La Ley Celaá, de la ministraá indocumentaá, lleva por nombre LOMLOE, un acrónimo que se desglosa así: Ley Orgánica de Modificación de la LOE. Ni siquiera es una ley con nombre propio sino mediado y supeditado a la ley que deroga y sustituye. Una ley que nace bajo esas coordenadas es una ley reactiva, que no propone nada constructivo y que denota el sectarismo radical de sus proponentes. No es la mejora de la Educación su ratio cognoscendi, su razón de ser, si no la revancha, el rencor. Una auténtica ley de PM (por darle a la máquina de las siglas, no siendo “Madre” la “M”) sería una abreviatura perfectamente descriptiva de ese feofíceo engendro. La ley se ha aprobado por un mecanismo de urgencia, sin consultas, sin debate, de matute, por la puerta de atrás y por complacer a ERC y ganar su voto afirmativo a los PGE. En definitiva, una porquería de ley politizada e instrumental para cerrar un trato nefando y vil.
Asomarse a la Ley Celaá es como asomarse a una fosa séptica o a una de esas pozas de vertidos industriales sin licencia, con ese aspecto de engrudo embalsado verdusco y de bahorrina sulfúrea y apestosa cuya superficie oleosa rompen burbujas cloradas y jabonosas. De entrada, para abrir boca, permite pasar de curso al alumnado más lerdo del aulario aún con todas las materias suspendidas. Así, a la brava. La presencia garantizada en el pupitre de los escolares menos aplicados y motivados, armando jaleo, molestando a los demás condiscípulos, boicoteando el ambiente propicio para el estudio y el aprendizaje, será una auténtica rémora para el resto de la promoción. No se librarán de esos zotes hasta el día de la licenciatura. Vaya plan.
Pero hay más en botica. Introduce la Educación Sexual (sic) prácticamente en el parvulario, sin solución de continuidad con el destete, el biberón y el chupete, y a uno le entran temblores de agonía sólo de pensar quiénes y qué diantre les contarán a esas criaturas. Quizá la directora del programa será Aurelia Vera, la concejal socialista de Puerto del Rosario que dijo a sus alumnos-ESO que “a los niños al nacer habría que cortarles los huevitos”. Fue confirmada en el cargo con grandes honores. Da miedo, mucho miedo, más que el miedo que inspiraba al inmortal Bambino la fatídica pérdida de su amante. ¿Y la Educación Especial para chicos que precisan atención constante e individualizada por disfunciones varias, carencias severas de movilidad u otros impedimentos? A tomar por culo directamente. El objetivo es cargarse todas las plazas en 10 años y “acomodar” a esos chicos en las escuelas convencionales. Así, a pelo.
Algunos de los padres afectados por esa inverosímil decisión han replicado muy atinadamente, con humorismo desesperado, que Celaá y sus secuaces creen que la Educación Especial es como esa amable y simpática peli de Campeones, que fue éxito en taquilla hará un par de años. Con esos “protas” adorables, un pelín caóticos y chifletas que transmiten buen rollo y dan ese mensaje buenista de que, aun siendo un poco diferentes, todos tenemos buenos golpes escondidos, nuestras capacidades y virtudes. Y eso no se discute. Puede que así sea, pero por el bien del pasaje, que no me pongan a mí a pilotar un avión comercial… verías tú qué cachondeo a los mandos, ignorando el altímetro y mirándole de reojo el trasero de la azafata. Por mucho que lo repitan, no todos servimos para lo mismo.
El día a día de muchos de esos chicos, que necesitan de centros altamente especializados en cuidados y atenciones, algunas muy básicas, elementales, y nada fáciles de dispensar, para alcanzar con esfuerzo y trabajo durísimo un cierto grado de integración en la sociedad, puede que sea de película, pero es seguro que esta ley no ha hecho a las familias concernidas ni chispa de gracia. Es el riesgo que se corre cuando te tomas una peli de humor demasiado en serio. No hay que perder nunca el sentido de la realidad. Éste llega, no falla, cuando te ves involucrado por parentesco en uno de esos casos difíciles y te cae el mundo encima, señoraá ministraá. Cientos de esos niños, compartiendo aulas con chicos que disfrutan de mayores capacidades, quedarán en una dramática situación de indefensión y desvalimiento. Un atropello indignante y el total desbarajuste.
Si alguien tuviera como oculto pero premeditado objetivo depreciar, depauperar hasta la irrisión, nivel bajo cero, la escuela pública, no promovería ley mejor que la de Celaá, la indocumentaá. Igualar el nivel por debajo, a ras de suelo, es lo que pretenden siempre los «cacicuelos» de los regímenes obcecados en “transformar la sociedad y la humanidad”, mientras matriculan a los suyos en los colegios de pago que ellos sí se pueden permitir.
Una escuela pública potente, trabajada de verdad, dotada de medios, exigente en contenidos y rendimiento, y a salvo del adoctrinamiento (siempre al dictado de la izquierda, no falla) y de desvaríos pedagógicos, es la garantía de los menos favorecidos económicamente para abrirse camino en la vida. El modelo de escuela pública-“refugio” convertida en un trastero o almacenamiento de niños que regala notas y a todo el mundo iguala en una alfabetización precaria es una puñalada en la espalda al segmento menos pudiente de la sociedad y que condenará a muchos, y con muy limitados horizontes, al paro, al empleo precario, a candidatos a perceptores perpetuos de una de esas paguitas subvencionadas del tipo “ingreso mínimo vital” y, a ser posible, con la papeleta en la boca de Podemos o del radicalizado PSOE de Pedro Sánchez a la hora de acudir a las urnas. ¿Será ésa una de las pretensiones no declaradas de la ley de marras?
