«Olentzero»: el fracaso de la inmersión

Los partidarios de la inmersión lingüística en cualquiera de las lenguas co-oficiales siempre nos han largado la inverosímil trola de que los chicos aprenden un registro académico y la mar de competente en español con las dos horas semanales que reserva el programa educativo a esa lengua. Se ha dicho, y está comprobado, que en Cataluña, en no pocas escuelas, la materia de Lengua Española ni siquiera se imparte en español. Bien entendido que incluso se apocopa en “castellana”, que es una mudanza “jibarizadora” que los españoles no deberíamos admitir, pues ni todos los españoles somos castellanos, ni la lengua española se habló antes en lo que hoy es Toledo o Madrid que en La Rioja, en la llanada alavesa o en buena parte de Aragón.

Esa gansada («con dos horas…») no resiste el menor análisis crítico. Basta con ver a Marta Rovira, de ERC, hoy fugada en Suiza, creo recordar, y en tiempos portavoz de su partido en el Congreso, subir al estrado y abrir la boca para constatar a los pocos segundos el fracaso absoluto de esa fórmula, además, liberticida, pues impide la escolarización de los niños en su lengua materna, cuando ésta es la española (lo mismo en Cataluña, que en Valencia, País Vasco, también Navarra, Baleares y Galicia) y que aún es oficial, aunque ya no “vehicular” por obra y gracia de laaá ministraaá Celaaá. Pero hay más pruebas de cargo.

Una de las más contundentes y recientes nos la ha servido en bandeja de plata el olentzero. ¿Quién diantre es el andoba ése? Un personaje navideño del folclore vasco. Se trata de un carbonero que da regalos a los niños… buenos, se supone, que para los malos tiene una buena reserva de carbón en la leñera. El “olentzero”, como el “tió” en Cataluña (este año también tenemos “tiones” por aquello del rigorismo femipodemita de la duplicación sexual) o el “apalpador” en Galicia, integran el listado de personajes solsticiales “emic”, o “kilómetro cero”, para gaudio y disfrute de los particularismos localistas, y son la excusa perfecta para proclamar especificidades y diferencias culturales que habrán de tener, para eso se invocan, su correspondiente traducción política en el difuso ámbito de la plurinacionalidad.

Cabe decir que el “apalpador” también es carbonero, ya saben, ese personaje de zonas rurales, un tanto “outsider” y antisocial que vive en el bosque, apartado de los demás, en la periferia de la comunidad… en esa densa bruma “celtiña” donde los chifletas nacionalistas como podencos olisquean la brisa en pos de Breogán. Se cuela furtivamente en las casas de las aldehuelas y les toca la barriguita a los niños, dejando a su paso castañas y otros regalos. Tal y como están las cosas, le recomendamos al “apalpador” que modifique sus hábitos o un día de estos acabará embreado, emplumado y descalabrado en una cuneta. Alicia Padín, la “normalizadora” del “inmersor” Feijooooó, alter egooooó de Celaaaaá, es una eficiente “apalpadora”, pues cuando dice que “las personas cultas habrían de hablar en público siempre en gallego”, fíjate tú, me “apalpa” y “arretuerce” briosamente las pelotas.

A lo que vamos, el “olentzero” de Lejona (Vizcaya) se ha dirigido por carta a los niños de esa localidad para pedirles que le manden la carta con el listado de regalos redactada en vascuence, pues él y su ayudante (una tal Mari Domingi) no entienden apenas el español y muchas de las cartas van directamente a la papelera. Se infiere de semejante confesión que el sistema educativo vasco es una castaña pilonga, pues en su vida adulta un segmento de dicha sociedad tiene un dominio mejorable, sea el caso del “olentzero”, de la lengua española, que es, por cierto, lengua mayoritaria en esas provincias.

Recordemos que el “olentzero” goza de un estatus algo ambiguo, pues no siendo un funcionario de carrera, se debe, no obstante, a toda la chiquillería, sea cual sea su lengua de referencia familiar. De haber recibido una enseñanza cabal, con muchas más horas y materias impartidas en español, el “olentzero” no tendría ahora ese problema. Pues el problema es suyo y no de los niños, angelitos, que redactan la carta en el idioma que mejor conocen y su deseo les dicta. Que para ellos la carta de regalos es como para un adulto el documento de formalización de un contrato de trabajo o de un préstamo hipotecario y cuando se trata de cosas muy serias no se perdonan confusiones, qué sé yo, a causa de un papelote emborronado en olteno-válaco o en eólico dulce.

