Cuando la exquisitez artificiosa, impostada, y la cursilería se dan la mano, el ayuntamiento de Barcelona depara gansadas sublimes como la del cartel informativo de los jardines del Doctor Pla i Armengol, en el distrito de Horta-Guinardó, entre las calles de Cartagena y de Torrent de Melis. Las caedizas hojas de los árboles caducifolios bailan un vals cadencioso, autumnal, y el cromatismo de la foresta muta en variados colores y matices como la paleta del pintor… entonces la ñoñez y la gilipollez supinas se abrazan rendidas a la nostalgia, a la melancolía… y en un búcaro olvidado se marchita una flor, que diría el bardo de la princesa de los labios de fresa. Es lo que tiene el otoño, o sea, la tardor, que te entra el estro poético que es un contento y te cae sobre la cocorota en forma de ojiva pentecostal y te predispone a las rimas delicuescentes y a las más sutiles pampiroladas.
El letrero municipal (*) nos transporta en andas a etéreas regiones que no sabrían degustar los espíritus simplicísimos. Hay que estar hecho de una pasta especial para saborear determinados placeres, los más selectos. Y es que no es lo mismo que un parque cierre al capvespre (al atardecer) que a las 20h 00’ 00’’, con ese prosaísmo como calvinista de la exactitud, de la puntualidad robótica y cronométrica de la era tecnotrónica. Eso salta a la vista y no ha de ser uno el lince de Beocia para verlo.
Cuando unos jardines cierran al atardecer, es decir, “al capvespre”, les fulles porugues, un xic malaltisses cauen, però, al terra, a prop d’ ombrívols racons aromosos i bosquetans… i de ben lluny sentim el brogiment d’ una font d’ aigües neguitoses i rialleres que esquitxen els peus d’ un bufó i entremaliat angelot de marbre (**). Y si afinas un poco el oído, una suavecísima brisa te acerca los acordes melodiosos de un lejano violín.
El horario de visita a los jardines del Doctor Pla i Armengol se acorta, supongo, cuando nos encaminamos al solsticio de invierno en el hemisferio boreal (en el austral sucede todo lo contrario). Del orden de minuto y medio diario. De tal suerte que el “capvespre”, el atardecer, se produce a una hora en junio y a otra muy distinta en noviembre, pongamos por caso, en función de la incidencia de la luz solar, o cuando menos la tarde cobra un aspecto muy diferente, pues a las 18h, «a las seis de la tarde», decimos a menudo «ya es de noche». Detalle que se le pasó por alto al genio de turno. Atardece antes, si antes anochece, va de suyo, pues lo primero precede a lo segundo. O eso aprendimos asistiendo a las magistrales lecciones-TV del entrañable Libro Gordo de Petete.
La poética cursilería informativa en los jardines Doctor Pla i Armengol da pie a situaciones absurdas. Se te acerca el empleado que ha de desalojarlos y te dice: “Vamos a cerrar”. “Pero, caballero”… le respondes mientras te atusas las rizadas guías del bigote… “por mi reloj… (de bolsillo claro, fijado a la solapa con cadena y leontina de oro)… son las “capvespre” menos cuarto y además en un ratito he de batirme en duelo, a primera sangre o muerte, por la honra de una dama”.
No sabría uno cómo acomodar el “capvespre” o también “la matinada” en la esfera del reloj y qué tramo de la circunferencia ocuparían esos difusos conceptos en sustitución de los números que indican las horas en punto. La complicación sería aún mayor en el caso de un reloj digital, 18:30:22… 23, 24, 25, etc. La fórmula tampoco es muy allá para los vecinos de la ciudad que sostenemos que las comunicaciones de las diferentes administraciones deben figurar en ambas lenguas oficiales, pues no en vano las instalaciones municipales, y sus equipamientos, los pagan en igual medida los ciudadanos que tienen el español como lengua de referencia familiar. Tampoco la “info” es muy adecuada, cuando menos precisa, para la pertinente orientación de turistas despistados que recalen por el lugar si pretenden recrearse los sentidos mediante una visita programada.
Si acudiera a unos jardines que cierran sus puertas al “capvespre”, no lo haría jamás sin una de las amenidades de Álvaro Cunqueiro en el bolsillo, que es uno de mis escritores favoritos, y supongo que suyo también… si es persona de gustos refinados y amante del placer de la literatura por la literatura. Buscaría un banco donde sentarme y me abandonaría durante un tiempecito a la lectura del genial autor del fait divers, pues nadie sabe decir ciertas cosas mejor que él, que te inserta la “brétima”, como “neblina”, en el relato, y siendo un galleguismo, suena a un español delicioso. Agarras “Flores del año mil y pico de ave” (el título mismo ya es una declaración de intenciones), o cualquier otra, que en Cunqueiro la elegancia es sello personal, y te encuentras con perlas como éstas: “Nació bajo las acacias, en la hierba esmaltada de pesebetas, reinesildas y lilas”. “Caía agua a Dios dar”. “La prisa que me arrastra, como viento vendaval las hojas secas”. Gonzalo, el obispo mindoniense, ve en el claustro del monasterio de San Martín… “caballos. En los capiteles, caballos. Los caballos odínicos que galopan en las praderas hiperbóreas. Todavía están allí. Quizá el escultor los vio en las proas de las naves viquingas”. Insana envidia, sobre todo para quienes a duras penas distinguimos un cocotero de un alcornoque, ya no te digo una “pesebeta” de una “reinesilda”, que la primera me suena a antigua unidad monetaria y la segunda a legendaria princesa goda.
Con esa profusión floral y arbórea te pasan las horas y te dan las tantas, es decir, el “capvespre”, y te regresas a casa con la sensación de haber alimentado tu espíritu con la gollería más lisonjera al paladar. Para poner áureo broche a la visita, nada como quedarte absorto contemplando una reproducción de “Ofelia” de Millais, tan aficionado a los arroyuelos y a los nenúfares e instigador máximo del movimiento prerrafaelita. Y todo gracias, “serendipia” llaman al fenómeno (“afortunado hallazgo que se encuentra de manera inesperada”), a la omnipresente estulticia del ayuntamiento de Barcelona y a sus bucólicos atardeceres. Eso sí, la medalla al documental “Ciutat morta”, ditirámbica loa del sanguinario y cobarde asesino Rodrigo Lanza (botellazos en la cabeza a espaldas vueltas), esa infamia no la retiran. Quizá sí la estatua a Colón.

(*) Documentación gráfica facilitada por José Ginés, vocal de la Asociación por la Tolerancia y agente literario y héroe del autor de esta “tractorada”.
(**) “Las hojas temerosas, algo delicadas, caen al suelo en rincones sombreados, frondosos y aromáticos… y de lejos nos llega el rumor de una fuente de aguas saltarinas y joviales que salpican los pies de un simpático y travieso angelote de mármol”.
PS.- Ousmane, el senegalés (véase “Somos el comunismo”), dobla su chamizo plegable de cartón a eso de las 10h y lo instala al atardecer, es decir, al “capvespre”, junto a la puerta del Teatre Lliure, para pasar ahí la noche. Luego el truco para evitar el desahucio reside en hacer desaparecer su vivienda portátil durante unas horas, fingiéndose nómada cuando es sedentario.
