El viaje

El otro día echaron por la tele una peli estupenda sobre el conflicto norirlandés titulada El viaje. Basada en una anécdota real durante las negociaciones en Escocia, año 2006, para conseguir un acuerdo de paz: el viaje en coche que juntos emprendieron Martin McGuiness (interpretado por Colm Meaney), militante y dirigente del IRA, y representante del Sinn Féin (“Nosotros mismos”), y el pastor Ian Paisley (Timothy Spall), líder del DUP (Partido Unionista Democrático del Ulster). Un peliculón del quince con un duelo interpretativo verdaderamente magistral. La mayor parte de la in-acción transcurre a bordo de un coche puesto a disposición de ambos líderes que conduce un agente camuflado del MI 5.

La película me trae a las mientes otra cinta excepcional sobre el mismo conflicto, “Cinco minutos de gloria”, protagonizada por James Nesbitt, hermano en la ficción de una víctima católica de los protestantes de la UVF, y Liam Neeson, autor del atentado y que ha pasado 30 años en la cárcel. Nesbitt lo borda y Liam Neeson demuestra que no sólo es el actor número 1 repartiendo natas a mano abierta, con esos brazos que parecen palas excavadoras. En ese cometido es mi favorito, el más descollante “ahostiador” del actual celuloide. Por tratarse de una maravilla de película, con el fenómeno del terrorismo en el meollo de la trama, fue acertadamente programada en uno de los últimos ciclos de cine organizados por la Asociación por la Tolerancia.

Un par de secuencias de la película recuerdan el busilis de la “tractorada” anterior, “Lucha armada”. El actor que encarna a Tony Blair, el Primer Ministro británico, transmite muy bien la sensación de estar metido en un auténtico “embolao” entre dos contendientes irreconciliables que habían protagonizado, liderado, una verdadera Guerra Civil, aunque de bajo voltaje, y que jamás habían intercambiado nada que no fueran bombazos y tiroteos por las calles de Belfast o de Londonderry. Uno tiene la impresión de que a Blair no le llega la camisa al cuerpo y que le temblequean incluso las cejas. Blair, y sus asesores, entran en pánico cada vez que aparece en plano una suerte de espectro aterrador, el siniestro barbudo Gerry Adams, amigo y compi de francachelas de Arnaldo Otegui.

Blair mueve la colita como un chucho amaestrado cuando se dirige a Adams, hierático, impasible, con esa barba que le oculta los labios y que reduce su expresividad facial a cero, mejor «a bajo cero», frío como un témpano. Esas secuencias insinúan, sin decir oste ni moste mediante guión dialogado, que Adams es el tipo que corta el bacalao entre sus conmilitones y apenas abre la boca salvo para decir que ha de reunir a algo que pomposamente denomina “Consejo Militar”. Te queda claro que el interfecto es el que pinta una crucecita junto a los nombres que integran la lista negra de los objetivos de la banda terrorista. Si se ha fijado en ti, date por jodido. ¿Se trata de la misma fascinación, del magnetismo que Otegui ejerció sobre Zapatero o que ejerce sobre algunos de los cargos más relevantes del PSOE actual? ¿Se trata de que los peores de entre los malos subyugan siempre, no sé cómo, a los malos de entre los mediocres? ¿Es sencillamente miedo? ¿Miedo a que te envase un balazo en la nuca si le das la espalda y por eso algunos sucumben a la indignidad de encerar los zapatos a lengüetazos a ese tiparraco? ¿Es algo más?… Necesito que un psicólogo colegiado me explique ese complejo desconcertante.

El viaje de McGuiness y Paisley tiene final feliz, pero eso no quiere decir que se pasen por un salón oriental de masajes. Semejante entretenimiento no habría encajado en los gustos y preferencias del pastor presbiteriano, furibundo antipapista que llegó a afirmar que “el Papa era el Anticristo”, refiriéndose a Juan XXIII. ¿Qué no habría dicho de coincidir en el tiempo con el actual sucesor de Pedro?… A lo que vamos, contra todo pronóstico se dan la mano y sellan la paz. Paisley pasa a ocupar el cargo de Primer Ministro del gobierno autónomo de Irlanda del Norte, mientras McGuiness es su «vice». A partir de ahí hubo entre ellos mucha sintonía, incluso amistad, y ambos fueron motejados como “las hermanas risitas”. O eso nos cuentan. 

Ni uno ni otro se arrepienten de su trayectoria pasada, aun admitiendo algunos “errores”. No se pedirán perdón, siquiera en privado, fuera de cámaras, por el dolor causado, por las vidas sacrificadas. Han protagonizado una contienda de verdad, de esas con dos bandos enfrentados que tiran a dar, y no de esas otras en las que unos ponen la nuca y otros la pistola. Si unos detonan una bomba en un pub y se llevan por delante a media docena de unionistas, los otros ametrallan un coche de los primeros y dan matarile a otros tantos republicanos. Un conflicto con dos bandos, dos ejércitos urbanos que matan y mueren. Un toma y daca. Firman, pues, un armisticio. Un acuerdo que no supone el olvido de lo pasado y de las responsabilidades contraídas por cada una de las facciones beligerantes. ¿Por qué y para qué blanquear el pasado o silenciar lo ocurrido? ¿Por qué y para qué cubrir con un tupido velo esa rueda incesante de atentados y de represalias?

Se deduce de la cinta, y esa conclusión proyecto sobre lo sucedido en el Ulster, aún sin tener demasiado conocimiento sobre la materia, que Paisley y McGuiness fueron hombres de guerra y que, por ello, por haberlo sido en igual medida, pueden, si se lo proponen a un tiempo, ser hombres de paz. Lo que, en sentido estricto, nunca serán Otegui o Josu Ternera, por mucho unte oleoso que derramen sobre sus cabezas algunos medios de comunicación al dictado de Sánchez e Iglesias, pues ellos jamás tuvieron enfrente a un Martin McGuiness o a un Ian Paisley. Otegui y sus asesinos, socios preferentes del actual gobierno de coalición, planearon matar a quienes sabían que no se revolverían jamás contra ellos, siguiendo la táctica implacable del ventajismo. Ésa es una diferencia entre Otegui, es decir, ETA, y los protagonistas del film. Otegui no ha participado en una guerra, sino en una carnicería y por eso jamás será un hombre de paz, sino un hombre de muerte… por la espalda.

Las víctimas de ETA siempre delegaron su defensa y protección en las autoridades. Confiaron en sus representantes legales. Fueron contadísimas las víctimas que optaron, y lo hicieron privadamente, al margen de toda estructura organizada, sea el caso del hijo del Comandante Saénz de Ynestrillas, por devolver el golpe, impelidos por esa connatural pulsión humana que es la venganza. Y no diré más. Ni los mercenarios del BVE, Batallón Vasco-Español, ni los del GAL fueron cosa suya.

La mayoría de los jóvenes españoles no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. El chivato que facilitó los datos al comando criminal para que asesinara al concejal ermuarra, el mismo que ocultó a los terroristas en su propio domicilio, Ibon Muñoa, que fuera concejal de Herri Batasuna (ahora Bildu) en Éibar, ha sido excarcelado tras cumplir una condena de 20 años. En su villa natal le han recibido muchos de sus convecinos con el brindis preceptivo, un “aurresku”, jolgorio y homenaje. 

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