Yo no sé qué tripa se le ha roto al “olentzero” ése de Lejona, si es simpatizante de Batasuna-Bildu, del PNV o del hombre del saco, pero lo que sí sé es que es un aprendiz de sacamantecas. Y un zoquete capaz de sacar purulento partido con algo así y de cizañar con toda esa cansina mugre aborigenista de los cojones, importándole una higa las ilusiones de los más peques en esa noche mágica. De estar yo en el pellejo de esos niños, no sabría qué hacer. ¿Quién te dice que si no te avienes a sus recomendaciones, por las buenas, y te empecinas en escribir la carta en español, aparece acaso tu nombre dentro de una diana en las paredes del pueblo… “Miguelón” (de cinco años de edad), “Pachi” o “Iker”? ¿Manejará el “talde” formado por el “olentzero” y la tal Mari Domingi su propia lista negra de niños refractarios a la “euskaldunización” navideña? 

A unos 25 kilómetros al noroeste de Valencia nos topamos con La Puebla de Vallbona, que es un pueblo del que nada sé, lo reconozco, pero que no visitaré en la vida, salvo causa de fuerza mayor. Allí el ayuntamiento se ha dirigido a los niños de 3 a 8 años de edad para que escriban la carta petitoria a los Reyes Magos en valenciano, directamente, así, con un par de limones. Cuando los Magos de Oriente pasan por las dependencias municipales de dicha localidad para leer las cartas y preparar el complejo operativo de los regalos, al parecer, se vuelven gagás, y siendo como son políglotas, versados en todos los idiomas que en el mundo son, de repente se les olvida el español, mira tú qué cosa. Les da una especie de embolia que afecta al hemisferio que focaliza la memoria idiomática y olvidan conceptos alambicados del tipo “muñeca que hace pis”, “camiseta oficial del Valencia Fútbol Club” o “coche teledirigido”. Tranquiliza saber que la imbecilidad y la mala baba no están supeditadas a estrictas coordenadas geográficas. No renuncio, por cierto, a comprender algún día qué cosa sea el valenciano.

Raro sería que, siendo catalanes, y viviendo bajo la tiranía del nacionalismo, auxiliado siempre por la progresía izquierdista en subalternas labores de mamporrería (podemitas y de nuevo, y con renovado brío, el PSC), ambiente y paisanaje no sirvieran una anécdota similar y tan edificante como las anteriores. Y la hemos hallado en Olot (provincia de Gerona). Allí el engendro excluyente se hace llamar “l’home dels nassos” (hombre narigudo). Se trata de un personaje mítico recubierto de narices heterotópicas que va perdiendo a razón de una por día a lo largo del año, de modo que socializa con los lugareños el 31 de diciembre, pues ya sólo le queda una, como a todo hijo de vecino (salvo ese friki que sacaron por la tele tras habérsela amputado para, según el fulano, parecerse a un extraterrestre, en efecto: ET, el gilipollas… narices que ya no podrá sonarse, por lo que habrá de extraer las mucosidades propiciadas por un catarro común con la cucharilla del café).

La noticia nos la sirve Dolça Catalunya. La versión indígena del hombre a una nariz pegado (hay tradición del mismo personaje en lugares como Tarragona, Figueras o Tarrasa) se negó a fotografiarse junto a un niño de cuatro años. Repito, cuatro años… y todo porque el padre de la criatura es Ignasi Mulleras, afiliado a VOX en la villa gerundense. Toma del frasco. El niño, según afirma el padre, se echó a llorar, pero eso no enterneció a “l’home dels nassos” que, por tres veces, y a causa de su militancia política, declinó dar satisfacción a la criatura. “No es no… por mis narices”, bien pudo decir esa miserable alimaña. Hay sintagma nominal para definir a la perfección la catadura moral del interfecto, que es, en su formato siglado y abreviado, un auténtico HdlGP.

Los niños son el oscuro objeto del deseo de los discursos identitarios… ah, los niños… aunque no necesariamente en una dimensión expresamente pedófila, pero sí es cierto que sus artífices no se paran en barras a la hora de promover normativas y restricciones que les afectan directamente. Les domina esa fijación meticona, obscena y enfermiza por las campañas a ellos destinadas y fundamentadas en la vigilancia y fiscalización de su conducta lingüística en tiempo de ocio. Que si “juga en català” y “al pati parla català”. Que si las cartas a los Reyes Magos o al “olentzero” de Lejona… o el extemporáneo veto del mamarracho ése de Olot a una criatura por la ideología de su padre.

Seamos conscientes de que el universo educativo, lo mismo en su vector académico, que en el festivo y extraescolar, está, en buena parte de España, en manos de esa gentuza maligna y excluyente, en odio doctorada.

Narigudo de Olot al pequeño Mulleras: “¡A ti ni foto ni caramelos… que tu padre es un facha y un españolazo de Vox!… ¡Y vete a llorar a tu puta casa, mocoso! ¡Que te jodan!”

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