemos acordado, obrero despedido, patrón colgado, cantan los piquetes de CGT, imbuidos del espíritu chekista de las antañona CNT-FAI. Cualquiera se arriesga a montar una zapatería ante semejante cantinela.
En fin, toda una retahíla de delitos horrendos que habrían de conllevar penas ejemplares, pero que no cuadran como supuestos “terrorismos”. Calificación abusiva, por lo que su invocación, se malicia uno, tiene por objeto banalizar el terrorismo de verdad, fundamentalmente el de ETA, hoy asociada a través de Bildu-Batasuna al gobierno de la nación.

Pablo Iglesias Posse, fundador de UGT y del PSOE, a Antonio Maura: “Para impedir que usted vuelva a dirigir un gobierno, llegaremos si es preciso al atentado personal”. 140 años de honradez.