Otra de las minas anti-persona que instala la ley para dinamitar una Enseñanza de calidad es la conversión de la Alta Inspección en Baja Inspección, pues en adelante esa misión ya no dependerá de funcionarios que acceden a las plazas por oposición, mérito y capacidad, sino que se surtirán por el sospechoso procedimiento de la designación “dedocrática”. Serán inspectores gentes de pastueña obediencia a las consignas gubernamentales, siempre en tiempo de saludo.
La Ley Celaá, una ley atontaá, es la culminación de una serie de reformas educativas (la práctica totalidad de ellas perpetradas por el PSOE) que han ido empeorando, degradando paso a paso, por etapas, la Educación, particularmente la Pública, que es la más importante de un país, pues es la que da el tono de una sociedad. Celaá estudió en una escuela religiosa, y sus hijos y nietos (es abuela) en la concertada. De conformidad con los usos y costumbres de los “progres”, Celaá impone a los demás lo que no quiere para sí. Sobre todo le fastidia, también a sus correligionarios, que la gente del común tenga opciones, que pueda elegir. Eso les saca de sus casillas. Quieren la uniformidad, a ser posible, también la del pensamiento, a través de agentes adoctrinadores, que es a lo que aspira (en Cataluña llevamos la delantera) un amplio porcentaje de funcionarios que obtienen la licenciatura de Magisterio con una motivación vocacional que tira de espaldas.
“Tú podrás elegir tu condición sexual en el DNI, entre otras muchas cosas, pero olvídate de elegir dónde y qué estudia tu hijo, y en qué idioma, pues no es tuyo, sino del Estado, que todo eso lo decido yo”. La Ley Celaá es, pues, la culminación liberticida, la guinda de la LOGSE… de la senda que un día transitó Maravall con el burdo penseque de que “los chicos hasta la mayoría de edad no han zangolotear por la calle y deben de estar arrinconados en algún sitio”. Ese sitio es la escuela.
La Ley Celaá, que convierte en ley orgánica el atropello que ya era realidad de facto en Cataluña (y en otras regiones), acaba definitivamente con toda apariencia de legalidad, o mejor, de justicia y sentido común con relación a la lengua de escolarización, salvo que medie un recurso de inconstitucionalidad que, en todo caso, será atendido por “altos” magistrados capaces, por trayectoria, de “constitucionalizar” cualquier cazcarria. Otrosí dejará, al fin, en la más absoluta orfandad a muchos padres a la hora de ejercer el derecho a la tutela efectiva de los tribunales en su disputa contra las normativas educativas periféricas. Si la privación al español de la condición de idioma vehicular se consuma, qué sentido tendrá interponer denuncias para optar a una enseñanza en esa lengua, otrora “común”, que en el ámbito escolar no tendrá ya mayor rango y consideración, efectiva y legalmente, que el urdu o el cingalés.
En cierto modo, y al saber la ciudadanía a qué atenerse en esta materia con el bloque regimental (PSOE-PODEMOS-ERC-Bildu/ETA), toda vez que el odio a España toma el puente aéreo e instala sus reales en Madrid, no tendrá necesidad, qué alivio, de gastar tiempo y dinero en denuncias, abogados, procuradores, contenciosos y toda esa tralla legalista (leguleyista) que desgasta y encocora al más pintado y le vacía los bolsillos.
Este inmundo operativo “celaávita” (por los espeluznantes “cenobitas” de “Hellraiser”) no habría sido tan fácilmente pergeñado por el gobierno de España sin la inesperada ayuda de la pandemia. Esos errabundos coronavirus le han echado a Pedro Sánchez el capote de su vida para pisar el acelerador y plantear uno por uno, con una velocidad de vértigo, todos los ítems “habilitantes” (terminología legal implantada en Venezuela por los asesores de Podemos para transformar aquel otrora rico país en una de esas mal llamadas “democracias populares”) que acabarán con el Estado de Derecho consagrado en la Constitución. Para sustituir al fin la Reforma por la Ruptura, como advirtiera Jaime Mayor Oreja («qué tío agorero, qué pesado, qué exageraciones dice”) sin que nadie le escuchara.
Mientras la gente del común, abocada a la esquizotimia pandémica y colectiva, se pregunta si en Calatayud las reuniones permitidas son de seis u ocho personas, o se debate en Ponferrada si las mascotas de cuatro patas cuentan como familiares, pero no las de dos (el canario), y si en Mondoñedo los bares abren martes, jueves y sábados y los lunes, miércoles y viernes las lavanderías, nos cuelan la Reforma del Poder Judicial, los acercamientos masivos de etarras con crímenes de sangre, la instauración del Ministerio orwelliano de La Verdad y, cómo no, la Ley Celaá de la ministraá indocumentaá. A mala baba uno se pregunta si gestionaron a pésimo propósito la “primera ola Covid”, con el monigote ése de Pedro Simón al frente, para que el estropicio y el daño causados fueran tales que todas estas cacicadas antidemocráticas pasaran filtros sin generar las encendidas y enconadas polémicas que causarían en una sociedad más o menos sana y en circunstancias normales.
Continuará…

Uno de los “celaávitas” mejor situados para ocupar la Alta Inspección del Ministerio de Educación. Según recientes declaraciones a “El País”, el interfecto ha prometido que les sacará las tripitas lentamente a los peques que hablen español en el patio. Sus referentes: Viggo Tontensen, Santiago Espot, el Dr. Hannibal Lecter y Echenique. Su peli favorita: cualquiera del “panameño” Almodóvar. Bebida predilecta: la sangría. Personaje histórico: el príncipe valaco Vlad “Tepes” Dracoul, el Empalador y la condesa húngara Isabel Báthory.
